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El ícono bizantino

Daniel Andrés Marrone

 

arte bizantino

Bizancio era una antigua y pujante ciudad griega enclavada en el estrecho del “Bósforo”, donde hoy se levanta la ciudad de Estambul, capital de la Turquía europea.
Fue el emperador Constantino defensor del Cristianismo y con el tiempo, “cristiano converso” quien trasladó la capital del Imperio hacia un punto estratégico entre Oriente y Occidente. De esta forma quedó refundada en el 330 d.C., con el nombre de “Ciudad de Constantino” o “Constantinopla”.
Años más tarde fue dividida en dos partes: la occidental, con capital en Ravena y la oriental, con capital en Constantinopla.
Cuando la Roma de Occidente cayó en el 476 d.C., la única parte que prevaleció como sucesora del antiguo Imperio, fue la oriental, con capital en Constantinopla. De esta forma, al Imperio Romano de Oriente se lo denominó “Imperio Bizantino”.
A partir del año 900 la cultura adquirió un gran esplendor, hasta que los cruzados, invadieron Constantinopla en 1204. Cuando los bizantinos la reconquistaron en 1261, el crecimiento de la cultura bizantina reanudó su curso, hasta 1453, año en que cae en poder de los turcos.
Es en esta cultura donde emerge “el arte bizantino”, como resultado de una maravillosa mistura de estilos: griegos y romanos combinados, una fusión única y permeable con cierta influencia del arte oriental y con un sólido fundamento cristiano como basamento esencial.
Dentro de esta expresión, el “arte sacro”, ocupó un sitio preponderante. De su seno nació el “ícono bizantino”.
El “ícono”, palabra que proviene del griego está asociado al concepto de imagen religiosa y su presencia se halla extendida por: Medio Oriente, Grecia, Rusia, Yugoslavia, Rumania, Norte de Egipto, entre otros, lugares éstos, abarcados por el Imperio Bizantino o bien, destinatarios del legado de Bizancio, luego de su caída.
De hecho, durante la denominada “Grecia Bizantina”, múltiples iglesias y monasterios se enclavaron en su suelo, a la vez que su pueblo fue adoptando la religión Cristiana Ortodoxa.
Desde su origen más remoto. El ícono comprendió un largo y complejo camino evolutivo. En sus orígenes, fue destruido y resistido por los “iconoclastas”, que no creían posible la representación de la imagen divina de Cristo. Sin embargo, los defensores del ícono o “iconófilos” entendían lo contrario. Su fundamentada tesis prevaleció y, en el año 842, la iconografía alcanzó su consagración como tal, al admitirse finalmente la realización de la imagen de Cristo, la de la Virgen María, y la de los santos, sobre una superficie determinada.
Para la religión Cristiana Ortodoxa, el ícono reviste carácter “sacramental”, como elemento que permite la veneración de las diferentes “Divinidades Celestiales”.
A través del ícono, el cristiano ortodoxo conecta sus sentidos a la imagen en él representada. Esta puede corresponder a la de Cristo, a la de la Virgen María, a la de los Santos, a la de los Arcángeles Miguel y Gabriel o bien, a la de determinados sucesos o acontecimientos de naturaleza bíblica o simplemente religiosa. Luego, por medio de la oración, eleva sus pensamientos, solicitando merecimientos o divinas intercesiones.
Por otra parte, el ícono como “imagen de lo sagrado”, puede estar realizado en pintura sobre tabla de madera (el más antiguo y característico), mediante labrados en plata sobre tabla, en óleo sobre tela, en frescos, revistiendo así los muros de los templos o en mosaicos.
Los “iconógrafos”, tradicionalmente monjes de los monasterios (aunque no necesariamente), realizan la noble tarea de pintar íconos desde hace siglos. Cumpliendo con reglas trazadas por los Santos Padres de la Iglesia y apelando a la “guía divina” por medio de la oración, cumplen con la sublime tarea de sustraer “desde el plano invisible y etéreo, lo esencialmente divino para plasmarlo en una superficie, amalgamando colores y creando presencias”.
El iconógrafo comienza a pintar, desde los colores más oscuros hacia los más claros, como sacando la luminosidad hacia la superficie. Por otra parte, el dorado intenso como fondo de imagen (que en algunos íconos es lo primero que se pinta), indica la presencia de resplandor divino.
También cabe destacar, la ausencia de la perspectiva como hoy es entendida, siendo el observante el portador del punto de fuga. En tal sentido, se entiende que la virgen va al encuentro de quien la observa.

icono bizantino

Los colores tienen una simbología: “El azul representa lo humano, el rojo lo divino, el blanco la pureza”. En tanto que, las facciones, los rasgos y las expresiones en el rostro de las divinidades poseen determinado significado.
La pintura bizantina conserva sus rasgos originarios, durante el renacimiento y el barroco que influyeron en producciones posteriores a ella. Cuando este tipo de influencia ocurre, el arte “palio bizantino” (o bizantino antiguo), recibe el nombre de “neo bizantino” (más nuevo o influenciado).
Dentro de la iconografía bizantina, se destaca el ícono del “Pantocrátor” o “Pantrocrátoras”, también denominado, “Cristo Todopoderoso”, que muestra a Cristo bendiciendo y sosteniendo a las Sagradas Escrituras.
En el universo iconógrafico podemos descubrir además, a la “Brefocratussa” o “Madre de Dios sosteniendo al Niño”, entre otras advocaciones. Esta imagen también suele denominarse “Odiguitria”, lo cual quiere significar: “La Madre de Dios que Guía”.


 

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