inicio avatares letras webAvatares letras - Anuario de apuntes literarios y algo másstaffnumeros anteriores de Avatares letraslinks relacionadoscorreo lectores Avatares letras

 

editorial Editorial

apuntes literarios Apuntes literarios

antologia Antología

dossier Dossier

narrar con imagenes Narrar con imágenes

leimos Leímos

reseña Reseña

cronica Crónica

miscelánea Misceláneas

 

editorial Avatares 8

antologiaANTOLOGÍA: microficciones

 

T.Baruzzi - M.Buscaglia - C.Cabrejos - L.Elorriaga - M.D´Angelo - C.Cárdenas - V.Del Duca - D.Fernández - B.Fernández Vila - S.Ferrante - C.Florentín Cabrera - C.Guala - G.Busto -
A.Merel - M.Leone - M.Lopez Camporro - J.Mansi - P.Moltedo - M.Sobradelo - R.Moral -
F.Muñoz - V.Ibarra - M.Mutti - L.Novas - S.Santilli - O.Tasca - M.Sañudo - J-Schuster -
H.Trezza - E.Migliaro - A.Zamulko - N.Vinciguerra - S.Vázquez

 

 

Por Teresa Del Valle Baruzzi

Hilda Trezza

El Titiritero

Me había llegado el nombre de un famoso manantial de aguas curativas. Era en el punto más extremo de la geografía inimaginable. Allá voy, me dije. Emprendí el viaje con mi inseparable muñeco “Pachachi”. Siempre estoy con él, tengo el viejo oficio de ser Titiritero, una enfermedad endureció mis manos, y soy esclavo de ella. Aquella mañana en el Aeropuerto, antes de abordar el avión, el cielo cambió, del magenta pasó al ocre vivo, y lo presentí. Llegamos al lugar, y vivimos el disfrute de la naturaleza, era maravilloso.
No me di cuenta cuando “Pachachi” cayó de la boca del bolso al agua, hundiéndose en un círculo que de golpe abrió millones, y millones, de puntos luminosos, como si navegara el arco iris. Me desesperé, y comencé a gritar. De pronto, emergió de las aguas un hermoso ser humano. Locos de contentos, nos encaminamos a la oficina de embarque. Allí la empleada dice: “Lo lamento señor, su pasaje de regreso es para una sola persona y nos vuelve a la realidad.

 

Subir

 

Por Mariano Buscaglia

El malvado brujo del oeste

El vendedor de snake oils hizo restallar el látigo. El carro saltaba y se sacudía sobre el camino de tierra que cruzaba las colinas de Kansas. El enano se sostenía como podía al techo del carromato. Las botellitas milagrosas rodaban al suelo donde se hacían añicos.
Cuando Healing Smith intercambió sus pócimas en el viejo poblado Sioux, unas horas atrás, no consideró que el mejunje pudiera acabar con la vida del amado jefe de la tribu. Pero lo hizo. El viejo jefe indio se adelantó a los suyos y bebió las cuatro botellas en rápida sucesión. Luego se arrojó al suelo y vomitó una nube de humo oscuro que los indios confundieron con el mismísimo Manitú. Tras el trágico episodio, Healing Smith, y su contrahecho sirviente, comprendieron que las palabras sobraban, montaron a su carro y se lanzaron a escape. Pero los indios iban bien montados y les dieron alcance. Las flechas llovieron como agujas. Y entonces el ayudante liliputiense dejó de preocuparse por sostenerse al techo del carro. Yacía adherido a éste por un ramillete de flechas. La carreta dio un sacudón en la curva de una colina y Healing Smith se topó con el viejo hombre medicina que le había advertido al jefe acerca del peligro de tomar esos brebajes. Al pasar el carro, el hechicero arrojó unos polvos rojos a la cara del timador, que lo enceguecieron. Se restregó los ojos y al mirar alrededor de sí, sofrenó los caballos. El paisaje había cambiado por completo. El camino de tierra mutó por un empedrado de ladrillos amarillos, el horizonte resplandecía con un fulgor color esmeralda y, bordeando la senda, había una cosecha de maíz custodiada por un espantapájaros. El hombre de paja le guiñó un ojo a Healing Smith. Era evidente que ya no estaba en Kansas.

 

Subir

 

Por Luis Elorriaga

La búsqueda

Nunca imaginó escuchar aquella música y letra que martillaban su cabeza.Apresuró la marcha, y al cruzar el puente el sol se opacó y todo pareció tupido, agreste, alejado de la mano del hombre. Se sentó sobre una piedra a descansar. De a poco comenzó a escuchar un lamento. Al principio no le prestó atención, hasta que aquel lamento se hizo música y también canto que lo sorprendió y se irguió en su búsqueda.
Sentado junto a la senda con su guitarra cantaba:

Yo, Antonio Esteban Agüero, (*)
Capitán de pájaros, / General de livianas mariposas, /estoy en Buenos Aires,
la capital del Plata, / para ser Presidente /y organizar la Patria.
Detrás de mí he dejado /los pueblos que me siguen, /ejércitos de alondras,
la división blindada de los cóndores, /las águilas que saben el sabor de la piedra,
calandrias, /chalchaleros, /chiriguas mañaneras, /los secretos lechuzos que me pasan
la información del día y de la noche. / ¡Nadie podrá atajarme!

La misma persona había estado, hasta hace un rato, en el almacén donde almorzó. Comprendió entonces, que se trataba del poeta por excelencia de la Provincia de San Luis. Era su voz, sin dudas, encarnada en aquel paisano. ¿Acaso no fue a buscar esa voz? ¿Había soñado con ello? ¡Cuántas veces! Y el sueño comenzó a vencerlo rápidamente.

(*) Poesía: Capitán de pájaros, de Antonio Esteban Agüero.

 

 

Subir

Por Christean Cabrejos

El Charlatán

En el estrado frente a la concurrencia, quien da el discurso lee y repite unas reseñas. Vino a hablar de belleza, quiere vender salvación y cautivar a los fieles con su estilo y vocación.
Los astrónomos pronosticaron para estas tierras que lloverá en un mes lo que corresponde a un lustro. Aseveran que el ahogo será el fin del poblado.
El vocero del saber, estaba ahí para prevenir al pueblo, dando las explicaciones para librarse del diluvio por venir. De su boca lanzó una tormenta de letras, que atragantó al mecenazgo, al pródigo y al mendigo. Las milicias no entendieron el mensaje del discurso, ni la alta aristocracia captó de semejante banquete un mendrugo.
Auto titulado de mesías expuso las soluciones, adormeció en aburrimiento a los presentes en legiones. Nadie diferenciaba si era griego, romano, o árabe; habló sin mover sus manos cuando la tormenta llegó.
“Piensa como piensan los sabios, mas habla como habla la gente sencilla”. Aristóteles (384 a. C.-322 a. C.)”

 

Subir

 

Hilda Trezza

Por Matías Alberto D´Angelo

Calaveras

En una ciudad sombra, que antaño fue de cristal, los restos de las construcciones fluctuaban. Porque todavía eran materiales, aunque sea un poco.
Allí, los esqueletos envueltos en pieles y carnes transparentes, con líquidos y órganos oscuros en su interior, miraban una esfera de cristal rota, fantasmal, que escupía niebla.
Y en el centro de ese sol de humo blanco estaba Lucio, durmiendo en su cama.
Desplegando sus alas transparentes, llegarán desde la urbe de eterna noche, colándose entre los espacios que dejaron las sombras que nos visitan. Sentirás sus manos frías en el pecho, los brazos y las piernas, despertarás con una inspiración filosa que se clavará en tu corazón ya desbocado, y querrás gritar, lleno de pavor, ante los rostros cadavéricos que succionarán tu vida.
Lucio temblaba desnudo, en el calabozo helado. Su piel estaba perdiendo el color, y ya veía a su interior teñirse de negro. En la espalda sentía un frío ácido, como dos granos a punto de estallar.
No le habían dado opción. Lucio lloraba, pensando en los que iba a dejar, en cómo le despojaron su vida en una noche cualquiera, como tantas otras en las que se había convencido de que los fantasmas no existían.
Pronto sería uno de ellos, por dentro y por fuera. Ahora tenía otros pensamientos y sentimientos, que se enroscaban e integraban a su ser, torciendo todo lo que había sido.
Los granos estallaron, el líquido que supuraron dio lugar a nervios, músculos y huesos. En poco tiempo ya podía extender sus alas.
Cuando sus hermanos lo vinieron a buscar, estaba listo. Lo acompañaron hasta una azotea en ruinas, desde donde pudo ver las calles ajadas y los espectros que las transitaban. Los calaveras extendieron sus alas, y volaron. Y él los siguió, zambulléndose en un cielo con estrellas y planetas nuevos.

 

Subir

 

Por María del Carmen Cárdenas

Confusión

Había reprochado a su padre haber tenido una infancia “necrofílica”, como decía su terapeuta. Eso de corretear por cementerios mientras aguardaba que él hiciera su trabajo de marmolero, devino en las contradicciones de su memoria.
Molesta aún, fue a encontrarse con sus amigos en el boliche. Juan le compartió un trago. Se sintió mejor.
Fue entonces que apareció junto a ella. Celeste la alertó con un guiño. Hermoso, la saludaba, mientras sacudía un mechón rebelde. Lo reconoció. ¿Cuánto tiempo había pasado?
Su amor primero. El inalcanzable. La diferencia de años entonces era importante. ¿Cómo se llamaba?
-Alberto-dijo él. Como si adivinara.
-Qué casualidad-. -¿Cómo me encontraste?-
-Tenés la misma sonrisa que cuando eras una nena- -Además, nunca dejé de buscarte.-
-¿Saben?, ella es mi mujer- dijo al grupo que empezó a gastarla.
Lo miró embelesada. Él propuso ir a un lugar tranquilo.
Ya solos, comenzaron a hablar. El asombro y la emoción de tenerlo le temblaban en todo el cuerpo.
Sin darse cuenta estaba en sus brazos. Con un deseo impostergable de morder su boca roja y codiciosa, se aferró fuerte a ese macho sensual y todopoderoso.
Cuando los dientes penetraron hondo en su cuello, toda su vida comenzó a desangrarse.
Recordó la tumba que tanto la atraía. Invadida por pastos de abandono, sin cruz, y el retrato en sepia de un muchacho de mirada intensa y mechón rebelde que ella admiraba con devoción.
En el bronce leía una y otra vez “¡Albertito! Te amamos: 18-12-1880 / 30-11-1907”

 

Subir

 

Por Víctor Del Duca

El líder de los espejos

Sostiene el silencio, de una virtud itinerante, la cruel caída de heroicas salvaguardas. El principio agudiza la plenitud de un dolor ecuánime, el cual muere cuando la muerte es sólo una fónica novedad amarrada al impulso de su vertical demencia.
Es la peste un rumor inquebrantable capaz de someter al alma a una alquímica libertad de cobre. Es el planeta quien solventa esta masacre de origen pagano, hermosa aunque facial.
El primer registro de esta multitudinaria cruz es el cielo, un frágil cielo amasijado por retóricas estrellas que pese al fuego se niegan a morir. La peste, la peste ruidosa y blanca, quien a gritos exige una plural dicotomía sulfura al verse maniatada a su anclada soledad. Porque nacen herméticos soles dispuestos a corroer al líder de los espejos. Estos básicos nombres divulgan la tentación dilatada por una serie de lánguidos consuelos inscriptos en el ardid de un monótono salvataje plagado de cieno.
Nace el tercer ojo y junto a él una pálida ceniza sin Fénix. Un efecto de carne cruda reflexiona acerca del poder de dicha ignorancia, que aunque facial no deja de ser una concatenada ficción preñada por el seso del olvido. Es Dios quien baja el pulgar y no Lobsang Rampa. Porque el tercer ojo ya no está en la frente. Porque el tercer ojo es quien afirma la sucesión de otros ojos, tal vez más pequeños, tal vez más grandes. Hay una tragedia, una fantasía, un horror. Hay un silencio, hay un silencio que se ocupa de titular esta ficción como una verdadera obra de arte. Porque bien sabe el mono cuantas plegarias caben en esa triste y jamás inocua caja de Pandora.

 

Subir

 

Por Dolores Fernández

El Regreso de Gardenia

El timbre me separa de un sueño erótico. Seguro que es una mala noticia, mis padres están viejos.
-Hola Juan, soy yo, Gardenia.
-¿Qué? ¡Cómo se te ocurre despertarme, loca!
-Escuchame, mañana te dirán que he muerto, no lo creas.
-¿Que decís?
- Moriré para renacer a una nueva vida.
-Llámame cuando te desintoxiques, enferma.
Traté de reencontrar el ritmo de las caderas doradas de mi sueño. La noche, me pasó factura. Jaqueca. Mal humor. Golpean la puerta. Javier mi ex cuñado, me abraza llorando.
-Gardenia… Explotó algo en el edificio. Las llamas arrasaron con todo.
Me puse lo primero que encontré y subimos a un taxi. El taxista nos miraba curioso.
Tengo que avisarle a mi novia. La prensa rodea el hospital. Escucho comentarios.
-Pobrecita. Toda achicharrada. No habrá que incinerarla. -Caminanos con la cabeza gacha, estrenando el duelo.
-¡Por fin llegaron!-Juan, trajiste mi bata. No recordaba que estaba en tu casa.
Su voz, es lo último que escucho antes de desvanecerme. Despojado, ridículo, en calzoncillos.
Al despertar, es amiga de mis amigos, consuelo de mi novia. Ocupó mi puesto. Ya, tuvo dos ascensos en la empresa. Cuando estoy lúcido, trato de razonar.
Gardenia, esclava de todos los excesos. Con la que me casé, en tiempos de extravío. La que recitaba a Girondo, mientras quemaba la cena.
<Solo/ con mi esqueleto / mi sombra mis arterias…>
Ella me alimenta. Me baña, con una esponja tibia. Ajusta mi pañal y sonríe.

 

Subir

 

Por Beatriz Fernández Vila

La piedra mágica

Fue a Irene a quien se le ocurrió llevar a la insoportable de Marinés hasta nuestro lugar secreto; era una venganza que nos permitimos luego de tolerar sus insolencias durante toda la tarde. No sabíamos que pudiera funcionar también con ella, pero fue un riesgo que enfrentamos. El misterio lo había descubierto mi prima, por casualidad, una tarde que jugábamos en el fondo de mi casa, y se le cayó el carrito del muñeco junto a esa piedra. Sin comprender muy bien lo que pasaba, comenzó a achicarse, tanto, que en minutos no era más grande que un escarabajo. Después llevamos pelotas, muñecos, una maceta gigante, y cuanta cosa se nos ocurrió someter al experimento, que ante nuestro asombro, hacía que todo se volviera pequeño. Por eso aquella tarde que nos cansamos de Marinés, nos pareció una buena opción llevarla. Ella; con sus trenzas rubias y sus berrinches de malcriada; sus zapatitos de charol y sus medias de puntillas; sus insoportables pecas y sus dientes de conejo. Ella y sus juguetes que no prestaba a nadie. Ella, y nuestros implacables ojos, que la vieron volverse pequeñita, tanto como una lagartija. Cuando su madre vino a buscarla ya tenía el tamaño de una cucaracha. Con nuestra mejor cara de inocencia, le dijimos que hacía rato se había ido. Sabíamos que por más que llorara y gritara como hacía siempre, nadie la podría escuchar porque las chicharras cantaban muy fuerte y tapaban su débil vocecita.

 

Subir

 

Por Silvia Ferrante

Un hombre sueña

Un hombre sueña. Sueña que crea y en ese sueño está su obra. Noche a noche va completando su pintura. Un trazo aquí, una pincelada allá.
Por la mañana intenta darle forma a su sueño. Mezcla bermellón con negro, siena con azul, diluye y empasta. Pero nada. Fracaso tras fracaso.
Cada noche vuelve a comenzar donde ha dejado. Le da un tinte más rosado al cielo, tiñe de azul rojizo el horizonte, desdibuja una silueta, delinea otra. Pero en la vigilia su trabajo se revela torpe y vulgar. Entonces lava, frota, pinta, repinta... deshecha.
Una tarde, después de una noche agitada y de arduos esfuerzos diurnos logra plasmar sobre la tela su soñada creación. La tiene frente a él tal y como la ha vislumbrado durante innumerables noches e interminables días.
El hombre ha consumado su obra y en esa obra está toda su creación, su sueño.
Desde entonces no duerme, teme despertar.

 

Subir

 

Por Carmen Florentín Cabrera

Los higos te delatan

Los higos de delatan

Vivían colgados de esa higuera, el colorado, el turco y el turro, que era cojo. Yo le decía pata de palo, porque al pasar me gritaban loca, y se reían. En casa lo único que me calmaba era pintarme los labios bien rojos, me ponía mucho, quedaban pastosos, cual sangre recién lamida. Me gustaba vestirme con medias caladas, rotas, borcegos militares, una mini. Una tarde volvía de los cañaverales, donde se juntaba la peonada. Traía monedas. Una cayó. Al levantarla la habían pisado con un palo. Alcé mi vista y ahí estaba él, “ya se que estás loca, vení, dame un beso”. Lo miré sensualmente, apoyé mis labios rojo sangre sobre su boca, con furia lo mordí. Todo fue confusión, la sangre chorreaba, sus gritos diciendo: ¡loca, sos una loca!
“Perdoname, estaba enojada, ya se pasó, vamos debajo de la higuera y te curo.”, dije. Me miró con desprecio. Le pedí que se recostara contra el tronco. Rompí un pedazo de blusa para curarlo. Al rasgar vio mi corpiño. Con el trozo de tela en mano con el que le secaría la sangre preferí amordazarlo.
“Así que me decís loca”. Le arranqué su pata de palo y le partí la otra pierna. Revente dos higos metiéndoles el dedo en cada ojo y como ya no veía, le partí la cabeza con su pata de palo. Me alejé murmurando, no me gusta que me digan loca. En casa me bañé. Llegó la policía. “Buenas noches ¿qué buscan?
Semillas de higos debajo de las uñas, respondieron. Escondí mis manos hacia atrás, para que pongan las esposas.

 

Subir

 

Por Claudia Guala

Solo un juego

Mientras la música se derrite en mis oídos y camino, intento mirar a los ojos, no encuentro espejos en ellos. Trato de explicar porqué sucede. Me sumerjo en mis auriculares. No quiero cambiar el mundo, pero si algo hoy aquí, en este vagón de tren.
Todos parecen atravesados por un rayo opaco. ¿Qué puedo perder?

No tengo nada que vender, y menos pinta de vendedor ambulante, pero me paro en una de las puertas del vagón
-¡Hola buen día! Ninguna respuesta, ni siquiera una mueca al pasar.
Levanto mi voz y mis brazos
-¡Hola buen día! ¿Cómo están?
Algunos contestan moviendo apenas sus cabezas, otros desconfían, o siguen en submundos.
De repente, en la puerta opuesta a la mía, alguien parado con firmeza dice:
-Nadie ha escuchado a este chico ¡ha dicho buen día!
Siento placer y me inquieto al mismo tiempo.
Los retornos de respuestas no fueron muy diferentes. Observé como muy tranquilo, volvió a dirigirse a todos.
-Les propongo un juego. Vamos a hacer una competencia.
Rápido organizó a los grupos. Los de la derecha, los del medio (los que estaban parados) y los de la izquierda.
Desde el otro extremo fui su colaborador silencioso.
-Les propongo, un concurso de risas.- dijo.
Caras de sorpresa.
Casi todos mostraron predisposición, o lo intentaron. Diferentes fueron las reacciones.
Algunos no pararon de reír, otros hasta lloraron, algunos ocultaban sus rostros bajo sus manos, pocos se hicieron los dormidos, y los indiferentes de siempre, eran los menos. Sin ningún premio a la vista, el vagón opaco se convirtió en un sitio colorido. Las estaciones se sucedieron como las reacciones, hasta que nos aproximamos a la terminal. Cada uno tomó su lugar en la fila para descender del tren, nadie se volvió a mirar. Yo intenté encontrar a mi colaborador anónimo, no lo hallé...
Llegué la oficina y todos me recibieron con una sonrisa. Esta vez no tuve que colocarme mi nariz de payaso.

 

Subir

 

 

Patricia Moltedo

 

Por Graciela Busto

Vendedora de fantasías

Ariadna era gitana y había recibido de su abuela ciertos poderes. Podía leer las manos, las cartas y predecir el futuro. Pero lo más importante que poseía era una caja grande. Estaba llena de otras de diversos tamaños que debía vender a quienes las pidieran cada año para ser renovados sus dones.
Ella era una vendedora de fantasías y todos lo sabían en su tribu, pero no podían comprarlas. Un día decidió salir en su carromato para repartir lo que se le había otorgado.
Llegó a un pueblito y comenzó a ofrecerlas. Una campesina pidió ser princesa y su casa un palacio. Cierto pescador abundantes peces para venderlos a buen precio. Un anciano deseó recuperar la juventud, y conquistar a las mujeres de su pueblo. Un minero quiso oro de la mina donde trabajaba, para acuñar monedas.
Notó que había vendido el lujo, la abundancia, la juventud, la avaricia, para realizar los sueños. Pero habían quedado otras cajas y no habían sido pedidas. Se sintió triste y fue a otro pueblo cercano para vender el resto. Dos enamorados pidieron el amor, un niño la ternura, tres jóvenes la amistad y una madre el amor para su familia.
Ariadna muy feliz tuvo su caja vacía y se fue pensando en las diferencias de las personas. Cumplida su misión sería por siempre la vendedora de fantasías…

 

Subir

 

Por Adrián Merel

Punto de origen

Lucía meditaba nerviosa hasta que repentinamente comprendió de qué se trataba.
Su mirada perdida cambió bruscamente su punto de origen y volvió a quedarse colgando de ese punto original como un equilibrista. Luego se lustró el zapato en su pantalón, alisó su pelo, suspiró y pasó el otro zapato por el pantalón. Se levantó con firmeza pero fue solo un instante de su marcha dubitativa. Inspeccionó velozmente a su alrededor, dudó rascándose la nariz hasta hacerlo de modo frenético. Por fin sacudiéndose sobre los tacos aguja, despertó a sus pies.

 

Subir

 

Por María Leone

Norteña

Ya te llegó el momento. Debes partir. Voy a envolverte con cuidado, como él lo ha hecho contigo en cada mudanza. Con cariño te compró y admiró durante todos estos años. Eras su preferida. Le gustaba alardear de tu belleza, con la armonía de tus brazos sosteniendo la cabellera. Era feliz poseedor de una Ñusta salteña. Hoy, ninguna de las dos recibe sus miradas ni sus caricias. Le estoy haciendo caso al Hombre Sabio, él me dijo que para que su alma descanse en paz, nada de llantos ni de ropa negra. Que regale sus cosas y si es posible cambie de casa y de mobiliario. Esto no he podido, así que he pintado todo y mudado los muebles de lugar. Su hermana será quien te siga exhibiendo y cuidando. ¿Cómo es que el papel de seda no alcanza? No eres tan grande, aunque….tienes el vientre abultado, demasiado diría. ¡Será posible!, es evidente que nunca te miré con detenimiento.
Ya está en la caja, con el resto. Costó acomodarla, espero llegue sana a destino.
-Hola, llamaba para agradecerte las cosas. La verdad es que la Ñusta me ha sorprendido. Me emociona tenerla y recién entiendo la devoción que por ella sentía. Tanto años viéndola sobre tu cristalero, y recién caigo en la cuenta de lo hermosa que es sosteniendo ese bebé en sus brazos.
-¿¡Qué has dicho!?

 

Subir

 

Por Mirian Claudia López Camporro

Destino

Era el momento de emprender el viaje. Su equipaje llevaba lo indispensable, me atrevería a decir lo mínimo. Ni siquiera él sabía su destino igual se lanzó a la aventura.
El mito de la otra orilla sobrevolaba entre nosotros. Él fue el primero en develarlo. Más no regresó. Su mirada cristalina quedó detenida en los espejos; su sonrisa, una mueca; sus pasos no dejaron huellas. Sólo reinó alrededor un abrumador silencio haciendo eco en corazones desprovistos de emoción.
El misterio sólo sería revelado a unos pocos elegidos. Por ahora, él fue el único. Al resto sólo nos queda fantasear con lo que vendrá. Esperar pacientes o devorar la vida, es simplemente una cuestión de elección.
Si de algo estamos seguros, es que también nosotros develaremos el gran secreto.
Cuando nuestra mirada quede detenida en los espejos; nuestra sonrisa sea una mueca; cuando nuestros pasos... ya no dejen huellas.


La advertencia

Hablaba demasiado. Reproches, pensamientos trágicos, amenazas de suicidio. Se encargaba de explicarme día a día cómo elegiría su muerte. Imaginación morbosa.

Nuestra convivencia se limitaba a eso, ella hablaba yo me abstraía. Compartíamos el lecho pero ni siquiera nos tocábamos. Ella seguía su monólogo suicida, yo dormía y soñaba con la libertad del mar. Día tras día, noche tras noche.
Amanecí empapado, pensé en el mar y en las olas.
Desperté y la vi. Sus muñecas habían sangrado toda la noche. Inundaron el colchón, mi cuerpo y mi remordimiento.
Lo hizo, no fue una amenaza.

 

Subir

 

 

Hilda Trezza

 

Por Patricia Moltedo

Círculo depredador

La mañana, con un sol fuerte y enrarecido, en la que soplaban vientos desconocidos e ignorados. La gente cruzaba los caminos, cometía las mismas pequeñas tropelías, los perros corrían y servían como siempre, inocentes, como casi toda la fauna. La flora soportaba y lo mineral aguardaba, sintiendo que los tiempos se venían cumpliendo, viendo que el pagaré en blanco estaba cerca, muy cerca de la fecha.
El movimiento, como un aviso suave, sutil, cual filarmónica ejecutando, fue in crescendo. El viento ahogó las quejas tardías y las lágrimas fogosas y ardientes. Como una danza venida de los infiernos arremete todo. Imparable, brotando desde la matriz de la tierra, la miasma. La razón en la propia esencia del hombre, busquen al depredador.
Después la respuesta gélida a tanto calor, seca y el olvido. Luego ¿el círculo?

 

Subir

 

Por Julia Mansi

La niña equilibrista

Tiene por costumbre observar el cielo desde la terraza y fumar un cigarrillo, antes de acostarse. Le fascina ver como las estrellas cambian de posición, como se alejan y se acercan. Ese techo negro azabache lo atrapa.
Algo irrumpe en la tenebrosa quietud de Lautaro. Desde que vio aquello, lleva su cámara fotográfica, por si acaso. Las sombras de los alerces que cercan su casa, se proyectan en las paredes y en su cuerpo. Las aves o algo que se les parece, aún no se fueron a dormitar.
Una sombra comienza a subir por la cornisa del vecino. Nunca se supo bien qué pasó con la hija de ese matrimonio. Presentaron juicio al circo y al tiempo lo cerraron, de ella ni rastros. La pequeña se ganaba unos pesos, en el circo de la plaza, como equilibrista.
Entre las volutas de humo, ve una pequeña silueta caminar, mientras aplaude con los brazos extendidos. Cuando da toda la vuelta, salta y desaparece.
Le saca una foto y se la lleva al vecino, para que indague sobre lo que sucede en su terraza. La foto está muy oscura pero se ve perfectamente la silueta de una niña.
Una y otra vez llama sin recibir noticia. Otro día decide ir y con cautela, observa a través del vidrio, como alegres sombras se desplazan entre luces que prenden y apagan. Toma el picaporte del ancho portón y cuando está por bajarlo, una señora por detrás, sin hacer ningún ruido, lo detiene. Su presencia lo incomoda. Ella, desliza la mano suavemente, abre y lo invita a pasar. Con un pie en la mitad de la entrada es cuando la ve por primera vez.
Sus agrisados ojos lo observan sin pestañar. Queda hipnotizado por unos minutos y cuando está por entrar, reacciona al ver solo cajones apilados con manijas a los costados.
Se disculpa que va a llegar tarde para cenar y comienza a caminar hacia su casa en la vereda de enfrente. Hace varias noches que no puede dormir. Sube para apaciguar la ansiedad.
Se acomoda en un rincón donde una columna lo tapa. Está por encender su cigarrillo cuando sorprendido deja caerlo y se quema el labio. No podía ver, a pesar de tener los ojos más abiertos que nunca. Comienza a temblar, agachado llega al pie de la escalera. La sombra corre por las terrazas hasta llegar a la suya. La observa como la recorre toda en puntas de pie. Es muy bonita y ríe siempre. Ya no siente miedo. Se levanta justo cuando pasa a su lado. Ella le toma la mano y le dice que no tenga miedo que suba a la cornisa que es algo maravilloso. La tentación es muy grande. Desde allí está más cerca de las estrellas y la luna llena lo enceguece. Estira los brazos y comienza a aplaudir como ella. Tiene la sensación de que está volando con un paracaídas que no se abre. La niña sigue caminando y ríe.

 

Subir

 

Por Mabel Sobradelo

Acomodados

Acomodados

De los viejos tiempos guardo pocos y solitarios recuerdos. Mis dos tías, ambas muy delgadas, a medida que los años pasaron se desdibujaron ciertos detalles en mi memoria. Una era copia fiel de la otra, sus actos siempre prolijos y los horarios exactos. Tenían una tienda de sombreros.
Nunca estaban ni tristes ni alegres no eran ni viejas ni jóvenes. Estábamos rodeadas por supersticiones y la Santa Biblia sobre el mostrador de madera. Las tías sortearon toda clase de obstáculos con tal de no salir le ganaron a la suerte de poder traspasar la puerta y la imposible vereda. Era yo quien se encargaba de todo el afuera, de vez en cuando alguien siempre moría y debía ponerme la ropa adecuada, un vestido negro por debajo de las rodillas y llevar los brazos cubiertos, iba dejaba las condolencias y volvía. Siempre, antes de entrar miraba por la ventana todos los sombreros acomodados por estación los de hombres, solo 6 ó 7 contra el marco de la puerta todos eran grises algunas más oscuros, otros más claros, los detestaba. Recuerdo las pesadillas nocturnas, el comer espaguetis con un chorro de aceite sentada debajo de los sombreros levantarme de golpe y tirarlos a todos y ahí me despertaba toda transpirada.
Un día al volver abrí la puerta de golpe y las campanas que colgaban sonaron con más intensidad, me sorprendió que ellas no carraspearan sus gargantas. Fui directo a la cocina a dejar la bolsa de los mandados y la bicicleta, las encontré a las dos tiradas debajo del mostrador una al lado de la otra. Después del entierro fui derechito a la tienda y me zambullí en la vidriera
¡Al fin pude desordenar los malditos sombreros!

 

Subir

 

Por Florencia Luz Muñoz

Proyecciones

Visiones fabricadas en ilusiones reales inverosímiles que se infiltran entre las sábanas jóvenes. A veces maduran, otras se fugan a otra mente, y las demás se hunden en el fondo de una caja hueca. Inventos efímeros que ayudan a la persona a derribar obstáculos impuestos por el ciclo inevitable que lo presiona como la sombra propia de sus pensamientos, pasan sin dejar huella. El hombre contempla el amanecer crudo y suave. Reflexiona acerca de los pasos y visiones que proyecta instante tras instante. No puede dejar de lado las decepciones y tempestades que padeció y las que lo esperan con ansiedad. La melancolía presente en sus días lluviosos y tormentosos. El delirio que rodea a sus atardeceres. La dulce locura que asimila sus sentimientos. Los espejismos que invaden su idiosincrasia inestable. En el intento de evitarlos, cada vez se vuelve más adicto a ellos. Antes, durante y después. La proyección y la realidad se debaten en una lucha de vida o muerte. Le intriga saber quién ganará. Le da miedo descubrir la verosimilitud de la situación. Le atrae salir a experimentar el resultado. El drama arrastrado de este hecho afectará sus decisiones matizadas en una interminable diacronía. Leer acerca de inútiles personas que se dejaron llevar por impulsos ilógicos y racionales. Tropezar con las piedras angulares que presenta la multitud solitaria tras haber expresado sus proyecciones. El ser humano decide seguir y soportar este ciclo y transformarlo en una neología.

 

Subir

 

Por Rodrigo Moral

Cálculos perfectos

Cálculos perfectos

Esa mañana alcanzó corriendo el colectivo. Hacía un minuto acababa de descifrar el vector que representaba la ruta del 93. Había guardado el cuaderno lleno de números y signos matemáticos y salió del departamento. Estaba atrasada 5 segundos. Golpeó la puerta hasta que el chofer le abrió en pleno cruce de Borges y Costa Rica. Mañana perfeccionaría sus ecuaciones con el índice de impredecibilidad de las calles porteñas. Aunque el error también podía estar en esa otra maldita X.
Vivía corriendo porque se demoraba calculando la forma de optimizar su vida. Por ejemplo, después de poner el agua para un té, se sentaba a despejar el tiempo que le llevaría hervir. Consultaba la tabla de los elementos, la densidad del material de la pava y calculaba. Apenas llegaba al resultado, corría a sacar el agua cuando alcanzaba los 100 grados.
Con ayuda de la astrología había calculado la fecha perfecta para casarse y quedar embarazada.
Pero desde hacía un tiempo existía una X que le cruzaba todos los cálculos y que no lograba despejar. Era una anomalía que la obsesionaba.
Fue hasta el último asiento, dispuesta a conquistar esa incógnita. Sacó del bolso su cuaderno y se sumergió en el mundo de las abstracciones. Las hojas empezaron a llenarse de trazos de lápiz y las bocinas quedaron muy lejos. En un momento levantó la vista y corrió por el pasillo. Bajó a tiempo, pero algo la hizo detener. Había descubierto cómo resolver la X. Volvió a abrir su cuaderno y despejó la última ecuación. Cuando terminó, levantó el rostro y si bien debía estar feliz porque ella misma era la comprobación de sus cálculos, se llenó de terror. El auto que se le venía encima era esa incógnita que acababa de resolver.

 

Subir

 

Por Vanesa Ibarra

El vacío: el inicio

“Descansa en paz natural, mente exhausta, golpeada incansablemente por pensamientos neuróticos…” Nyoshul Khenpo.

Allá por el año 3.040, en el planeta Real, el señor Dudjmon tuvo un pensamiento, que, a diferencia de los millones, que permanecieron o pasaron por su mente; el particular tomó forma. Primero se tornó en un globo, de esos de cómics, conteniendo a su producto allí adentro. Luego, cosa curiosa, se desprendió del personaje para hacerse autónomo y suspendido en el aire quedó, frente a frente con su creador. Mientras fue observado se hizo sólido y pisó fuerte, autoritario; sólo cuando Dudjmon tuvo la percepción de que él era el pensamiento; la cosa empezó a disolverse y con ella el hábito ilusorio del planeta por efecto dominó. Fue exactamente en el 3040, cuando “La Nada” comenzó una nueva era y tuvo como reina a Lo que Es y conectados, ambos, contuvieron al planeta Real, hacia una misma dirección, hasta el final de los tiempos.

 

Subir

 

 

Hilda Trezza

 

Por Marta Rosa Mutti

Una nube oscura

Los estudios de mercado sobre la utilización de los recursos en los procesos productivos de las empresas, habían dado fruto. Debía ir por más y la carrera se hacía enajenada. Estaba harto, no le interesaba ser el súper ejecutivo de la plaza. Los cursos de meditación le enseñaron a descubrir su centro, a encontrarse a sí mismo, comprendió que lo suyo era la escultura en hielo. Compró una casa sobre un médano en un monte próximo al mar, bien al sur. El clima frío, era lo mejor para las tallas y la meditación. Le habían explicado que los encuentros eran más potentes en las noches de luna llena, la vista desde el médano ayudaría, y para esculpir el hielo debía evitar la luz del sol.
La casa se negaba a ser poseída. Canillas que desbordaban, cañerías tapadas, problemas con la electricidad, revoques que se caían. Tanto carpintero, plomero, electricista y albañil por el lugar dejó un saldo amistoso. Sin embargo le preocupaban los desagües, el agua demoraba en escurrirse. Trabajaron expertos en estos problemas, dijeron algo como, el tema es con las raíces.
Por fin la casa cedió y se instaló la calma. Se ocupó del parque, por eso de tomar contacto con el origen, motivo de insistencia del profesor del curso. Arrancó un par de árboles que amenazaban el tejado. Cortó otros, sin tocarles las raíces, de ellas dependía el médano. Hizo canteros con gasañas amarillas y rojas, vio cómo las pequeñas raíces de gramínea se extendían por doquier y las apartó con cuidado. Con todo en orden encargó el bloque de hielo. Luna llena a pleno, liberó el yo, eligió la terraza que daba a su dormitorio y bajo las manos surgió una fémina sublime, perfecta. Agotado, se tiró sobre la cama, por la ventana vería su obra. Pensó que se acercaba a su centro. Se durmió entre un leve rumor que insinuaba. Un aliento a hierba fresca lo despertó y un cosquilleo por todo el cuerpo lo hizo reír, eso es bueno, se dijo a punto de salir de la somnolencia cuando el abrazo peludo de un manojo de raíces que emergía de las rejillas se cerró en su cuello, casi alcanzó a ver a las que abrazaban la escultura, mientras, una nube oscura cubría a la luna.

 

Subir

 

Por Silvia Santilli

La cueva

Mis ojos abiertos la pudieron ver…Lo último que recuerdo, la veía deslizarse. Mi mirada se detuvo, caminaba sobre las paredes, todo su cuerpo y en especial sus ojos hipnotizaban y petrificaban a las víctimas con su potente mirada impidiendo la huida.
A medida que pasan las horas mi cuerpo se inunda con el amargo sabor del pánico, la desesperación me invade, no lo resisto y decido escarbar en el hoyo de la pared, cae el oro y detrás. Oh! está su compañera, parece asustada, su rostro es horrible sus ojos fríos parecen desprender extraños fulgores, no tengo el valor de detenerla, mi miedo me consume a tal punto de dejarme loco.
Grité - me oprimía la garganta, la siento sobre mi cuerpo.
Cuando desperté estaba en una cama, varios hombres me preguntaron quién era y de donde venía, me habían hallado inconsciente en la salida de una cueva.
Muchacho te has salvado por milagro-dijeron los hombres- ¿has estado con el Diablo?
No sé de quién me habla- respondí.
Se comenta que esta cueva es muy peligrosa, está situada en las rompientes donde el mar azota con furia y es ahí donde el Diablo, se transforma en araña. El que intenta huir muere dejando todas sus pertenencias.
Era él. Intenté escapar. Corrí desesperadamente con el tesoro entre mis manos, me encontré con las rompientes y mi cuerpo cubierto de mordeduras. Un fuerte resplandor me iluminó, el tesoro se resbaló de mis manos, el camino estaba cerrado. Desperté en esta cama.

 

Subir

 

Por Sara Lidia Novas

Yo y los Dioses

Estoy disfrutando de mis vacaciones con mi familia en la playa Gaviota y Camarón, al norte de Mazatlán, en México.
Yo y mi hermana saltamos cada ola que rompe.
Ana, ahí viene. Dale. Ahora. Siiiiiiiiiiiiiiiiii. Uhhhhhhhhhhhhhh.
Intento encoger mis piernas y pasar por encima de una ola que se aproxima.
La fuerza del agua me lleva muy lejos.
Mamaaaaaaaaaaaaaaaaaaa, Socorrooooooooooooooo.
El silencio me perfora las entrañas. Comienzo a gritar.
Auxilioooooooooooooooooooo.
Me encuentro en la oscuridad total. Una voz en off me presenta al dios Opochtli.
La única palabra que murmuro es holaaaa.
Algo me enganchó un pie y terminé balanceándome de un lado al otro.
Luego me enteré que el Dios Opochtli fue el inventor de las redes de pescar.
- Soy el Dios Opochtli . Bienvenido al Lago Sagrado.
Un pez con una luz en su cabeza se acerca. Ahora puedo ver a un hombre pintado de negro con plumas de codorniz. Sus manos están llenas de comida y vino. Ofrendas de los pescadores. De repente, esa misma voz en off dice:
- Con ustedes el Dios Tláloc, dios de las lluvias y del rayo
Su esposa Xochiquetzal, diosa de las flores y del “bien querer”.
Al verla me desarmé . Hermosaaaaaaa .
Desde ese momento nos enamoramos como dos locos. El Dios Tláloc no lo soportó y se fue. Después nos enteramos qué había contraído enlace con la diosa Matlalcueitl, el nombre es el antiguo de la montaña de Tlaxcala, ahora la llaman Malinche.

 

Subir

 

 

Patricia Moltedo

 

Por Olga Tasca

Caricias

Levemente, suavemente te presiento, con un breve pensamiento que vuelve y no se ve. Donde fuiste sombra, bruma, espuma ¿para siempre?, ¿ya fue?
Las caricias han huido. El silencio responde.

 

Luna

Si te separas de la almohada, aún tibia, para buscarla encontrarás una oscuridad mayor alrededor de ti. Ha caído la noche, las nubes negras, la luz opaca, se empeñan en evaporarla. Pálida y sonriente se asomará y te buscará, antes que tu vapor oscuro vuelva a empañarla.

 

Subir

 

María Rosa Sañudo

Compañía

Puso el coche en marcha y fijó sus ojos solo en el camino intenso y vacío como él. No la volvería a ver. No se repetiría la posibilidad de mirarla. Nunca más las tardes junto a la chimenea y su suavidad densa. Su mirada distinta que lo entendía sin lenguajes y la absoluta inocencia entregada en toda su amplitud. Qué haría ahora, ya no estaba, su pequeño corazón animal había dejado de latir.
El infinito ponía las distancias, a él le quedaba el silencio del camino, ahora sí lo escuchaba.
Su perra había partido sin una palabra. Atrás una pequeña elevación del terreno y unas flores empezaban a ser parte de un recuerdo.

 

Subir

 

Por Hilda Trezza

Amarga sensación

Vivir es siempre comunicarse. Muchas veces, entre personas no vemos, no escuchamos o no desciframos ni apreciamos nada. Porque, ¿amistad con quien le desconocemos el corazón?, fácilmente torne en enemistad y ella requiere de tiempo.

Son las dos de la madrugada, salgo de la casa de mi vieja amiga y tras cerrarse el portón de calle supe claramente que había terminado sin modificaciones posibles, el trato cordial, el afecto sincero y desinteresado que sentía yo por ella. Y digo esto porque, al conocerla, había extrañamente experimentado una cierta fascinación de su personalidad, empero significaba que yo no comprendiese el manejo de los hilos con que ella ajustaba los resortes íntimos de su yo, yo y yo.
Su habilidad avezada contorneándose en el escenario del insaciable vedetismo hizo que comprendiera enseguida que siempre debió llevar en su alma el placer y la codicia de un prestigio fácil, rumboso y no pudiendo llegar a diva, debió conformarse con ser una vedette bien iluminada. Entonces yo no la conocía. Hace en verdad apenas tres años que el trato ha sido más frecuente, comunicativo, más expresivo. Aunque la casualidad nos había presentado casi veinte años atrás. Recordé la agradable impresión de entonces, su pomposa espectacularidad escénica y ahora, ella, que ya pasaba los sesenta años – y no por ello dije vieja amiga – secretas turbaciones quizás debían desasosegarla. Varias elegancias perdiendo lozanía habían ido dejando sutiles modos que movían sus palabras, y configuraban a estos en un todo peculiar.
Así supe yo de todos sus recovecos débiles, enfermizos, desesperados, de su angustia, de sus inflamadas tribulaciones, de sus autoengaños.
Cerré tras de mí la puerta por fin acepté que la había matado y enterrado, por eso fui allí, para tener la certeza de que seguía viva sólo en mi cabeza. Por eso volví a cavar y cavar bajo el almendro hasta que toqué el cráneo, otra vez dejé allí una penosa ilusión y una amarga desilusión, yo para saberla muerta necesito que la descubran, pero nadie reclama por ella.

 

Subir

 

Por Juana Rosa Schuster

Asistencia

-Te digo que esta vez es en serio.
-Siempre la misma ansiosa, vos.
-No me siento bien.
-Dejanos terminar de cenar tranquilos.
-¿Nadie me cree?
-Estamos hartos de tus suposiciones.
-No es así. Me duele.
-Me parece que no vamos a comer tranquilos.
-Créanme. Hablo en serio. Cada vez aumenta el malestar.
-Tenés las mejillas rosadas. No pretendas engañarnos.
-Lo juro. No puedo estar sentada.
-¿Es que tampoco vas a dejarnos ver el programa? Queremos saber lo del suicidio del cantante de rock.
-Ayuda, por favor llamen a un médico.
-Sos igual a tu madre. Exagerada en todo. Siempre autoritaria. ¡Basta! ¡Callate! Van a decir a qué hora se ahorcó.
¡Ah! Por favor. Llévenme a un hospital.
-¿Querés dejar de molestar? Siempre tuviste mal temperamento. Sos una actriz.
-…Ya no puedo soportar.
-Desde que Guillermo te dejó, empeoró tu carácter. Nos hubieras hecho caso. Te dijimos que no era para vos.
-¡Ah! ¡Uyyyyy!
Estela, de 16 años, dio a luz a su beba en ese momento, en el piso de la cocina, un lugar polvoriento, donde las únicas desorientadas, fueron las cucarachas, que pululaban por el lugar.
Los que le prestaron ayuda, fueron los perros, que cortaron con sus dientes, el cordón umbilical.

 

Subir

 

 

antologia

 

Por Edith Migliaro

Crónica de una muerte

El frío en su mirada y el calor de sus mejillas hacen en ella una tormenta de sentimientos. Todo presagia una desgracia. Él, seguro de que su fortuna suplirá bastamente la ausencia de amor. Ahora, frente al altar sellaran una trágica unión.
Los vecinos alertados por disparos llamaron a la policía. El cuerpo inerte de ella yace en la galería de la casona que habitaba con sus hijos después de la separación.
La teoría sobre lo ocurrido es que ladrones habrían ingresado a la casa con fines de robo y al descubrir una persona en ella, asustados la mataron y luego huyeron.
No hay sospechosos ya que se trataría de delincuentes comunes.
Él tiene una coartada perfecta, una cena de negocios cuando se perpetuó el asesinato lo exime de toda responsabilidad.
Según familiares de ella, trató de llevar el matrimonio adelante dejando de lado sus estudios de sicología y su ascendente carrera como agente inmobiliaria.
Se adaptó a la vida que él le obligaba a compartir. Pero nada fue suficiente. La acusó de haberlo engañado, se sospecha que él recurrió a la violencia aunque ella jamás lo admitió.
Alentada por el entorno decidió poner fin, y le pidió el divorcio. Él, increíblemente consintió sin ningún escándalo sólo le rogó que aceptara quedarase a vivir en la casona, a pesar de todo la amaba y necesitaba saber donde encontrarla.
En una ceremonia privada, la joven descansa en el panteón de su familia política. Una lapida reza: “Siempre mía”

 

Subir

 

Por Norma Vinciguerra

El lobo quieto

Los tres Ases llegaron a un acuerdo. Con marcha acompasada y firme avanzaron por la espesura pantanosa y oscura. Ellos sabían que en plenilunio el gigante saldría de su cueva. – Le clavaré mi espada hasta desangrarlo. –dijo Marte. – No, lo amarraremos. – Ordenó Viento. – Con estas correas no podrá liberarse. – Fueron las palabras de Trueno. La paciencia era una virtud que los Dioses compartían. Esperaron hasta que el telón de nubes descubriera al redondo y luminoso astro. Hambriento en busca de una presa salió el enorme lobo, aulló a la luna como un enamorado, pero su instinto le advirtió el peligro. Los tres se abalanzaron sobre la bestia arrojándole los poderosos lazos, ella utilizó sus fuerzas y rompió las inútiles riendas. Volvieron a intentarlo pero fracasaron. Los duendes al escuchar las plegarias fabricaron una cadena con maullidos de gato, barba de mujer, raíces de montaña, tendones de oso, aliento de pescado y saliva de pájaro. Suave como la seda pero indestructible. Seguros pero prudentes se escondieron detrás de las rocas que rodeaban la entrada de la gruta. Marte y Trueno lo sorprendieron y sujetaron mientras Viento lanzaba la cuerda como un halo de luz rodeando al corpulento animal. En el fervor de querer liberarse abrió la boca y brotó un rugido atronador. Con ánimo de silenciarlo Marte metió su mano dentro. El ogro apretó los filosos dientes y rebanó el miembro del Dios.
Todavía por las noches retumba en el bosque el grito del lobo condenado a la quietud eterna.

 

Subir

 

Por Ana Zamulko

Rescate

En la pileta la espuma formada por el detergente dibuja cordilleras, profundos desfiladeros, laderas tersas, lagunas grasosas que cambian continuamente su configuración. Oleajes violentos de platos que se sumergen transforman el paisaje como un infinito cataclismo.
El hombre tiene la mirada fija y enturbiada, parece que de las manos, como savia enferma, le sube hasta los ojos la gratitud de esa bacha.
Por un misterioso azar, voy a caer dos por tres a una mesa que da justo frente a la ventana del bachero. Me tropiezo con esa mirada en la que leo, culposa, reproches- dale gorda, seguí disfrutando, mientras yo aquí, atornillado a esta bacha…Se me atraganta la pizza o un bocado de carne.
No aguanto más. Me levanto, pego la vuelta y sumergiendo mi mano en el mar mugriento tomo la suya. Lo miro sin palabras, le doy la señal del saltito impulsor y nos sumergimos juntos.
El fondo de la bacha nos succiona. Leves nadamos en aguas que se expanden hacia la luz.
La luz del sol se filtra desde una superficie limpia, limpia, limpia.
Nuestros pibes de adentro sacan curiosidades dormidas, compartimos cómplices la hermosura de los recuerdos chiquitos. Peces-sueños esquivos se escurren entre nuestros cuerpos que serpentean de placer. La soledad quedó flotando arriba, muy lejos, entre la grasa y el murmullo sordo de las mandíbulas masticantes, la vajilla tintineando en su torre efímera, las voces ajenas y confusas.
Dale bachero, te espero a la salida y nos vamos a tomar unos mates. Nada de platos para lavar.

 

Subir

 

Por Silvia Mabel Vázquez

Independencia

Sobre su cama estaba la ropa recién planchada. Arrastró la valija casi repleta hasta el comedor. La decisión ya estaba tomada. Aquella mañana de mayo terminó de empacar y revisó una vez más el boleto, para asegurarse que no perdería el vuelo. No esa vez. Lo habían convencido, pero no quería seguir con esa vida monótona y simplona de pueblo. El micro a Buenos Aires salía en una hora, el vuelo, en tres. Lo esperaban las luces de una nueva ciudad y una ocupación bien diferente a la incansable búsqueda pueblo por pueblo para la próxima cosecha. Su madre, escondida en la cocina, llorisqueaba mientras le preparaba el último café. Volvió a revisar el boleto. Corrió al dormitorio y cerró la puerta, no sea cosa que lo vieran esconder, en el bolsillo, la foto del cumpleaños donde estaban los cuatro, sonrientes, frente a los álamos de la entrada a la casa.

 

Subir

 

 

marta rosa mutti

perfil Marta Rosa Mutti

Avatares - Centro de narrativa y poesia

cursos y seminarios - apasionarte

libros - Marta Rosa Mutti

Asterion letrario

vuelo de papel

novedades Avatares

textos y contextos - Avatares letras

serviletras

contacto-avatares

 

avatAres apuntes literarios y algo más - Anuario de letras - Publicación de Avatares letras, Escuela de escritura - Te: (+54) 011-47685174 - centroavatares@yahoo.com.ar