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Realismos

 

El banquito

por Mabel Sobradelo

La decisión la tomó el abuelo corrido por el hambre después de la guerra civil española, un par de hermanos muertos y el recuerdo de haberles sacado a uno las botas que llevaba y al otro el tapado, solo por la supervivencia.

Llego en barco, jamás dio demasiados detalles y con una maleta que se conservó arriba del ropero y que ningún integrante de la familia se animó a tocar.

Primero sobre el terreno planto una parra de uva blanca, pasados dos años llegó el resto de la familia y el tiempo la agrandó la familia.

La parra nunca fue muy productiva, durante el verano los alacranes caían al piso y sin querer los pisábamos mientras jugábamos eso nos daba mucho asco, todos detestábamos aquella planta.

Nada se festejaba demasiado en la casa apenas una torta en el día de los cumpleaños.

La abuela siempre fue vieja y muy bonita, nunca se atrevió a cruzar la calle, sacaba a la puerta un banquito de madera y ahí pasaba la tarde después de la hora de la siesta hasta que casi llegaba la noche. Cuando los chicos del barrio salían a andar en bicicleta por la cuadra los llamaba y les entregaba la lista del almacén  y de la verdulería, todos aceptaban el mandado ya que una vez que revisaba las bolsas y todo estaba tal cual lo pedido les regalaba unas cuantas monedas.

Los paisanos venían a visitar a la familia rigurosamente una vez a la semana, ella les servía un té con torta de vainilla y al finalizar una copita de grapa, las mujeres hablaban bastante poco, al atardecer se daban la mano y se despedían diciendo “Dios los acompañe".

La abuela iba a mirar por la ventana del comedor hasta la hora de la cena.

Esperaba al cartero sentada en el banquito, no se resignó jamás a no recibir cartas de su tierra, pasó su vida esperándolas. Ella nunca las escribía el abuelo se encargaba de eso.

Un día le robaron el monedero y el abuelo le prohibió que saliera a la puerta, ella bajo la cabeza. Al día siguiente volvió a salir. Sus hijos le dieron nietos, la más chica se le parecía mucho.

Pasados muchos años dejo  de esperar correo, el cartero ya no la saludaba.

Un día de invierno vio por la ventana que le dejaba una carta, salió corriendo hacia la puerta, según mi prima al escuchar un ruido fue a ver qué pasaba. Todos recibimos la noticia por teléfono.

Durante el funeral no hubo ni vecinos ni paisanos, solo estábamos nosotros, durante la noche los varones durmieron en una habitación contigua, me asome y vi  cuan parecido era mi primo mayor a mi abuelo regresé y seguí charlando con una de mis primas, la más chica estuvo pegada al cajón hasta que lo enterraron.

El abuelo envejeció terriblemente, volvió a llamarnos por teléfono y todos fuimos a visitarlo.

Salí al patio y no vi la parra solo quedaban los postes y los alambres donde las ramas se sujetaban, entré a la casa  había mucho olor a humedad y la pintura al aceite que recubría la mitad de las paredes estaba resquebrajada, acerqué una banqueta al ropero y baje la maleta había muchos papeles viejos y cientos de cartas acomodadas por años así que fue fácil encontrar la última. No estaba abierta.

El banquito

 

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