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Violeta Parra, una búsqueda

Silvia Santilli

Para olvidarme de ti
voy a cultivar la tierra,
en ella espero encontrar
remedio para mis penas.
Aquí plantaré el rosal
de las espinas más gruesas,
tendré lista la corona
para cuando en mí te mueras.

Del poema... La Jardinera

En una fértil región de Chile entre el Pacifico y la Cordillera, nace una artista, Violeta Parra, (1917- 1967). Aprendió sola a tocar la guitarra cuando tenía nueve años, no supo nunca del contrapunto sino de la melodía que brota del alma. Ha dejado huellas en sus seguidores por su sencillez, hablar con franqueza del folklore, su pasión por lo autóctono y el deseo de ayudar a los demás para que interpreten y entiendan su música lo mejor posible.
Su aporte artístico y musical es considerado en su país de gran valor y trascendencia sirviendo de inspiración a muchos artistas abocados a la tarea de rescatar la música del campo Chileno y las manifestaciones constituyentes del folklore de América Latina.
Por su investigación folclórica, en 1954 se hizo acreedora al premio Caupolicán Quepolicán (del mapudungun, literalmente ‘pedernal pulido’). Ese mismo año partió a Europa invitada al Festival de la Juventud en Varsovia. Tanto en Polonia como en Checoeslovaquia dio a conocer las canciones de Chile, y después en París se ganó el corazón de los franceses, en el Festival Internacional Folklórico celebrado en el Gran Anfiteatro de la Sorbona, donde actuó sola, representando a Chile.
En el tiempo que vivió en Suiza, su vida toma otro matiz. El silencio y la soledad de su taller de Ginebra fueron un espacio necesario que le permitiría comprometerse en su lucha apasionada que pasaba a sus manos mágicas y hacían nacer un universo maravilloso de obras visuales, por las que la artista quizá pretendía una búsqueda de lo inapresable.
Cuando en una entrevista le preguntaron como hacía la máscara de alguien, aún a quien ha visto poco, Violeta expresa: ...con pedazos de cartón... te miro un poco, sin que te des cuenta. Me gusta crear los trabajos en mi mente... es que cuando tengo un sentimiento por alguien que es gentil o sensible, no puedo quedarme tranquila, tengo que hacer algo. No puedo explicarlo, no puedo explicar nada...
Su pintura viajó en un solo color y en ella se encuentra un punto triste y oscuro de la vida, donde trata de expresar lo más profundo del ser humano visualizado en los ojos de cada personaje intentando mostrar la vida popular chilena, sus leyendas y canciones. Su secreto era saber interpretar el lenguaje de un niño, el consolar a una madre en la pérdida de hijo, el comprender al arriero que ha visto a la Virgen en el hueco de un peñón. En su paso por París, tuvo el reconocimiento y la oportunidad de exponer en el Museo del Louvre. Presentó más de sesenta de sus obras, entre máscaras, tapices, pinturas y esculturas en alambre.
Violeta Parra, seguramente es recordada, por sobre todas las artes, como poeta y cantante. Alguien dijo que ella no podía vivir sin un hombre a su lado haciéndole el amor. Muy profunda debe haber sido la soledad interior, para que su último hombre fuera un revolver y con el pusiera fin a su vida. Fue un ejemplo de creatividad y su huella no la ha seguido nadie. El camino y el desafío que ella marcó no se han atrevido a retomarlo.
En Gracias a la Vida, tenida cuenta de lo que fue la suya, puede hablarse de un agradecimiento o quizás de una temprana despedida. Lo cierto que para quien la escuche o lea es como una noche amplia de estrellas sobre un cielo libre…
Gracias a la vida que me ha dado tanto / me dio dos luceros que cuando los abro / perfecto distingo lo negro del blanco / y en el alto cielo su fondo estrellado / en las multitudes el hombre que yo amo.

Violeta Parra


 

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