•"Después de escrita una cosa, o hasta cuando la estoy escribiendo, se empieza a transformar y me va dejando desnudo".
•"Si el libro no tiene eso, inefable, milagroso, que hace que una palabra común, oída mil veces, sorprenda y golpee; si cada página puede pasarse sin que la mano tiemble un poco ... ¿qué es un libro?"
•"¿Por qué este dolor desajustado? ¿Por qué un libro no puede tener la misma alta medida que la necesidad de escribirlo?"
•"Yo pretendo escribir algo que interese a todos. ¿Cómo diría? No usar la voz íntima, sino el gran rumor"
•"¿Cómo harán los que escriben? ¿Cómo lograrán que sus palabras los obedezcan? Las mías van por donde quieren, por donde pueden".
•"Y lo único que honestamente puedo expresar es que lo que quisiera escribir, o ya está escrito en los libros que me conmueven o será escrito por otros hombres en unos cuadernos que no se parecerán en nada a los míos".
•"Si encontrara una primera frase, fuerte, precisa, impresionante, tal vez la segunda sería más fácil y la tercera vendría por sí misma".
•"El verdadero problema está en el arranque, en el punto de partida... tengo que encontrar esa primera frase. Tengo que encontrarla".
La vida de Josefina Vicens, escritora mexicana, es un misterio. De inicio, no queda claro si nació en 1911 ó 1915.
Según la investigadora literaria Rosa Domenella (UAM), Vicens, Josefina resultó la única rebelde en una familia de cinco mujeres. Sobre la vida académica de la escritora, se cuenta que estudió filosofía y letras, así como historia, en la UNAM; aunque otros aseguran que nunca hizo estudios universitarios formales, sino que después de la primaria, cursó una corta carrera de comercio de dos años, aunque ella terminó en sólo uno. No obstante, lo que destacan quienes la conocieron, es el carácter autodidacta de sus estudios y la voracidad de sus lecturas.
Cuenta Alejandro Toledo, escritor mexicano y también estudioso de la obra de Vicens: “Desde su primer contacto con la industria fílmica mexicana, Josefina Vicens, a quienes ya entonces sus amigos se dirigen con el entrañable apodo de ‘La Peque’ [por su pequeña figura], se va familiarizando con las técnicas y el lenguaje cinematográfico, En 1948, a los 37 años de edad, escribe un primer guión que no llegó a filmarse: Aviso de ocasión”.
Con el tiempo fue aumentando su labor como guionista: el número total de sus guiones o argumentos para cine, teatro o televisión llega a la centena y quizá el más conocido sea el de Las señoritas Vivanco (1959). Sin embargo, Vicens confesó alguna vez no estar muy orgullosa de estos trabajos; si acaso, se sentía satisfecha por su labor en Renuncia por motivos de salud (1975), por el cual se le otorgó el Premio Ariel de la industria fílmica mexicana, y Los perros de Dios (1979), guión de largometraje que, además de darle otro Ariel, fue merecedor del primer lugar en el concurso de guiones de la Sociedad General de Escritores de México (Sogem). Vicens llegó también a ser Presidenta de la Academia de Ciencias y Artes Cinematográficas de México.
Otra de sus facetas importantes es la de periodista. En este rubro, editó su propia revista, Torerías, y escribió crónicas taurinas bajo el seudónimo de Pepe Faroles. Curiosamente, en sus artículos políticos firmaba como Diógenes García, acerca de lo cual dice Aline Petterson, quien fuera su alumna y muy cercana amiga: “Quizá la actividad vedada por entonces a la mujer mexicana le obligó a firmar con seudónimos varoniles”.
Por El libro vacío se le dio el Premio Xavier Villaurrutia el mismo año de su publicación, siendo la primera mujer en ganar este reconocimiento, a tres años de haberse creado el galardón –los primeros en obtenerlo fueron Juan Rulfo, en 1956, por Pedro Páramo y Octavio Paz, en 1957, por El arco y la lira–. Los años falsos, por su parte, se hizo merecedor del Premio Juchimán de Plata de la Universidad de Tabasco, en 1982.
Josefina Vicens murió el 22 de noviembre de 1988, un día antes de cumplir 77 años. En la actualidad, en honor a la escritora, el Gobierno del Estado de Tabasco ha creado el Premio Regional de Novela Breve Josefina Vicens. Recientemente, se presentó el libro de ensayos Un vacío siempre lleno, sobre la obra de Vicens –editado por Maricruz Castro Ricalde y Aline Petterson–. En esta publicación se añadió, aparte de algunos poemas inéditos, un cuento que nunca apareció en libro, titulado “Pepita”, escrito a partir de una pintura de Juan Soriano. En 2006, el FCE publicó las dos novelas de Josefina Vicens en un solo tomo, en donde se conservó para la cubierta, el grabado que realizó José Luis Cuevas –quien fuera amigo de Vicens– para la primera edición de Los años falsos.
El libro vacío
Es El libro vacío una novela aún no suficientemente valorada pero que sigue destacándose por su manufactura y sobreviviendo al paso de los años. Este texto es considerado por muchos como una novela meta-literaria y clasificada por otros como una muestra de la nouveau roman o antinovela, que surge como movimiento literario en Francia en la década de los 50.
Se trata de un texto en donde el protagonista, José García –algunos mencionan la combinación de los seudónimos periodísticos de Vicens para la elección del nombre: Pepe Faroles y Diógenes García–, sufre desesperadamente por su imposibilidad de crear una novela. Y esta imposibilidad de la escritura, ésta su agonía diaria, se nos relata en forma de un diario siempre a punto de ser negado u olvidado, pero que el protagonista sigue escribiendo, porque confiesa en su delirio: “No puedo dejar de escribir”.
José García está casado, tiene dos hijos, según sus propias palabras es un contador mediocre y su vida le parece un fracaso. En su profunda soledad, se hace de dos cuadernos; al primero le dedica lo que podemos leer en El libro vacío y en el segundo desarrollará, cuando le quede claro lo que quiere decir, el verdadero relato que trascienda su gris cotidianidad, lo que nunca ocurre. Entonces, lo que leemos es el tormento que le produce al protagonista esa imposibilidad creativa.
Su necesidad de escribir proviene, según narra el mismo José García, de su intención de encontrar el arte y expresar mediante la creación literaria “algo”, ya que está convencido, de que “el hombre no posee más que aquello que inventa”. También escribe: “Sólo cuando abro mi cuaderno y tomo la pluma, vuelve a aparecer esa angustiosa atracción que se experimenta al borde de un profundo abismo”. Eso podría resumir la novela: se trata de un testimonio profundo desde el abismo, no sólo artístico, sino también humano.
Por lo anterior, es posible interpretar que ese vacío no sólo corresponde a la imposibilidad de la escritura en ese cuaderno de hojas totalmente blancas, sino también a la conciencia del protagonista, que avizora su novela como salvación y trascendencia y que, sin embargo, siempre hurga solamente en su soledad.
De esta manera, José García, a sus 56 años, entre narraciones de algunos sucesos de trabajo y de una infidelidad suya, junto a sus reflexiones sobre el arte y el artista, y su gran necesidad de comunicarse, desemboca siempre en la desesperación y la amargura de lo “no-escrito”. Pese a todo, hay momentos de reconocimiento: “Pero yo sé, yo únicamente, que ese vacío está lleno de mí”; de ahí que al final de la novela, en un estilo más sobrio y menos desesperanzador –sin que esto indique linealidad en el relato–, el “fallido” novelista vaya comprendiendo, a través de sus propias palabras, conceptos tales como el paso del tiempo o la experiencia: “Nada es fijo ni permanece inmóvil en el trémulo corazón del hombre”.
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