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En voz baja

Por Luis Colqui *

 

entado al lado de la ventana, miraba los días, las noches interminables, los astros remotos girar sobre los cielos inmensos. Casi postrado, la visión le había disminuido gradualmente con los años. Tampoco podía oír claramente el rumor de la naturaleza. Desde meses, su familia lo había sentado al lado del jardín de madreselvas y de lirios morados a contemplar lo que muchos creerían el desdén o el olvido, sin embargo eso no sucedía. La lenta caída de una gota de agua sobre una hoja, el espejo turbio de un charco de agua en el lodazal, ver a las gentes que caminaban de prisa con el paso de las horas eran parte de una película que solo sucedía. Lo que sí sabía certeramente, aunque nadie lo imaginaba, era el tiempo. Sin mirar el reloj, podía decir la hora exacta en un determinado momento o en cualquier instante del día; tampoco le hacía falta tener en cuenta los meses, la percepción exacta de estos era para él una quimérica imagen que dibujaba a su antojo.

Luego de haber sufrido un accidente que lo dejó sin poder caminar bien, más la nostalgia porque algunas cosas olvidaba, aunque no todas, determinó que lo dejaran distraerse inmerso en su abismo de pensamientos conscientes. Las partidas de ajedrez, los solitarios, los juegos de naipes, le parecían simplemente distracciones que le causaban rechazo a su carácter, más el hecho de que no entendía esas fruslerías. Tenía el hábito de la lectura como un pasatiempo, que lo encontraba devorando libros de los más diversos, de los que se limitaba a repetir versos en voz baja, evocando lo que había sido otro tiempo. Su mujer, sus dos hijos hombres se perdían en medio de los quehaceres cotidianos, pero de vez en cuando se detenían a ver cómo estaba, o qué era lo que necesitaba, preguntándole, pero no lo escuchaban cuando les respondía porque no podía hablar en voz alta.
¿O sí?, en realidad no lograban descifrar si le interesaba la pregunta.
Alguna vez sus hijos se preguntaron en qué estaría pensando, pero terminaron por atribuirlo a la nada misma. Absurdamente no repararon en que siempre tenía un libro distinto sobre la mesa de luz que había a un costado. El de ese día era el Tratado de Botánica, un volumen de más de mil páginas de Eduard Adolf Strasburger, traducido al español y cosido en hilo. Le gustaba pasar los dedos por el relieve de las letras doradas de la tapa bordó, acariciando el libro que su esposa en algún momento le compró, para que se olvidara del accidente. Aunque la mujer creyó que había sido en vano esa acción para el hombre era la entrada a una conversación de que podía extenderse según quisiera el viento trémulo que corría por sus pensamientos que lo hacía capaz de descifrar las más extrañas constelaciones. Más bien releía los libros porque ya había terminado con todos los que había en la casa. Algunas veces querían sacarlo con la silla hasta el primer patio, pero mediante gestos se oponía debido a que no le gustaba que le impusieran una rutina. Simplemente lo devolvían adentro al lado de la ventana, es decir, a su lugar y a su rincón habitual que era o que ahora pertenecía a su mundo.
Sin embargo, no observaron que aquel día él se opuso porque se avecinaba un aguacero, cuyos estampidos de truenos fulgurantes resonaron muy próximos. Así que le fue deparado ver la última lluvia que verían sus ojos. Conmovido, intentó moverse, caminar unos pasos, gesticular sordamente. Los demás no lo percibieron ni se dieron cuenta hasta que lo vieron dormirse y se acercaron para llevarlo a su cama.
Uno de sus hijos acercó su cara para besarlo y alcanzó a escuchar como siempre sus acertadas palabras: «No faltan más de tres minutos para que me muera».

...

* Luis Rafael Colqui, escritor y periodista de Jujuy. Nació en 1985 y reside en su ciudad natal, San Salvador de Jujuy. Ha sido finalista en certámenes literarios de diversas editoriales de Bs. As. Publicó los libros: "El caballero inmortal" (2013) "La dama y el detective" (2014), "El Faro" (2015) y "El viajero" (2017), en los géneros de cuento y novela. Es columnista del diario La Nación.

 

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