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Realismos

 

Lento regreso a Casa tomada

por Felix Bruzzone

No tenemos dónde vivir. Los negocios salieron mal, nos remataron el departamento y, sin un centavo para pagar alquileres o cosas así, vamos de casa en casa. Sueño con encontrar una y quedarnos. Podría pasar, pienso, que una pareja de hermanos solteros y paranoicos tengan una y de golpe piensen que está tomada y salgan, tiren la llave en la alcantarilla y se vayan, dejándonos a nosotros el hogar que necesitamos.
Pero nada es tan fácil. Algunos nos alojan dos días, a lo sumo tres. Otros nos dan unos pesos para pagar una pensión por un tiempo. Todo es complicado. La gente es buena, pero no tonta. Mi gran amigo Roberto, por ejemplo, nos alojó solamente un mes. Esto antes no pasaba. Hoy instalársele a alguien, por cercano que sea, choca demasiado con las rutinas y las obsesiones del anfitrión. Y siempre está, por debajo, el reproche de lo que hoy cuesta un alquiler. Aunque en el caso de Roberto es entendible. Vive solo y debe ser muy incómodo tener que hacer lugar para tantos.
Nos acomodamos en el living, en tres colchones que conseguimos prestados, y él se queda en su cuarto, que por suerte tiene buena ventilación. Los chicos no se quejan. Son cuatro luces pequeñas y movedizas. Y aunque mi mujer nunca lo dice, estoy seguro de que, como yo, se acuerda de los diez coreanos inflados de olor a pescado frito y ajo que vivían arriba nuestro. A los quince días de convivencia Roberto me da un almanaque y me pide que le haga un círculo al día en que podríamos irnos. Debe querer que nos vayamos cuanto antes, no puede más. Entonces, muy tranquilo, como si a mi lado hubiera un hongo hipnótico gigante y lleno de amor, le digo que no se preocupe, que al día siguiente, como mucho al otro, nos vamos. Pero tenemos suerte: esa noche empieza a llover, la lluvia dura tres días, y como Roberto no quiere que nos mojemos, nos quedamos dos semanas más.
Después de lo de Roberto no quedan amigos ni parientes que no nos hayan recibido. Y rotar de un lugar a otro es de lo más desgastante. Aunque si uno estuviera acostumbrado podría vivir en cualquier lugar. Una estación de trenes, un puente, un caño. Lo fundamental es hacerse a la idea. Ella viene, revolotea, aterriza a unos metros, se acerca, levanta vuelo otra vez, vuelve a aterrizar, se acerca un poco más; todo es cuestión de tiempo hasta que la idea termina por posarse en tu mano para que la atrapes y, sin darte cuenta, te la lleves a la boca cual manjar inesperado. Pero el ave peregrina del destino nos tiene buenas noticias. Una tarde dejo a mi mujer y a los chicos en un parador. Es temprano, y es casi seguro que lograrán pasar allí la noche. Mientras tanto, salgo a buscar comida en la basura. Más allá de algunas medialunas verdosas, nada muy tentador. Hasta que encuentro, adentro de una caja, una bolsa pequeña, cerrada, negra y llena de papeles dispuestos en fajos. Pienso en billetes. El corazón se me enloquece y lucha por escurrirse entre las costillas. Cuando logro controlarlo un poco, cierro los ojos y empiezo a abrir la bolsa. El hecho de cerrar los ojos es quizá una forma de invocar a la magia que convertirá a los papeles (si es que no lo son ya) en dinero.
Pero no: se trata de unos cuantos volantes abandonados. Algún volantero habrá cobrado su jornal sin repartirlos. Me desilusiono, y estoy a punto de dejarlos cuando veo que son anuncios de empleo. Si nadie los repartió, nadie fue a tomar el puesto que ofrecen. Sonrío. Mientras camino hacia la dirección que figura en el volante sigo pensando en este trío de cosas tan esenciales para la vida: inteligencia, sentido del humor y sentido del deber. Tres pilares fundamentales; para que uno no se desmorone deberían estar siempre equilibrados. Entonces: buena señal. Aunque hay que controlarse, ahora, porque sonrío feliz, extremadamente feliz, y ya empiezo a desequilibrarme otra vez. En eso ando cuando, casi sin darme cuenta, aparezco frente al lugar en cuestión.

Una casa bien puesta. Puerta de roble. Raro que acá ofrezcan trabajo. Toco timbre. Espero. Toco la puerta. Espero. Me apoyo en un poste; pasa una mujer arrastrando a un viejo. Este es un barrio de viejos. ¿El trabajo será de cuidar viejos? Algo es algo. Adentro hay luces encendidas, y ningún movimiento. ¿Tengo que rendirme? Puede ser, pero de golpe, desde la alcantarilla, junto al cordón de la vereda, salta un resplandor que parece querer morderme los talones. Me agacho, reviso. ¿Hay una llave? Sí, es una llave. ¡La llave de mi sueño! Pruebo abrir y… ¡funciona! Empujo la puerta de roble; se mueve ruidosa.
La casa es vieja pero su conservación es perfecta. ¡Y la biblioteca!, eso sí que se parece a una cápsula del tiempo. Viéndola bien, toda la casa parece haber quedado herméticamente cerrada durante décadas, y el pasado no sólo viene a dar su testimonio, sino a vivir un rato más entre nosotros. Pero, a la vez, alguien tiene que haber mantenido todo esto. La llave en la alcantarilla no fue arrojada ahí hace tanto. Eso pasó unos instantes antes de que yo llegara buscando la dirección que indicaba el volante. De hecho, encuentro dos almohadones tibios. Dos, sí. Ella teje, él lee. Primero los espero. Si vuelven, siempre tengo la excusa de haber llegado por el aviso de empleo. Pero cuando el tiempo pasa y es seguro que nadie va a aparecer, busco a mi familia y nos instalamos.
A poco de vivir en la casa entendemos que nadie de acá mandó a imprimir oferta laboral alguna, sino que la agencia de trabajo de la otra cuadra debió haber impreso volantes con la dirección equivocada, lo que hizo que los descartaran, tirándolos donde los encontré. Y como nunca nadie viene, pensamos que quizá, aquella noche, los dueños salieron a comprar y tuvieron un accidente, o fueron secuestrados, abducidos o, sencillamente, pasaron a otra dimensión. Una ironía muy común, supongo: tanto evitar los cambios del mundo moderno y de golpe la realidad se asoma y te convierte en humo. En cualquier caso: un accidente. La gente fanática del pasado debe ser propensa a cosas así. Las pasiones nostálgicas siempre terminan mal. Ahora que lo pienso, es probable que el accidente que nos imaginamos haya sido un viaje al pasado. Un sueño hecho realidad. Un sueño doble: para ellos, el viaje; para nosotros, la casa.
Mientras vivimos en la casa los chicos tienen sus días más felices. Corren, saltan, y encuentran cosas poco comunes y sorprendentes. Ellos ya no son cuatro luces pequeñas y movedizas sino una sola, más grande, que no se cansa de rebotar contra las paredes y cambia de forma y de color conforme la alegría es más verde, más azul, más rosada. Entre las cosas que encontramos están los tejidos que llenan casi todos los cajones, como una plaga, y quince mil pesos que nos gastamos rápidamente. Los tejidos, la ropa que no nos gusta, los muebles y los libros, los vamos vendiendo a la gente que pasa por la puerta.
Un día, mi tío Ernesto se entera de nuestra nueva situación y se acerca a buscar refugio. Él fue quien insistió en hacer todos los negocios idiotas que nos llevaron a la ruina. “Estoy en otra etapa, Ernesto”, le digo, “volvé en unos días”.
Después de eso, discutimos con mi mujer sobre qué hacer. Ernesto es un resorte. Le pegás y se va, pero vuelve y se te entierra en las tripas. Entonces no tardamos mucho en vender lo que queda: la cocina, el termotanque, las estufas. Se acerca el invierno y nos calefaccionamos quemando los tablones del piso. Cuando no queda nada por quemar, prendemos fuego la casa y nos vamos. El fuego es nuestra máxima esperanza.
Mientras dejo mis datos en la agencia de trabajo pienso en Ernesto: cuando vuelva a buscarme y vea la casa incendiada, también él tendrá nuevas esperanzas y podrá pensar, como nosotros ahora, en un futuro mejor.

 

 

Felix Bruzzone

 

Felix Bruzzone nació en 1976 en Buenos Aires; es hijo de desaparecidos durante la dictadura militar argentina y uno de los representantes de la Nueva Narrativa Argentina. Estudió Letras, y actualmente se desempeña como maestro primario. .En 2008 editó el volumen de cuentos 76, ganador del premio literario Anna Seghers 2010 de la Academia de las Artes de Berlín, y la novela Los topos, en la que plantea el tema de la búsqueda continua de la verdad

 

 

 

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