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Realismos

 

Hacia el fin de una pesadilla

por Julia Mansi

Siempre que lo pienso mis ojos se llenan de lágrimas, Jacinto mi amigo fiel, no como yo. Abrazados por una alegría peculiar, corrimos hasta el puente. Nos ayudamos y bajamos hasta el río para contemplar sus quietas y turbias aguas. Yo lo provoqué para que saliésemos del lugar y buscásemos uno más tranquilo. La luz tenue de una farola comienza a dormirse ante el inquietante amanecer. Sentados sobre tres escalones que asoman sobre el río, nos descalzamos para refrescar nuestros cansados pies. Nada, sólo el silencio es interrumpido por la suave brisa que abanica, las largas cortinas de sauces. Ellas rozan la superficie y producen un leve silbido, de fina intriga. Las pequeñas embarcaciones atadas al muelle, descansan. Falta aún para que empiecen a circular llevando pasajeros, frutas y comestibles. Llegamos hasta acá para poder hablar con lujo de detalles todo lo ocurrido en la casa de Samanta. Ella nos buscaba, cuando salimos por la puerta trasera. Dejamos atrás todo ruido. Su figura negra en la sala iluminada, desde el ventanal la veíamos, iba por todos lados, mientras nosotros nos alejábamos. Parece que todo salió como lo había pactado. Este sosiego de voces, me taladra el cerebro. Me inquieta. Perturba mi alegría.

-¿Estás nervioso todavía?

-Ya no tanto -dice Jacinto.

-¿Y que te pareció Samanta? ¿Es tan buena cómo se ve?

-De eso no quiero hablar.

-Eh eh…pero te di pie, te ayudé y no me contás nada.

-¡Qué te tengo que contar! Pensé que me ibas a pedir perdón, pero es la tercera vez que me equivoco.

Jacinto se levanta, alza las zapatillas y comienza a caminar por la orilla. Su recia silueta espigada, se desplaza sutilmente, sin vociferar palabra alguna.

-Dale no seas así, es sólo una broma, bien que la habrás disfrutado.

Su amigo sigue caminando hacia donde apunta el alba, mientras le da la espalda. Los rayos lo embellecen. Corro y lo tomo del brazo.

Hacia el fin de una pesadilla

-¿Por qué tan desagradecido? No, ya no te entiendo.

-Me dijiste que no íbamos a tener problemas, que yo sólo tenía que estar, servirle la copa, mirarla y me mandaste al frente. Tu ego no cambia más. Siempre el primero, el que gana, el que se destaca, el más agradable ¿A costa de qué? Ya no. No quiero ser más tu hazmerreír.

Se abalanza contra mí con tal fiereza que los dos caemos al agua. El ímpetu nos desliza más allá de lo impensado, a pesar de mi cuerpo rollizo. Jacinto con tanta mala suerte que sus pies se enredan entre raíces y basuras del lecho y nunca puede desatarse, a pesar de mi ayuda. Después de un sencillo funeral, queda aprisionado en una caja de madera, cubierto de tierra y como ofrenda un pequeño ramo de nomeolvides, con una inscripción:

“Para mi amigo fiel”.

Como todas las tardes, las puertas cierran para abrirse recién a la mañana siguiente. Me quedo en ese banco de la pequeña placita, con mi mirada perdida, en la pared que me separa de Jacinto. Como si pudiese ver tras de ella le sigo hablando a la foto que pusieron, en donde aparecemos los dos abrazados, una de las últimas. Si mal no recuerdo es la que nos sacamos con Samanta en su cumpleaños, ella aparece en segundo plano. Ya casi un año y no me canso de esperarte, al contrario, tomo fuerzas para poder seguir en este trance. Eres mi amigo y nunca me fallaste.

¿Cuándo vas a volver? Necesito que hablemos, todo fue un gran disparate y me siento culpable de tu enojo.

Mis oídos escuchan tu voz por primera vez, Me dices que dentro de poco podrás visitarme. Aturdido por reminiscencias, trato de no ilusionarme.

Samanta hoy me acompaña para llevarte unas margaritas. Me siento como siempre frente a la pared y ella junto a mí, quiere seguir con lo que habían empezado aquella trágica noche, eso me dice. El sol comienza a esconderse entre las ramas del jacarandá y dibuja formas extrañas sobre la pared. Presiento que hoy, dos de noviembre, es el día. Abuela me contaba que en este día, salen todos en procesión y caminan por las calles principales. Ella los veía, uno tras otro, a todos de blanco hacia un destino.

Te busco y entre tantos, logro encontrarte. Estás sentado sobre la cornisa rodeado por haces de luces, los mismos rayos del sol que atraviesan tu espalda. Le tomo la mano a Samanta y le digo ahí está Jacinto, él nunca me falla. Mi mirada choca con sus serenos ojos. No me cabe la menor duda me contesta. Nos acercamos para entablar una conversación. Tu sonrisa angelical siempre igual Jacinto, no, al contrario intensificó tus bellas facciones, motivo de tantas bromas.

 

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Despiertos en la lluvia

 

 

Julia Mansi, Despiertos en la lluvia, Cuentos.

 

 

 

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