Universo cuentos

 

 

 

 

Para consultas escribir a:
centroavatares@yahoo.com.ar

Visitanos en:

   seguinos en instagram

 

Extraños

 

La mira

por Enrique Cerezo

Entré al bar. Un camarero hastiado repasaba las copas por enésima vez. Hacía calor y estaba cansado de caminar. Aún me faltaban varias cuadras para llegar, y pensé que una cerveza me caería bien. La noche era cálida y estaba bien conmigo mismo. Esos días placenteros que terminan apacibles. No tenía sueño. Me senté cerca de una ventana y pedí mi cerveza.

Poca gente. Una pareja en un rincón apartado y otros dos tan solitarios como yo sentados en sendas mesas. Por la ventana pasaban los que caminaban cansinamente, algún taxi en su eterno girar, los novios ajenos a la vida que los rodeaba. Esas noches me asaltan deseos de escribir. Mi agenda es un caos de notas, inicios de novela que nunca terminaré, alguna idea para un cuento que seguramente no voy a escribir. Pero siempre me he sentido bien cuando escribo algo. Así que, después del primer vaso, abrí la agenda y me dispuse a contar  como me sentía, lo que veía, en fin, impresiones baratas de una noche calma.

No había pasado un cuarto de hora, cuando escuché que me llamaban. Estaba sentado detrás mío. Su voz era baja, casi un susurro

- Señor, ¿me permite una palabra?

- ¿Como no? ¿Qué desea?

- Disculpe, pero ¿podría hablar un rato con Ud.?

Parecía educado y estaba bien vestido. Me llamaron la atención sus ojos. Estaban enrojecidos como los de los bebedores, o aquellos que no han dormido en mucho tiempo.

- Si. No tengo nada que hacer. ¿Quiere una cerveza?

- Bueno, pero pago yo.

Se mantuvo callado hasta que llegó la bebida. Me miraba como decidiendo que iba a decirme. Estudiándome. Yo me sentía entre nervioso y divertido. Lo animé:

- Bueno, Ud. dirá

- Nuevamente le pido disculpas. Estoy solo y cansado. Hace mucho que no  puedo dormir. No tengo amigos aquí y necesito hablar con alguien, de cualquier tema, no importa. Pero la soledad me está matando. . .

-  ¿De donde es Ud.? - pregunté para animarlo. Sus silencios me estaban cansando.

- De aquí. . .  de allá. No tiene importancia. Me llamo Carlos, al menos ese nombre me gusta. Dígame ¿estuvo en Paris?

- No.

- Es una ciudad hermosa. La gente, un poco rara pero amable si uno ha estado allí lo suficiente para comprenderla. En el barrio latino es normal que alguien se acerque a su mesa, sin conocerlo, y se siente a charlar un rato. Está lleno de solitarios con su soledad a cuesta. Compartir dos soledades no es sinónimo de compañía, es apenas un oasis que permite seguir vagando por el desierto. ¿Tiene familia?

- Ni esposa ni hijos, si a eso se refiere. Mis padres viven en el interior.

- ¿Amigos?

- Si, algunos buenos, muchos compañeros. Y no estoy de novio, por si esa era su próxima pregunta - dije un poco fastidiado.

- No se moleste. No estoy vendiendo nada ni indagando por algún motivo especial. Sólo  quería saber sobre sus afectos. . . Yo no tengo nada de eso. Ni familia ni amigos. No me quejo. Tampoco lo elegí deliberadamente. Simplemente sucedió. Me acostumbré a ello. Y hoy, me siento mal. Descubrí un afecto y comencé a sentirme vulnerable, perdido, y aterrorizado.

- ¿Una mujer?

- No. -  Sonrió con pesar  - Yo mismo

- No entiendo.

Se echó atrás en su silla. Dirigió una mirada vacía hacia la calle. Estuvo así durante un largo minuto. Suspiró y con una voz monótona, perdida en lejanos recuerdos comenzó su relato.

- Le explico. No supe lo que es una familia. Me crié en un orfanato. A los quince años sentía odio. A quienes me habían abandonado. A los celadores. A los otros niños. . .  pero estaba vivo, lleno de odio, pero vivo. Hoy recuerdo ese tiempo y creo que nunca estuve tan saludable. Ese odio alimentaba mis deseos, mis sueños. La venganza era una meta, aunque no supiera bien de quien vengarme. Ese no saber devino entonces en algo mucho peor: la indiferencia. Hacia todo. Hacia todos. Hacia mí.

- ¿Quiere decir que no le importaba su vida?

- Ni la mía ni la de nadie más. La vida era algo que pasaba a mí alrededor. Es más. No me importaba morir y nunca hice nada para cuidarme de la muerte. No veía que me podía suceder. No pensaba en ello. No era omnipotencia, ni vanidad, simplemente no me importaba.

- ¿A qué se dedica?

- Ese es justamente el problema. Al no importarme la vida, me hice asesino profesional.

En ese momento tenía el vaso en la mano y casi se me cae. Quedé petrificado. No era la confesión que uno espera escuchar. Estafador, ladrón, proxeneta, pero nunca asesino. Además lo dijo como si hubiera dicho peluquero o albañil. Terminé la cerveza de un  trago y comencé a levantarme. Me miró fijo e hizo un ademán.

- No se vaya, por favor. No corre ningún riesgo y se perdería de escuchar una historia interesante. Además le estaría sumamente agradecido si me escucha, aunque mi agradecimiento no signifique nada para Ud.

En esto tenía razón. Por otro lado el aficionado escritor que tengo dentro, me mandaba quedarme. Me serené y pedí más cerveza. Pregunté:

- ¿No tiene miedo que lo denuncie?

- ¿Y qué diría? Ni nombres, ni fechas, ni pruebas. Su palabra contra la mía y la posibilidad que lo denuncie por difamación. Además ¿por qué iba a hacerlo? Lo que le cuento puede ser fruto de mi imaginación. Una inmensa mentira para pasar el rato y observar sus reacciones. Sin embargo lo que le contaré es todo cierto. El porqué lo hago y mi situación actual de terror lo comprenderá al final. ¿Me escuchará entonces?

- Si, adelante.

La Mira

Volvió a perder la mirada en un punto muy lejano y prosiguió:

- A poco que me ganara la indiferencia anduve de aquí para allá, buscando apenas lo necesario para no morirme de hambre. Por motivos que no vienen al caso maté a un hombre en una pelea estúpida. No sentí nada. Ni pena, ni alegría ni miedo. Simplemente lo maté y me alejé. Nunca supe si esa primera vez fue suerte o instinto, lo cierto fue que nadie sospechó de mí. Algún tiempo después, conocí a alguien que me ofreció dinero grande por matar a otro. Lo acepté. Pero no tenía un arma. Quienes me contrataron me dieron una dirección. Un viejo armero me vendió un hermoso rifle. Cuando le pedí una mira telescópica me miró largo rato. Lo apuré. Impaciente. Sacó una hermosa mira y me la ofreció diciéndome: "Es la mejor que tengo. Si alguna vez no puedes apuntar con ella, será que tu vida está a punto de cambiar, pero, claro, será tu decisión". Lo cierto es que estudié a mi víctima, me entrené con el rifle y la mira. . . y disparé a la perfección. Desde una distancia apreciable. Un tiro perfecto que entró por el cuello y mató al instante. Todo estudiado, hasta mi desaparición casi inmediata.

A partir de entonces los círculos que se dedican a esa materia, es decir, la muerte por encargo, me conocieron, me contrataron. Viajé a muchos países y. . . hasta me cultivé. Como era un solitario me dediqué a leer y a conocer. Tenía dinero en grande, aunque no me importaba en lo más mínimo. Los días pasaban iguales. Era como no tener conciencia del tiempo, la indiferencia hacia todo me hacía eterno como el animal que no tiene conciencia de la muerte. Futuro o pasado eran sólo palabras, vivía cada día sin pensar en más allá. Mi vida o mi muerte eran pensamientos totalmente ajenos.

- Noto  que habla en pasado. ¿Cambió?

- Si, hace un mes.

- ¿El afecto del que me habló?

- Justamente. Hace un mes recibí un encargo, muy bien pagado. Como de costumbre estudié a la víctima, busqué el mejor lugar para situarme, elegí el día y la hora. Tomé el arma, como siempre, ajusté la mira y me dispuse a esperar a mi blanco. Lo vi llegar desde casi doscientos metros. Levanté el arma y lo enfoqué con la mira. . . ¡Era yo!

- ¿Cómo? No entiendo.

- Tampoco yo. Al observar por la mira para apuntar, el que venía caminando era yo. Con la misma ropa que llevaba puesta en ese momento. Bajé el arma y observé a mi víctima. Ninguna diferencia con la que había estudiado durante algunos días. Sacudí la cabeza, pensé que estaría cansado. Aún tenía tiempo, por lo que volví a apuntar. . . otra vez lo mismo. A través de la mira me veía caminando tan despreocupado como aquel a quien debía matar. Por supuesto que no disparé. Me fui pensando en el día siguiente. No había una fecha determinada para matar.

Por tres días consecutivos. Y siempre lo mismo. No entiendo que es lo que pasa, sólo que no puedo dispararme. De pronto comencé a pensar en mi muerte, por mi mano, y se me hace imposible. Por primera vez siento que tengo afecto por mi mismo, que no puedo disparar porque, aunque parezca del todo ridículo, siento que me mataría. ¿Sabe una cosa?, fui a una calle muy poco transitada, dispuesto a matar a la distancia (como siempre), al primero que pasase. Lo vi acercarse y cuando alcé el arma para enfocarlo. . . ¡nuevamente era yo quien estaba del otro lado de la mira!

- ¿Tiene miedo?, ¿Se siente una víctima?

- Si. Pero hay algo más. Recién ahora, como en los tiempos que sentía aquel odio profundo, me vuelvo a sentir vivo. Pienso en mí, en mi vida, lo que voy a hacer mañana. No tengo remordimientos, pero tengo miedo. Me cuesta dormir. Sueño con una mira apuntando a mi cuello. Siento que soy vulnerable, estoy perdido y atemorizado. Recuerdo las palabras de aquel viejo armero ". . . tu vida va a cambiar, pero será tu decisión". ¿Cuál?  ¿Disparar a ese otro que soy yo, y averiguar que sucede? ¿Olvidar todo y comenzar de nuevo? ¿Será que hay un arma que me está apuntando sin yo saberlo?

Hoy me doy cuenta que el odio y el miedo son algunas de las pasiones que hacen que el hombre se sienta vivo. Pero claro, la vida es un eterno responder a preguntas que nunca nos han formulado, y el día que tenemos preguntas, nadie nos da respuestas. Entonces vienen las decisiones. ¿Qué hacer?

Por supuesto que no tenía respuestas para darle, le dije tímido:

- Regale la mira. Dedíquese a otra cosa

- Demasiado fácil. No podría vivir con esa pregunta sin respuesta. Además, no se hacer otra cosa.

Lo despedí, deseándole suerte.

Durante una semana pensé en él. La historia era demasiado fantástica y por eso mismo tenía más probabilidades de ser real.

Un mes después vi su foto en el diario junto a la siguiente noticia: ". . . muerto de un disparo certero en el cuello. Se encontró el arma en un departamento a más de 200 metros del lugar. Un rifle de precisión. Los peritos no se explican como pudo efectuarse un disparo tan certero sin una mira telescópica de la que no había huellas en. . ."      

Quizá esta historia se repite indefinidamente en el tiempo. Quizá en cada acción estamos abonando en cuotas nuestra muerte… o nuestra eternidad.

Ahora tengo una nueva mira.

 

volver a Extraños

 

marta rosa mutti

perfil Marta Rosa Mutti

Avatares - Centro de narrativa y poesia

cursos y seminarios - apasionarte

libros - Marta Rosa Mutti

Asterion letrario

vuelo de papel

novedades Avatares

textos y contextos - Avatares letras

serviletras

contacto-avatares

 

avatAres apuntes literarios y algo más - Anuario de letras - Publicación de Avatares letras, Escuela de escritura - Comunicate: 011 15 40752370 - centroavatares@yahoo.com.ar