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Fantasy

 

Custodio

por Matías D´Angelo

Siento una extraña frescura, cono si recién hubiera salido del mar. Pero estoy parado sobre la hierba, bajo un árbol, en un parque solitario a mitad de la noche. ¿Quién soy? ¿Por qué me cuesta recordarlo? ¿Por qué mi cuerpo se siente tan distinto? Me toco la piel; suave, fría, lustrosa, y blanca como la luna, que está llena. Su luz me reconforta. Llevo unas ropas negras, y livianas. La temperatura es baja, pero no me afecta. Es extraño.

Cuando intento caminar, despego. Sorprendido, miro mis pies suspendidos a unos metros del suelo. Me impulso y recorro el cielo estrellado, sonriendo. Esto debe ser un sueño. Aterrizo, y camino fuera del parque. ¿Soy un vampiro, un fantasma? La escasa gente en la calle pasa a mi lado sin prestarme atención. Asustado, empiezo a hablarles. Responden cuando les pregunto la hora o cualquier otra cosa que invento. Pero en cuanto se rompe esa conexión, paso a ser una sombra. Me paro frente a una vidriera y me veo reflejado.

Entonces vuelve el recuerdo: los últimos días en el hospital. El dolor. El respirador. Mis padres y mis hermanos llorando. Un suspiro, el alivio. La oscuridad cálida y el olor a tierra. Una luz plateada, una mirada azul. Una propuesta que acepté.

Custodio
Ilustración: Jorge Soto - Eugenia Martínez

Estaba suspendido debajo de la tierra, podía ver las raíces, los túneles y las cañerías. Lo subterráneo era un océano que recorría como un delfín. Los árboles eran mis periscopios; tocando sus raíces era capaz de observar la superficie.

Hasta que llegó el momento. Enroscado como un ovillo, descansé entre el humus, flotando lentamente hacia la superficie, bañado por la luz de la luna que me convidaban las raíces. Desperté, emergiendo entre el césped del parque.

Hay algo diferente en mi reflejo, además de la piel pálida. Mi pelo y mis ojos negros y profundos. Antes eran de otro color pero eso ya no importa. Pienso en mi familia; la siento ajena. Recuerdo mi viaje a través de la tierra líquida, y vuelvo al parque.

Toco la hierba, y tan sólo con pensarlo, soy succionado por el mar de humus y raíces. Me desplazo en la corriente arcillosa, mi cuerpo muta, tal vez es un fluido o una energía que viaja hasta surgir de la tierra, en un jardín familiar y lejano a la vez.

Estoy frente a la casa donde ya no vivo. Toco uno de los árboles y las hojas en sus ramas son mis ojos. Los observo a través de las ventanas. Intento volver a sentir un vínculo con ellos pero es imposible. Ya no soy humano, y son un recuerdo enterrado. Antes de esfumarme en un humo gris, succionado por la tierra, ella abre las cortinas. La chica rubia, de ojos verdes, recordará siempre la visita del fantasma de su hermano.

Vuelo, la luz de la luna y las estrellas me alimentan. Me parece ver un ser de cabellos plateados en un tejado. Escucho chillidos y sigo un llamado. Soy un humo gris que se desliza entre los barrotes de una ventana. Los encuentro, antes de solidificarme: insectos fantasmales inclinados sobre los que duermen, con patas estiradas como raíces hacia sus corazones. Succionan su energía, enferman sus cuerpos, transforman las burbujas con sueños en pesadillas. Mis manos cosquillean, cuando me acerco. ¿Qué sucede? ¿Seré uno de estos monstruos? Siento un calor en las palmas, y veo un fuego gris, que disparo a las sombras. Éstas desaparecen, y el matrimonio despierta, sobresaltado. No entienden qué sucedió, tampoco me ven, y aprovecho para esfumarme.

Sentado en una terraza, observo la ciudad. Todavía falta para el amanecer. Escucho otros chillidos, sé que hay más sombras que eliminar.

—Has pasado la prueba —escucho, y giro. Tienen la piel color nieve, los cabellos plateados, la mirada azul—. Bienvenido. Somos los Custodios del Umbral.

Siento un calor en mi pelo y en mis ojos, y sé que han cambiado. Ahora soy uno de ellos.

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Matías A. D´Angelo, libros: Mundo de rarezas, Cuentos. Vínculos Secretos, Cuentos.

 

 

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