A. Verzola - Lluvia C. Caschetto - Aquella posibilidad
C. Florentín - El pez por la boca muere E. Migliaro - Más allá del lugar
G. Busto del Mármol - Día Gris M. G. Jaime Irusta - Memoria del Fuego
G. Ratto - Único testigo J. Mansi - Dualidad
K. Sznaidlerer - Solo... nada más M. del C. Cárdenas - Virus de amor
M. Mantovan - Diferido M. Piñeiro - Cara a cara
M. Aulicino - La cosa N. Vinciguerra - Cajero Automático
P. Moltedo -Guiños S. Santilli - Marco Vacío
V. del Duca - Caminar el frío V. Tuli - Volver a verte
Sobre la poesía Se me antoja…, autora: Betina Casale Cervini
Lluvia
Estaba lloviendo. A media mañana paró la lluvia.
El comisario Mariano Esteve le había dicho que sería doloroso, tenía que aguantar el dolor, ella sabía.
Le pidió el rebenque, el mismo que usaba su marido, jockey, para azuzar al caballo. Le preguntó si estaba segura de seguir con eso, y ella, apenas audible, dijo, Sí.
Con toda la fuerza de que era capaz, los dos rebencazos le laceraron las piernas, ya conocía el calor de la sangre manando, acompañado del insoportable dolor.
El rebenque tenía acero dentro del cuero. Las lágrimas brotaron sin un sólo quejido.
Los dos policías la llevaron a la comisaría, la dejaron descansar y tomaron su declaración.
Ella y su marido no habían tenido hijos, vivían en esa casa, arriba estaban sus padres, que ese día habían salido.
Como era costumbre, el día de carreras, su marido se iba muy temprano, ella se quedó ordenando, preparó la cena para poder ver las carreras por televisión.
Ya no llovía.
Que Sergio perdiera y también los otros caballos en los que él apostaba, eran dos seguros indicios que volvería borracho de alcohol y de ira.
Ella sería nuevamente su víctima.
Temblando oyó el auto entrando al garaje. Ya no llovía, pero tronaba.
Al ver su cara trastornada, no supo cómo, tomó el revólver que él llevaba en la guantera. Apretó el gatillo, casi sin mirar y sin medir las consecuencias.
No entendía las preguntas que le estaban haciendo. Defensa propia. Continuas tribulaciones. Castigos atroces.
Firmó la declaración, el comisario la castigó por última vez en su vida.
Ya no llovía.
Ella lloraba.
Todavía no sabía que estaba esperando un hijo del muerto.
Sobre la poesía Juicio por despido, autora: María del Carmen Cárdenas
Aquella posibilidad
Todavía no puedo creerlo, más tiempo pasa y me pregunto por qué suceden estas cosas. Como del blanco se pasa al negro… Porque no fue simple, no hubo paso intermedio para adaptarse… fue sin gris… Una farsa desleal….
Éramos tan amigas… ¿Cómo pudiste ahondar una daga en mis entrañas…
¿Dónde está la moralidad arbitraria que tuvo ese fallo inaceptable? ¿Qué pasó con aquello que me inculcaron acerca del respeto mientras estudiábamos en la Universidad? ¿Te acordás cuántas veces compartimos en largas charlas nuestros secretos más recónditos?
Acaso perdida en el laberinto de tus pensamientos creíste que quería superarte o escuchaste algún comentario inescrupuloso y no fuiste capaz de hablarlo conmigo.
¿Quizás te ganó la envidia cuando tenía muy buenos puntajes en la carrera y el éxito me permitió instalar mi propio estudio?
¿Querías ser mi empleada o sólo querías estar cerca mío para destruirme? Hay algo más fuerte y no sé todavía después de tanto tiempo que fue…
Me gustaría saber la respuesta a todos estos interrogantes, porque no quiero recordar cómo mirabas al hombre de quién me enamoré. Un día pensé que también lo amabas desde un furioso silencio, o creías hacerlo. Pero no… no podía ni pensarlo. No era tu tipo. Humilde, disfrutaba mis logros, me apoyaba en todo. Ni un cuestionamiento, todo aliento. Sereno. A vos te gustaban los tipos de alto vuelo. Profesión y buen pasar… ese no fue el motivo.
Te veo en el Tribunal y no puedo creer cómo te atreviste a tan osado artilugio para destruirme.
Hasta mis colegas me aconsejaron no continuar con la defensa, olvidando los juramentos hechos cuando nos recibimos. Ya estaba todo perdido.
Como acto final a tu comedia trágica intentaste pedir perdón cuando salimos del Juzgado. Él me sostuvo desde su delicadeza, murmuró… No ganó nada, esto no te cambia, y eso es lo que ella no soporta. Tu entrega con la gente, tu calidad de persona, algo que ella nunca podrá alcanzar. Ahí empecé a vislumbrar entre recuerdos su forma de competir solapada. Entonces entendí que la mejor respuesta a tus disculpas era dejarte seguir sola tu lucha con los demonios de los que renegás pero que vos misma parís.
Sin una palabra, besé a mi esposo, y en mi cabeza ahora risueña volvió a bosquejarse aquella posibilidad sobre él, y pensé… va a necesitar mucho tiempo para olvidarte. Nos fuimos despacio mirando a Buenos Aires, tan particular, tan indescifrable y hermosa en busca de uno de sus Cafés y una mesa junto a la ventana para verla aún mejor.
Sobre la poesía Grito, autora: Lola Caloeiro
El pez por la boca muere
Bitácora de mi viaje por Valparaíso (Chile) Son las 23 am la noche transcurre en la cocina del Hostal, somos cuatro mujeres de diferentes países Cata de México, Marymar de España, Ingrid de Holanda y yo, hoy cocinamos ceviche que trajimos del puerto, los pescados eran tan frescos que todavía sangraban, las mujeres debíamos cocinar y Ángel el dueño del Hostal nos dijo que él se encargaba de la bebida. Yo no tomo pero como me voy a negar es una noche especial, la algarabía es general, cuatro mujeres riéndonos y brindando por olvidar nuestros pasados, de golpe aparece Ángel y casi como un duende escurridizo nos abraza a las cuatro y nos llena de nuevo nuestras copas, a la vez que nos elogia a cada una un atributo físico, a lo cual nosotras le respondemos con ademanes de gratitud, como si fuera el último hombre en esta tierra, de fondo se escucha una canción que habla del amor perfecto pero luego truncado por una traición, ya estamos bastantes alegres y mareadas, la bebida trae consigo actos que nosotros mismo no conocemos. Él vuelve cada vez más seguido a llenarnos las copas, casi sin darnos cuenta estamos bailando muy sensualmente, con él en el centro, piensa que estamos felices porque nos reímos como locas, levantamos nuestras polleras para que vea nuestras piernas, nos acercamos a su boca y le convidamos el aliento a rouge, nuestra sensualidad lo embriaga, pero igual ríe irónicamente, y se pasa la lengua por los labios como un lobo feroz, está sediento de lujuria y de placer, pensará cuatro mujeres para mí solo, pero no somos solo cuatro mujeres, somos cuatro almas castigadas en el pasado, donde aprendimos a callarnos, a curarnos, a implorar, pero éramos ignoradas hasta la próxima golpiza. Nuestras bocas se abrieron por primera vez esta tarde en el puerto y contamos y lloramos hasta quedar sin voz. ¿Nos preguntamos cuando se terminarán los femicidios en el mundo?, como única respuesta una ola rompió contra las rocas. Estamos hospedadas en una habitación cada una de nosotras, como no obtuvimos la respuesta, Ángel será para cada una lo que quiera la cura o el castigo.
Sobre la poesía Abril, autor: Víctor Del Duca
Más allá del lugar
La oscuridad solo es superada por esta quietud aterradora. Trato de levantarme, algo aprisiona mis piernas, son los escombros. El edificio está en ruinas. Por ente los muros derruidos, un haz de luz trémulo lucha por abrirse paso entre una nube de polvo que todo lo cubre. Caos y destrucción. Olor a dolor me envuelve.
Quiebra el silencio el canto de un pájaro sobreviviente, desafiando la destrucción del hombre aun recuerda que es primavera. Caminamos toda la noche, escapando de esta guerra sin sentido. Me asalta el recuerdo de tu sonrisa cuando te conocí, tus ojos azabaches, tu piel, tu aroma. No conocías mi idioma ni yo el tuyo, no hizo falta. La mirada, los gestos, esa rara e indescriptible sensación de estar vos allí y yo también, más allá del lugar, del espacio.
Yo que siempre he sido un solitario, que jamás he necesitado a nadie, que soy frio y distante, caí ante el encanto de tu ternura y me perdí o me encontré, quien lo puede afirmar. Sabíamos que era imposible, pero la tibieza de abril nos abrazó.
La esperanza de que hay un después, otro tiempo, otra vida y otra muerte. Si existe un cielo, un Edén, era ese momento. Perfecto intacto. Tu tierra, mi lucha, tu inocencia, mi locura. Dejamos todo atrás el deber, el ejército, mi vida y la tuya, mi ideal lejano e inútil y escapamos, sin futuro sin pasado solo el instante, aquí y ahora.
La oscuridad retrocede, la claridad avanza y te veo, inerte, hermosa, pálida… mis lagrimas huyen de mis ojos, no puedo ver, no quiero ver, no quiero ver.
Estiro mi mano, no te alcanzo. Tu hermoso rostro, lívido aun me sonríe. Traidora me dejaste aquí solo, sin alma, sin esperanza, sin amor…
El techo cae estrepitosamente.
Ya voy…
Sin vida
Sobre la poesía La Gota, autora: Mariela Piñeiro
Día gris
El día se presenta frío y lluvioso. Las gotas sobre el ventanal son un canto monótono sobre sus pensamientos.
Elena toma aquel suéter de lana fina con punto Santa Clara, casi gastado en sus codos.
Sus mangas largas cubren las manos. Los continuos lavados lo han estirado tanto que les llegan a las rodillas. Es el único que tiene para salir, con sus colores verde azulinos, que demuestran el maltrato de lavados desprolijos. Un toque de perfume en el tejido no cambia su aspecto.
Se dirige a la cocina, otras gotas golpean en la bacha de la cocina. Su vaso plástico con la leyenda de Buenos Días, le da la bienvenida. Despintado muestra el fondo de las borras cotidianas. El ambiente es pobre y el sonido de esas gotas en su cabeza la incitan al delirio. Sólo piensa en llenar su alacena. Debe trabajar pronto.
Casi siempre exprime varias veces un viejo saquito de té, que, endulzado apenas, parece agua sucia humeante. Se fija en el calendario que está pegado con imán en la heladera y observa que es 29 de abril, y le produce una mezcla de sensaciones.
Sigue hojeando y ve que hace tres meses no anota los círculos rojos de control. Los huesos de su cuerpo denotan la falta de buena alimentación.
El pantalón ya casi no le cierra. Se mira en el espejo y se pregunta: “¿A quién esperas?” Esa vida inesperada desea quedarse.
En el diario busca algún trabajo, y observa el mapa de la guía de las calles de la ciudad.
Sale apresurada por un aviso: “Señora quehaceres se necesita” ...
La calle la llama. Confundida mira hacia ambos lados. Debe cruzar y se mezcla con la gente. Su mente vaga, queda en blanco, no ve el semáforo que está rojo...
Blanca, imponente se desliza una ambulancia. Brillantes sus puertas, con luces que se reflejan en su rostro de mirada ausente. Un aire fresco que sopla junto a la llovizna la despabila. El calor de una habitación clara, y una mano servicial la roza.
Un doctor le habla y mira con dulzura. Ella toca su vientre y comprende. Las gotas sobre el ventanal son un canto monótono sobre sus pensamientos.
por María Graciela Jaime Irusta
Sobre la poesía Te conozco, autora: Vilma Tuli
Memoria del fuego
Me levanté muy temprano para beber mi café tranquilo y mirarte antes de salir. Tu foto me sonreía desde el tiempo y la distancia. Ya no estaba contigo. ¿Eso creía? ¿Podría abandonarte, amor?
Mientras, desde la foto, tu sonreías, el mar azul enmarcaba tu cara y brillabas en ese sol del verano. ¡Días de fuego aquellos!, en esas llamas nos consumíamos. Hoy empiezo a preguntarme si terminaré siendo siempre la sierva de tu recuerdo… …porque hace rato que te has ido, hace mucho que no vienes.
Me abriste la puerta un día para cerrarla con un estruendo que aún duele. Olvidaste que te conozco al desnudo; sé que eres un niño, que te escondes en mis entrañas y buscas en cualquier pecho el olor de la madre. Esa mujer te abandonó. No fui yo, no. Yo no lo hice y no quiero ser tu madre, ni tu hermana, ni siquiera tu novia, quiero ser la que navegó contigo en el amor con las alas desplegadas. Por eso discutimos, aunque aún no conocía la otra verdad
Revivir el día de tu partida y de la furiosa tormenta que te acompañó, me hace daño. pero, cómo no recordar mi enojo, mi furia, mis gritos al enterarme…¡Te llamé traidor! ¿lo eres? ¿lo fuimos?
Algún día estarás cansado de tanto andar por cuerpos ajenos. …Tal vez mañana, amor, decidas anclar en mi puerto para siempre…o nunca…
Me rindo como paloma mansa tras soñarse halcón, y te espero…
Sobre el cuento Luna roja, autora: Marysol Aulicino
Único testigo
Un lugar de sus interminables playas, alfombra gigante de color amarillo, aguas tibias y un turquesa tan brillante me convencen que no es un sueño, sino que de golpe y no entendiendo la razón estoy ahí.
¿Por qué? Algo ansiado que se hizo esperar, pero llegó el momento: mis vacaciones. Y estoy aquí, con mis pies desnudos, haciendo dibujos y dejando huellas que rápidamente se diluyen como arena entre los dedos, transformándose de inmediato.
Me gusta caminar entre los médanos, especialmente al atardecer, a esa hora que comienza la noche y la trasmutación de los colores, crean ese instante en especial, donde sea que me halle, es raro, porque me suspendo. Solo soy ese tiempo…
Luego de un día de sol y disfrute, al llegar esa hora que me lleva vaya a saber dónde, camino entre médanos y playa. De un hueco que surge de la selva, con su oscuro verde, llama mi atención atrayéndome, los ruidos de animales y música de tambores acercándose.
Quiero retroceder. Una curiosidad casi frenética me empuja. Me sumerjo en un mundo desconocido. La mezcla de notas, una fresca brisa y aromas afrodisiacos me muestran caminos hacia mi interior y sin conciencia estoy inmersa en un éxtasis total.
Veo imágenes confusas de criaturas desnudas y oscuras como la noche, yendo en todas direcciones, parecen ánimas danzando, no puedo distinguir bien, bailo con ellos al compás de los tambores. Mi cuerpo flota. ¿Poseída? ¿Frágil?, ¿Enajenada? No lo sé. Callan los tambores, una luna roja incendia el cielo. El tiempo deambula, todo es silencio, como juego en esa delgada frontera que sabemos que está dentro nuestro y no nos acercamos porque tenemos miedo de vernos. Lo hice…miré cuánto daban mis ojos y no sé nada más… Ahora vago en la penumbra de algún lugar en espera de una una luna roja, único testigo de ese hecho.
Sobre la poesía Antagónica, autora: Carmen Cascheto
Dualidad
Me duele en los huesos. Voy a guardar esta carta para cuando sea el momento.
Fue muy fuerte encontrarnos nuevamente, para mí, un oasis de amor en mi desolado desierto. Tan positiva y negativa, fuerzas opuestas juegan en todo momento en tu ser, juegan a ver quién gana, llevo siempre la de perder. Fue solo conocerte para saber que algo del pasado nos envuelve. Tus abrazos me lo demostraron, cuando te llevaron lejos de mí, de nuestros juegos entre muñecas y libros.
Me sorprende cómo podés sobrellevarlo todo, cargas pesadas y seguir siendo el pilar de tu vida.
Expandís esperanzas sobre una pasión, mientras el olvido araña tu corazón. Te sentís abandonada, necesitas de ese encuentro, desde que él emprendió ese viaje sin regreso.
Acá siempre estoy, aún sin que me veas, te contemplo y experimento vivencias compartidas.
No importa si no sentís lo mismo, sos ese espejo en donde me miro para no desaparecer.
Nuestras tardes entre mates y cosas dulces quedan en la emoción de mis mejores recuerdos.
A las dos nos apasiona el arte de pintar, compartimos horas en el museo. Admiro tus pinceladas aterciopeladas y tan coloridas, distinta es tu mirada para mis pinturas opacas, oscuras, como si no las apreciaras. Difícil es saber que el tiempo se acorta, esta es la verdad. Qué bueno fue encontrarte, me das calma y empuje. No te enojes, ya lo entenderás, llegaste a mi vida como el sol de la mañana, perdida estaba hasta ese momento. Entiendo que hasta acá llegué, desde que lo conociste a él ya nada fue igual.
Sí, hoy es el día, te doy esta carta, quiero liberarte. Vivir algo que solo sea por compasión, no lo toleraría, sería peor para mí. Quizás la antagónica de hoy… se esfume.
Sobre la poesía La noche, autora: Patricia Moltedo
Solo… nada más
Victoria estudia en la Facultad, viaja todos los días una hora para llegar. También trabaja desde hace años en un local de ropa. Se esfuerza a diario para hacer las dos cosas. Lucas vino del interior, del sur, dejó atrás a su familia y amigos para seguir su sueño, quiere ser músico. Es su pasión.
Una noche otoñal los unió. Quizás porque sí, un cruce impensado o no, o la casualidad. Ella fue al departamento de un compañero de estudios y allí estaba él, su compañero de cuarto. Enseguida conectaron, como si siempre hubieran sido amigos. Claro, uno con su historia.
Victoria era el día. Alberto la noche y cualquiera sabe que cuando el sol se esconde y la luna sale todo es posible.
Ella empezó a pensar en él. Era una locura, a ella le gustaba otro. Él, tenía novia, pero sus pensamientos y sus sentidos decían otra cosa.
El tiempo hizo lo suyo, un amanecer en primavera los sorprendió juntos, imposible postergarlo… se besaron.
Ella pensó que no durarían, iban por distintos caminos. Eso saltaba a la vista de cualquiera, era imposible mirar para otro lado. Victoria se llenó de dudas y preguntas. No sabía cómo amar o… no se animaba. Lucas la cautivó con lo que solía llamar filosofía barata, poemas que él había escrito. De a poco la fue conquistando con su música, con su sencillez, con su humor.
Victoria sin darse cuenta se entregó al amor, se animó, a pesar que la hubieran herido o, la vida le mostrara sólo una ilusión. Estaba decidida a jugarse entera.
A los seis meses alquilaron un departamento céntrico y barato. Jóvenes, llenos de vida, de sueños. El destino los había ganado. No la música. No los libros. Sus vidas se cruzaron…Y ahí estaba ella tratando de aprender a cocinar para él. Mientras apagaba el fuego, lo miró sentado en la cocina, esperándola y por un momento se detuvo el tiempo. Y Victoria quedó afuera de ella, mirándose sin poder decir una palabra…
Sobre la poesía Corazones secos, autora: Claudia Guala
Virus de amor
Mayo. Un gato silencioso se pasea por los adoquines lloviznados de París.
En Buenos Aires, camina sobre hojas crujientes, una vida enamorada de la muerte.
Lastiman los caminos cuando se recorren sin querencia. Las risas ajenas vuelven en recuerdos.
Botas extrañas pisotean las flores que acompañan al féretro a una memoria sin memoria.
Las nubes están grises y derraman una lluvia queda.
En París, el gato se detiene. Un rumor parecido a un tango lo acaricia desde la gárgola burlada por el tiempo. El gato, se enamora de la vida. No sabe que la muerte llega en un instante entre risas ajenas y un escopetazo certero. Es París. Por las noches se acallan los ruidos para escuchar las caricias entre las sábanas.
Es Buenos Aires. Por la noche, se apagan las luces de la Avenida más ancha.
Bramar de sirenas ahoga el torturado aullido que lanzan los clandestinos despojados de sus mantas. Corre un gato a refugiarse del diluvio que ha de picanear las calles sin piedad. La madre teje bufandas interminables que nunca abrigarán.
Sabe que la ceniza de sus hijos, siempre viva, se acostará con ella cada noche y amanecerá con ella cada día. Condenados todos a ser eternos muertos vivos.
Tal vez en París, para esos tiempos, cuando el mar devore al Crucero, ... ¡quién lo sabe!
Despierten miradas. Se trace una sonrisa. La historia invada arterias dormidas
Y con el exilio del tango, las sábanas amanezcan ensangrentadas de esperanza.
Sobre la poesía Mar, autor: Luis Elorriaga
Diferido
El silencio regula tu respiración inerme ante tanta inclemencia. Enancándose en el nuevo día asoma un sonido natural de violín que acompasa inasible el reflejo deshilado de la conexión establecida. Encallada en la playa con la calma que la llovizna aleja a la bruma, el horizonte deja nacer al día. Una vez más huyes del silbido del viento crepitando al compás de una lágrima en honor a la nostalgia. Un pergamino ajado descubre la roca del lugar nunca inventariado sostenido por un mínimo equilibrio.
Aferrada a tu institución promotora de la ética ubicada en el centro de tu propio sistema solar trotas descalza sobre la bruma destructiva y brillante que en tu hiperactiva imaginación detona fantasías románticas. Un esfuerzo desafía encontrar la luz del día asumiendo el riesgo de abrir la compuerta de la imaginación.
Decides amar hasta morir derritiéndote en el sueño de gozar. La antigua tempestad te arrastra a su caída. Una suerte espontánea en la necesidad de estar sola acurrucada en tu interior niega corporeidad.
Sujetas el instante entre los dedos, como a una mariposa la piedad del león hambriento sacudiendo portones cerrados. Caminas bajo la lluvia para zambullirte en el murmullo patrocinado por un pensamiento evolutivo de dispersión en tiempo limitado. Un cambio inesperado en la dirección de las velas saborea la timidez de negarte a soplar la llama de la vida. Pierdes la capacidad de control y el equilibrio interno y la necesidad de anestesiar el momento en los jardines florentinos.
El sol se despereza. El mundo parece tuyo. La vida que llevaste hasta ahora te parece una manera moralmente loca de vivir. Recompones los fragmentos de tu propio ser. El exterior recibe con sus brazos húmedos este encuentro y sentada en la arena la tempestad arrastra hasta desaparecer el perfume de primavera. Las gaviotas chillan, la noche deja de bailar, se anudan las gotas de agua, se escurren y un movimiento simultáneo de desenfreno y culpa levanta la espada de la victoria. Hora de zambullirte en el gozo. No lo dejes escapar.
Sonó el despertador.
Sobre la poesía Difícil Encuentro, autora: Carmen Florentín
Cara a Cara
No quiere dormir. No sabe dormir. Circunda el preámbulo del sueño lento y poetizado para no perderse. Sacrifica las palabras antes de absorberse en harapos en esa muerte prehistórica. No sabe del mañana. Ni se pregunta qué es.
Durante ese trozo de tiempo sin existencia de voz, ahí en el durante, mientras dure el gerundio, y en su eternidad minúscula, todo. Ese todo redundante de Otro que la habita. Repasaba diálogos inventados. Deseando un difícil encuentro, porque lo sabe imposible. Ya conoce de la desgracia… de la tragedia de la vida. Quiere percibir el significado de las palabras nunca oídas mediante el atravesamiento de su primera pronunciación. Nada basta. Siempre no alcanza.
Imaginaba que la búsqueda de aquel roce perdido posibilitaría un nuevo encuentro. Sabía que el ataúd cavado en su cama lanzaba a la búsqueda del muerto y que muerta la corporeidad se aviva su nombre. Que nombrarlo a su boca, humedecía; lánguidos los labios lejanos para saborear un poco más su sonido. Si la búsqueda no existe, es el acto de lo que no está.
Y algo supo dormir. Por la mañana las extensiones imparciales del sol hicieron efecto en sus ojos reprendiendo su capricho. Ya frente al espejo, están cara a cara. No hay encuentro.
Sobre el texto El vuelo de la mariposa, autora: Graciela Ratto
La Cosa
Esa mujer trataba de parecer normal todos los días ante las miradas de los demás, pero había algo dentro de ella, “una cosa” que la hacía diferente.
Hay días en que la cosa podía salir de ella, caminar a su lado y observarla. Era algo que siempre sintió adentrarse poco a poco en su interior, intentando interferir en sus más profundos pensamientos.
Esa cosa era extremadamente cautelosa, voraz. Sabía cómo indagar en su mente sin ser descubierta, como escarbar entre sus debilidades y flaquezas. Pero era a causa de aquel recuerdo traumático de su infancia que logro atravesar su portal psíquico y manifestarse, saliendo a la superficie a través del estallido de toda su ira reprimida.
Entonces una noche, de imprevisto, aquella cosa se reveló. Confrontando a quien más admiraba, a quien más respetaba, a quien le había sido leal durante tanto tiempo. Y de repente, comenzó a dominarla, a manipularla por medio de sus razonamientos. Ella luchó durante meses contra aquella cosa que alguna vez había sido su aliada, pero no pudo vencerla, y esta fue adquiriendo cada vez más fuerza a medida que su juicio se desequilibraba por completo.
El rostro y el cuerpo de aquella mujer eran el mismo, pero ella ya no lo era. La cosa ahora se había apoderado de esa que alguna vez fue tan fiel y genuina a sus principios. Ella ya había logrado apoderarse sin piedad de todo su raciocinio.
La noche del incidente, la policía halló cerca del cuerpo tieso de la mujer una carta que decía: “Intentó con todas sus fuerzas vencerme, pero yo siempre fui más fuerte que ella, hoy la liberé: La cosa”.
Sobre la poesía El reloj, autora: Silvia Santilli
Cajero automático
Hay tres cajeros, el primero no tiene efectivo, el segundo está fuera de servicio y el tercero tiene cuatro personas delante. La suerte termina cuando se da cuenta que, quien está operando, hace más de media hora introduce los billetes, finaliza, retira la tarjeta y vuelve a colocarla. El chico abstraído con el celular y la señora pensativa resisten callados mientras el tiempo se dilata. Al principio se trata de un trámite más, luego piensa en todo lo que le queda por hacer, aunque en realidad lo que desea es tomar el sol y disfrutar del aire templado. Después de los siguientes quince minutos la fila y el malestar iban acrecentando. Gestos, miradas y movimientos de fastidio cada vez más intensos. Nada detiene al hombre. Indiferente, como si los demás no existieran, continua con su propósito. Nadie reacciona. Quedan inertes, irritados, pero sin rebelarse. Esta actitud aumenta su ira y su angustia hasta hacerle perder la paciencia.
− ¡Eh!, ¿te creés el dueño del banco? – le grita –
Todos asienten con las cabezas en señal de apoyo. No está segura de lograr algún cambio, pero sólo en el momento que liberó el silencio pudo sentirse aliviada.
Sobre el texto Mañana otra vez, autora: Karina Sznaidleder
Guiños
Duende que esconde y muestra. Te veo en los rincones, en la mañana, en el verde de las hojas matinales, te oigo en los amaneceres, remontando ríos, de la vida. Te pones el bonete de la risa y las burbujas escalan nuestros cuerpos explotando en carcajadas. Una picardía disimula un paraguas y corro por el bosque, donde las gotas recorren mi rostro, que las envuelve en una sonría. Trepamos hasta lo más alto de las tejas. Alcanzamos el Arco Iris y al final encontramos el cofre. Donde miles de gnomos de gorros multicolores acompañan nuestra alegría.
Duende que ríes y danzas, para que nadie se de cuenta de tus miedos. Duende que sabes que las historias se hacen con luces, alegrías y oscuridades. Duende que trazas en la noche un camino que nos deje hacerle guiños a ese otro que nos preparó el destino.
Sobre el texto El Fin, autora: Augusta Verzola
Marco vacío
Mis ojos se adelantan más allá de la cadena y el candado, mi mirada se inmoviliza frente a tantas vivencias. Los rayos del sol lo habían entibiado en la tarde triste del invierno. No me atrevo a tocarlo. El viento emite una melodía con pausa, los sueños rescatan imágenes y mi memoria retrocede a lo vivido. Ante esas viejas paredes desfila mi vida. En el fondo del alma las ternuras se ponen de pie. Primero son fantasmas que asustan, luego, son ángeles que aletean remontando los ensueños. Hay recuerdos alegres que parecen tener alas, los tristes son garras.
Qué extraña sensación recorre mi cuerpo al sentir el abandono de la antigua casa de la calle Chacabuco 312. Esos muros que guardan junto al sol la tibieza del alma, los cristales que permitían ver la lluvia y soñar con el agua limpia que bajaba del cielo para poder hacer los barquitos de papel junto a los amigos. Imaginar el sillón colorado de la abuela, en el centro de la mesa la reina de la vajilla, la guisera, el canasto con ovillos de lana y esos rincones donde aún quedan jirones de vida. Hoy es un marco vacío sin foto, sin risas, hay restos de ropa en desuso y a la noche habrá orgía de roedores bailando una tarantela.
Ya no se abren balcones, no brilla el umbral blanco ni los dibujos simétricos de la enorme galería que abraza la risa de tantos años compartidos.
Sobre el poema Vacío, autora: Graciela Busto Del Mármol
Caminar el frío
Un fáctico egoísmo impulsa al sol a iluminar a tientas. Son cuerpos rasgados por una inédita quietud sin sombra. Mientras un cielo pintoresco salpica de cal muros adyacentes otro, quizá mas alejado, coagula en la tentación de mórbidas cadenas tentadas a recurrir a un borrador de migajas nunca suficientes.
Un tal “X” predice que quien camina, camina sin piernas, porque no las necesita, tal vez porque un tal “Y” advierte y esquiva una avalancha de dientes carcomidos por el espanto. “Z” los mira y anticipa su pasado hecho de sangre, de sangre mal iluminada por un terco sol que siempre, pero siempre, ilumina a tientas. Pringue y cochambre traducen manos impecables, impecables por la cal que de tanto en tanto salpica a “Z” con un azabache hostil que de a ratos contamina con su locuaz ambivalencia. “Z” los mira con la boca más que abierta aguardando por un mendrugo de pan mezquinado por el consuelo de mustias risotadas ancladas en el olvido. Un vacío frío, pobre y sin nombre. Caminar el frío pareciera ser el mal menor, es cuando la languidez sabe a fruta mal estacionada. “X” ríe con los dientes para afuera, vacíos de sopas repetidas. “Y” camina por una cuerda tensa, de un rojo casi chillón, a diez mil metros de altura debatiéndose entre el bien y el mal, como un arcano, como un crucero pocas veces desprevenido.
Alguien hecha a andar para solo ubicarse, como melones en un carro, en el desamparo. Son las calles que ruidosamente desembocan en el sepelio de su deshonra. “X”, “Y” y “Z”, parecen ser las líneas de nuestra providencia. Tan lejanas entre sí. Tan parcas, tan pero tan injustas que casi rayan en el consuelo de lo que pareciera ser la cruz de toda adormidera.
Una recta es una circunferencia de diámetro infinito. Un cubo la prolongación de todo cosmos. Una intachable brevedad acelera el fuego de nulas llamaradas. Las manos frías no debaten las estrofas de unos pocos. Los ojos fríos. El vacío. Las nalgadas de siempre lo mismo. El mundo es el ejemplo. Bienvenidas perfectas carcajadas. Bienvenidas. Deberán saber que son el plasma que brota inagotable.
Sobre la poesía Mi hombre, autora Graciela Jaime
Volver a verte
Te has marchado de mí vida, sin aviso, sólo te has ido en la inmensidad de la noche. En mi mente se arremolinan recuerdos inconclusos de felicidad y furia.
A veces me adormezco y en mis sueños. Aparece tu presencia entonces estiró mis brazos, mis manos, mis dedos, trato de alcanzarte, pero tu imagen se desdibuja, se esfuma, dejándome con el sabor amargo de la soledad.
Cierro mis ojos percibo el aroma varonil del tabaco mezclado con tu exquisito perfume francés que tanto te caracterizaba, siento tu mano cálida que acaricia mi rostro y el beso que me dabas cada mañana. Es un ritual que me impongo.
Jamás te delataste. Nunca un renuncio. Parecías salido de un sueño… ¿o te soñé?
Fue al mediodía. Un timbre corto se encargó del disparo y de matar al sueño.
Buenos días, usted es Bianca Castelo. Sí. Lo lamentamos mucho. Su esposo sufrió un accidente fatal en la autopista. Tendrá que acompañarnos. Tome su tiempo. Esperamos por usted, la llevaremos. Antes, le entregamos las pertenencias que recogimos. Luego veremos si hay algo más. Gracias, dije sin decir. Solo les pedí unos minutos para cerrar la casa. Entré, abracé tus cosas, las extendí sobre la mesa. Y allí entre ellas, un celular que no reconocí… Se equivocaron, grité. Temblando desplegué la pantalla, la contraseña respondió a la tuya… entonces tenías otro celular… Los mensajes empezaron a desplegarse uno a uno como relámpagos furiosos y me llevaron a la pesadilla de este ritual.
Con el paso del tiempo no pierdo la esperanza, algo en mí lo exige… en el momento menos pensado nos volvemos a encontrar, para que me digas si te soñé…
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