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Un escritor olvidado

por Enrique Cerezo

Pudo haber sido el más grande escritor de todos los tiempos. Quizá lo fue, pero su afán de perfección lo llevó al más grande olvido literario de la historia. Posiblemente desde que algún sumerio, minoico o hindú, poco importa, inventó como registrar su pensamiento en los albores de la escritura, nadie escribió tanto como él. Un inmenso conglomerado de frases que, juntas, daban como resultado la más execrable obra jamás escrita.

Lionel José Potowski, hijo de un polaco y una inglesa, criado en España. El resultado de tamaña diversidad de culturas, sólo podía crear un ser exquisito en la más vil de las acepciones de esta palabra. Dejó para la posteridad la más grande colección de borradores que pueda creerse. Nunca publicó una sola línea.

A los 16 años leyó la obra de Homero y decidió aprender el griego para disfrutarla en su idioma original. Lo mismo le ocurrió con Dante, Kafka, Shakespeare. Llegó a dominar siete idiomas. Dejó España para vivir sucesivamente en Francia, Alemania, India (donde estudió a fondo el Mahabharata), Inglaterra y hasta Persia donde indagó sobre el maravilloso poema de Gilgamesh. Se deleitó con la florida prosa del Corán y se emocionó con la búsqueda imposible de Fausto.

A lo largo de los años fue cambiando sucesivamente de pensamiento, respecto de su indagación, sin embargo la inútil tarea que se había propuesto continuó sin cambios.

Murió olvidado en una vieja casona de San Telmo, llena de polvo y libros.

Lo conocí en los últimos años de su vida. Todo su tiempo estaba ocupado por la literatura. Era imposible la cotidianeidad del recuerdo. Difícil abordar el presente mísero. Mi curiosidad radicaba en su vida, pero todo  esfuerzo fue inútil. Apenas entrever un origen noble, y una fortuna que le sirvió para llevar una vida de viajes y libros sin conocer la vileza del trabajo. Su dedicación  le impidió una familia y, ahora anciano, sentía la mundana nostalgia de amigos, abandonados durante el quimérico vuelo de su existencia. Esa soledad, fue la razón por la que se abrió a mí, a quien la causalidad de mi afán de conocer gentes diversas me había guiado.

Lo que sigue es el relato de su búsqueda. Confieso que aún no tengo una posición tomada al respecto, pero me desvelo por encontrarla.

escritor olvidado

Comencé a leer las tragedias griegas, siendo un adolescente, pero sólo cuando leí a Homero, comprendí que el universo literario era muy amplio. Fue así que aprendí el griego para disfrutar de su obra en el idioma original. Héroes como Aquiles o viajeros como Ulises, me abrieron la senda. Luego supe que los primeros libros escritos que hoy podemos encontrar fueron el Mahabarata y la epopeya de Gilgamesh. Uno religioso, el otro épico. Los estudié a fondo. En todos encontré belleza, sueños, afanes. Pero también similitudes.

Luego llegaron a mis manos Las Mil Noches y una Noche, y leí varias traducciones y recopilaciones diversas. Ahí comenzó a tomar forma lo que llegaría a ser el motivo de mi vida.

Se me ocurrió pensar que frases tan maravillosas, pensamientos tan grandiosos, como los que había encontrado, no podían ser sólo leídos dentro del contexto de esos relatos, cuentos, novelas o tratados. Debían ser más universales. Pero sentí que aún me faltaba mucho camino por recorrer. Aprendí idiomas. Lei a los ingleses, españoles, italianos. Con Dante alcancé el éxtasis de la emoción; con Shakespeare aprendí el sabor de lo cotidiano, la valía del amor; con Cervantes la importancia de correr tras los sueños. Leí a Baudelaire, a Goethe y entonces creí saber cuál era mi meta:

"Tomemos las frases más maravillosas de cada libro, los pensamientos más exquisitos, las ideas más sublimes, busquemos un hilo conductor, una línea sobre la cual todo eso se pueda ensamblar, y tendremos la más grande obra literaria jamás escrita"

Claro que esto dejaba fuera a los más modernos, error que no podía aceptar. Leí a Byron, Poe, Bacon, Hesse, Joyce, Borges, Withman. En cada uno encontré ese genio que no podía dejar de lado y que enriquecería mi obra.

Entonces comencé. Esas bibliotecas que allí ve, abarrotadas de cuadernos, son el fruto de mi labor. Días y noches copiando, ensamblando, cambiando, releyendo. Y también borrando... Durante años, buscando el idioma que mejor se adaptase. Era inútil. La yuxtaposición de frases e ideas maravillosas, sólo daba por resultado una mezcla absurda. Al igual que el rabino Judá de Praga, yo quería dar vida a una mezcla informe, y mi Golem literario, era también torpe e incontrolable. Nunca encontré la línea sobre la cual apoyarme. Los pensamientos sublimes se reducían a frases de compromiso para mantener una ilación coherente. Miles de cuadernos escritos con el único destino de ser quemados, so pena de degradar tan maravillosas letras conexas por artistas. Era evidente que yo no era ni la sombra de ninguno de ellos.

Reflexioné entonces que mi error consistía en el afán de no corregir ni una letra, de poner un punto donde lo había, respetar cada coma, cada acento. Si debía unir todo aquello, debía encontrar la palabra justa, la preposición adecuada, el artículo que mejor se adaptase. Eso equivaldría a poner palabras mías. Era inaceptable. Yo no era un escritor. No podía cometer semejante pecado de vanidad frente a tales maestros.

Comencé a leer libros menores, novelas de poco valor literario, poetas olvidados. En casi todos ellos encontré una frase que me ayudaba, el adverbio justo, el nexo que no encontraba.

Y recomencé mi obra. Más años de copiar, ensamblar, armonizar... Y la frustración de no alcanzar la belleza buscada.

Entonces vi mi error. Comprendí los años perdidos. Acepté mi derrota al ver que en cada frase había palabras de otros. Bacon no copiaba a Sófocles, Borges no usaba frases de Homero, ni un solo párrafo de la Biblia, había sido transcripto por Byron. Sin embargo todos usaban las mismas palabras, la misma puntuación. Eso sólo podía significar una cosa: que ya fue escrito todo, lo importante es como se lo recree. Y ahí comencé mi nueva búsqueda: La de El Libro.

 "Por fuerza tiene que existir un Libro único, donde ya no quepan las palabras, las frases. El genio depende de elegir una sola parte de él, y contarla de manera diferente. Sólo los elegidos lo conocen."

El mágico conocimiento de El Libro está reservado. Sólo los iniciados, aquellos a quienes llamamos escritores, esa sociedad secreta entre el hombre y la palabra, lo consultan. Se que tienen prohibida Su copia. Sólo les está permitida su recreación. Por eso mi  búsqueda fue inútil. No soy escritor. Es como ir tras el Santo Grial siendo ateo.

"Nunca encontraremos aquello que no estamos preparados para encontrar. Si lo hallamos por descuido, no lo sabremos y, lo que es peor, hasta podemos destruirlo. Si Ud. escribiera lo que le conté esta noche, y su relato tiene algún valor literario, significará dos cosas. Una, que Ud. es escritor, otra, que aunque no haya encontrado El Libro, esta noche y yo mismo, figuramos en él"

Poco tiempo después, murió olvidado. No me creo un escritor pero hoy dejé flores en su tumba y escribí este recuerdo.

Sin embargo, tengo la impresión, que fue otro.

Yo simplemente recreé un párrafo.

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Enrique Cerezo, Cuentos, AsteriónLetrario.

 

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