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Apuntes literarios

La independencia del escritor

la independencia del escritor

José María Calvo

Lejos de desestimar elementos y recursos lingüísticos, pedestal que escapa a mi pobre entendimiento, comenzaré por realzar el valor del autor, su mensaje y la relación con el lector antes que cualquier herramienta. ¿El motivo de tal desvinculación? Pronto lo veremos.
Cualquier obra sucede a una idea, idea que por sí sola es banal y efímera como lo es la palabra al no tener receptor. Ante este escollo narrativo surgen dos figuras: el lector y la codificación que se le va a dar a la idea para que sea transmisible. El autor debe, siempre que exista un interés artístico autentico, abocarse a la difícil tarea de transformar un objeto abstracto (su pensamiento) en un conjunto narrativo lo suficientemente claro para captar la atención del público y mantenerlo a lo largo del relato. Parte de ello, una pequeña porción vale la aclaración, se logra con la idea fundacional y el resto, el gran mérito del escritor, con la capacidad constructiva.

La idea

Recuerdo que de adolescente solía participar con mis compañeros de clases en delirantes debates filosóficos sobre las películas de terror. Fue así como cierto día, después de que pasaran “Anaconda” por televisión, dimos con la necesidad de inventar un monstruo nuevo, algo que escapara a cualquier esquema lógico y convencional. La premisa que dio origen a ese debate fue el siguiente: Si ocupáramos el lugar de Dios antes de la creación, ¿se nos hubiera ocurrido crear un ser tan excepcional como una víbora, un pulpo o una araña? Dicho con otras palabras y dejando la religión de lado, ¿es nuestra imaginación capaz de crear algo original?
La respuesta inmediata fue un sí, y minutos más tarde, duda y un no.
Aquel día llegamos a la triste conclusión de que no había nada nuevo bajo el sol. Todas las películas y libros que habíamos analizado confirmaban la regla. Para darles un ejemplo, la novela “Cementerio de animales”, de Stephen King, donde los muertos volvían a la vida si se los enterraba en cierto lugar, era una mera variación de los famosos zombis o muertos vivos, y el único condimento nuevo consistía en la forma en que lo hacían.
Ahora bien ¿Cuál es el significado de tal revelación? Ninguno. Que Abraham Stoker haya inmortalizado a los vampiros en su obra más reconocida, Drácula, en 1897 no impidió que Stephenie Meyer escribiera, y con mucho éxito, la novela Crepúsculo (Twiligth) en el 2005; las veinticinco millones de copias vendidas de este último demuestran que una vuelta de tuerca bien hecha puede imprimirle a un mismo tema muchísimo valor.
Y es que escribir se trata de eso, de narrar; no existen fórmulas secretas, ni un tema mágico que hipnotice a los lectores. El valor de un autor no se determina por la temática que aborde, sino por cómo lo hace. Son sus aptitudes a la hora de plasmar la situación y la forma en que sus personajes se relacionarán en torno a ella.
Esta reflexión me lleva en primera instancia, a agradecer que así sea; caso contrario no tendríamos qué escribir. Y en un segundo orden, a explicar porqué elegí el término “situación” como el eje básico de una narración. La diferencia entre situación e historia radica en la aglutinación de una por parte de la otra. Son muchos los escritores que parten de la primera y dejan que los hechos y personajes se sucedan con cierta libertad, algo como colocar los ingredientes en un bol, batir, probar y seguir modificando, de esa manera se obtiene un relato dinámico e imprevisto; lo que en su conjunto conformará la historia propiamente dicha. Aunque cueste creerlo, los sentimientos, pensamientos y acciones de los actores hacen de escribir un constante monitoreo de la concepción original y su devenir hacia cambios orgánicos.

Construcción

La independencia del escritor

Al componer un texto literario, el escritor hace uso del lenguaje despertando el interés artístico del lector al tiempo que recrea en él, impresiones emocionales propias de los personajes y situaciones que describe. Para que dicho mecanismo sea efectivo deben garantizarse ciertas pautas básicas de expresión, que sumadas a recursos estilísticos propios, exaltarán la belleza estética de la obra.
Muy consciente de mi falta de formación a la hora de explicar cómo escribir, intentaré abordar su contrapartida: los errores. Y puedo hacerlo ya que ellos estuvieron, están y seguirán estando a la orden del día; cualquier escritor con algo de autocrítica me apoyará.
Una de las primeras falencias a la hora de escribir es el abuso de vocabulario. Emplear palabras inapropiadas por temor a otras de uso más común da por resultado un texto inaccesible, y por lo tanto, propenso a ser abandonado. No hay un modo estricto sobre cómo presentar un tema, y he aquí lo hermoso de la disciplina, pero una lectura de rápida asimilación da por sentado que el lector comprenderá el atractivo y seguirá adelante. Algo similar sucede con los diálogos. Al ser la voz la que termina por redondear la vida de los personajes, ésta debe ser lo más realista posible.
Otra regla de oro para componer personajes es la siguiente: no contar nada que no se pueda mostrar. De esa manera uno crea una perspectiva de lo que intenta transmitir y deja que el lector haga el resto, logrando así el juego de la identificación. Ejemplo:
–Que va’ a acevo’ –replicó el niño limpiándose los mocos.
(Como ven, explicar que el hablante es un niño analfabeto que se crió en la calle y tiene cierta prepotencia, sería redundante y completamente innecesario)
Dentro de los errores más frecuentes cabe citar la multiplicidad de adverbios; sin ir más lejos el párrafo anterior contiene uno, la oración “...redundante y completamente innecesario…” funcionaría de igual manera quitando el “completamente”. Y también evitar que el sujeto pasivo realice las acciones, ya que su uso dilata el ritmo narrativo y recrea un ambiente periodístico neto. “La zona fue acordonada por Juan” no tiene atractivo, mientras que “Juan acordonó la zona” nos traslada a un punto donde esperamos más acciones por parte del protagonista.

Lo escrito hasta ahora es poco y sin embargo me obliga a detenerme. La distinción que intenté hacer en un comienzo se deshizo bajo mis dedos de manera que ni siquiera se advirtió. Tal resultado nace de la imposibilidad de separar el arte de escribir de su coyuntura gramatical.
La independencia de un escritor no elude a dicha dicotomía. Mientras su ingenio y audacia bañan su mundo de libertad su pluma se regirá por observaciones lingüísticas que, de forma inconsciente, encontrará, analizará y salvará, sometiéndose él, tanto como su obra, a un constante perfeccionamiento, encrucijada donde a veces pedir ayuda es un recurso valioso, y la mano de un buen corrector puede ser determinante.


 

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