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APUNTES

 

Palabras, entre realidad y verdades

Lucila Anahí Galeano, San Bernardo.

Palabras, entre realidad y verdades

Existe en el hombre un cierto instinto que lo dirige en la búsqueda de la verdad de todas las cosas, a querer comprender sobre lo que ve y lo que no ve, pero sobre todo del por qué ve y por qué hay cosas que no puede verlas. La comunicación entre los hombres, mediante el lenguaje, puede llegar a entenderse como la herramienta que lo ayudó a poder encontrar las respuestas frente a sus incógnitas sobre el mundo y lo que lo rodeaba y apaciguar así ese impulso que lo atormentaba. Empero, mediante las palabras, la realidad se transformó en realidad nombrada, cada cosa tiene su nombre, cada sentimiento un modo de expresarlo.
Y de esto nos hablaba Nietzsche:
“... durante dilatados espacios de tiempo el hombre ha creído que las ideas y los nombres de las cosas eran verdades eternas, surgió en él un orgullo que lo hizo situarse por encima del animal: creía realmente que el lenguaje equivalía al conocimiento del mundo. El creador de palabras no era lo bastante modesto como para comprender que no estaba haciendo más que dando nombres a las cosas, y, por el contrario, se figuraba que mediante las palabras expresaba la ciencia suprema de las cosas…”
Desde un principio toda explicación estaba basada en una divinidad y esa era la verdad absoluta y no se podía discutir. Pero parece que la realidad fue demasiado pesada para el hombre y con el tiempo se quedaron cortos de palabras para poder explicar lo que admiraban y nacieron así nuevos intentos de entender el origen de las cosas (como en la ciencia y en el arte). Ahora la diversidad invade nuestros tiempos, salimos del viejo pensamiento medievalista de intentar explicar el orden del mundo con una idea fantástica y divina donde todo era voluntad de distintos dioses, para intentar analizarlo más profundamente. Aun así, seguimos cayendo en el error de asociar lo real con lo verdadero, entiendo como verdadero a todo eso que nombramos de una forma y que de esa forma es indudable que existe, por lo menos en esa forma a la que nosotros nombramos.
Lo que Piaget nos enseñó con su teoría del aprendizaje, es que las palabras son esenciales para el desarrollo de las estructuras del conocimiento en nuestra mente, porque crean los esquemas y los conceptos con los cuales aprendemos; y no creo ir muy lejos al decir que es justamente la estructura con la que los formalistas rusos también entienden el error en la percepción del hombre, definiéndolo como un proceso automatizado, donde el hombre no ve las cosas sino que las reconoce. Por ejemplo, si vemos un dibujo de una casa a simple vista ya reconocemos que es una casa por la forma en la que esta se representa en nuestra mente. Incluso si vemos el mismo dibujo de la casa pero al revés, con el techo hacia abajo y el piso hacia arriba, también reconocemos la casa o por la forma o por el orden (entendiendo que el dibujo está al revés). Pero si vemos un cuadro de una casa con el título de “perro”, estaríamos viendo una casa y pensando en el animal sin encontrarle sentido alguno, porque nuestros esquemas mentales una vez ya construidos, son los límites con los que lidia nuestra percepción.

 

¿Concluimos?

En definitiva, podríamos pensar con todo esto, que al ser el hombre quien dio nombre a las cosas, quien las clasificó y le dio significado, una representación y una valoración, ¿podríamos así decir que es el hombre la verdad absoluta y que sin él no existiría ni lenguaje ni realidad, ni nada? Y si le diéramos el merito al hombre de seguir creyéndose dueño supremo y amo de todas las cosas le damos lugar a seguir corrompiendo con todo lo real y lo verdadero que desconocemos, porque en nuestra larga historia de querer entender, llego a la conclusión de que solo somos una simplificación de la realidad que está hoy (y cada vez más), lejos de nuestro alcance poder entenderla. Simplificación porque también somos reales y aun con todas nuestras cualidades que nos unifican, cada uno vive y siente de manera diversa el mundo y las cosas, a tal punto que todos formamos una nueva forma distinta de representación de lo real.
La necesidad de ponerle nombre a las cosas no solo nace del hecho de querer entenderlas, sino también de diferenciarlas del resto. Y el hombre ahora no solo es una simplificación de la realidad, sino también una simplificación de significado, resumido y “cosificado”. Porque no podíamos ser simplemente humanos o simplemente hombres, también necesitamos distinguirnos del resto de nosotros, tal vez para poder entendernos mejor.
Por último, lo que entiendo de las enseñanzas de estos grandes pensadores, es que no es el hombre quien crea el mundo sino que es el mundo el que se crea en la mente del hombre y nosotros solo tenemos la capacidad de modificarlo, porque somos personas libres de elegir en que creer y es por eso que nombramos…

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