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Búsqueda

por María Leone

Miró la hora, justo a tiempo, pensó.  Hizo sonar el timbre varias veces, no responde.  No quería impacientarse, tampoco perder el vuelo.  Eran sus primeras vacaciones juntos. Seguía sin abrir la puerta. Probó llamar  al celular,  no contesta. Al fin decide, dejar delicadezas de lado y usar la llave escondida. Todo parecía ordenado.  La valija junto a la puerta. El bolso sobre el sillón.  Un sobre que no quiso ver.  Ya demasiado nervioso, se acerca al cuarto. La puerta entornada.  Horror.

Búsqueda

Ya está todo listo, pensó, faltan dos horas para que él me pase a buscar.  Tiempo suficiente para hacer lo que tanto estaba deseando.  Siendo muy niña, la abuela Joaquina, le había dicho “Cuando ya no esté y sientas necesidad de comunicarte conmigo, espera un 29 de febrero y mira fijo el centro del espejo de mi polvera, y llegarás a mí”.  Nunca entendió el mensaje.  Su madre tampoco ayudó con datos. Después de su muerte, encontró en un cajón el estuche. Ya transcurrieron tres años.  Era hora de saber. Alguien debía devolverle su pasado, su memoria. Sin ello, no encontraría la felicidad, no podía empezar una vida junto a su amor. Imposible esperar. Hoy es el momento. Se sentó en la cama, tomó la polvera plateada, miró con detalle  las piedras de colores incrustadas. La abrió. Con un pañuelo limpió el espejo, hasta dejarlo reluciente. Concentró su mirada en el centro. Al principio costó mantenerla fija, después se dejó llevar. Un torbellino de luces y sombras la arrastró. Pasó de la risa al llanto y otra vez a reír, sin saber por qué. Al fin un poco de calma, una nube blanca la envolvía y se escuchaba música a lo lejos. Cayó sobre un césped húmedo, cálido. Sintió miedo al ver un cielo  rojo, brillante,  encendido. Lento se incorporó y comenzó a caminar hacia donde se veían banderines multicolores. Parece un parque de diversiones, ¿dónde está la gente?  Quería tranquilizarse, no lo lograba. Su andar era pausado, cauto. Estudiaba la escena a cada paso. Se encontró sobre un sendero de piedras.  Al final, una puerta de hierro forjado y una campana. La música se oía más fuerte, no reconocía la melodía.  Su temor crecía. No supo cuánto tiempo estuvo sin decidir qué hacer.  Cuando quiso desandar el camino, se dio cuenta de que una fuerza extraña no se lo permitía.  Su mano se alzó sin esperar órdenes y agitó varias veces el cordel de la campana. De la nada apareció un hombre, a quien el calor parecía no importar, pues tenía un grueso capote marrón,  la capucha puesta impedía ver su rostro ¿tenía rostro? Su voz, gruesa, ahogada, parecía venir de lo profundo de la tierra ¿Quién eres? ¿Qué buscas?  Soy la hija de Cesárea Goncalves, quiero hablar con mi abuela, contestó. ¿Dónde puedo encontrarlas?  De tu madre, olvídate, está en un nivel en donde no puede tener contacto con nadie. En cuanto a Joaquina ¿así se llama ella, verdad?, solo recibe a quien se anuncia con anticipación y no esperaba a nadie hoy.  ¿Sabes dónde estás,  qué significa este día para nosotros?  Solo sé que debía buscarla, me dio instrucciones cuando tenía apenas cinco años,  después.  ¿Después qué, Teresina? ¿Sabe mi nombre?  Lo sé, continúa.  Date prisa, quiero volver a la fiesta.  Señor, responde sollozando, no tengo recuerdos hasta que cumplí veintidós años, el día en que murió mi madre.  Vine a buscarlos, necesito que me devuelvan mi pasado, sin el no puedo construir mi futuro.  ¡Futuro!, responde riendo, ¿piensas que  hay un futuro después de esta noche?  Abre la puerta, hace un gesto de invitarla a pasar y le dice, es día de festejos, hoy las almas de los seres queridos se reúnen para compartir dichas, ve mézclate con la gente, canta, baila, entrégate.  ¿Cómo haré para reconocerla?, ha pasado mucho tiempo.  Ve, canta, baila, entrégate.

Como vino, se fue el hombre. Escuchó el cierre de la puerta. Fue a cantar, bailar, entregarse. A medida que se acercaba al centro de la plaza, comenzó a sentirse como embriagada. Las personas, no lo eran.  Parecían fantasmas, moviéndose  torpemente, en forma lenta, los rostros no tenían expresión.  Los ojos sin vida. ¿Eso era bailar?, se sacudían como marionetas. Y cantar ¿quién canta?, nadie movía la boca, pero el canto estaba. Se rió al ver que la música salía de un viejo pasadiscos.

Estaba perdiendo el miedo,  era evidente.  Creía que era un juego del que podía salir fácilmente. Después de hablar con la abuela, miraría otra vez el espejo y a casa otra vez. Se aseguró de mantenerlo fuerte en la mano. Siguió deambulando.  El calor de a ratos era insoportable. Algunos de los fantasmas parecían que la saludaban. Vio un estanque de agua, se acercó para refrescarse, sin embargo al ver reflejado su rostro, se dio cuenta de que se estaba pareciendo a ellos. Gritó fuerte y comenzó a llorar. Se sintió rodeada y más gritaba, hasta que escuchó una voz dulce, familiar: ven mi niña, ven a mis brazos, nadie te hará daño. Una viejecita de piel morena y manos callosas pero suaves para ella, la acariciaba y la llevó abrazada, hasta un rincón en donde se sentaron.  Se miraban fijo a los ojos, si es que eran ojos.  ¿Por qué te has apresurado en buscarme? le preguntó.  Eras tan joven, con una larga vida por delante, debiste vivirla, irte de vacaciones, casarte, formar una familia, esperar muchos 29 de febrero,  antes de emprender el camino. Abuela, le contestó,  estoy buscando respuestas, no puedo seguir adelante sin ellas, dime porque no recuerdo nada de ti, de papá, de mamá. Todos los días voy a trabajar, hago bien mis tareas, soy exitosa en ello, más no recuerdo los momentos en que he ido a la universidad.  Me preguntan por mi familia, y respondo vagamente, no sé cómo fue mi vida con ellos.  Tuve que inventarme una historia,  siempre temerosa de equivocarme en las mentiras.  No puedo más, te  escucho, devuélveme lo perdido. Mi niña, solo una vez te lo diré, no me está permitido repetirlo, de hecho voy a violar  reglas. Y la abuela le contó que tuvo la mala suerte de tener un padre perverso, Que solo le trajo pesares, que su madre, débil de carácter, nunca la protegió ni defendió, así ella, ya desesperada hizo un pacto con los señores de las tinieblas, mató a su padre,  le dio un brebaje para borrar sus recuerdos y permitirle vivir una buena vida.  A cambió entregó la suya y su hija, llena de remordimientos, también murió tiempo después.  Esto es un esbozo de tu infierno, más detalles, no daré. De todos modos ya no tiene importancia.  Entonces, le contesta, mi amnesia es para salvarme, es decir, mi abuelita querida lo dio todo por mí y yo ahora ya puedo seguir mi camino. ¿Cuánto tiempo tengo todavía para estar contigo? ¿Preguntas que cuánto tiempo?, pues la eternidad, le contesta, ¿no has comprendido que una vez que viniste a mí,  no hay donde volver?

Ya no le resultó amable la presencia de la abuela. Ella quería vivir y lo haría a toda costa.  Sintió que debía apresurarse a escapar. Lo intentó, pero tropezaba a cada momento.  Las siluetas fantasmales la empujaban. Caía,  se alzaba otra vez.  Fue avanzando a lo tumbos hacía donde creía estaba la puerta. Puso la polvera entre su ropa interior para no perderla, es mi llave, pensaba. Golpeaba con cuanta cosa encontraba, empezó a sangrar, sus piernas, sus pies. El líquido que fluía no era rojo. Era oscuro. Enseguida coagulaba.  Seguía queriendo escapar. Ven mi niña, oía. Ve, canta, baila, entrégate, ahora repetían. Ve, canta, baila. Entrégate.

 

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María Leone, Fantáspolis, Cuentos.

 

 

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