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La Mudanza

por Georgina DAscenzo

Y comenzó la mudanza, cada uno eligió lo que deseaba para sí. El sillón bèrgere donde el abuelo dormitaba su siesta y la reproducción de Picasso para el estudio del menor, las copas altas de cristal para la nieta casadera; el mantel blanco bordado que sólo se usaba para las grandes ocasiones, las toallas de hilo, el cofre de las alhajas.

Cuando al fin se deshizo la casa en infinidad de trozos desiguales, allá en el rincón de la salita de estar apareció ella. Todos enmudecieron. Su sonido les había sido familiar, con la magia de su traqueteo solía transformar un percal en el vestido soñado. Las piernas de la abuela yendo y viniendo sobre el pedal se asemejaban a la galera de un mago. De ahí surgían los delantales del jardín, la camisa de la primera comunión, el vestido de los Quince, la bata del hijo cuando se casó, los delantales de cocina y las agarraderas o toallitas de mano hechas con los repasadores más gastados.

Ahora se veía polvorienta, como asustada y empequeñecida por el movimiento. Cuánto hacía que nadie le pasaba una gamuza, aceitaba sus goznes o achicaba la correa para que la puntada quedara apretadita. Olvidada después de tantos buenos servicios como un trasto.

Se miraron en silencio inundados los ojos de recuerdos. Entonces, la mayor de las hijas se acercó, la acarició y como algo ya decidido, mirando a sus dos hijos varones, los instó a cargarla en la camioneta para llevarla a su casa ¿Cómo no lo había pensado? Con todo lo que aún podría coser. Luego en voz baja y con un guiño dijo:- vámonos, mamá .

 

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Georgina DAscenzo, Trazos, Cuentos que desgranan tiempos.

 

 

 

 

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