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Cuentos policiales

 

Convulsión

por Norma Vinciguerra

No tenía sueño. Me levanté despacio. Mi amigo dormía profundamente. Mientras miraba la sala que conservaba  el desorden de la fiesta, encendí un cigarrillo. Un estallido me tiró rodando hasta el otro extremo. Los parpados todavía me pesaban, no sé cuánto tiempo estuve desmayado.

Extrañamente nada era igual, ni los muebles, ni la alfombra, todo olía a limpio dentro de un perfecto orden. Fui a despertarlo. Tal vez la borrachera me  jugaba una mala pasada. En el cuarto se destacaba la misma armonía. Las camas permanecían tendidas, la ropa  en el armario claramente no le pertenecía. Recorrí la casa buscándolo, hasta que oí las llaves atravesar la cerradura. Salí por la puerta trasera y corrí. ¿Quiénes serían aquellos extraños?

Era mediodía, mi madre preparaba el almuerzo, al menos allí no noté ningún cambio.

- Creí que volvías más tarde, la comida no está lista. –Me dijo.

- No importa. ¿Fernando llamó?

- Fernando ¿cómo va a llamar?

- Es que no lo vi esta mañana y pensé…

- ¿Te sentís bien?

- Si, es que estoy preocupado por él.

- ¿Me estás hablando de tu amigo?

- Claro.

- Mi querido, no puede ser que no recuerdes.

- ¿Qué tengo que recordar?

- Hijo mío, querido, Fernando murió hace cinco años.       

Todo fue confuso desde  entonces. ¿Cinco años? ¿Dónde quedó mi cabeza? ¿Dónde estuve durante cinco años?  ¿Acaso caí en un coma etílico?

Empecé a buscar dentro de mis cosas algo que me pudiera aclarar. Encontré fotos de Fernando y otros amigos, que netamente recordaba. Si estuve enfermo todo este tiempo, no había indicio de ello.  Luego comencé con las preguntas, pero mi madre sorteaba las respuestas.

El día arrancó con veinticinco grados y sin duda iría en aumento, ideal para el club. Al salir del agua fui al bufete, me acerqué al mostrador y pedí un refresco, a pesar del gentío descubrí a los padres de mi amigo. Me acerqué y sus rostros cambiaron como si vieran una presencia demoníaca.

- ¿Cómo te atrevés?, ¿Acaso no tenés conciencia?

- No lo trates así, él no es responsable, lo de Fernando fue un accidente.

- Pero tenía el arma en la mano, o lo vas a negar.

- No le hagas caso. Todavía no superamos la muerte de nuestro hijo. Imaginate lo que significa verte después de estos años.

Mientras me  perdía cada vez más, se agregaba otro interrogante, un arma ¿desde cuándo porté una? No me reconocía, no era de mí de quien hablaban, jamás haría daño a alguien.

Un mensajero me entregó en mano un sobre de papel madera. – Nos vemos – me dijo. Como si me conociera. Posiblemente sería una broma de mis compañeros, así que lo dejé sobre el escritorio. Decidí abrirlo durante el almuerzo. Había una fotografía y una nota indicando hora y dirección. No era tan ingenuo, ir a ese lugar  encontrarme con quien sabe que, y al día siguiente provocar las carcajadas de todos. Pero no pude con la curiosidad y salí directo a aquel lugar desconocido. Estacione en la acera de enfrente. Se trataba de un hotel cinco estrellas en pleno centro. Rodeado por una fuerte custodia vi salir al hombre de la foto. No significaba nadie para mí.

Al día siguiente el mismo mensajero me dio otro sobre igual al anterior. Su expresión no fue amistosa. Lo abrí y una nota decía, Es tu última oportunidad. Yo estaba cada vez más y más perdido.  La diferencia  en este caso era que al de la imagen lo conocía.  Por más que pensara no encontraba el significado. Con el propósito de relajarme fui a nadar antes de ir a casa. Tenía la piscina entera para mí. Sumergí y emergí la cabeza en el líquido fresco y cristalino hasta  agotarme. Me dirigí al vestuario. Sólo  escuchaba el ruido del agua. Otro sonido interrumpió aquella melodía. Pasos, eran pasos de hombre. Creí  verme en un espejo.

- Déjeme entender, está diciendo que se le parecía.

- No, estoy diciendo que es igual a mí. Yo no maté al padre de Fernando. Créame.

- Los hechos no me cierran. Necesito algo convincente para revertir las evidencias.

- Tengo que volver a la nave. O buscar a mi clon. Parece descabellado, pero no encuentro otra manera.

- O sea que ese hombre asesinó a todas esas personas.

- Lo de mi amigo fue una confusión y los demás de alguna forma son responsables. 

- Espero que su familia consiga el dinero para la fianza. Eso nos daría tiempo hasta el juicio. Lo veo mañana.

- Hasta mañana.     

convulsion

Me parece estar en otra vida.  Si junto las pruebas, ¿Qué garantías tengo? Cuando escuchen la historia me encierran en un loquero. Me aterra la idea de pasar el resto de mis días en una celda. Las noches son interminables. Espero día a día noticias del abogado.

- Volvamos a retomar los hechos. Usted manifestó  que lo tenían prisionero ¿Cómo logró escaparse?    

- Fue un golpe de suerte, podría decir. Las paredes eran de un metal indefinido, parecido al acero, pero opaco. Sin ventanas ni puertas. Del techo esférico, semejante a la cúpula de una iglesia, colgaban seis lámparas de colores con una blanca central.  Un sillón que se convertía en camilla según la conveniencia. Ese día, tal vez confiados en mi estado  somnoliento, vi que descuidadamente dejaron una de las paredes entreabierta. La luz brillante del centro, con la que me mantenían inconsciente, se encontraba apagada. Aproveché la oportunidad y como pude llegué a ella. Traspasé la gran hendija. Entré a otra habitación. Contenía máquinas desconocidas para mi ignorante cerebro. Sólo quería salir. Así que empecé a presionar todos los botones, a bajar y subir toda palanca existente.  Después vino la explosión. 

- ¿Con qué propósito?, ¿Por qué a usted?

- Por momentos hablaban en  un idioma extraño y por otros en español. En algunas conversaciones, decían algo como “tenemos que preservar nuestro planeta de los desechos nucleares”, “éste ejemplar nos servirá para nuestro propósito”. El mayor porcentaje de los clientes de la compañía, donde trabajo, son empresarios y, la cartera que tengo a cargo están relacionados con las centrales atómicas. Llegué a la conclusión que la basura que arrojan provocaron el desastre.      

La noticia frustra toda esperanza. No aceptaron el pago. Mañana es el juicio. Mi representante investigó y dijo que tenía pruebas. Mientras estoy aquí encerrado, ellos siguen sus planes. Intento dormir. Quiero tener la mente despejada para declarar. Ruido de turbinas. Me despierto. Un rayo atraviesa el techo del calabozo oscuro. Brazos mecánicos me chupan con sus tentáculos como un pulpo.

- Cacho, Cacho.

- ¿Qué querés?

- Avisale al de la cuarenta que se prepare, en dos horas lo llevan para el juzgado.

- Dale, mientras encargá la pizza.

El guardia agarra una bolsa negra con las ropas del convicto. Mira el reloj y piensa que todavía le quedan seis horas para volver al hogar. Frente a las rejas del recinto, sorprendido se quieta la gorra y rasca su cabeza. Gira la vista hacia arriba y encuentra un enorme agujero.  Llama a su compañero. 

- ¿Qué pasa? – contesta a la distancia.

- Vení fijate

- Que, no podés hacer nada solo.

- Me estás cargando, en la cuarenta no hay nadie.

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