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Realismos

 

Sucedió en la frontera

por Diana Napolitano

Para Amyr,
que me contó la historia, mientras hacía un conducto en mi muela,
hace mucho tiempo, allá en Copacabana.

 

A las tres de la tarde, el Teniente 1ro. del puesto fronterizo miró nuevamente hacia el camino. Ahora sí comprobó que eran dos los hombres que se acercaban.

Caminaban lentamente, bajo el calcinante sol de febrero, mientras que con un grueso trapo secaban el sudor que corría por sus rostros.

Habían perdido la noción del tiempo. Sin camisa, con los pantalones arremangados, calzando gastadas zapatillas, empinaban cada tanto una botella de vino. 

El teniente 1ro dejó de ordenar sus papeles y salió al patio para poder mirar mejor el camino. Llamaba su atención la visita de los obreros de la ruta a esa hora tan ardiente.

La tropa estaba descansando bajo la sombra de los árboles y no se oía otro ruido fuera del ronroneo del generador eléctrico, que a esa hora trabajaba con mayor esfuerzo.

Los perros también descansaban en sus lugares, afuera.

El Teniente 1ro., miró largamente los cerros lejanos bellísimos bajo el límpido cielo y pensó en ese año transcurrido rodeado de un paisaje árido y desolado. Solo la belleza salvaje de esta zona podía compensar tanta dureza de trabajo.

Pensó en el puesto fronterizo del país vecino, en su irritable colega, el negro Machado, que siempre procuraba discutir por cualquier causa. El último problema se suscitó luego de un acalorado partido de fútbol entre las dos tropas, en donde los vecinos habían perdido.

Luego de la derrota y varios litros de vino, el negro Machado y los suyos, decidieron atacarlos. Fue un momento difícil para el teniente, que tuvo que enfrentar solo, pues su capitán había viajado por dos semanas al pueblo más cercano, a trescientos kilómetros de distancia.

Entonces decidió ser más fuerte que Machado. Entró a su oficina y lo insultó sin piedad. Surtió efecto y apaciguó al negro, que entró en razones y todos respiraron.

La vida en la frontera era casi insoportable. Sin mujeres ni diversiones parecía un castigo. Por eso cualquier novedad llamaba la atención. Por eso decidió salir al patio para mirar atentamente el avance lento de las dos figuras.

Aún faltaba bastante para que llegaran, pero siguió parado, observándolos aunque ya el sudor corría rápido por todo su cuerpo. Algo nuevo estaba sucediendo y solo eso le importaba. Miró los tres escalones que conducían a su escritorio y sonrió al ver las dos cobras tomando sol tranquila-mente, como lo hacían todos los días; ellas formaban parte del puesto de frontera y nadie osaba tocarlas.

Aún hoy recordaba el susto que se llevó al verlas por primera vez, cómodamente instaladas en los estantes del cuarto. Luego explicaron que eran sus inquilinas y que no debía matarlas pues traían suerte. Entonces aceptó ese absurdo y pasó a convivir con ellas. Existían otras cobras más en las cercanías. Pero estas eran de la casa y eso valía oro.

Ahora ya los dos obreros están pasando la tranquera y en pocos minutos podrá verles las caras y sobre todo, saber él porque de esa inusual visita. Llamó a uno de los dos soldados para que traiga agua, pues sabía que sería necesaria.

Y ya están frente a él. Chorreando sudor y cansancio. En silencio se dirigen a la galería en donde hay sombra suficiente y un par de bancos. También está el agua. Pasan varios minutos, hasta que el más joven comienza a hablar. Tiene un acento diferente y el teniente 1ro. piensa que es sureño.

El otro solo mira y parece estar bastante borracho. Están preocupados y eso se les nota más allá del sudor y del cansancio. Los perros los rodean y huelen largamente…. Mientras el sureño comienza a contar con voz monótona los motivos de la visita…y mejorando las palabras, esto es lo que contó:

“La historia comenzó hoy a las cinco de la mañana. Son diez los que trabajan  en la cuadrilla y siempre entre ellos hay problemas. El trabajo de hoy fue bastante duro y el calor agobiante.

A las nueve de la mañana ya sus mentes estaban embotadas y el vino anulaba lo poco de cuerdo que aún podían tener. El sureño estaba a cargo de la máquina aplanadora, mientras los demás iban adelante esparciendo el material. Uno de los obreros, el “gringo Silva” a las 9hs. ya estaba totalmente borracho y como siempre su lengua destilaba veneno.

Las agresiones entre ellos son comunes. El trabajo es duro y el salario bajo. Pero no se podía quejar pues estaban con libertad condicional y pesaba sobre cada uno de ellos por lo menos una muerte confesada al juez y quizá varias sobre su conciencia.

En el primer descanso que tuvieron, las palabras fueron subiendo de tono hasta llegar a los peores insultos. Entones el gringo Silva atacó agresivamente al sureño mientras lo ofendía con miles de palabras. El sureño también ebrio, no toleró las ofensas y se fueron a las manos… Calló nuevamente y el silencio los rodeó.

El teniente 1ro. se sorprendió de una confesión tan infantil, sobre todo por venir de un hombre tan rudo. Luego de un tiempo asfixiante, decidió preguntarles porqué habían caminado tantos kilómetros para contarle ese hecho. Entonces habló el otro…

Más lento aún que el sureño, contó que luego de un intercambio de trompadas lograron separar a los dos hombres y a duras penas pudieron continuar con el trabajo. El sureño subió a la aplanadora y el hecho pareció olvidarse.  

Al rato todos presenciaron una escena muy especial: los hombres acomodaban el pavimento que la máquina iba alisando. El gringo Silva era uno de ellos….pero de pronto en lugar de apartarse para dejar paso a la máquina corrió hacia ella insultando groseramente al sureño que la conducía, bañado en sudor…

Y la máquina pasó sobre él. Los que cerraron los ojos para no ver, sintieron un ruido que quizá  no olvidarán. Sin saber qué hacer con lo aplastado, decidieron agregar más pavimento encima.

Allí acabó el relato.

El Teniente 1ro. transpiraba más que bajo el sol. Quedó pensativo por un rato, hasta que con voz serena les dijo a los obreros que esperaban una orden: “Junten un poco de tierra y  pavimento y mañana se la enviaremos a la familia en una caja, diciéndoles que esto quedó del gringo Silva.  Lo importante es no explicar demasiado. Solo lo necesario.”

Sucedió en la frontera

 

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