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CRÓNICA
José Valenzuela
Muchas veces las historias que habitan en los libros, detallan lo sucedido en diferentes momentos y contextos. Historias que por cierto son contadas de manera minuciosa y quizás acertadas en sus descripciones en la mayoría de los casos.
Pues toda información bien intencionada, seguramente brinde a los lectores conocimientos nobles sobre lo acontecido a lo largo de los tiempos.
Pero la verdadera tinta que en mi caso me ha movilizado al querer descubrir y describir el cosmos de los Pueblos Originarios, es aquella que se derrama en el papel anhelando brindar no solo información fidedigna. Sino que también intentará arrancar de aquellos sucesos detenidos en el tiempo los sentimientos a través de la empatía.
Sentimientos que reposan en la tierra. Madre Tierra, Pachamama de los pueblos. Si logramos analizar y a la vez sentir aquellas culturas, entonces seremos capaces de encender el verdadero fuego que duerme en la inmensidad de la memoria.
Pues hay una sola forma que nos permite comprender la historia y ésta es sintiéndola.
Sentir el coraje de aquellos hombres y mujeres, sentir el paisaje ante su cosmovisión, sentir el perfume que deambula por el aire, sentir temor, impotencia, desarraigo, esperanza, sentir amor.
Sentir lo que sintieron aquellos pueblos. De eso se trata entender su historia.
Alguna vez un hombre quiso tanto a una mujer que le prometió amarla, más allá de la vida, más allá de la muerte. El tiempo se quebró ante sus ojos y un eterno sueño adormeció a su pueblo. Entonces aquel amor fue llevado por el Cóndor hasta la las estrellas en el inmenso cielo.
Nadie pudo escribir aquella historia de amor. Pero un hombre fue testigo del mágico suceso y se lo trasmitió a su hijo y éste al suyo. Así aquel hecho sobrevivió a los tiempos. Y aunque solo hayan viajado hasta el presente tres palabras, fueron suficientes para entender todo su amor.
-Yanay que quiere decir mi morenita, mi amada. Hamnk’a, la de color tostado y Sumailla que quiere decir luz bella.
Estas palabras pertenecen a las lenguas quechuas.
Si las observamos como simples palabras, veremos únicamente sus significados. Pero si somos capaces de sentirlas, entonces descubriremos lo que guardan verdaderamente.
Yanay *
Por la mañana
cuando se hayan ido
o quizás nos elevemos nosotros
hacia el cielo junto al cóndor
y se sacudan el polvo nuestros cuerpos maltratados
y se limpien los ríos de su rojo testigo.
Yo he de volver a visitar las pircas
y buscaré tus ojos negros
en medio de la noche
y buscaré tu pelo danzando con el viento
en el inmenso valle
en nuestro sueño eterno.
Y han de volver las almas desde el cielo
porque la inmensidad está en la vida
junto a mi amor mi hamká amada india
y allí estarás descalza sumailla
iluminando la noche
embelleciendo los días
Allí estarás tan pura como siempre
cómo la Pachamama
Tan pura...y tan mía.
*La poesía pertenece al autor de la nota.
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