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Carnes florecidas

por Carmen Florentín Cabrera

Lo esperó dos semanas hasta que su intuición le avisó que algo ocurría. Fue así que se presentó en el vivero  sin previo aviso a las 6.50 AM pero para su asombro el vivero ya había abierto sus puertas. El silencio que reinaba le hacía recordar los domingos de lluvia que ella elegía para llevarle flores a su mamá al cementerio.

Hablando de muertos así encontró a los Geranios, las Petunias, las alegrías del hogar, los rosales, los no me olvides y todo tipo de plantas que pudieran dar flor, no así las plantas de tallos gruesos, de hojas amargas o las aromáticas. A medida que se acercaba al invernadero el olor a carne putrefacta se le metía por las fosas nasales y allí quedaba. Con voz entrecortada empezó a llamar a su marido, como no recibía ninguna contestación trataba de recordar el nombre de algún empleado pero también recordó que su marido hacía años no le nombraba a ningún otro colaborador. Todo allí parecía no tener vida, pero al correr una mampara vio unas hermosas plantas llenas de vidas que se movían al son de la canción preferida del dueño del lugar.

Le sorprendió el gran tamaño que estas tenían y el hecho de que cada una tuviera una parte que reproducía algo del cuerpo humano. Al querer tocarlas lo único que logró fue que cese la música y todas las plantas girasen hacia ella, quiso retroceder el pánico se apoderó de sus piernas y no le respondieron. De pronto sobre su hombro derecho vio un  caldo viscoso que resbalaba por todo su cuerpo.

Cuando llegó la policía buscando a dos personas desaparecías no encontró nada raro, en cambio quedaron admirados por la gran belleza de plantas exóticas nunca vistas. Las dos plantas más grandes eran las únicas identificadas en una decía Utricularia y Petunio. En el lugar dejaron a un agente por si aparecía alguien para preguntar por los desaparecidos. Pero ese repórter nunca llegó.

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Carmen Florentín Cabrera, libros, Despiertos en la lluvia, Solo la piel, Cuentos

        

 

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