El Fogón
 


Por Horacio Aranda

Bautismo de fuego

El comodoro M. se encontraba descansando en su departamento del barrio de Caballito. Su señora, casi dormida a su izquierda y en el dormitorio contiguo, sus dos hijos estudiando. Esta historia puedo relatarla fielmente por la amistad que me une con la familia, desde años antes que la misma tuviera lugar.

Eran aproximadamente las veintitrés horas y recién había apagado el velador. En la mesa de luz, quedaban apoyados un libro y los anteojos de leer.
El timbre sorprendió a todos menos a él. En el palier del departamento lo aguardaba su asistente con un sobre en la mano. Abrió la puerta, saludó al subalterno y tomó de su mano el sobre cerrado que en el anverso tenía escrita la leyenda "urgente y confidencial". En el interior una nota con el membrete del Estado Mayor de la Fuerza Aérea y la firma de su superior inmediato, le ordenaba presentarse antes de las 00.00 hs. en El Palomar. Su asistente lo esperaba en la calle para acompañarlo hasta el lugar de reunión.
Mientras el comodoro se vestía con uniforme de combate, pasaron ante sus ojos las imágenes de la Escuela de Aviación, sus calificaciones brillantes que le permitieron ser el número uno de su promoción, sus años en Inglaterra como agregado y las misiones en el exterior para la adquisición de material bélico. Su matrimonio, sus hijos, la vida nómade de los oficiales. La adquisición de cientos de horas de vuelo piloteando todo tipo de aeronaves…pero sobre todo pensaba en la proximidad del retiro, la vida familiar tantas veces interrumpida por los actos de servicio y recorrer nuestra extensa geografía con la compañía de su señora, sin sorpresas ni órdenes extemporáneas. Poco antes de la medianoche fue recibido por un superior.

El Gloster Meteor era un avión de combate que había sido adquirido durante el gobierno del General Perón e integraba la dotación de la FAA y de la AA. Tenía una velocidad máxima de 650 km por hora y una autonomía de vuelo de alrededor de hora y media.
Venía artillado con cuatro cañones de 20 mm y había sido experimentado por la RAF en la segunda guerra mundial. Se supone que nuestro país había recibido como parte de pago de una cuantiosa deuda, por parte de Inglaterra, una cantidad de cien aviones, de los cuales la mitad había participado en la contienda y el resto era nuevo. A comienzo de los setenta pasaron a disposición final, encontrándose algunos ejemplares en museos, aeroclubes y escuelas de aviación.
En junio de 1955, aviones de la Marina, en oposición al gobierno de Perón atacaron Plaza de Mayo produciendo más de trescientas víctimas. En esa etapa de nuestra vida institucional, la Fuerza Aérea era leal al gobierno y no se había unido al bombardeo. Hechos posteriores cambiaron la actitud de sus hombres y muchos se unieron a la Revolución Libertadora. Los aviones rebeldes de la FAA tenían pintada una V con una cruz, simbolizando Cristo Vence.

La orden recibida por el comodoro M. fue clara y concisa. Con una escuadrilla de Gloster Meteor debía dirigirse a Plaza de Mayo para combatir el mal que asolaba la Patria y sus Instituciones. Saludó a su superior jerárquico y se dirigió al grupo de jóvenes oficiales que nerviosamente lo esperaban.
Comenzó la arenga manifestándoles que la Fuerza recurría a lo más selecto de sus cuadros a efectos de bombardear la Casa de Gobierno ya que la situación del país era insostenible y las Fuerzas Armadas no podían ignorarla.
Cuando uno de los miembros de la escuadrilla quiso hacer una acotación, el comodoro lo interrumpió diciéndole que las órdenes estaban para ser cumplidas y no discutidas agregando con firmeza: "mejor que vivir como uno quiere es morir como se debe".
El silencio acompañó la exposición del jefe y cuando cada piloto se dirigía a su avión dijo: "señores no quiero teñir con sangre de mis compatriotas las manos de mis camaradas. Esta acción la realizo solo y me responsabilizo de la orden que estoy impartiendo".
Subió a su avión, verificó el funcionamiento de los relojes, los motores Roll Royce parecían emitir una melodía al regular. Controló la munición y a las tres de la mañana carreteó suavemente por la pista apenas iluminada.
A las cuatro de la mañana, la jefatura del Estado Mayor Conjunto emitió un breve comunicado: "En cumplimiento de una orden impartida por la superioridad, un Gloster Meteor de la Fuerza Aérea Argentina tripulado por el Comandante M. sufrió un desperfecto mecánico estrellándose en aguas del Río de la Plata. El Estado Mayor Conjunto lamenta comunicar a familiares y camaradas tan lamentable pérdida.

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Por Juan Arrate

Hombre fuerte

El hombre fuerte se sentaba en la silla reservada para él. ¿A quién informaba?
El hombre se llamaba Mariano, y aquella mañana la inquietud de la Francia revolucionaria hacía eco en el interior de sus entrañas.
La vieja canción celeste y blanca se podía respirar en las esquinas, en los balcones.
Estaba a un paso de alcanzar el sueño de la revolución libertaria, de tomarla por el mango y verla funcionar.
Mientras los ojos de un mulato, miraban expectantes por lo que vendría, y se iban achicando con el ruido del viento, como queriendo hipnotizarlo.

Costumbres extranjeras

"¿Librecambio?" Doña Agustina le decía, la madre de Juan Manuel
Protestaba con vehemencia contra la invasión de costumbres extranjeras en Buenos Aires. Decía que hasta el gusto tradicional de la comida había cambiado, y que la forma de caminar de hombres y mujeres era rara, como sobreactuada.
Siempre le decía a Juan Manuel "La Europei-zación que estamos sufriendo los porteños nos marcará a fuego de por vida", como raíces de acero.
"La máquina inglesa", rezongaba, "está cada vez más cerca".

"Está bien que así sea madre", contestaba sonriente Juan Manuel, "debemos concentrar las fuerzas para alcanzar el orden y las buenas costumbres y eso se logra con una libre relación comercial"
"¿Libre?". Se horrorizó Doña Agustina.
¿Acaso es libre el felino mimoso en el regazo de su amo…?

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Por Teresa Del Valle Baruzzi

La mañana era un panel de abejas por el bullicio del gentío, el aire diáfano, cortante, en el sabor del mar, las gaviotas en círculo se arremolinaban lanzando grititos también de algarabía. Llegaba al puerto de Buenos Aires, la Corbeta "Stella Maris", proveniente de España, con un cargamento de mercaderías, víveres y esclavos.
Todo… hasta el sol ese día presagiaba un destino. Delfina, mujer madura de aristócrata belleza, solía visitar el puerto casi siempre, en compañía de su fiel criada Teodora, una mulata dientes de mazamorra y ojitos de alquitrán, que llenaba de alegría el corazón triste y destemplado de la Amita. Aquel día…Comenzaron a bajar los huéspedes del barco. El aire, los sudores y vahos se transformaron. Hay asombro, ojos desmesuradamente abiertos, sorprendidos, manos grandes que saludan, se agitan, dueños que buscan ya la pertenencia de sus esclavos, jóvenes robustos, viriles que transportan cientos de cajones y bultos tan grandes y pesados. El último pasajero en bajar, un joven con el rostro curtido por los soles y un cuerpo tallado por el mar, de cabellos ensortijados, poseedores de un par de ojos, semejantes a la noche sin estrellas. Sin sonrisa con la cara marcada, con el rictus de esa ausencia. En un segundo tímidamente, Delfina y el capitán de corbeta de la Stella Maris", se miran… el corazón de ambos se sumerge en una tibieza indescriptible, en el marco de un mar ya sereno. Cae la tarde en profundo silencio, Delfina regresa con Teo al hogar, se encamina al negocio de Manuel de Benegas y Aragón su esposo, ambos tienen una casa de empeño "La Esperanza", donde allí uno encontraba de todo y para todos.
Sentíase extraña, su piel y su corazón comenzaban a tener otro ritmo biológico.

Su intuición de mujer le decía algo que no alcanzaba dilucidar, toda ella era una mujer detenida en el tiempo. Comenzó a recordar su niñez como quien hojea un libro,… el amor de familia, el olor a los pinos, el olor a la nieve, el color de las amapolas silvestres rojas como la sangre. Tenía en sus narices las sensaciones vividas, hasta aquel fatídico día que se llevó a sus seres más queridos. Allí comienza su orfandad del alma. En su mirada siempre triste repasaba colores, olores, sabores de niñez sin dulces ni sábanas con olor a lavanda. Los años y el regreso a la vida, convertida en señora, hizo a estos Andaluces, recalar en el puerto de Buenos Aires, hace muchos… muchos años, prosperaron, pero siempre incompleta la dicha de Delfina.

Suena la campanilla anunciando la llegada de clientes, se abre la puerta del negocio, entra el joven Capitán de la Corbeta Stella Maris, saluda, comienzan las presentaciones: "Santiago de León y Aragón" para servirle. Delfina mira al joven con profundo respeto, cada uno escrudiña el alma del otro, Santiago saca del elegante chaleco, un bello colgante de oro con un camafeo de marfil con incrustaciones en plata vieja y piedras preciosas, al dorso se lee la inscripción a quien pertenecía. Delfina tímidamente pregunta… primero con voz muy débil, luego en atronadoras palabras, que van surgiendo de la garganta a su boca que está tan árida y seca, ahora llena de emociones, se van encontrando una a una las respuestas después de casi medio siglo, dos almas están ya casi en equilibrio o tratando de hacerlo.

Santiago "Ti" para la familia, el niño de meses que otrora daban por muerto en aquel accidente, salvado por unos pastores en la lejana España, cuidado con el amor de los que no conocen otro abecedario, es el hermano perdido y soñado. Esperanza intacta, la sangre no miente, los separó un mar de por medio, los unió la patria grande y naciente: El Puerto de Buenos Aires, con lazos de sangre.

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Por Graciela Busto

La aparecida

Inti había crecido en los valles. De pequeña escuchaba los sonidos de su voz como campanas de alegría que le devolvían sus ecos.
Caminaba cautelosa y copleaba. Sus cabras eran manchitas blancas por el camino empinado y ondulado. A lo lejos los ranchos salpicaban el paisaje otorgándole un aire mágico. Su amor a la tierra, se volvió llama sonora que vibraba con su canto. Cierto día la copla fue de súplica, porque no escuchaba las canciones que siempre volvían a ella.
Vallecitos hermanos, que venga el eco. Porque mis canciones, se las lleva el viento...
Sus valles amados, pinceladas multicolores que la naturaleza abría a cada paso. Había sido elegida por su gente, para presidir con sus coplas los festejos a la Pachamama. Lo haría con sus ropas hiladas preparadas por sus familiares, y se consagraría en la ceremonia. El día llegó con gran emoción. En su piel cobriza, en las coloridas telas que vestía y en el sombrero adornado con plumas, lucía la sangre de su pueblo.
Sería la guía en las dádivas, y convidaría con hojas del lugar para reponer fuerzas. En la fosa cavada, se había colocado el maíz para que abunde la cosecha, el vino para celebrar, la lana para sus ropas, y mucha comida para que no escasee.
Algunas copleras la acompañaban. Sus cajas, se habían vuelto mágicos cántaros de sonidos en la noche estrellada. Todos con sus bailes y cantos quedaron extasiados. Inti, cansada se había dormido con su caja entre las manos. Un sonido fuerte se escuchó. Era el viento coplero que vino a buscarla sin aviso.
Dicen que envuelto en su poncho la abrazó en su vuelo, y nunca más Inti volvió...Pero cuando la noche, es la tristeza del sol que cae, a veces se puede escuchar en los cerros su voz quejosa pidiendo volver...
Viento coplero déjame volver, que extraño mi rancho y a mi madre también...

NA: Esta leyenda es imaginada por la autora, tomando como marco al norte argentino y la fiesta de la Pachamama. No existió.la historia. Se tomó al viento coplero como personaje junto a la coplera en la conocida fiesta. de la Pachamama.

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Por Víctor Del Duca

Sangre en las cadenas

Un rústico sendero, de piel por demás salada, invade esta parcial necrología. La misma será ante los años una ligera metamorfosis de noticias huecas amparadas por el suplicio de su propio anacronismo. Sospecho que alguien debe recordar aquel suceso en el que los días supieron ordenar simétricamente su fortuna. Hoy a doscientos años la patria ruega al perdón la saña con que fue concebida. No pretendo, de ningún modo, intoxicar el paradero de la feroz espada, esa que bañada en sangre conjuga la libertad del ancla y sus cadenas.
Nuevos gritos articulan ajenas plagas ceñidas al olvido. Toda maravilla deja de ser batalla cuando el tiempo reprime lo antagónico del ser. Pues hay manjares dispuestos a almorzar en la pobre crónica que muda de tinteros.
Un vulgar amarillo dilapida el furor de su espectral demencia. Sola y sin destino es la gloria quien tiende el manto del llanto belicoso.
Inutilizado por una vieja herida de guerra el general, maniatado a su enfermizo acero, coagula en el ente de un precoz coraje librado al abandono. Sueña efímeros gritos que coronan el amable esfuerzo que muta en lerdos maniqueísmos. Una serena brisa acierta al fundar su propia disciplina amarrada al boca a boca de la revolución, revolución que al envejecer trastabilla en una escaramuza facial y cada vez más breve.
Son lúdicas caravanas, dispuestas al albedrío, las que recurren al hollín de la memoria, a la herida del general, al eco blasfemo de la virtud pendiente. Juega errático el color en el espejo de su visceral bandera. Salen los nombres a la calle. Salen para no regresar a ese extraño número de rimas coloradas. Es que al no comprender su fama la historia los canoniza.
No queda nada, ni siquiera la sed de quienes fueron, porque la tierra es cruel y crueles son sus hijos. Porque el sabor a sangre tramita mi muerte sólo para ser reliquia del pasado. Creo recordar fragmentos que jamás sucedieron: como la espada en la garganta, como el fulgor de un ejército de fuego. Logro recordar, sin mayor esfuerzo, el hambre de libertad, el fin de esta religión que rompe cadenas. Nuevos y místicos silencios dibujan en el arte ríspidas plegarias.
La estulticia es hermana de la razón.

No se espanten soy tan sólo la verdad que el pueblo discrimina. Soy la cinta roja. Soy la cinta blanca. Soy el llanto que hidrata esta pobre y vulgar aliteración preñada por la comodidad y el olvido. Porque un rústico sendero, de piel por demás salada, invade esta parcial necrología harta de sangre de huesos y de caóticos infinitos.

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Por Dolores Fernández

Una Historia Simple

La noche se astillaba en relámpagos. La pulpería, bañada por el vendaval, se vislumbraba apenas iluminada por la llama temblorosa del candil.
Los ranchos desperdigados alrededor, apenas eran sombras inmóviles
La Rubia, así llamaban a la pulpera, acomodaba los naipes gastados, como quien espera un compañero para echar una partida. El único parroquiano, un viejo mal trazado, perdida la mirada en la ginebra, buscando quizá algún recuerdo. Parecía dispuesto hacer noche, acodado en el mostrador. No tenía apuro y la pulpera no negaba cobijo a los solitarios.
Detrás del trueno, se escuchó, el golpe, de la puerta que se abría. Un gaucho de gesto hosco, rezongó un saludo y se acercó al brasero, acomodando como pudo a la muchacha pálida que temblaba, a pesar del poncho que la cubría.
La rubia y el parroquiano no tuvieron tiempo de asombrarse, un llanto agudo, los hizo mirar la entrada, con la lluvia a la espalda, un zambo entró, tratando de calmar un gurí que tendría horas de nacido, estaba azul de frío.
El gaucho, rastreó la mirada, por el suelo de tierra apisonada. Giraba el sombrero entre las manos toscas, sin encontrar palabras.
“Vale más callar, que simplemente hablar”, dijo la pulpera y se hizo cargo.
El zambo, bajó unos bultos y llevó las mulas a resguardo de un viejo ombú.
En la noche, los cascos de un caballo golpeando los charcos, marcaron una despedida. En la mañana gris, unos milicos cansados, con costras de barro en las espuelas, hicieron preguntas. Buscaban a la hija de un terrateniente poderoso que se había escapado con un arriero y a un zambo que robó unas mulas.
“Casi seguro que pasaron por aquí.”
“De casi, nadie se muere”. Retrucó la pulpera. Se marcharon, como se marchó la tormenta. A las pocas semanas, el viejo y el zambo, que se habían aquerenciado en el lugar, plantaron una cruz, cerca del vado, debajo de un sauce llorón.
Cerca del rancho, se vio, blanquear ropa de gurí. La gente no hizo preguntas.
Del arriero, no se tuvieron noticias. Cuando el yuyal comenzó a florecer y los pájaros a alborotar, se armó una fiesta de bautismo. Día de cuadrera y taba. De carne asada, ginebra y guitarreada.
Una historia como tantas en el campo, perdida en los surcos abiertos, en los montes.

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Por Carmen Florentín

Doña Mariquita y Vicente

-¡Calienten todo el aceite que encuentren! - gritaba a los sirvientes que corrían a cerrar las puertas y ventanas. Cada olla contenía lo suficiente para dejar sino muerto al menos desfigurado. El enemigo entraba en abanico al poblado, bayoneta en mano. Traían escaleras para asaltar las casas. Eran más fuertes, pero el pueblo estaba preparado. Al subir sintieron el hirviente líquido quemándoles el pellejo... ¡cómo gritaban! El olor a carne chamuscada se sintió por lo menos durante seis días.
Yo que había sido invitado a las tertulias, no podía entender cómo tanto coraje era cubierto por unos rizos sedosos, un cuerpo diminuto, unos ojos claros como el cielo. Desde ese día no he dejado de pensar en ella y de cómo la delicadeza y finos modales dan paso a la fuerza y a la firmeza cuando el enemigo o el miedo acechan.
Hoy al estrenar el Himno Nacional en su casa he vuelto a verla y he vuelto a esconder mis sentimientos. Sólo Dios sabe si me atreveré a desnudar mi alma frente a ella.

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Por Ariadna G.

Ideales y sueños

Las doce han dado y serena. Hace rato ya la tertulia ha llegado a su fin. Un piano silenció sus acordes y la niña de la casa guardó su abanico, llevando sus sueños de amor a dormir. Despierto, su joven amado reunido en secreto mitín junto a otros caballeros ilusiona ideales y sueños de libertad. Descansan en la noche silenciosa, ella, mulata y él también. Abrazados sueñan con promesas de libertad. Esta noche todos están unidos sin saberlo por tenues hilos que a través de la penumbra enlazan sus corazones llenos de vida y esperanza.
A lo lejos…no tan lejos, en su piano un músico hilvana acordes a unas letras bordadas en tinta color. Sobre el pentagrama de los tiempos surgen las estrofas melodiosas.
¡Oíd Mortales el Grito sagrado! ¡Libertad! ¡Libertad!
La mañana despejó a la noche y los sueños. Las estrofas son realidad. Los tiempos a venir y la tierra toda, conocerán que hubo quienes vivieron este sueño, y fue historia en verdad.

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Por Sandra Laino

Epifanía

Pretendía concentrarme en las primeras líneas de mi próxima novela. Un momento, ¿a quién engaño?, tengo la mente en blanco y mi último, tal vez único intento de novela fue la que escribí cuando participé de un concurso en mis días de secundaria.
Como cada viernes temprano en la mañana, me acomodé en la mesa del rinconcito, la que Paco instituyó, "¿su mesa Dr.?". Le gustaba decirme doctor, aunque incontables veces le dije que me llamara por mi nombre de pila, no era necesario tanta solemnidad para alguien que se había equivocado. Sin embargo Paco insistía para darle algo de categoría a su sencillo bar de esquina quizá, o por algún otro extraño motivo que no viene al caso desenredar.
Por más que no quiera admitirlo hace años que vivo en blanco, las musas corrieron tras otro escritor que prometió hacerlas famosas.
Otro caramelo de anís consumido sin noción del tiempo, no me quedan más, son otra vez las diez. Como esperando que apoyara el papelito arrugado del último caramelo, la mano manchada de una mujer se lo ganó a la mesa.
Después de olerlo con melancolía dijo: "ummm, ¡los preferidos de tu abuela!
"¿Disculpe?", la miré sin entender, ¿nos conocemos?
"Nos acabamos de conocer muchacho"
"Soy José y usted es…", curioso me puse de pie y le extendí la mano.
"Mercedes"
"¡Cómo mi abuela, que coincidencia!"
"Ninguna, lleva tantos años en la familia, era el nombre de mi madre."
"¿Quién es usted?"
"Estoy segura que a esta altura de la página en blanco estés dispuesto a creerme" dijo mirándome directo a los ojos.
Tenía algo familiar, no era su rostro, ni su cabello, definitivamente no era su apariencia. Los gestos de su mirada, la forma en que me habló, el aliento de sus pausas, el escalofrío que me causó su voz.
"Soy tu tatarabuela, eres el primer varón después de tantas generaciones de mujeres, hace tiempo que te observo y quería conocerte.
Mi padre, un hombre noble y de principios me enseñó que no era de damas decorosas empuñar un sable, sin embargo existían otras posibilidades de plantar victorias. Veo que heredaste el poder de su sable. El tenía razón y eso me hace muy feliz."
"Mercedes, ¿se siente bien?"
"¿Cómo dice joven? Mi nombre es Epifanía y a usted no lo conozco."
Salió del local farfullando y se perdió entre la gente.
"¡Paco, la cuenta!"
"Son siete... bonita la señora, ¿su abuela Dr.?"
"No la había visto nunca, estaba confundida, buscaba a otro doctor."
Me apuré a salir, el entusiasmo me desbordaba, horas de trabajo en la computadora. Las musas se arrepintieron y yo tenía mi trama secreta.

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Por Miriam Claudia López

La sorprendente historia de Zulú

Hace doscientos años (aproximadamente) llegó al puerto de Buenos Aires, capital del Virreinato del Río de La Plata, un barco inglés procedente de África. Los vecinos más importantes de la ciudad esperaban ansiosos para comprar nuevos esclavos.
Así arribó a esta tierra la familia de Zulú, un pequeño de nueve años.
Entre los ciudadanos estaba don Nicolás Reyes, hacendado español. Buscaba mano de obra para su estancia, hombres jóvenes y fuertes. Decidió comprar al padre de Zulú y a sus hermanos mayores. Al ver que quedaban la mamá y el niño, también pagó por ellos. "La mujer será una buena criada; y el pequeño pronto crecerá y será otro peón", pensó don Nicolás. Así, la familia pudo mantenerse unida.
El tiempo pasaba y pudieron aprender rápidamente su trabajo. Zulú ayudaba a veces, pero no tenía aún responsabilidades; es por eso que pasaba horas enteras recordando su bella tierra. Aquí todo era muy distinto... Su imaginación lo llevaba a su selva. Allí podía correr libremente entre el follaje o agazaparse para no ser visto por algún peligroso animal. ¡Qué linda era esa vida! Pero su realidad era diferente… Junto con la selva y los animales salvajes, también había dejado su libertad.
A veces jugaba con José, el hijo del patrón, un chico de su edad. Pero Josecito tenía actividades de las cuales Zulú no podía participar. Una elegante señora iba para hacerlo estudiar; en el salón pasaban horas entre libros y cuadernos. Zulú espiaba por la ventana, tenía prohibido permanecer en el interior de la gran casona.
Pero… un desdichado día… su curiosidad pudo más que la prudencia. Cuando José salió, Zulú entró por la ventana y comenzó a mirar los útiles. Sus enormes ojos negro azabache miraban con asombro los libros, las ilustraciones, los dibujos. Aunque no entendía bien, estaba entusiasmado por aprender a leer y escribir. Imposible. Él no era más que un simple esclavo negro, no tenía esos derechos. Debía conformarse con el buen trato del patrón, la comida y lugar donde dormir. "Es injusto", pensó. Y sus ojitos se cubrieron de cristalinas lágrimas que rodaron por sus brillantes mejillas.
Tan absorto estaba en sus pensamientos que no advirtió que alguien abrió la puerta. "¡Zulú!", retumbó en la sala una voz fuerte y áspera.
Cuando el negrito levantó la vista, vio la silueta de Romualdo, el capataz, recortando el umbral, comenzó a temblar como una hoja, sabía que vendría un gran castigo.
El capataz era serio, rudo y malvado. Inútil sería que el pequeño le explicara. A empujones, Romualdo lo sacó de la sala para llevarlo ante don Nicolás.
"Ya verás, esclavo irrespetuoso. Nadie podrá salvarte del castigo",amenazó el capataz.
De un fuerte empujón, Zulú entró abruptamente al despacho de don Nicolás.
"¿Qué sucede?", preguntó el patrón asombrado.
"Aquí le traigo a éste, lo encontré husmeando entre las cosas del patroncito."
"Déjeme a solas con el niño y cierre la puerta al salir." Ordenó serio don Nicolás.
Romualdo obedeció la orden, al salir miró a Zulú con desprecio. Una irónica sonrisa se dibujó en su cara. Ese gesto atemorizó aún más al niño
"A ver jovencito", se escuchó la voz del patrón, "cuéntame lo que pasó."
La voz de don Nicolás era tranquila. Esto le dio confianza al pequeño para contarle, entre sollozos y tartamudeos, lo ocurrido. El señor lo escuchó con mucha atención. Supo así de las ilusiones del pequeño y entendió que sólo había sido una inocente travesura. Como era un buen hombre, le habló a Zulú con una enorme ternura.
"Yo sé, mi querido niño, que hay leyes injustas e incomprensibles. Pero también estoy convencido de que todas las personas tenemos los mismos derechos y debemos ser respetadas."
Los ojos de Zulú se abrieron como dos enormes esferas. No podía creer lo que estaba escuchando.
"No quiero verte triste", continuó diciendo el patrón, "voy a ayudarte en lo que pueda, eres un buen niño y, aunque no lo creas, las cosas van a comenzar a cambiar."
El corazón del pequeño, que hasta ese momento parecía una tropilla al galope, volvió poco a poco a sus latidos normales.
"Gracias señor", dijo Zulú tímidamente.
Se retiró del despacho con una paz que nunca había experimentado. "Qué bueno es mi patrón," pensó Zulú. "Ojalá todos los patrones pensaran como él."
Con el correr de los años, se abolió la esclavitud. La familia de Zulú siguió trabajando en la estancia de don Nicolás como empleados, libres y tranquilos. Zulú sigue recordando su tierra, pero logró encontrar también aquí la felicidad.

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Por María Leone

Anécdota Tucumana

De niña, cuando en la escuela nos hacían dibujar mapas o construcciones históricas, en la que más me esmeraba era en la Casa de Tucumán. Podría haber sido el Cabildo, la Pirámide de Plaza de Mayo, otra cosa, pero no, era esa casa la que llamaba mi atención y año tras año, iba perfeccionando el dibujo, destacando las formas de las ventanas, las columnas torzas a los costados de la puerta. Quizás ya pensaba en aquel momento que la gesta patria comenzó con la Revolución de Mayo de 1810, pero su coronación fue con la Declaración de la Independencia, allá por 1816, y ese lugar me resumía: todo grito de libertad, puede ser. Ya de grande, en un paseo para conocer el norte argentino, el primer punto que tocamos fue la ciudad de Tucumán, muchos turistas empezaron recorriendo las iglesias, algunos el Bingo, que parece ya formar parte de nuestra cultura, y yo fui derechito a averiguar cómo llegar a La Casa. Pocas cuadras de caminata y ahí estaba. Largo tiempo de mirarla desde la vereda de enfrente. Acariciar sus formas con los ojos. Descubrir que era tal como la había diseñado durante toda la escuela primaria. Y la alegría fue mayor, un cartel anunciaba que al atardecer se ofrecía un espectáculo de luz y sonido, recreando el momento de la Declaración. Obvio, primera en la fila para entrar. Busqué un sitio bajo un árbol, sabiendo que ya no podría moverme hasta finalizar la función y, el lugar comenzó a llenarse de voces, acompañadas con juegos lumínicos, hombres que discutían por nuestro porvenir, los asistentes mudos cual piedras, los actores gritaban, acallaban, volvían a enervarse. Hasta que declararon la Independencia y finalizaron con un ¡Viva la Patria!, que al fin logró liberarme de todo el llanto contenido. Y qué suerte, no era la única emocionada. Los que somos hijos de inmigrantes, vivimos a menudo ese "no soy de aquí ni soy de allá". Tuve que ir allá, muy lejos, para empezar a entender quién era y porqué lo era. Tuve que ir aquí, a San Miguel de Tucumán, para confirmar que la sangre será europea, como muchas de mis conductas, pero la máquina que la bombea, el corazón, ése, es bien argentino.

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Por Juana Rosa Schuster

Laberinto

La diligencia se retrasa. Castelli se pasea nervioso delante de la ventana con rejas que forman arabescos. Un vendedor de velas trata de entablar conversación, pero, Juan José, valiente defensor de los intereses de los nativos, no puede concentrarse en las palabras.
No se explica el retraso del correo. Repiquetean en su cabeza las palabras del Obispo Lué:
- Mientras haya un pedazo de tierra española libre, ese pedazo debe mandar a las Américas; y mientras exista un sólo español en ella, ese español debe gobernar a los criollos.
El hombre se retira con su canasto repleto. Ve una vendedora de pasteles que despiden un aroma delicioso a miel, canela y anís. Detiene su andar para conversar con ella.
Arriba por fin el carruaje. Un hombre joven, de rostro cetrino y nariz aguileña, baja para entregarle el sobre esperado, Castelli entra en su cuarto. Cierra la puerta delante de las narices de los sirvientes curiosos.
- Venga a la pulpería a las ocho en punto. Vístase de negro. Cambie su aspecto.
Castelli se dibuja bigotes con carbón, se aclara el pelo con manzanilla, usa un monóculo, no se olvida del traje negro. Camina hasta el lugar indicado. Penetra. Hay un fuerte olor a bebidas alcohólicas y tabaco. Mira a su alrededor. Los presentes juegan a los dados, beben, blasfeman. No notan su presencia. Un perro tirado debajo de una mesa, emite un débil ladrido.
Se sienta en un lugar solitario, junto a unos geranios. Pide un vaso de agua ardiente. Observa que un hombre disimula dormitar.
-Debe ser él- piensa. Éste se acerca y le pasa con disimulo una nota. Paga y se retira.
Castelli lo mira extrañado. ¿Y ahora qué?
-Vaya hasta la casa frente al orfanato. La de tejas rotas. Entre. Acá están las llaves. Espere allí hasta que llegue el enviado. No hable con nadie por el camino.
Castelli se levanta. Paga a la rubia muchacha, detrás del mostrador, que le sonríe con dulzura y se retira. Camina hasta el orfanato. Está oscuro. Reconoce el sitio. Sube un par de escalones gastados. Mira hacia atrás para cerciorarse. Abre con la llave.
Una muchacha negra de gruesos labios y grandes ojos se seca las manos en el delantal floreado.
-¡Amo Lisandro, el locro está listo!.
Se mira en el espejo de la habitación, azorado. El saco negro le sienta bien.

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Por Alicia Mato

La figurita del Billiken

Abuelo, ¿éste quién es? - El abuelo, se colocó sus anteojos, observó atentamente la figurita que le señalaba Matías con sus dedos regordetes y con lentitud le dijo:
Es Mariano Moreno.
- ¿Éste también era?
- Sí, también, pegala y poné abajo que era Secretario de la Primera Junta.-Mientras ayudaba a Matías a pegar el stiker, pensó que desde el Sesquicentenario, cuando lo vio por primera vez en el Billiken, Mariano Moreno seguía escribiendo su interminable "Decreto de Honores" Ese mismo escrito que lo enfrentó definitivamente con Saavedra.
Dudó en contarle a Matías todo lo que sabía, ya que los deberes eran más importantes y su nieto estaba aparentemente muy apurado por terminarlos.
Volvió su vista a la figurita, allí estaban el candelabro, el escritorio, la pluma y Moreno.
- ¿Y éste?
- Sí, este era Castelli.
-¿Lo pego?
-Sí, pegalo. (...Juan José Castelli, había sido el ejecutor de CLAMOR, la sentencia que le ordenó Moreno, y que le costó la vida a Liniers y después... ¿a Moreno?)
Mientras seguía ayudando a Matías, el abuelo recordaba que cuando criaba a sus hijos, la corriente sicoanalítica le decía hasta el hartazgo, que no se debía contar a los niños, lo que ellos no preguntaran. Por ello decidió, no explicarle nada de la historia de Moreno.
-Abuelo, acá tengo que poner la fecha de nacimiento y cuando murieron...
-(Zaz. Sonamos)
-Abuelo, esto está mal, acá dice que Moreno murió en 1811.
-Y sí...
-¿Era muy viejo?
-No, era el más joven, creo que murió a los 31 años.
- ¿Y por qué?
- Murió en alta mar, cuando iba a Inglaterra, a gestionar un préstamo para el gobierno.
(Hasta ahí. No quiero contarle más, lo voy a confundir, y si la maestra, en clase, no lo contó, le voy a hacer un lío en la cabeza. No, no mejor no le cuento más)
UD. ABUELO, puede hacer lo que quiera.

LO QUE EL ABUELO NO CONTÓ:
La muerte de Moreno marcó con el sello de la injusticia los siguientes años de los gobiernos argentinos independientes de España.
Mariano Moreno, tal vez el más revolucionario de todos los integrantes de aquella Primera Junta, el más joven e impetuoso, era un hombre educado en el Real Colegio de San Carlos, como oyente. No pudo continuar sus estudios en España, por lo que sus padres, solo pudieron pagarle los estudios de Leyes en Chuquisaca, la universidad americana, más cercana.
Allí, pudo acceder al título de abogado, no sin antes casarse con María Guadalupe y tener un hijo, Marianito.
Participó en los movimientos liberadores de la Revolución de los Hacendados, por lo que tuvo que retirarse a Charcas y luego retornar a Buenos Aires.
La Revolución de Mayo lo encontró, como a casi todos los jóvenes de la época, entre la caída del viejo régimen colonialista y las nuevas ideas liberadoras francesas. El movimiento liberador al que adhería tenía una marcada orientación antigoda y la exhortación al libre comercio, postura que apoyaban todos los burgueses de Buenos Aires.
Moreno quería más, repudiaba la mita y el yanaconazgo tanto como el colonialismo, abogaba contra la esclavitud y defendía al natural, al indígena.
Renunció a la Secretaría de la Primera Junta, en diciembre de 1810, cuando advirtió que no todos pensaban como él, y muchos ya no suscribían sus principios. Su renuncia fue indeclinable, como debe ser la de los hombres de bien.
Se ofreció a gestionar un préstamo en Inglaterra, pero cuando el barco abandonaba el puerto de Buenos Aires, llevándolo para cumplir con su misión, el Presidente de la Junta ya había nombrado a su sucesor, Mr. Curtis.
Dicen que una comida en mal estado lo intoxicó y murió a poco de promediar el viaje. Su viuda siempre clamó justicia. Las famosas palabras de Saavedra, su potencial enemigo, siempre nos dejaron como una descripción el carácter indoblegable de Moreno y una sospecha sobre la actuación de quien las pronunció: "Se necesitaba tanta agua, para calmar tanto fuego".

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Por Norma Vinciguerra

El disfraz de las lágrimas

Era ya oscuro cuando llegamos al velorio, aunque salimos apenas después del almuerzo. Mi madre llevaba empanadas. - La noche es larga - decía - y en estas ocasiones hay que colaborar, la pobre viuda no puede con todo. Se trataba, en este caso de la comadrona, la única en varias leguas a la redonda. Vivía con sus siete hijos varones en un rancho, que apenas tenía una cocina y una pieza grande, donde cabía la cama matrimonial y un colchón de dos plazas que apoyaba sobre una plataforma de ladrillos superpuestos.
Llegamos al lugar y mi madre se sentó al lado de las otras, que rezaban con el rosario entre las manos. Y como un coro de ángeles negros comenzaron a llorar. Por ese entonces era un trabajo digno y uno de los pocos para una mujer sola con tres críos. - Mejor llorar a los muertos que robar. -Nos decía.- Es una forma de ahorrarle lágrimas a los deudos. - Agregaba -. Para mí y mis hermanos no significaba tristeza. Comíamos y jugábamos con otros niños. Por ser la mayor me tocaba acompañarlos al baño. Esa noche en especial el cielo carecía de estrellas, el viento traía tormenta, la temperatura había bajado, el otoño se acercaba y se sentía. Yo me quedé en la puerta. Vigilante a cualquier espectro posible. Corrimos. Pero la llovizna silbaba como un alma en pena. En el apuro el más chico cae golpeándose las rodillas. Lo levanté de un tirón. No quería quedarme ni un minuto más allí afuera. Adentro las lloronas seguían inconsolables. Tiritábamos. La viuda (que ni una lágrima derramó), nos secó y nos envolvió con unas frazadas, después de una sopa suculenta y mazamorra de postre, dejó que nos acostáramos en la cama grande junto al cajón del difunto. Se nos unieron los siete niños. Apretujados. Entré en calor y me dormí.
- Desvergonzada, como te atreviste a venir.
- Insensible, no lo merecías.
- No... no... sepárenlas, se van a matar.
Abrí los ojos y la viuda zamarreaba a mi madre golpeándola sobre el muerto. Los llantos se transformaron en alaridos.
- No es culpa mía si no lo supiste cuidar.
- Qué sabrás de cuidados a un hombre, si el único que tuviste era ajeno.
- A mí me quería y a sus hijos.
Esa frase despertó la ira y mi desconcierto. El féretro empezó a tambalear hasta desarmarse. En segundos el cuerpo amortajado en un traje negro cayó a mi lado, como si quisiera evitar que escuchara esa discusión. Salté de la cama. - Mamá, mamá. - Grité. - Me quiere llevar, me quiere llevar. Corrió hacia mí y con un abrazo me oprimió la cara sobre su pecho. Por primera vez la vi llorar de verdad.

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Por Edith Migliaro

El amor de Mariano

La niña se prepara cuidadosamente para su primer baile, la nana negra la ayuda a vestirse, el miriñaque, el corsé, los bucles, las pequeñas flores de su tocado, y por último el resplandeciente vestido de raso, se perfumó con agua de violetas. ¡Está lista!
En el carruaje sus hermanas mayores le entregan la Libreta de baile, ya le reservaron algunos.
Llegan al gran salón iluminado por una enorme araña de cristales y muchísimos candelabros de plata, algunas de los ventanales están cubiertos por cortinados de terciopelo rojo; sus ojitos inocentes buscan ansiosos hasta que lo descubre junto al hogar conversando con otros caballeros.
- Si llegamos exitosamente hasta aquí debemos seguir hasta las últimas consecuencias, es el gran sueño de libe…
- Caballeros, por favor, hoy es una noche para disfrutar- interrumpe
- Por supuesto, dejemos estos temas para otro lugar…- interviene otro, dirigiendo su mirada al dueño de la jabonería.
- Es usted muy apasionado, Don Mariano.
- Es mi temperamento y mi profesión que me pierde- sonríe Mariano
- Eso es muy peligroso, debería aprender a callar.
- Jamás, prefiero morir a callar una verdad- agregó temperamental. Al escuchar los primeros compases del vals, se disculpa
- Con su permiso señores.
Y dicho esto camina a paso firma en dirección al grupo de señoritas que cuchicheaban
- Señorita, creo que esta pieza me ha sido prometida...
- Sí- responde la niña temblando.
Al finalizar la música él le dice:
- Al volver de mi viaje a España, me agradaría pedirle autorización a su padre para visitarla.
Un rojo carmín tiñe sus mejillas, y una ola de frío cubre su cuerpo haciéndola estremecer.
- Si usted está de acuerdo, por supuesto.
- Sí- responde ella y con un hilo de voz agrega- A mí también me agradaría.

Una mañana de 1811 llega a Buenos Aires la trágica noticia de la muerte en alta mar.
La tristeza más absoluta invade a la niña, que sólo comparte su dolor con la nana negra, que trata inútilmente de consolarla.
- Bueno mi niña, ya no llore más.

Su padre ajeno a todo este dolor la promete en matrimonio con un respetable caballero bastante mayor que ella. Es un buen hombre, y se casan.
A los ojos resignados de ella tiene una gran virtud, tener por nombre ¡Mariano!, por lo que a nadie sorprende que la niña insista en llamar a su primer hijo con ese nombre.
Tampoco llama la atención de nadie, que ya hombre se haya convertido en un estupendo periodista.

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Por Patricia Moltedo

El vendedor

La negra piensa en el Sebastiano y mira de reojo, como si ella no estuviera en esa dimensión y no se enterara, le pega a la ropa, la sacude para que quede inmaculada. La voz la atraviesa como a los muros y artesonados:
-¡Naranjas, Naranjas! Jugosas, frescas. Aproveche señora.
La negra quiere acercarse, hace mucho que no sabe nada del Sebastiano. Celestina le decía que no pensara más en él. Pero ella no puede. El agua chorrea y corre, se desliza oscura, salpicándole los descalzos pies, con barro. Marrón y marrón, el corazón se le encoge.
Corre el agua en la mejilla marrón, y entre grilletes el hombre trata de caminar no sabe dónde.

-¡Naranjas! ¡Naranjas!- La voz cae sobre él y lo derrumba.

La negra no resiste y corre. La lona del carro, cae, descubriendo, allí están, aquellos ojos sin mirada, del Sebastiano.

Despierta el moreno, entre ruidos lejanos, de coches que van y que vienen como infinitas hormigas. Gente del otro lado del muro, nadie sabe quiénes son, ni de dónde vienen. La voz del policía lo ha dejado tranquilo. Pero, él por momentos se siente disperso, como en un deja-vu, como que esto ya lo ha vivido, como que a ésta película ya la vio. La misma tortura, la misma sangre, los mismos gemidos. Abre la canilla y el agua cae directo al piso, salpica y corre. Corre, corre y se desliza. Afuera a viva voz un vendedor ofrece naranjas.

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Por Rodrigo Moral

Pacto en El Pino

El aire es diáfano en la estancia, pero el rancio olor a pólvora, aliado de los vientos beligerantes, lo provoca. La guerra está presente en cada rincón y una tensión simplificada bajo el rótulo "unitarios y federales" causa carnicerías patrióticas.
Pero de Los Tapiales está llegando la posibilidad de la pacificación. Amanece y el general Lavalle cabalga en soledad. Mientras su moral deambula afiebrada entre las ideas de traición y conciliación, sus pensamientos se arremolinan como el polvo que deja atrás el galope del potrillo.
Los mismos dibujos en espiral puede ver la mulata mientras revuelve la leche. Su hijo añade azúcar. Al patrón de los cerrillos le gusta el mate bien dulce.
-¡Más! -le pide con labios de carne y castañas.
Las brasas que hacen de colchón a la cacerola entibian la fría mañana. Es 24 de junio y los soldados de guardia ensayan un enésimo partido de truco. La fogata muere crujiendo como una cucaracha. Las cartas caen ligeras sobre manteles improvisados, papeles sucios de carne asada y morcilla.
El primer rayo que atraviesa la habitación está estudiado para cortar los párpados del Restaurador. No hay detalles fuera de su control. Sus ojos se encienden y con ellos vuelven todos los sentidos. La leche está a punto de hervir. Las gallinas cluecas que revolotean. Un rey cae girando sobre un caballo e inclina la partida a su favor. Un camino se estremece. Cañuelas está por parir.
Don Juan Manuel de Rosas aparece con el alba. Su mirada aguda ensarta las últimas sombras de la noche y pone a todos en alerta. Necesita comenzar la jornada con serenidad y decide consagrársela a la virgen de las Mercedes. Marcha hacia la capilla, pero se detiene abruptamente. A lo lejos el arroyo Cementerio trae novedades. Su murmullo contagia al aljibe y a las aguadas. Hablan entre ellos. Algo está en camino.
Escoltado por robustos talas, Lavalle alcanza la tranquera de la chacra El Pino. Por delante lo esperan los centinelas de su primo hermano devenido en rival: los ombúes que lo llevarán al final de la partida. La historia argentina vibra, lo mismo que el campamento.
La zozobra es mayúscula. Nadie puede dar crédito a sus ojos. Lavalle anda entre ellos. El estupor les traga las voces y les descuelga las mandíbulas. El ejecutor de Dorrego se presenta sin más. Damiana suda ante cada paso del unitario hacia ella. El niño deja correr el azúcar todo y luego echa a correr él. Sólo la olla es testigo del diálogo.
-Dígale usted al coronel Rosas que el general Lavalle desea verlo.
-No podemos molestarlo. Está orando.
-Entonces lo esperaré. Indíqueme el alojamiento del coronel.
La mulata lo lleva a su habitación.
-Puede usted retirarse, estoy bastante fatigado.
El lecho lo recibe con las sábanas aún tibias. Nada los había abrazado tanto desde que la nodriza los hiciera hermanos de leche. Lavalle se duerme.
No es fácil huir de las elucubraciones cuando uno tiene en sus manos el destino de un país. Al salir de la capilla, la mulata espera a Rosas estrangulando un pañuelo. Dueño de sus actos, sujetando las riendas de la asombro, manda a guardar silencio para el general Lavalle.
-Cuando se levante, sírvale un mate y avíseme sin demora.
Rosas le da nuevas indicaciones y se marcha hacia su despacho. La mulata corre de vuelta pero los rumores la entretienen a cada esquina.
Lavalle duerme sin sobresaltos hasta que la voz lejana de Agüero hostiga sus sueños: "Yo no dudo que usted ha de concluir con estos salvajes". Se remueve inquieto y se despierta. El catre rechina. La vigilia lo reclama. Damiana siente los movimientos del unitario preparándose para salir. Un oficial sale en busca de Rosas.
El choque entre los jefes militares se produce con un abrazo. La paz se firmará en breve, allí donde Tarquino es la estrella, pero la sangre no dejará de correr. Sólo un recuerdo dulce quedará de aquel encuentro, el fruto de la matriz de cobre, nacido de azar y el olvido, el manjar rioplatense.

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Por Marta Rosa Mutti

Las Campanas del Camino Real

Cuando Dios me pida cuentas le preguntaré por qué los amos son libres si ellos sólo escuchan al diablo. Trajeron al médico y le han conseguido la medicina. Candelaria ha despertado con luz en los ojos y esa pasión que le sube desde la puntita de los pies, entre los dedos desnudos sobre la tierra negra desnuda como ella, las dos una, buscando florecer.
"Las medicinas hacen milagros." "Ves como bien pagamos tus recados", dijeron los amos, como si con eso pudieran callar las campanas, al menos en esta vida. ¿Qué me pasa?, sólo llevé los recados que me ordenaron. En cuanto llegó el ama Felicia le dije que en una hora Cristian Marías pasaría a saludarla y pidió que lo aguardara en el salón de las rosas.
A Don Enrique: "A las seis, dijo el ama, en el salón de las rosas" Al joven Cristian lo mismo. El Señor Enrique se presentó temprano, aguardaría la llegada del ama. "Sólo ver el carruaje aparecer desde el fondo del Camino Real, me pone loco el corazón ¿sabes?, negro", me dijo.

Candelaria le había preparado los vestidos, el ama tenía que pensar. "Tiene que elegir Señora", sermoneaba, mientras repartía en los baúles encajes, tafetas y perlas en medio de los suspiros de Felicia: "Ay Candela, qué hago", "No es sencillo mi querida Candela", "Pasión y amor no van juntos, ¿será esto el pecado?", tú ¿qué dices?
"Bien sé que no se puede gobernar la pasión, niña", "Quien me pretende tiene casa y hacienda. Un hombre sencillo y trabajador, es viudo y le agrada usar sombrero blanco, pero mis pies vuelan atrás de un negro que sólo hace recados y todavía no sé si bien llevados." El ama Felicia pasó un tiempo en la casa de los campos del sur. He escuchado a las comadres murmurar. Antonio es el hombre, parece, me dijo Candelaria la última noche que nos abrazamos.
Las seis dan en el salón y en las campanas de la Iglesia de la plaza. Felicia acaba de llegar. Se quita los guantes y desanuda el lazo que sujeta el sombrero por debajo del mentón. El viaje la ha sorprendido, ahora sabe qué debe dejar atrás, lo ha descubierto en los campos del sur. Hablará con sus hermanos, y luego lo contará a todo el mundo. Habrá campanas de boda. Esta vez los ángeles cantarán para ella.
Los brazos jóvenes y fuertes la enlazan por detrás, el beso no llega a la nuca, un giro violento y brusco entre los pliegues rojos de las cortinas abre camino a la mano con el arma. Caen los dos enredados, Felicia balbucea…Cristian… gime... La mano y el arma desandan el camino, retornan y braman en otro estallido, ellas también obedecen recados. Don Enrique se quiebra despacio entre dobleces que instalan surcos rojos sobre el mosaico negro. La última mirada es para ella que aún respira. El Señorito Cristian inmóvil, de pronto se endereza. Mudo se pierde en el espanto de la noche profunda que camina hacia el río. Los amos irrumpen en la casa, se ahogan en gritos y lamentos. Miran hacia los cielos y piden ayuda a Dios. El caserío se asombra y acompaña el dolor, yo miro el agujero negro donde la calle muere y dejo ir a mi alma.

Le dieron a Candelaria el equipaje sin abrir con los vestidos de la niña. Ella los lavó, y planchó como siempre. Cuando acabó con el último, enfermó. Si no hubiera sido por las medicinas, ahora no estaría aquí tras el árbol esperando para verla.
En su puerta espera un hombre, lleva un ramo de flores, Candelaria le abre, él se quita el sombrero blanco que tan bien luce. Lo hace pasar. Ella se ha puesto uno de los vestidos, las campanas tocan sones de boda, si pudiera callarlas, son la seis, yo sólo llevé los recados.

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Por Reneé Rodríguez

Las bicentenarias

Yo soy Marcela, hija de Guillermo, el rico. Vivía en Sevilla por el 1605, abandoné bienes y afectos decidida a vagar por la campiña de mi hermosa provincia. Así fue que estando una tarde descansando al borde de una gruta, me descubrió Grisóstomo, alma buena y generosa, quien al verme quedó sepultado en el más profundo de los enamoramientos. Sentimiento que nunca alenté. Lo mío era la libertad, la despreocupación y la vida pastoril. Él no pudo resolver tan profundo sentimiento y optó por la muerte. Pidió a sus amigos ser sepultado en el lugar donde nos conocimos. Vivaldo, su hermano del alma, leyó el último poema que Grisóstomo escribiera para mí: "Canción desesperada". Sus amigos quisieron, injustamente atacarme, pero entre los presentes estaba don Quijote de la Mancha, que supo defenderme de tal injusticia. Nadie entendía mi posición de mujer libre. Yo no tenía obligación de amar a quién no amaba.
Fue así que pegué un brinco hacia atrás, en la línea del tiempo y caí en Tenochtitán, Méjico, año 1520, convertida en una india mejicana, pero esta vez, sí, enamorada de un español conquistador de hermosos ojos azules. Se burlaba de mi amor, era la hembra, el día que le insinué la posibilidad de un hijo que tuviera sus bellos y transparentes ojos azules, me echó a patadas. No lo volví a ver hasta una espantosa noche, conocida en la historia como "La noche triste", cuando los españoles huían con el oro robado, los mejicanos trataban de darles caza para llevarlos al altar de los dioses, donde se les arrancaría su maldito corazón.
Muerta de espanto, tomé fuerza y mi brinco en la línea del tiempo me arrojó al año 1835, época colonial, en una aldea del Río de la Plata.
Y fui miembro de una rica familia que se esmeró en el cuidado de sus hijos. Me pusieron de nombre Camila O Gorman…Y otra vez, el amor que no podía ser. En esa sociedad tan religiosa no me perdonaron el amor con un sacerdote. Y me fusilaron, lo pidió un famoso general y mi padre también…
Mi alma errabunda vaga hace ya 200 años por esta comarca, encarnada en mil y una mujer, sin quedarme en ninguna, tan pronto soy la Sra. Alicia Moreau de Justo o Juana Manuela Gorritti o Paula Albarracín o Lola Mora o una maestra rural enclavada en la soledad del Delta del Paraná o la amada y también odiada Eva Perón o la Sra. que a las 2 de la madrugada hace cola con un chico en brazos, en la puerta de un hospital , esperando un número, para que su hijo sea atendido.

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Por Silvia Santilli

Asesinato en el Senado

Corría el mes de julio del Año 1935., el senado estaba reunido cuando se produjo un episodio dramático que conmocionó la historia de la política argentina.
Este suceso por su característica representó un símbolo de la intolerancia y del precio que pueden pagar quiénes se oponen a determinados intereses.
El atentado se produce después del mediodía en momentos que el Ministro de Agricultura exponía su discurso, si bien sus palabras eran muy vehementes y con un tono agitado y apasionado nada hacía suponer este dramático hecho.
El atacante y el atacado pertenecían a la misma ideología política, admiraban a su representante el Legislador don Alfredo Palacios un hombre romántico y solterón a quien sólo le faltaba un hijo para ampliar su vida, el que vivió a contrapelo de su época, el que fue fiel a sus ideas y capaz de desafiar cualquier tormenta, el que siempre tuvo sus toques de humor, el que consiguió leyes que mejoraron las condiciones sociales de los trabajadores y que fue su más preciado deseo.
Los dos formaban parte de su vida, eran en su tiempo el uniforme del hombre público.
El alemán como lo llamaban en aquella época, cansado de las demostraciones de poder de su compañero, de las ostentaciones por ocupar una posición más alta que él y por sus gestos desafiante alzó desde su inferior lugar sus empinadas guías y las clavó en el ala derecha de quien se consideraba un gran seductor.
Los trasladaron al Hospital Ramos Mejía, los médicos que lo acompañaron manifestaron que su estado ofrecía escasas esperanzas de salvación, pese a ello alcanzó a expresar:" Siempre estaré con usted admirado y querido Senador Alfredo Palacios."
De la Torre manifestaba: "se conoce el nombre del matador, falta conocer el nombre del asesino": Frente al Congreso una vez conocido el hecho, un público numeroso comentó el suceso, la policía debió adoptar disposiciones para evitar incidentes ante un público que gritaba: el asesino es el alemán "bei Gott".
El senador Alfredo Palacios despidió los restos de su fiel compañero, su sombrero de paño y ala ancha asesinado por su bigote.

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Por Analía Spataro

Carta para Camila

Querida amiga:

Lamento mucho lo sucedido... siento mucho dolor, rabia e impotencia, por no estar ahí cuando más me necesitabas.
Ya sabrás que me encerraron y hasta con guardias en la puerta.
Admiro tu valía, igual que tu abuela la Perichona.
¡Hay que tener más que coraje y valor para enfrentar al sistema!
En nombre del amor que se tienen, tu lucha y sacrificio, no permitiré que gocen con tus lágrimas. ¡No dejaré que nadie suelte una sola palabra si no es en defensa del amor que se tuvieron!
Camila, sabes que no soy como tú, no tengo tu arrojo, le temo a la muerte, creo que sólo soy un objeto de adorno del salón de mi familia, y entonces es como si no existiera.
Alcanzaste tu objetivo, y a pesar de que fue breve tu felicidad, valió la pena, porque son felices en la eternidad y contra ese sentimiento divino no hay ser humano que pueda destruirlo.
Mis días sin motivo ni un ideal propio, no suceden, sólo transcurren; por eso pienso que nos veremos pronto amiga. Espero que estés allí para recibirme junto a Ladislao, para tomar mate con tortas fritas, charlar y reírnos hasta el amanecer, ¿recuerdas?
Ya ves aquí quedo sola en medio de una muchedumbre y mis oídos están vacíos a pesar del griterío, bien sabes cómo pienso. No los entiendo, ni me entienden Te quiero mucho Camila.

Manuela, tu amiga.

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Por Julia Mansi

Las manos de Tomasa

Cuando en las pesadas noches el sueño no llega, piensa en sus manos morenas y ellas cierran sus ojos. Lo empujan hacia la libertad y al final del camino, su hogar.
A horas muy tempranas se reúnen todos y juntos toman el desayuno. Luego se esparcen por la hacienda y son absorbidos por los distintos trabajos.
Él no aguanta tantas horas sin verla y desafía los mandatos sólo para contemplar su silueta a través del cortinado de la ventana del salón. La ve bamboleando su cuerpo de aquí para allá, con la artillería del desayuno que los señores dejan.
Su responsabilidad es tener limpias las galerías, los patios, regar los malvones y cuando se lo piden toma el carruaje, lleva a la señora y a la señorita a la iglesia o simplemente dan un paseo. De las rejas él ve como Tomasa apoya sus manos en la ventana y lo saluda arrojándole besos, con una angelical sonrisa. La sangre del negro hierve y no ve la hora de estar en algunas de las tertulias. De vez en cuando le dan permiso, no siempre a ella. Es todo una fiesta cuando están juntos y bailan entre tambores el candombe.
La sorprende en la cocina mientras Tomasa lava las vajillas.
-Sabes que pueden verte y esto va a llegar a su fin -dice Tomasa.
-Por favor no me retes ya bastante tengo con el patrón - le responde.
-Cuando seamos libres mi negro, todo va a ser distinto, tengamos paciencia - gime Tomasa.
-No te pongas así, no puedo verte llorar mi negrita, mi mujer, madre de mis negritos.
-Todo a su tiempo llega, ya lo vas a ver, ten fe en el Señor -lo acaricia.
Se derrite como barra de chocolate en leche hirviendo. Esas manos le dan lo que nunca tuvieron, caricias en el alma, amor, abrigo, paciencia, respeto, pasión.
-¿Y si les pedimos a los patrones permiso para casarnos y con el tiempo les compramos nuestra libertad?
-¡Qué cosas tan lindas dices mi negro, sólo en sueños, sólo en sueños…!
-No Tomasa te lo estoy diciendo en serio, tan en serio como negra es mi piel.
Están tan embelesados que ni siquiera escuchan la voz del tercer llamado.
A partir de aquel momento, a él lo venden a otra familia, que vive no muy lejos de Tomasa.
En las tardecitas, ella va a lavar la ropa al río y él se la come con la mirada. Otras, cuando puede, se le acerca y le besa las manos, esas manos hacendosas y ahora comprometedoras.
-¿Qué pasa hace un tiempo que no te veo bien? ¿Ya no crees que vamos a ir a tomar mate, juntos por el campo y la brisa, esa misma que toca también a los señores, nos va a refrescar la cara? La libertad y la belleza son muy buenas para perderlas, por eso estás en mis sueños, representan lo más bonito que hay sobre la tierra.
Tomasa desconsoladamente llora, sus manos se posan en el corazón y le dice:
-No ves que me rompes el corazón y yo no puedo ya darte nada. Me robaron lo bello que tenía.
-Basta, ya lo hemos hablado, vamos a comprar nuestra libertad, tengo algunas referencias.
-Nada va a ser igual.
-Igual no, mucho mejor, más…
Ella le apoya sus dedos en la boca, sin consuelo. Él la abraza y le susurra.
-Déjame hablar. Sólo debes pensar que vas a ser la mejor madre, y yo seré el padre para todos por igual, pero Tomasa sólo mira y escucha a sus manos vacías…

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Por Silvia Mabel Vázquez

Guadalupe

La última noticia que tuve de Mariano fue en enero. Me parece que este otoño, va a ser complicado. No recibo cartas, ninguna novedad, desde que la Goleta Fama partió hacia Europa.
¡Qué viaje tan extraño! Mariano no quería ir, y la verdad si me hubiera puesto firme, a lo mejor se quedaba. Estos hombres…siempre con la última palabra…
La semana pasada, esperaba novedades, y en lugar de una misiva, me entregaron una caja con un abanico y un velo negro. Me sentí tan mal que Milagros tuvo que darme aire, para no desplomarme en el sillón.
No quiero pensar en nada malo, pero tal vez Mariano corre peligro, ¿o habrá conocido a alguna mujer y ya me olvidó? Voy a volver a escribirle a ver si tengo respuesta.
Paso las horas sentada mirando por el ventanal, pero cae la tarde y nada. Los paseos por el parque ya no son tan usuales, está empezando a hacer frío y no me siento con ganas de caminar. Milagros me insiste que vaya a su casa, pero cada día que pasa me siento con menos fuerzas y mi cabeza está pendiente todo momento en que Marianito no extrañe tanto a su papá. Dos meses sin noticias es demasiado.
Esa tarde de agosto, cuando las primeras gotas de lluvia aparecieron sobre los rosales de la entrada, un mensajero se acercó con un sobre en la mano. Me temblaban las piernas cuando lo abrí. La carta decía: "Señora María Guadalupe Cuenca, le informamos que el doctor Mariano Moreno ha dejado de existir en el mes de marzo, cerca de las costas de Brasil, debido a una enfermedad, contra la que no tuvimos posibilidad de luchar. Lamentamos su deceso, y le hacemos llegar nuestras condolencias". Se me arrugó el corazón. Sentí que el mundo caía sobre mi cabeza. El dolor era inexplicable. No recuerdo bien de qué manera se lo dije a Marianito, pero creo que lo entendió, a pesar de su interminable llanto, y la tristeza que le duró meses.
Ahora estamos intentando recomponernos, de a poco. Pensamos volver a Chuquisaca por un tiempo, pero no sé si me otorgarán la pensión que solicité. Por ahora esperaré.
Mientras tanto me siento a releer las cartas que escribí, que me fueron devueltas junto con sus cosas…

"…Mi amado Moreno de mi corazón: me alegraré que lo pases bien en compañía de Manuel, nosotras quedamos buenas y nuestro Marianito un poco mejorado, gracias a Dios. Te escribí con fecha de 10 o 11 de éste, pero con todo vuelvo a escribirte porque no tengo día más bien empleado que el día que paso escribiéndote y quisiera tener talento y expresiones para poderte decir cuánto siente mi corazón, ay, Moreno de mi vida, qué trabajo me cuesta el vivir sin vos, todo lo que hago me parece mal hecho, hasta ahora mis pocas salidas se reducen a lo de tu madre; no he pagado visita ninguna, las gentes, la casa, todo me parece triste, no tango gusto para nada, van a hacer tres meses que te fuiste pero ya me parecen tres años; estas cosas que acaban de suceder con los vocales, me es un puñal en el corazón, porque veo que cada día se asegura más Saavedra en el mando, y tu partido se tira a cortar de raíz, pero te queda el de Dios, pues obrando por la razón y con virtud no puede desampararnos Dios…"

María Guadalupe

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Por Claudia Guala

Somos ellas….

Somos aquellas anónimas, un tanto diferentes a otras. En los genes nos habitan.
Tan fuertes, incondicionales, las que parecían callar, actuaban, con el alma, con el cuerpo.
Somos ellas en el aquí y ahora, creemos en nosotras mismas y en el único poder.
La Libertad.
Y volvemos a ser ellas cada día. Danzamos con la vida.
Somos la Juanas, las Manuelas, las Mariquitas, las Remedios…Codo a codo con el Amor.
Somos Ellas.
Somos Revolución.

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Por Olga Tasca

Anhelos

¡Huy! ¡Huy!, cuántos truenos, relámpagos y lluvia fuerte en estos días. Mayo se anuncia inquieto. Los leños se han mojado y me da mucho trabajo encender las brasas para el brasero. Quiero tener agua bien calentita para ofrecer mates con trocitos de cáscara de naranjas bien azucaradas. Los patriotas reparten cintas celestes y blancas a todos los vecinos. No les importa el viento, el aguacero ni el frío, luchan por un amanecer glorioso en esta tierra que quiere ser libre. Con mis mates quiero darles calor y compañía. ¡Bueno…bueno!, parece que se acercan. Escucho voces y ruidos de carruajes y cascos.
A empezar la ronda del mate, fiel amigo, llegan vecinos y patriotas. Entre mates y pastelitos bien criollos, cada uno irá sumando sueños y anhelos de libertad.

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Por Ana Zamulko

Hace doscientos, cien años u hoy…
Simplemente una mujer argentina de pronto se sienta en su jardín.. Lleva en sus días el hogar, el trabajo, la pertenencia, el compromiso. Detiene su mirada en una flor, por un momento sólo va y viene, entre la marea de formar parte de, o ser y nos cuenta lo que percibe…

Inutilidad de la rosa

Hay días en los que uno se interroga sobre la rosa. La rosa impávida en su belleza mientras todo se desmorona. Uno se desmorona como esas montañitas que generan las hormigas y se destruyen con un palito, juego de niño.
Hay tardes oscuras en las que uno no entiende la rosa. Calladamente se expone a nosotros como un dios, sin que nuestra alma se albricie ante su vista. Es cuando el agobio crece cenagoso desgano
y nos sentimos resbalar, y resbalamos, resbalamos…
Sin intuición de brotes, enajenados a la luz.

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