Universo cuentos

 

 

 

 

Para consultas escribir a:
centroavatares@yahoo.com.ar

Visitanos en:

   seguinos en instagram

 

Realismos

Por el túnel

por J.R. Schöb

Tribulación

Las estrellas iluminaban la fría noche sin luna en los valles de Zúrich. Pequeños bancos de niebla cubrían las zonas bajas y un auto de raudo andar los abría como un cuchillo.
Adam Schneider manejaba por la veloz autopista y miles de pensamientos en su saturada mente lo atormentaban. Trabajo, mujer, pasado, futuro, dios: problemas en todos ellos y alivio en ninguno.

Una turbulenta jornada había concluido y sentía urgencias por llegar a casa. Los gritos aún resonaban en su cabeza. Un jefe temeroso de su puesto, consciente de sus profundas limitaciones, encuentra un problema en toda persona capaz. Adam estaba desconcertado, no solo no le reconocían sus cualidades, incluso, debía esconderlas.

Buscaba consuelo pensando en su mujer Liliana, pero solo encontraba más problemas. Desde hacía un tiempo ella se mostraba caprichosa y ciclotímica, reclamando apoyo y compañía, cuando, en este momento, era él quien la necesitaba. Ella de esto no se percataba. Su egoísmo le impedía ver. Él había llegado a preguntarse si la relación aún tenía sentido. Pero cuando imaginaba que quizás también ella estuviera pensando en terminar, como impulsado por un instintivo horror al vacío, sus sentencias se volcaban del revés y se sentía culpable.
Se reconocía a sí mismo, extraño. Percibía otra cuestión de fondo. Un agotamiento progresivo en él. Estaba cansado de la vida que llevaba. Harto de su trabajo, de su mujer, de sí mismo. Estaba cansado de ser Adam, de su amabilidad, de su corrección política, amabilidad que tantas oportunidades le habían arruinado.
Cuanto más intensa era la tormenta de pensamientos que lo martirizaban, tanto más rápido era su andar. ¿La crisis de los 40? quizá. Imaginaba comprarse una motocicleta chopera y dejarse la barba como un chivo.
Aunque intentaba volcar su mente por horizontes más agradables, su cerebro caprichoso lo traía de nuevo por irritantes pensamientos.
Él nunca había querido ser rico y famoso como aquellos que en la televisión alardean de su suerte, pero se preguntaba ¿Por qué dios reservaba el éxito a los inmorales? Se preguntaba ¿por qué esos miserables millonarios en la gloria nunca se encontraban solos, siempre escoltados por una corte de gente linda e inteligente? Tenía la sensación de que el destino le había impuesto infranqueables muros de mediocridad.
En esta niebla de pensamientos cruzó la medianoche presuroso y entró al túnel Gubrist, ya cerca de su casa.

Los túneles lo ponían nervioso, tanto que al entrar en uno siempre aceleraba. Mil veces había tomado aquel camino, pero la inquietud que le producían no desaparecía. ¿La soledad? Quizás tenía alguna relación con aquella novela de Ernesto Sábato, en la que el detestable personaje Juan Pablo Castel, usaba los túneles como metáfora de la vida y la soledad. Describía la vida como un túnel en el que uno se encuentra solo, en el que te colocan sin explicación y donde solo se camina hacia adelante, sea porque es lo único que se puede hacer o porque la alternativa es peor opción. Uno camina con la esperanza de encontrar a alguien que lo rescate de la soledad, que le muestre la salida, le ilumine la existencia o que le dé un poco de sentido a todo. Pensaba que hay veces en las que uno cree haber encontrado compañía, pero no es así. Es solo una sombra en un túnel paralelo que no está con uno, sino simplemente cerca; al lado, pero no con uno. Él a Liliana no le interesaba. Seguía caminando solo por el túnel.
Sentía la soledad como un yugo que tienen algunas personas. Uno viene en soledad al mundo al nacer, y solo parte de este al morir.

Adam había sido muy creyente y de alguna manera lo seguía siendo. Se consideraba agnóstico, pero cada vez más un sentimiento de despecho se apoderaba de su alma. Muchas veces en su vida había sentido flaquear su ánimo, pero nunca pidió un milagro, aunque lo deseaba ni siquiera pidió una señal. Ahora veía desvanecerse la poca fe que le quedaba, sus fuerzas habían llegado al límite y ninguna deidad aparecía al rescate. Pensaba que era un punto de inflexión, su vida tomaría un nuevo rumbo, sería ateo, un huérfano de Dios. Aunque esto significara aumentar más aún su soledad. Daba igual, si su padre celestial existía, nunca había hecho nada por él. Con todas sus fuerzas contenía gritos blasfemos, que brotaban de su pecho y morían en su garganta. Estaba cansado del desdén de ese Señor. De esa ostentosa desidia con la que gobernaba el universo.

Inmerso en su furia muda gesticulaba hacia arriba, como reclamando a un salvador frío y distante. Tan distante que, de hecho, estaba ausente.
Fue solo un momento, un gesto, pero los autos detenidos en el curvo túnel fueron imposibles de evitar.
Su auto se incrustó en un camión, el último vehículo de la fila de coches embotellados. La marcha veloz se detuvo al instante y sin atenuantes. Solamente un sonido corto y ahogado dio cuenta de la infinita pérdida de aquel fatídico segundo.
Junto a él murieron miles de sueños, esperanzas e historias que el mundo no recordará. En un instante Adam pudo ver su vida pasar frente a sus ojos. Cada recuerdo era acompañado de innumerables sueños e ilusiones. Memorias y fantasías de otras épocas intercambiaban lugares y se confundían. Aquella música centroamericana que de niño tanto le hizo soñar y que el sutil tiempo primero decoloró y luego robó de su memoria. Ese púber en el espejo peinándose, y repeinándose. Aquella colegiala; un viaje, un baile, un amor. Un trabajo... Recordó a aquella chica de la estación de trenes, a quién jamás conoció, pero con la que tantas fantasías tuvo. Ahora recordaba haberla amado una noche de copas o quizás haber vivido juntos toda una vida.
Recuerdos, utopías y pensamientos que nunca adornarían las páginas de un libro, un diario personal o una animada conversación de bar. Su destino era la no-existencia. Un universo mucho mayor que Adam se perdió aquel día, pero el mundo seguirá girando su ronda, indiferente, altivo.
Un incendio comenzó a extenderse por los autos. Se escucharon gritos de las personas que intentaban escapar a pie de la trampa mortal.
Lo siguiente que Adam pudo ver fue la gente en el túnel huyendo como en cámara lenta, en movimientos quietos, casi eternos, sus rostros reflejando el temor al humo negro que de los coches se desprendía, vio su auto en llamas, y dentro de él, su cuerpo siendo abrasado.

 

Por el túnel

Él pudo ver como otro túnel, de naturaleza radicalmente diferente, de fronteras incomprensibles, se abría ante él irradiando paz. La placentera sensación con la que lo invitaba, lo llevaba a entender que la muerte, no era el final, sino que un principio. Su alma por los aires emprendía un viaje al infinito.

Los pensamientos que momentos antes lo atribulaban habían perdido su importancia y concepto. Sin pesares propios ni ajenos su alma volaba libre y liviana por primera vez.
A medida que tomaba distancia podía ver cómo su ciudad y su gente se asemejaban a hormigas. Podía observar con todo detalle lo que fue su casa y a Liliana, fumando nerviosa en la cocina, en una espera inútil. Adam no llegaría nunca, ya no existía. Veía su vida alejarse y, con ella, a la persona que fue. De esa manera Él entendía que había dejado de ser Adam.
Conforme su viaje avanzaba, percibía cómo se aclaraban sus pensamientos. Su visión también lo hacía, ahora no solo podía observar su casa, sino que, en un vistazo, el mundo todo. Libre de los ojos que le impedían ver, veía con toda nitidez. Libre de los oídos que le impedían oír, oía todo. Su razón alguna vez caprichosa entendía perfectamente. Liberada de su cerebro carcelero ya no pensaba, simplemente entendía. Ver y entender fueron uno.
En su viaje a lo eterno percibía difusas figuras al pasar, que se aclaraban a medida que su entender lo hacía. Eran los santos, ángeles y arcángeles que le daban la bienvenida con inmensa alegría.
Su tiempo había cambiado, ya no corría linealmente, ahora era eterno. Causa y consecuencias se mezclaban, fusionando pasado y futuro. Cada cosa traía internamente grabado su avatar e implícitamente escrito su devenir. Ver algo, era ver lo que fue y lo que será.
Más allá de las fronteras del tiempo, en lo eterno, el mundo corporal se disuelve. Sin tiempo que defina el movimiento, el mundo material, intrínsecamente ligado a este, pierde sentido. Hallándose en todos los tiempos, su espíritu no se desplazaba, sino que estaba en todos los lugares. Su alma se expandía y llenaba el cosmos.
No había en el universo información suficiente capaz de colmar la increíble capacidad de su fabulosa mente. Mientras los secretos de la existencia se revelaban ante sus ojos, el poder que estos le conferían aumentaba sin límites.
Tronos, querubines y serafines se sumaban a las alabanzas cantando glorias y santos para Él.
Su viaje al infinito había concluido. Su visión y su entendimiento no tenían límites. Él lo veía todo, lo sabía todo, lo podía todo.
Él era el alfa y el omega. Principio y fin. Él era el dios único y todopoderoso.

 

***

 

El de mil nombres: Yahvé, El, Jehová, Alá… el que fue, es y ha de venir; se sentó en el trono celestial.
Un sin número de seres divinos le cantaban alabanzas. Criaturas de todas formas y tamaños; seres alados, algunos con centenares de alas otros con docenas de cuernos y llenos de ojos por fuera y por dentro; jinetes de coloridos caballos voladores, los poderosos querubines de cuatro rostros, cuerpos taurinos y alas majestuosas, todos cantaban alabanzas y glorias sin cesar. Infinitos coros de ángeles tocaban trompetas, liras y diferentes empíreos instrumentos, para alagar al hacedor que da sentido a la existencia.
El que estaba sentado en el trono, energía y motor que tracciona al universo, comenzó a brillar con luz de paz y amor cegadora para todas las criaturas de la creación. Una densa nube levantóse en su entorno para proteger a los seres de tan radiante amor. Solo los serafines, los seres más hermosos de la existencia, que con dos de sus seis alas protegían sus ojos, podían permanecer en presencia del Señor, mientras que con sus otras alas alimentaban el fuego del trono celestial que ardía con todo su esplendor nuevamente, al tiempo que cantaban eternamente con voz de trueno que resonaba hasta los últimos confines del universo, “Sanctus, Sanctus, Sanctus, Dominus Deus, Sabaoth Pleni sunt coeli et terra gloria tua. Hosanna in excelsis. Benedictus qui venit in nomine Domini. Hosanna in excelsis.”          
El universo estaba en orden.

 

Tribulación omnipotente

El sonido de las trompetas, los cantos y las plegarias se multiplicaban y confundían en lo eterno, amalgamados en una alabanza de fondo. Los acontecimientos todos se superponían formando una niebla de sucesos con lo que fue, lo que será y lo que podría haber sido. De este modo era verdad que Él recién se había vuelto a sentar en el trono celestial, como también que había estado sentado allí desde el principio de los tiempos. Todos los universos posibles solapados hacían que para cada suceso había un contra-suceso, para cada onda una contra-onda; así todos los acontecimientos superpuestos en todas partes se anulaban y resultaban en el vacío absoluto. El todo y la nada eran impiadosamente iguales.
En este contexto sus pensamientos se dirigían hacia esas personas humanas, a las que el altísimo tanto amaba, parecidos en tamaño y trascendencia a hormigas. Como ellos cargaban agotados sus insignificantes problemas, como hormigas llevando pesadas hojas. Admirables en cierto sentido. ¿O quizás envidiables?
Él no tenía problemas por resolver. Él lo sabía todo. Él era omnisciente y por ello sabía que para sus problemas no existía solución.
La soledad. La irresoluble soledad que implica ser “el único”. Porque una hormiga no es compañía para el náufrago en la isla. Y para él todo ser era una hormiga.
Su visión que todo lo abarca escudriñó en cada rincón de la existencia y no encontró a nadie. Estaba solo.
Él era el rey total e incuestionable. Pero rey de qué, rey de nada. Nadie para cuestionar. Nadie existía en realidad.
Todo es un sueño. La realidad es su visión. El sueño solipsista de un dios omnipotente deviene en la existencia. Sus fantasías eran de carne y huesos; materia y energía; cuerpo y espíritu. Todo es su sueño.
En su juego a unos seres los llamó hombres, a otros ángeles. ¿Pero qué compañía se puede encontrar en amigos imaginarios? El libre albedrío de estos amigos imaginarios es una ilusión. Que un ser omnipotente conciba criaturas a los cuales no puede controlar es una contradicción. Ellos eran solamente marionetas creadas a su imagen y semejanza, movidas por los irrompibles hilos del destino. Marionetas con las que juega un niño solitario. El niño ama a sus marionetas, y juega a que estas lo aman. Pone palabras de amor en su boca y se divierte, pone palabras de despecho y esto suscita emociones en él. Los premia y los castiga. Con solo pensarlo ellos amarían u odiarían con un amor o un odio tan profundo y real como la realidad misma. La realidad es su sueño.
En su solitario juego ama a sus creaciones y desearía que fueran reales como él. Que tengan libre albedrío y sean independientes de él.
O ser él parte del juego como una marioneta más.
A través de la eternidad él había sido todas las personas de la historia. Unas veces fue Adam, otras Liliana, otras la chica de la estación de trenes, todas las personas en todas sus posibles vidas. Unas veces lo hizo con libre albedrío, otras respetando las leyes deterministas que dictan las respuestas y decisiones, que dictan los deseos y el devenir del pensar. El único espíritu libre encerrado en una cárcel de carne y hueso por voluntad propia.
El solipsismo más absoluto, incuestionable, férreo, inflexible e inexorable era su condena. La omnipotencia lo condenaba a la soledad. Perder el control era la única salida.
Él era omnipotente. Pero había otra cosa que no podía hacer: morir; morir y escaparle a ese tremendo sinsentido que es la existencia. El sinsentido que es el ser, e indefectiblemente tener que estar, por los siglos de los siglos.
Hacer cambios era inútil, él conocía todas las variantes y todas ya las había vivido.
De nuevo y a la vez, su atención se dirigía a esos insignificantes seres, a los que el arquitecto universal tanto amaba. Con admiración, un dejo de sana envidia y algo de esperanza.
Perder el control.
Perder el control.

 

La reivindicación de Lilith

Adam se despertó solo y confundido en las penumbras de una pieza de hospital. La cabeza y el pecho le dolían fuertemente. Alguien encendió la luz del cuarto y sintió una sobrecarga de estímulos. Escuchó estruendos aturdidores que luego pudo reconocer como voces de personas. Difusas figuras se acercaban y se alejaban sin que él pueda distinguirlas fielmente. Finalmente identifica a un doctor del Hospital Universitario de Zúrich tomándole el pulso. Él podía ver como el doctor movía sus labios, pero la voz llegaba en ecos incomprensibles. Todo ocurría con una vertiginosa velocidad que su atiborrado cerebro no podía seguir.
El doctor Hardmeier, con tiempo y paciencia hizo preguntas respecto a sus sensaciones físicas, emocionales y a lo que recordaba del accidente, pero Adam estaba muy confundido para tanto esfuerzo.
—No se preocupe, señor Schneider. Habrá tiempo para ello. Usted es una persona muy afortunada —dijo el doctor—, es un milagro salir de un accidente de tal magnitud con apenas rasguños y unas quemaduras insignificantes. 
Adam solo se limitó a asentir con la cabeza. Finalmente, el doctor se retiró de la habitación, la enfermera se quedó unos minutos más tomando lecturas de los aparatos, luego le dio unas pastillas para el dolor de cabeza y también abandonó el cuarto.
Adam quedó unos minutos solo e imágenes del accidente pasaron por su cabeza. Imágenes de ese extraño ensueño también. ¿Lo había soñado? ¿estaba soñando ahora? ¿Es la vigilia el sueño de los inmortales? Quienes luego se esconden en esta.
No recordaba mucho del sueño, pero ahora reconocía que aquella molestia en el pecho no era un dolor, sino un inmenso vacío que ese sueño le había dejado.
A través de la ventana veía hacer su aparición al solitario y oscuro invierno con la primera nevada. Los copos de nieve se posaban suavemente unos sobre otros en las barandas del balcón. El cielo gris y frío había bajado tanto que parecía encontrarse en algún lugar entre la ciudad y las montañas.
Durante los primeros años viviendo en Suiza, Adam no dejaba de admirar las bellezas de aquel lugar; Zúrich, Lucerna, Muri, las montañas, el paisaje nevado del invierno, un domingo de paseo en auto por la campiña de Argovia escuchando a Piazzola; empero con los años los lindos sentires que estos encantos le producían fueron mermando y a la postre desaparecieron. Por último, también la belleza parecíale haberse esfumado. Sin saber si culpar a la costumbre, a la edad o a las malas vivencias miraba caer la nieve que había dejado de traer belleza y ahora solo era fría.
La ciudad vacía, oscura y silenciosa reflejaba su estado de ánimo.
Dos golpes en la puerta anunciaron la llegada de un visitante. Lenta y silenciosamente se asomó Liliana por la puerta y entró en el cuarto. Corrió a abrazarlo, pero luego tuvo temor de hacerle daño y se limitó a darle un suave beso y se sentó junto a la cama.
—Hola Adam. ¿Cómo te sentís? —preguntó. —Dormiste tres días.
Adam todavía se encontraba con los sentidos alterados por los efectos de los calmantes. Después de unos segundos, Adam dijo rápidamente:
— Bien... Bien... Lili. Todavía un poco confundido. ¿Vos, Cómo estás?
— Bien. Fueron los peores tres días de mi vida, pero ahora estás acá y está todo bien. —dijo Liliana con voz emocionada.
Liliana se veía nerviosa, tomó aire como para decir o preguntar algo, pero luego sacudió la cabeza diciendo en voz baja ―No importa. ―Acto seguido dijo― Contame cómo estás ―y le tomó la mano con una sonrisa simulada. Luego de unos minutos de charla vacía él tenía la sensación de que ella quería decirle algo y no sabía cómo. Su mente confundida y temerosa, por los fármacos y ese sueño, pensó que ese algo era la temida ruptura y su pecho se estremeció.
 
Entonces Adán le dijo a Lilith

Perdóname Lilith. Me comporté como un imbécil, un miserable. Yo sé que tus actos fueron horribles, pero sé que fueron a consecuencia de los míos. Fui un egoísta y solo quise exigir todos los derechos. No te quería ver como un igual. Quería ser el hombre, más hombre y de esa forma dejé de serlo para convertirme en un animal. Un macho apenas diferenciable de las Bestias. Eso no sirvió para someterte y como un niño mal criado le pedí ayuda a Él y eso solo provocó tú huida. Perdón.
Eva no es una opción. Creí quererla. Pero estar con alguien sin voluntad es estar con un mueble. Es estar solo. Yo te quiero a ti Lilith. Yo quiero estar con alguien. Quiero a un igual a mi lado. Alguien con voluntad y vida propia. Y así dejar de estar solo. Quiera dios que no sea demasiado tarde y te vayas definitivamente. Intentémoslo de nuevo Lilith. Un nuevo comienzo, un nuevo génesis.”

 

Los ojos de Liliana se humedecieron y con voz temblorosa respondió.
—Adam. Estoy embarazada. Vamos a tener un bebé.
Entonces un mar de emociones inundó el alma de Adam y se desbordó por sus ojos. Las palabras se le amontonaban en la garganta, pero no salían. Un abrazo expresó lo que estas se negaban a decir. Ella llenaba el inmenso vacío de su pecho.
A partir de ese momento las palabras no dejaron de salir. Los abrazos, los besos, los llantos, las risas y proyectos se repitieron durante las largas horas en que permanecieron juntos. Finalmente, el horario de visitas terminó y Adam quedó solo en el cuarto.
Esa noche durmió poco pensando en cómo, problemas de apariencia irresolubles y emociones arrolladoras, de un momento a otro pueden perder toda importancia y contexto.

Pensaba que quizás desde ahora no temería tanto a los túneles. Pronto serían tres figuras tomadas de las manos caminando por un túnel largo y haciéndose preguntas sobre el sentido de todo. Pero quizás ahora no le daría tanta importancia al tener una respuesta.

 

Sanctus – Lacrimosa 

 

 

---------

 

J.R. Schöb. Nació en Paraná (Argentina) en 1975. Vivió su infancia entre Ituzaingó (Arg.), Zúrich (Suiza) y Mosul (Irak). A los 13 años con la separación de sus padres se radicó definitivamente en Paraná. Años más tarde se vio obligado a interrumpir sus estudios universitarios en Córdoba y decidió viajar al viejo mundo estableciéndose nuevamente en Zúrich. Allí trabajó de mecánico hasta que se recibió de ingeniero aeronáutico. 

De niño en las tierras de Abraham y Gilgamesh aprendió a amar la historia y la mitología, por ello de joven no perdió la oportunidad de visitar las tierras de Homero y Dante, pero jamás olvidó la de Borges y Cortázar. Amalgamando y transformando las historias que de joven lo hicieron soñar, de mayor descubrió su afición por la escritura. A través de cursos y webinarios se introdujo en el mundo de la literatura donde sus variopintos cuentos y publicaciones gozaron de gran aceptación, tanto por el público especializado como entre lectores aficionados, llevándolo a organizar estos relatos en lo que sería, su primer libro “De Vidas, Dioses y el Hado”.

 

 

volver a Realismos

 

marta rosa mutti

perfil Marta Rosa Mutti

Avatares - Centro de narrativa y poesia

cursos y seminarios - apasionarte

libros - Marta Rosa Mutti

Asterion letrario

vuelo de papel

novedades Avatares

textos y contextos - Avatares letras

serviletras

contacto-avatares

 

avatAres apuntes literarios y algo más - Anuario de letras - Publicación de Avatares letras, Escuela de escritura - Comunicate: 011 15 40752370 - centroavatares@yahoo.com.ar