- D.Fernández - E.Migliaro - L.Blasco - J.Calvo - E.Cerezo - J.Schuster - M.G.Jaime Irusta -
- C.Florentín - X.Espinosa - N.Vinciguerra - J.Dal Favero - M.Leone - M.C.Cárdenas -
- P.Motedo - O.Tasca - H.Trezza - V.Del Duca - A.Zamulko - M.López Camporro -
- D.Napolitano - C.Berardi - L.D´Angelo - M.D´Angelo - S.Santilli - M.Mutti -
Elemental
- Pásalo a disponibilidad.
- Paciencia, es el hijo de un caído en el deber.
- Por eso llegó a cabo, punto final. ¿O querés vacaciones?
Ignacio Comini (Pastelito) para los enemigos, se mueve como león en jaula de circo. La garita, de escasas dimensiones, no puede contener su cuerpo, que gracias a la disponibilidad y las pizzas se ha ensanchado.
Una promesa de las fuerzas, convertido en vigilante privado.
Frente a él, están las pruebas de que le hicieron una cama. Desde la denuncia de la desaparición de Gardenia Otag, artista plástica de zona norte, husmeo qué había algo turbio.
Mujer de cincuenta años, sin familia, solitaria, residía en un caserón donde nadie la visitaba y de pronto, un caballero andante la lleva y trae a ella y sus lienzos.
No entiendo de arte, pero todos iguales, repetidos.
- Cabo nos vamos. ¿Qué está mirando?
- El cuadro de la pared es muy grande, aquí hay gato encerrado, pinta paisajes y se los compran por docena y este gato habla y no lo vendió.
- No fabule más. Deje la investigación para el Fiscal.
Se fue con el amante y se llevó los paisajes.
Apareció el cadáver de Gardenia Otag.
Se detuvo la banda de los Paisajes.
Después de exhaustivas investigaciones se descubrió en el Aeropuerto de Carrasco un cargamento de cocaína, encubierta en las telas de la artista plástica desaparecida misteriosamente.
Los restos de la mujer, se encontraron en su vivienda, dentro del muro, que cubría un cuadro, de grandes dimensiones con la imagen de una gata blanca,
El comisario que investigó la causa. Fue pasado a disponibilidad.
El destino está al acecho
Caminó por el parque; no era la hora ni el clima aconsejable. La bruma irregular desdibujaba la escena, parecía una foto enmarcada en una nube blanquecina que solo dejaba ver la imagen con claridad a la mujer.
Tenía la vista clavada en el sendero marrón limitado, contenido, vigilado y acosado por el verde de la espesura. Algo la alertó, un ruido producido por el movimiento de las ramas de uno de los arbustos aledaños, pero no soplaba viento. Tenía un grito ahogado en la garganta, desde antes de ingresar, algo pasaría, sin embargo ingresó.
- Tranquila, no es nada.
- Si alguien quisiese hacerme algo hubiese aparecido ya.
- Debe ser un animal, un gato, un perro o una rata.
Lejos de tranquilizarla, sus propios pensamientos la aterraron más. Levantó un poco la vista y sus ojos impactaron con un poste grueso, parado indolente al costado del camino, era un farol. Devolvió su vista al piso y aceleró el paso, en ese instante una sombra deforme cruzó el camino y se escondió al otro lado de la vereda.
Al límite de su propia valentía divisó las luces de la avenida, después de cruzarla estaría a salvo en su casa.
- No puedo ser tan tonta - se dijo, pero su cuerpo todavía no concordaba con los pensamientos que imponía el sentido común, los síntomas del miedo aceleraban su corazón, el aire hacía un esfuerzo por ingresar a sus pulmones y jadeaba al salir.
- No es posible, estoy llorando, ya me imagino lo que me dirá el psicólogo esta semana.
- No manejas la ansiedad, Naty, debemos trabajar en eso - imitando la voz del doctor.
- Me gustaría verlo a él a esta hora aquí
Cruzó hurgando en su cartera, buscando. Detrás un grito agudo de una mujer invadió todo, proveniente del mismo hueco negro del que hacía momentos ella había salido. Lo escuchó, pero no se dio vuelta, lejos de tener un gesto altruista o compasivo ni siquiera se le ocurrió pedir ayuda por teléfono. Apresuró el paso.
Las vueltas de la llave de la puerta principal taparon el ruido de la que daba a la parte de atrás de la casa y las pisadas de la sombra que ingresó y se ocultó detrás de las cortinas.
Último entrevero
Salió de entre la bruma de una noche húmeda, pesada como telón de pana.
Aparición anacrónica, borgeana, buscando cuento de arrabal: Poncho desprolijamente enrollado en la zurda; en la derecha, un cuchillo meneándose como buscando el camino.
Cuando agrega un paso más, el haz del farol de la esquina encierra también un pantalón oscuro, de rayas finitas blancas y un saco negro cruzado, que guarda entre las solapas un prepotente pañuelo de seda clara. Elevándose en la misma dirección, cuello y mentón sombreados de barba; sobre la mejilla izquierda, una cicatriz le ensombrece la cara; el bigote tupido remarca esa sensación. Pequeñas luces titilantes y una luna redonda de cartón tiza sobre los tapiales, redondean la escena.
Cuando un aire de milongas cesa en las guitarras lejanas, se oye la voz del hombre, en grito ronco, insolente, dirigiéndose al boliche: --Salí maula, o tengo que entrar a buscarte ¡Carajo!
La puerta del almacén se abre como un manotazo, la luz que cae sobre el guapo, sella su boca. Ahora, un nuevo círculo de luz ilumina a la otra figura: campera de cuero negra, jeans ajustados, unos saltitos leves sobre sus zapatillas de básquet le dan un ritmo extraño a la escena; cuando se detiene, acentúa la sonrisa, levanta los brazos hasta ese momento distraídos, y apunta con pureza de gestos. La Itaka recortada suena una sola vez, como un cañonazo. La sangre huye vertiginosa del pecho del guapo, el asombro definitivo, no le permite cerrar los ojos.
Minuto
Blancura. No sólo como color sino como algo mucho más profundo. Por escasos segundos había sentido una increíble, y agradable, sensación de liviandad.
En aquel relampagueo, que terminó antes de entender siquiera su significado, todo se había desmaterializado, disuelto. Su cuerpo, sus ideas, sus sentimientos, su pasado, presente y futuro, todo se había resumido en una armonía perfecta e inquebrantable.
Y al apagarse esa luz las cosas habían vuelto a su sitio; o lo habían hecho en apariencia. De nuevo sobre sus pies se afirmó al piso con vacilación. Estaba en medio de una habitación que le resultaba vagamente familiar. Desorientado, sin atreverse a ningún movimiento, se dedicó a observar. La ventana estaba cubierta por una cortina blanca que se ondeaba lenta pero incesantemente. Era de día. La claridad del sol se filtraba bañando las cerámicas negras y tocando, casi con delicadeza, los sillones y la mesa que hacía de esquinero en la pared de la derecha. Vio algunos objetos pequeños dispersos sobre su superficie; uno en particular parecía ser una muñeca o una estatua de una de ellas… de una princesa. En el lado opuesto un televisor sostenido por un brazo mecánico exhibía un pequeño puntito rojo como muestra de su funcionamiento dormido; en aquel extremo había también una puerta de madera y un sobrio portallaves con un espacio vacío.
La cortina seguía moviéndose y las dudas sobre dónde se hallaba chocaban cada vez con mayor intensidad contra la certeza de haber estado antes en ese lugar. La única pregunta era, ¿En calidad de qué?
Se permitió avanzar; y al hacerlo no reparó en que su cuerpo se desenvolvía con una naturalidad que su mente ignoraba. Llegó hasta una mesita baja y volteó para enfrentarse al espejo que estaba tras el sillón.
La imagen devuelta tardó en ser asimilada; las respuestas que hasta ese momento le preocupaban cambiaron de rumbo cuando no pudo precisar quién era el del reflejo. Se quedó parado, observándose, buscando algún vestigio del cual sostenerse. Nada. Sólo un hombre de pelo corto, barba de varios días y lentes mirándose a sí mismo.
Bajó la vista y la paseó sobre la mesa que tenía cerca. Lo que encontró en las fotografías lo hizo retroceder. Llevándose la mano al rostro trató de entender lo que pasaba.
Meditó sobre el asunto hasta que el sonido de una canción lo interrumpió. La melodía, que ya conocía, lo llevó a abandonar la sala y caminar en pos de ella. Por algún motivo comprendió que debía apurarse. Avanzó y se asomó en la primera puerta de la izquierda. Allí vio a una niña sentada en el piso, de espaldas a él, entretenida con sus juguetes. Inmediatamente reconoció que era su hija y que algo no andaba bien. Presa del pánico oyó la música crecer. Desesperado giró para ver pasar a una mujer – su mujer – con un teléfono en la mano. Se le acercó; no sabía sus nombres pero estaba seguro de sus sentimientos, de que eran su familia.
Y lo próximo que supo lo descubrió con las lágrimas de ella. Había ocurrido un accidente y él ya no existía.
Aquella tarde el destino había agrietado una ínfima pieza de un motor, y un conductor había perdido su rumbo subiéndose a una vereda, y un frágil manojo de carne y huesos había volado por los aires, y un cuerpo sobre el asfalto se había apagado observando con ojos inmóviles el amplio cielo y el astro que brillaba a lo lejos, pero nadie pudo evitar que volviera a su casa, como había prometido antes de salir a caminar.
Enrique Cerezo - Santa Teresita, Partido de la Costa
Tomando la casa
(Con perdón de J. Cortázar por alojar desde atrás)
De chico inventaba historias. Estaban llenas de castillos y héroes que rescatan doncellas. Las recreaba en mi barrio, con un palo a modo de espada y unos ojos inquisidores que oteaban el horizonte de casas viejas y mansiones señoriales.
Una en particular, sobre la calle Rodríguez Peña, abandonada, abierta, con escaleras que llevaban a puentes de mando de galeones piratas y puertas de madera que abrían celdas en torreones, era mi preferida.
La vida, o nuestra desidia, hizo que mi hermana Irina y yo, nos encontráramos solos y desprotegidos muchos años después, vagando por la misma calle.
Ahí estaba mi galeón pirata, mi castillo. Deteriorado, pero aún en pie. Entramos y lo recorrimos despacio. Buscando, quizá una vieja espada, descubrí una puerta que no recordaba. La empujamos fuerte…. y cedió.
No había ninguna doncella prisionera pero si una biblioteca llena de volúmenes (la mayoría de literatura francesa), una sala o comedor con gobelinos y tres dormitorios. No había baño ni cocina. Una pesada puerta de roble, parecía comunicar con otra zona. No intentamos abrirla.
- ¿Y si nos quedamos? – preguntó Irina.
Abandonamos la pensión. Trajo el bolso con los elementos para hacer las artesanías. Ella tejía macramé. Yo hacía pulseras. Intentamos mantenernos en silencio el mayor tiempo posible. A través de la puerta de roble escuchábamos algunas conversaciones. Me enteré que la dueña de la otra parte de la casa se llamaba Irene. Que vivía con un hombre. Como me llamo Julián, lo bauticé Julio... para mantener una cierta cacofonía.
Una noche, Irina necesitó imperiosamente ir al baño. El bar cercano, donde el gallego nos permitía asearnos estaba cerrado. No había alternativa. Empujé despacio la pesada puerta de roble. Vi un pasillo que conducía a un baño y una cocina.
Dejé pasar a Irina. Atento, escuché unos pasos que se acercaban justo en el instante que llegaban ruidos desde el baño. Esperé tenso. Pero los pasos se alejaron… En pocos minutos oí que la pareja se iba alejando hacia una puerta más distante, que supuse daba al zaguán. Los fui siguiendo despacio para disculparme, para explicarles.
Por una pequeña ventana los vi cerrar la puerta con llave.
Inexplicablemente tiraron la llave a la alcantarilla como previendo que algún pobre diablo se le ocurriera robar y se metiera en la casa, a esa hora...
Carta de una pasajera (año 1912)
Querido Willy:
Te sigo amando a pesar de los consejos familiares. Sé de tus infidelidades. Siempre traté de mantener la familia unida. Por esa razón, continué a tu lado como si nada ocurriese. Traté de ser el ama de casa perfecta, pero eso no bastó. Mamá me había enseñado a cocinar desde pequeña. A los cinco años la ayudaba a preparar los fideos a mano.
Cuando me llevaste a tu casa por primera vez, tu madre me sometió a un interrogatorio molesto.
- ¿Sabés cocinar?
- Sí señora.
- ¿Sabés coser?
- Claro que sí, mi progenitora puso una aguja en mi mano a los cuatro años.
- ¿Fregás los pisos?
- Por supuesto, señora.
Me miró desde la cabeza a los pies y preguntó si vestía en todo momento con el mismo decoro.
Le contestaste con una afirmación.
Fui aceptada por tus padres, previa conversación entre los dos en un lugar apartado.
Meses después nos comprometimos en casa. A los pocos días nos casamos. Vinieron los hijos. Fui feliz.
Estaba habituada a obedecer y vos a mandar. Todos los domingos iba a misa con los chicos. Siempre fui muy creyente. Creía ser dichosa hasta hace pocos días, en que te vi salir del cabaret más conocido de la ciudad. Eras vos, sin duda. Llegué a casa y lloré mucho. Abracé a los niños y les dije: - Vamos a irnos en un largo viaje.
Vivíamos en Southampton. Conté el dinero que guardaba en el florero, regalo de bodas, y ayer compré los pasajes; vamos a ir a New York donde vive una tía de mi madre. Ahora estamos en el Titanic. Nos remolca otro barco. Viajamos en tercera clase. Se escuchan los bandoneones. Es todo muy alegre. Los niños preguntan por ti. Les dije que vendrías a casa de Tía Elizabeth. Tal vez allí hablemos. Todo saldrá bien. El buque es insumergible. Un monstruo marino. Nos vemos.
Margaret.
Sin palabras
Parece pequeño en su cama de sábanas blancas. Una absurda máquina marca el ritmo del corazón. Es exagerado, exuberante. No puedo tomar sus manos, son de hielo y tienen agujas en cada dedo. Entonces lo beso en la frente y sonriendo lo lloro y le hablo.
-¡Gabo, no me podés dejar sola con las palabras! Ellas me susurran al oído pero suenan entrecortadas, lejanas…
-Ya sé que no hablarás más, casi todo lo dijiste con tu ritmo caribeño. El resto, lo dirán otros.
-A mí se me atragantan las preguntas sobre Santiago, el patriarca, el coronel, la abuela malvada, sobre todos los Buendía y tantos, tantos más.
-Ahora sos un cuerpo peregrino, un niño con cola de cerdo.
-¿Qué, qué te pasa? ¿Quieres que abra las cortinas? Claro que te obedeceré.
La fina estampa de la lluvia, humedece los vidrios de tus ojos.
- ¡Gabo, antes de irte!, mirá ¡llueven flores amarillas y ya estás muy cerca de tocar el misterio del hielo!
Nadie preguntó
Iba caminando distraída cuando cayó en un pozo. Quiso salir, pero no pudo; cuánto más deseaba hacerlo, más profundo caía. Gritó hasta que su voz pareció un graznido.
Nadie la escuchó, ni siquiera su perro. Nadie la buscó, ni siquiera sus hijos.
Pasó un largo tiempo así, desesperada. Un día, cuando el hambre era harto y la esperanza nula, se dio cuenta que sus uñas se habían transformado en sucias y oscuras garras.
Decidió entonces optar por la magia. Era noche de luna y desde la superficie las sombras la llamaban. Comenzó a trepar por las resbaladizas paredes sin pensar que podía caerse.
Mientras subía le iban creciendo las alas y ya arriba, voló. Cuenta la gente del lugar haber visto un extraño pájaro fundiéndose en la luna. Igual nadie preguntó por ella…
Ni los hijos, ni el perro.
Ni tan siquiera la marca de su cabeza en la almohada.
La bailanta
Negrita Reyes buscaba desde hacía un tiempo largo el amor de su vida. La vieja lata de galletitas contenía todos los ahorros para que pudiera comprar su pollera colorada y su blusa de encaje negro... Me dijeron que si provocaba a los hombres lo podía encontrar, repetía. No bien llegó escuchó la cumbia colombiana que tanto le gustaba salió a bailar con el primero que se le cruzó, las manos de él se llenaron con las nalgas de ella; quiso alejarse pero apretaba mucho y sentir el aliento de un extraño sobre su cara la espantó. Caminó las cinco cuadras para llegar a su casa, estaba oscuro pero pensó... al lado de ese oscuro mundo hay un poco de luz. El viento le devolvió la frescura a su piel y a su ropa que olía a tabaco. Llegó se descalzó, dejo caer los trapos de la noche y pensó... Ahí no está.
Ximena Espinosa - Colón, Entre Ríos
El Juguete de mi Tía
Una vez encontré en el lavadero un juguete de bebé. No era nuevo, pero parecía jamás haber sido usado. Cuando le pregunté a mi tía por qué lo tenía, me contestó que lo había comprado años atrás.
Antes que yo hubiera nacido. No recuerdo haber jugado yo con él. Aún recuerdo a mi tía, la que nunca se casó, ni tuvo hijos propios.
Yo siempre fui su sobrino preferido.
Los Cuchillos
Un día nos dimos cuenta que a todas nos había regalado un cuchillo. ¿Qué amiga te regala un cuchillo de cocina sin motivo? Al final supimos que fue nuestra amistad la que la detuvo de usarlos. Desde entonces nos turnamos para visitarla una vez por semana.
Cuando se cure Juan
Cuando me lo dijo, creí morir. Ese hombre de blanco que como anestesiado, o cansado de vender promesas sin futuro, me miró a los ojos y me dijo crudamente la verdad. Su pronóstico. Su desesperanza.
Y en ese momento esa frase, o mito, que me había mantenido viva hasta entonces, esa promesa ilusa estalló en mil pedazos delante de mis ojos, como si se rompiera un elaborado vitreaux, dejando ver la cruda verdad que se esconde tras una escenografía ya deteriorada.
Sin embargo, años después, curadas ya algunas cicatrices, me di cuenta que aquella bofetada de un vendedor de promesas cansado, nos había liberado. A veces basta la pura realidad para calmar las aguas.
Adiós año viejo
La radio sintoniza la única emisora AM que se puede escuchar. Faltan quince minutos para las cero horas, en muchos hogares preparan los frutos secos y el pan dulce pese a los treinta y cinco grados de térmica. A Luis le gusta estar solo y raras ocasiones ríe, esa ruta en ese momento es el lugar ideal para descorchar el vino espumante. Alejado de la familia después de la última pelea y contando con un mejor amigo que para esa fecha siempre está de viaje, se dispone a celebrar con su conciencia por el ciclo que se inicia. Sin apagar las reglamentarias se detiene en la banquina, abre la conservadora, saca la botella y la copa. De la nada un rostro se asoma por la ventanilla baja.
– ¡Ey don!, ¿Me lleva?
Apenas repuesto del susto, observa que se trata de una joven con edad suficiente para ser su hija, si la tuviera, antes de que él contestara abrió la puerta del acompañante y se sentó.
– Hola soy Lore, voy para Santa Rosa, ¿y vos?, ¿estás por brindar?, ¿esperás a alguien? – Sí, voy para allá, una nena como vos no debería subir al coche de un extraño, ¿dónde estás tus padres?
– No sé, una por un lado y el otro por otro, voy a pasarla con una amiga. Ya casi son las doce, ¿no tenés otro vaso?
Sin interrupción se trepa para agarrar el termo del asiento trasero, quita la tapa para improvisar un jarro.
– ¡Salud!
Choca su recipiente contra la copa rebosante de espuma de Luis y le da un beso en la mejilla. Él sonríe ruborizado y abordan una conversación espontánea y alegre. Sin darse cuenta recibían el nuevo año pero ésta vez sería distinto.
Por Julio Dal Favero - Santa Teresita, Partido de la Costa
Un Vuelo Imaginario
Vuelo I
Apoyado en una húmeda baranda del muelle, mirando sin ver un hermoso horizonte bañado por una policromía ante una pujante salida del sol, encontramos a nuestro personaje con sus ojos mirando su mente y ésta realizando un viaje imaginario.
Lo bueno de un viaje imaginario es que se puede realizar sin equipaje y almacenar un bagaje enorme de recuerdos, pudiéndonos ubicar en puntos extremos de algún país que tenga praderas, montañas, lagos, mares, selvas y sobre todo calor humano, eso sí, esto último debe ser captado por la sensibilidad y el respeto mutuo.
Nuestro personaje, muy viajado ÉL, comenzó por el extremo norte de este imaginario país donde admiró montañas coloreadas, quebradas, historia, poesía, y un tren que de tan alto, corre junto a las nubes que como algodones acarician las ventanillas decoradas con caras asombradas de entusiastas pasajeros que admiran la obra de Dios, reflejada en profundos precipicios pintados en un sinfín de verdes salpicados con matices de los más diversos colores.
Siguiendo nuestro viaje nos deleitamos en una zona más diminuta, dónde la mano del hombre mezcló la nieve perenne con espejos de agua artificial al lado de ruinas precolombinas, y años de historia con aromas de cítricos, y con el dulce paladar del azúcar. Como un enorme canguro damos un gigantesco salto siguiendo la puesta del sol para asombrarnos con enormes montañas, verdes valles, aromas de vinos, brillo de minerales, ponchos milenarios tejidos por rugosas manos.
Planeando, como el aletear de un enorme pájaro, la mente lo lleva más hacia la salida del sol donde se amalgaman sonidos telúricos de música, con madre de ciudades y aguas termales, y el astro rey domina el mediodía, donde hasta después de la siesta solo se palpita a las lagartijas quemándose las patas en la ardiente tierra.El planeo continua pero…
Un imprevisto pique de un incierto pez en la solitaria caña de nuestro personaje interrumpe el viaje, pero no se alarmen, pronto nos veremos.
En estado puro
Acomodado el equipaje, nos dispusimos sonriente a iniciar la semana para descansar. Fue apenas dar una mirada al interior del automóvil y sentir que algo no estaba bien. Contabilicé cuatro personas, seis teléfonos móviles y tres computadoras portátiles ¿no íbamos de vacaciones? Cada cambio de ciudad, clima y pequeño detalle, fue rigurosamente comunicado a familiares y amigos. Llegados a destino, nos encontramos con un pueblo que parecía salido de un libro de cuentos. El hotel estaba a la vera de un arroyo increíble por sus rocas y cascadas. En lugar de disfrutar el paisaje, fuimos cuatro locos caminando en círculo, buscando señal para el celular. Había que avisar del arribo. Algo no encajaba. En uno de los paseos, nos perdimos por un camino sin señalizar, ya medios entrados en pánico, miramos al aparatito electrónico, que se suponía nos guiaría y como no era de esperar, acusó muerte súbita. Debía ser que tanta naturaleza en estado puro en medio de la sierra, fue demasiado para él. A los pocos segundos el sonido de la entrada de un SMS a mi teléfono, dio esperanza de pedir ayuda. Pero no, era la empresa que invitaba a recargar el crédito ese día, triplicaban el monto. De volver al camino principal, ni hablar. Es decir, funcionaba para publicidad no para darnos auxilio. Algo no estaba bien. Salimos del apriete con un poco de orientación y mucho de buena suerte. El viaje de vuelta, relatado como el de ida, es decir vía aparatito de última generación. Llegados a destino, sin esperar a entrar en la casa, los cuatro avisando a quien correspondía, del retorno exitoso. Algo estaba definidamente mal. Algo sigue estando mal.
Indiferencia
Estas veredas quebradas son las mismas que jóvenes albergaban nuestras manchas, el patrón de la vereda y carreras en bicicleta. Éramos todos chicos y el goce de los juegos sin temores, nos igualaba.
El jacarandá aún las halaga con su alfombra celeste. En verano los jazmines y naranjos las perfuman. Pero la desidia las cuarteó y torturó hasta destrozarlas.
Por eso duele tanto su abuso para las zancadillas que como hace unos días se llevó la vida de Miguel.
Sabíamos que en las esquinas a veces se fumaba un porro. Cuando no podía, el paco le iba bien.
Huérfano de todo cariño, se hizo adicto. Y cuando nadie ya le daba una moneda para comprarlo, vino la deuda y la paga.
Reventaron baldosas con la moto y su cuerpito quedó allí. Tapado con diarios, de cara al sol que lo descomponía.
Fue nuestra esquina, nuestra vereda, su última morada.
A veces vuela una flor celeste y se queda en ese rincón hasta que alguien la pisotea.
La mancha me recuerda el cielo que alguna vez soñamos. Imagino que Miguel ya lo alcanzó.
No fue su culpa nacer en la orfandad. Tampoco lo fue que lo hiciéramos un extraño cuando tendía su mano.
Es nuestra culpa, sí, la vereda rota que amparó una muerte impune, la ausencia de manchas, escondidas y esquinitas sin peligro.También es nuestra culpa mirar hacia otro lado y olvidar al amigo de la infancia que nunca pudo salir de ella.
Cara Durmiente
Cara, no lo sabía, había estado toda la noche despierta, e ignoraba porque, no estaba inquieta, una suave paz, la impregnaba. Se acercó a la ventana, ¿qué fecha era?, miró a la lontananza donde los árboles, y la espesa vegetación, la recibieron, apoyó los codos y simplemente respiró. El día se abría ante ella, el sol besó sus mejillas, sonrió. Atrás dejaba la obvia noche, miró la calle empedrada que se perdía infinita. Las florestas tapizaban el cielo, por lo que su visión era verdosa, matizada con los colores de los muros a medida que su vista descendía. Bostezó, se estiró toda. Los pájaros la saludaron, se fue a preparar un café.
Todo tomaba otra forma y color, paulatinamente, las sombras profundas se disipaban, pensó, tal vez, alguna idea afortunada aparecería para escribir su nota en el diario, tal vez , la maldición hubiera desaparecido, tal vez… nada fuera cierto y todo cuento.
Sólo recordaba el beso, o había sido una alucinación, ¿sólo lo había pensado? Sabía que había como despertado, y así había empezado a ocurrírsele un montón de cosas, que quizás hizo, o ¿era sueño como la vida?
Se sentó a la máquina, sus amigas la criticaban a viva voz, no existe el progreso para vos, Cara se negaba a usar los medios electrónicos actuales, ella seguía con la vieja Underwood, de su padre y de su abuelo, era como una joya familiar, la maquinita seguía y seguía, se negaba a dejar de funcionar, no había corte de electricidad que la parara, y en cuanto a la tinta, con alcohol y otras tretas, se solucionaba, ella, seguía.
Puso el papel, marcó los márgenes con los topes metálicos, y comenzó a tipiar, el ruido como el de un diapasón loco, comenzó a marcar el compás, a veces más rápido, otras se enlentecía, otras, se detuvo, la bocina del tren cercano, embellecía la melodía, los pájaros habían callado, el taca-taca, sorpresivamente atacaba de nuevo. Los pensamientos se agolpaban, como si un velo mental hubiera caído, y toda la sordina del lugar hubiera huido a perpetuidad.
Blanco Mami…
- Hola, hola, hola, hola.
- Hola mamá.
- Hija ¿estás bien?, estoy muy preocupada, te llamé estos días y no respondías.
- Disculpá mamá, estoy bien, cansada y enojada.
- ¿Qué ocurre?
- El domingo que pasó, como era una tarde de sol pensé que los chicos jugaran en la vereda con el triciclo y la bicicleta.
- No te imaginás: me arruinaron el frente, lo escribieron con grafitis. Sentí indignación que los chicos vieran eso, menos mal que no saben leer. Más que el dibujo eran las malas palabras que parecían tirarte encima su basura.
- Compré pintura y recién terminamos de pintarlo, nos llevó bastante trabajo y tiempo, quizás por ello no escuché tus llamados telefónicos.
- Imagino que usaste algún color fuerte para tapar todo eso…
- Blanco mami, blanco…
- ¿Cómo?
- Sí era el que mejor daba. No dejé un solo espacio sin cubrir. Encima escribí en letras de Molde: No respetan mis derechos… No respetan mis derechos… No respetan mis derechos..., hasta que agoté el espacio.
- Decime… ¿los nenes?
- Aprendieron a leerlo y escribirlo por lo menos.
La celebración
La ceremonia vespertina conducida por Carlos no fue sustancialmente distinta de lo que Juana había ya vivido.
-Himnos, licor sagrado, meditación y un sermón que vaya uno a saber en qué idioma lo decía a cargo del oficiante fue lo vivido – dice Juana.
-Creo – acota Susana- que no puede decirse que la actitud de la chica a la cual se le estaba tomando el juramento fuera de escepticismo, pero tampoco participaba plenamente de lo que allí ocurría.
-En el fondo sólo deseaba que le dieran otra copa de licor sagrado y poder irse a los dormitorios.
-Juana, sentada en cuclillas sobre el duro piso de baldosas se entretenía en observar los detalles del lugar o lograr ver los rostros de las novicias con sus cabezas rapadas y cubiertas con capucha negra.
-El templo o sala de ceremonias debió ser algo así como el invernadero de la residencia -acota Juana.
-Escucha como Carlos repite versículos ya sabidos, como si su intención fuese adormecer a la audiencia.
-Y lo está logrando- dijo Susana.
-¿Te acuerdas de mi gran amiga Marcel, la que tenía una vida a la que llamamos “ligera”, desapareció y nunca más supe de ella?
-¡A pesar de todo era buena persona!
Susana miró por el pasillo central y calculó que debían ser unas quince novicias que formaban aletargada fila esperando su turno.
-¡Esta vez el licor sagrado ascendió a mi cabeza! – balbuceó Juana.
Carlos batió palmas para indicar que la sesión había concluido.
La mente de Juana parecía empeñada en mantener cierto nivel de lucidez.
Una a una las novicias marchaban frente a los rostros atónitos de Juana y Susana.
-¿Marcel, sos vos? El brillo de unos ojos azules bajo el capuchón sólo delató miedo y sorpresa.
La mano gruesa y morena del ayudante, un tal llamado Francisco se apoyó sobre el pecho de Marcel rozando el vértice de uno de sus senos.
-Lo siento- masculló la grave voz- no está permitido que las novicias hablen.
La fila era ahora más larga.
Sobre el capote de Gogol
Akaki es tan solo un breve copista en los eslabones más bajos de la administración Rusa. Dilapidado por su inocencia Akaki trama ajenas posibilidades heroicas aunque dulcemente manipuladas. Tanto las bullas como la imposibilidad de replantear su vida lo hacen un ser tímidamente voluble.
Con un capote raído y un bolsillo de treinta y tres rublos al mes Akaki acude a la estrechez de sus entrañas. Ya sin la ventaja de las útiles zurcidas, del sastre, el capote de Akaki reclama al abandono un sentido sosiego. Es el sastre el encargado de confeccionarle uno nuevo. Empeñado en conseguirlo limitó, literalmente, cada mendrugo de pan a su mentado estómago. Una vez obtenido el capote el orgullo multiplicó las formas de su emotiva algarabía. El capote significó para Akaki un progreso enorme, se sentía distinguido, importante…
Debo hacer hincapié en la bulla de sus compañeros de trabajo, pues Akaki creía o sospechaba al menos que su reluciente capote le brindaría ese respeto que ni en sueños había soñado. Pero la felicidad suele ser un instante, porque todo lo que sube baja, porque un día sucedió un hecho inesperado y por demás cruel : le arrebataron el capote.
Intentó, sin fortuna, pedir ayuda a cierto personaje de alta jerarquía, pero sólo recibió espaldarazos. Agonizante llegó a su casa balbuceando incoherencias sobre su capote robado. Antes de morir el médico prescribió un cajón de pino ya que uno de roble era muy caro. Hasta que por fin, luego de una fiebre repentina cayó exánime.
Al poco de su muerte corrió el rumor que cerca del puente Kalinkin se aparecía un espectro, alguien reconoció en este a Akaki. Todos apuntaban que sin distinguir clases este espectro despojaba a las personas de sus capotes. Una noche mientras el personaje de alta jerarquía (que tantas veces había humillado a Akaki), viajaba en su carruaje sintió que lo despojaban de su capote. Era Akaki que lo tomó por el cuello y le dijo: “por fin te tengo…quiero tu capote…el mío no te interesó…no hiciste otra cosa que increparme, ahora dame el tuyo”. Desde entonces este personaje de alta jerarquía fue más amable con sus empleados.
Algunos dicen que el fantasma de Akaki no volvió a aparecer, sin embargo otros insisten en lo contrario.
Los muertos están estabilizados
¡Es que no va a parar nunca!
-Calmate Dante, ya te vas a acostumbrar.
-¿Y vos, desde cuándo estás enterrado acá?
-A veces me parece que desde siempre, otras, siento lo mismo que vos ahora, que no va a parar nunca.
-Cuando entran tandas chicas el silencio se restablece enseguida, cuando son muchos, como en esta semana, cuesta acostumbrarse.
La sala está en penumbra, unos focos distribuidos contra el techo exhalan un resplandor azulino. Si los cajones no estuvieran quietos y alineados podría pensarse en grandes peces taciturnos moviéndose en un fondo marino.Suspiros leves. Interrogantes susurrados. Vientos quietos y azorados. Dante se quita las manos de los oídos con las que intentaba huir de este oleaje mudo. Mira a su alrededor y lento comienza recorrer los pasillos deteniéndose junto a alguno que otro cajón. Apoya su mano y musita algunas frases simples. Un rato más tarde se reúne con el otro hombre.
-¿No te dije? Los muertos ya están estabilizados.
El loco de la esquina
Todos los días, al volver del trabajo, lo veía. No podía evitar sentir temor e intranquilidad al pasar por su esquina. Evitaba pasar cerca de él, su sola presencia provocaba en mí una tensión incontrolable. Imaginaba que seguía mis pasos con su mirada.
Él siempre allí. Caminaba en círculos grotescos o simplemente se sentaba en el escalón raído de una puerta que nunca se abría.
Su ropaje viejo, limpio, desteñido… En días cálidos o templados se lo veía con su joggins azul, su camisa escocesa abrochada hasta el último botón me daba la impresión de constante ahogo, zapatillas negras con moño prolijo. En invierno, su atuendo sólo se veía diferente por el uso de un pullover que chingaba por dónde se lo mire. Percibía mi presencia, lo sé, y me seguía con esa mirada desorbitada que infundía en mí las más temidas pesadillas. Todos los días su figura amenazante, todos los días mí paso ligero, mi temeroso sudor, mis músculos tensos, su mirada desvariada…
Un día ocurrió lo tan temido. Una vez que pasé por su esquina, sentí de repente unos brazos fuertes que me sujetaban desde atrás, una enorme y áspera mano aprisionaba mi boca. No podía moverme, no podía gritar, sólo sentí que mis piernas temblaban sin poder sostener mi cuerpo.
De pronto, un golpe… un grito… y los fuertes brazos que me inmovilizaban cayeron vencidos.
Con temor giré sobre mis talones, turbada… queriendo entender. Allí, tendido en el piso estaba mi agresor. Inconsciente. Su sien sangraba.
Unos pasos más atrás, el loco. Una barra de hierro en su mano. Me miró con su eterna mirada desvariada.
Eclipse
Toby llegó el día del eclipse de luna ,19 de octubre. Estaba agotado y se echó al lado del cantero. Tomás cortaba el pasto y me gritó: - Male, trae agua y alimento para un perro ¡apareció!
Me sonó rara la palabra “apareció”. Lo primero que hizo fue lamerme la mano. Luego bebió casi toda el agua y muy tímidamente empezó a comer. El problema lo tuvo Jackie, la perra de ocho años. Por un lado le alegraba la compañía, pero se le notaban los celos y sobre todo competía en el ladrido. Mis tres gatos los miraban azorados desde el ventanal. El eclipse de luna y Toby parecían unidos. Demostró desde su llegada un cariño especial por mí. Me lamía las manos y se acurrucaba en mis piernas. Era un cachorro, mezcla de ovejero y siberiano. La veterinaria dijo que debió caminar kilómetros pues sus uñas estaban gastadas totalmente. Y sus fuerzas también. Se quedaba dormido a cada rato y al pararse las piernas se le aflojaban.
Todo le gustaba a Toby, la plaza era su favorita, saltaba y brincaba como un cabrito.
El 23 de octubre, Toby se enfermó de repente. Comenzó a vomitar y dejó de comer.
Fue una larga semana de idas a la veterinaria. Toby se apretaba a mí y seguía mirándome con una mirada única y una expresión llena de amor.
Los remedios surtieron efecto y paró el vómito pero solo tomaba agua.
Toby y yo compartíamos un montón de sentimientos. Los demás, incluyendo a Tomás, nos miraban asombrados sin entender.
El domingo 3 de noviembre, día del eclipse de sol, Toby despertó cuando lo fui a ver. Estaba hermoso sobre su almohadón Me miró y se apretó a mí. Sentí cómo suspiraba y después se quedó quieto, muy quieto…mientras yo asombrada veía como le crecían dos enormes alas blancas que se fueron abriendo lentamente. Subió al cielo sin dejar de mirarme.
Llorando comencé a comprender que los perros también pueden ser ángeles.
Lucía Francisca D´Angelo (ocho años)
La vida o la muerte
Yo tengo 99 años. Estoy parado en el medio del comedor, miro para un lado, miro para el otro y veo la mesa servida: Me siento, como, cuando termino me voy a dormir y nunca más me despierto. Porque muchos como yo, también se han dormido como yo… eternamente.
La Dama Escamas
Soñaba con sangre y con fantasmas negros, con estrellas y planetas nuevos, con lagartos y serpientes. Estiraba sus manos buscando liberarse, o tal vez acariciar el horror. Caminó rápido, presa de la rutina, con los auriculares puestos y el abrigo, hacia la puerta de su casa. La abrió, y se paró en seco: la niebla había borrado las calles y los edificios; la realidad parecía haber sido engullida por una extraña fuerza, que la dejó a medio masticar, entre mundos. No volvió a pensar en eso, y apuró la caminata hacia la parada de colectivo.
Le pareció raro hallarla vacía. Se sacó los auriculares, y no encontró el silencio que esperaba, sino un zumbido bajo y punzante. A su lado, una burbuja, demasiado grande para ser normal, demasiado bella para ser extraña, suspendida en el aire. El zumbido se volvió agudo, y una energía la recorrió. Ahora su piel tenía escamas violetas, su mano, tres dedos sedosos con uñas brillantes.
Su lengua bífida dio unos latigazos, y el gusto le dijo que había otros alrededor, quizás detrás de la niebla.
La burbuja desapareció, la niebla y su piel escamosa también. Llegó el colectivo, y se subió con el resto de los pasajeros.
Recuerda tu misión, dijeron. Volvieron la niebla, la soledad, las escamas, las uñas filosas. Iba a asentir, pero se detuvo. Mostró sus colmillos, y siseó. Clavó sus garras en la burbuja, que se resquebrajó antes de estallar.
Abrió los ojos, de nuevo en el colectivo. Las últimas escamas desaparecían de su muñeca. En algún lugar, un dragón volaba.
El Ajedrez hecho humo
Encendí el cigarrillo, di una bocanada de humo e inmediatamente lo apoyé en el cenicero plástico que llevaba la propaganda de una cerveza sobre mi escritorio.
Todavía sonaba en mi cabeza la expresión de mi gerente de ventas cuando a primera hora de comenzar mis tareas, entró en la oficina; un hecho poco frecuente y con sincera admiración me dijo; ¡Lo felicito Campeón!
Gracias, muchas gracias. Contesté. Y luego de un apretón de manos y un breve intercambio de palabras sobre el torneo interno que había finalizado, se retiró sonriente. Un día antes había finalizado el torneo de Ajedrez que luego de muchos años de postergaciones a un segundo, tercer o hasta quinto puesto, había logrado obtener. El reconocimiento y admiración que logré con ese título de campeón, fue por el resto de mi actividad ajedrecística y laboral un pasaporte simbólico que me señalaba como el poseedor de una inteligencia y capacidad mental superior. Símbolo de la inteligencia y perseverancia.
Recuerdo que el premio mayor fue un pequeño trofeo alegórico al Ajedrez que conservo en un mueble de casa y un viaje con estadía en Mar del Plata junto a una comitiva conformada por los siguientes cinco puestos en la clasificación por mi primer premio para competir en un torneo internacional que se jugaba en Semana Santa.
En los días anteriores y cuando más cercano era el final, mis sueños eran recurrentes. Durante todos ellos se paseaban veloces y agresivamente dentro del tablero de Ajedrez que a través de mi mente dibujaba, los Alfiles, Caballos, Torres, peones, Rey y Reina a una velocidad triunfal que no lograba detener en toda la noche de todos mis sueños de Campeón postergado.
Llegó el día, partimos en un lujoso micro desde la terminal de Retiro.
El viaje placentero se animaba con la fluida charla con los compañeros y los comentarios de la suerte y desgracia de ciertas jugadas que definieron el torneo de Ajedrez.
Entre mis recuerdos más importantes está el día que un amigo ganador del viaje y estadía en Mar del Plata de apellido Spreguelbur que realizó su viaje en auto con su esposa, se me acercó junto a su pareja y dos nenes y me dijo: -Campeón, con mi señora decidimos poner el auto a tu disposición para lo que necesites.Por cierto agradecí el cumplido que sin dudar me ofrecieron con respetuosa admiración.
Durante el transcurso del torneo, me vino a la mente que yo personalmente también me quería premiar con un regalo para simbolizar el torneo ganado.El obsequio que me hice fue un libro que en esos tiempos era muy valioso y nada fácil de poseer; “Enciclopedia Yugoslava de Finales de Peones”.
Desde entonces no he vuelto a jugar Ajedrez. Nunca he leído la enciclopedia de finales de peones y no he vuelto a comunicarme con mis amigos. El objetivo era y fue, únicamente el deseo de ser Campeón de SEGBA SA...
El cigarrillo que me acompañó durante esta historia, también se consumió y se evaporaron los restos del humo… El fuego se apagó totalmente al igual que mi pasión Ajedrecista. El humo se esfumó igual que la gloria ganada.
Y mientras finalizo de contar esta historia…enciendo un nuevo cigarrillo.
Conversación en el crematorio
Elisa y Magda se dirigen a la casa Sierra. Elisa mira su reloj - son las 16 y Patricia no llega-
- Esto no puede esperar acota Magda - pues el primer paso es untarlo con crema.
- ¿De dónde sacaste esa locura?
- No es ninguna locura es lo que hacían los egipcios.
- Dejame de historias y saluda a la viuda.
- No se la ve muy compungida, cuando se entere que el viejo entra a una temperatura de 800 a 900 grados, seguro que sonríe.
- No seas tan cruel Magda, ellos llevaron una buena vida.
- Por favor Elisa, de que buena vida, seguro que el viejo antes de morir no se dejó sacar el marcapasos porque le costó cinco mil dólares.
- ¿Y eso puede ocasionar algún problema?
- Si se lo dejaron estalla la retorta del horno y...
- Salgamos Magda antes de que sea tarde.
Josefina Frustachi D´Angelo (diez años)
Las zapatillas mágicas
En un pequeño pueblo había una granja, en esa granja había una niña.
Una mañana de mucho sol mientras estaban yendo a darle de comer a las vacas, la niña le dijo a su madre: -¡oh madre!,¡cómo me gustaría tener un vestido de un hermoso tul azul marino y unas zapatillas celestes! y la madre le respondió: - pero hija, de dónde sacaremos dinero para comprarlas si todavía no nos alcanza para comprar pan...
Tantas veces lo deseaba que a la mañana siguiente la niña vio en una pequeña silla ese vestido que había soñado junto a unas hermosas zapatillas celestes.
De tanta felicidad la niña se lo puso más rápido que un chasquido de dedos y le dijo a su madre: - ¡oh madre! ¿Podría ponerme esta vestimenta?,y la madre le contestó: - pero hija, ten cuidado de no mancharlo.
Cuando iban caminando por el campo la niña sintió una fuerte brisa y al mirar sus zapatillas se dio cuenta que estaba flotanto en el aire. Para ella fue el día más feliz de su vida.
A la mañana siguiente la niña se despertó entristecida pensando que había sido un sueño, pero al darse vuelta que alegría tuvo al ver su hermoso vestido de un tul azul marino y sus zapatillas celestes sobre la sillita. Al sentir tanta felicidad se lo fue a poner más rápido que lo que canta un gallo y fue volando por el medio del campo saludando a todos los animales que la miraban a su alrededor mientras ella sentía la suave brisa cosquilleándole la cara.
Otra historia
Las arrugas hicieron que le temiera a los espejos. También a los cristales o a las aguas transparentes. Huía de ellos. Era la forma de no perder la alegría, de seguir haciendo cosas.
Los tiempos le dieron la solución, también otras costumbres y las modas. La cirugía le devolvió una cara fresca, una sonrisa espléndida. Las cejas tomaron vuelo y los ojos se abrieron.
Ya no huiré del espejo, pensó y fue a su encuentro. Sonrió satisfecha, luego echó a reír y llorar porque se vio hermosa como nunca lo había sido, pero también advirtió a una extraña. Recorrió con un dedo esa imagen en la que se había perdido. Era perfecta pero nunca se entenderían, ella no develaría sus secretos a esa desconocida. Rompió los espejos de la casa uno a uno. Las astillas y fragmentos dispersos fueron un caos y el reflejo de un rompecabezas imposible de armar.
Parada sobre ellos, pisando destellos, y bordes amenazantes reflexionó que la única manera de encontrarse era en las cosas que le pertenecían.
Un ahogo enmudeció para siempre el grito que quiso escapar de su garganta.Tiempo atrás pensando que eran parte de otra historia; a muchas de ellas las había regalado.
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