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Emma Zunz de Jorge Luis Borges, ¿Justicia por mano propia?

Por María del Carmen Cárdenas

Síntesis Argumental: Emma es una joven de 18 años. Vive sola en Almagro, un barrio de Capital. Al volver una tarde de su trabajo encuentra una carta de un desconocido. Le informa la muerte de su padre, ocurrida en Brasil.
Los recuerdos renacen y el pasado se vuelve actualidad. Su padre había cargado con un delito que como él mismo le confesó, no había cometido. El culpable es ahora dueño de la fábrica en la que trabaja. La joven decide que él debe pagar su deuda. Pergeña un plan que la lleva al extremo, dado el “temor patológico que le inspiraban los hombres”, de perder su virginidad con un desconocido. Plan tan ajustado hasta su última pieza en su imaginario que pese a consumarlo con un crimen, el mismo orden constituido que ha quebrantado, queda atrapado en su irrealidad. No obstante dice el narrador “¿Cómo hacer verosímil una acción en la que casi no creyó quién la ejecutaba, cómo recuperar ese breve caos que hoy la memoria de Emma Zunz repudia y confunde?”

Emma Zunz

Emma Zunz de Jorge Luis Borges

Viene a nuestra memoria un caso testigo y contemporáneo. En 1990, la conducta del ingeniero Santos (mató a dos ladrones que le habían robado el pasacassette del auto) dividió a la sociedad. Para unos era un justiciero. Para otros un homicida que mató por la espalda en momentos en que su vida no corría peligro.
Asimismo, el llamado síndrome de Charles Bronson (en sus películas más taquilleras aparecía como justiciero que barría las calles de criminales), aún tiene adeptos en el país.
¿Por qué justicia y no venganza? Quizás por la connotación peyorativa que esta última arrastra hoy. Pero quizás porque emerge una sutil diferencia entre ambas. La venganza busca una satisfacción, un extraño placer por el daño recibido y que ese goce se haga público.
Es más, se podría imaginar que en la aplicación de la Administración de justicia, como tercero que interviene en la relación víctima-victimario, idear para el culpable un sufrimiento equivalente al que causó, implica una satisfacción que nos introduciría en la venganza.
Sin embargo, el daño no puede ser compensado puesto que no hay medida común para el sufrimiento, ni de unos ni de otros.
Trataremos de asistir a la descripción que de estas cuestiones, con un estilo inigualable que no necesita presentación alguna, formulara Jorge Luis Borges en su relato “EMMA ZUNZ”.
Integra la serie EL ALEPH, cuya publicación data de 1949. En el epílogo, el autor declara que sus piezas corresponden al género fantástico, salvo Emma Zunz y La historia del guerrero y de la cautiva.
La lectura del texto nos lleva a comprobar cómo la protagonista se desliza entre la gente común, con sus problemas de subsistencia, sus recuerdos, sus obsesiones, sus proyectos y su devenir desde su inserción en una sociedad que necesita desprenderse de su pasado para poder construir, en un presente trabajoso y duro, un futuro mejor. Nada que en estos tiempos nos sea ajeno.
El tema (corroborado por el mismo autor en un reportaje) es “La justicia”.
Sin embargo, deviene obvio que no se trata de la justicia a secas sino de la tan lamentable como célebre “justicia por mano propia”.
Hoy en día, a quien actúa como Emma, se le denomina “justiciero”, vale decir: “el que observa estrictamente la justicia en el castigo de los delitos”.
La justicia se basa en leyes escritas, la venganza no.
Emma da cada paso conforme a un proceso descripto que al final la tiene como víctima de un hombre al que no se puede condenar sólo porque ya está muerto.
Lo que tomará estado público no es justamente su acción reivindicatoria sino su inocencia, la falta de dolo, puesto que desarrolla todo el procedimiento para que tipifique una acción en defensa propia.
No hay goce. No se complace con lo que hizo.
TIEMPO: el narrador nos da la fecha exacta en que comienzan los acontecimientos: “El catorce de enero de 1922”. Luego, hace referencia al día siguiente como “viernes quince”, por tanto el inicio fue un jueves. Finalmente, se refiere a ese viernes como “la víspera”. Inserta ya la idea que el hecho central se ha de consumar el sábado. Todo se desenvuelve en sólo tres días. Luego vendrá el proceso, previsto por Emma, y del que sólo sabemos que es en un futuro inmediato.
La elección que hace el narrador de estos tres días de la semana podría sugerir una connotación religiosa: nótese el término “víspera” aplicado justamente al viernes, el hecho de que Aarón Loewenthal es judío” “la injurió en idisch” y cómo se considera Emma a sí misma “ser un instrumento de la Justicia,” pero de ¿cuál justicia?, el narrador lo responde “la Justicia debe Dios triunfar de la justicia humana” Además, Loewenthal es ajusticiado un día sábado, dedicado por los judíos a dar culto a Dios. ¿Será tal vez “él” ofrecido en sacrificio para lavar el pecado, en este caso, su propio pecado?

Espacio del relato: el cuento se desarrolla, fundamentalmente, en la Ciudad de Buenos Aires. Serpentea por sus adoquines en los que rebotan sonidos de lenguas diferentes pero unidas por la esperanza común de los inmigrantes; por entre el gris de los barrios armados alrededor de las chimeneas de las fábricas; por entre el caleidoscopio del puerto con sus mujeres fáciles, sus marineros ebrios, sus cartones pintarrajeados y sus vidrieras multicolores, baratas y grotescas. Emma vive en Almagro, barrio fabril de clase obrera.
En la la prosecución de su plan se traslada al puerto. Transita por el Paseo de Julio (que en esos años era el borde del río). El narrador lo llama: infame lugar de cabarets de prostitución barata, de pensiones oscuras y bodegones malolientes”.
Finalmente, se dirige al oeste “…y se apeó en una de las bocacalles de Warnes”. Allí culmina su trajinar.
Respecto al espacio cerrado, el narrador menciona la fábrica, el club, pero desenvuelve la acción en la pieza que ocupa Emma y los altos de la fábrica donde vive Aarón Loewenthal. De este último lugar, el narrador hace una descripción casi minuciosa por la importancia que reviste como marco de la escena final, culminación de la tragedia.
En cuanto a retratos en todo el relato hay uno solo: el de Aarón Loewenthal: una descripción física y moral que logra provocar un sentimiento de antipatía en el lector hacia quien, sin embargo, será la víctima. Se puede conjeturar que puesto el lector a jurado, vuelque su simpatía hacia la victimaria y desde la misma, justifique su acción criminal.
Si bien a primera vista surge la venganza como sentimiento, motor de todas las acciones de Emma Zunz, en realidad, el objeto del actante/sujeto es hacer justicia.
Recordemos que “Ante Aarón Loewenthal, más que la urgencia de vengar a su padre, Emma sintió la de castigar el ultraje padecido por ella”.
“Más vale ser un perro que ser un hombre y verse pisoteado” grita Enrique Kleist en su “Miguel Kolhas.”
Si nos atenemos a las distinciones que sobre la justicia hizo Aristóteles, nos encontramos con que Emma hace uso de la llamada “justicia correctiva”. Denominada así porque cuando interviene, ya se ha realizado el delito, de suerte tal que urge (como urgencia tiene Emma) corregir el desequilibrio producido en las relaciones mediante la imposición de la pena.
Para Emma, Loewenthal es culpable de la muerte de su padre y decide impartir el castigo correspondiente. Hace uso de la Ley del Talión (Bíblica) y dispone que aquél pague con su propia muerte.
No realiza la ejecución conforme a las pautas que la sociedad organizada le impone (denuncia-proceso-sentencia judicial). No puede, carece de pruebas para que se condene al imputable. Asume lo que se ha dado en llamar justicia por mano propia (imagen reiterada en los relatos del narrador Borgiano).
Es posible observar un trasfondo místico en este querer hacer justicia. Recordemos “...exponiendo la intrépida estratagema que permitiría a la justicia de Dios triunfar sobre la justicia humana” y que “sino por ser un instrumento de la justicia”.
Esta oposición entre naturaleza y convención es natural: por un lado está su derecho de persona como tal y, por otro, el que le asiste como parte de una sociedad cuyas normas contribuyó a elaborar y se comprometió a aceptar. El ejemplo clásico de este tema en la literatura griega es la Antígona de Sófocles: acaso la primera ocasión en que un artista utilizó el conflicto entre un deber impuesto por la ley humana y otro impuesto por la ley divina... Cuando se acusa a Antígona de haber infringido la ley al practicar los ritos funerarios de su hermano, contesta a Creonte: Y no creo que tú, hombre mortal, puedas transgredir las leyes no escritas e inmutables de los dioses.
Emma fue ultrajada. Se vio obligada a descender hasta el grado más abyecto para poder emerger victoriosa cuando busca al marinero que por su condición sexual masculina aportará la prueba (sin saberlo) de la violación que invocará ella, “optó por otro, quizá más bajo que ella y grosero, para que la pureza del horror no fuera mitigada”.
Aristóteles hace también una distinción entre justicia correctiva-conmutativa o sinalagmática y justicia-judicial, ya que se determine la formación de las relaciones de cambio según una cierta medida, (trueque), o que tienda a prevalecer tal medida en caso de controversia, mediante la intervención del juez.
Aplicamos la primera de estas acepciones al homicidio: en algún momento Emma duda de la existencia de una verdadera relación de cambio, o al menos es lo que cree el narrador, puesto que se expresa en primera persona. “¿Pensó Emma Zunz una sola vez en el muerto que motivaba el sacrificio?” “Yo tengo para mí que pensó una vez y que en ese momento peligró su desesperado propósito” En lo que respecta a la segunda acepción: justicia-judicial, está presente en cada una de las acciones de Emma tendientes a estructurar la prueba que logrará que sólo se alcance, al final del proceso al que deberá someterse, la verdad objetiva. Cuando dice que “el marinero fue un instrumento, que sirvió…para la justicia”, se está refiriendo a esta cuestión.
Como vemos, la palabra justicia y sus diferentes aspectos están presentes a lo largo de todo el relato. Es un verdadero análisis del contraste entre la convención y lo verdaderamente justo. Igualmente afirma la existencia del Derecho Natural y su preeminencia sobre el Derecho de Gentes a través de la intención de su personaje “...exponiendo la intrépida estratagema que permitiría a la justicia de Dios triunfar sobre la justicia humana” o “No por temor, sino por ser un instrumento de la justicia, ella no quería ser castigada”. “He vengado a mi padre y no me podrán castigar”
Podemos decir, en descargo de Emma. “Pues lo mismo es el dolor moral que nos causa la injusticia voluntaria: su intensidad varía como la del dolor físico y depende de la sensibilidad subjetiva, de la forma y del objeto de la lesión. Este dolor moral fuerza a combatir la causa de donde nace, no tanto por acabar con él, sino por mantener la salud que se encontraría en peligro, si lo sufriese pasivamente sin obrar contra él.
Sin embargo, a pesar del misticismo que rodea la acción de Emma, el narrador rescata la esencia de ser-social del hombre. Emma no escapa a ella; ha hecho justicia considerándose a sí misma “la mano de Dios”, ha logrado triunfar puesto que la justicia de los hombres ha fallado de acuerdo al Derecho Superior que ella aplica. Pero “...cómo recuperar ese breve caos que hoy la memoria da Emma Zunz repudia y confunde?”.
En definitiva, no escapa a las reglas que la concepción ética de la sociedad a la que ella misma pertenece ha pautado para su mejor convivencia. Y repudia su acción, la sabe mala. Es su propia memoria (¿su conciencia, tal vez?) la encargada de enturbiar lo que debió ser, en función de la justicia que estaba aplicando, una verdadera luz.
La acción de Emma no es buena porque no ha sido realizada conforme al derecho de los hombres que habitan la Tierra que ella habita.
“Un atributo de lo infernal es la irrealidad, un atributo que parece mitigar sus terrores y que los agrava tal vez”.

NOTAS: EMMA ZUNZ fue llevada al cine argentino con el título de “Días de odio” en los años 1953-54 por Leopoldo Torre Nilson y su actriz principal era Elisa Christian Galvè. También el cine francés se ocupó de ello en el año 1969 con dirección de Alain Magrou y obtuvo muy mala crítica ya que no pudo traducir la riqueza de la obra escrita.


 

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