Caminantes y caminos
 

De José Saramago
La imagen te enseña la situación. La palabra tiene que describirla, comprenderla y comunicarla. Y ésa es la gran magia de la palabra. Ninguna palabra es en sí poética. Lo que la hace poética es la palabra que está al lado.

Maestro: Abelardo Castillo

Perfil: Narrador, dramaturgo, ensayista, Abelardo Castillo, nacido en Buenos Aires en 1935, es uno de los escritores argentinos contemporáneos más reconocidos. A principios de la década del 60 se publicó su libro de cuentos Las otras puertas, con el que fundó una serie -Los mundos reales- que continúa con Cuentos crueles, Las panteras y el templo, Las maquinarias de la noche y ahora suma El espejo que tiembla (Seix Barral): once relatos fantásticos en los que se cuelan Buenos Aires y San Pedro. Es autor de las obras teatrales Israfel y El otro Judas, y de las novelas El que tiene sed, Crónicas de un iniciado (en las dos aparece su alter ego Esteban Espósito) y El evangelio según Van Hutten. Creó las recordadas revistas literarias El grillo de papel, El escarabajo de oro y El ornitorrinco.


Cuento

Conejo

Y cualquiera que escandalizare a uno de estos
pequeños que creen en mí, mejor le fuera que se le
colgase al cuello una piedra de molino de asno, y
se le anegase en el profundo de la mar.
MATEO, XVIII: 6

No va a venir. Son mentiras lo de la enfermedad y que va a tardar unos meses; eso me lo dijo tía, pero yo sé que no va a venir. A vos te lo puedo decir porque vos entendés las cosas. Siempre entendiste las cosas. Al principio me parecía que eras como un tren o como los patines, un juguete, digo, y a lo mejor ni siquiera tan bueno como los patines, que un conejo de trapo al final es parecido a las muñecas, que son para las chicas. Pero vos no. Vos sos el mejor conejo del mundo, y mucho mejor que los patines. Y las muñecas tienen esos cachetes colorados, redondos.
Caras de bobas, eso es lo que tienen.

A mí no me importa si no está. Qué me importa a mí. Y no me vine a este rincón porque estoy triste, me vine porque ellos andan atrás de uno, querés esto y qué querés nene y puro acariciar, como cuando te enfermás y andan tocándote la frente, que parece que los tíos y los demás están para cuando uno se enferma y entonces todo el mundo te quiere. Por eso me vine, y por el estúpido del Julio, el anteojudo ese, que porque tiene once años y usa anteojos se cree muy vivo, y es un pavo que no ve de acá a la puerta y encima siempre anda pegando. Se ríe porque juego con vos, mírenlo, dice, miren al nenito jugando al arrorró. Qué sabe él. Los grandes también pegan. Las madres, sobre todo. Claro que a todos los chicos les pegan y eso no quiere decir nada, pero igual, por qué tienen que andar pegando siempre. Vos, por ahí, vas lo más tranquilo y les decís mirá lo que hice, creyendo que está bien, y paf, un cachetazo. Ni te explican ni nada. Y otras veces puro mimo, como ahora, o como cuando te hacen un regalo porque les conviene, aunque no sea Reyes o el cumpleaños.

Yo me acuerdo cuando ella te trajo. Al principio eras casi tan alto como yo, y eras blanco, más blanco que ahora porque ahora estás sucio, pero igual sos el mejor conejo de todos, porque entendés las cosas. Y cómo te trajo también me acuerdo, tomá, me dijo, lo compré en Olavarría. El primo Juan Carlos que vive en Olavarría a mí nunca me gustó mucho: los bigotes esos que tiene, y además no es un primo como el Julio, por ejemplo, que apenas es más grande que yo. Es de esos primos de los padres de uno, que uno nunca sabe si son tíos o qué. Era una caja grande, y yo pensaba que sería un regalo extraordinario, algo con motor, como el avión del rusito o una cosa así. Pero era liviano y cuando lo desaté estabas vos adentro, entre los papeles. A mí no me gustaba un conejo. Y ella me dijo por qué me quedaba así, como el bobo que era, y yo le dije esto no me gusta para nada a mí, mira la cabeza que tiene. Entonces dijo desagradecido igual que tu padre.

Después, cuando papá vino del trabajo, todavía seguía enojada y eso que había estado un mes en Olavarría, lejos de papá, y que papá siempre me dice escribile a tu madre que la extrañamos mucho y que venga pronto, pero es él el que más la extraña, me parece. Y esa noche se pelearon. Siempre se pelean, bueno: papá no, él no dice nada y se viene conmigo a la puerta o a la placita Martín Fierro que papá me dijo que era un gaucho. A papá tampoco le gustó nunca el primo Juan Carlos. Y yo no te llevo a la placita, pero porque tengo miedo que los chicos se rían. Ellos qué saben cómo sos vos. No tienen la culpa, claro, hay que conocerte. Yo, al principio, también me creía que eras un juguete como los caballos de madera, o los perros, que no son los mejores juguetes. Pero después no, después me di cuenta que eras como Pinocho, el que contó mamá. Ella contaba cuentos, a la mañana sobre todo, que es cuando nunca está enojada. Y al final vos y yo terminamos amigos, mejor que con los amigos de verdad, los chicos del barrio digo, que si uno no sabe jugar a la pelota en seguida te andan gritando patadura, anda al arco querés, y malas palabras y hasta delante de las chicas te gritan, que es lo peor. Una vez me dijeron por qué no traes a tu hermanito para que atajen juntos, y se reían. Por vos me lo dijeron, por los dientes míos que se parecen a los tuyos. Me parece que te trajeron a propósito a vos, por los dientes.

Ellos vinieron todos, como cuando la pulmonía. Y puro hacer caricias ahora, se piensan que uno es un nenito o un zonzo. O a lo mejor saben que sé, igual que con los Reyes y todo eso, que todo el mundo pone cara de no saber y es como un juego. Y aunque el Julio no me hubiera dicho nada era lo mismo, pero el Julio, la basura esa, para qué tenía que venir a decirme. Era preferible que insultara o anduviera buscando camorra como siempre y no que viniera a decir esa porquería. Si yo ya me había dado cuenta lo mismo. Papá está así, que parece borracho, y dice hacerme esto a mí. Y ellos le piden que se calme, que yo lo estoy mirando. Entonces me vine, para hablar con vos que lo entendés a uno y sos casi mucho mejor que el tren y ni por un avión como el del rusito te cambiaba, que si llegan a imaginar que yo te iba a querer tanto no te traen de regalo, no. Y nadie va a llorar como una nena porque ella está enferma y no puede volver por un tiempo. Y si son mentiras mejor. Oscarcito tampoco lloraba. Ese día también había venido mucha gente, pero era distinto. En la sala grande había un cajón de muerto para la mamá de Oscarcito. Estaba blanca. Oscarcito parecía no entender nada, nos miraba a todos los chicos, pero no lloró, le decían que la mamá de él estaba en el cielo. Y esto es distinto. Mi mamá no está en el cielo, en Olavarría está. El Julio, la basura esa de porquería me lo dijo, pero a lo mejor se fue enferma a algún otro lado y por qué no puede ser. Todos lo dicen. Todos menos el primo Juan Carlos, que tampoco está. Y mejor si no está, que a mí no me gustó nunca por más que ella dijera tenés que quererlo mucho, y una vez que yo fui a Olavarría no los dejaba que se quedaran solos. Andá a jugar al patio, siempre querían que me fuera a jugar al patio: ella también. Y después puro regalar conejos, sí. Se creen que uno no se da cuenta, como ahora, que si estuviera enferma no sé para qué lo andan aconsejando a papá y él me mira, y se queda mirándome y me dice hijo, hijo. Y a veces me dan ganas de contestarle alguna cosa, pero no me sale nada, porque es como un nudo. Por eso me vine. Y no para llorar tranquilo sin que me vean. Me vine porque sí, para hablar con vos que lo entendés a uno, y sos el mejor conejo de todos, el mejor del mundo con esas orejas largas, y dos dientes para afuera, como yo cuando me río.

Me parece que no me voy a reír nunca más en la vida yo. Eso es lo que me parece.
Y al final a nadie se le importa un pito de los dientes, porque yo te quiero lo mismo y te quiero porque sí, porque se me antoja. No porque ella te trajo y mejor si no va a volver. Ojalá se muera. Y lo que estoy viendo es que esa cabeza, que tenés no es nada linda, no, y si quiero vamos a ver si no te tiro a la basura, que al final de cuentas nunca me gustaste para nada vos. Y lo que vas a ganar es que te voy a romper todo, los dientes, y las orejas, y esos ojos de vidrio colorado como los estúpidos, así, sin que me dé ninguna gana de llorar ni nada, por más que te arranque el brazo y te escupa todo, y vos te crees que estoy llorando, pero no lloro, aunque te patee por el suelo, así, aunque se te salga todo el aserrín por la barriga y te quede la cabeza colgando, que para eso tengo el tren y los patines y..

Abelardo Castillo - Las otras puertas


Análisis del Cuento Conejo
Por Marta Mutti

Abelardo Castillo recorre la arista ríspida de los sentimientos desde una narrativa que deja al descubierto los aspectos más crueles y oscuros. Cierto es, que las líneas por donde corren las historias, responden a un gran manejo de la estructuras semánticas y de estilo. Existe en sus textos una precisión casi absoluta. Un rigor matemático, que a veces sofoca y nos deja perplejos frente al producto final: sorprendente, extraño, revelador. Trabajo que tiene como eje central a la evolución de los personajes (hasta su encarnadura), la función definitoria de la digresión en la trama y el escenario donde se cumple; esta casi ceremonia.
Una muestra de ello lo podemos constatar en el presente cuento: Conejo.
El centro de la historia gira sobre el momento en que se deja atrás la niñez, siendo todavía; un niño. Parado en los tiempos de los años de la inocencia, el protagonista tiene que enfrentarse a la finitud de un mundo construido desde el alcance de la propia mirada, con sus reglas de orden y juego. La burbuja brillante y protectora ha roto sus membranas y el afuera llega a él con sus ruidos, olores, y pasiones. Ya no puede dejar de ver el mundo de los adultos.
La pérdida de la inocencia no es otra cosa que la toma de conciencia de otros estados del ser, los propios, y de aquellos que nos acompañan, involucrándonos o no. Entonces las cosas no son como nos dijeron. La madre y el padre, tienen otros espacios en sus vidas esperando por ellos y en los que el niño queda fuera. Y ese nuevo orden - lugar - situación al que el niño deberá ingresar gradualmente y mediante el proceso de la abstracción, lo sumerge en un terreno cenagoso.
Ya no hay tierra firme debajo de los pies, El mundo se ha dado vuelta del revés y hay que ajustarse a sus hilos desmadejados, a sus colores raídos, y al caos de los cambios. Entonces el niño personaje, y el personaje niño, tiene que cargar en su morral: mentiras, manipulación, frustración, protagonismo, afecto, las infidelidades propias y las de los adultos, que hasta ayer, desempeñaron su tarea como contenedores y dosificadores de este pasaje.
Nuestro niño del cuento, descubre que está solo en medio de la gente, y que desde esa soledad deberá encontrar un camino donde realizar el aprendizaje. Nada se construye de golpe y sin otro, en quien apoyarse, manifestar dudas, temores, sorpresas. Siempre hay una figura, una silueta que nos brinda su colaboración, aún desde el silencio. Un anciano, un maestro, un juguete. Un Incondicional. Un siempre presente, inclaudicable, sin renuncias. Un algo o alguien capaz de soportar la descarga de nuestro dolor, frustración y nuestro maltrato. Y sobre todo desde el silencio. El trabajo literario de la trama y el efecto se muestran desde el soliloquio. Ese monólogo ininterrumpido, dirigido a un interlocutor que sabemos que no va a responder, porque no puede o no está presente. Lo que nos deja en total libertad de ir y venir con nuestros cuestionamientos y reflexiones. Los niños instintivamente saben que el entorno no siempre está listo para escucharlos. Es muy natural que el niño hable solo, esto forma parte de su desarrollo cognitivo. Les permite coordinar sus actos con sus pensamientos para aprender a manejar, o adaptarse a las nuevas situaciones y superar a su modo, las dificultades.
Vemos que Abelardo Castillo utiliza deliberadamente este modo discursivo con varios fines. Uno de ellos por ejemplo, es la fuerza de la voz narradora desde la segunda persona, que le da espacio para la teatralización del drama. Otro es la vía directa, llana y genuina que provee la voz infantil. Desde su "inocencia", expresa lo que ve y siente, tal como es y como se van resolviendo dentro del escenario de su experiencia de vida.

 
 
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