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DesHoras

Marta Rosa Mutti

 

- 43 -

Una Voz

En el apagón progresivo de la tarde impregnado de colores, sin importar la estación del año que estamos viviendo, aparece esa añoranza que no se explica ni se comprende.

Es probable que la fantasía que necesitamos, dormida por la rutina no despierte.

Para no dar lugar a la incertidumbre, de pronto busco una voz que se levante en mis oídos y me haga reír.

Tal vez el borrador de un proyecto. Un comienzo de algo.

Quizás la letra de una canción que me vuelva a enamorar.

Entonces para que no se fugue mi yo por debajo de la piel, te interrumpo.

Te digo de tomar un café y juntos; dibujamos palabras que se pierden sobre la mesa para que nadie se entere, a pesar de la puerta abierta, de esta soledad de a dos.

 

 

- 42 -

Remolino

En el lugar donde soy no tengo más que palabras. Algunas me aceptan, otras me rechazan. Se apilan, se desparraman, construyen historias, seres, distancias, afectos, iras, enigmas, sabores, amores, pasiones. Aguas transparentes y ruidosas corren en ellas.
Un remolino de risas, viento, lluvia, aromas y lágrimas,  las agita. Se muestran angeladas pero el fuego las posee. A veces me inquietan. La vigilia no les alcanza, pretenden que no duerma. Le temen al escape en los sueños. Todavía no se dan cuenta, que para contarlos, las necesito a ellas.

 

 

- 41 -

Todo eso con lo que vives

Abrió los ojos, repasó el entorno y en el claroscuro del ambiente distinguió la delicada figura de espalda al sillón donde descansaba. Un leve pasar de hojas le indicó que buscaba o leía algo. ¿Dónde estaba? ¿Con quién?
Hizo un pequeño movimiento y se sentó. Al pasar la mano por su cabello notó un relieve en su cuello que hasta poco antes no existía. No pudo ver qué era o pensar cómo apareció porque ella se giró y dijo: – hola, al fin despiertas. – los cabellos negros, brillantes, la cara como nieve blanca y los ojos púrpura lo descolocaron. – No te preocupes por la cicatriz – le indicó, –me ocupé de ella, está todo bien ahora.
–Hola – balbuceó apenas buscando recomponerse a la vez que daba una recorrida rápida al entorno.  Un living amplio, con ventanales en tres de sus paredes, de modo que los árboles y cuanto había afuera estaba casi dentro sin necesidad de asomarse o arrimarse a alguna de ellas. Pocos muebles. Sí una profusa biblioteca, una cómoda mesa en bajo con multicolores almohadones a su alrededor y un equipo de música que dejaba escuchar una melodía que recordaba el sonido de una lluvia suave.
La joven no dijo nada más y volvió a lo que simple parecía ser una libreta, pero cuando sus ojos alcanzaron la cubierta observó un par de rostros demacrados que provocaron en él la certeza de no pertenecer a persona alguna y menos a un lugar o que mostrasen algo en la expresión. Se acercó y notó que al pasar las hojas la apariencia delgada quedaba atrás y pasaba a ser un libro cuyo volumen aumentaba en cada vuelta de página. Parecía no tener fin. Ella no se movió pese a sentir la proximidad y casi la respiración de él. Cuando recorría el delicado perfil al llegar a los labios, ella lo enfrentó clavando su vista en él. La voz sonó pausada, dulce.
–Estoy buscando tu alma – explicó como si se tratara de un detalle normal o un toque de humor negro. Contuvo la respiración por dos motivos, jamás imaginó o pensó que pudiera existir una mujer tan naturalmente bella y mucho menos que el alma de él pudiera estar en otro lado. Antes de que pudiera responder, agregó:
 – Tu nombre no aparece en el libro, pero estás muerto.
Suficiente, tenía que poner un límite. No podía ser real lo que escuchaba. Desde la mirada le trasmitió el encantamiento que había despertado en él, pero la respuesta fue firme.
–Lo que dices no es cierto, no nos conocemos, ni siquiera sabes mi nombre a menos que esto sea un sueño – contestó entre extrañado y divertido. En simultáneo vino a su pensamiento aquel niño sobre la bicicleta con rueditas detenido frente a la vieja casa llamando a su mamá que estaba un par de metros delante, en el instante mismo en que un balcón se desprendía justo por encima y se vio correr hacia él tanto como pudo.
–Te llamas Santiago – lo interrumpió e hizo una pausa como para darle un respiro –y de algún modo sabes que una vez que se cruza el umbral de la muerte, no tienes forma de regresar. 
Como queriendo escapar de esa suerte de desvarío dijo – no entiendo qué está ocurriendo. Acaso me dieron un sedante y estoy metido en un juego de desafíos.

Ella inspiró profundo, se apartó, recorrió las ramas y copas de los árboles que hasta entonces lucían apacibles bajo el sol tibio. De inmediato el cielo oscureció en medio de un viento huracanado, los pájaros comenzaron a huir en procura de refugio entre truenos y relámpagos aterradores. Volteó para responder dejando atrás un panorama amenazante como si nada pasara.

–Fui yo quien te trajo. No es un juego. Esto no tendría que haber sucedido. Nadie ha entrado jamás aquí y así debe mantenerse. No tuve opción, o sí, ya veremos.

–Solo recuerdo que de camino a mi trabajo evité, al menos estoy seguro de eso, que un pequeño fuera aplastado por un balcón que se desplomó – soltó aturdido pero cuestionó – ¿qué pasó luego,  por qué estoy aquí y quién eres?

–Soy quien se ocupa de guiar a aquellos que cumplieron su tiempo, al lugar que les corresponde según el signo que el destino les conceda.  

–Ahora, veo claro. Eres la muerte. El balcón me aplastó, al menos espero que el niño...

–Lo hiciste, el pequeño está bien. Aunque no te parezca real, esta es mi casa, yo también necesito tener un lugar donde refugiarme y en lo que es posible, hacer algo distinto. Escuchar música, estar inmersa en el paisaje, los colores, pisar el pasto, caminar bajo la lluvia, escuchar voces, todo eso con lo que vives.

–Estoy aquí contigo porque no hay registro de mi...

–Así es.

–¿Cómo pudo ser?

–Es lo que intento averiguar, hasta que no lo aclare no podré escribir tu nombre porque el libro no lo acepta y es algo que no puede quedar inconcluso.

–¿Qué pasó conmigo?

–Te anticipaste.

–No comprendo.

–Todavía no había llegado tu hora. Algo cambió el trazo de tu hilo.

–El niño tiene mucho por delante. Quizás el destino mismo lo hizo y no te enteraste.

–No fue así. ¿Olvidas que tú me llamaste alguna vez...? Pero no es de ese modo.  A no ser que...

–¿Qué?

–Estabas aún bajo su impulso. Se adelantó y retuvo tu alma. Pudo hacerlo porque todavía quedaban días en tu camino.

–¡¿Cómo?! ¿¡Quién!?¡¿Para qué?!

–La mamá está embarazada y pronto va a dar a luz. Vas a renacer.

–¿Significa que soy un fantasma?

–No. Ellos son almas perdidas. Quedan atrapadas fuera de aquí y de mi mundo por falta de mérito, pertenecen a la nada. Soy quien les impide romper las reglas. Me temen u odian. No hablan con su verdugo.

–¿Entonces?

–Ella vendrá. Ambos debemos esperar. Llegará el soplo. Partirás en él y yo podré cerrar el libro.

 

 

 

- 40 -

Flores de papel

¨No soy lo que me pasó, soy lo que elijo convertirme. ¨ Carl G. Jung

 

Samantha Vivía sola, en una casilla que le dejó la madre, cuando el dueño del puesto de verduras donde trabajaba le ofreció irse con él. Regresaba a su provincia, había hechos unos pesos y allá iba a ser distinto, podía comprar un terreno, hacer una vivienda y al frente, el local propio. Luego podría ser que vinieran otras cosas. No lo pensó dos veces, había quedado viuda de una pareja ausente a los cuarenta años con una hija de la mitad de su edad apareció el príncipe con el zapatito que la sacaría de aquel lugar y partió en una calabaza sobre rieles.

Pero si quería ser parte esa historia sin que se esfumara a medianoche, debía partir sola y dejar todo atrás sin volver la vista.  Hizo la valija, palabra más, palabra menos, apenas le explicó a Samantha, porque era lo que sucedía entre la gente del barrio. Se hacía lo que podía y más si  lo sacaba a uno más rápido de aquel sitio y  ella hasta aquí había llegado luchando por las dos, al menos era lo que decía.   
Samantha trabajaba como acompañante de ancianos, un par de horas dos veces a la semana. Sacaba lo justo para mantenerse o un poco menos, pero no quería apurar las cosas. Presentía que algo mejor la esperaba por ella,  en algún lugar. Por eso los fines de semana se afanaba en provocar el encuentro. Como a todas las chicas del vecindario, le gustaba vestir como una modelo, siempre que en la feria descubriera algo al estilo por poca plata y recorrer al atardecer los barrios donde hubiese ruido, boliches, como Retiro, Constitución, Once y los paquetes como Recoleta, Núñez, Barrancas. En una de esas salidas se demoró un poco en alguna plaza, fue en Palermo, apenas entrada la noche al pasar por la puerta de un boliche, quedó en medio de una pelea entre chicos bien, al menos por la ropa y zapatillas así lo parecían. Si cruzaba la calle podía exponerse, por lo que se deslizó como pudo hasta un auto y se escondió detrás.  En segundos llegó la policía frenaron los golpes entre los dos grupos a los bastonazos y se los llevaron. Pasada la trifulca, Samantha salió de su escondite y recorrió siguió a su intuición y repasó cada detalle de la vereda, lo hizo sin pensar siguiendo un reflejo. No quedaba nadie. A un costado de un macetero vio una billetera. La levantó, la puso entre sus ropas y se alejó acompañada por el leve golpeteo de sus altos y finísimos tacos.

Ya en su casa, de la que no tenía una queja, encendió la luz y el gas para dar un poco da comodidad al ambiente, eso no era problema, como todos estaba enganchada a la red, disfrutaba de los servicios sin pagar.  El espacio de su castillo era mínimo pero allí no rendía cuentas sobre qué hacer con su vida, después de todo su madre la ayudó dejándole la casilla, bien, como otros hacían, podría haberla vendido y ella quedar a la deriva, viendo quién y a cambio de qué le hacía un lugar. Respiró aliviada y dejó la billetera sobre la mesa. No pensaba quedársela, sino ver a quién pertenecía y devolverla. Un impulso la llevó a abrirla, unos pocos billetes, alguna tarjeta de servicios indistintos y unos ojos bajo unas prolijas cejas espesas que creyó haber visto en otra cara, alguna vez, vaya a saber cuándo o dónde,  mirándola desde una pequeña foto, la sorprendieron. En cierto modo los reconocía. Uff, pensó, con esto no hago nada, ni un documento, ni un número telefónico. El día siguiente era domingo, no trabajaba, ya vería. Quizás el lunes saldría alguna noticia en el noticiero y podría identificar al dueño, si es que estaba detenido por algo en especial.
 La mañana se presentó antes de lo esperado, o algo la llevó a despertarse en un día que acostumbraba a dormir sin horarios. Se levantó, preparó café, encendió la radio. Casi llegando al mediodía no dejaba de escuchar un programa cuyo conductor parecía que lo hacía para ella. La música, los comentarios sobre curiosidades de la gran Ciudad, y cientos de historias donde cabían todo lo que se pudiera vivir. Esta vez hizo una reflexión sobre hacer algo inesperado, como acordarse y acercarse a alguien o algo dejado de lado, no importando la razón, sino el motivo sería recomponer con uno mismo, quizás algo pendiente. De inmediato propuso a los oyentes del programa pasar por esta experiencia. Fue un clic. Samanta se acordó de su padre. Lo veía muy poco, rara vez pasaba, hasta que un día fue el último. Unos años después,  su madre compró flores y la llevó al cementerio, para qué ella supiera donde se encontraba, si alguna vez quería acercarse. Le dijo que tampoco se preocupara mucho, como él mismo lo había hecho por ellas. Leandro era su nombre, a ella le encantaba, nunca escuchó que alguien se llamara así, y tampoco olvidó cuando lo vio escrito en la lápida. Era su mejor recuerdo, de los casi ninguno que tenía.

La propuesta fue como un relámpago que no entendió del todo. No dudó, terminó de desayunar, buscó un bolso pequeño, revisó que estuviera lo que de rutina llevaba,  puso en él la billetera, aún sin revisar y salió. La mañana tibia y apenas soleada invitaba a caminar sin apuro y así lo hizo. Tomó un tren que la dejaba a unas cuadras del sitio donde estaba su padre, un barrio del conurbano que muchos años atrás, según dijo su madre, allí encontraba trabajo donde fuera en las cientos de fábricas que había, hoy quedaban rastros en galpones desocupados o cuyo uso apenas empleaba a dos o tres personas.

Bajó en la estación y prefirió caminar las diez o quince cuadras que la separaban de lo que empezaba a sentir como un re encuentro. Veía el entorno como había quedado en su mente. Y al llegar al cruce arbolado del bulevar, enfrentó aquel viejo predio custodiado por gruesas paredes blancas que le recordaron antiguas construcciones vistas en alguna fotografía lejana. Compró una ramo de flores a las que la vendedora llamó de papel porque se mantenían en buenas condiciones bastante más tiempo. Color amarillo y violáceo.
Una sensación rara la envolvió de a poco a medida que caminaba las dos largas cuadras que la acercaban a donde estaba su padre. El cielo azul, limpio y sereno, algún que otro árbol pequeño, las flores en sus diversos estados, un rosal o malvón plantado en alguna tumba, la calle adoquinada con cierto brillo por el sol, le quitaban tristeza al silencio.
 Reflexionaba sobre esto cuando vio, como cuando aquella única vez que fuera, los dos árboles que estaban a espalda de la lápida de sepultura con el nombre de su padre y un aplique con su foto. Apuró el paso y de pronto se agitó.  Le llamó la atención ver a un muchacho con la cabeza inclinada y una mano sobre la tumba en señal de afecto.
 Ya frente a la tumba dijo: —hola. —sorprendiéndose ella misma por no esperar a que la viera y reaccionara.
Él levantó la cabeza, la palidez de su cara mostraba que no la venía pasando bien.
No le dio tiempo a una respuesta. Samanta disimuló el temblor de su voz y soltó la pregunta: — ¿qué hacés acá?
—Necesitaba estar con mi padre. Sé que no me veo bien, tuve una mala. — contestó y volvió la mirada hacia el nombre en la piedra. 
—Yo también – respondió Samanta.
—¿Por qué?
—Es mi papá —bajó la vista y buscó en su cartera un pañuelo para contener el llanto. Enseguida sacó la billetera, extendió su mano frente a los aturdidos ojos de él y continuó. —Estaba a unos metros cuando los llevaron de la puerta del boliche, la encontré cuando se fueron. Vi la foto...tus cejas, me parecieron conocidas, no entendía, casi no lo recuerdo, no estaba casi nunca en casa.
—Entonces...
—Hoy necesitaba acercarme, verlo... Me llamo Samanta.
—Yo... Leandro.      

 

 

 

- 39 -

El niño del espejo

Y de pronto caen, perdiendo la imagen que en algún momento de ellos se tuvo.

 

Como cada mañana, antes de salir me paré frente al espejo, el ritual de recorrer mi imagen y comprobar que estaba todo bajo control, al menos en gran. parte, me permitía dejar atrás lo personal, lo cual, me daba cierto margen de ventaja en el trabajo. Esta vez fue distinto. Me pareció ver, asomándose por el costado, o lo imaginé, al niño que de pequeño, cuando me enfrentaba al cristal, aparecía como una figurita, una imitación, una mentira, de mí. El cual me traía inquietud. Solía fantasear que un día se escaparía y yo ocuparía su lugar. Ese día, me di cuenta que había ocurrido hace mucho tiempo.

 

 

 

 

- 38 -

Rojo

 

Nacida para la pasión piensa en días para estar en camas de amores. Su cuerpo lleva al deseo como un veneno anónimo que no lastima a nadie más que a ella. Envuelta en una fragancia que inquieta los sentidos va hacia el amor, o lo que cree que es, siempre. El arrebato que precede a este encuentro le pone a sus pensamientos un disfraz rojo para que el desencanto del fracaso no arranque de sus labios la excitación.

Así, vestida con ese enredo de hechizo y misterios, ella muy suelta va por el mundo. 

 

 

 

- 37 -

Ellos

 

Mis recuerdos salen de los cajones, de los muebles, de los bolsillos, de las tazas, de las sábanas. Caminan en mis pasos. Se recuestan en mi sombra, no intento siquiera mirarme en un espejo porque ahí es donde ellos ganan la batalla.  Me abruman y lo saben. Reclaman un tiempo que ya no me pertenece.

No quiero abandonarlos, llevan parte de mí. Tampoco cargar con todos, los he dejado crecer y pesan demasiado.  No tengo otra salida. Iré a la tienda compraré globos de colores, los meteré dentro, los inflaré con gas y luego los soltaré. De seguro la brisa y el viento sabrán qué hacer con ellos. Le pediré al vendedor que me dé globos reforzados, resisten más porque el olvido suele ser un lugar lejano.

 

 

 

 

- 36 -

Detrás de tal o cual cosa

 

Poco a poco fue sucediendo. El hilo de la conversación sin levantar. La mirada en otro mundo. Aprehendida a tu costado, negada a mis asombros fui quedando inmóvil. Dejé de decir y pasé repetir palabras que no eran mías o a asentir con gestos.

La corrida atrás de tal o cual cosa y el tiempo hicieron su trabajo. Y fue un entre dos. Si alguno reparó, no giró la cabeza hacia el otro para la pausa y perder horas del sueño para conversar y hacer castillos de aire y la pared se levantó.

El polvo acumulado debajo de los pasos, en los abrazos y caricias los hizo lentos, pesados. La magia se alejó.  La inquietud por todo o la ansiedad por nada se sentó en medio y como si fuéramos dos trepando a la torre de Babel, empezamos a hablar idiomas distintos, a mirarnos sin ver.

 Los días pasados, la historia construida no tenían recupero. Ahí quedamos. Víctimas y victimarios del naufragio, perdidos en las aguas, ahí quedamos, dejándonos ir.

 

 

 

- 35 -

Saldos de guerra

El mundo está en fragmentos, tienes miedo, levantas el pasado en las formas aborregadas de las nubes.

Te subes a relojes de arena con alas y a las escaleras espiraladas de las torres de los cuentos de hadas y príncipes. Solo es una ilusión. Hay nada más que saldos de guerras.

Abajo las ramas de los árboles lloran un duelo que desconocen y en un vago espejismo de hojas brillantes y ramas coposas pretenden ganarle al espanto para que despierten tus ojos y te llenen la mirada de muchos mañanas.

Los comienzos siempre esperan de un modo u otro que alguien empiece.  Su motivo es buscar en las manos la voluntad que las una y como tantas veces, volver a reunirse y confiar. Ese es el momento mágico que acaba con las guerras. Quedan los recuerdos y los escalones para que vuelvas a construir nuevas torres, deslumbres y desafíes con tus obras, y tantos otros haciendo lo mismo, hasta que el olvido silencioso y lento extienda otra vez su manto irreal y las vuelvan a destruir.

 

- 34 -

La cápsula del tiempo

La operación fue inesperada,  No hubo diagnóstico previo más que un par de días de incomodidad en el abdomen y ese dolor agudo que irrumpió en medio de la noche dejándola sin aire. Siguió la llamada de urgencia a la ambulancia. La guardia, el pasillo sin fin, las luces, el quirófano, los diálogos y alguna explicación corta que no dejaba mucho. De ahí el pase a la suspensión de la anestesia y cuando todo terminó, la realidad.

—Un quiste no encapsulado, ramificaciones, líquido en cavidad. Quitamos todo. Ese todo de golpe la enfrentó con la nada misma. Ella no estaba muy convencida de querer se mamá algún día, pero de ahí al nunca, ese salto a otro territorio, la descolocó Era el segundo en su vida y ocurrió el mismo día que se cumplían dos años que había terminado con su última pareja.

Se llevaban bien, aunque los intereses de ambos eran distintos. 

Un vez cumplidas las nueve horas de trabajo on line con reportes y evaluaciones de los mercados mundiales Analía se dedicaba a su hobby. Le fascinaba cocinar. Con lo que tenía armaba platos de chef, era su manera de dejar atrás los números y frenar la ansiedad, con el valor agregado de tener la cena lista y una comida exquisita. Pero antes del deguste, venían unos cuarenta minutos de trote y alguna carrera corta, si el clima y el barrio estaban tranquilos alrededor de una pequeña plaza a dos cuadras de donde vivía.

Cuando él llegaba, ya estaba de regreso aguardando el momento de compartir lo preparado y conversar de lo que fuera. Esa compañía, estar con él, para ella era vital. Se llenaba de alegría y en medio de idas y venidas de los dos,  surgían ideas de proyectos comunes.

Llegado el momento de acostarse,  la pasión se encendía.

Los amigos en común, no eran del tipo de parejas estables, apenas un par, y hasta lo que veía, trataban de alcanzar un piso seguro y después darse algunos gustos personales como disponer de más tiempo para ellos mismos. No hablaban de tener hijos.

Aquella noche, después de la cena él la sorprendió cuando le dijo, ― creo que tendríamos que empezar a frecuentar la Cápsula del tiempo.

Lo miró con extrañeza y preguntó: ― ¿Qué es eso?

―Ah, cierto que no lo habíamos hablado. Antes de conocerte, ― aclaró, ― después de trabajar, pasaba de rutina todos los días por un bar donde nos reunimos con un grupo de amigos, tomamos algo, hablamos y cortamos con todo por un rato.

― Y, ¿qué hay del nombre? ― inquirió ella tratando de no mostrar curiosidad.

―Eso lo sabés cuando estás ahí. Tenés que conocerlo.

―¿Seguís yendo todavía?

―Algunas veces.

La respuesta no le dejó otra alternativa. Trató de no mostrar que la revelación la había sacudido y el viernes fue el día elegido por Analía para ir a la Cápsula del tiempo.

Llegaron y se dirigieron hacia el grupo que él frecuentaba. Se veían amistosos, sonrientes y dados a charlar y reír con ocurrencias del momento y anécdotas. Sí le sorprendió, que como ella, rondarían los treinta y cinco años y tal vez alguno más, pero varones y mujeres lucían ropas adolescentes - que se notaba - eran de hacía mucho y les quedaban chicas o absurdas. Y no solo por esto, sino que contaban chistes que ellos mismos señalaban como dichos años, meses o días atrás festejando con ruidosas carcajadas y hasta insistían en repetirlos.

Siendo parte de un escenario fuera de su lógica le comentó: ―No se pueden reír una y otra vez de lo mismo ―con voz apenas audible al oído y cierto fastidio.

―Ya vas a ver, solo tenés que observar para entenderlo, yo paso cuando no tengo otra cosa que hacer mientras espero a que termines con tu rutina y cedo a la tentación de una cerveza o dos y ahí;  todo a mi alrededor se empieza a transformar, como que cuanto nos pasa te da esa confianza de comerse al mundo.  Nos sentimos y somos jóvenes.

Esa fue la última primera y última vez que fueron y estuvieron juntos.  Al regresar, Analía tomó la cena que esperaba en la heladera y ante la confundida mirada de él, la arrojó al cesto de residuos.

― No tengo hambre, ― dijo ― y creo que vos, te alimentaste bastante antes de llegar a casa. A partir de entonces, cada uno siguió su camino. Ese había sido el primer salto.

Ahora, poco después de la operación, mientras tomaba una ducha, volvió a su pensamiento la Cápsula del tiempo, como asomándose a este presente. El agua la recorría acariciándola. Comenzó a reír como no recordaba antes, se interrumpió de golpe y dijo: ― No voy a entrar en ella y menos tomar alguna de sus formas. No me importan cuántos saltos me esperan. ―Concluyó.

Inclinó la cabeza hacia atrás para sentir de lleno el golpeteo del agua con una sonrisa de borde a borde, cerró los ojos y se puso a cantar.

 

 

- 33 -

Una pequeña rama de pino

Aquel día el destino vino callado. Tenía una precisa tarea. Llevarse una vida a la que yo amaba. Sólo dijo ¡Ya, no!

El desconcierto y la soledad me cubrieron. Y descubrí el dolor del alma. Pasaron algunos días, me debatía en un mar donde la angustia imponía sus reglas.

Después de una semana agotadora, me di el permiso de dejar las cosas correr. Le dije sí al cansancio. Y me entregué a un reparador descanso que me llevó a una experiencia impensada. Se trataba de una casa en medio de un desierto sin un solo sonido. Perfecta. Tan bella como irreal. Tan inadmisible como la vida después de la vida.
 
Tal como sucede en estos casos, fui protagonista y espectadora y como si me deslizara por una montaña rusa, me dejé llevar por la vorágine de los sucesos.

Entonces, presencié algo que no sé explicar. Misteriosamente se formó un triángulo. Sus vértices eran: mi alma, mi cuerpo y mi conciencia.  Tres aspectos de mi persona, tres partes que jamás imaginé disociadas. ¿Cómo era posible? ¿En qué lugar de mi inconsciente había caído?

Pretendí establecer un orden lógico dentro de esto que estaba pasando. Nada vino a mi mente, entonces me limité a observar con inquietud. Sin poder evitarlo mi alma, que había cobrado independencia, salió fuera de mí. Se fue en busca del ser que yo había perdido. A partir de ese momento no me sentí dueña de mis acciones. Otras partes de mí tomaban decisiones.  
¿Qué extraño?  Éramos tres y una.

Sí, percibí que quien nos impulsaba era el dolor.

Llegamos a una casa, dónde sin preguntarlo, sabíamos que ahí estaban las almas que se pierden.

Estaba en el medio de la nada como fuera del tiempo y de cualquier otro lugar. Ningún signo manifestaba la presencia de alguien o algo. Rodeada por un jardín jamás poblado y un interminable silencio.

Sin saber cómo, ahí estábamos. Mi alma delante, el resto de mí, detrás. Sólo veíamos el camino que nos conducía a ella.

Una figura que no podría definir o sí, como si se tratara de un pensamiento que tomara forma y hasta se comunicara, nos recibió, conduciéndonos a su interior.

Una vez allí, a la manera de saludo, nos encontramos con espejos, al menos yo me vi reflejada en ellos y dijo:

—En esta casa inmensa, helada, inundada de espacios desiertos, rondan día y noche las almas de aquellos que no aceptan, que no comprenden la ausencia de los que parten hacia otra vida.

Es consecuencia directa de esta situación pretender recuperar al que se fue en los recuerdos, agudizar la memoria de los sentidos en el eco de una voz, en un aroma, o quizás en la tibieza de una caricia. Y en esta búsqueda inútil de recupero, se pierden en un encierro que uno mismo va creando.

Era demasiado lo que ocurría, con un suspiro, traté de recuperar fuerzas y de golpe como si viera por un calidoscopio se sucedieron imágenes de mi vida.

Me sentí atrapada en un espiral sin fin y de golpe mis partes volvieron a encontrarse en un todo.
Desperté. Gotas de sudor recorrían mi cuerpo. Agité mi cabeza mientras una ráfaga fría me envolvía. 

—¿Estoy soñando?, —dije me pregunté sin mover los labios. Miré hacia el costado, estabas ahí. Dormías como un niño. Feliz estiré mi mano hasta tocar tu piel. Dejé la cama. Caminé descalza como de costumbre, recorrí nuestra casa. Abrí puertas. Miré qué cálida se veía. Entré en la habitación de nuestros hijos. Los observé distendidos, fuertes, creciendo, aun cuando dormían. Suspiré aliviada. Volví a nuestro cuarto. Ya no era la misma, había vivido una realidad suspendida en alguna dimensión.

Inquieta, no sin esfuerzo, volví a dormirme. Otra vez. A la manera de una obsesiva pesadilla, fui arrastrada hacia aquel lugar. Me dominaba la sensación de ser absorbida por el centro de un tornado


Y todo volvió a comenzar. Esta vez estaba parada frente a la casa. Rígida como una estatua. Hipnotizada no podía detener a mi mano que abrió la puerta, ahí mismo, giré volviéndome hacia la calle. Reconocí, detenido, como esperándome, a mi viejo automóvil. Corrí hacia él precipitándome dentro. Arranqué con furia apenas unos pocos metros. No podía avanzar. Las calles se veían totalmente deshechas, igual que después de un bombardeo. Ancianos, niños llorando, mujeres y hombres tratando de ayudar entre frases sin sentido. Malvivientes lanzados sobre la presa como fantasmas siniestros donde todo vale, menos el otro.

Un olor asfixiante provocado por desbordes cloacales pérdidas de gas, sangre me ahogaba en la desesperación. Como pude busqué como huir de este caos. Los caminos no tenían salida alguna, acababan en encerronas o llevaban al mismo lugar. Creí escuchar el jadeo y el gruñido de algún animal oculto listo a saltarme encima.

Los golpes de mi corazón martillaban mi cabeza. Aturdida, creí reconocer mi barrio, pero —¿dónde estaban las casas prolijas, llenas de luz, rodeadas de jardines cuidados, las plazas colmadas de juegos y los niños corriendo y saltando?   

No. Decididamente era un pasadizo más de aquel laberinto.

Las casas, los árboles, cualquier objeto visible, de improviso y porque sí, adquirían movimiento a la manera de marionetas amenazantes. Aterrorizada abandoné el auto, y emprendí una carrera ciega en medio de la noche cerrada, porque ni estrellas había, hasta que tropecé y caí frente a un árbol.
No era uno cualquiera. Era un árbol navideño. Alto, desafiante, bellísimo. Sus delicados adornos despedían destellos multicolores formando cientos de haces de luz. Miré hacia arriba. Recortada en el impecable de azul topacio se veía una figura. Una paloma brillante. Varias estrellas la acompañaban, titilando a su alrededor. Una serenidad inexplicable se apoderó de mí. Volví a recorrer con mis ojos, tan sorprendente visión. Las estrellas, la paloma, el pino. En ese momento, noté que el adorno que lo coronaba era una réplica exacta de lo que estaba dibujado en el cielo.

Respondiendo a mis instintos, me trepé por el árbol. Llegué como pude hasta su cima y tomé el precioso objeto. Las ramas arañaban mis piernas. No importaba. Descendí con él. Era un tesoro, entre mis manos. Cuando tuve mis pies sobre la tierra, abrí mis manos. En ellas, no había una brillante paloma y pequeñas estrellas, a las que tanto trabajo me costó alcanzar, sino una verde y diminuta rama de pino.

Los pájaros comenzaron a cantar como locos. Apurados anunciaban la salida del sol. A mi alrededor mi barrio se desperezaba apacible recibiendo otro día de otoño. Hojas amarillas, rojizas, doradas y aún verdes lucían su momento desde un delicado follaje. Aturdida, busqué con avidez al árbol navideño, solo vi a un apuesto pino, balanceándose apenas.

La locura había desaparecido. La casa donde habitan las almas perdidas, no existía.  En mi corazón, surgían reflexiones que me hicieron comprender que la muerte es un paso hacia otro estado. Misterioso como lo es el origen de la vida.  Incomprensible para el ser humano, quizás porque aún Dios, considere que no es el tiempo de esta revelación. Alguien me enseñó que la dimensión del amor no reconoce fronteras ni sabe vivir prisionero. Había recibido una lección. Aprendí que se puede andar con el alma en llanto dulce, e impedirle al dolor que lo transforme en amargo para que no se convierta en carcelero del quien ha partido.

Desperté, me senté apoyando mi espalda en la almohada. Era la mañana de un domingo. Distendida alisé los pliegues de la colcha, llamó mi atención, una pequeña rama de pino, deslizándose entre ellos. La recogí con una sonrisa cómplice. En voz alta, me dije, ¿crecerá si la planto?

Desde la galería que daba a los jardines de mi casa, el tintineo del carrillón, tácitamente me dijo que sí.

 

- 32 -

Perdiéndose en las aguas

Había pasado un año de la partida de su hija. Los silencios entre ella y Joaquín no habían disminuido. El quiebre lo producían las compras de alimento, el pago de los distintos servicios e impuestos y la invitación a salir a cenar, o a caminar por el centro de la ciudad, algún recorrido por lugares en busca de recuperar el esplendor de otras historias en las fachadas de edificios restaurados, alguna exposición de pintura o tal vez un café en un sitio junto al río, para dar forma a la excusa de pocas palabras y a los ojos perdiéndose en las aguas.

Luego el regreso con la esperanza de una noche sin pesadillas. Habían tenido un buen matrimonio, la casa. Constanza fruto del matrimonio, esa pequeñita adorable que los enamoró y llenó de alegrías. La adolescente, estudiante brillante y el primer amor hasta que ocurrió.

Jamás un síntoma, en silencio y de golpe sobrevino esa enfermedad terrible en medio de ráfagas fulminantes de dolor. No podía ser. No estaba pasando. Pero fue.

Ahora estaban solos los dos, tratando de improvisar un salvataje en un tiempo compartido improvisando motivos entre sonrisas prestadas.

¿Hasta cuándo? — volvió a decirse Marina como lo hacía varias veces cada día cuando estaba frente al espejo.

Sin embargo, esta vez era distinto. Lo haría. Tenía una deuda pendiente, necesitaba del perdón para cancelarla y seguir de algún modo. No tenía dónde esconderse de ella misma. Dos heridas abrían su corazón. Una que ignoró y desechó con intención, por la que ahora pedía a la vida una oportunidad y la otra, la hija que había perdido, a la que solo podía llorar.

Lo tenía decidido. Joaquín se iba por tres días a hacer un inventario en una de las fábricas de la empresa, no podía negarse, el sueldo era importante y además servía para un respiro de parte de ambos. Aprovecharía el momento, entonces.

Marina partió en la mañana temprano, luego de que estuviera sola.

Tomó aquella pequeña caja que su hija encontrara en el alto de un placar en desuso unas cosas de cuando era niña. Un descuido mortal. Jamás esperó tener que explicar aquello. Pero ante la mirada frágil por la enfermedad de Natalia, no pudo más que decir la verdad.

Eran de su hermano. Nadie más sabía de su existencia. Martín nació por un amor muy puro. Ella trabajaba en una escuela rural, vivía allí en una dependencia que le cedieron. Volvía a la ciudad los fines de semanas. El padre, un muchacho con pocos años menos que ella, hacía el mantenimiento de la escuela, muy noble, simple. Enamorado de la vida la deslumbró por la alegría, la seguridad y la calma que le trasmitía.

Junto a él, nada era penoso. Le enseñó a leer y escribir, a hacer cálculos y él a reír y creer en sí misma hasta que se embarazó.

No estaba en los planes ni de ella ni de sus padres. Nunca aceptarían que no siguiera estudiando y llegar a ser una profesional como ellos.

Todavía se estremece al pensar cómo manejó cada circunstancia para ocultar el embarazo. Cuando al fin llegó el bebé, por supuesto siempre había alguna excusa, armar una feria para reunir fondos para la escuela y quedarse a ayudar a pintar, a compartir tareas de recreación con los niños y las familias. Así lo arregló y los días fueron pasando.

Lo amamantó seis meses. Entre medio, las idas y vueltas a la casa de sus padres e iniciar la Universidad. Hasta una de esas idas fue sin vuelta. No regresó nunca más.  

Constanza aquel día, tocando con suavidad las ropas de bebé, al saber lo ocurrido le pidió que fuera por él.  Martina le dijo que lo haría, pero antes tenía que arreglar algunas cosas.

Antes de cerrar los ojos el último día, Joaquín a un lado de la cama aferrado a su mano en la desesperación de las últimas caricias y yo del otro lado tratando con un abrazo de no dejarla ir, Constanza casi sin voz, dijo:

 — ...mamá no te olvides... mamá no te olvides, — y se fue.

Poco después en uno de nuestros silenciosos desayunos, Javier quiso saber.

—¿Sabes a qué se refería con ese pedido Constanza? Noté en su mano cuando te lo pedía un débil esfuerzo, como si fuera algo importante para ella.

—Tuvimos una conversación por un chico con el que nunca se vio pero sí se comunicaban por chats, y quería que le dijera que se llevaba un hermoso recuerdo de él.
—Lo hiciste. Te comunicaste.

—Todavía no he tenido el ánimo necesario. Quiero estar un poco mejor y trasmitirle lo que sé que para ella sería una alegría. Agradecer los momentos que compartieron.

—Tienes razón. Más adelante, cuando estés más fuerte. Aunque sé que cuando lo puedas hacer, eso te va a dar serenidad, paz.

—Sí, lo sé. Estoy segura de ello.

—No olvides contarme.

—Sí, sí... lo haré.

La caja iba en el asiento delantero a su lado. Cada tanto la miraba. Los ojos humedecidos por las lágrimas, hacían más gris la mañana.  Había recorrido la mitad del camino. No quiso detenerse en ningún sitio para tomar algo o hacer una pausa. Una prisa que llevaba años detenida la empujaba a con un galope salvaje desde cada latido de su corazón.

Quería llegar lo más pronto posible. Una vez allí los buscaría. Al padre y a su hijo. No quería ni podía pensar nada más. Sin darse cuenta había llegado a la parte más peligrosa de la ruta, donde las prolongadas curvas y contracurvas del sinuoso recorrido paralelo a la costa del mar y la doble mano, requerían de atención y calma.

Faltaba muy poco, entre el manejo y alguna mirada al paisaje volvía a otros momentos. Y sin pensarlo y hasta casi como un milagro comenzó a reír, viéndose otra vez en la escuela y descubriendo otra forma de amar. Sí claro, ¿por qué no?

Era su madre, podrían volver a comenzar, o al menos mantener una conversación y de a poco generar algún acercamiento. El destino diría. Suspiró, pensó en Javier y repitió en voz alta el pensamiento:

— El destino diría.

Se distrajo. El puente angosto apareció de golpe y el micro también. Dio un volantazo ciego y no supo más perdiéndose se las aguas.

 

 

 

- 31 -

¿Qué hicimos?

 

Dios hizo infinitos mundos para el hombre.
Y el hombre perdió a Dios en la memoria

 

Yuri escucha el llanto de su hermana más pequeña.
El sol implacable muestra aún más desnudo al poblado o al espejismo al que ha sido reducido.
Yuri está sentado junto a una de las tantas pilas de escombros. Materiales, hierros, vidrios, maderas, astillados, retorcidos, quemados, gritan en silencio junto a otras pilas, pero de cuerpos.

Yuri tiene los labios estirados, secos, no se mueve. Las manos despellejadas, rojas, cubiertas de lastimaduras se elevan sobre el gris que lo rodea. Ha removido piedras, maderas, manos, torsos, hasta llegar. Ahora su pequeña hermana, está ahí, a su lado. Ya no llora. Pero Yuri la escucha llamar a su madre.

De golpe el cuerpo y la cara de Yuri tienen ojos de anciano y la palabra guerra rueda por su cabeza bajo esa porción del cielo de Asia que se despliega como un cíclope vencido.

Estático, allí, es un cadáver más, sólo que este es un niño que aún respira.

Mira ese mundo, mira hacia los cuatro puntos del mundo y recuerda cuando su padre decía: “cada uno de ellos es diferente y así son los hombres que los habitan”. Pero él nunca había podido imaginar como serían los otros lugares ni las otras gentes…

Las horas se van comiendo al día y Yuri espera que alguien pase. Ha comenzado a hacer frío, ahora las sombras cubren con ropajes livianos la tragedia. Lejos, donde se levantan las tiendas del mercado las luces se han ido encendiendo.

El niño se pone de pie, toma a la niña de la mano y comienzan una marcha lenta. Van donde los caminos los lleven, si pueden.

—¿Qué hicimos? —pregunta a los que pasan, alguno que otro les echa una mirada, pero nadie responde, Yuri piensa, ¿será porque no escuchan? ¿no nos conocen?
En tanto entre el polvo que levantan algunos vehículos que lo llenan de miedo, y el ruido de explosiones y metrallas que no sabe si cerca o lejos, ve a lo lejos, la figura de un hombre avanza hacia ellos.

En otra ciudad un hormigueo multicolor cubre las autopistas bajo un cielo estrellado y con otra luna, las casas y los edificios tienen las ventanas abiertas. De ellas se escapan voces, canciones, manos que protegen, otras que castigan. La vida misma. Mesas que abrigan pan, alimentos y un refresco después de una jornada de trabajo. Un jardín donde un niño juega a la batalla, vaya a saber con qué o quiénes.

 Su madre está dentro de la casa con la hermana pequeña. Por fin estaría un rato solo, a veces no comprendía a la niña, por cualquier tontería se ponía a llorar como si con eso se arreglaran las cosas. Ufff, cuándo crecería, porque como decía su mamá, “necesita tiempo para entender, ya verás.”
En un rato llega papá, piensa mientras ajusta la cadena de su bicicleta. Las manos van y vienen inquietas. A lo mejor el avión no puede aterrizar. Sí que puede. No hay niebla. No llueve. El niño levanta la cabeza mira hacia los cuatro costados y repasa el celeste del cielo con la mirada. Por detrás su sombra dibuja su imagen y algo más.

Desde la casa llegan las risas de las mujeres mezcladas con el parloteo de la televisión.
— ¡Seguro que mamá entendió mal la hora! —dice viendo que su padre lleva retraso.

Un grito agudo, sacude de golpe el orden del vecindario. De un salto abandona la bicicleta sobre el pasto, las ruedas tendidas continúan girando. Entra a la casa, corre hacia donde están su madre y su hermana. Se reúnen los tres en un abrazo. En la pantalla de la televisión está la fotografía de un hombre: — Un héroe —afirma el periodista—. Se dirigía a la base aérea para regresar a su país luego de haber traído víveres para los sobrevivientes —

Hacia un costado, a unos pocos metros, la cámara muestra a un niño que no conocen, que no se parece a los que conocen. Está sucio, las ropas raídas, los labios agrietados, mira sin ver. A su lado, una niña más chica aferrada a su mano, tiembla a pesar del calor que parece hacer en el lugar. Se ve enferma, perdida.

El hombre yace con los brazos extendidos sobre la tierra y mira un cielo que no ve. —Quiso auxiliar a los niños, —explica la voz, — lo confundieron.
con un rebelde.

—¿Papá?... ¡Papá! —Pregunta y Repite. Grita y llora con las manos extendidas hacia la pantalla de televisión, un niño que de golpe tiene otros ojos que acercan a su casa un mundo diferente.

 

 

 

- 30 -

El precio del peaje

Cada espacio de tiempo que llevo por la vida ha sido y es un indicador, del para qué...soy, estoy, respiro entre algunas de las cosas que conforman mi día a día.  Eso me enseña hasta el fin de mis momentos que no constituyo un elemento del azar, sino una pieza del todo, con un objetivo, una misión mi ¿realización? y ahí, en ese lugar es donde se define el rol de mi existencia. Por lo que entendí cuándo y cómo utilizar el albedrío, nada sencillo, nada rendido a mis pies, porque mis actos, decisiones para con el entorno y el otro, dependen de ello.

Ello me lleva a la mención de San Pedro y la cruz de cada quién... pues cada uno tiene la suya... y ese, creo es el precio del peaje.

 

 

- 29 -

Niebla

Me pregunté si la rebeldía de una mujer se podía medir por la forma y el color de su cabello. Ocurrió cuando me di cuenta que otro enamoró a mi mujer.

Siempre hay huecos por dónde entrar y también para salir. Estas cosas ocurren, son parte del amor, porque sí, o los días que corren y se escapan los mejores detalles del otro y sin motivo somos responsables de hacer otro tanto, y es dejarlo pasar, es lo que hay, o la primera excusa que cruza al vuelo. Dicen algunos que es parte de nuestra naturaleza, como si se tratara de un producto con fecha de vencimiento. Creo, es parte aquello que hacemos y dejamos de hacer por el otro por comodidad, pero como nos involucra, le llamamos costumbre, es más fácil y corto.

No era el caso. Era mi elegida. Un sueño de deseos y pasión compartido día a día. Y así seguiría, como las estaciones, las horas del día, las maravillas del mundo. Quizás este ejemplo hoy no es válido, porque hasta eso comienza a no ser inamovible. Esto no ocurría conmigo, no soy de esos divagues. Sí, la profesión. El picadito algún domingo de sol para no perder el estado físico. Los cursos de actualización. Las reuniones de parejas, los hijos, las escuelas y cuando se dá, los mimos de un viajecito.

Y claro el smog es ambiental y se filtra en lados impensados, al punto de llegar a ser una niebla densa y eso fue lo que ocurrió. Empecé a notar ciertos detalles, como no compartir una serie juntos, cena para uno, y entendamos; solo en la mesa, mientras ella se ocupaba de ordenar los trastos de la cocina, de paso no cenar le permitía bajar de peso y según ella, aprovechar ropa que no le iba. Así alguna que otra señal de esas cosas que no se explican y pasan. Como suele ocurrir, todo lo que sube baja y lo que baja sube, después de todo no tenía por qué ser extraño, hasta aquella tarde cuando entré feliz agitando los folletos y los pasajes del viaje a Buzzios, no la había consultado, sabía que se pondría tan contenta por la escapada, y los chicos igual. ¿Quién no? Esa isla con recortes de playas nada más que para sorprenderte con una vista, mar y horizontes nuevos en cada arribo. Distintos todos, solo para que los disfrutes.

Dijo que no iría, al menos ella. Si quería podía ir con los chicos, estaban en una linda edad, 9 y 11, un equipo de varones y él como líder del grupo. Sí, sería la primera vez, de una experiencia compartida con su papá que jamás olvidarían.  Serena, distendida como cuando la conocí, daba sus razones, que no me llegaban del todo porque de castaña como la dejé a la mañana, había pasado a pelirroja.

Iba a preguntar ¿por qué? cuando me atrajo hacia ella y habló de nosotros como si fuera otra historia. Nos perdimos no pudo precisar cómo, hasta que caímos en un bostezo, dijo.  Necesitaba tiempos sin mí, según explicó. Me había dado demasiados hasta agotarse. Había otra persona en su vida y quería darse una oportunidad. Continuar no nos iba a servir a ninguno de los dos.

 No pude articular palabra. Tampoco ver con claridad. La niebla apareció detrás de ella. Me llenó la garganta, quise llorar, ¿qué otra cosa podía hacer? La sentí como astillas meterse áspera en mi garganta. Los sollozos sin salir me deshacían.

Me acerqué, la envolví en mis brazos, hizo su cara a un lado y no recuerdo que dijo, la piel suave de su cuello bajo el roce de mis manos me llevó a la última vez que hicimos el amor y la niebla ocupándolo todo. Ella, ahora, blanda en mi abrazo, callada con ojos que miran sin ver y yo sin resistirme escucho carcajadas inhumanas que suenan con mi voz.

 

 

 

- 28 -

Algo ha pasado

Es una cruda mañana de invierno, más que lo habitual. Es de esperar, a veces sucede. Estoy helada, no recuerdo haber sentido tanto frío. La oficina está desierta, los empleados conversan y hacen bromas, aquí el clima distiende, el lugar tiene buena calefacción. Acaba de llegar, son las diez, es el jefe, espero desde hace dos horas.
Marina ya habrá desayunado, dejé todo listo sobre la mesa. Las tostadas, mermelada de rosa mosqueta, queso untable, como le gusta. El termo con té bien dulce y suave, apenas coloreado. Estará viendo el canal Disney, hasta las doce se mantendrá entretenida. Si no se hace tarde paso por la tienda y cambio el suéter. Le dije que me consiga talles de niñas grandes, y dale con que tiene veintiocho años, y eso qué importa, tiene que vestirse cómo es ella. La edad no cuenta. Es delgada, hay chicas de diez que son gordas, y bueno, esa ropa es la que le viene bien, para qué armar tanto embrollo. Marina es feliz con lo que le ofrecen, es suficiente que la ropa sea colorida. Le agradan los colores fuertes, chillones. La empleada de la tienda, ¿qué sabe?, opina porque lo hace desde afuera, ya la quisiera ver.

—Buenos días — dice cuando entro en su despacho, luego de que la secretaria me anuncie. Se levanta, atrás aguarda el sillón negro de cuero, confortable. Da la vuelta al escritorio, se acerca y me tiende la mano. Hago lo mismo, él retiene la mía, me siento incómoda, miro hacia la silla que está a un costado, enfrente del escritorio y del sillón negro. Me deja libre y con un gesto de caballero de capa y espada me invita a sentarme.

—Vengo de parte de Silvia, del Rotary —digo y me avergüenzo, no sé por qué, todo me da vergüenza. — Silvia de la calle Los aromos. —remarco —Yo vivo a la vuelta en la calle La Merced. —aclaro.

—Ah, sí. Los aromos, con ese boulevard, tan hermoso cuando los árboles se cubren de flores amarillas y el perfume dando vueltas por las veredas.

—En lai mía hay muy pocos árboles. — le recuerdo.

—Es una calle de paso, muy importante, el tránsito de vehículos es incesante, es un acceso directo a la ciudad. 

Me conforta saber que la tiene presente, igual le respondo:

 —Sí, sí, claro, es peligrosa.

—No crea, el peligro hoy en día, acecha en cualquier rincón, en un jardín, un parque, una autopista. —dice muy suelto, y agrega — es natural, hay que estar atento, nada más.

—Las veredas son angostas. En verano nos gustaría sacar unas sillas y sentarnos con mi hija en la vereda. — le resumo desde el nudo que de golpe me cerró la garganta.

—Querida señora, — dice y se da un segundo para mirarme a los ojos y sonreír desde la comodidad de su cargo —nada le impide que lo haga, deberá tomar los recaudos necesarios, después usted, es libre de hacer lo que le plazca.

» A propósito, tengo una anécdota fresquita. No lejos de aquí, apenas a un par de cuadras, vive una mujer, sus padres murieron el año pasado. Ella es, digamos, un poco lenta. Ya sabe. La propiedad ahora le pertenece, el municipio le da una pensión, puede imaginar.

—Sí puedo imaginar esos casos.

—Bien, lo cierto es que la pobre muchacha no es indigente, he allí la cuestión.

—No encuentro el motivo. —contesté preguntándome a dónde me llevaba ese diálogo, si lo era.

—Querida mía, ella tiene casa, y eso le da alguna ventaja. Cómo se nota, que no conoce a fondo el tema.

—No crea, es que me cuesta aceptarlo. —atravesada me removí en la silla.

—Verá este caso entonces: La joven está todo el día en la puerta, es una calle adoquinada, de muy poco tránsito. El tema es que la muchacha detiene a quien pasa por allí y lo invita a pasar. Siempre hay algún sinvergüenza, la muchacha a pesar de sus cosas es bonita.

—¿Y la asistencia social?

—Ya le expliqué, no es indigente.

—¿Entonces?

—Pasa quince días en su casa, y cuando hay demasiado barullo, en fin, es de imaginar algún que otro reclamo de los vecinos, va la policía y la lleva a un hogar de tránsito el resto del mes. Todo el vecindario se calma y así vamos al menos hasta que se pueda. Cómo ve, no es su caso, lo mencioné solo para darle alguna referencia.

» Querida, con la charla nos fuimos del tema. Silvia le recomendó hablar conmigo por un problemita personal. ¿Usted tiene una hija, dijo? Si le preocupa el tránsito cuando cruza la calle, ya levanto un acta y pedimos que instalen semáforos, querida. ¿Es eso lo que necesita?

—Sí he venido por eso, gracias, me ha servido la conversación que mantuvimos, no vaya con apuros con el acta.

—¿Por qué dice eso?, es nuestro trabajo.

—Tiene razón, por eso mismo, voy a poner en venta la casa y nos mudaremos, la policía tiene mucho qué hacer en estas calles.

—Aguarde, no se marche. Algo ha pasado por su cabeza, que la ha hecho cambiar de idea, qué dirá Silvia.

—No se preocupe, ella como usted, es una persona muy ocupada. Es tarde y quiero pasar por la tienda tengo que cambiar un suéter que le han regalado a mi hija. Acaba de cumplir veintiocho años y parece que tiene diez.

 

 

 

- 27 -

Permitido permitirse

Alguien dibuja nubes y te lo pierdes, piensas que lo pequeño no te hace grande. Aunque no quieras ver, los colores con su aliento, anticipan que se puede.
Crees vivir y apenas respiras. Por ahí, alguien te mira, se interesa, se acerca y dice que sí, que es natural, que haces lo que se acostumbra. Pero permaneces en el proyecto, das vueltas, llevas a cuestas un corazón lleno de tormentas y alguna que otra calma. Y resuelves que te alcanza con imaginar.
Hasta que un día en medio de la calle el aire te golpea, te despeina y levantas la cara. Ves la mañana azul, gris, violeta, a la lluvia que se abre y te muestra los lugares donde el viento deja que lo toquen.
Recién entonces entiendes que se puede andar sin apoyar los pies sobre el asfalto y te animas. Sueltas el lastre, respiras como nunca y te vuelves liviano. Sabes que no pueden con la fuerza de tus pensamientos.

Te diste el permiso de volar. En las nubes se adivina tu figura que no es la única, hay muchos. Desde abajo, bocinas, frenadas, sirenas, cánticos vindicatorios, forman un coro que te aclama. Al fin, a tu modo sigues el camino que irás haciendo.

 

 

 

- 26 -

Quién sabe cuándo

A fuerza de apretar los párpados las luces se han apagado. La mueca en la cara del hombre dice que ya nada huele especial. La mujer sabe que ha olvidado su papel de ninfa.

Cosas que suceden cuando mueren los susurros bajo la seda. Las manos se guardan en los bolsillos. Las miradas no quieren encuentros. El motivo: ¿quién lo sabe? ¿cuándo o, dónde? Diríamos que se trata de una cita que compromete a dos en un ausente sin aviso.

 

 

- 25 -

Dafne

 

Su mano y las llaves de la puerta tintinean en mi cabeza. Detenida en el vano de la puerta me sonríe. Se ha puesto el vestido rojo sobre el cuerpo desnudo. Ahora se va sin que yo pueda saber si tendremos otra vez. Pone un dedo sobre la boca y me dispara un beso. Una línea angosta cruza sus pupilas y el reflejo de la luz las vuelve amarillas. Se desliza con sigilo, los tacones de las sandalias no se escuchan. Desaparece.
Inolvidable, Dafne, el perfume que usa,queda en la habitación. Me sirvo una copa, voy hacia la ventana para verla salir. Es rápida, ya se ha ido. Debe haber dado la vuelta a la esquina. También yo me doy la vuelta para enfrentar mi trabajo. Un chirrido suave y agudo sobre el vidrio me obliga a voltear. Un gato de pelo casi naranja rasguña el cristal, apenas se escucha su maullido. No estoy para gatos, ni siquiera tengo leche en la heladera… pero ¿por qué no?
Abro la ventana y lo tomo entre mis brazos, nos miramos, después de todo su pelo casi es rojo, es gata y al menos está claro que quiere quedarse conmigo, no necesita llaves y hasta usa el mismo perfume.

 

 

 

- 24 -

Con los sentidos a pleno

Fue aquella tarde, el cielo mareaba de violetas y naranjas. Vos hablabas para que no lo viera, eso me hizo mirarte, como no lo hice antes. Entonces vi un objeto perdido que no me interesaba encontrar porque me di cuenta que no me conocías, después de tantos años compartidos.
Me permití con inocencia hacerme el distraído y me fui sin decir nada. Tomé un tren que apareció de golpe, me senté en un vagón que estaba vacío. Sabía con la seguridad que da la rutina de todos los días y de cada semana que iba a mi trabajo. Empecé a hojear los mensajes en el celular. Todo en orden. Lo guardé y me puse a mirar los edificios y construcciones que uno tras otro, silenciosos dejaban ver como yo, sus distraídas memorias, claro las externas, las de lluvias, soles, pinturas olvidadas o estrenadas.
Puse mi atención en las ventanas, las había de todas las formas y estados. Elegí las abiertas. Se me ocurrió que las cerradas eran aburridas, no arriesgaban, porque sí, porque es cómodo o porque algo no las dejaba.
Algo me pasó, porque de golpe me sentí como una de las tantas que sentía, observaban todo, incluyéndome a mí, por supuesto, fueran madera o de metal, pero siempre abiertas, y desde esa sensación poder escapar en lo  primero que  viniese a mi pensamientos. Como en un silbido, en la rueda de una bicicleta, por el palo del cepillo del barrendero, en medio de un reclamo callejero, entre los ramos de un puesto de flores y luego en las manos de quienes los lleven… esas cosas… porque sí… por nada.
Fue entonces que atravesé el marco de la abertura que yo, “recién estrenaba”, con los sentidos a pleno, sabiendo lo que hacían. Ellos también estaban de estreno.
—Ahí vamos, —nos dijimos…
En eso andábamos cuando aparecieron.
— ¿Por qué me sujetan los brazos?
—¿Qué hacen estos hombres en la oficina?
—Yo no llamé a la asistencia médica.
— ¿Qué hacés acá? ¿Te llamaron? ¿Decís qué te lo esperabas? —te pregunté.
—Salí como todas las mañanas, hice el viaje en tren. Me relajé. Llegué bárbaro, todo bien —te expliqué.
Insistí: —No necesito calmarme. ¿Esa inyección? —Fue lo último que dije.
No me respondiste y rogué mientras ellos me sujetaban y te vi cerrar la ventana. 
—No dejes… no dejes…

 

 

 

- 23 -

Elección

—Lo sé, te debo parecer un tipo raro —le dijo y rio el hombre que encontraba todos los días a la misma hora al cruzar los terrenos abandonados del ferrocarril cuando volvía hacia su casa. Él muchacho se quedó mirándolo. De repente un águila voló hasta su brazo y él comenzó a acariciarla, el hombre continúo hablando:
—Cuando el animal te elije te conviertes en él. Eso sucede cuando entrás en la fina y peligrosa línea de elegir lo que querés ser o convertirte en tu peor enemigo.
La vida al igual que la selva tiene sus códigos, o salís a ganarle a la bestia, o ella te gana —concluyó el sujeto que giró sobre sus pasos y desapareció en la penumbra de la noche que comenzaba a bajar.
El muchacho miró hacia todos lados, distinguió un par de ojos brillantes que lo miraban, y creyó escuchar: —podés irte a tu casa. Te buscaré cuando estés listo.  
Los ojos y el susurro se perdieron en la oscuridad. El joven siguió su camino como siempre en soledad. No había tenido un buen día. Se encogió de hombros, no estaría mal, reflexionó, y dijo cortando con un golpe de vapor que exhaló por la boca, el frío de la noche:

—Me conviene un león…

 

 

- 22 -

Los monstruos se retiran

 

Mi batalla es hablar.
La de él, callar. Entregarse es hablar por eso el silencio.
Nunca hablamos.
Me acomodo a la penumbra. Imagino un perfume.
Escucho al viento y me pongo a cantar canciones.
De golpe quiero despertarlo. Suelto a mis palabras. Busco una sonrisa.
Las detiene una muralla.
Puedo rendirme, pero eso nos mataría a los dos. También puedo otras cosas.
Dibujo una caricia.
Avivo los rescoldos y desde los ojos busco un abrazo.
Nuestros cuerpos y nuestra historia abren un camino entre las piedras.
Los monstruos se retiran.
Las brasas que se han vuelto a encender los mantendrán fuera.

 

 

 

- 21 -

Mesa para tres

 

  Primer Acto

Una mesa perfecta. Una mesa blanca donde hay dos y no hay lugar para la sombra. Fresias y vasos que brillan bajo el juego de la luz. Un diálogo cotidiano y una extraña sensación que reverbera en otras.

 

  Segundo Acto

Brazos que giran al borde de un cuello, enredan cabellos en una habitación, piel que se funde, lo alejan de la aquella mesa. Solas, las copas destilan una agonía dulce y un frío amargo ante la ausencia del vino y de la falta.

 

  Tercer Acto

En la habitación las bocas se incendian, los cuerpos se enraízan, ahogan los sentidos y devoran la penumbra.

 

  Cuarto Acto

La mesa perfecta espera, está servida. El mantel blanco se ha vuelto lava roja para esa mirada que cada noche, luego de regreso y del trabajo, aguarda a un comensal.

 

  Quinto Acto

En la habitación cesa el juego.

 

  Sexto acto

Los ojos abiertos siguen sueñan con él acodados en el reposo blanco de la mesa para dos, que se siente fría como mármol donde una mirada intenta sonreír tibia, porque todavía o tal vez…

 

  Séptimo y último acto

En la mesa alguien falta y en la cama también.

… cae el telón.

 

 

 

- 20 -

Fuga

Mi amigo invisible se sube a las olas pequeñas sin esperar las grandes. Es fiel a su mago interior que vence los obstáculos con su poder creativo. A veces apago todo, sí todo. El celu, la compu, la cabeza, y le presto atención. Lo escucho y me fugo como él, aunque sea por unos instantes, como ahora…

 

 

- 19 -

Furtivos

 

1

El ladrón de sueños cuelga de mi corazón una felicidad tolerable y en el intento de desalojo, una y otra vez yo sucumbo.

2

Entre mi ser y la nada sobrevuelo el instante fugaz de la vida en los silencios profundos de la noche.

3

Hay un visitante que atraviesa la noche colgado del horizonte. Me tiende la mano, pero nunca lo alcanzo.

4

Sueñas contigo y conmigo. No te extravías en las lunas de los miedos porque andas descalzo para no perderte cuando me guías para que te alcance.

5

La desolación del despojo tapada por una máscara caminaba vacía de protagonismo con los ojos del otro.

 

 

 

 

- 18 -          

Fuego    

 

Tus ojos son una llovizna callada que disuelven sombras y ahogan el silencio desde un cielo de estrellas fugaces.

Esa pausa otoñal, una sensación de tregua que da un bosque donde poder extraviarse.
Dos gotas de agua que suspenden una ilusión.

A veces, dos criaturas salvajes que se apoderan de mí y tejen encuentros de tules donde el deseo crepita y es fuego.

Tus ojos, un choque, un misterio profundo.  Un no lugar para la melancolía. Una hondonada capaz de arrinconar todos los vientos que recorren mi soledad poblada.

 

 

- 17 -

Alguna vez

 

Es esa palabra que no dijimos. El trazo que dimos aquel día con un pincel entre el principio y la nada. El camino de un puente que no nos llevó a otra orilla. Reproches y urgencias que amordazaron el cuerpo con la excusa de empezar y darse un tiempo más.
Hasta este abrir los ojos, hoy para salir de esos espacios a media luz y dejar la comodidad del silencio.
Mirarse. Hablar en un final donde dos dialogan sin dejar escombros en la vereda porque llevamos los mejores momentos entre las manos. No es una muerte, solo algo que termina y fue vivido algunas veces al abrigo, otras en medio del viento, o con soles y lluvias hasta que ganó el tiempo.

 

 

 

- 16 -

Entre los dos

 

Un día de estos dejaré de navegar memorias, concurriré a una cita de vaguedades azules, deseos blancos y charcos de ruidos impertinentes. Pretenderé recorrer mil ríos de voces no descubiertas para que me encuentres cuando ni siquiera me conoces.
Pensaré que pueda ocurrir en un libro prestado con citas subrayadas. Puede que salte de la página que lees. Deje de ser un dibujo, una idea, porque ahora me estás pensando. Y después de todas las esperas reconocida en un destino, iré a comprar golosinas y chocolates. Tocaré a tu puerta, te contaré de un cielo, entonces me hablarás de un lugar y ese juego sucederá nada más que entre los dos.

 

 

 

- 15 -

Un golpe suave en la puerta

 

Hay un viento que lo agita a él y a nadie más. En la noche ni el susurro se mueve con la transpiración del amor. Nada impulsa los pliegues de la sábana. Todo permanece quieto menos él que extiende la mano y agoniza frente al grito de la ausencia.
No comprende por qué se ha ido. Observa todo con una interrogación muda.
Niega ese instante y aunque las cartas se barajen para un solitario, sigue insistiendo en su juego de a dos.
En otro lugar, alguien recorre las habitaciones de su casa como si buscara algo.  Un golpe suave a la puerta interrumpe. Va hacia ella, la abre y se abrazan.

 

 

 

 

- 14 -

Diálogos

 

Mira qué largo ha sido el trecho hasta alcanzarte.
Sí. Aún no lo creo. Así tan suelta de disfraces que hasta rozo tus velos. Estamos frente a frente. Vaya, qué mareo. Creo que, de los dos, tú te llevas la sorpresa.
Pensabas encontrarme desesperado. Y yo, sereno, entendiendo el juego. Ni te escapas, ni yo te sigo. Todavía y a pesar tuyo, ella abriga mi aliento. Sí esa, a la que celas, la vida que está conmigo.
Se entregará, sí que lo hará. No sin darte faena, tú lo sabes porque ella no se detiene y de a ratos, y si está de buenas, la atrapo. La siento mía, sabe y huele como yo. Teme, goza, gime.
Sol y viento azul en la cara. La mesa tendida y el vino sonrojado. Los días y las noches temblando, porque ella me deje, y yo negándome que la dejo.
Hasta este instante está en mí como yo en ella. Hasta este instante, porque la abandonaré en la mañana, acaso por la tarde, claro está; sin tiempo para una lágrima. Seré yo quien me despida, luego, aferraré tus velos. Tú y yo, ahora amigos. Mira muerte que el tiempo da para todo, hasta puedes intentar decirme algo. 
¿Qué no?, claro era de esperar…Ya, anda, decídete. Calla mi boca y marchemos. Sabes que ella en la mañana irá por un hilo nuevo y tejerá otros caminos. Y tú, solo empezarás a acechar de nuevo.

 

 

- 13 -

Misteriosa Pasajera

 

Hay alguien, muchos, que esperan un cuerpo que desean. Colinas, llanos, ríos y por supuesto ese mar que desata tormentas de fuego y lleva al infinito.
Hay otros en cambio que buscan el hueco de un par de brazos donde perder los miedos. O aquél que toma una mano para apoyo y consuelo. Pero no, nada de esto tiene que ver contigo, misteriosa pasajera que no puede hacer el amor.
Solo conocés el color de las sombras y no tenés el gozo de los sentidos. Y por decirte algo, ¿sabés de ansias que no se rinden?, claro que no. No creés en esas cosas.
Tampoco en las palabras que dejamos correr porque alguien se interesa, aunque solo sea por un segundo, claro que vos no decís ni una porque hacen falta muchos sentimientos, y vos no conocés creo, solo uno.  Pero cuando te presiento o te cruzás por algún pensamiento, se me hacen presentes tus caminos, como que no tenés sonrisa, por ejemplo.
Esa debe ser tu punto débil, hasta le darías tu alma al Diablo por reír, pero sospecho que él no la quiere. Y se me ocurre que, aunque nadie lo creería que vos también tenés miedo, que buscas abrigo, que sentís frío y por eso te escondés y aparecés de golpe o en puntillas, según el día.
Cuando vengas a buscarme ¿te gustaría intentar un beso?, lo suelto en el aire así no te comprometo o te doy tiempo a decidir, por ahí cambiás. Después de todo, con algo se empieza y para el caso conmigo ya habrás terminado por más que te quiera convencer de lo contrario porque hay cosas que podés perderte y al Diablo…  después de todo, ¡mandalo al infierno!

 

 

 

 

- 12 -

Lágrima

 

Escucho música y una gota de agua sobre el vidrio de mi ventana se hace palabra, se desliza y sin reproches se deja llevar.
La gota sueña que no tiene deudas, amores, reglas ni gozos. Duerme en un lecho de madera y libertad hasta que se hace dueña de la gloria, y casi diosa, en una lágrima. La lluvia dormida cabalga la dimensión de la música.
La lágrima llega hasta mí y tibia me consuela mientras despacio se suelta por los pliegues de mi cara y me acaricia.
Sentado en el sillón frente a la ventana no abro los ojos. Temo que los pájaros en los árboles que están en resguardados entre las hojas, echen a volar.
Ellos no saben que soy ciego, tampoco que los veo como a la lágrima.

 

 

 

- 11 -

Cómplices

 

Te vas de casa y sin acercarte me saludás con una sonrisa.
Los ojos a los que miro porque la boca, dice, —estoy agotada, el trabajo, el malhumor de la gente, están afuera con vos en ese otro espacio. Junto a otras voces. Las de ese mundo en el que ganaste un lugar y cada vez te pide un poquito más y también te quita, te resta, como con aquella sensación de extrañeza cuando aprendimos por primera vez a restar. Esta vez, te resta de vos, de nosotros y de las tantas cosas que planeamos e hicimos.
Te vas con tu perfume y estarás haciendo volver las miradas que seguirán tus pasos y el movimiento volátil, ligero de tu cuerpo tan tuyo. Eso lo entendí desde el primer día que hicimos el amor.
Te digo chau con la mano cuando antes de doblar en la esquina mirás hacia atrás por un segundo. Como si ambos pre anunciáramos otros saludos sin tiempo para compartir un desayuno. Sin comentarios para la cena, en el camino de la vuelta a casa de ambos, algo se los comió. Sin ese entusiasmo para la salida o quizás la simple compra de provisiones el fin de semana.
Me queda tu perfume que se vuelve cómplice, al que sigo en el aire de la casa y te trae de regreso mientras le cuento lo que pasa.
Que sí, lo sé, estás viviendo otro amor. Nada más apareció y ocurrió eso de la risa espontánea por cualquier cosa. El hablar de uno, de lo que hizo y lo que no. El no inquietarse porque ese otro no tiene apuro y está ahí nada más que para cada palabra que decís, y claro para mirarte de esa forma cómo si estuviera copiándote la boca al detalle para dibujarla y quedándose en tus ojos, ahí esperando.
Pero ¿cómo lo sé? Alcanza con vernos desde afuera.
El silencio entre nosotros cruje o se interrumpe como un anuncio de noticias, en el que nos damos el parte diario. Gentiles, amables, pero por el momento pareciera que hasta allí llegamos. Sí, nos sentimos bien estando juntos si no fuera por el maldito silencio que aturde.
Y el todo bien cuando nada está bien después de los besos, los brazos y las piernas enlazadas, y nuestros cuerpos rendidos en la cama que todavía no son extraños a pesar de tu distancia porque cuando se encuentran y se reconocen.
Es probable que si te preguntara. Pero no, prefiero todavía, esperar.
¿Por qué? No puedo ahora responder a eso. Prefiero recordar que siempre soñabas conque eras una mariposa y hasta puedo imaginar que es cierto. Incluso soñar que en cualquier momento al pasar me rozarás con las alas y los dos volveremos. 

 

 

 

- 10 -

La casa

 

Mientras abran los jazmines habitaremos una casa aromada. Tu cabeza reposará ligera junto a mi brazo en la almohada. La penumbra blanca nos dejará su rocío sobre los párpados. En los labios el tiempo dirá una necesidad que nos ha sido dada.
Más adelante el estío irá sembrando lo que huye de la piel. La casa dejará escapar el perfume. La poblarán magos, mariposas, mazapán, muérdago, misterio, mares, más mismos. Esas cosas que entienden los sabios y los niños. Vos y yo, todavía podemos tentar a los días, ¿quién sabe? siempre se puede recurrir a un hechizo. Porque será otra estación en la penumbra blanca de la casa y nos abrazará la noche sin jazmines, a menos que guardemos uno.
Elegiremos el más blanco, cuando se ponen amarillos, no guardan perfume.

 

 

 

- 9 -

Como alas mojadas

Escribo para que las palabras me revelen lo que no sé de mí...

 

Suele pasar por las tardes. Cierto desasosiego te invade. Abres la puerta, para esperar el claroscuro, o la lluvia.
Dejas atrás el silencio. Es una desazón que te asalta fuera de cronograma y quiebra tu indiferencia.
Husmeas el hechizo violeta, añil, carmesí, que ha pasado de claroscuro a nocturno, y se ha instalado en tus sentidos con promesas. La habitación llena de ti permanece muda.
Buscas refugio en el aire de la tarde noche que apaga colores y enciende luces. Tus ojos van de un lado a otro, no dejan de mirar.
A tus espaldas tu cuarto desvestido de rumores deja escapar una sonrisa desde un cuadrado con marco de acrílico. Tus pies eligen la calle. Cruzas la plaza, miras hacia el árbol de raíces gruesas, manos y pies sarmentosos. Debajo de él gentes se apilan bajo un nylon entre trastos y papeles. Te preguntas si destiñen mentiras. En un rincón, de una lata saltan lenguas de fuego. Alrededor todos arman un círculo y se dejan arropar por el calor. Los ojos redondos brillan como piedras de un tesoro. Los cuerpos se regocijan con la ternura de la tibieza. Descubres que ese instante es mágico y no tiene precio. Los abandonas, caminas hasta un café y te acomodas en una mesa junto a la ventana. Una muchacha se detiene en la vidriera, te mira y hace un mohín con sus labios. Leve, mueves tu cabeza, la invitas. Entra y se sienta. Toma tus manos que estaban sueltas sobre la mesa como alas mojadas. Ese contacto aleja los miedos y vos, empezás a reír a carcajadas. Tanto que la ciudad se contagia. Muchas puertas se abren, y otros como vos, son libres, aunque los empujen, tropiecen, caigan, o maten.

 

 

- 8 -

Esto que pasa entre los dos

 

Una lluvia helada moja cada centímetro de mi piel. Mi sonrisa que se ha vuelto un fantasma quiere saber y al mismo tiempo pide que no lo digas. Parado sobre el hielo de tu mirada me quedo solo, aunque un mundo de gente ría, hable, o respire a nuestro alrededor.
Escucho que me dices adiós, justo cuando comienzo a entender de qué se trata esto que pasa entre los dos.
Inmóvil veo cómo te marchas por la calle arbolada.
Anochece y a mí se me hace que estoy desnudo y descalzo en medio de una calle que como nunca; está vacía.

 

 

 

- 7 -

Gatos y lluvia

 

Vivo debajo de un puente y cuando llueve el viento deja que la lluvia moje mis silencios. Entonces tiemblo, ella me abraza y nos vamos a caminar por callecitas angostas de tiempos y prisas sin aliento.
Algunas son de barro y entre patinazo y patinazo para no perder el equilibrio me apoyo en las puertas o ventanas de las casas que a uno y otro lado de la calle me miran pasar.
A veces sin querer mis manos dan un golpe fuerte y se asoma una cara. —¿Hija?, — pregunta. —¿No la conozco, váyase?, se contesta antes de que yo pueda decir algo.
En una de las tantas y apretadas puertas, un chico espera que su madre vuelva del trabajo. Los ojos me miran con despecho, su boca se incendia y arremete:

 —¿Qué buscás? Mi mamá no está, tampoco mi papá, abortá, le dijo y ella lo echó, ¿para qué lo queremos?, así estamos bien.
Sigo de largo sin decir una palabra.
—¿Sos Andrea?, —me pregunta una mujer a la que la lluvia le lava la cara y me muestra que es un poco más que una nena, y sigue, —dijo que traías plata, no me salgas con un par de celulares, plata, o nada.
Pero no soy Andrea y la dejo atrás y salgo del barro. La calle ahora es empedrada, no patino, resbalo, puedo limpiarme un poco.
Miro las casas, veo dos gatos de color, pequeñitos y sin dueño que han dejado en un jardín. Me quedo junto a ellos, se arriman, piden cariño.
La lluvia me abraza. Pierdo el aliento. El mundo se encierra en el puño de una mano. Abro mi abrigo, acomodo a los gatos y van conmigo, a ellos les cuesta encontrar un hogar, como a mí. Esta vez como en los cuentos será distinto. Iré a buscarte. Me harás pasar, los pondré entre tus manos, les serviremos un plato con leche tibia y secaré mi ropa mientras preparas un tazón de sopa caliente que tomaré despacio.
Cuando oscurezca atrasaré el reloj para que las doce lleguen más tarde. Te contaré que me llamo Clara y hasta hace un rato vivía debajo de un puente. Ahora que estoy en tu casa al abrigo hasta podemos ensayar un baile. Y si me proponés quedarme no hará falta que huya. No perderé el zapato porque no tengo, no me espera ningún carruaje. Los gatos no molestarán, buscaban un dueño.
¿Mirá?, jugás con ellos. ¿y sabes?, hasta podemos dejar de buscar los umbrales y dar vueltas inventando un refugio.

 

 

 

 

- 6 -

Después de toda una vida

La dejé pasar por rabia. Porque no podía soportar que riera con las ocurrencias de otros, o cuando hacía una compra y hablaba con el vendedor. De haber conversado hubiéramos intimado. Sé que a pesar de no decirlo estábamos enamorados. Si lo hubiéramos hecho me habría condenado al insomnio pensando en las miradas de otros hombres sobre su cuerpo o peor, asomados a su alma de mujer. Partí porque no podía separar el deseo del amor. Tuve mujer, hijos y toda una vida. Hoy llego a esta terminal de ómnibus, pero nadie me espera. Nadie me ve. Tampoco me conoce. Soy solo un hombre más de paso que ha llegado y que luego se irá. Miro a este pueblo con sus calles más de arena que de cemento que no he olvidado. De casas serenas, largas siestas y negocios abarrotados de objetos y colores que esperan por quién los elija y los lleve hacia otro destino. Sé que hay varias plazas, pero una es la especial. Esa es la que busco. Con sombra de pinos, bancos de hierro y madera bordeando los caminos de laja que cruzan entre la mullida pinocha que cobija el andar. Enfrente la estación de bomberos. Un poco más allá una panadería que llena de delicias el aire que se carga de miedos cuando las sirenas ululan. Y al otro lado descubro los ventanales de la biblioteca. Por fin mis ojos vuelven a los espacios, los senderos, los juegos mientras apuro el paso que sigue a mi corazón. La atravieso en diagonal como lo hacíamos. Llego al cruce de las tres calles, avanzo hacia la esquina donde está la casa con jardín al frente tras el bajo muro de cemento gris. Busco al jazmín que ya no está. El perfume de sus flores blancas y carnosas. La puerta baja de maderas verdes es la misma. Ha comenzado a oscurecer, es tarde y ella ya no está. Se ha levantado viento, viene del mar. Tiene fuerza. Vuelvo sobre mis pasos.
Atrás la puerta se mueve en un vaivén.

 

 

- 5 -

Sin Saldos

Tu amor es un cielo que solo está ahí para acompañar mis pasos y escucharlos. Soñar junto a mis sueños. Compartir delirios. Caminar lágrimas. Provocar sonrisas.
Tu amor es sin explicaciones, sin saldos ni pagos a cuenta. Vos conmigo. Yo con vos…

 

 

 

- 4 -

 

Intermitencias

 

1

Dejo salir al otro y al otro… busco una identidad… Error… la pantalla lo señala varias.

 

2

Los lenguajes no dicen lo que las lenguas quieren decir, sino lo que conviene.

 

3

Paisajes de un universo alternativo es lo que creemos que existe.
Turbaciones irresistibles como la pesadilla, la zozobra… el deseo compulsivo, la vanidad, no escuchar al otro, verlo sin mirarlo, anidar solo en lo que nos pasa a cada uno, mantienen despierta a la ansiedad que para no estar sola anda siempre con la angustia.

 

4

Más allá del bien y del mal, la omnipotencia en un mundo donde no rige la razón.

 

5

Todo es posible creemos creer, armar el sueño y no salir a buscarlo.

 

6

Dejar la pulsión entre Eros y Tantos a la deriva. No tomar el compromiso de llevar el timón.

 

7

Arrebatar para atrapar la cima. Caer tras el empujón del que viene detrás. O…Perder para ganar.

 

 

 

- 3 -

Como es la cosa

Dale a los recuerdos y añoranzas de lo que pasó, un lugar y a lo que esperás del futuro; otro. (...yo al menos lo intento...)
De tanto en tanto, si vienen ganas, los repasás un poco. Lo que pasó traerá nostalgia, tristeza, pero no te permitas el rencor, ese te mata.
 Y si querés imaginar el futuro...hum...dudoso, como el clima en el mes de septiembre...Diría  como consuelo ir a una sesión de Tarot...por alguna pista, al menos puede resultar entretenido...igual dudoso...o comerte algo rico, seguro olvidás en qué estabas...pero tiene que ser muuyyy rico.
¿Sabés?...El tránsito mejor y más valioso que se tiene...y hasta puede ser el único, es este presente. Hoy...
Todo el espacio, el aire, el impulso de nuestro tiempo,  es para cada instante de ese presente que tiene Sís y Nos. (y nos olvidamos a cada rato...uf)
Los Sís son tan pero tan lindos, simples, livianos, que por distraídos muchas veces nos damos cuenta cuando se terminan...
Los Nos, son molestos, que hasta paralizan a veces.
También los No...dejan de ser No, cuando se pierde un poco el miedo a...bueno...a lo que viene...que se yo...
Pero eso es más fácil de arreglar que perder los Sí.
Él No, se parece a cuando te caés...Es un raspón...duele, molesta y más...
Cuando pasa,  enderezarse es lo mejor.
Por ahí nos apoyamos en algo, no siempre encontramos en qué...pero está bueno mirar por las dudas si hay...y si no... igual  levantarse.
Nos sacudimos un poco, acomodamos la ropa, pasamos una mano por la cabeza para parecer menos trastornados, acabados, liquidados...o cómo cada uno salió del golpe... Pero no aflojes...
Seguimos...
Sí. Siempre seguir...
Tomás aire, mirás el cielo, escuchás los ruidos, el silencio, a los que pasan al lado, y cómo pasan, (esto por ahora no cuesta nada). Para eso  solo por un rato olvidate del celular... O, que ya fuiste a tres mercados, a ver cuál tenía los huevos a mejor precio...por ejemplo.  
Pensá que todavía, durante y siempre... podemos sacar del bolsillo una sonrisa. Soltar un chau, un hola...dejar escapar alguna lágrima, acomodar una esperanza, armar un proyecto. ¿Qué loco no?...pero empezás a estar un poquito bien... (poquitito...pero es mucho) (Esto todavía no se paga...acordate, hay que aprovechar)
Y hay más todavía...si seguís, adelante seguro en una curva aparece un conejo, un gato, un pajarito, un perro, o alguien que entendió como vos y yo: como es la cosa y elige acompañarnos.
Síiii... Como es la cosa...porque  todos... vivimos esas cosas...
Después de todo.

 

 

 

- 2 -

Alguien escribe…

Alguien escribe

Alguien sabe, que puede ver salir del corazón de una rosa blanca, a un pájaro.

Alguien piensa, que la luna se viste de seda y reposa sobre una almohada.  Encuentros impensados entre la nada y el principio. La orilla propia y de los otros que somos y nos habitan. Vislumbres que el ser transita. Espacios, que agota, para explicar su tiempo entre nacer y morir. Momentos para tempestades, calmas y sensaciones.

Un andar  los días y las noches reconociéndose en un destino marcado por horas secretas, en las que lo oculto descubre su faz y se pone al alcance de la mirada.

Horas en las que las palabras corren sobre curvas, líneas, puntos, comas y las presencias hilan sus tramas ya en la poesía, ya en la ficción.

Ideas que después de todas las esperas nos invitan a compartir sus momentos entre vaguedades y sueños donde podremos amar, huir, anidar ocasos, quizá reinventar amaneceres de soles nocturnos.

Hechizos de horas secretas, donde bastará con entrecerrar los ojos para que naturalmente comencemos a  transitar espacios e inaugurar rumbos, en los que nuestras voces  arropen a la angustia con palabras escritas sobre un papel  para reinventar la vida.

 

 

- 1 -

La palabra… el escritor… escribir… el libro

 

La palabra... el escritor... escribir... el  libro

La simbolización de una palabra remite a significados infinitos,  propios de la vida misma cuya profundidad se define a través del peso que se le otorga.

Es la puesta en evidencia de lo que dicen las ausencias,  los silencios, sus murmullos y gritos mudos.

El escritor navega las aguas de estos mundos que conforman apenas y tanto como la vida y la muerte  a fin de gestar las historias, sus pasiones, desvelos y glorias. El acto de escribir remite pues a la génesis, misma de ser.  Parte de una pulsión, una necesidad imperiosa, urgente e impostergable de transpolar en idea  la emoción, el sentimiento,  la observación y análisis de todo lo que nos conforma y de todo lo que nos rodea.

 Porque  de eso se trata vivir, de la huella que se fija y al hombre le impele dejar registro de sus pasos.

 He aquí lo trascendente del acto de la escritura, y del que elige escribir, o es elegido por los hilos de este arte, disciplina, profesión y sin dudas pasión.  Pero nada de lo expuesto tendría sentido  si las historias, poesías, tiempos imaginarios, realidades fantásticas, crudas, siniestras y tantos  otros aspectos que no menciono; no tuvieran un lugar dónde habitar expresando lo percibido y descubierto de modo individual  o general. Y ese lugar es precisamente el libro.

 Una compañía que no condiciona.

 Un torrente de sentidos que no se puede detener.

 La puerta de entrada  a todos los lugares de este mundo y de otros infinitos donde no hay contradicción sino transformación, asociación e identificación que laten por fuera de la anécdota o el verso porque conforman una revelación que dice: nada es igual, nada permanece intacto, todo está sujeto a un irreversible proceso de evolución.

Ello supone transitar espacios de cambios en los que la literatura funciona como conductora y conectora y el libro es su casa, su techo, su abrigo. Un navío en el que viaja el hombre y sus universos.

Puede suceder que nos pongamos a escribir una historia luego de soñarla, o de descubrir su punta en el intersticio de nuestros actos cotidianos o en los de cualquiera. Un episodio intrascendente que dispare la idea. Y aquí, dará comienzo la tarea.

Toda obra debe ser el producto de un bosquejo definido y calculado de los matices del pensamiento y de la imaginación. Un entretejido que nos pasee por la superficie y simultáneamente nos lleve hacia el fondo de la trama porque allí, espera la epifanía

.

 

Benjamin Koria

Ese alguien que todos llevamos oculto

Ese alguien que todos llevamos oculto

La vida luce sus orillas cuando la poesía palabra a palabra la invita a caminar frente a los ojos de su mundo y le enseña a hablar más allá de todo lenguaje, tanto que hasta las ventanas abandonadas se encienden. Entonces la vida mira y se deja mirar hasta transformarse en ese alguien – algo imaginario que nos sube a un par de alas, nos devuelve las certezas y nos permite medir los tiempos.
Ni más ni menos que crear aquello donde nos reconocemos como efecto y pertenecemos como causa.

 

 

 

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