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CRÓNICA

 

La fisonomía cognitiva de la muerte

Víctor Del Duca

No es descabellado fracasar en el instinto. El consuelo de la pluralidad suele ser ante todo una debilidad frágil y emergente. Todo rumor de guerra cotiza lejos del dolor, porque la vida es, fue y será una diurna superstición periódica. Es cuando la muerte se dibuja de idea que el renglón toma conciencia cabal de su furor ineludible, ese intachable hedor capaz de colorear al más lívido de los lívidos. Trocando brevedades el texto se convierte en una manifestación gótica, ajena ésta al simplismo con que se diluye la articulación del tiempo. Segundos antes del dolor es la queja quien esboza heroicos círculos de inspiración divina. Es posible, sin embargo, que el intento endémico se remonte al infinito, que la luz que ilumina a tientas sea la luz que ilumina a tientas y que el dolor que falsifica su enfado sea el dolor que falsifica su enfado, porque de ser así todo rumor decantaría en un chisporroteo lánguido, elíptico y secuencial.
Es el fulgor de una lámpara encendida quien magnifica a la vasta calavera, esa cuyo desgarramiento físico tiende a solapar el éxtasis del entendimiento verbal. Brinda el mol al fruto de las letras una ancestral retórica y un brutal padecimiento que tentado por la gula del ignoto vocabulario tiende a rasgar su vestidura haciéndose eco de un caduco manifiesto sordo y omnisciente.
Advertir en “El cuervo” de Poe un dejo de vejación hierática es como no dejar de advertir una muerte de entre líneas en la conjugación del cosmos. Autores como Silva, Leropardi, Baudelaire, Quiroga y el magnífico Claudio de Alas, acentúan esta probabilidad de análisis: “detrás del todo se oculta el todo”. Quien alude al andrajoso cráneo como un sin de hartas libertades alude a la exánime estrella que sigue sulfurando allá a lo lejos y a centímetros del edén. Una breve confesión de lenguas aladas asiste al resplandor de lo eficiente, es así de simple como lo bello y lo sublime se instalan en los intestinos y acaban en el excremento axial de su irreversible infancia.
La literatura es una pluma de inacabados requisitos, una secuencia de voces anacrónicas que amarradas al palenque de su egoísmo hacen de lo empírico su única virtud. Tiempos felices recurren al silencio de lo emergente, al acre pensamiento de un nicho espiralado. Finalizado el crimen el fuego toma a su habitual algarabía. Un sordo tartamudeo basta para advertir restos de sangre en una pesquisa jamás lograda. Es que el cuerpo filosofa con el destino, es que el destino filosofa con la muerte, he ahí el epicentro de esta menuda prosa, a lo que mi engreído lirismo pretende llegar. Hueso con hueso no consuman una sopa. Es imprescindible fundar una ortodoxia de virtudes paganas, al menos hasta que el sol deje de brillar en lo profundo de todo ecosistema.
Fugar del sendero que nos conduce a casa sería la concepción más potable o al menos la más franca, porque hay castillos de arena que destruyen la pasividad del ego. El espacio activo adoctrina al desaforado, al que impaciente colma de acordes y semifusas al elemento natural, a la simetría, a lo que debe ser, al sueño plagado de oníricos desenlaces. Es la idea, el corazón, a lo que vamos encaminados, al mensaje que el plasma oculta en su verborragia única y colosal. Que el deseo no sea solo deseo, que el deseo advierta, en su propósito, al que desconoce esa posibilidad.
Es verosímil que poco a poco vayamos desanudando carreteras y que las rutas nos devuelvan esa inteligencia que, por no indagar, supimos perder. Un sagrado trozo de madera dinamita el paradero de toda combustión. La fuerza se tiñe de carne para que la mierda asista al festín de lo antagónico. Es un medroso gusano y no perfume de Paris el hilo conductor de esta versátil hegemonía.
Para finalizar advierto cual fundamental menester hincar el escalpelo en lo más oscuro de nuestra derrota, allí donde el capricho más cruel es el que menos duele, por lo tanto el que menos se nota. Solo queda brindar con el espejo, ese pedazo de vidrio azogado capaz de reincidir y reincidir y reincidir. Calcinado por el instinto voraz de su apología el doble sentido carece de sentido. Sancionado por el reflejo tangencial de la memoria el olvido tiende a invocar a la chatarra alquímica. Porque una vaca pastando en la sencillez de su retablo bien podría ser una vaca pastando en la sencillez de su retablo o bien un conjunto de órganos orgiásticos dispuestos a resumir el caos que impera en ese manojo de pasto al que el orbe llama: “periferia”.
La fisonomía cognitiva de la muerte es, por lo tanto, y en resumidas palabras lo que nos queda, por lo que hay que luchar para no caer en el hibrido fortuito de lo elemental y estrictamente mediocre.

La fisonomía cognitiva de la muerte

 

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