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amores románticos y amores alterados

 

Elecciones

por Liliana Blasco

La camiseta sube y baja al ritmo de la respiración levemente irregular, a veces parece agitarse cuando el ronquido se vuelve más estertóreo, pero no.

Está adherida a la piel como otra piel, acentuándose en algunas zonas, esas en donde el desgaste de la tela es mayor, como en el abdomen por ejemplo, ahí el tejido tirante muestra algunos agujeros agrupados, chiquitos, como sarpullido infantil.

De su color blanco original quedan pequeñas islas, lo demás es de un gris terroso, que se acentúa en puños y cuello.

Claro, es una camiseta de viernes, solo le faltan 24 hs. para ser reemplazada como todos los sábados, después del baño semanal.

Su dueño duerme la siesta de todos los días: 1 hora, de 15 a 16, y solo el saco y la camisa descansan sobre la silla.

El saco porque lo aprisiona inútilmente en las vueltas hasta la llegada del sueño, pero a la camisa se la debe cuidar, es la encargada de mostrar la pulcritud del que la usa, y debe ser renovada según la estación, hasta dos veces a la semana.

A las 16,10 la puerta de la pieza se abre, y allí aparece Don Isaías ya con camisa y saco, tratando de desembarazarse de las últimas imágenes que tuvo durante el sueño.

Después de una caminata de 10 minutos, que es la distancia que lo separa de su negocio, sube la persiana con alguna dificultad, y a las 16,30 exactamente, se ubica detrás del mostrador de “Sedería La Nueva”, nombre curioso para el caso, ya que cualquier vecino podría afirmar que es la tienda más antigua del pueblo.

Casi no recuerda otra vida que ésta: el pueblo, su negocio, el Deportivo Unión, y muy muy lejos, algunas vacaciones en la costa con la finada.

Para la misma época unos deseos de paternidad, que se alejaron sin respuesta y sin que se dieran cuenta; del mismo modo se fue borrando la cara de su mujer con los años, hasta quedar solamente en su memoria, la imagen sepia de una lánguida novia que le sonríe desde la foto, sobre la cabecera de su cama.

 

2

 

Monica Bonavia - Fotografia
Fotografía: Mónica Bonavia (monicabonavia.com.ar)
Retoque digital: Eugenia Martínez


Esa tarde entran al negocio cuatro clientas, un vendedor de rifas  y un perro desorientado, que es echado sin piedad e inmediatamente.

La hora de cerrar llega lerda, como siempre, y ahí está otra vez Don Isaías, preguntándose camino a su casa, el para qué de esta caminata al encuentro de una cena solitaria y la sonrisa de la finada desde la pared.

Al llegar a su casa ya lo tiene decidido, entra directamente al dormitorio y descuelga la foto, sin preocuparse por el parche desvaído de la pared, como si esa porción de material hubiera querido permanecer intacta, fiel a la cara de la foto, invariablemente joven.

Come sin ganas los restos de comida del mediodía, y tratando de no pensar en nada, se acuesta.

Se duerme rápido, pero en mitad de la noche, un murmullo suave y un olor a rosas lo despierta, y sabe enseguida que ella se le ha metido en el sueño, una vez más.

Hacía unos meses la había conocido cuando entró a su negocio a comprar unas telas, y había vuelto dos veces más, por la misma razón.

Después bastó un breve encuentro callejero, un saludo que le iluminó el resto del día, y ya las sombras definitivas cubriendo la memoria de la finada.

Entonces, a pesar de haberse prohibido pensar en ella, se cuela en sus noches y perfuma su cama dolorosamente.

Aparece vestida de negro, con las telas que le ha comprado para el luto por su madre y que va sacándose de a poco, frente a él, sin dejar de mirarlo. Deslumbrado por esos ojos que ve, solo con los ojos cerrados, despierta.

Don Isaías se sorprende escuchando el galope nuevo de su corazón, después de los sueños, pero sabe que a su edad, no puede buscarla.

Quizás aparezca alguna tarde de éstas, se dice. Solo sabe su nombre, que vive en algún campo cercano al pueblo, y que su madre ha muerto.

Cuando casi se había acostumbrado al dulce tormento de su compañía en los sueños, y apuraba el día para encontrarla en las noches, en el pueblo comienzan las campañas electorales para elegir intendente.

 

3

 

Una mañana, las calles aparecen empapeladas de consignas partidarias y las esquinas se pueblan de listas de padrones de votantes, con los respectivos datos del lugar donde votar.

De puro aburrido se pone a buscar su nombre en las listas, y es ahí donde se le ocurre buscar el de ella. Obtener la dirección en donde habría de votar es la garantía de poder verla, al fin, ese domingo, evitando el bochorno de andar preguntando por ella.

Una desenfrenada búsqueda de listas con nombres de mujer, lo mantendrá ebrio hasta encontrarla, soñándola despierto o despertando en plena noche por haberla soñado.

Ya se codeaban y miraban cómplices las empleadas del comité al verlo entrar y buscar con mucho esfuerzo, nombre por nombre, en las numerosas listas de sufragistas.

Al principio por piedad le ofrecían ayuda, luego por desconcierto, pero en todos los casos Don Isaías se negaba a aceptar, y solo, seguía la labor hasta el cierre del local, o hasta que se cansaban de enviarles indirectas para que se fuera y no les quedaba más remedio que apagarle la luz y esperarlo en la puerta, haciendo sonar las llaves, tratando de sacarlo de esa especie de obsesión en la que se había transformado la búsqueda.

Así fue que encontró el nombre de todas las mujeres de la familia empezando por su madre, aunque no tenía conocimiento que hubiera votado alguna vez en vida; también el de sus hermanas, y hasta el de su difunta esposa, dos veces en las listas del partido oficialista y una en las del partido rival; y no se sorprendió tanto al ver el nombre de su comadre, porque solo hacía tres años que había muerto.

Cuando descorazonado estaba terminando la segunda revisación de las listas, ahí estaba, su nombre completo esperándolo.

Trató de no perder la calma cuando su mano influenciada por su corazón, casi no podía sostener el lápiz para copiar los datos, mientras las miradas de las empleadas del comité, como flechas inquisidoras se clavaban en su espalda presintiendo el acierto. Entonces el rumor de las voces se fue transformando en griterío y luego en coro vivo: la encontró, ¡la encontró!

Ahora, ya nada le importa, ni sus titubeos seniles, ni sus olores de anciano, ni sus miedos al ridículo.  Firme en su decisión de amante decrépito y atormentado, se pasará el día donde sea para verla, de cualquier manera: escolta, centinela, vigía, guardia desesperado.

 

 

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