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La señal

por Teresa del Valle Baruzzi

Todo en él era negro, incluyendo el alma, montaba en un oscuro caballo que galopaba como si tuviera alas. El hombre negro, como la mala sombra tiene ojos retintos  y en su nuca unas marcas que chispean bajo el sol de ese verano en Uachi, cerca del solar de Atacama.

Una chinchilla cavaba la cueva, era época de parición. Se levantó asustada, el hocico olfateaba el peligro y echó a correr. El aparecido con su traje tan negro como un abismo,  puro reflejo de miedo marca el polvo del camino con sus huellas. Ha pedido un hijo al siniestro, necesita quien lo reemplace está enfermo, ha comenzado a tener síntomas de piedad y misericordia. Debe tomar un descanso en la madre patria, pero no puede regresar  sino queda alguien apacentado su hacienda. Siente un breve ruido entre las matas, de un salto se acerca. Puñal en mano, listo para largar la estocada, es una mujer lugareña, hija del desierto, acostada entre unas piedras, con su pequeño en brazos, blanco, que parece sin sangre. Con la rapidez de la luz toma al niño en sus brazos, saca nuevamente su puñal de mango en plata y hace una profunda incisión en el borde de la nuca del pequeño que deja unas marcas. Se siente un grito aterrador de dolor que hasta el cielo se oscurece, la señal ha sido dada. La madre ha desaparecido, al lado del niño que de golpe parece haber crecido en instantes lo que debiera haber sido en años, hay una chinchilla temblorosa. El aparecido suspira como aliviado, llama al caballo y lo ata cerca del que ahora ya es un joven, sin una palabra se da la vuelta su marcha ha cambiado, su andar se ha vuelto pausado, atrás deja al infierno con un buen reemplazante, el hijo es su copia fiel, nadie notará su ausencia, el mundo seguirá rodando.  Por el camino del solar de Atacama, se aleja silbando una silueta toda blanca.

Ilustración: Jorge Soto

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Teresa Del Valle Baruzzi, libros Descalzos en el aire, Despiertos en la lluvia.

 

 

 

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