El Fogón
 


Por Horacio Aranda

Un bastón blanco

Rogelio se apoyó en mi hombro derecho sollozando como un niño.
-¿Qué te pasa viejo, pregunté con curiosidad?
-Es una historia larga, contestó Rogelio.
-Contame si querés…

Rogelio es un muchacho cincuentón, exitoso en los negocios, con varios fracasos sentimentales y a pesar de todo, insistiendo en la búsqueda de su alma gemela.
Trataré de ser fiel a su relato con la idea de que quienes lo lean no incurran en el mismo error.

Caminaba Rogelio frente a la Plaza Flores y al llegar a la Basílica se sintió atraído por una joven, que en un pañuelo junto a su muslo derecho juntaba las monedas que los feligreses arrojaban. Según Rogelio, se acercó piadosamente, observando que la única carencia de la jovencita era la vista, del resto, había sobrante. Gentilmente se ofreció a ayudarla y satisfacer las necesidades de la invidente. Rosita con cierta timidez aceptó el noble gesto del caballero, quien la alojó en su departamento. El primer día, le compró ropa adecuada y anteojos oscuros para ocultar esos ojos lechosos que tanto le impresionaban. La joven demostró en pocos días una enorme capacidad de aprendizaje desplazándose por la vivienda con absoluta libertad. Cuando Rogelio salía de compras Rosita prefería esperarlo con la comida caliente, decía que le molestaba que la gente la mirara con lástima, sintiéndose más feliz en la calidez del hogar. Pasaron quince días sin un sí ni un no. Rogelio había prescindido de la medicación para la hipertensión y de los sedantes que de la mesa de luz pasaron al botiquín del baño.
Una tarde el dueño de casa debió ausentarse para realizar trámites bancarios. Rosita se aproxima y le pregunta qué desea para la noche. Rogelio, hombre de experiencia le dice: "lo que quieras Rosita, vos todo lo hacés bien." Esa noche cenaron canelones a la Rossini y bebieron un delicioso malbec. A la mañana siguiente Rogelio se levanta con resaca. Al acercarse al lavatorio se encuentra un estuche con un par de lentes de contacto, un bastón blanco y unas líneas agradeciéndole los regalos recibidos, en particular los anteojos ahumados que le quedaban mejor que si ella los hubiera comprado.

El Mago

Le decían Mandrake, para que hablar de su oficio: "o mais grande mago de América". Con su varita mágica hacía aparecer palomas, conejos, perros y gatos.
Si tocaba a una persona, esta desaparecía sin dejar rastros. Subiendo o bajando por el pecho del ayudante el extremo de la misma, lo vestía o desvestía en un abrir y cerrar de ojos. Pero una noche cometió un grave error, se paró frente a un espejo y comenzó a rascarse con su herramienta de trabajo. No fue brusca su desaparición, por el contrario su cuerpo comenzó a desdibujarse, quedando galera y varita sobre su mesa de trabajo, rodeadas de palomas y conejos.

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Por Dolores Fernández

Micro ficciones

Sentimiento
El corazón desbocado fue el comienzo, luego recobró el ritmo. Hoy apenas si palpita. Es que él es como un rayo. Sobresalta y se marcha.

El trato
Ayer la soledad llamó a mi puerta .Hoy desayunamos juntas.

Compañía
Un fantasma se sentó en mi sillón, se cobijó al calor de los leños, bebió mi vino y me dejó de recuerdo una jaqueca.

Desangelado
Allí estaba el escritor frustrado, empujando las letras hasta el borde del papel, dejando caer inertes las palabras.

Congoja
Era feliz juntando las estrellitas verdes que flotaban en el agua. Se desoló cuando le dijeron que eran las flores de la parra.

Despedida
Tropecé con mi sombra que venía de regreso y tuve que aceptar que el final del camino estaba cerca.

Entelequia
Durante este día no pasó nada más que el tiempo.

Espiración
Mi única compañía era el sonido de su sombra detrás de la pared.

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Por Edith Migliaro

Sobrevivir

El vivero estaba cargado de perfumes como todas las primaveras.
Las plantas de interior colgaban del techo, potus, helechos, protegidas del sol y el exceso de luz.
Sobre las largas mesas ordenadas por precio, las especies más delicadas y debajo de la ventana rota, las floridas como los rosales, jazmines, sólo faltaba una. En el piso varias macetas rotas, tierra esparcida, hojas y ramas rotas pisoteadas.
Al final del pasillo, en el patio, los plantines que formaban una alfombra multicolor, con huecos aquí y allá, fueron las principales víctimas del saqueo.
¿Quién robaría un vivero para llevarse solamente unas cuantas?
A dos horas de allí, en la plaza de un barrio marginal, un muchachito vendía pensamientos, alegrías y no me olvides, en su casa había dejado una hermosa madre selva que lo salvaría de otra paliza.

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Por Graciela Busto

La estatua de bronce

"La estatua de bronce es orientación en las costas de los mares. Te servirá de guía algún día", dijo mi padre.
La observo, se eleva sobre rocas y su escalera asciende hacia la cúspide iluminada.
Su edificación de simulados ladrillos delineados a la perfección tiene forma de faro marino. Las ventanas de cristales con luces giran como calesita en la penumbra.
Hace tiempo lo he olvidado" No quiero vivir de recuerdos", me dije. Pero hoy, sus palabras: "te servirá de guía algún día"...
"Necesito una guía en estos momentos", pensé con tristeza. Sólo sé que debo sacarle lustre y colocarlo en el mismo lugar. Al lustrarlo me enceguece y dice: "¿me necesitas?"...
"¿Los faros hablan?", grito con miedo.
El faro resplandece. Sus pies se desprenden de la base y camina hacia mí.
"No temas, siempre te observo, ahora salgo de las rocas para ir a buscarte. ¡Ah!, ¿pero no te lo dijo él? Soy un faro mágico. Ha llegado el momento"
Envuelta por un tobogán de luces me eleva y puedo ver todo.
"¿Qué ves niña?", pregunta
"El mar, las costas, el infinito, y la codicia e incomprensión de aquellos que mienten".
"¿Pero tienes la verdad de lo que piensas? ¿Vale la pena la lucha?"
"Vale la pena", respondo. Mi faro fuma su pipa, se rasca la cabeza.
"¡Ah, los humanos qué complicados!", me dice
"Sí, tengo un corazón que sufre, tú sabes".
El faro llora y su luz se apaga. Una niebla cubre mi rostro. Sueño con barcos, faros, y viajes hacia costas lejanas. Al despertarme encuentro la solución.
Me ilumina nuevamente, saca su pipa y con aire marino un beso brota de su boca.

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Por Marta Rosa Mutti

Las Palabras

-Ese hombre es peligroso.
-Es un pacifista, absolutamente. Ya sabés, la nariz perdida en los libros. Sí, tiene buena conversación, hay que ver cómo lo escuchan las pocas veces que habla.
-Tené cuidado, va armado.
-¿Qué decís?, jamás tuvo un arma en las manos.
-Así es, la guarda donde a pocos se les ocurre, por ejemplo, en la cabeza.
-¿Vos me querés molestar, hoy?, jamás lo vi usar gorra o sombrero.
-A las ideas no les calzan bien.
-No seas imbécil, no vas a perturbarme, vos y tu palabrerío, ¡por favor!
-Simple. Se cargan en la cabeza, se disparan por la boca y pocas veces se agotan.
-¡Lo conseguiste! ¡A ese tipo lo mato!
-No hace falta. Entender, mirar y después, ver.
-A ver, ¿cómo?
- No lo dejes hablar. Tampoco le permitas escribir. Le explotarán adentro.

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Por Anne Irene Blanes Duarte

Soldado

La luna iluminaba los húmedos pasillos de las calles londinenses, tomé la mano de Dan y me arremangué las faldas lista para salir de mi escondrijo. Nos habíamos refugiado durante varios días a la espera de una ayuda inexistente, porque para gente como nosotros no había esperanza ni socorro. Había sido una tonta al confiar en Will, él era como nosotros y no nos veíamos hace años, aunque fuera mi predestinado no se arriesgaría viniendo a Londres… las promesas valen poco cuando la "justicia" busca tu cuello. Sentía la cálida mano de mi pequeño hermano aferrarse a la mía como un náufrago a la madera. Desde hacia tiempo permanecía callado mirando al suelo, temía por su seguridad pero más por su propio espíritu, antes inquieto ahora ausente. Tiré de su mano, un par de ojos grises semejantes a los astros me miraron asustados, en un momento me di cuenta cuánto había crecido Dan y cómo las escapadas junto con el abandono marcaron su joven alma. Lastimaduras que no podría curar ni proteger no importa cuanto lo abrazase.
Terminamos debajo del viejo puente, éste conectaba el pueblo con los caminos que daban al bosque. El olor era insoportable, no existía lugar siquiera par apoyar nuestros pies descalzos sin que se mancharan por el barro y la suciedad. Hice una mueca cuando un pequeño animal me rozó el pie, me agaché a la altura del niño para acariciarle la mejilla cubierta de tierra.
-Todo va a estar bien, nuestros dioses nos protegerán- susurré para tranquilizarlo uniendo nuestras frentes.
-No ayudaron a papá - gimoteo - Nará… no quiero morir, no quiero que mueras.
-Tranquilo - supliqué abrazándolo- cuando dejemos Inglaterra estaremos a salvo, ya falta poco… puedo sentirlo, aquí - apunté con mi dedo la pequeña marca que tenía en el hombro.
-Tú no tienes poderes, no eres como mamá.
-No, pero te protegeré. Hazme caso Dan, cruzaremos Inglaterra y nos reuniremos con nuestra gente. El sonido de unas pisados me alertaron, con impulso di media vuelta cubriendo a Dan, si era un soldado no permitiría que lo viera. La oscuridad cedía dando paso a un anciano desgarbado, tenía sus ropas remendadas y un olor putrefacto lo envolvía.
-Muéstramela - pidió con voz seca
-Tú primero - exigí.
El mendigo estiró la mano callosa mostrándome la palma, una marca idéntica a la mía se alojaba en el medio. Asentí y mostré mi hombro, con una señal nos indicó seguirlo. Al principio lo hice, pero todavía mantenía oculto a mi hermano.
Caminé con cuidado, algo dentro mío insistía en tomar a Dan y correr en dirección contraria, pero necesitábamos de ese anciano. De repente perdí de vista a nuestro guía, el pequeño se aferró a mis faldas presintiendo algo indescriptible. No veía nada, la oscuridad se había vuelto total pero las pisadas a nuestro alrededor advertían que no estábamos solos, un dolor punzante golpeó mi cráneo y no supe nada más. Respiré con dificultad, tenía frío y el dolor se instalaba en mi cráneo. Cuando logré abrir los ojos una rabia sin nombre se adueñó de mí. Los barrotes de acero privaban mi libertad encerrándome en una pequeña celda de piedra donde apenas cabía mi cuerpo acostado. Del otro lado mirando con desafío un guardia jugaba con, lo que suponía, eran las llaves de la celda.
-¡Libérame!- ordené sin pensar presa de la furia.
- Claro, ¿y después milady querrá un paseo a caballo?- se burló.
- Mi hermano…- dije en un susurro recorriendo la celda- Demonios, ¡Dónde está Dan!
-Cálmate, así no conseguirás ningún acuerdo- me sugirió una voz tranquila.
Cerrando la puerta otro soldado entró, su apariencia era diferente a la del anterior. De pelo castaño y piel pálida, con ojos verdes, típicos de un niño pequeño que ha descubierto un nuevo juguete.
-James, vete, es mi turno de entretenerla - ordenó con autoridad.
Luego de que James se retirara agarró las llaves y abrió mi celda, por un momento de incoherencia pensé que iba a liberarme pero en vez de ello se metió dentro sentándose en el otro extremo. Alerta tanteé mi cintura buscando un puñal que siempre escondía en los bolsillos.
-Ah, buscas esto- dijo jugando con la daga entre sus manos.
- ¡Ladrón! - acusé
- ¿Me llamó ladrón una gitana? - preguntó irónico- Dime, ¿Qué demonios pensabas al portar esto?
-¿Quizás la muerte de un soldado?
-¡Tus hombres me han arrebatado a mi hermano!
La imagen de Dan apareció en mi mente, asustado y temiendo por su vida. ¡Lo había abandonado!, ¿Cómo pude ser tan tonta?, ese anciano nos había guiado a una emboscada. Mis ojos verdes se llenaron de lágrimas, con el rostro entre mis rodillas lloré en silencio por la suerte del pequeño.
Una cálida mano rozó mis cabellos, levanté la vista encontrándome con los ojos del soldado que entre mis llantos se había aproximado. Con furia, retiré su mano de un manotazo pero el se aferró a mi muñeca.
-Aléjate… - dije pausadamente a modo de amenaza, mis ojos se calvaron en nuestras manos, una cicatriz relucía en su muñeca. Esta vez fui yo quien jaló de su mano, la marca propia de un gitano resplandecía bajo las antorchas. Lo miré con asombro, el se levantó con calma mientras extendía su mano.
-Tu hermano esta en la celda continua Nará - comenzó mientras tomaba mi mano- Te dije que te encontraría.
-Sí, Will.

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Por Víctor Del Duca

Misantropía

De repente concebí la absurda idea de ser un dios para amanecer en la intrusa concepción que propone el caos. Para dicho emprendimiento abandoné las artes, la filosofía, la metafísica, el perdón y hasta algunas aisladas escaramuzas que supieron brillar ante una cruel oscuridad harta de fuegos. Olvidé todo: mi nombre, mi voz, mi caridad humana, mi inocua reputación.
Recordé que no hay espacio para la muerte y que el dolor es tan sólo un capricho del olvido. Escalando nombres divisé la cima. Poco a poco me fui instalando en ese bosquejo ilimitado de seres incunables. Un precario sol, por la ventana, anunciaría el fin de los tiempos.
Severas bestias de incandescente acero serán la profecía. Pronto el universo anclará en el puerto de la más absoluta desolación para luego madurar en lo inconcluso de mi frente. Un incierto enjambre de estrellas evocará sabiduría. Ya los libros no dependerán más del ojo ausente de Odín. Porque una prolongada siesta será la misión. Los hombres dejarán de ser quiénes son para ser misantropía. Brindarán por la prosa que se repite una y otra vez en el equilibrio de mi existencia. En esta corrupción que propone el caos seré una enfermedad latente, un grito sordo, un nacimiento discreto pero fatal. Todo será diferente, hasta yo. El hambre cumplirá su cometido.
Un insólito decálogo de iones quietos olvidará este infame fragmento de la historia. Ya no importa que rían de mí, soy ante la hiena el primer servido. Procuraré, para bien de todos, demorar mi ausencia en el pasado para que lluevan súplicas en el remitente de mi sepultura.
Hoy lejos del llanto me ocupo de la arcilla: para moldearla, para darle forma, gracias a mí los hombres dejarán de ser quiénes son para ser misantropía.

Pero basta ¿Para qué mentir? Los dioses me han plagiado en el preciso instante de su perversión cobarde, me han dejado correr en el ritual de aquella augusta decadencia. Han reído de mi ¿quién no ha reído de mi? Olvidé las artes y la ciencia, olvidé mi nombre y mi ajena reputación, todo para salvarme, todo para salvarlos. Pero no…pero no. El veneno es mi consuelo ¡Cuánto divagar para estallar en el círculo de lo renuente!
La espantosa noche difunde la claridad del día. Soy la esperanza del secreto mejor guardado. Soy quien retorna al sudor de la conciencia. Un pobre desenlace me aguarda agazapado desde el rincón más sucio de esta fragilidad que sabe a tumba. Un meticuloso rubor en las encías es suficiente para que mi diente de cordero sepa que hay lobos dispuestos a perdonar.
Las bestias de incandescente acero no fueron más que una apócrifa pitonisa desfigurada por lo externo. Sin que nadie lo advierta dejo caer la pluma, dejo cerrar mis ojos y sin gravitar siquiera dejo que lo absurdo me devuelva la vida.

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Por Silvia Santilli

El hombre está solo, o se siente solo

Ya Aristóteles decía: "el hombre es un ser social."
Y… a García Márquez le preocupaba la soledad del hombre latinoamericano, al que consideraba solitario con dificultades para la comunicación.
Sabemos que el hombre está hecho para vivir y desarrollarse en sociedad, la relación entre ambas son esenciales para la comprensión del otro.
¿Qué ocurre cuando se dificultan esas relaciones?
Se produce el sentimiento de soledad. Este sentimiento está ligado al aislamiento, a la noción de no formar parte de algo de no participar en la realización de un proyecto.
Nosotros en algún momento hemos vivido esta soledad, otras veces la hemos buscado porque nos ha invitado a participar de nuestro yo interno, y otras veces hemos huido pues no ha asustado y hemos temido quedarnos presos en ella.
Qué ocurre dentro de esta sociedad cuando no podemos integrarnos a una red que comparten intereses comunes, donde los medios de comunicación nos invaden y vemos la pérdida del sentido de la palabra, nace la soledad social.
Debemos replantearnos la manera como vivimos dentro de este mundo.
El hombre es el único ser que se siente solo y que anda en busca de otro.

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Por Luis Elorriaga

En el jardín

El día era tórrido. Al regresar, se cambió y fue rápidamente al jardín.
El rosal, mesurado aunque firme, le dijo: "gracias, muchas gracias por tu gentileza, el agua es tan necesaria, es fuente de donde brota la vida".
Sorprendida, saltó hacia atrás, pero se recuperó ante el gracioso movimiento de los pétalos por la leve brisa, que parecían sonreír. Luego, dijo: "sí, aprecio la presencia verde y colorida de todo el parque (lo de parque sonaba a grandeza, en realidad era un estado interior delicioso que disfrutaba con intensidad).
Cuando casi había terminado la tarea, el jazmín también habló: "eres muy generosa, tiene razón mi amigo el rosal"; más allá asomó la rama mayor del ciruelo, que con su sombra cubría parte del parque y dijo "estoy de acuerdo, te portas muy bien con todos nosotros".
Atónita, no salía de su ensimismamiento y asombro. De pronto una voz la arrancó del sopor interno: "mamá, mamá, te estoy llamando hace rato" y a continuación: "Daniela, te llamé antes, te pregunté si ponía la mesa para cenar, ¿me escuchaste?"
Lentamente, sin contestar, volvió sobre sus pasos, acomodó la manguera, entró en la casa, saludó a ambos y se dispuso a hacer la cena.

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Por Adolfo Velázquez

La Flor y el Canto del pájaro

No es hora ésta, ni tiempo creo, para hablar de pseudo literatura, ahora es…
Hora de cocaína, de alcohol, de balas que matan inocentes, que nadie pagará.
Estamos en el gran Buenos Aires, Buenos Aires, Capital de la Argentina,
Latino América de Sudamérica, o sea...Busco la flor y el canto del pájaro en la rama al amanecer. Sólo encuentro mugre, decadencia. Busco el brillo de unos ojos azules, que supieron mirarme bien. Ausencia y una copa vacía.
Me busco hoy como hace un tiempo y no me encuentro. Soy una intención más...
Nuevo siglo, estamos en el nuevo milenio, se supone que crecimos. Media humanidad sin agua y con hambre. El futuro somos, y ni el presente resolvemos. Patéticos veremos quién nos apaga la luz...

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Por Marcelo Beron

Piedra libre para todos mis compañeros

Esa mañana, sentí aroma a navidad en la cama. Tibieza. Esa sensación que en otro tiempo me acunó. En el almanaque decía: "el día que vos realmente querés, ningún número, ni mes ni año". Era un día de vísperas, expectativas en espera de felicidad dando vueltas en el aire. Ansiedades de abrazos de tíos, primos, abuelos, padres preparando el agasajo de esperanza. Mesas repletas de cosas ricas que habían preparado entre todas las mujeres de la familia. Veinticuatro horas de sonrisas, chistes y juguetes - mejor no digas nada de eso mi amor en la mesa, tengamos la fiesta en paz - Perdonaban los perdonados y viceversa. Todo quedaba olvidado, todo en el olvido, hasta el comentario de mamá por una mancha agachada que nos esperaba en el parque de esa casa vieja.
Al mirarla de lejos la veía como un pulpo donde todos encontraban refugio cuando lo necesitaban y no sentían el perfume de días como éste. "Parar, retroceder, y empezar", era lo que decía un cartel al lado de la casita del correo, Al leerlo el miedo trepó al corazón. De repente comencé a correr, perdido en laberintos, en cada paso la misma pregunta ¿Cómo cambió todo tanto?, ¿por qué empezamos a correr?, si nadie había gritado mancha. Y de repente eran cientos, miles. Corrían se golpeaban unos contra otros, ya no conocía a nadie. Se empujaban mareados y caían. ¿Dónde está la casa de este juego? Y el grito salvador, "piedra libre para todos mis compañeros", "¿Será mancha venenosa?". Los que juegan este juego no tienen caras felices, corren y no pueden parar, sólo saben que el que abandona pierde y en sus ojos se lee, ¿"mirá si voy a perder yo?" Mientras que con una sonrisa se impiden el paso.
Transpiración, más vueltas, una oleada fresca entra por la ventana se abren los espejos del alma. Pesadilla y realidad, ¿cuál era cuál? Miré el orden, olí y descubrí el jazmín. Recordé que lo había plantado junto a la ventana, reí loco, del loco sueño. Traté de recordar detalles. Armé imágenes. Los sueños, sueños son. Recordé que no había que abandonar, sólo retroceder y empezar de nuevo. Llegó la carta. Pero que absurdo eso es perder, poner en juego esta sensación, mi cama, su calor. Yo me la gané. Corriendo. Perder el premio final por llegar tarde ni loco…Ni pensar… ¿Cuál es en realidad? ¿Quién lo entrega y dónde? La fiaca me dejaba pensar, justo que el reloj del living daba las siete y apuró en el hacer. Puse el agua para el desayuno, me cambié, corrí a tomar el tren. Verdaderos laberintos. Mientras pensaba cuánto necesitaba para los regalos de navidad, ahora tan cercana. Con más horas extras tal vez llegue. Igual la mesa es chica. Mejor, menos dinero. Encargamos en la rotisería, brindamos, seguros en casa… El sonido del tren apuró toda la cuadra. Mi reloj decía que llegué tres minutos antes, hoy. Mis pies se frustraron. Lo vi irse.

Si corría llegaba al colectivo de y veinte. Mis pisadas se mezclaron sin saludos con las de otros que también corrían para llegar.

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Por Maurcio Koch

Éxodo

Se distrajo un segundo y el cuchillo siguió de largo. El dolor le hizo apretar los párpados. No se animaba a mirar. Al fin, abrió los ojos y confirmó sus sospechas: el corte era grande, cruzaba en diagonal toda la yema del índice. Sin embargo, no sangraba. Ni una gota. Sabía que no podía ser, que una herida así debía sangrar, y mucho. Pero esa sorpresa fue pronto desplazada. Porque lo otro no tardó en aparecer: abrió la carne como quien descorre un velo, se afirmó con las patas al borde de la herida y salió. Él acercó lentamente la mano hacia sus ojos. Lo que tenía en el dedo no se movió del borde de la herida y parecía atento. Asqueado, estaba a punto de sacudir la mano cuando un nuevo movimiento lo detuvo: otras patas asomaron por la herida, y el primero de ellos colaboró con las suyas para ayudar a salir al segundo. Sin perder tiempo, se ubicaron uno a cada lado de la herida y empezaron a sacar, de a uno por vez, a otros como ellos, que cada tanto relevaban a los anteriores y colaboraban con los siguientes. Ya llenaban toda la palma de la mano cuando la molestia, mezcla de ardor y picazón, que sentía hacía un rato en los pies, y a la que por obvias razones no podía prestar atención, se volvió insoportable. Sin desviar la vista de su mano, estiró el otro brazo para sacarse las zapatillas. Pero al llegar abajo, su sentido del tacto se topó con algo que lo obligó a mirar. Miró, y vio lo que vio: donde antes había pies sólo quedaba piel, una piel escurrida y arrugada como un hollejo despreciable. Aún había talón, pero el proceso avanzaba. Con la calma lúcida del que sabe que está todo dicho, montó una pierna sobre la otra y se abandonó a seguir con la vista la trayectoria de su vaciamiento. Centímetro a centímetro, en línea ascendente y tenaz, vio borrarse a su tobillo, su pantorrilla, su rodilla. Se preguntó por qué a él, y tuvo tiempo de responderse que a veces las cosas simplemente suceden, y es absurdo resistirse. Cuando volvió a su mano vio que muchos de ellos, que para entonces eran cientos, habían saltado del brazo hacia la mesa y se alejaban en distintas direcciones, de un modo decididamente anárquico: algunos trepaban objetos, otros parecían buscar la manera de bajar al piso, otros, los menos, permanecían aún al borde la mano, indecisos.
Fue una muerte lenta. Así como su cuerpo, su conciencia fue mermando hasta apagarse. Antes que todo cesara, le pareció notar que ellos, quizá intuyendo el final y como gesto de despedida.

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Por Adrian Merel

Carta para Maira

Muchas gracias por la hermosa carta que me regalaste. Es muy valiosa para mí, al igual que vos y no hace falta que yo sea tu hermano mayor, porque soy tu amigo mayor (por no decir viejo) Y como ya sabés, aunque suene a frase hecha es muy cierto que los amigos son hermanos que se eligen. Si querés un consejo por experiencia propia, no esperes a que la niña fantasma se esfume, dale la mano y vayan juntas por la vida, hacete amiga y enseñale a crecer. Contale lo mucho que valés aunque algunos días te reflejes en espejos deformantes. Hablale de los caminos que soñás volar, juntala con las cosas que te hacen sentir bien y si molesta mandala a dormir porque ella es una niña y vos ya comenzaste a viajar a bordo de un alma de mujer. Intentá todo lo bueno que te propongas siempre , porque no importa el resultado sino que lo vuelvas a intentar, sin tropiezos ni errores no hay vida porque no hay crecimiento y las cosas que no cambian de lugar terminan por marchitarse y morir.
Pero no olvides nunca que a tu vida la construís vos, al destino le proponés rutas vos, y el futuro es solo una idea que se define en lo que hacemos en el presente.
Tenés todo por hacer, seguí para adelante con la escritura inventando escalones porque sos muy talentosa, y abrazate a la vida porque a pesar de lo muy dura que sea, a veces vale todas las penas y sin que le pidamos nada nos regala cosas hermosas que duran lo mismo que el hoy.
Amén (¿No parece un sermón?) Un abrazo para mi amiga menor.

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Por Claudia Guala

Silencios

I
Disimularon un encuentro en un sitio conocido por ellos. No los invadió la emoción, quizás la sorpresa. Ella lo espera…lo ve llegar, le sigue gustando pero ya no la ilusiona.
En ese lugar se sumaban las voces, las preguntas sin respuestas, los silencios aturdidos por el alcohol que comenzaba a trepar.
¿Quiénes eran ellos? Si ELLOS. Los que se buscaban en algún que otro momento solo para no perderse. Bebieron la última cerveza. Ella ya no tendría que estirar su brazo en la cama para sentir que él seguía allí. Caminaron. Se abrazaron con fuerza en la esquina de Perú y EEUU.
¡Nos vemos! ¡Nos hablamos! Cuidate…

II
No hay otro medio que nos complete. No hay nadie que pueda llorar o reír por vos, sentir alegría, tristeza, angustia, sin que te roce. Pero sólo hay alguien, que se prende a tu alma, recorre tus caminos internos, habita en tu mente, palpita en el medio del cuerpo.
Ese alguien sólo consigue un milagro, amarte y que lo ames, más allá de todo, sin tiempo, ni espacio, sin mañanas, ni pasados…

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Por Norma Vinciguerra

Eclipse de Luna

- Esta noche hay eclipse de luna, dijo la tele. - Anuncia la vecina, desde su ventana. Digo sí con la cabeza mientras ofrezco una sonrisa complaciente y me despido.
Ella baja las escaleras. - Estoy lista. - Me dice. Ese vestido negro destaca más su belleza. La luna de miel en Río, los viajes a Europa, una mujer hermosa, soy un hombre de suerte. Invertí todo en este negocio, no puede fallar. Estoy seguro de ganar.
¿Qué son esas voces?, ¿Qué pasó, con mi cama mullida, con mi casa, con mi mujer, los viajes, la vecina? Me voy, a esta hora el parque se pone imposible. Enrosco la frazada para ponerla en el carrito, guardo las monedas que dejaron mientras dormía en el bolsillo todavía sano.
-Disculpe - Le digo al hombre que accidentalmente choco. Él se separa de mí con desprecio. Hace un año atrás me hubiese devuelto las excusas. Mejor sigo, quiero llegar al basural antes que levante la temperatura, tal vez encuentre algo aprovechable. El calor que hace no es normal para esta época del año, seguro que llueve. Los patrulleros rodean el lugar, al acercarme un agente me da la señal de distancia, me desvío, no quiero problemas y vivir otra vez la experiencia en un calabozo. - Debe ser alguien importante. - Comenta uno. - Por eso tanta vigilancia.-Contesta otro.- Tienen razón el despliegue no es habitual, siempre andan de a dos, controlando si alguno fuma o vende merca para pedirle coima. Aprovecho que se mueven para correr detrás del chico que se lleva un souvenir. Me acerco y lo veo. La cinta amarilla con letras negras rodea el cuerpo tendido en la tierra boca arriba, los ojos vidriosos, la cara cubierta de polvo con expresión de miedo, un círculo rojo se dibuja en el pecho, camisa blanca, traje azul. - Sacá a esos perros, que contaminan la escena del crimen. - Grita un policía de civil a otro de uniforme. ¿Robo o ajuste de cuentas?, sería la pregunta en las noticias. Como si la diferencia cambiara algo. El infeliz está muerto. A mí me perdonaron la vida, quiero decir no me mataron. Qué lejos estoy del sueño de anoche. El viento hace remolinos con la basura. La soberbia, el orgullo, el poder, el dinero, desaparecen en segundos con un disparo. ¿Quién es el infeliz? Las nubes oscurecen el cielo y condensan el aire. Me marcho a buscar un refugio antes de la tormenta. No sé que espero, tal vez un eclipse de luna.

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Por Sandra Laino

Cenizas del pasado

Ella nunca creyó en mí. . Pero ahora por fuerza mayor no le quedó otra alternativa que entregarse. Buenos días, ¿cómo se despertó hoy la mamita más hermosa del mundo? Vamos, arriba haragana, tenemos que ponernos lindas, hace mucho que no vemos a Sergio y a su familia. Quiero que todos comenten lo bien que te cuido y que las dos podemos solitas, sin ayuda de nadie.
La caja de cuero donde papá guarda sus nostalgias gastadas será perfecta para el frío, él no notará que la tomamos prestada. ¡Hace tiempo que ya no nota nada, tan desinteresado está de nosotras!
Muy bien, al parecer te estás guardando todas las palabras para mi hermano. No importa sé que cuando lo veas el brillo volverá a tus ojos y no podrás dejar de hablar. Creo que el terciopelo cárdeno combina estupendamente con el cuero negro, es sin dudas de lo más elegante. Para mí el vestido azul con el abrigo gris y por supuesto los guantes negros, no salgo sin ellos los días muy fríos de invierno. Y este invierno estoy sintiendo más frío que nunca. ¿Qué dices mamita, podremos con él?
Fui por el auto, acomodé la caja en el asiento y ambas nos colocamos el cinturón de seguridad. No quería perderla otra vez. Durante el almuerzo nadie le quitó la vista de encima, aunque ni los chicos le dirigieron la palabra. Me pregunto si advirtieron lo bien arregladas que estábamos, yo con mi vestido azul, ella con su cinta de terciopelo. ¡Y tanto empeño que le pusimos, mamita!
Mi cuñada Cecilia insistió en que mi hermano debía ayudarla en la cocina, cuando nos dejaron en el comedor los niños no hacían otra cosa que mirar de reojo la caja y reírse entre ellos. Me puse incómoda así que acercándome a la cocina, escuché como Sergio le preguntaba a su esposa qué debía hacer. La muy cretina le exigió que me sacara de la casa, no me quería un segundo más cerca de sus hijos.
Siempre supe que no le caía muy bien pero nunca creí que fuera para tanto.
Cuando estaba juntando mis cosas tratando de distraer a mamá para que no oyera, Sergio volvió, me tomó del brazo y dijo que tenía que acompañarlo.
En menos de un minuto estábamos en su auto, todo fue tan rápido que no pude despedirme, además dejé la caja en el sillón.
Bajé el vidrio de la ventanilla para avisarle a Cecilia, ella ya estaba afuera desesperada con la caja en las manos, pero Sergio arrancó y lo único que pude hacer fue gritar mientras nos alejábamos de la casa: "¡Cuiden bien a mamá!".

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Por Julia Mansi

El viejo alambrado

Casos inciertos atiendo periódicamente en mi consultorio, analizar éste en forma especial, perturba mi horizonte e inclina el cuadro de mi graduación como psicoanalista. La paciente es tratada también por otro especialista, su estado reclama medicamentos, junto al pedido de auxilio de la niña que fue abandonada y necesita de un reencuentro.
Entre pitadas puedo conciliar el sueño nocturno, por pocas horas. El llanto me desborda.

Es una joven depresiva, entrando en la cuarta década, con miedos, el principal, miedo al miedo. Delira con una familia, para no sentir el peso de la soledad. Antes sólo venían a enfrentarla después de su trabajo, ahora la molestan siempre. Día tras día la consumen.
Su lugar preferido de niña era entre el frente de la casa y el alambrado. Otras de su edad en condiciones menos precarias disfrutaban junto a compañeritos, el jardín. La falta de cálidos alimentos lo atenuó con la goma de un chupete sin sabor y resquebrajada.
La melancolía habitó en sus grandes ojos negros, buscó cálidos brazos, como el sol cuando aprieta el horizonte. Esos brazos ausentes, estuvieron anudados a una botella.
-Sabes que debes jugar hasta acá -dice la madre- y no debes salir.
Ella vivió en un mundo pequeño, con sueños precisamente, no de princesas porque nunca se lo habían contado, ni duendes, sólo atendía a su bebé, un muñeco de tez blanca y ennegrecida como su carita. Estuvo rodeada de botellas vacías, ropa tirada por el suelo, cartones apilados, con ansias de saber, lo investigaba todo.
El filo de una lata cortó la palma de su manita, sangró la herida hasta sola curarse.
Con la mirada perdida, se levantó y sujetándose la bombachita, apoyó en los alambres la lengua y saboreó su lacra. Tocan los dedos manchados de nicotina, un óxido de antaño. El viejo alambrado grita. Se mira la cicatriz, pensativa sale a caminar.
Mira la calle, las personas y a los muchachotes que juegan a la pelota, los mismos que aquellos cuando entraron, tras la pelota. El dolor no calla. Unos bracitos piden que la alcen. Ella dice no, como otras veces. Sale sin ver las pequeñas lágrimas que ruedan por la mejilla, las mismas caen por la suya, más espesas.
Sus manitos aprietan el instante y quieren asir esas más grandes que indiferentes se alejan.
La angustia resurge. La aprisiona. El chupete cae del otro lado.
Se detiene y lentamente da la vuelta. Hay un alambrado a punto de caerse, años que ya es ocupado por una pared. Ahora es su mano la que le alcanza el chupete sin lastimarla. El miedo es absorbido por un presente y cicatriza en la nueva piel.
Se abre la puerta del consultorio. Lentamente camina hacia el escritorio donde alguien la espera. Con la mirada recorre las paredes, sonríe cuando su cuadro toma la posición normal.
Siente un tierno abrazo y calor en el pecho. Un chupete desaparece entre los papeles del cesto.

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Por María Mantovan

Historias de Baúl

Entre finos rasos, sedas y tules un ángel emerge del vestido de novia prolijamente bordado. Sorpresivamente conserva su blanco esplendor a pesar del tiempo transcurrido. Los recortes, frunces y puntillas acompañan largos lazos que sostienen un ramillete de rositas rococó. Un peinado de época que apenas asoma debajo de una capucha de seda que se prolonga en una larga capa de tul con cola. Conserva tu perfume, característico de toda pertenencia. Cierro mis ojos y te siento.
Y el traje…también está impecable, guarda las curvas de su dueño, que también dejó su corbata, esa que ceremoniosamente representó el gran acontecimiento y no se alistó nuevamente.
El ajuar en realidad lo que queda, algunas toallas de lino blancas con finas vainillas bordadas a mano como correspondía hacerlo por aquellos años, manteles y sábanas muy elaboradas y tan especiales como para continuar sin usarlas.
El cofre de madera con una llavecita artesanal con las cartas de ese amor que juró durar hasta que la muerte los separó.
Me atrevo a una foto dedicada de tu amor "a mia fiamma", e imagino que me dijeran algo así, que bello ser inspiradora de una pasión. Siento cosquillitas en el estómago, nunca lo habría imaginado. Fotos de familia, estampitas, medallitas, tarjetas de cumpleaños. Fotos impresas con fecha de nacimiento y muerte, que nunca entendí como podrían haberlas impreso en vida, hasta que supe que por costumbre luego de una partida se elegía una foto, que algunas veces había ya seleccionado el actor, como si fuera un souvenir a repartir luego de los acontecimientos. No sé que hacer con ellas, me deshago, guardo todo…
He aquí los bellos guantes negros calados que alguna vez divisé de niña y ví en alguna ocasión en una foto, dentro de la cartera que te regalé con mi primer sueldo. Mi primer mechoncito de cabellos dorados, aún en su sobre original. Cada objeto hallado en él, cuenta una historia, la magia que emana al abrirlo ofrece una seducción especial. Podría detenerme observando cada pieza sin medir el tiempo. Todo te describe, desde la juventud hasta tu partida.
Una vez más estoy frente a esta realidad envuelta en la seducción de los recuerdos, una vez más los abro, una vez más me pregunto qué he de hacer con ellos, pues una vez más llego a tus más profundas historias lejanas. ¿Y esta vez? …vuelvo a cerrar el baúl.

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Por Patricia Moltedo

Generaciones amortajadas

Baja del barco, la pobreza la lleva en la ropa, mientras el tac-tac, de los remos marcan el camino y la esperanza en las barrosas aguas, al fondo el puerto con necesidades inadvertidas. Fantasmas de manos que piden… sólo piden amor… se estiran, se estiran…y se pierden del otro lado.
La madera aparca y otras manos tocan manos que las transportan. Vienen de lejos.
De lejos, tan lejos como la distancia en carro o caballo permiten. ¿Cómo los habían traído hasta aquí? Repentinamente, de los pelos, acorralados. Los jinetes, con pelambre y barbudos, con gorros rojos, rojos, como la sangre que chorreaba formando viejos caminos en los muros.
La madera de la tranquera, negra y gastada, por tramos con manchas ocres. Había quedado atrás al igual que la mirada desmesurada de los niños. Todo por unas palabras, un comentario.
Por las huellas dejadas por los carros, rodaron cabezas, como naranjas.
Ahora, el lugar, cerrado y húmedo, con paredes tristes y grises, que es lo mismo. Muestran las manos, las marcas de los dedos, huellas digitales, eternas testigos.
Esperaban, esperaban... el sol brillante o el brillo final.
El brillo final de la luz contra los ojos. Infinita, que todo lo abarca y todo lo quema. Esa lámpara eléctrica, hace que directo a su cerebro, schokee.
El mismo shock que sintió en esas reuniones "under", secretas, revolucionarias. Igual pero distinto, él hizo correr la sangre de los chicos y sus madres por la pared, en digitales caminos, luego de la explosión.
Después fue esconderse de las sombras que él mismo llamó tiranía, pero, no importaban. La verdadera injusticia la llevaba en la sangre en su progenie hasta que la luz lo encontró. Manoseadas, transpiradas paredes, van marcando la historia.
La historia de dos criaturas sin edad, que contra cualquier sostén, una chapa, una pared, ignoran aromas y sudores, aspiran el polvo, la esencia y beben hasta olvidar el eterno abandono paterno. Procreando sin sentido. Esperando, esperando... el amor de sus padres, que no ha llegado y ya es tarde.

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Por María Leone

Recordando a Don Gauna

Estábamos allí, parados ante la puerta de ingreso a la terapia intermedia de la clínica. El médico nos había dicho que sólo le quedaban horas, quizás días, habían sacado los tubos y desconectado los aparatos, para que así, manso, como siempre, esperase el final. Su hija se había ido a descansar un poco, eso nos permitió pasar más tiempo cerca de él. Seguíamos en silencio y así me permití recordar esos diez años de relación laboral que nos unía. Lo conocí la primera vez que tuve que ir a la obra en construcción, a pagar quincena. Hacía poco que yo estaba en la empresa, y en la primer mirada que había echado a los legajos, me llamó la atención que la mayoría de los obreros venían de la provincia de Corrientes. Se había formado la fila para cobrar, y en eso estaba cuando se adelanta una señor mayor, parecía, no lo era, y se saca la gorra, gesto que tomé de respeto, e inclinó la cabeza a modo de saludo. Cundo pregunto el apellido, para buscar su paga, me dice Gaona, enfatizando y alargando la ó. Busco y no le encuentro. Le explico que tengo a un Gauna. El dice sí, Gaoona. Yo Gauna. El Gaoona. Al final me di por vencida, concluí que en "correntino" la u se dice oo y basta. Esa persona, con su estatura mediana, delgado, cara triangular, ojos pequeños, cabello ralo, la piel ajada por el sol, de andar lento y manso, que se había ganado el respeto de patrones y compañeros, atrajo especialmente mi atención. La necesidad de ordenar su documentación me permitió, legalmente, enterarme de sus cosas. La ficha decía soltero, tenía muchos hijos, más de seis creo recordar, todos con la misma mujer, Doña Tránsito, y curiosamente nacidos en los últimos meses del año. ¡Pero qué hombre!, me dije, se va de vacaciones, engendra un hijo, y se vuelve a la ciudad a seguir trabajando. Y el año que no nace uno será porque Doña Transito tomó precauciones o, simplemente hubo mala o buena suerte, según se quiera interpretar. Seguí sacando cuentas y pensé, si se casa, cobrará la asignación por matrimonio y todos los meses el salario familiar por esposa, es plata, voy a sugerirle, con delicadeza, claro. La oportunidad llegó cuando trajo a su hijo de 18 años, para ingresarlo a trabajar. Aquel diálogo fue corto y loco: -Don Gauna, ya que lleva tanto tiempo con la mamá de sus hijos, porque no se casa y cobra el salario-, su respuesta:- Nooo señorita, el matrimonio es cosa seria, hay que conocer muy bien a una mujer, para casarse con ella.- Pues logró dejarme muda, sin saber si soltar una carcajada o tirarle un zapato por la cabeza. Después me acordé que no hay que opinar, si nadie pidió opinión y me reí hasta cansarme, mientras repetía, se llenaron de hijos pero no se conocen ¡qué bueno! Gauna campeón, gritaría alguien. Llegó a la empresa como ayudante de albañil, y se iba, manso, jubilado de lo mismo. Y ahora, su patrón, así lo llamaba él, y la entrometida, lo estaban acompañando un rato, un último rato, y con palabras mudas, no pude dejar de preguntarle ¿Don Gaoona, realmente, no llegó a conocer bien a Doña Tránsito? El seguía en su propia nebulosa, quizás haciendo su balance, sin importarle mi curiosidad. Después, sacándose la gorra, inclinaría la cabeza, agradeciendo, manso, nuestra visita.

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Por Analía Spataro

El lenguaje de las señas

Un silencio creado entre dos personas. Una mano que se aleja hacia distancias que no miden lo mismo. No se trata de hablar. Ni tampoco de callar. No hay lenguaje en los finales del amor, pero si hay, un volver hacia atrás para unir las piezas de la primera palabra.

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Por Carmen Florentín

Esperarte en las manchas naranjas

El cielo estaba raro, vos me miraste y me dijiste "¿Viste una nube naranja?"
"Cuando me vaya voy a elegir una porque no me gustan los lugares comunes".

Esa mañana me levanté, sentí que el viento me avisaba algo, el sauce llorón movía sus ramas como vos movías tu pelo. El agua picaba sobre el muelle y salpicándome te sentí.
Desde lejos una radio anuncia tormenta, un rostro aparece entre el remolino de las hojas y no hizo falta que dijera nada, le pregunté: "¿Qué sabes de ella?"
"Murió y se fue", dijo.
Levanté mi vista y vi nubes naranjas. Ese día te dije: "si tú te conviertes en nube yo me tiro al agua".

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Por Reneé Rodríguez

Cosas que han perdido su poder

I
Debía encontrarme con amigas de juveniles años de estudio y sin gastar, quería lucir elegante.
Busqué en el ropero: corrí perchas, abrí puertas, cerré otras, y muy apretado entre la madera y un grueso sobretodo estaba el abrigo que necesitaba. Un excelente sacón, que pese a los años, se mostraba novedoso. Pollera negra, camisola de gasa y mi hermoso sacón.
Me veía bien y me sentía divertida. Lucía perfecta frente al alto espejo. Me observé de frente, de perfil, introduje mi mano en el bolsillo y mis dedos se hundieron, atraídos.
Todavía guardaba algunos granos de arroz amarillentos de aquel día, uno de nuestros mejores de tantos y tantos días plenos. Cuando volví sobre la figura que me devolvía el espejo, la hallé sombría y dolorosa.

II
Es una silla vacía.
Es una silla que ya nadie ocupa, como dice el poeta. Su dueño partió.
Ya no regresará a ocuparla. Ella está como testigo fiel de su paso por el mundo, al cual le dejó raíces, vínculos, enseñanzas y un profundo dolor de ausencias.

III
El perfume del jazminero me envuelve. El cielo está azul, la tarde diáfana, el canto del zorzal, lejano. Mi alma tempestuosa, quiere volar, untada en la brisa de jazmines, con los acordes del zorzal, hacia el cielo azul.

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Por Camila Vázquez Garriga

Presencia Vacía

Silencio. El ambiente en la habitación es tenso, el matrimonio había discutido fuertemente. ¡No!. Definitivamente su hijo mayor Fred no irá a la guerra. "Tan solo tiene dieciocho años", esas fueron las últimas palabras de la madre antes de sumirse en un silencio sepulcral. Su esposo, sin responder le sigue el juego y no vuelve a pronunciar palabra, tan sólo toma el periódico y se dispone a leerlo. Nora, católica y fiel a la Biblia y a la Iglesia, toma el evangelio y comienza a rezar y repetir frases dichas por el Señor.
La guerra se aproximaba más rápido de lo que muchas personas pensaban. No hay tropas suficientes para combatir a los británicos. Haber izado la bandera Argentina en las Islas Malvinas fue una completa locura. Habían intentado mantener el país distraído por los desastres que se sucedían en el gobierno.
¿Alguna vez seremos lo suficiente racionales para pensar antes de actuar?...
Llamarían a los jóvenes de cada familia, cientos de personas no regresarían, ¿A cambio de qué?, de sólo sangre y vidas perdidas para ambos bandos.
Eran las diez de la noche, pronto llegaría Fred de trabajar, ¿Quién le dará la noticia?, ¿Cómo reaccionará?, y lo más importante, ¿Volverá con vida? Sólo Dios lo sabe, pero realmente sin él la casa no tendrá calidez, estará vacía, faltaría su presencia, la razón de sus vidas, su hijo Fred.

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Por Graciela Ruffini

Vuelo hacia mi niñez

Las ansias de atrasar el tiempo, abandonar la monotonía cotidiana que día a día desgasta mi vida desvanece la esperanza, solo un sueño invisible podría otorgarme ese vuelo hacia mi niñez, ¡qué tiempos! Mi muñeca de porcelana ¡cuánto la extraño!, la rayuela, el veo veo, la mancha, los amigos, compañeros de travesuras ¡qué magnífica locura! Llega a mi mente la vieja estación Victoria ¡cuánto esperaba! ¡ya lo veo! el humo flotaba en el aire formando nubes blanquecinas arrastrando varios vagones. El sonido de la campana anunciaba la partida destino Garín, un lugar de campo donde viven mis abuelos maternos. ¡Abuelo, Abuela! ellos salían al encuentro, un beso, dejaba mis cosas y... a jugar, ¿abuelo puedo entrar a la carpintería?
-Sí - y en pocos minutos todo estaba revuelto, más tarde el arenero ¡qué susto le di! salté entre dos pilones de madera y me caí, - ¡estoy bien, estoy bien! -, soporté el reto pero...volví a subir, jugaba a las cartas, a las bochas con mi abuelo, así pasaba el día, cuando escuchaba: - ya nos vamos…
¡qué bronca! ¡cuánto lloraba! regresaba a casa esperando el próximo domingo.

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Por Ana Zamulko

Despedidas

A Mariano Ianetta
in memoria

Estás tan bello, tan sano. Tu pelo renegrido, tu gesto afable. Rodeado de todos tus amores antiguos y actuales. Abrigado por lágrimas verdaderas. Acariciado nunca lo suficiente ya que es Eterna y sola la eternidad. Las flores languidecen adoloridas ante tu partida. Te fuiste, te arrebataron. Tu matador en su profunda oscuridad te envidia. Esos negros agujeros por donde se escurrió tu vida clausuraron la posibilidad del olvido y el rencor.
Tu matador no tendrá la tibieza de tu cerco de amor cuando su camino -sendero-huella se borre, sin memoria, en alguna esquina imprecisa, sin mañana, como te dejó a vos.
Tu luz seguirá abrigando a los despojados de tu presencia. En el impensable misterio de tu ahora te llegarán los extrañamientos, los pensativos silencios, las memoriosas sonrisas de los que te aman.

Miradas

Transcurre el tiempo y mirando atrás descubro lo que no vi.
Pero no se puede ver ahora. Tampoco sirve la nostalgia de lo no visto. Si volviéramos más cosas quedarían sin ser vistas.
Igual aprendí a perdonarme la miopía manteniendo el corazón abierto.

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Por Gustavo Zaya

Trabajo sucio

No dejo de pensar que cada amplitud de algo, ya sea desierto o ciudad, tiene su oasis, mayormente creada por necesidad. En el primer caso por agua, se crea la ilusión, en el segundo, por la necesidad económica, se crean las villas de emergencia y ésta no es una ilusión. De esta isla ciudadana, sólo, se puede beber violencia, "fue tan cruel lo del chico aquel".

Con gran trabajo pude conseguir un ranchito en este apretado universo, porque de eso se trata, de un universo. Las casitas se apilan, parece no haber espacio ni para que el aire circule por ahí… infernalmente. Sitios así, creo que un poeta ya lo había descripto, hace quinientos o seiscientos años atrás, yo no lo soy. Las paredes apenas en pie, un agujero tapado con pedazos de madera haciendo de ventana. Esperaba no estar mucho tiempo.
Las dos de la mañana y sin dormir, los pibes en la calle, el fútbol y los pelotazos dando en mi puerta, desesperantes como fantasmas. Otro mundo.
Al día siguiente comencé a trabajar, a los quinces día ya tenía algunas pistas, y recién me acostumbraba a dormir en aquel mísero infierno. Tuve que consumir droga para tapar mi rango, y atrapar al sospechoso.
Fue en un operativo anti narcótico cuando aprendí de drogas. Era uno más en aquel ambiente. Tres meses después, llegó el día, y supe que había sólo un testigo del homicidio. Tuve que beber de todos los vicios para dar con él. Lo conocí, tomamos, fumamos y entablamos una amistad. Mis habilidades enseguida le dieron confianza y me contó algo sobre el asesinato. Me sorprendió. Verdaderamente sabía. Dijo que no vio su rostro, pero el auto del asesino era blanco, vidrios negros y cuando terminó de decirme el último número de la patente. El tiro fue certero... En todos los trabajos hay errores.

Dos semanas después, todo volvió a la normalidad. El comisario me felicitó por el trabajo y por el auto nuevo que compré.

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Por Silvia Mabel Vázquez

Noticias

Es muy temprano. Los rayos del sol se filtran por los agujeros de la cortina de mi cuarto. Tendría que comprar una nueva, pero prefiero esperar su respuesta y poder cambiar no sólo las cortinas, sino el departamento que alquilo.
Me desperezo, salto de la cama y me refresco la cara para despabilarme un poco.
Preparo el mate y descalzo salgo al pasillo para apropiarme del diario de mi vecino. El no se levanta antes del mediodía y no se va a enterar, lo devuelvo bajo su puerta antes de escuchar la llave.
Otra vez, los mismos titulares: muertes, robos, aumentos de precios. De un salto, alcanzo el anotador de la heladera y una birome. Voy a escribir mis propios titulares, al menos me sentiré feliz por un rato…
Primera plana, arriba. UN DIA MÁS SIN GUERRAS
La foto en color de un grupo de gente, festejando en una plaza de Irak. Más abajo, resaltadas letras amarillas: MELODY LE DICE QUE SI A NICO. La foto, un pasacalle colorido de vereda a vereda.
Pero… ¡esa es mi vereda! Me asomo y lo veo, flameando desde el poste de enfrente. ¡Dios! ¡Por fin se decidió a responderme!
Ahora sí, ¡cortinas nuevas!

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