Asterion letrario

 

Editorial Asterion

 

del arte y oficio - Asterion 9

 

espirales de la ficcion

 

Des Horas

 

Ser poesia

 

bosque y mar

 

anotaciones al margen

 

volver a Avatares

 

editorial

 

- M.G.Jaime Irusta - E.Migliaro - C.Guala - J. R.Schuster - L.Blasco - A.Ferrante -
- N.Vinciguerra - L.Spaltro - O.Tasca - M.DAngelo - E.Santos - A. Fortunato - S.Santilli -
- T.Wansidler - M.C.Cárdenas - M.Mutti - P.Moltedo - R.Rodriguez - D.Tomasi -
- C.Florentín Cabrera - B. Fernández Vila - L.Elorriaga - C.Cabrejos - F.Veglia -
- D.Fernández - M.Leone - A.Velázquez - V.Del Duca -

 

María Graciela Jaime Irusta

La larga historia de la civilización

Ese día despertó temprano y se sacó la máscara con naturalidad. Desnuda salió a la calle. Hundidas mejillas por las que descendían ríos congelados le daban un aspecto fantasmagórico. Corría… ¿hacia dónde?, no lo sabía. Toda la escudería que le era familiar habíase caído con la máscara. Desnuda, frágil, indefensa supo que la perseguían pero su alma permaneció hermética como tapada de enigmas no resueltos. Cruzando la avenida de las tipas, frontera entre la selva y el trópico escuchó a la gente:-¡Mirá esa mina qué loca que está! - los morbo-indiferentes.
-¡Le puede pasar a cualquiera!-portal de iglesia, rosario en mano.
-¡Ayudarla no se puede! - los mal-bien intencionados.
-¡Los dioses la eligieron! -nosotros no podemos hacer nada.-los Poncio Pilatos.
La humanidad no pudo comprenderla porqué el disfraz había desaparecido.
Ella corre, ya con desesperación, corre por su vida, corre por la selva, la oscura noche tropical la envuelve y cae, enredándose con las plantas húmedas y carnosas. ¡Corre, corre por su vida! Son muchos los puñales que acechan y sus afiladas puntas buscan el punto exacto donde late su corazón. Grita al silencio, a la nada verde. Vencida cierra los ojos y, el rojo torrente dulzón desciende casi como un alivio. Ceremonia secreta, triste y solitaria esa de los sacerdotes estrenando una crueldad más. ¡Aijú, aijú!, lentamente toman su sangre y su corazón.
¡Aijú, aijú! , sin compasión.

 

¡Peces al agua!

Contamos hasta tres para tirarnos al agua. Te zambulliste enseguida. Miré tu cabeza pelada desde la orilla. Los lujosos yates navegaban mientras nadabas con ese ritmo incansable. Algunas personas sonreían, sorprendidas ante las brillantes escamas de tus brazos. Yo te miraba casi con envidia. No hubiera podido alcanzarte, miles de cigarrillos me lo impedirían.
No sabías ¿cómo podías saberlo? Te había mentido porque quería quedarme y a la vez me dolía perderte. Mientras de alejabas, buscabas mi cuerpo siguiéndote entre las olas. Hasta que no pude divisarte no me sentí tranquilo para regresar. Volví a casa. Encendí un cigarrillo. Te extrañaba, pero ya me acostumbraría. Con lo que no contaba era con la furia de Poseidón.

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Edith Migliaro

Hilo verde

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En la estación el gran cartel anunciaba: “Destino a Esperan... una mancha verde cubría el resto. Salida: 20 hs., andén N° 3. Ana viajaba a diario y no prestó atención en él. La formación partió al salir de la ciudad, anochecía, y ella dormía, cuando algo frío y pegajoso la rozó. Observó a su alrededor. A su lado un señor sostenía un portafolio, levantó la vista simplemente no tenía rostro, una masa de carne deforme cubría su cabeza. Un temblor recorrió su cuerpo. Paseó la vista por el resto de los pasajeros, todo parecía estar en orden. El tren ingresó a un túnel, todo se oscureció. Vueltas las luces, horrorizada vio que de las dos señoras del asiento frente al suyo, solo quedaban sus vestidos. Quiso gritar pero no pudo, tampoco levantarse de su asiento. Un peso la retenía y entre sus pies, un hilo verde se deslizaba en dirección al pasillo. Lo atravesó y subió por la pierna de otro pasajero que leía el diario sin haber notado nada. Otra vez sucedió, solo la ropa y el diario quedaron sobre el asiento. El mortífero líquido trepó luego por la pollera de la señora que tejía, el espectáculo era dantesco, la aguja rodó por el suelo.
Silencio y oscuridad absoluta, un leve vaivén, un ruido acompasado y el pánico la hicieron su prisionera. El tren fue aminorando la marcha y lúgubre, como un enorme féretro se detuvo en la estación del pueblo Esperanza. Cuando al fin paró su marcha, se lanzó de su asiento sin mirar nada más que hacia la puerta y se precipitó fuera, gritando, trastabillando al pisar el andén.
El guarda gritó: - Pasajeros a bordo, el tren arrancó. Estaba a salvo. A medida que el convoy se alejaba un hilo verde corría por las vías con rumbo al pueblo.

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Claudia Guala

El Regreso

Ya de regreso a casa, allí quiero estar donde mi locura y mis zapatos queden afuera. Ya estoy cerca del nuevo túnel, ¡qué bueno! Pienso cuántos minutos inútiles había esperado frente a esa barrera.El auto se detuvo, pero yo no, no sé si me eyecté, remonte vuelo o me hundí en el fondo de la tierra, del mar o del cielo.
De repente… en otro lugar, un sitio muy diferente, me sentía también diferente pero era yo. Los seres que andaban por allí, eran particulares, traslúcidos, todos sonreían y miraban a los ojos, caminaban sin prisa, no caminaban flotaban en el aire y yo también. Parecía como si las cabezas iban separadas del cuerpo y el “alma” lo abarcaba todo con su luz. Los espacios como los cuerpos eran tridimensionales. Yo podía ver mi médula, mi columna, mis órganos como los de todos los objetos y seres que me cruzaba en el camino.
Me inquieté… ¿habría perdido la razón?, ¿habría chocado y estaba muerto? Pero no, estaba allí, con mi traje sin corbata como es mi costumbre y sin zapatos, bajo el mundo o en otra galaxia sin explicación y sin barreras. Un enorme arco iris iluminaba, el sol en un sector, la luna y la noche en otro, mi perro flotando a mi lado y más allá puertas macizas con grandes cerrojos de hierro que nadie se detenía a observar.Me estaba recuperando.

 

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Juana Rosa Schuster

Problemas en el camposanto

asterion - Marta Rosa Mutti

Soy el guardián del cementerio. Paso lista, como todas las noches. Algunos causan muchos problemas, no deberían permitirles salidas nocturnas. Es que ellos se pusieron de acuerdo en asustar a las personas que los hicieron sufrir. Arnaldo es el más desalmado. Atemoriza con su presencia a la vecina que tocaba el piano hasta altas horas de la noche. Trabajaba como empleado en una fábrica de tejidos. Cumplía horarios discontinuos. Cuando regresaba a su casa a la madrugada, comía una cena frugal para ir a dormir lo antes posible. La Sra. Miranda no le permitía conciliar el sueño.Inútiles fueron las quejas. Ayer me contó que la mujer fue a darse una ducha y él estaba escondido en la bañera. Cuando lo vio, le dio un infarto.
- Arnaldo, no debes perder los buenos modales.
- Pero si sólo me recosté antes que ella entrase.
Camilo practica el mismo mal hábito. La señorita Almada colgaba las prendas de vestir. Un rato antes, él se colocó broches y quedó columpiando de la soga.
- ¿Por qué lo hiciste?
- Se quejaba acerca de mi perro. Decía que le destrozaba los canteros de begonias.
- ¿Nunca intentaste hablar con ella?
- Amenazó con envenenar a mi cachorro.
-P odías haber empleado otros métodos. La pobre se desmayó y golpeó la cabeza contra una piedra... Te arrepentirás algún día. Ahora, regresa a la bóveda.
Ernesto es el único que se queda en la sepultura. Cada vez que paso lista, coloco una “P”. Creo que lo hace por timidez. No se vinculó al grupo. Supongo que el encargado no aceptará que lo conectemos con un psicólogo.

 

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Liliana Blasco

Mala suerte

El agua de la pava se había enfriado demasiado, Damián decidió por fin que sería el último mate de la mañana. El sol ya estaba alto y la escarcha en el descampado había desaparecido, se ató el pañuelo al cuello, se calzó las alpargatas y salió. No fue directo al corral, dio un rodeo con la excusa de revisar el alambrado; el alazán parecía esperarlo, manso, compañero. Lo ensilló y salió al galope.
En lo de Martínez estarían preguntándose si a último momento se habría arrepentido, y a decir verdad, estuvo a punto. Martínez lo recibió como siempre, sonrisa ladina y pocas palabras, los demás eran su espejo. Damián no se hizo esperar y largó lo que tenía en la garganta: el capataz viene mañana a las siete con la plata, lo va a acompañar un solo hombre, vienen confiados, en la estancia nadie lo sabe. Solo bastó una mirada de Martínez hacia los demás, que contestaron con un movimiento afirmativo de cabeza, para sellar el pacto. A todos les pareció acertado salirles al paso en la curva, después del puente; en las orillas del arroyo abundaban los sauces que les servirían de escondite.
Sería rápido y limpio. El Zurdo Zamora y el Colorado se encargarían de los dos, eran hábiles para el degüello. La plata la repartirían en el rancho de Damián. Después, sería la suerte de cada uno.
Esa noche Damián mateó hasta muy tarde, y de madrugada se levantó, fue hasta el corral, se quedó un rato acariciando al alazán que parecía tan inquieto como su dueño.
El amanecer lo tranquilizó, se preparó con tiempo y salió al paso, notó al volver la cabeza, que los aromos detrás del rancho eran una sola mancha amarilla.
Fue de los primeros en llegar, al poco rato se completó el grupo. El Zurdo y el Colorado no paraban de hacer bromas, como queriendo demostrar que la muerte en el brillo de sus cuchillos no los intimidaba. El resto observaba mudo, tenso.
De pronto los huecos de silencio entre las voces de los asesinos, se fueron llenando de un rumor sordo como de galope. Eran ellos, y aunque la distancia era grande todavía, Damián pudo distinguir, acompañando al capataz, la silueta conocida del Francisco, su compadre, su hermano. Francisco los conocía bien a todos, la clemencia no era patrimonio de esos hombres. La taba estaba echada: mala suerte, mala suerte para todos.
Paseó una mirada rápida por la cara de cada uno y no dudó; clavó las espuelas en el alazán y salió en desesperado galope para unirse a los dos jinetes.

 

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Aldo Ferrante

Planta Baja

Aquél día, el señor Bardoher salió de su oficina más temprano. No hubo preguntas de sus empleados porque no había empleados a su alrededor en ese instante. Fue un movimiento inesperado, un espasmo, un chasquido que mató la inercial rutina. El señor Bardoher no esperó el ascensor como era su costumbre. Cuando cerró la pesada puerta de roble ya se había visto bajando las escaleras de mármol. El antiguo edificio gritaba, como jamás lo había hecho antes, su pálida desnudez minimalista.
El señor Bardoher se acomodó la corbata en el descanso previo a la galería. Todos los descansos tenían espejos. El señor Bardoher, siempre esquivó a su propio encuentro, aquél día que terminaba aceptó mirarse.
Plomizo en la contemplación y parco en el rictus, el vuelto del primer espejo fue escrutador y el silencio lo empujó un piso más abajo. Vio al buen vendedor. El señor Bardoher se despojó del saco, luego de la corbata, los finos zapatos y después de la ansiedad. Otro piso más y rescató al mejor padre. Desabrochó los dos primeros botones de la camisa, escondió sus manos en los bolsillos del pantalón. Sonrió apenas. Cerca del último escalón cruzó al buen abuelo y le subió la hiel. Al final del recorrido se había alcanzado.
No hubo más distancia entre el señor Bardoher y un tal Bardoher. Ese tal Bardoher le dijo, vi desde el suelo cómo me veía, ahora no me vas a dar más la espalda. Y parados frente a frente con el alrededor deformado por la irregularidad imperceptible – y no tanto – de los espejos, se miraron desde el cabello a la uña del pie gordo con soberbia frialdad nórdica. Se miraron como un perfecto asesino.

 

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Norma Vinciguerra

Cielo e infierno

A Eliceo Fiernoni le gustan los desafíos, por eso no dudó en reproducir la intimidad del cementerio. Desde adentro de la capilla y a través del lente puede fotografiar la calle donde reposan los panteones, a los que la arcada sirve de marco como una pintura antigua. Frente a una de las tumbas la mujer de cabello lacio castaño oscuro, viste jean, zapatillas de lona y musculosa blanca, ropas que no concuerdan con los cinco grados Celsius que invita el invierno. Se trata de alguien muy joven. Le recuerda a su hija.
- ¿A quién venís a ver?
- A mi familia.
No se atreve a seguir con el interrogatorio. Pero ella rompe el silencio.
- Fui feliz hasta que mi mamá y mi papá murieron. Me adoptó un matrimonio con cuatro hijos. No me sentía querida. Creí que no significaba nada para ellos. Entonces conocí a Pedro Botero, él es mayor, bastante más. Nos escapamos y juntos entramos al infierno.
Mientras escucha la historia, el ojo inquieto de Eliceo se perturba con la mirada fija de un pájaro negro de cuello erguido posado sobre la cruz. Eso lo motiva a proyectar el objetivo en varias ocasiones antes seguir la conversación.
- ¿Y ahora con quién vivís?
No hay respuesta. Baja la máquina de fotos, voltea y la jovencita ya no está. Mira el reloj. Se le hace tarde. Diez minutos después de lo acordado se encuentra con el editor de la revista. Orgulloso muestra el trabajo guardado en su cámara digital. En la T.V. del bar interrumpe el anuncio, Último momento: Fue encontrado el cuerpo sin vida de la adolescente desaparecida el diez de enero, sus padres la reconocieron por el jean, las zapatillas de lona y la musculosa blanca, por ahora el único sospechoso sería su pareja…

ASterion - Marta Mutti

 

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Liliana Spaltro

Una musa para Lucas

Me voy a presentar, soy una Musa, la que por quedarme dormida, muchas veces no visito a los poetas; aquellos que con mi ayuda escriben versos rimados, o no.
Hace unos días, me puse mi mejor vestido, el transparente de gasa azulada y en un vuelo sobre el ala de una alondra, llegué a la casa de Lucas, ¡Un gran poeta!, que lo es convengamos, gracias a que frecuento esa casa desde hace 20 años.
Me gusta ir ahí, porque la música que escucha en su grabador (Beethoven, Vivaldi, Schubert, Chopin y otros) hace que me concentre mucho más y pueda pasarle letra. Como les decía, cuando llegué a su casa, lo noté un poco triste. Revoloteando me di cuenta que estaba solo (él era casado); pero por qué lloraba. Leí por arriba de su hombro derecho lo que estaba escribiendo ¡No era posible que fuera una poesía! ¡Cómo no me iba a esperar!
El papel decía “Mi amor, por qué te fuiste”; el punto era una lágrima. Pobre Lucas, estaba triste. Me dije: - Musa, este es el momento, hoy escribirá su mejor poema.
Me acerqué a su oreja y comencé a dictarle al oído. Muy pronto Lucas sería “El gran poeta” y yo, la humilde Musa, que le había dado la letra.

 

Último momento

Entré despacio, sin que nadie me viera. Me deslicé entre las patas de las mesas. Envolví un vaso de whisky y tomé un trago. Me senté displicente y observé y disfruté el beso largo y sensual de una pareja. Nunca antes había estado allí. Con sorpresa, me vi en la necesidad de estornudar repetidamente. No, por favor, ¡Ahora no! Fue inevitable.
La gente estaba desconcertada. Yo no paraba de estornudar. Todos comenzaron a correr.
A la mañana siguiente, pasé por el kiosco de diarios, la primera plana decía:
“ÚLTIMO MOMENTO, FANTASMAS EN UN BAR DE FLORES”

Asterion - Marta Rosa Mutti

 

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Olga Tasca

Sin decir ni ah…

La enfermera, entra al consultorio y le comenta al Dr. sobre la paciente que va a ingresar…. si ingresa

- ¿Pero qué ocurre?
- Varias veces vino al consultorio y se retiró antes de su turno.
- Si está, que pase.
- Buenos días señorita, tome asiento, ¿en qué puedo ayudarle?
- Buenos días Dr. No sé explicar mi presencia aquí.
- Dígame primero su nombre y edad.
- Mi nombre es Carmen y tengo dieciocho. Mi madre falleció en un accidente cuando yo era bebé. Me criaron y educaron unas tías. Tengo escuela secundaria incompleta. Mis tías fallecieron hace pues tres años, muerte dudosa, dijeron. Entonces dejé los estudios.
De chica era curiosa, desobediente. En casa había muchos libros y yo leía libros de anatomía. A pesar de los retos, leía para tratar de averiguar y reconocer algunos de los síntomas de mi organismo, pues sufría de muchos dolores, y hasta buscaba hierbas las mezclaba, preparaba infusiones y las bebía pretendiendo hallar la solución.
- ¿Cuáles son esos dolores?
- Me duele el abdomen, dolor de cabeza, náuseas, vómitos, durante varios días. Y desde hace dos años, fuerte dolor de cintura.
- ¿Y a sus tías que les pasó?
- Lo mismo doctor.
- ¿Cómo qué lo mismo?
- Claro, cuando ellas comenzaron con los síntomas, cansadas de que los remedios no les hicieran efecto, a mí me dio pena, bueno, entonces hice lo mismo.
- ¿Pero qué hizo?
- Lo de las infusiones. Pero se me fue la mano.
- ¿Qué quiere decir?
- Qué no sé si encontré la solución a los dolores. Las tías se fueron sin decir ni ah...

asterion - Marta Mutti

 

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Matías D’Angelo

El Concilio Pretérito

Para Lucía

El círculo estaba completo. En el centro, una esfera de niebla contenía la nueva forma.
- Olvidarán – dijo escamas violetas y pelo largo blanco.
- Les dejaremos remanentes –a seguró felina oscura -. Guías y rastros del origen. – A su lado, transparente y líquido asintió y miró la pirámide de luz que descansaba a varios metros.
Cánido giró hacia las montañas, escuchó el lejano murmullo del mar y sintió aromas desconocidos que anunciaban la transformación.
- Nuestros territorios ahora serán otros – dijo fluctuante azul, y lo tomó de la mano.
Cánido asintió, reprimiendo unos aullidos.
- Es el nuevo tiempo de la nueva forma – pronunció alas emplumadas.
- Está decidido, por unanimidad – felina oscura apuntó sus manos hacia la esfera blanca, y el resto la imitó. El orbe se elevó, alejándose de ellos hacia la costa.
- Casi – afirmaron en voz baja sombra y niebla, cuando el círculo se desarmó y sus integrantes entraron a la pirámide. Momentos después, ésta desapareció.
-Comencemos con nuestro plan –dijeron.

Matias D´Angelo

 

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Elba María Santos

Soledad

Estaba recostada en el sillón del living, absorta en mis pensamientos, cuando levanto la vista y me pongo a observar el rostro de la mujer del cuadro que colgaba de la pared. Era el rostro de una mujer que lucía inmensamente feliz, que había algo en sus ojos y en su sonrisa, que me hizo pensar en mi felicidad. ¿Qué era la felicidad? ¿Sería para mí haber conseguido un brillante título de abogada, ser exitosa en mi profesión, haber conseguido un buen nombre, tener poder económico?
¿Eso era para mí la felicidad? ¿Alguna vez había pensado yo en el amor de un hombre, un compañero de la vida, tener hijos, familia?
Me levanté del sillón donde estaba recostada, bastante deprimida por mis pensamientos pase frente al espejo, me vuelvo y me paro frente a él, la imagen que me devuelve, es la de una mujer bien parecida, con una figura perfecta. Me acerqué y contemplé mi rostro, mis ojos no tienen el brillo de la mujer del cuadro. Volví al sillón, tomé una revista y me puse a leer, un aviso destacado llama mi atención:
“Correo Sentimental”
Sin saber bien lo que hacía me puse a escribir a alguien al que solamente conocía el nombre. Fueron pasando los días, yo había olvidado el episodio de la carta. El sábado estaba tomando el té en el living, de mi confortable piso, que ya me está resultando demasiado grande y silencioso, cuando de repente sonó el timbre, era el portero que me acercaba la correspondencia, entre todas las cartas me llamó la atención una, por remitente. Con manos temblorosas la abro y el encabezamiento me hace estremecer, es una estrofa de un poema que habla de la necesidad de amar

“Necesidad de amar desesperada / Inquietud sin descanso ni sosiego
Que modera su ímpetu andariego / Solamente fugaz encrucijada”
Julia PrilutzkyFarny

A casi un mes de aquella carta, hoy como tantas veces paso frente al espejo me detengo me acerco, mis ojos ya no tiene la mirada triste y vacía, un brillo especial. La esperanza se ha apoderado de ellos.

Marta Mutti - Asterion

 

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Alicia Fortunato

A Tierra

Cierra los ojos, relaja su mente volando hacia algún lugar, cerca o lejano, no sé, disfruta pensar en algo grato, placentero, por qué no romántico. Vuela la imaginación, traspasa fronteras, expresando curiosidad, intriga y hasta temor. Un ruido estridente la vuelve a conectar a tierra. Abriendo sus grandes ojos negros corrobora que todo fue un ensueño.

 

Insomnio

Siendo las dos de la madrugada, decide caminar bajo el amenazante de nubarrones negros. El gato lo acompaña mientras camina taciturno poner más claros sus conceptos. Quedó cesante, el banco en rojo y sobrelleva el duelo de una reciente separación matrimonial. ¡Qué mañanita decisiva le espera! Reflexiona y un escozor lo remueve en su cama. La oscuridad de la habitación es cortada por la luminosidad intermitente. Uf, se dice, otra vez me quedé dormido con la televisión encendida. Aliviado suspira, su amada mujer dormita como una ninfa a su lado.


Marta Mutti - Asterion

 

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Silvia Santilli

Monólogo El amor y la locura

(Pre escena, la actriz sentada con un libro en su mano, mientras lo va leyendo hace las siguientes acotaciones)
Qué vida la de esta mujer, (pausa). Era hija de Reyes (hace la que lee), su padre Fernando VII su madre Isabel de Castilla, tercer hija de este matrimonio.
(Piensa y reflexiona). Se llamaba como mi abuela Juana, tenían cierto parecido, enigmática, pasional y rebelde.
(Exclamando) las dos se casaron a los dieciséis años, (pausa y gesticulando con la cabeza) a la pobre reina Juana la hicieron enganchar por conveniencias políticas con el hijo del emperador de Austria el Archiduque Felipe, (en otro tono de voz irónica) su apodo el hermoso, mujeriego y picaflor.
Mi abuela no se casó ni por conveniencia ni por una corona, el Nono tenía tres nombres Augusto José Noel el único hombre en ese pueblo vendedor de barras de hielo (con voz enérgica y orgullosa). Eso sí, las dos fueron mujeres amaban con tremenda pasión y anteponían sus sentimientos ante cualquier situación familiar o política, todo esto le valió a la reina el apodo de Juana la loca y a mi abuela el de atrevida.
Hasta en la descendencia coincidían de Juana y Felipe se destaca al Rey Carlos I de España, y las soberanas Leonor de Portugal y Francia, Isabel de Dinamarca, Catalina de Francia y María de los países Bajos y de mi abuela Juana con Augusto, se destaca el cafishio Enrique, Otilia Elena campeona de Canasta y Burako, Emilia Ester verdulera en el Mercado de Abasto, Yolanda Paulina tanguera y Doelia Alejandrina capitalista de quiniela.
(Sigue leyendo y exclama).
¡Qué desgraciados! como la hostigaron a la reina, primero su esposo, luego su padre (marcando con los dedos) y por último su hijo Carlos y así durante cuarenta y siete años permaneció en el encierro.
(Pausa y piensa).
Ahora que recuerdo, a mi Nona también la hostigaron, (piensa) sus hermanos Ernesto, Enriqueta y Elena, ella se reveló y se casó. Las víboras envidiosas quedaron para vestir santo.
(Sigue leyendo y se conmueve).
Pobrecita cuando muere su marido Felipe quien le hizo pasar las de Caín pues andaba con cuanta mina se presentaba, tuvieron que parar el entierro en plena noche por lugares feos e inhóspitos de España, para parir a su hija Catalina.Vaya coincidencia mi Nona iba a enterrar a su perra Chichi y en medio de la huerta entre lo choclos y la escarola nace Emilia Ester, años más tarde su vocación verdulera.
Las dos Juanas fueron mujeres pensantes, por eso las tildaban de locas y atrevidas, fueron deseosas de disfrutar de los placeres de la vida y se rebelaron ante las intrigas del poder y a la habladurías que se tejían a su alrededor. Si su gran pecado fue la locura del amor. ¡Qué viva la locura!

asterion - Marta Mutti

 

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Toribio Wansidler

Los pantanos

Me habían dicho que ingresar cincuenta metros en los pantanos podía equivaler a no regresar nunca, debería contratar a un baqueano.
Los pantanos, más de lo que parecen, tienen la atracción mágica de lo desconocido, de lo silencioso, lo peligroso, lo vegetal y virgen.
Es un continente que suma sobre sí, infinidad de invisibles territorios. Sobre el barro y en el agua y el barro movedizo, al que sólo un experimentado puede detectar a tiempo: El territorio vegetal. Todo lo tapiza, gracias a la feracidad de la tierra.
Hay una mítica historia, de que plantas de muy hermosas flores, adormecen de a poco a los que las huelen y en un momento quedan a sus pies, como tributo de nutrientes.
Sobre el vestido vegetal, se superponen el territorio de los animales, tantos como especies sean.
Ponzoñosos, carnívoros, acuáticos, y me han contado que en algunas islas, perros abandonados o perdidos habían regresado a su estado salvaje, formando jaurías, gobernados por una pareja dominante. En sí, el perro es carroñero, pero con hambre, no dudarían en cazar a un hombre.
De una manera en ese medio recuperás tu realidad de animal-presa. Nadie se ha enterado que eres el Rey de la Creación.
Así y todo también eres presa de la sociedad que te come de otro modo y con otros intereses. En el trabajo, ¡en lo político!, en la información, en el hogar…, en lo amoroso, sí, en lo amoroso. No por nada alguien escribía “Las mujeres y los pantanos, en algo nos parecemos”. ¿En algo? ¡No, son pantanos!
¡Tocaste no más, la fosa del pantano, y… fuiste, hermano!

Asterion - Marta Mutti

 

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María Del Carmen Cárdenas

Compañía

Después de una tarde de veredas rotas, soles raídos y lloviznas ácidas, mi cansancio te buscó. Volví a la casa vieja. Grande. Rejas que ponían distancia. ¿Vivirías aún allí?
Dos gatos negros como una noche sin luna, saltaron desde detrás de unos setos. Pensé: los gatos siempre permanecen en la casa que les da de comer. Supuse entonces que estarías.
Empujé los barrotes. Su herrumbre manchó mis dedos. Intenté limpiarme el ocre y recordé la nicotina que manchaba los tuyos y que yo pretendía borrar. Imposible.
Caminé sobre las lajas picaneadas por los años. Se notaba que no había mujer que las limpiara. Al fin estaba frente a la puerta de madera que supo ser una reliquia eclesiástica.
Cuando derrumbaron la gótica Catedral, pese al alarido de quienes nos oponíamos a la degradación de los tiempos venideros, tu oficio te permitió comprarlas a precio vil. Las instalaste en la entrada.
Imponentes. Macizas. Guardianes de Misas, de alfombras rojas que se desenrollaban según la dádiva del que se casaba o de féretros “redondos” con que competían los “ilustres” para enterrar a sus muertos, custodiaron nuestra residencia. Fuimos parte de una hipócrita élite pueblerina.
Miré alrededor. Era la única morada que guardaba cierta elegancia.
Abrí. Me pediste que conservara la llave. Aunque me hiciste culpable de la separación. Porque ya no quería ser tu bastón para todo servicio. Ni correrte con remedios y abrigos que te protegieran. Mientras yo me eclipsaba.
Cuando entré, dormías. Y tuve ganas de dormir con vos.
Me apretujé a tu lado. Tan bien estaba que el frío del mármol me ganó despacito.
Antes de apagar las luces, sonreí. Al final, no pude hacer más que acompañarte. Ahora yo también alimentaba a los gatos. Las ratas de la bóveda iban a engordar para su deleite.

Asterion - Marta Mutti

 

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Marta Rosa Mutti

Las horas

En el puente el frío del invierno se había disfrazado con el sol del mediodía. Hora del ángelus, aseguraron las campanas de una iglesia. Los ojos celestes de la mujer mostraron gratitud, bonhomía. Estaba sobre el mismo río de la primera cita, las aguas como el tiempo, eran otras. Ella llevaba dentro el oscuro silencio de aquella noche que la aturdía, la acosaba, pero ahora acabaría con él y sin salirse del libreto.
Abrió el bolso pequeño de terciopelo que por un momento le pareció una mariposa negra y afelpada. Era el mismo que había abrigado flores y hojas secas en tiempos de entrega, de piel y sabores. Sus dedos apartaron el pañuelo, un labial, y llegaron a las cuentas del rosario aferradas al frío metal en medio de la suave tela. Sin dejar de mirar el agua que corría por debajo del puente, tomó el arma y la dejó caer. Observó con tristeza como se iba también el rosario.
Se enderezó, un golpe de aire frío la hizo estremecerse. Recordó el roce de los labios de él sobre su cuerpo.
Regresó a la misma esquina bajo un cielo desprovisto de nubes. Eran las tres de la tarde. El sol mostraba una vereda limpia. Ella veía manchas de sangre. Elevó las manos como si rezara, o pidiera perdón. Curiosamente el sol dejó paso a la madrugada, o a aquella hora.
Él la esperaba como habían quedado. Ella llegó con la sombra y la mano conseguida por dinero. Los dejó solos. Se alejó lo necesario, quería asegurarse. Vio el destello. Escuchó el ruido y la corrida. Intentó consolar la culpa con un llanto sordo. Se dijo que los fantasmas no volvían. Había esperado el tiempo prudente para deshacerse del arma en el río. Pensar en esto la liberó de cierta angustia y soltó unas lágrimas.
Exhaló un poco de aire. Empezaba a sentirse liviana. Acercó la mano a su rostro para secar las lágrimas, pero el revólver que sujetaba se lo impidió. Otra vez lo dejó caer o creyó. Buscó el rosario en su bolso pero no lo encontró. Eran las tres de la hora del diablo y éste venía por su parte. Las campanas no tocaron.

Asterion - Marta Rosa Mutti

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Patricia Moltedo

Marta Mutti - Asterion

Intimidades de María y Luis

-Hola, soy... ¿Quién soy? Es la pregunta que se hace o se debería hacer todo el mundo. Pero yo me refiero a mí, qué sé yo. Siempre pierdo la cabeza, me muevo de aquí para allá. Luis, mi marido, dice que así, nos va a ir mal. Justo él, que no se interesa por nada. – A usted ¿le pasa lo mismo? ¿Su marido cómo es? Tanto es así que los vecinos se quejan, que no limpia el parque, que no le paga a la servidumbre, quiero decir a la señora que nos da una mano, que una vez por semana viene a casa. ¡Tengo tantas cosas que hacer! Además me aburro como loca, y algún amigo de la casa, me viene a entretener, eh quiero decir, nos entretenemos, nos entretiene, ¡Ah! En qué berenjenal me metí. Bueno, a eso se refiere Luis, nos va a traer problemas. A mí me gusta el teatro, las pelucas, el maquillaje, la ropa. ¿A qué mujer no?
Camino y esquivo personas que están en el piso, evito que mis exquisitos zapatitos tomen, en lo posible, contacto con ellos. ¡Ah! Me obligaron a venir a vivir aquí. Y ahora, a Antuan mi niño, le ha dado por decapitar lagartijas, le encanta ¡Puaj! La linfa circula por las escalinatas. Salpica al trono y a plebeyos. Mejor cambio de tema ¡qué horrible!
El jardín está hermoso, espero que la gente, el vulgo no lo rompa, nadie se fija en nada, no aprecian la belleza. Es una cuestión de cuna, allí se mama todo, se respira, se siente. Ésta gente se reproduce y no piensa, no piensa. ¡Bah! Pero a mi qué me importa, cada cual con su vida. Yo bastante tengo, a mi marido ni el mejor brujo lo arregla. ¡Qué ruido! Parecen martillazos, ¿Qué estarán arreglando? Me van a hacer rodar la cabeza. ¡Basta! ¡Ay! Pero estoy blanca de canas. ¡Estoy hermosa! Luis lo ha dicho siempre, aunque no ha sido suficiente. ¿Quién será? Afuera, se ve un ambiente gris, metal, piedra y argamasa, dentro todo es blanco y oro. ¡Vienen a buscarme! ¡A buscarnos! Una senda de sangre me muestra el camino. Un hombre, él me bajará la guadaña por última vez. Mi voz se pierde entre el adoquinado callejero francés, la piedra toma vuelo y mi largo cabello forma nubes en el cielo, desde acá se ve a la chusma, congregada y un individuo sostiene mi cara asombrada, que ha sacado del canasto. ¿Cómo no voy a estar asombrada?, nunca había salido de un canasto, sólo a través del cuello de un vestido. El cuello, oh, está con el cuerpo. ¿Y a cabeza? ¡Con el verdugo! Sospecho que algo anda mal, como dice Luís.

 

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Renée Rodríguez

El Cosmos y el Caos

Me pierdo en la fiesta del Cosmos, entre el equilibrio de los planetas y la gravedad de la esfera azul. Entre ese dios esparcido entre miles de partículas exactamente diseminadas para sustentar, intangiblemente, el Caos desalentador.
El Cosmos, la gran escalera que llega al confín. En sus descansos separa niveles en los cuales los idealistas agrupan, amorosamente, almas que ascienden, ángeles protectores, arcángeles mediadores, y sigue... hasta donde nuestra imaginación se pierde.
El Cosmos, la reunión de perfecciones en las que participan sus escudriñadores: Platón y Aristóteles; Kepler y Galileo, el elefante que en un mar de leche soporta el peso del Caos; Borges, que con atención escucha las digresiones de Einstein para luego recrearnos en su maravillosa literatura, que se me ocurre milenaria y perfecta.
El Cosmos, indescifrable, increíble, el que nos hace elevar los ojos y el pensamiento en busca de un mundo mejor, más justo y perfectible, pero lo hacemos desde el Caos, desde el hombre imperfecto e injusto, desde la orfandad en que nos sume la impotencia de no poder hacer nada por niños con hambre y abandono, ¡qué son tantos!, como las estrellas en el Cosmos.

Asterion - Marta Mutti

 

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Delia Olga Tomasi

Desventura

Todo vuela en pedazos. Calles de lodo, escombros, gente tirada, muertos o heridos. Un caos en medio de promesas salvadoras. Nada es real. Se encuentran en el ritual de la muerte: el horror y la miseria de la humanidad teñida de sangre y sometida a un idealismo oscuro, tan salvaje como irreal. La inocencia desaparece, fríamente, Un veneno va carcomiendo poco a poco y destruye lo bueno que hay en las almas.
Solo quedan vidas contaminadas de odio en medio de una situación caótica.
No alcanzan las lágrimas que se vierten para apagar el fuego que se proyecta en el medio de la nada. Por momentos llega una resignación que no se comprende, las palabras se niegan a explicar y convencer que todo ocurre por un futuro distinto.
¿Distinto a qué? ¿Se está viviendo porque sí, sin distinguir por qué se vive?
Logro salir dejando mis cavilaciones sin sentido pero temerosas, solo se me ocurre con dificultad balbucear apenas una oración. Quisiera no más párpados cerrados, pero sí pupilas encendidas y atentas. Quisiera no reptiles en las sombras y sí palomas y pájaros, anunciando esperanza de entendimiento. Quisiera pedir perdón, gritar y que se pongan de rodillas también los culpables. Quisiera que cuervos y buitres se devoren entre ellos en esta guerra. Quisiera al fin un hálito de pureza para librarnos de los hedores del infierno.
Quisiera que la crudeza de mis oraciones llegue al cielo, aceptando que sólo hay una justicia divina.

Asterion - Marta Mutti

 

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Carmen Florentín Cabrera

En Espera

Hace exactamente treinta años que me casé... todos esperaban la fiesta por las Bodas de Perla... y cual collar se rompió, en realidad desde el primer día, todo estaba roto. No hubo noche de bodas (porque me olvide el baby dolls y desnuda no me quería acostar) luna de miel... ni ahí, tres días me dieron en el trabajo. Los años fueron pasando de mal en peor, tuve dos hermosos retoños a los cuales les hacía creer que “La vida es bella”, para qué contarles la realidad, si ellos luego se casarían y vivirían su propia experiencia, pero una mañana me levanté, escuché a los Pimpinela y Lucía Galán gritaba... Primero yo, de ahora en adelante..., primero yo. Ya he sufrido bastante… y ahí se me prendió la lamparita y pedí el divorcio, claro, mi cónyuge no entendía nada. Le dije, creo que tu mamá te extraña es mejor que vivas con ella y un día se fue.
Ya separada, dije y ahora a empezar de nuevo. Me anoté en un gimnasio (pero no fui, porque no me gustan los deportes)
Me abrí mi Facebook, para buscar amigas, amistades antiguas, amistades nuevas... no importaba. El tema era llenar ese vacío existencial de los domingos a la tarde. Así fue que llegó un proyecto de amor entre mis brazos, pero no funcionó. El detalle era que vivía a tres mil kilómetros y se comió mis ahorros en los tres viajes que hice. Luego llegó otro proyecto que no tenía sentido del humor, no tenía paciencia, no tenía casa, no tenía auto y me dije... para pobre... estás vos.
Nunca faltan los consejos de las amigas. No te enamores, sin conocer a la madre. Como trata al mozo te tratará a vos. Nunca te entregues en la primera cita. No le hables de tu ex. No le preguntes el signo, queda mal. Fijate si tiene los zapatos lustrados, es limpio. Fijate si es generoso, buen padre, trabajador, cariñoso, fiel, leal, que tenga sentido del humor... paren chicas les dije, ¿y el romanticismo donde quedó?, no se olviden que estoy buscando al amor de mi vida y es una cuestión de piel...
Hoy a seis meses de estar “Sola” “Libre” “Feliz”, ya encarpeté cinco proyectos de amor, estoy estudiando dos proyectos que me llegaron nuevos y estoy haciendo TA-TE-TI... suerte para mí... espero festejar el año que viene, un año de amor con alguien y espero al amor, aunque no haya boda ...

 

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Beatriz Fernández Vila

Asterion - Marta Rosa Mutti

Un pacto con ella

Afuera, ella esperaba. Ansiosa como había estado en esos días. Desconfiada tal vez, por haber caído en la telaraña del jugador. Adentro, los parroquianos indolentes, se consumían en un truco manso.
Él entró, y con él, el soplo violento que los despertó del letargo. Instalado en la mesa, el naipe certero fue a parar a sus manos. En la primera vuelta lo dejó pasar, una y otra vez, lo dejó pasar. Hasta que la sustancia de esos hombres afloró plena y dispuesta a la partida.
Nadie sabe decir qué fue lo que propuso, qué ponía en juego. Pero al fin ganó la vuelta. Y se quedó adentro, en el espacio límbico, con la certeza de una noche más ganada a la suerte.
Afuera, ella se conformaba con el trueque. El perdedor la miró, y se dejó cubrir por el negro manto.

 

Fantasmas

Primero fue una voz que nadie escuchó; el alerta de la desgracia que despierta lejos, y le sucede a otros. Y más tarde en el umbral de nuestras vidas, el látigo incansable de la desdicha.
Las puertas cerradas, clausuradas las almas para el amor o el gesto solidario. Las manos áridas como esta tierra, y el corazón abierto sólo al miedo. Los ecos de unos pasos en tropel, en los primeros momentos de esta desgracia. Y después, el llanto apagado de las mujeres, y los hijos que quedan aún en pie
Cuando la peste se transformó en el único grito, ya era tarde.

 

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Luis Elorriaga

Concesión

Para que el pintor no este sostenido únicamente del pincel, por una vez, no le quitaron la escalera.

 

Boda

La novia creía en su boda. El novio dudaba. Las familias imaginaban una celebración sin parangón. De pronto ella apareció reclamando su lugar.

 

Inesperada ansiedad

- No puedo.
- Hace un esfuerzo.
- ¡No! No puedo.
- Falta tan poco y vas a renunciar ahora.
- Me resulta imposible continuar.
- A ver, como decirlo, tienes que atreverte, es por tu bien.
- Ya no soporto más esta situación, no se va a terminar nunca. Dicho esto tomó la valija, cruzó el amplio hall con rapidez. Ya en la calle camino despacio y sin temor. Sus días en el hospital comenzaban a ser historia.

 

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Christean Cabrejos

I Empapados

Libres pensamientos serpentean en tu patio, ese de paredes altas, suelo gris, ese dado de dudas. La ebullición sangra lluvia. No son 56 ni 57, ascienden a 100, 200, 300 las caídas... y forman ríos con celeridad entubados, por los que autovías de asfalto comunicacional, destiñen toda realidad ya desvelada. Guerras sin anuncio, pues de antaño no se dan treguas y desde los emporios, trincheras digitan su juego. Mientras tanto, Tumbas NN, sin tumbas, sin NN’s. Y cuando desaparece la orilla... el llanto es amordazado. Pago: el silencio. Triste el ocaso. Empapados.

II Músico

La música fuerte, tu cuerpo desnudo latente, me volvieron músico en tu piel.

Asterion - Marta Rosa Mutti

 

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Fernando Veglia

Inurimenyen

La ciudad de Inurimenyen fue la biblioteca más extraordinaria de la historia de los hombres. Numerosos edificios contenían libros de ciencia y arte, otros estaban destinados a la enseñanza, lectura, edición, comparación y a albergar miles de estudiantes, maestros y trabajadores. En su época de esplendor, con más de treinta millones de ejemplares provenientes de diversos rincones del planeta y atesorados por más de dos milenios, fue declarada capital mundial de la sabiduría y lugar neutral durante los conflictos bélicos. Sin embargo, nada quedó de la inigualable ciudad, sus muros fueron devorados por el rigor del tiempo.
Sólo el hálito de los escritos que custodiaba llegó hasta nosotros, bajo los misterios de la reminiscencia y las escasas evidencias arqueológicas que suponen su existencia. Al principio de los tiempos, Inurimenyen fue un precario asentamiento situado en el lecho de un río; supuestamente el primero de la historia. Sus habitantes desarrollaron técnicas agrícolas, domesticaron animales, conocieron la ganadería, la rueda y la escritura.
La prosperidad aumentó la población originaria, tribus de los cuatro puntos cardinales llegaron diariamente y otras ciudades, tomándola como ejemplo, crecieron a su alrededor. Naturalmente, forjó un gran imperio, culto y valeroso ejército. Atesoró, en la primera biblioteca, las tablillas de arcilla, papiros y pergaminos que la inmortalizarían como la fuente del saber antiguo y clásico.
El destino quiso que su larga dinastía de emperadores culminase en una cruel guerra, haciendo súbditos a los gobernantes y libres a los esclavos. Durante un largo tiempo, un manto de sombras descendió sobre las ciencias y las artes. A lo largo de los siglos, la ciudad fue asediada, invadida, destruida y reconstruida. La biblioteca corrió la misma suerte hasta que, después de muchos siglos, los líderes mundiales decidieron concentrar el saber en el lugar donde había nacido. La fama y el sufrimiento del pasado, revelado por antiguas lenguas impresas en tablillas, valieron el esplendor y la gloria futura. Inurimenyen renacía y el mundo la admiraba.
El hombre había atravesado la era agraria, industrial y atómica hasta alcanzar el máximo desarrollo tecnológico, cultural y espiritual en la era digital. La guerra, la desigualdad social y las enfermedades mortales no existían. Si bien las ciencias eran utilizadas en beneficio de la humanidad, jamás se pudo revertir el efecto invernadero, arrastrado desde la era industrial, ni predecir con exactitud los caprichos climáticos que causaría. La decadencia, la lucha sin sentido y el retorno al primitivismo, tuvo por testigo a Inurimenyen. Todo esfuerzo por evitar las emanaciones de gases invernadero y fomentar el uso de fuentes energéticas naturales fue en vano. Era demasiado tarde, la naturaleza tenía sus propios planes y los dirigentes sus propios caprichos e intereses.
Los océanos aumentaron su volumen gradualmente, sumergiendo a la mayoría de los territorios costeros e innumerables islas. Los climas tropicales y desérticos impusieron sus condiciones, malogrando cosechas y las economías de muchos países. Cientos de especies animales y vegetales perecieron. Las enfermedades tropicales se propagaron rápidamente, arrebatando millones de vidas. La temperatura promedio del planeta alcanzó los sesenta grados Celsius. Finalmente la guerra por los recursos naturales y la supervivencia estalló, acelerando el proceso de destrucción. Las naciones, las fronteras y las diferencias fueron desapareciendo gradualmente, ante el avance de un enemigo implacable y silencioso. Un enemigo que, provocado durante años, había desatado su furia y era capaz, en cuestión de segundos, de desalentar cualquier férrea voluntad, desbaratar osados planes y desmantelar enormes ejércitos.
Las grandes ciudades fueron reducidas a escombros o abandonadas. Miles de personas vagaron sin rumbo, escapando del calor y buscando algo que comer; la mayoría perecía a manos del clima o de otros grupos desesperados. En algunos lugares del planeta el hombre adoptó hábitos nocturnos. La humanidad entera estaba siendo humillada y ultrajada y, en cierto modo, la naturaleza vengada. Los hombres y mujeres de Inurimenyen, ante el caos, abandonaron la ciudad jurando conservar y transmitir sus conocimientos de generación en generación. El paso del tiempo y la crudeza de la vida cotidiana deshicieron la tecnología y los libros que protegían. Debieron reescribir lo que recordaban de manera rudimentaria y, en la mayoría de los casos, confiar en la tradición oral. La tarea, aunque pareciese inútil, era realizada como un acto sagrado.
Durante siglos, fueron un pueblo nómada, conformándose con sobrevivir y recordar que descendían de una casta de sabios. Cuando la tierra comenzó a enfriarse naturalmente, eliminando los gases invernadero, decidieron detenerse cerca de un río. Nuestra historia antigua los llamó sumerios; fundaron los asentamientos de Uruk, Ur, Nippur, Adab, Eridú, Lagash y quizás, sin proponérselo, cumplieron con el juramento de los hijos de Inurimenyen.

Asterion - Marta Rosa Mutti

 

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Dolores Fernández

Sueños y Vigilia

- Pide otra fecha, quiero acompañarte es un barrio alejado. - No, fue un milagro conseguirla.
Las veredas estrechas, las calles valladas. Tranquila, vas a tropezar con esos tacones. Casas que se desvanecen entre enredaderas taciturnas, puertas misteriosas, llamadores mutilados. Qué extraño, los árboles desnudos en plena primavera. Madame Laquesis-Novias.
No tiembles, yo te acompaño como siempre.
- Deja de taladrarme la cabeza, estoy enloqueciendo, ataque de pánico, dudas. - ¿No sabes que hay novias que pierden el cabello?
- Claro, tu peinadora es psicoanalista. Si pedís consejo al cura te dirá que por mi culpa necesitas un exorcismo.
- Qué va a decir esta mujer, cuando te vea abrazada a tu revista francesa, que nadie ha visto, ni tu madre.
- Llama, no temas, es solo una manito de bronce. No puedes perder la entrevista, se esfumaría la ceremonia, la fiesta, el viaje. Hernán tiene que presentarse a su nuevo trabajo. La distancia y el amor no hacen pareja.
- Las novias, mueren por los vestidos de Madame. ¿Escuchas sus pasos?
Alta y magra, con los labios apretados como sujetando palabras. Vas detrás de ella abrazando imágenes llegadas de París.
Yo estoy aquí, invisible a los ojos de ella, acompañándote.
- Este es el modelo. Lo señalas temblorosa, no reaccionas cuando su mano huesuda lo descarta.
- Lloras, prendida la mirada en las mariposas capturadas en vuelo que se resisten a los plateados alfileres que Madame, sujeta en sus labios oscuros.
Desnuda, inmóvil frente el espejo. Te envuelve en sedas doradas. Soñabas con azahares y satén blanco.
Estas allí, dorada, moviendo las alas, hasta que el alfiler te traspasa, te aquieta. A tu izquierda, con alas azules, está Camelia, la que te recomendó a la modista. Con el último aleteo te preguntas...

 

Asterion Letrario - Marta Rosa Mutti

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María Leone

Tinta alucinante

Compré una edición económica ¿para qué más? La arena, las cremas, arruinarían algo mejor. Largo rato de lectura y las manos entintadas de varios colores. Arranqué con furia la tapa ordinaria y al cesto fue a parar. Las piernas que apoyé, también quedaron pintadas. Ducha, jabón, esponja, no lograron borrar los rastros. El sueño, llamó en el momento oportuno y partí a un mundo de dos soles y dos lunas. Flotando en el aire intenté sostenerme de una estrella. Caída sobre la arena me arrastré buscando saciar la sed. El salitre del agua se rió en mi cara y logró aumentarla. Cerca, al alcance de la mano descubrí un plato lleno de frutas. Las devoré cada una y todas juntas. Tanto dulzor, además de placer me llevó a una ensoñación hermosa. Viajé por todos los mares. Conocí las siete maravillas del mundo. Rodé sin lastimarme, volé sin aletear. Atrapé mil aviones y me estrellé en otras tantas montañas. En un momento, que supongo de lucidez, miro mis manos manchadas y pienso que la tinta debe estar envenenada, eso explicaría mi proceder. La sed vuelve redoblada, cuando en la escalinata del templo veo una gran pecera. Allí debo llegar. Un sol arrasa con sus rayos, el otro se le acerca. Van a colisionar. El mundo va a estallar en mil bolas de fuego. Mientras me apuro en llegar, veo que los peces me miran espantados. Estoy ardiendo y no me importa lo que sienten. En el recipiente me zambullo. La nube de humo que se forma se lleva los animales vaya a saber dónde. Mientras me enfrío, me tranquilizo. Veo la puesta lunar. Van una al lado de la otra, saludándome al pasar. Vuelvo a mirar las manos y me pregunto ¿esto es realidad o es otra elucubración de Morel**? Pasan los días y la tapa sigue en el canasto, en la playa.

** La invención de Morel de Adolfo Bioy Casares

Asterion letrario - Marta Rosa Mutti

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Adolfo Velázquez

Ni los perros

¡Qué hacés acá, viejo!... le digo… ¡qué hacés acá viejo de mierda!, le grito de nuevo…
El viejo está agarrado de lo que queda de un marco de puerta, y con la otra mano apoyado en una mesada. Tan sucio como su poca ropa, doblado y muerto de miedo, no me mira, su mirada está fija en el piso delante de él.
Resopla dificultoso,… un líquido negro baja por sus flacos tobillos a sus pies descalzos, y se desparrama a su alrededor. Está enfermo. Como todos en estos tiempos.
Estamos en lo que fue un patio de esos viejos conventillos, donde vivían varias familias. Semidestruido, como todos los lugares en kilómetros a la redonda, por culpa de la guerra grande.
Verifico que no haya más de estos parias en los alrededores, a veces se mueven juntos. No hay nadie. Si estaba con otros, lo abandonaron con mi llegada.
Veo en un rincón, lo que queda de un sistema de desagüe para juntar agua de lluvia, un tambor lleno de líquido estancado, y un balde de lata.
Dejo mi arma, cargo el balde y me acerco a dos metros del viejo, y le zampo un baldazo. Se contrae, y queda agarrado del marco. Cargo otro, le apunto al pecho y le tiro con todo. Trastabilla y cae de costado hacia atrás, entre escombros. Cargo un último balde y se lo arrojo desde lejos con bronca. Queda bufando, medio ahogado. Nunca emitió palabra.
Tomo mi rifle y salgo con cuidado. Ya en la calle, el paisaje sigue igual de desolado como cuando llegué. Camino un poco, un cartel me indica que estoy en Parque Patricios, en lo que queda de la ciudad que fue Buenos Aires. Me vienen cosas que me contaba mi abuelo de niño. Reprimo pronto el recuerdo. Conecto mi radio, y digo: “Base, base, acá rastreador 17. Cuadrilla B8, revisada sin novedad, no hay nada”. Me dicen “¿nada ni nadie para reportar?” “Nada base, ni los perros han quedado”.

Corre la hambruna, nos mandan a buscar todo lo que ande por ahí, entre las ruinas. Muchos siguen refugiados. No se reportan ni se adaptan al nuevo régimen. Los capturamos y los entregamos. Los vacunan, y mueren. Luego los meten en unas máquinas. Aprovechan lo que les queda de carne y huesos, pobres infelices. Hasta las vísceras aprovechan. No sé que hacen con eso, no me importa.

Recién se habían estabilizado los primeros sobrevivientes, y organizado las autoridades, cuando vino la peste negra. Caos y desesperación otra vez. Murió la mitad. Dicen, fue un contagio. El primer muerto fue un rastreador.

 

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Víctor Del Duca

Una breve historia

Hoy contaré la historia que justifica mi pasado, porque un brebaje heterodoxo desdibuja en mis labios una breve sonrisa de origen gutural. Nadie más que yo es capaz de resistir semejante ahínco. El tiempo ha reducido mis expectativas de vida y el sol, lejos de ser estrella, se empeña en seguir iluminando el demacrado semblante de mi simétrica embriaguez. Los colmillos de Mefistófeles traducen a los cuatro vientos falsas expectativas, sometiendo al destino a un oxímoron dantesco.
No es Fausto quien se asoma a la ventana, ni es Dios quien articula mi erógena pulsión. Un cruzado heresiarca, empeñado en seguir su rumbo, juega a la rayuela y rubrica sobre mi frente una bermeja antorcha de luces dilapidadas. El pozo es profundo, ocres dientes son la acuarela de un artificio ingratamente popular. Chorros de sangre magenta son el dinero. Pronto, como caído del cielo, arriba a mi estocada una lírica saeta condicionada por el testuz de un puñal emancipado.
El fuego fatuo de la razón poco se compara con mi cínica estulticia. Solo el morbo es capaz de someter a la manzana podrida al abandono, por lo tanto solo el morbo es capaz de aglutinar en mi decencia pétalos heridos al azar.
Quieto y hacia un extremo del vocabulario se halla la ficción, tan lúdica que da miedo reírse. Porque tanto la rotación como la traslación son breves espejismos que el hombre dibuja y desdibuja, para hallar finalmente cobijo en la retórica ancestral del cosmos. Te recuerdo silencio entre mis manos, tan ético y fatal, como la espuma que brota del saber humano. Porque ya no son ni Mefistófeles ni Fausto los mercaderes del renglón, porque ya no son las etnias los flujos de mi aprendizaje. Hoy contaré una historia que justifica mi pasado.

 

Asterion Letrario - Marta Rosa Mutti

 

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