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Realismos

 

Soldaditos de plomo

por Cayetano Berardi

Mi madre preparando la leche chocolatada para los dos. Cuando llegaban las cinco de la tarde ya la vieja radio de segunda mano, que había recibidoel día posterior a mi operación de amígdalas estaba encendida. Todo sucedía al igual que ceremonia programada donde con auténtica justicia éramos los protagonistas.

El dial de la radio era el de todos días. Con mi primo dejábamos volar la fantasía escuchando, y viendo con la imaginación adolescente, la inmensa, espesa y verde selva africana con leones, leopardos, cocodrilos y mil animales más.

Un Tarzán gigante y musculoso que con poderoso grito iniciaba la transmisión de radio y la llamada que a diario indicaba el momento justo en que la manada de elefantes debía acudir a su encuentro para montar sobre su inmensa cabeza y lanzarse hacia la espesura de la selva persiguiendo villanos para hacer justicia.

La mona Chita con sus alegres travesuras. La esbelta y bella  mujer de Tarzán de nombre Jane que nos hacia soñar con su salvaje hermosura en una edad donde comenzábamos a despertar y transitar el camino de la adolescencia en forma acelerada nuestra inocente sexualidad.

Luego seguía la ceremonia de tomar la leche o el mate cocido y  finalizado Tarzán, llegaba Tom Mix, con su caballo malacara y no faltaba a continuación Sandokán, el rey de la Malasia.

Como serian hoy los Súper Héroes del niño actual.

Finalizaban estos programas, la radio se apagaba y retirábamos de cajas guardadas una gran cantidad de muñecos, autitos, aviones, etc. para el juego preferido de la guerra con los soldaditos de plomo color verde y otros multicolores que nosotros pintábamos.

Al igual que mi primo, Italia nos había visto nacer y las guerras europeas nos obligó a emigrar con nuestros padres al paraíso americano.

Mi primo era dos años mayor y con más conocimientos de las guerras mundiales que el padre le contaba a diario, ese motivo le daba el derecho de organizar el campo para la batalla bélica a su gusto y preferencia.

Algo me hace pensar que por la educación bélica trasmitida por sus padres a través de cuentos e historias reales, el juego de las batallas siempre se libraba entre Italia y Alemania.

Sobre una larga mesa de cocina, campo obligado de batalla, organizaba a los dos bandos con equidad en el equipamiento y soldados para el inicio de la guerra. La  cantidad de tanques, Bazucas, metrallas y aviones que dependía de ese ejército numeroso, coincidían en iguales cuantía. Tampoco faltaban los edificios civiles, galpones y hangares para la defensa nacional de los presuntos ejércitos beligerantes.

Era una maravillosa y verdadera guerra la que se libraba día a día sobre ese campo de batallas.

Lo único que solía modificarse era el cambio de mantel o terreno como lo llamábamos impuesto por la madre y manchado generalmente con la complicidad de los colores de plastilina que utilizábamos para fabricar las redonditas pelotitas que jugaban de bombas.

Hubo una tarde que mientras la guerra se desarrollaba pude verificar con sorpresa que el ejercito Alemán estaba aniquilando al Italiano de las manos de mi primo.

Entonces con enfado patriótico y horror es que cursé una diplomática protesta; -¿Por qué los Alemanes están ganando la guerra?

La contestación de mi primo no se hizo desear;  “Esperá, aguarda un poco que ahora los aviones Italianos matan a todos los Alemanes y ganan la guerra”.

Toda esta historia transcurría en la República Argentina en la década del sesenta.

La maravilla de quien tenía los mejores y más bonitos soldaditos de plomo era el tema del día y muchas veces realizábamos el cambio de los mismos por colores o calidad de soldado.

El cambio dependía de diversas razones objetivas, por ejemplo se podía recibir en el cambio dos o tres despintados por uno nuevo o dos chiquitos por uno grande y en buen estado.

Con el transcurso del tiempo la infancia nos abandona y avanzamos edades para convertirnos en proyectos de hombres. Las guerras  se van haciendo menos frecuenta, llega el tiempo de paz y Tarzán se va pareciendo al común de la gente. 

Vamos vertiginosamente creciendo y los soldaditos pasaron a formar ejércitos de colección que orgullosamente exhibíamos en las repisas de nuestras casas.

Aun debía transcurrir un tiempo hermoso en que nuestros soldados de San Martín y Belgrano seguían siendo parte de frecuentes charlas y orgullo nacional. La verificación periódica y conjunta con mi primo de su impecable estado de conservación seguía vigente.

Pero hubo un día que llegó el 24 de marzo del año 1976. Nuestras edades habían dejado atrás la inocente niñez y también nuestros pensamientos e ideales.

Fue ese fatídico día de marzo que comenzamos a sentir la vergüenza del juego de la guerra que realizábamos con soldaditos de un plomo que comenzaban a desteñir sus colores y se fueron impregnando de olor a muerte pólvora y un sucio verde que los afeaban. 

Entonces una tarde abochornados almacenamos el pasado con todos los soldaditos de plomo.

Los lugares elegidos para no humillarnos eran difíciles de divisar por visitas a nuestras casas. En cajas enormes los guardamos junto a nuestra vergüenza.

En las repisas comenzamos a exhibir pequeñas muñecas y retratos de heroicas mujeres con sus cabezas cubiertas de pañuelos de blancas telas que enorgullecen vuestras vidas con sus bellezas combativas. Desde entonces, esto continúa hasta todos los tiempos venideros.

Soldaditos de plomo
Vladimir Pletenev - https://www.flickr.com/photos/wold/

 

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