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Extraños

 

La colmena

por Augusto Neve

 

Fase 1

El hecho fue comparado con la quema de libros en la Alemania Nazi por el régimen nacionalsocialista, cuando recién se estaba gestando la Segunda Guerra Mundial.
En aquel momento se buscaba hacer desparecer cualquier ideología considerada “peligrosa”, e increíblemente la llevaron a cabo profesores y estudiantes, además de miembros del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, haciendo verdaderos actos públicos de las grandes fogatas que se avivaban al compás del hambre y la violencia en las calles, mientras tiraban los libros al fuego.

En esta nueva era, el ataque no fue físico, directo al libro, ni ideológico, sino cibernético, como corresponde a la modernidad, y conceptual, a cualquier imagen vinculada con la libertad de espacios y vínculos humanos. Una vez más la excusa utilizada fue la de ser consideradas peligrosas y que puedan generar ansiedad o violencia en la sociedad.
Esta vez la medida fue ejecutada por políticos, profesores y científicos ¿quién les negaría autoridad? Y la nueva generación ya estaba acostumbrada a no salir. No añoraban las reuniones de amigos, les bastaba con filmarse en sus habitaciones y agregar simpáticas ediciones a sus videos que compartían en las redes sociales. No hubo allí apoyo ni rebeldía a la medida, sólo desinterés. Videos de niños corriendo saliendo de la escuela con sus guardapolvos blancos, riendo y gritando; o arrojando hojas de árboles secas por el aire, anunciando la llegada del otoño; andando libremente en bicicleta, en grupos de amigos, con las caras rotas de carcajadas; ninguna de ellas ya se vería nunca más. Se censuraron todas las películas que contenían escenas en espacios libres, o con varias personas en interiores; besos, abrazos, caricias, encuentros cercanos con extraños, medios de transporte abarrotados de gente, fueron eliminados de todas las producciones y prohibida su inclusión en futuros guiones. Incluso se está planteando no filmar más y que todo sea ilustración o animación digital. Es más económico y fácil de orquestar.
Las canciones no fueron la excepción, considerando como de protesta hasta las que, para nosotros, los que nacimos treinta o cuarenta años atrás, serían catalogadas de inocentes o románticas; y ante la queja de los autores por la edición, se decretó la directa prohibición. La música es memoria, emociones, y nada de eso podía ser permitido, siempre en pos de que prevalezca la chatura, en este nuevo contrato social.

Fase 2

Poco a poco cada persona adaptó su espacio y tiempo hogareño a la rutina laboral. La era digital había sido impuesta, el dinero era virtual y ya ningún contacto físico era necesario para hacer negocios en cualquier parte del mundo. Los mensajes grabados o escritos sustituyeron a las voces y fueron dejando de hablar, de intercambiar pareceres y hasta de generar sabrosas discusiones.
Las reuniones de esparcimiento no tenían motivo, tal y como estaban las cosas era demasiado arriesgado, y respetar las medidas de prevención era un verdadero bodrio, así que de a poco las renuncias resultaban más cómodas que enfrentar la calle.
Se suspendieron hasta los viajes de trabajo. Este nuevo sistema era mundial, aceptado por todos, por lo que cifras millonarias se acordaban por videoconferencias y ya nadie exigía la visita de un mensajero al otro lado del hemisferio.
Con este nuevo orden, las tareas se resolvían en menos tiempo, porque llegaban más temprano al lugar de trabajo (la distancia más larga que tenían que viajar era de la cama al escritorio) y no perdían horario de almuerzo. Pero a su vez el desorden en los hogares era tan grande, que terminaban trabajando de noche y los fines de semana. Ya que además de cumplir con la tarea, debían limpiar, lavar la ropa, preparar la comida y ni hablar los que tenían hijos pequeños, que sin colegio había que entretenerlos veinticuatro horas al día, además de educarlos.
Habían reducido sus cambios de ropa a dos equipos. Usaban uno mientras se lavaba el otro, y así. Las fábricas textiles necesitaron reducir costos, y todo lo confeccionaban en azul o en rojo. Por lo que ya no se perdía tiempo en elegir la ropa, no había moda ni atractiva exposición. Aquellos que tenían la obligación de salir, si iban manejando, no atinaban siquiera a mirar de reojo a la persona del auto de al lado cuando frenaban en un semáforo, con sus caras cubiertas. Y si iban en transporte público, reconocían el piso de memoria. Cuando concluía la jornada, sin cafés, sin bares, sin confiterías, no iban a otro sitio que no fuera sus casas.
Por mirar el suelo, fueron dejando la costumbre de mirar el cielo, si estaba gris o soleado, y lo mismo pasó con los colores y los pensamientos, que fueron reemplazados por la histeria constante y permanente de evitar el contagio. Nadie podía distraerse.
En todo el mundo la economía fue exuberante, próspera, para las multinacionales, claro. Los viajeros ya no podían viajar y ahorraban. Los consumidores compulsivos, no tenían shoppings donde despilfarrar sus salarios. Compraban en línea, pero no era lo mismo.
Lejos de lo banal, un detalle inquietaba a quienes estaban al margen de estos asuntos. Algunos habían comenzado a experimentar alguna nostalgia: la coloración gris de
la piel de la gente. Algún video guardado en un celular que quedó tirado al fondo de un cajón, recordaba ese color “amielado”, dulce, con aroma a libertad, a sueños por cumplir. ¿Se había perdido parte de la esencia que mantiene vivo al ser humano? ¿eso que nos hace seguir “a pesar de”? ¿Habíamos olvidado la empatía?

Fase 3

Muchos trabajos desaparecieron en algunos casos reemplazados por la tecnología, ya que el desarrollo trajo mucha “porquería”. Y en otros, por los cambios de costumbres: menos choferes de transportes públicos, los carteros dejaron de existir, el personal de los peajes, los vendedores de ropa de las grandes tiendas fueron reemplazados por páginas web, los bancos eran cien por ciento digitales, los seguros, los escribanos, los contadores y hasta los abogados, fueron sustituidos por sistemas automatizados que aceleraban los procesos y hacían supuestamente todo más justo. Y claro, las imprentas. El papel era considerado sucio, algo que dañaba el medio ambiente. Y con ellas, se fueron los libros, las ideas, el subrayado, la anotación al margen.
Para algunos la solución laboral fue meterse a tiempo en el negocio de la logística. Todo se hacía a puertas cerradas y con envío a domicilio. Pero no eran suficientes puestos de trabajo. Y, además, era muy mal pago.
Esta vez no hubo violencia, pero sí hambre, que, acompañado de una suba exorbitante en los precios de los alquileres, generó una enorme migración de regreso a zonas rurales. A espacios abiertos donde el contagio se reducía y existía además la posibilidad de ocupar espacios de tierra que el mismo estado había expropiado a cambio de deudas impositivas, para generar cultivos regionales. Se empezaron a formar comunidades donde se compartían vegetales el que sembraba, huevos el que tenía gallinas, leche, manteca y queso, el que tenía alguna vaca, miel el que tenía colmenas… y flores. Y así el instinto empezó a recuperar su espacio en la humanidad.

Fase 4

Volvió el comercio a granel. Grandes camiones llegaban a las ciudades, que eran cada vez más pequeñas, pero habían aumentado en cantidad, a lo largo de todo el país. Fue una gran solución cuando se reinstalaron las líneas de ferrocarriles por todo el territorio. Los viajes eran algo más lentos, pero mucho más económicos, y esto redujo el precio del producto al consumidor, cortando la cadena de producción y comercialización. Sin químicos, ya todo era orgánico. La salud de la sociedad mejoró notablemente, y a la par la calidad de vida.
Todo debía ser por obligación, más lento, el sistema así lo había impuesto. Volvió lo simple. Sin papel y sin la posibilidad de realizar filmaciones, el único medio de comunicación que subsistió fue la radio.
Había emisoras locales, regionales y nacionales, todos transmitiendo desde sus hogares. Era económico y masivo, lo que impidió la manipulación mediática.
Los niños empezaban a tener tiempo libre, y en el campo podían salir. Cuentan algunos que volvieron a ver niños corriendo, riendo y tirando hojas secas al cielo. Las familias en el interior se turnaban para dar clases en las casas de lo que sabían: algunos enseñaban idiomas, otros a escribir, otros matemática, geografía los que habían viajado, e historia los más ancianos. Ellos fueron los que después de mucho tiempo recordaron que una vez que hubo un virus, que sobrevivieron a una pandemia, que esperaron la vacuna que nunca llegó, pero que, de algún modo, el ser humano se adaptó. Y volvió a soñar.

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Augusto Neve, Abogado (UBA). Técnico en Periodismo en el Círculo de Periodistas Deportivos. Productor. Asesor de Seguros, hasta la fecha.
Como periodista durante 8 años, produjo y condujo programas independientes de radio.
Lector y crítico asiduo, está trabajando en su primera novela. Este 2021, acaba de ser editado su libro: Adaptación. Cuentos para leer bajola luna, el sol y con eclipse.

 

 

 

 

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