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Apuntes literarios

Proust - memoria en busca del narrador 

María del Carmen Cárdenas

La primera sorpresa frente al narrador proustiano es la relación identidad-espacio.
Despertar en esa extraña zona mezcla de sueño y realidad, ignorar dónde se está, impide instalarse en el “soy”.

Comienza la persona a buscar y develar con lentitud las cosas que la rodean. En la medida en que reconoce los objetos, los palpa, se acomodan a sus sentidos, se integra a su cotidianeidad como el manejo inconsciente del botón de una puerta y empieza a actuar.

Si partimos de la premisa que según el momento y el lugar en que se vive, deviene indispensable para el hombre adaptarse al medio, situaciones diferentes originarían en él necesidades diferentes. Luego, debería desarrollar acciones distintas a partir de las cuales surgiría un sistema de costumbres distintas seguido de aptitudes e inclinaciones también distintas.

Proust nos lleva a comprender, a través de una obra novelada, la importancia de la costumbre para el ser viviente, siendo que los mismos, al verse forzados a equilibrarse con las circunstancias que le rodean, adoptan un carácter y un temperamento que son bienes más estables en cuanto más intensa es la repetición y la transmisión por herencia de las impresiones exteriores.

Ergo, la costumbre (tanta importancia le atribuye que llega a nombrarla con mayúscula) se le hace necesaria para vivir. Evita así la sobreadaptación o lo que es peor, la continua acomodación a situaciones que le deparan un distress imposible de superar.

Siempre el artista con la mirada puesta más allá de su propio tiempo: ¿acaso no percibía ya Marcel la vorágine de cambios que sufriría nuestra generación (léase la de los 60/70) y que nos llevaría a muchos a recurrir al diván para apenas tener un mínimo control de nuestras vidas?

Un episodio simple (y no por ello menos famoso) como el introducir en el té una magdalena, un objeto material que lo transporta al pasado, una sensación que le trae el recuerdo y que dispara una obra monumental, al narrador lo hace consciente que dicha sensación, no tiene que ver, en realidad con la materialidad del hecho.

Al respecto dice el mismo Proust: “...algunas personas, incluso muy letradas…creyeron que mi novela era una especie de colección de recuerdos, que se encadenaban según la leyes fortuitas de la asociación de ideas....Pero sin hablar en este momento del valor que le hallo a esos recuerdos inconscientes sobre los que asiento....toda mi teoría del arte, y para atenerme al punto de vista de la composición, había usado, simplemente para pasar de uno a otro plano, no un hecho, sino lo más puro, lo más valioso que había encontrado como unión, un fenómeno de memoria.”

De alguna manera desdeña la memoria voluntaria, los datos que pueden retenerse por medio del intelecto, en franca oposición a la memoria involuntaria: su gran tema.

Encuentra el pasado en un objeto material y en la sensación que le produce (memoria sensible).
Y del azar depende que nos encontremos con él o no (en estos párrafos de su novela se pueden vislumbrar grandes propuestas como por ejemplo la Teoría de la Transmigración de las almas).

Muchas veces me he preguntado cuáles son los temas que inquietan al hombre universal que Proust no refiera. No he encontrado respuesta.

Su obra es magistral porque enseña: sus alumnos son tanto el espíritu como la razón, tanto lo social como lo individual. Su obra nos enseña a escribir: cambia de tiempo de verbo: usa el presente cuando sabe que necesita acercar. El alma busca y a veces es el lugar de búsqueda.

Desvía la atención para recordar: técnica memorística.

Observemos los recursos literarios. Siempre el puente es la sensación. Unir dos experiencias extremas y mostrar aquello que ambas tienen de único: allí aparece la construcción de la metáfora.
Algo está en lugar de otro porque ambos tienen una cualidad común: ello hace que “a” evoque a “b”.
Justamente cuando encadena recuerdos está Proust utilizando el “procedimiento metafórico”.

Comentando el estilo de Flaubert, dice: “creo que sólo la metáfora puede darle una especie de eternidad al estilo.... Pero, al fin de cuentas, la metáfora no es el estilo.”

En definitiva Proust, tal vez y sólo tal vez, es a partir de la experiencia de la búsqueda que comienza a ser narrador.

De suma seducción es la ironía cuando es nuestro autor quien la introduce: “...muchacha de buena familia que ya no era de ninguna familia” (el tío Rodolfo, la dama de traje rosa).

Así también entendemos que una cuestión para resaltar, por el placer que brinda su lectura, es su profundo sentido estético y algo por lo que bregan muchos casi en soledad y que jamás debió corromperse: la esencial interrelación entre persona y naturaleza. Tal vez los más jóvenes sean hoy los que reivindican esta bandera con su intención de vivir consustanciados con su hábitat para aspirar a un futuro en el que ser un hedonista consista sólo en vivir en armonía con el Universo.

Quizás no sea casualidad: Marcel fue siempre joven ya que murió a temprana edad.

Otra de sus grandes propuestas resulta ser el arte. “La vida del artista es el arte”. Lo descubre con sus ojos de niño y lo va desplegando en todas sus miradas.

Se adelanta a su tiempo y lo que hoy es tan obvio para nosotros, no lo era en su época. Así encontramos cómo describe con gozo la importancia de la fotografía. Aquellos regalos que cobraban mayor valor que las obras pictóricas originales.

Su conocimiento es empírico: muchos lo comparan con los pintores impresionistas dado que su literatura tiene fuerte ligazón con los sentidos.

Basta para abonar ello la aparición de Gilbert y sus ojos. El narrador declara no tener espíritu de observación. No puede aislar la noción de color. Y a él le “impresiona” de una manera especial: porque es rubia y de ojos azules, cuando en realidad son negros.

En uno de sus paseos encontramos “desacuerdos entre nuestras impresiones y el miedo habitual de expresarnos”.

Trabaja de manera continua sobre los desencuentros. Eso le confiere la posibilidad de sumergirnos en el misterio y las ansias por resolverlo. Todo contribuye para que el lector se apasione con el relato y quiera perseguir hasta el fin cada una de las historias que Proust plantea.

Por otra parte, si los puntos que acabamos de analizar nos hacen ver como un ser universal más allá de épocas y geografías, justo es resaltar su concepción de individuo único e irrepetible. Ello así, basta encontrarse con sus magníficas descripciones.

En ellas Proust corrobora que lo que él ve no es lo que yo veo: acicatea mis reminiscencias para que busque mi propia circunstancia, la reviva y trabaje hasta recuperar la sensación de entonces. Aparece la “memoria involuntaria” aquello que en sus propias palabras “tenemos la impresión de haberlo vivido o sentido alguna vez”. Comienza nuestra propia experiencia intelectual. La realidad sólo se forma en la memoria.
“El sueño... rodea al que duerme con el hilo de las horas, con el orden de los años y del mundo” (2).
Refiere nuestra personalidad social como creación del pensamiento de los demás (Pirandello: ¿similar?).

Marcel Proust

La forma de poseer la vida es a través del recuerdo y del arte.

Sus paisajes distan de ser estáticos: según la hora y el tiempo es el color, la forma y el espíritu (“…kaleidoscopio de una felicidad recogida….con lo más profundo, fugitivo y misterioso de cada hora…”) (3).

Sus personajes: humanos. Pueden amar y odiar al mismo tiempo. Angustia, desolación, soledad absoluta, ¡desprotección!, no son acaso esos los sentimientos que en tantos momentos de nuestra vida experimentamos?

Habla del amor casi como de una enfermedad por el sufrimiento que provoca. Ello por las discordancias entre las relaciones humanas.

Y en definitiva ¿cuántos en el mundo han podido experimentar la dicha inefable de pasar su vida con quienes aman?

Cuando se angustia por su madre, es por haber experimentado ya aquello que ella va a sentir al momento de decirle adiós: es el conocimiento de los sentimientos de manera empírica.

Sus personajes pueden : ¡llorar sin pecar! Y a la vez tienen algo que no alcanzamos a retener: el misterio de su intimidad. Sus retratos parecerían inacabados: la persona tiene alma y el alma es insondable. ¿Concepción religiosa?.

Para Proust: “...cada uno debe ser... su maestro y alumno”,“ la sinopsis, como el gráfico, no es útil si es de otros” (4).

De él dijo Juan Maurell: “El pequeño Marcel ya no jugaba a ser encantador y estaba cerca, como pocos, de alcanzar alguna verdades” (5).

 

(1) Marcel Proust: escritor francés del siglo XX, autor de los textos “implacables y al mismo tiempo inmensamente comprensivos” de su obra monumental que comienza con: “En busca del tiempo perdido”. Al final de su corta vida logra con ella transformar su propia frivolidad en un rescate de su experiencia para modificar el pasado y reconstruirlo: “había usado... lo más puro, lo más valioso... un fenómeno de memoria” (Proust).
(2-3) M.Proust: “A la Recherche du temps perdu”-
(4) Jean Guitton. “El trabajo intelectual”-
(5) Prólogo a M. Proust: “Flaubert y Baudelaire”-


 

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