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La Sequoia triste.

por Víctor Racedo

- ¿Por qué lloras? - Preguntó el Arrayan a la Sequoia que, gigante y erguida, miraba el horizonte, dejando exteriorizar su tristeza.
Ella sabe cuán importante es. Sabe sobre su propia inmensidad. Escucha a los seres humanos cuando se acercan, sus comentarios y alabanzas. Eso aumenta su ego. Todo se confabula para que la Sequoia siempre esté alegre.
Es el ser vivo más grande del mundo, y lo sabe. ¿Más grande que una ballena? Sí. Sí. Aunque la ballena es el mamífero acuático más grande del planeta. ¿Más grande que un elefante? Sí. Por supuesto. El elefante es el ser más grande que camina sobre nuestra tierra. Ambos son los animales más grandes, que se conocen hasta el momento, existentes en el universo. ¡Pero la Sequoia no es un animal! Pertenece a otro reino. La Sequoia es un árbol.
Todos los días, al amanecer, la Sequoia mira desde lo alto: Primero la montaña, luego el valle y, ya bien despierta, a la gente que la visita. Hombres, mujeres y niños, en forma organizada visitan los distintos árboles tratando de abrazarlos. Hasta treinta seres humanos se han tomado de la mano con el afán de encerrar entre sus brazos una de estas especies. Muchas veces en forma infructuosa.
Los seres humanos: ¡Qué especie extraña! Se sorprenden de las rarezas, aunque siempre de alguna manera tratan de destruirlas. La Sequoia se mantiene tranquila, se siente segura. Sabe que la especie humana no la atacará. No porque no le interese su madera. Sino porque la curiosidad ha hecho, de un bosque de Sequoias, una inquietud rentable.
Aunque las especies vegetales han ido desarrollando distintos métodos de defensa, el ser humano se las arregla para destruirlos.
Hay árboles que dan una madera blanda, para que no pueda ser utilizada. Hay otros que producen una madera muy dura, para que les resulte muy difícil poder cortarla. A la raza humana no le importa, inventa algo nuevo que eche por tierra el cambio logrado por el árbol. ¡Pobres aquellos árboles que nacen con el destino de ser talados! La Sequoia se siente tranquila con respecto a eso. Esa no puede ser la causa de su tristeza.
Hace poco tiempo, algunos científicos concurrieron, en conjunto, a visitar, evaluar y analizar a esta Sequoia. Ella los miraba desde lo alto, sin que  lo notaran. Hablaban con un lenguaje que exteriorizaba, a las claras, que se trataba de biólogos y botánicos.
- Mide ciento quince metros de altura. - Su diámetro es de ocho metros. -Su peso es de dos mil toneladas. Ella los escuchaba sorprendida. ¡Qué impresionante! Sabían su peso y nunca nadie, en todo el mundo, había podido pesar una Sequoia. Pero bueno. Los científicos también son seres humanos…
Mientras conversaban de los distintos avatares de los biólogos, uno describió con minuciosidad su colección de bonsáis. Por lo que decía: Un bonsái es un árbol en miniatura que reúne las características del adulto. Eso llamó poderosamente la atención de la Sequoia. Nunca se había imaginado hasta ese momento esa posibilidad.
Era posible seguir siendo una Sequoia. Ella nunca había renegado de serlo. Pero también podría moverse de un lado para el otro, conocer el mundo desde otra perspectiva. Conocer la ciudad, salir de la montaña.
Escuchaba sorprendida al biólogo. Éste impresionaba perito en el arte de armar bonsáis, hablaba de distintas especies, de distintos árboles, de una colección, de exposiciones…
Todos los sentidos de la Sequoia estaban destinados a escuchar las bondades de los bonsáis.
Cada vez estaba más convencida. A partir de ese momento comenzó a tener una fantasía. ¡Nunca le había ocurrido tener una fantasía! Ese es un patrimonio de los humanos se dijo alguna vez. ¿Por qué los seres humanos serán así? Ninguno está conforme de ser como es. Todos quieren ser distintos. Nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde. Buscan permanentemente la felicidad en el afuera. Siempre quieren lo que tiene el otro. Aman más lo que les falta que lo que tienen. Al sentir frío quieren calor. Al sentir calor desean frío. Viven de fantasías. Viven buscando un futuro que cuando se hace presente ya dejó de interesarles. ¿Por qué serán así? - Se preguntaba.
Hoy lo estaba viviendo en su propia madera. No había sabido, hasta ese momento, que podría llegar a tener ese sentimiento. ¿Será una fantasía un sentimiento? No le importaba. Solo deseaba que se hiciese realidad.  ¡Deseaba ser un bonsái!
Con el transcurrir de los días, se chocó con la dura y cruel verdad. Las fantasías son fantasías, y la mayoría de las veces mueren como nacieron. ¡No existe una técnica mágica convertidora de deseos! Nada hace que una fantasía se convierta en realidad.
No se entristeció al conocer esa realidad, hasta le resultó risueña la posibilidad que fuese de otra manera. Siguió su vida tal como lo venía haciendo desde hacía miles de años. Por si no lo dije: Las Sequoias viven miles de años.
Ese día el sol se puso temprano. Tal vez el frío haya atravesado la gruesa corteza y el sueño la venció rápidamente.  Al despertar, no podía creer lo que estaba viendo. Todo era gigante. Lo que la rodeaba tenía dimensiones incalculables.
Pudo reconocer al biólogo que, pinza en mano, le sacaba hormigas de sus hojas. Nunca las había visto, el tamaño de esos insectos era similar al de las personas cuando ella miraba desde lo alto.
El biólogo la colocó con mucho cuidado en una bandeja. Otros árboles, de otras especies compartían el lugar. Ingresaron todos los habitantes de esa bandeja en un vehículo y comenzaron a recorrer el camino sin poder mirar por donde viajaban.
Al cabo de un tiempo, el vehículo se detuvo. El biólogo abrió la puerta, sacó cuidadosamente la bandeja. El sol encandilaba a todos. La Sequoia sintió un calor al que no estaba acostumbrada. La luz la enceguecía, trataba de observar todo a su alrededor, aquellas casas que veía desde lo alto, parecían tomar forma inmensa a su paso, imágenes poco nítidas por la luz del sol, pero no podía ser otra cosa.
Ya en el interior, se vio mezclada con más plantas de su tamaño, una habitación llena de bonsáis. Todos acomodados de manera tal que podían identificarse.
El lugar, que le tocó en suerte, parecía especialmente diseñado para recibirla. Aireación perfecta, humedad ideal. El tiempo allí fue escaso, el biólogo volvió a tomarla entre sus manos y la colocó en una maceta, más chica que la bandeja anterior. Volvió a subir a un vehículo y a andar. Ya el sol no encandilaba tanto, las casas cercanas, a pesar de la velocidad parecían tomar más forma. Llegó a un lugar que parecía una exposición.
Techos altos, espacios grandes. Muchas personas caminando en derredor y a paso lento, recorrían grandes mesadas. Un innumerable número de bonsáis habían sido volcados de manera tal que impresionaba un frondoso bosque diseñado dentro de aquel galpón.
Sintió la satisfacción del deber cumplido, era por momentos el centro de la atención. Toda la gente dejaba de observar otras especies para venir a verla, cuando, por parlante, anunciaban que la Sequoia había ingresado a la sala.
Solo ella sabía la satisfacción que le producía sentir los aplausos. Sus oídos tenían una vaga idea de ese ruido. Desde la altura alguna vez lo había escuchado. Ahora lo estaba viviendo en forma directa y escuchando en forma clara. Ver la cara de sorpresa de los seres humanos al descubrir que una Sequoia podía ser un bonsái, le provocaba un placer indescriptible.
De repente, como si se hubiese cortado la energía eléctrica, todo se puso oscuro. A los pocos instantes el sol iluminó como de costumbre su copa. Despertó sorprendida. Con gran tristeza se enteró que todo había sido un sueño. ¡Un gran sueño! ¡Un hermoso sueño!
Mirando el horizonte volvió a observar las casas a lo lejos, y a los otros árboles en las montañas y el valle.
Escuchó a uno de esos árboles cuando le preguntaba: - ¿Por qué lloras?
Inicialmente prefirió no contestarle, luego, cuando el Arrayan repitió la pregunta se limitó a decir: - Porque nunca me había sentido tan feliz en mi milenaria vida.

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Víctor Racedo es médico (UBA).
Es especialista en Terapia Intensiva. Administración Hospitalaria.  Auditoría Médica y en Gestión y economía de la salud.
Miembro de la Sociedad Argentina de Terapia Intensiva. Docente del curso médico internacional FCCS.
Vive desde 1998 en la Ciudad de Campana, provincia de Buenos Aires.
Luego de haber publicado distintos trabajos científicos en el año 2016, publica su primera Novela: Como San CayetanoEl arquitecto, es su segunda novela, edición 2020.

 

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