La casa de doña Evarista
Por Silvia Santilli *
oña Evarista era descendiente de indios. Su vida intrigaba a todos, y su casa parecía sacada de una película de terror. Nadie entra en ella. Con los pibes del barrio teníamos un gran deseo. Sabíamos que no era fácil, además sentenciados por nuestros padres, prohibido acercarnos. Estudiamos los pasos de la supuesta bruja. Los días lunes Doña Evarista salía con su bolsita negra, un pañuelo en la cabeza, un saco largo del mismo color de la bolsa. Y su arma poderosa, el bastón.
Nos reunimos con Sebastián y Nacho, planificando la entrada, sería por la parte de atrás, que linda con un baldío. Llegó el día, la cuadra estaba tranquila y sin espías. Trepamos el tapial y de ahí a la higuera, nos largamos. Nacho cayó primero, el último fui yo. El patio estaba sumido en el más terrible silencio, las sombras de los árboles parecían cerrarse en nuestros cuerpos. Nos miramos, sentimos una sensación extraña que nos recorría desde la cabeza a los pies.
-No tengamos miedo -dijo Sebastián, -vinimos a investigar y lo haremos.- Nacho estaba pálido parecía un pajarito que vive olvidado en una rama. La puerta trasera no tenía llave, nos facilitó la entrada. Sobre la mesada una cuchilla, una tabla de madera, una tijera clavada en una papa, una riestra de ajos y un frasco con tierra lleno de gusanos. Los tres nos preguntamos ¿comerá gusanos?
Todo parecía como muerto, opaco sin matices. Tratamos de no tocar nada por temor a que estuviese envenenado. La voz desesperante de Nacho que se había adelantado a nosotros nos atemorizó, los dos quedamos inmóviles y sentimos como el miedo correteaba haciendo eco y mostrando figuras fantasmagóricas que avanzaban lentamente. Nos miramos como queriendo escapar, no podíamos dejarlo, y corrimos. ¡Oh! sorpresa: Nacho caído en el suelo y sobre su cuerpo la cabeza de un tigre.
-¿Tiene bigotes? -pregunta Sebastián
-Y que importan los bigotes -le grito enojado
-Los brujos usan los bigotes y los ajos para los conjuros, -agrega.
-Seguro que fue para envenenar, saquen esto de mi cuerpo -grita Nacho pálido como un muerto.
Un fuerte golpe cortó los eslabones de nuestros pensamientos, el viento cerró la puerta, el cielo parecía enardecido, los relámpagos intentaban acallarlo e iluminaban el cuadro de doña Evarista poblado de telarañas y de polvo que se bamboleaba para todos los costados. Sus ojos oscuros parecían posarse en los cuerpos, los tres sentíamos una sensación perturbadora que trepaba por la espalda y aprisionaba la nuca.
-Es ella -grité -me va a matar la siento en mi cabeza.
Nacho y Sebastián, apoyados en la pared reían de mi situación desesperante, - me va a matar - volví a gritar. -No te asustes es sólo un ratón que quiere jugar -dijo Nacho. Las risas se terminaron cuando sentimos un chirrido oxidado de una llave.
-Salgamos, dije... -esto es muy fuerte para mí.
El chirrido era cada vez más fuerte. Corrimos hacia la puerta trasera, estaba trabada, las persianas bloqueaban el paso, las plantas bailaban como poseídas, y los insectos parecían despertarse en busca de la bolsa de los desperdicios. La llave dejó de chirriar, presentimos nuestro fin era Doña Evarista que sin dejar se lanzarnos miradas acuchilladoras, elevó por los aires su bastón dibujando forma de invisibilidad y bueno…, ahora somos sus sirvientes fantasmas.
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* Silvia S. Santilli. Nació en Chivilcoy, provincia de Buenos Aires. Actualmente reside en el partido de Tres de Febrero. Obtuvo su título de Maestra Normal Nacional. Posteriormente se graduó como Profesora de Filosofía y Pedagogía. Ejerció la docencia como Orientadora Educacional y como Profesora a nivel secundario y terciario. Ha participado en selecciones de Editorial Los Cuatros Vientos y Editorial Cathedra en poesía y cuento. Ha publicado en Avatares Letras, centro de Narrativa y poesía. Publicó su libro Pinceladas para el alma en 2013. Gracias al amor de su querida profesora Marta Mutti.
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