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amores románticos y amores alterados

 

Cuento de Circos

por Liliana Blasco

¡Y dale con el circo! yo quería decirle que los circos nunca me habían gustado, bueno no sé si nunca, pero desde que era muy chica.

cuento de circos

Resulta que cerca de mi casa había un descampado más o menos grande, quizás como en todos los barrios por aquella época. Había menos casas, menos gente, menos chicos, pero me parece que había muchos circos.

La cuestión era que el potrero siempre estaba ocupado por una gran carpa, llena de remiendos, algunos remolques jaulas con 1 o 2 leones flacuchos, casitas rodantes, carpas más chicas y aserrín por todos lados.

 De vez en cuando íbamos a curiosear  con el resto de mis amigos del barrio, y nos dejaban pasar a cambio del reparto de volantes en el colegio. Me hubiera  gustado sentir la magia  que a ellos los invadía sin que se dieran cuenta, y les transformaba las caritas; pero a mi no me pasaba, yo veía los remiendos de las carpas, las caras tristes de la gente que trajinaba el lugar, las ropas descoloridas de los payasos, el barro que trataban de obviar con el aserrín. Y me subía una tristeza pegajosa que no me abandonaba ni siquiera en la función inicial, cuando se llenaba de gente la carpa y la orquesta inundaba de música al barrio.

Esa tristeza ha quedado pegada imborrablemente, asociada a los circos y a todo aquello que me lo recuerde: magos, equilibristas, payasos.

También quería decirle que los domingos a esa hora prefiero tomarme una cerveza, negra si es posible, helada, en alguna mesa viendo pasar gente, tratando de no pensar en la mañana del lunes siguiente.

Pero se apareció con las dos entradas para el circo, con cara de ganador, y como si trajera un premio. Y me habló de su infancia, de su sueño inalcanzable en su juventud, de pertenecer a algún circo; como si esas gentes fueran logias mágicas, o grupos elegidos de artistas especialmente dotados. 

Y no pude agregar nada, mientras me hablaba me daba cuenta que estaba muy lejos, en su infancia, muriendo de admiración por aquel equilibrista o aquel mago que lo seguían deslumbrando.

Bueno, no sé si voy a ir, siempre puedo inventar algo a último momento.

Es aquí, en estas situaciones cuando me pregunto qué hacemos juntos, ¡que hacemos él y yo juntos!

Nunca tengo respuesta, tampoco la busco me parece, sigo juntando diferencias y bronca y aunque sé que no lo voy a cambiar, siempre estoy tratando, lo quiero y  me debato entre mi amor y sus delirios.  Por ejemplo la forma en que vive. Sus espacios vitales, como él los llama, cada vez más reducidos por respetar su principio de que cada cosa que apoya en un lugar, se adueña de éste.

Es así que la pieza donde vive está cubierta de libros, diarios y objetos diversos incluyendo lo que llama baño y cocina, que desconocen el detergente y la lavandina desde sus orígenes.

Y no puedo dejar de compararlo con mis dos ambientes relucientes y mis fundas impecables. “Cada cosa en su lugar” no se puede vivir de otro modo.

Si voy al circo, seguramente  después  querrá quedarse a dormir conmigo, me pone contenta que me lo pida como pidiéndome permiso, aunque él sabe que en el fondo yo quiero; y saque del bolsillo del pantalón alguna hoja arrugada donde me escribió una poesía y me la lea  con voz de Alcón.

Y la mañana del lunes podrá comenzar diferente, correré de todas maneras a la oficina, pero envidiando su tranquilo sueño en mi cama, porque él se levanta cuando se despierta, después de agotar el sueño, como siempre dice. O quizás esta vez me anime a quedarme, por darle el gusto, por estar nomás, aunque no tenga sueño, porque empieza a entrar el sol rayadito por la persiana, y una escucha los ruidos del tránsito como ajena desde la tibieza del abrazo, y qué importa que se vuelque el mate en la cama, o se llene de migas de las galletas marineras que me trae y que nunca como.

Y que después de agotar las historias que le gusta contarme, después de acomodar el reloj nuevamente sobre la mesita de luz, me cocine el guiso del que siempre habla, y yo lo pueda comer sin pensar ¿fideos y papas? Y me cuente de su infancia triste sin mamá.

 

Finalmente aquí estoy, haciendo la cola para entrar al circo, dispuesta a darle otra oportunidad. O a dármela a mi misma, debatiéndome entre la tristeza y la indulgencia, pisando aserrín embarrado, recordando aquel olor que se parece a éste de animales y viruta recién desparramada.

 

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Vínculos secretos

 

Liliana Blasco, Vínculos Secretos; 2013

 

 

 

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