Nadie
por Graciela Busto
Estoy sentada en el bar tomando un café. Miro tras la ventana la calle que grita soledad. El viento golpea con fuerza las persianas del bar que chillan. Las hojas acompañan el frío. Estoy distraída, tal vez alucinada con extraños pensamientos y con la voz que se expande con sonidos conocidos.
La puerta se abre y unas manos violentas se apoderan de mí. La voz me suena conocida y me pregunta qué me pasa y me arrastra. Voy perdiendo ropas por el camino hacia el fondo del salón deshabitado y oscuro. Grito y es peor porque me cubre la boca.
Nadie a mi alrededor, solo el silencio. La respiración nauseabunda me marea y él se apodera de mí con palabras que denotan ebriedad. Lucho pero es en vano. Ha logrado su cometido. Una linterna está a mano y enfoco su rostro. Es alguien del bar, el mozo que siempre me atiende con cortesía y me ofrece café.
Me defiendo como puedo. Doy un golpe con un palo que cuelga de la pared. El cuerpo queda desvanecido y sangrando pero no importa. No pienso en su gravedad sólo en la actitud perversa.
Nadie me creerá. No tengo defensa, ni testigos.
Suena el teléfono del bar y atiendo.
- ¿Antonio ya cerraste el bar?, dice una voz femenina que recrimina.
- Lo siento número equivocado, respondo sin pensar.
Tomo mi cartera y las llaves del auto. Trato de colocar todo en su lugar. Antonio no reacciona ante mis preguntas. El golpe fue certero.
Debajo de un frondoso árbol llevo a cabo mi plan al igual que en mis extrañas alucinaciones.
Puedo realizarlo aunque el sueño me vence, excavo la fosa y escondo su cuerpo. Me veo debajo del frondoso árbol. El viento golpea con fuerza las persianas del bar que chillan.La voz se expande con sonidos conocidos.
Ilustración: Jorge Soto
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