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ESPIRALES DE LA FICCIÓN

 

Por Marta Rosa Mutti

 

 

Diez razones para escribir, por Roland Barthes

Roland Barthes

No siendo escribir una actividad normativa ni científica, no puedo decir por qué ni para qué se escribe. Solamente puedo enumerar las razones por las cuales creo que escribo:
1) por una necesidad de placer que, como es sabido, guarda relación con el encanto erótico;

2) porque la escritura descentra el habla, el individuo, la persona, realiza un trabajo cuyo origen es indiscernible;

3) para poner en práctica un "don", satisfacer una actividad distintiva, producir una diferencia;

4) para ser reconocido, gratificado, amado, discutido, confirmado;

5) para cumplir cometidos ideológicos o contra-ideológicos;

6) para obedecer las órdenes terminantes de una tipología secreta, de una distribución combatiente, de una evaluación permanente;

7) para satisfacer a amigos e irritar a enemigos;

8) para contribuir a agrietar el sistema simbólico de nuestra sociedad;

9) para producir sentidos nuevos, es decir, fuerzas nuevas, apoderarse de las cosas de una manera nueva, socavar y cambiar la subyugación de los sentidos;

10) finalmente, y tal como resulta de la multiplicidad y la contradicción deliberadas de estas razones, para desbaratar la idea, el ídolo, el fetiche de la Determinación Única, de la Causa (causalidad y "causa noble"), y acreditar así el valor superior de una actividad pluralista, sin causalidad, finalidad ni generalidad, como lo es el texto mismo.

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Roland Barthes, "Diez razones para escribir" En: Variaciones sobre la escritura. Trad.: Erique Folsch González. (Buenos Aires: Paidós, 2002) 41-42

 

 

Intermitencias

 

Cuentos  que desacralizan el orden natural del hombre y sus circunstancias  revelan  con aviesa intención que las  ideas y pasiones no se explican, sino se viven. Miradas y variaciones  van y vienen; subyugan los sentidos  y los someten a una evaluación permanente, ágil y directa. Intermitencias que sorprenden.   
Escribir, pintar, componer música, tallar entre otros aspectos creativos lleva como sujeto tácito al impulso de llevar la concepción propia que se tiene del mundo y a todos los individuos que nos componen a quienes no podemos dar cauce ni causa de modo simultáneo.  Cuando se escribe hay un deseo impredecible de compartir y mostrar esta  experiencia.  Los cuentos y relatos que componen Intermitencias corren por las aguas de la multiplicidad porque nos apartan de las cosas tal y como se entiende qué son, para colocarnos frente a sus variaciones.
Con ingenio, con el impulso impensado, quizás de los autores de cada texto, las palabras nos permiten abrirnos al placer y al impacto de su significación y su sonido. La prosa y el ritmo de los relatos no quedan fuera del juega sino que buscan mostrar una lectura valiosa  que no debe perderse.
Seguir las lecturas que habitan dentro estas páginas nos permitirá para nuestra secreta fabulación: ser otros y también por qué no, desde la construcción que cada lector haga de los cuentos, decidir sobre otros, manejar alternativas, crear rupturas, alianzas, en fin abrir una dimensión a la que nos permitiremos llamar, Intermitencias.
El espacio de este libro lleva una carga precisa donde los motivos, hijos de los impulsos,  fluctúan desde las miradas de los escritores gestantes,  y pido autorización para tal calificación, porque a mi entender cada cuento – relato compone una gesta, una lucha comprometida, en la que se camina y explora los campos de la razón,  las medidas inconmensurables de la imaginación no exenta de cierta alienación casi cómplice. Y volviendo al contenido de la obra y su espacio actor y actuante,  resta decir que es una contienda exquisita donde batallan nombres, sueños, nostalgia. Labios, pasos, esperas, payasos, veredas, arabescos, quimeras , amor. Historias profundas o frugales flotando en un mar de tinta…apenas  esperando para ser rescatada, descubierta.

Puede verse ahora cómo estos varios impulsos luchan unos contra otros y cómo fluctúan de una persona a otra y de una a otra época.

 

 

 

Razones para escribir (algunas) y sus consecuencias

Noemí G. Sabugal

¿Por qué escribimos? ¿Por qué nos metemos en el lío de ser escritores? Muchos son los autores que han pensado o divagado sobre esto. En mi caso añadiría otra pregunta: el por qué se lee; ya que, creo yo, los motivos por los que se lee y se escribe son básicamente los mismos. Aunque, si bien se puede ser lector voraz sin escribir, no concibo yo a un escritor que no tenga la lectura como una de sus obsesiones -y placeres- esenciales.

Los motivos que pueden llevarnos a semejante locura son muchos, pero uno principal es el cansancio de uno mismo. Porque, sí, aquí estamos, con nuestros familiares y amigos, en nuestras casas que conocemos hasta el último rincón (según nuestro ahínco en la limpieza, claro) y nuestros acuciantes problemas; pero, más allá de todo esto, dentro del libro y la escritura, podemos ser -afortunadamente- otros. Vivir otras vidas es una liberación, qué duda cabe, un alivio para una realidad que sentimos demasiado rígida, sin tantos senderos posibles como nos gustaría.

Ser otros y, no menos importante, decidir sobre otros. Convertirnos, como escritores, en los creadores de nuestro propio mundo. Ajustar cuentas, rendir honores, ser crueles e inhumanos, hundir o encumbrar a personajes miserables, regodearnos en la belleza o en la obscenidad, ser justos o no sin temor a la cárcel o al asesinato -aunque esta circunstancia no siempre se produce, ¡cuidado!-.

Y, sin embargo, este juego de simulación no tiene nada de superficial, ya que me resulta difícil plantearme la tarea de la escritura sin compromiso, sea éste del tipo que sea. Los parnasianos y modernistas, que hablaban del arte por el arte, no estaban menos comprometidos que los escritores realistas y naturalistas, que aspiraban a cambiar la sociedad enfrentándola a sus más reprobables vicios. En todo caso el objeto de compromiso era distinto, nada más. Lo que me lleva a una cuestión paralela: el compromiso del escritor con lo que hace, que considero directamente relacionado con el nivel de dolor y ansiedad que está dispuesto a afrontar. Porque escribir duele, es un gozoso acto de masoquismo. Duele por muchas razones. La primera porque supone enfrentarte a tus frustraciones y demostrarte cada día, en cada página, que eres capaz de crear algo bueno o fracasar de forma miserable.

Duele traspasar tus límites, ser honesto con lo que haces, vivir la incertidumbre de si arrojar o no a la papelera lo que tanto te ha costado tanto crear. Este es un dilema al que todo escritor debe enfrentarse. No somos dioses, aunque lo pretendamos, y la perfección es -como todo en esta vida- una cuestión sujeta a la opinión y al gusto -de ahí los vaivenes en el trabajo de la crítica y las obsesiones pirómanas de muchos escritores respecto a su propio trabajo-.

El decisivo momento de destruir lo hecho o defenderlo ante el mundo es siempre delicado y muchas veces el escritor se equivoca incluso en esto (¡cuánto papel se hubiera ahorrado sin la innecesaria publicación de obras olvidables!). Pero si lo escrito sobrevive, si llega a ser leído y sus personajes permanecen en la memoria como seres a los que se ha conocido y comprendido, lo narrado como experiencias vividas verdaderamente, entonces se ha obrado el milagro. Ahí nace la literatura.

 

Lista de libros

Elaborar una lista de libros, los que más nos han gustado o aquellos cuya lectura consideramos imprescindible, es siempre un acto de injusticia. El principal motivo es el desconocimiento de aquellos autores que aún nos quedan por leer -que por desgracia son siempre muchos para el tiempo limitado que estamos en esta fiesta- y, sobre todo, lo insatisfactorio de cualquier selección, de la que se pueden caer autores tan importantes como los que permanecen, pero a los que se margina por pura necesidad, conscientes de que una labor de estas características es por fuerza caníbal y existe la obligación de que unos libros devoren a otros.

Además de estas dos razones aportadas por la Fiscalía Anti-creación-de-listas, lamentaré una tercera que hace peliaguda la cuestión, aplicable en concreto a mi propio inventario: el mimetismo. ¿Porque creen ustedes de veras que yo querría escribir algo que hubiera puesto algún otro por ahí? Ni borracha. Pero no hay remedio, ya que sería muy distinto que la petición fuera elaborar una lista de libros, digamos, a descubrir, que una lista de libros que nuestro asesino nos permitiría releer antes de darnos pasaporte. Es decir; ¿puede alguien negar que La Regenta o Madame Bovary están entre las mejores obras de la literatura? Tal vez sí, alguien se atreva. ¿Pero podría usted rebatir que Clarín o Flaubert fueron escritores excepcionales? Y para los locos que aún alberguen dudas: ¿creen de verdad imprescindible leer todas las últimas y publicitadas novedades editoriales antes de haber disfrutado de obras tan singulares como La conjura de los necios de Toole o las inquietantes distopías de Philip K. Dick y Ray Bradbury?

1. La Regenta- Leopoldo Alas "Clarín": Una obra fundamental y un retrato social valiente y sin concesiones de uno de nuestros mejores escritores, junto con Galdós.

2. Cien Años de Soledad- Gabriel García Márquez: Este libro es un referente de las obras de mis admirados escritores hispanoamericanos. Junto a Márquez me parecen esenciales Rulfo y Borges.

3. Madame Bovary- Gustave Flaubert. Un texto y un autor imprescindibles.

4. Lolita- Vladimir Nabokov. Esta es una de las novelas cuyos personajes me han atrapado con más fuerza.

5. El americano impasible- Graham Greene. Creo que el británico es uno de los escritores que mejor conjuga la creación de personajes con la elaboración de tramas.

6. El largo adiós- Raymond Chandler. Junto con Hammett, básico del género negro, uno de mis autores favoritos.

7. La vida es sueño- Calderón de la Barca. El teatro está hecho para ser representado, sin duda, pero recomiendo su lectura como un entretenimiento a descubrir por muchos. Lo mejor: los autores de nuestro Siglo de Oro y Shakespeare.

8. La voz a ti debida - Pedro Salinas. Uno de mis libros favoritos de la talentosa generación de poetas del 27, la Edad de Plata de nuestra literatura. Junto con Lorca y Cernuda, el que más me gusta.

9. El Conde de Montecristo - Alejandro Dumas. Es una obra que hay que leer, bajo pena de destierro.

 

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Noemí G. Sabugal: Nació en la localidad leonesa de Santa Lucía de Gordón en 1979. Tras licenciarse en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid, desarrolló su trabajo en diferentes medios de comunicación, como el diario El Mundo, El Mundo-La Crónica de León, el semanario Interviú y los servicios informativos de la cadena Ser.

Tras conseguir el Premio de Periodismo de Castilla y León Francisco de Cossío, modalidad de prensa, por su reportaje "De cruce de caminos a cruce de cultura", sobre la inmigración en un barrio de la capital leonesa, ha dado el salto a la literatura. En 2009 consiguió ser finalista de la XI edición del Premio de Novela Fernando Quiñones con su novela El asesinato de Sócrates, una historia que combina intriga policial y retrato social en un entorno tan cotidiano como desconocido.

 

 

 

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