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Del conventillo...

María Leone

El conventillo

 

Dice el tango escrito y cantado por Edmundo Rivero

Yo nací en un conventillo
de la calle Olavarría
y me acunó la armonía
de un concierto de cuchillos.
Viejos patios de ladrillos
donde quedaron grabadas
sensacionales payadas
y al final del contrapunto
amasijaban un punto
pa’ amenizar la velada…

 

Definiciones de diccionario: “casa que contiene muchas viviendas reducidas, generalmente con patios y corredores en común”, tan esterilizada resulta, que omitieron decir que también se compartía el único baño existente, que respetando normas de higiene, dictadas por vaya a saber quién, era un hueco en el piso, rodeado por una placa de granito, y en compartimiento separado, una ducha. Otra publicación dice: “expresión irónica española, que se utilizó para definir a casas que alquilaban cuartos para inmigrantes en Buenos Aires. Su período de mayor importancia fue entre 1880 y 1920, cuando era el albergue habitual de las miles de familias extranjeras que llegaban al país, en ese período solían ser habitados por inmigrantes de un mismo país de procedencia y por lo general las condiciones de vida eran de hacinamiento y falta de servicios”. J.L.Borges dice en La Intrusa: “...En las pobres fiestas de conventillo, donde la quebrada y el corte estaban prohibidos y en donde se bailaba, todavía con mucha luz...” Ahora, dejemos un poco lo académico y permítanme contarles de mi conventillo, mío no por posesión de propiedad, sino por haber nacido en uno, ubicado en la Isla Maciel (nunca lo oculto, a pesar de las caras que veo cuando nombro el lugar) y digo nacida con absoluta precisión, pues mi madre me dio a luz, en una cama grande, dentro de una de las tres habitaciones de chapa, en el primer piso del palacio-conventillo. En los años cincuenta, los inquilinos se repartían, entre gente de otros países y argentinos del interior, todos extranjeros en Buenos Aires, todos compartiendo los sueños de conseguir trabajo y progresar. Nadie de los que estábamos allí, pensábamos quedarnos por mucho tiempo, y ninguno se quedó allí un día más de lo necesario. Los conventillos que conocí eran grandes casas de ladrillos, que fueron seccionadas para crear departamentos chicos y crecían hacia lo alto usando chapas metálicas. La mayoría de las veces los propietarios vivían allí y hacían a su vez las tareas de limpieza y mantenimiento. Mi conventillo, era de mis tíos, lo que no resultó una ventaja, pues nunca nos perdonaron la renta y cuando el patio amanecía sucio, la tía la emprendía a escobazos con mis hermanos, ella nada tonta, no se metía con los hijos de los otros inquilinos, y los sobrinos gracias a esto, se convirtieron en expertos de subir las escaleras en un segundo y escapar de la bruja. Anécdota familiar aparte, los problemas en una familia se convertían en públicos, ¿quien podía mantener su privacidad con esas delgadas paredes?, aunque algunos detalles se nos escapaban, como cuando se suicidó uno de los vecinos, nadie pudo saber por que, claro, “el camarero”, como lo llamábamos, vivía solo, no tenía con quien hablar, los oídos indiscretos no tenían qué escuchar. Bueno, como en todo pasaban cosas feas, pero en general la vida conventillera, era bullanguera y comunitaria. Las señoras tenían acordado los horarios para usar la única pileta para lavar la ropa, a veces, desaparecía alguna prenda del tendedero, pero ¿dónde no? Gran griterío por un rato, después cada uno a lo suyo. También los recuerdo pacientes, esperando que se desocupara la habitación-ducha de uso general. Del único baño, puedo decir que muy poco se lo usaba, cada familia tenía en su apartamento, las famosas bacinillas, algunas esmaltadas y decoradas con flores y las señoras con mucha elegancia, se encargaban de vaciarlas en el retrete y, para la higiene diaria, se acostumbraba tener las palanganas con los jarros de agua, las de los ricos, como la tía-propietaria eran de porcelana, los menos ricos usábamos las metálicas. Me dirán ¿por qué contar tanta intimidad? Pero, de qué otra manera podemos entender los cambios que traen las corrientes migratorias, si no sabemos como es la vida en el día a día. Si no nos ponemos un poco conventilleros, ¿podremos entender ese espacio físico y cultural, llamado conventillo? Puedo agregar, que un siglo después, todavía existen, y seguirán existiendo, solo irá cambiando el lugar de procedencia de sus habitantes. El mío, todavía está, lo veo a lo lejos cada vez que cruzo el puente en La Boca.

 


 

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