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Extraños

 

Reunión

por Aldo Ferrante

-¿Sentís el frío?

-¿Dónde?

N. movió la mano alrededor de F. Por acá, le dijo. N. estaba sentada en una de las cabeceras de la mesa de algarrobo y F. a su derecha. F. movió la mano, imitando a N.

-¿Lo sentís?

-Me parece que sí... pero no estoy seguro.

-Está bien, no es lo importante, -dijo N.

F. la miraba mientras pensaba en las noches de soledad buscada, en esa compañía asiente que imaginaba tener cada vez pero de la cual no estaba muy seguro, pero de la que un poco de seguridad sí tenía. "En alguna parte de tu casa, alguien te está buscando. Siempre.", -le decía vagamente F. a N.

Y N. lo miraba y no, se permitía un gesto gracioso y volvía seriamente a hablar.

Reunion

E. como única testigo, sin embargo, la contemplaba con cierta incredulidad. Yo sé que alguien puede querer protegerte, guiarte sin que te des cuenta, tiraba E. sobre la mesa mientras servía un par de vasos con agua. "Alguien", acentuaba otra vez para mostrar algo de convencimiento.

-Bien, decía N., alguien que quizás se esté reflejando en el vaso que tenés al lado, en el espejo que ahora mismo espías, en ese vidrio del balcón de la pieza de las nenas, que ahora están durmiendo con su ángel de la guarda...

-Me das miedo, -dijo E.

N. aceleró el discurso y subió un punto el tono de su voz. "Te digo todo eso del ángel de la guarda y también te pregunto si te animarías a mirar el vidrio llovido de la puerta del departamento y que atrás deforma la puerta mosquitero mientras esperás que deforme también alguna imagen en tu cabeza, en tu paranoia, en tu ansiedad por saber concreta y materialmente de qué mierda te estoy hablando. Porque me parece que otra vez se te fue". Desde abajo llegaban ruidos que no dejaban concentrar a E.

F. se estaba impacientando. Apoyó una mano en el hombro de N. y acercándose al oído le dijo que apurara el trámite con E., que si la dejaba divagar y ayudaba a su divague se iba a mandar a mudar sin preguntar nada, sin siquiera sacarse la duda si lo que estaba averiguando era cierto o simplemente significaba la conclusión de que los dichos sobre N. eran reales. Sí, eso podría ser lo único real en la reunión. "Estás banqueteando", apuró F. "Encima la perra de los del fondo empezó a ladrar diferente. Metele con el asunto".

-¿Escuchás N.? La perra del fondo. Dicen cosas de los perros y sus ladridos. Sí, dicen que perciben, que sienten, que los ven.

-Sí E., ya sé. No les des bola a eso. Quiero que preguntes algo... ¿queros saber algo sí o no?

"Qué pregunte, ¡dale!", -se impacientó F. apoyando las dos manos sobre los hombros de N. y mirando a E. a los ojos.

-El frío. Lo siento. Ahora lo siento al frío. Fue como... E.,- dudó un poco. Fue como bbrrrrr, un escalofrío, o como cuando abrís la heladera y metès la cabeza. ¡Uf! Sí que lo sentí ahora.

-Dale, es el momento, que pregunte, -dijo F.

-¿Que te gustaría saber? Es ya... preguntale tranquila, no tengas miedo. Preguntá, preguntale a él.

E. miró a N. a los ojos y mientras empezaba a sonreír angustiada, tragando saliva, montándose a un suave sollozo, dijo con un halo de voz: ¿estás conmigo cuando quiero que estés?

-Sí, -dijo F.

-"Sí",- dijo N. que dijo F.

Hubo silencio y hubo la voz del timer de la heladera, que se quejó al arrancar haciendo sobresaltar a E. Ella bajó la mirada y buscó a su alrededor.

-Claro, el frío, soltó N. sin abrir los ojos, con una gruesa disfonía. Le prestás atención al frío. Al frío alrededor tuyo. Lo buscas, lo querés sentir. ¿Me sentís?

-¿Qué? -Se asustó E.

-Preguntale a él, ordenó N. después de una carraspera, a mí no.

-¿Estás conmigo F?

-Sí, -dijo F.

-"Sí",- dijo N. que dijo F.

-¿Cómo sé que es verdad?, -casi que murmuró E.

-Se da, mi amor. Siempre estoy acá, lo sabés pero no lo creés. Me llamás y estoy. Se da, mi amor, se da casi jugando, creando desde un lugar que no sabemos dónde está, desde un galpón en algún espacio de la vida, en pasado, en presente, lo estoy creando yo, lo creaste vos y te ayudan también a crearlo. No me entendés todavía. Es eso que no crees y que yo creo. Es ahí lo que no permite comunicarnos. Y si ahora te reís es porque corriste una ligustrina, su espesura, la que ya no te lastima, la que empieza a acariciarte suavemente como un algodón que recién se despega de la planta, la que siento con claridad cómo te transporta a esos olores tan familiares, a chocolate, a menta, a rosas, a incienso, al aliento de un bebé recién nacido, al pasto recién cortado, a la tierra mojada, a una bocanada de aire salino, al aire de la pleamar... y entonces - F. se quebró -, entonces esto.

E. aguantaba con sus ojos vidriosos y más redondos que nunca. Miraba a N. y miraba hacia la puerta del departamento. Empezaba a terminar de creer. Una música subía las escaleras despacio hacia el comedor de E. y F. y en esa tarde silenciosa y de rocío, esa música tenue, siempre tenue, casi apenas perceptible, significaba el lazo del encuentro. N., expectante, los ojos cerrados, descansados, sintió el peso de F. en sus hombros y tomó de la mano a E. No sabía todo el rollo de esa canción que se sumaba a la mesa.

-Fuimos al baile de la escuela de tu prima, ¿te acordás?, y no te animabas  a sacarme a bailar, -comenzó E. como soñando.

-Siempre fui un pata dura...

-Estabas con D., ¿te acordàs? El forro me sacó a bailar justo cuando empezaban los lentos.

-Sí, me dio mucha bronca...

-Al segundo tema te acercaste y le dijiste "me animé", y yo no entendí nada. Y después me agarraste no como se hacía entonces, con los brazos alejándonos, casi tomando distancia en una fila, sino que me rodeaste la cintura con una mano y con la otra rozaste la espalda hasta llegar al cuello, y te miré temblando, nerviosa, sabiendo que te ibas a mandar una de las tuyas, y entonces te pregunté por qué...

-Y te dije la verdad, como siempre. D. me estaba haciendo la pata para que me tirara el lance con vos. No me animaba hasta que te sacó a bailar justo en los lentos. Él sabía los tiempos o tenía ese culo de los facheros que sacaban a bailar a la chica linda en el momento indicado. No sé, cuestión que te dije la verdad, como siempre. Te dije: fue una apuesta.

-Sí, se rió E., y te largué ahí mismo...

-Sí, pero te puse de nuevo contra mí y qué te dije, ¿te acordàs?

E. soltó unas lágrimas y una carcajada. "Vos no sos un juego para mí", dijo N. que dijo F.

Este tema, señaló E. la puerta del departamento, lo usamos para nuestro casamiento después. Aquella noche yo lo miré, y sería, a lo único que atiné fue a poner la cabeza en su pecho ancho. Esta era la canción.

F. se soltó de N. y se alejó un poco de la mesa. Miró a E. con dulzura extrema, fue hasta ella y se apoyó en sus hombros. Le habló al oído sabiendo que empezaba a desintegrarse en el ambiente. "La canción alcanza para reconstruir y llegar hasta allí, hasta donde somos, sirve para hurgar en el fondo donde nos quedamos buscando esa sonrisa que te lleve a otra sonrisa y de ahí a las lágrimas. Pero lágrimas de felicidad, las que van abriendo el camino plomizo, reumático de la inercia puta, de la misma cantinela diaria de arenas movedizas. Sabés, siento que empezás a comprender la búsqueda, que Alguien puede querer protegerte, guiarte sin que te des cuenta. Entonces ya está. Me llevo esta, tu sonrisa con los ojos bien cerrados, y todo el esplendor de la dentadura que te tapás apenas te das cuenta que puede parecer grosería - una pavada de tu parte - esa secuencia borrosa que a mí me cuesta traerla y a la vez es tan clara mirándote así, desde un vidrio, desde el balcón, montado en algún sonido que no sabemos bien desde dónde llega y con la heladera prendiendo y apagando. Mirándote desde el frío descubierto que empieza a ganar el cuerpo para que nos ayuden y creas en algo tal vez, en una cosa que esté con vos cuando creas estar sola, por las noches, en la mesa del comedor, en la cama, o tal vez escribiendo para desahogarte, o para erotizarte. Para encontrarnos aunque sea en un papel. Si nos ayudan".

 

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Aldo Ferrante. Periodista, docente en materias de su especialización. Avatares, Cuentos y poemas, 2005.

 

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