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Dejemos hablar a la poesía mística

Ana María Pérez Arce

Cómo decir lo innombrable. Cómo acercarse a aquellas orillas esquivas, aunque solo sea para deleitarse en sus perfumes, y saborear en la copa vacía la reminiscencia de sus licores.
Para referirnos a esta poesía recurrimos a la evocación, a la figura literaria.
Por la temeridad de esta aventura, el poeta, sea cual fuere su vivencia de Dios, se ve forzado a transitar por el símbolo, la alegoría, la metáfora, el oxímoron, para emprender tan deliciosos acercamientos.
El lector toma de igual modo estos legados y los convierte en intimidad gozosa. Autor y lector aceptan la invitación de lo trascendente como un seguro plan de arribo o de retorno.
Puede entenderse en esta poesía una forma de oración unitiva, o más bien un intento de ser uno con el Creador, con el Ser Superior.
Un estar con los ojos en la eternidad -al decir de San Agustín- aquí, en esta dimensión de opuestos, de ambivalencias e incompletudes, de ascensos y caídas, de fracasos y saltos cualitativos. Un lugar para trascendernos, un vivir desprendidos.
La poesía, dentro del marco espiritual de referencia, se apropia de este misterio y entra por las vibraciones de lo estético.
A pesar de las singularidades, los autores de diferentes tiempos y culturas, expresan profundas coincidencias. Aguardan el mismo destino, mientras atraviesan desérticas tinieblas -noche oscura del alma-. Realidad poética que describe una dulce y tormentosa caricia del espíritu.
Como vemos, la poesía mística, distanciada de la lógica y de las leyes de la razón, entra en el espacio sagrado -inclusivo- de la experiencia de Dios.

Así hablan los poetas místicos:

No hay bondad en un amor, si la Razón gobierna, afirma Ibn Arabi, poeta árabe hispano de la Edad Media.

Transforma tu cuerpo entero en visión, hazte mirada, expresa el gran poeta sufí, Rumi (Afganistán, siglo XIII).

Autores cristianos, como San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús (ambos españoles del siglo XVI) comparten estos símbolos, y abordan en sus versos la hondura y la soledad, en la espera del encuentro unitivo con Dios.
Entréme donde no supe / y quedéme no sabiendo / toda ciencia trascendiendo (San Juan de la Cruz).
En esta desnudez halla el espíritu / su quietud y descanso (id.)
Sea mi gozo en el llanto / sobresalto mi reposo, / mi sosiego doloroso / y mi bonanza el quebranto (Santa Teresa).

Las paradojas que acercan lo sensible a lo intangible, todas ellas remiten a una experiencia de plenitud.
Dentro de su natural hermetismo, la mística ha creado una poética que sobrevive-un clásico-, porque siempre resuena y halla recepción.

 

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