El Fogón
 


Por Horacio Aranda

Semana Santa

Cuando lo conocí al Lalo, estaba internado en el Instituto Frenopático de la Costa, era ya un paciente institucionalizado. En esa época tenía veintitantos años, de los cuales la mitad los había pasado recluido. De sus primeros años, poco se sabe. Apareció un día en la ciudad abandonado como un perro: sucio, rotoso y muerto de hambre. Su lugar era la Terminal de Ómnibus, donde se alimentaba gracias a los chóferes de larga distancia, que distraían raciones de sus pasajeros.
No le interesaba leer ni escribir, solo satisfacer sus necesidades primarias.
Su actividad, la carga y descarga de valijas, que le dejaban algunas monedas en el bolsillo.
Su entretenimiento, hacer puntería sobre los sufridos pajaritos, que caían como moscas de los árboles cercanos. Un día se aburrió y eligió a los gatos del vecindario. Pero el resultado no era el mismo, no caían inmóviles a sus pies, al contrario, huían maullando, en búsqueda de refugio bajo los autos estacionados… ¡no había emoción!
Fue entonces que se fabricó una lanza que lo convirtió en el terror de los felinos. Para confeccionarla, se procuró una caña de un par de metros a la que ató una cuchilla en la punta. No perdonaba a nadie. Se había convertido en un sanguinario depredador.
Las autoridades del pueblo, con Don Jesús el intendente a la cabeza, tomaron una drástica solución: debía ser internado. Intervinieron la Policía y el Juez de Paz, que en un sencillo trámite concluyeron que era lo mejor para la sociedad.
Allí tomé contacto profesional con el paciente. Era una época en la que a los enfermos psiquiátricos se los sometía a drásticos tratamientos, shock insulínico, descargas eléctricas, chaleco de fuerza y la habitación acolchada más un cóctel maravilloso que transformaba a un desquiciado en una dulce criatura.
Durante su internación cambió agresividad por misticismo. Horas y horas cantaba salmos acompañándose con las palmas de las manos. Su figura también había cambiado, los ojos tenían un brillo extraño y por la comisura de la boca, un hilo de saliva corría hacia el mentón.
Años después, el juez y la junta médica del pueblo consideraron que Lalo no era un peligro para él ni para quienes lo rodeaban. Volvió a la Terminal y a su antiguo trabajo, la retribución era la misma; unas monedas por el acarreo de las valijas y la comida que generosamente le convidaban los chóferes. A la noche descansaba en la habitación del sereno y los domingos a la Iglesia.

Pasaron varios años. Celebraban en el pueblo una festividad religiosa y de acuerdo a la tradición, en el Vía Crucis participaba la totalidad de la población, incluyendo sus autoridades.
La cruz de aproximadamente ochenta kilos, era llevada por el intendente (con la ayuda de los miembros del Concejo Deliberante) hasta su destino final. Además de la intervención de los vecinos, concurrían de pueblos aledaños que acompañaban piadosamente el recorrido. No faltaban las plañideras dando mayor realismo a la ceremonia.
Se había elegido como lugar de la crucifixión un montículo de arena, previamente horadado.
Al llegar la procesión, se colocó la cruz en el piso y sobre ella se acostó el intendente. Sus ayudantes le ataron las manos en el travesaño horizontal y trabajosamente colocaron el grueso madero en la cavidad. Los pies descansaban sobre un escalón, firmemente atados para evitar desplazamientos. Una corona de falsas espinas apoyada en la cabeza y un taparrabos completaban el vestuario. Un colaborador, simulaba hacerle beber vinagre con una esponja. A su diestra, el secretario de hacienda y finanzas, del otro lado el secretario de gobierno, ambos en sendas cruces.
El pueblo seguía la ceremonia entonando cánticos religiosos. Unos pasos delante mío, veo una figura conocida apoyada en un largo bastón. Era Lalo con su vieja lanza en las manos, que rezando ante la cruz, creyó haber sido engañado; eso era una mera representación… ¡le faltaba emoción!

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Por Graciela Busto

Doña Soledad

Soledad vive entre recuerdos dentro de paredes vacías y desoladas.
El reloj antiguo de pared da las campanadas. Como todos los días las chinelas deshilachadas y viejas esperan el recorrido matutino.
La pava, repleta con agua sobre el fuego, sueña en largos silbidos.
La habitación guarda el desorden habitual y la cama está sin hacer. En un rincón una pila de ropa sin planchar.
Al mediodía, los aromas a comida vienen de la casa vecina e impregnan su cocina. La mesa no la invita. Los platos apilados aguardan su comida y quién los sirva. La radio le informa las noticias con su fuerte volumen.
Toma los patines de franela y circula por la casa en su monotonía habitual. Busca fotos, cuadros y juguetes que ya no tienen dueños. El goteo de la canilla del lavadero es constante, el cuerito se ha roto y se derrama agua en el suelo, "Habrá que arreglarla", murmura enojada.
El teléfono suena y pregunta por seres que no viven allí. Las horas caminan su lento viaje sin regreso. "No estoy sola", se dice.
Las puertas gritan con chirridos, las cortinas danzan su penúltimo baile sobre las ventanas.
"No estoy sola", se repite.
La pava sobre el fuego sigue su sueño de silbidos.
"Estoy cansada", repite una y mil veces.
A lo lejos, los ladridos de los perros son un coro en aumento por toda la cuadra. Los micros escolares con sus bocinazos, se suman al bullicio de los chicos de la escuela cercana.
Las plantas ya no tienen agua, sus hojas cubren el pasto. Algunas ramas secas avisan que llegó el otoño.
Soledad, con sus pasos lentos, se dirige al sillón hamaca de mimbre y teje. Las agujas van y vienen…
La habitación sigue en desorden y la cama sin hacer. La pava derrama su agua y apaga el fuego en su último silbido.
"No estoy sola, escucho voces", se dice
El eco de su voz se agiganta por las habitaciones, mientras una luz ilumina las cortinas danzarinas de su ventanal en su último vuelo.
Soledad, no se mece. Su hamaca no se mueve.

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Por Patricia Moltedo

Visiones

El pez suave dulce y mullido que se mueve hasta donde el aire, la fuerza y el hilo del que pende permiten.

Veo a la no tan mullida muñeca que me fabriqué de tela cuadrillé rosa. Es sencilla y hermosa, mamá no quiere que la tenga, es muy poco para mí, pero es lo que deseo, me dice que vaya a jugar con la Piel Rose o con Mariolina. ¡Mamá, son hermosas, pero son duras, no tiernas como un bebé, como el que un día tendré! Son duras, estáticas, derechas y perfectas. Hermosas como los soldados, que veo cuando vamos a la Capital. Derechos, lejanos, no se parecen a los bebés consentidos.
Los bebés no deben ser consentidos, deben ser perfectos, duros y estáticos.
El colectivo dobla la esquina, duros y estáticos, evitamos salir volando, como las muñecas de las vidrieras. Debemos arreglarnos, ponernos moños y flores en el pelo. Lucir nuestras caras, así debe ser, debemos mostrarnos y vernos. Con boquitas de rosas, eternas nenas, que al sufrir las grietas del tiempo seremos desechadas.

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Por Analía David

La Batalla

Impresionan esos cuerpos, tan iguales todos.
Desvestidos de su gracia, se ven enfermos.
Duele saber las historias detrás de cada uno de ellos. La tristeza de cada familia. La impotencia de luchar contra una enemiga terrible, astuta y siempre agazapada dispuesta a atacar.
Algunos de esos cuerpos tal vez vuelvan a desear vivir. Otros tal vez no puedan volver a ser.
La anorexia habrá ganado la batalla.

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Por Claudia Guala

Son Ellos

Los pasados adormecidos responden a la cita.
Él la toma de la cintura, ella respira en su nunca. Bailan. Ya no hay silencios.
La fiesta los ha dejado fuera.

Otra vez, ellos

IElla intentó no definir situaciones.
Al atravesar esa puerta, la tomó de los hombros y dijo:
-Quiero que antes que nada, leas este cartel pegado en la pared: "Este es mi caos"...
Las cosas se superponían, se acumulaban por allí en un orden caótico, aquel que solo entiende y sabe ver más allá, de lo que realmente se ve.
La cámara podía registrar cada situación. Los objetos se hacinaban allí, de manera casi perfecta y no asombrarían a nadie.
Todo se respiraba en el aire, la piel, los nardos en el florero, el "humito"... envolvente, mientras el vino tinto destellaba en el interior.

El caos - el paraíso, en ese 10º piso, el último...
Hola... Dijo, ahora sí bienvenida. A ella le resulto casi como una revelación y preguntó:
-¿Dónde está el límite?

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Por Elizabeth Naré

Oscuridad amada

Sentada en el pastizal del prado, observaba mi eterna oscuridad, absorta del mundo que continuaba a mi alrededor. Una suave mano acarició mi mejilla, borrando todo rastro de aquella lágrima que no había notado. Alcé mi vista y lo miré a los ojos, en ellos vi una vida perdida y un hombre que no sabía lo que era el amor. Pero a pesar de eso, me había acariciado con mucha ternura. Fruncí el ceño en señal de confusión, alargué mi mano con intención de tocarlo.
Dudó, pero después de un segundo se arrodilló junto a mí, permitiendo que le acariciara el rostro. Ambos sonreímos, sus ojos cafés me decían que lo conocía, y sus dulces labios tentaban el deseo que estaba reprimiendo.
Me acerqué y rocé nuestras bocas en un sutil beso, cerré los ojos para disfrutar el momento; en un segundo sus labios presionaron los míos, abrí los ojos y lo vi sonriendo nuevamente, se levantó y me extendió la mano. Una nostálgica sonrisa invadió mi cara, otra vez había soñado con el pasado y otra vez había soñado como él me sacaba de ese oscuro y aislado lugar.
-Amor…
Me llamó en un murmullo, había vuelto a introducirme en mis pensamientos, me levanté de un salto besándolo nuevamente, si; mi corazón sería eternamente suyo.

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Por Anne I. Duarte

Tarde de otoño

El sol reposa suavemente contra la hierba creando débiles reflejos en el lago. Lejos se escuchan murmullos sin dueño, fantasmas del pasado como un manojo de cartas se abren en mi mente…vacía por dentro las contemplo pasar sin detenerse ¿es que no sienten compasión?, no tienen escenario solo sonido, frases, palabras, promesas que valen tanto como yo ahora.
Siento calor en mi hombro izquierdo, un débil tacto humano me despierta…trata de traerme de vuelta sin lograrlo. Siento que pronuncian mi nombre, no los escucho… o no los quiero escuchar, ya no importa, solo quisiera ver el pasado y vivirlo como el mismo presente.
Me toman de la mano, el aroma deja de sentirse como el simple verano, y se transforma al del otoño. En medio de mi familiar oscuridad algo se distingue… borroso, sin forma… cálido. Dejo que se me acerque, sin fuerzas para preguntar, para hablar para permanecer…de lejos me siguen llamando pero es inútil por que saben, que yo debo estar junto a él.

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Por María Mantovan

Volver a empezar

¿Se puede a través de este largo camino proponernos un intento tras otro?, ó la abundancia de cumpleaños nos detiene…
Me reinvento afrontando las nieves heladas para sentir la daga. El galope del destino no admite límites geográficos y una nueva lección dibuja el último castillo. Intento aceptarme dentro de los leales archivos de la vida. En el constante descifrar de esta predilección por lo absurdo, un grito silencioso controla mis sueños.
Este gran centro neurálgico deja mi mano tendida para abrazar los vientos al final del recorrido, que es parte del viaje.
Sin fecha de expiración, y como un perro viejo que aprende trucos nuevos, le corto el rostro al retrato y enfrento el reto de conocer la libertad después de la esclavitud. Ya no más cuestionamientos, solo más timón.
Al comenzar este nuevo itinerario de viaje interior grito: "llévame a casa".
Por si los vientos cambian, en mi bitácora: 1000 noches en vela. Las lágrimas, buscan la sonrisa de un niño y al alfarero de fantasías que luego de enterrar a sus muertos, sabe que nadie lo recordará por sus pensamientos.
Ni nadie le pegará más que la vida.

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Por Sandra Laino

Ellos

Sentir que la vigilia es otro sueño
que sueña no soñar y que la muerte
que teme nuestra carne es esa muerte
de cada noche, que se llama sueño.
J.L.B

Quisiera poder decirte, aunque sea por esta vez, que todo está en orden, que todo terminó y me vuelvo a casa. Las cosas se complican y lo peor es que ni si quiera estoy segura de haberlos visto.
Permaneceré aquí un tiempo más para aclararles, para aclararme. Mi madre solía tranquilizarme con la frase, el tiempo todo lo cura; pero aquí todo el tiempo es locura.

Sueño que despierto de un sueño, me siento en el borde de la cama, apoyo mis manos sobre el pecho, la respiración es normal. Cinco dedos cada una. Verifico. Sobre la mesita de noche el reloj marca las diez, dos agujas, una grande y la otra pequeña, ambas donde deben estar. Observo la luz que se filtra discontinua por las persianas, proviene de los autos que giran en la esquina, luego siguen adelante y se pierden, como merodeando. Me levanto, camino hacia la puerta. Un momento, la prueba del espejo. Retrocedo y me encuentro. Frente a él nada se esconde, ni mi soledad. Ojos canela desteñidos de luz, piel cetrina estriada de venturas y desventuras, labios vacíos de amores lejanos, el pelo alborotado, un caos en mi cabeza. Un camisón blanco como incorpóreo. Soy yo, la misma de siempre. Sólo un detalle, el pelo, un mechón asoma más corto del lado izquierdo. Nada importante supongo, un motín del cabello.
La quinta prueba antes de abrir la puerta. Manoteo el interruptor de luz, se enciende y se apaga sin irregularidades.
Me pregunto como reconocer la realidad. Con evidencias me contesto. Y qué son las evidencias sino ver con claridad. Eso es, necesito luz.
Convencida abro la puerta y veo otra al final del pasillo. Se que debo revisar si están allí. Me detengo en el umbral, siento agua bajo los pies, está tibia y clara pero no puedo ver el fondo. Dejo caerme y empiezo a nadar hacia la otra puerta. Llego empapada, pero no tengo frío.
Antes de entrar los oigo con claridad. Ya está aquí, debemos ayudarla. Hablan mi idioma por suerte. Aunque no se oyen hostiles debo seguir con cautela.
No hay hielo que romper, me toman de las manos con ternura y firmeza, como una madre toma las manos de su hijo para cruzar la calle. Estoy cómoda pero siento curiosidad. Sus cabezas no tienen rostros, un espacio blanco y ovalado ocupa el lugar de sus caras. Sin ojos, sin boca, sin labios, sin nariz, sin gestos. Usan el pelo alborotado con un mechón más corto del lado izquierdo.
Atino a tocar las no caras con suavidad, como una caricia, pero con otro fin. Observo como mi mano atraviesa el óvalo blanco y sin pensarlo me asomo con el resto del cuerpo. Luz, mucha luz, claridad.
Ya tienen lista una habitación para mí, pocas cosas, sólo las necesarias. Una cama con sábanas blancas y limpias, dos ventanas enormes sin cortinas ni persianas y una mesa de noche. Me siento en el borde del colchón, con el sol sobre la frente como una daga certera, entiendo que ellos son mi evidencia. No los puedo condenar.
Me quedaré aquí con ellos pero debo dormir para despedirme. No volveremos a vernos.
Antes de cerrar los ojos reviso la nueva habitación. La cama, las sábanas, las ventanas, y en la mesa de noche una tijera entre un puñado de pelos.
Ellos advierten que me voy, huelen mi vacío. Tengo que explicarles que cuando duerma, los del otro lado, intentarán mantenerme con ellos. A veces lo hacen con pastillas debajo de mi lengua, otras envían a un hombre con lentes y un anotador que pasa muchas horas conmigo. No para de hablar ni de preguntar.
Es una pena que no entienda lo que dice, parece un buen hombre, pero aún no aprendo su idioma.

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Por Dolores Fernández

Pies Descalzos

Escucho pasos. Son las pisadas gomosas de la enfermera nocturna. Dicen que usan ese calzado para no molestar. Las de cirugía y terapia usan botas de tela .Yo conozco todas las costumbres. Pasé por todos lo servicios. No daban una moneda por mí.
Entré por un coma diabético, ya no podía estar parado. La sangre se negaba a circular. Como en un embotellamiento de tránsito. Eso me explicó el médico, un jovencito de pelos parados que si lo veo en la calle, ni limosna le pido. Un pibe común. Buenito.
Él me salvó. Claro que me volaron las piernas. Dicen que la guardan en formol. Yo no lo creo. Historias de hospital. Una mucama paliducha y flaca, asegura que me van a esperar junto al Señor. Ella es muy creyente, repite todo el día:
Si Dios quiere por aquí si Dios quiere por allá.
Cada loco con su tema. Además el rengo es el que más plata junta. Voy a tener que cambiar de puente. Por la competencia.
Alguien da vueltas por ahí, seguro que viene a buscar al que trajeron a la tarde. Cama 8. La familia gritaba.
Se retrasaron con la merienda, con tanto ir y venir. Mi médico se olvidó de dejarme la fruta que me guarda de su almuerzo. El de la cama nueve, dice que al herido no lo llevan a terapia intensiva para que se muera junto a la familia. Aquí todos opinan.
Los del fondo no tenemos medicación a la noche, por eso me extrañan los pasos. Ahora se escuchan como descalzos, livianos.
No son los camilleros que de noche solo vienen a buscar algún muerto. Meten una bulla, despiertan a todos y hasta hablan de fútbol o del trasero de la enfermera de guardia.
El doctorcito dice que yo voy a enterrar a muchos. Mejor. Aquí estoy como en casa. Cuando tenía casa. Mejor que bajo el puente .En invierno ni las ratas enfrentan al viento y en verano te morfan los mosquitos y las moscas verdes te pelean la comida. Me gusta esta cama del fondo. Nadie molesta. Me bañan. Como bien, nada de dulces. No me gustan los dulces.
Cuando tengo dolores, le agregan algo al tubito que tengo en el brazo y duermo como bebé en el pecho de su madre.
Estoy desvelado alguien se acerca. Algún sonámbulo. En el puente cuando juntábamos un par de cajitas, más de uno caminaba dormido. Por curioso no puedo dormir.
-¿Quién anda ahí?- No me contestan, seguro que es una enfermera que se equivocó de sala. El fulano que estuvo en la cama diez, un engrupido que se la daba de poeta, aseguraba que las musas rondaban la sala para inspirarlo.
-Vino mi musa, esbozó una sonrisa y me tendió la mano-Al otro día se lo llevaron a la morgue.
Quien sea, se está acercando. Debe ser flaquita no hace ruido y tiene olor a nardos como el jardín de mi vieja.
Llegó. Se sentó en el borde de la cama. Es muy canchera. Cruzó las piernas son largas, como las mías. Me hizo una caricia de dedos flacos. En un chamuyo ronco me contó que está de paso. Me invita a acompañarla
El de la 8 es muy pibe para un viaje tan largo viaje. Me convence.
Lo que me jode es fallarle al doctorcito.

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Por Luis Elorriaga

Historia vigente

Los pueblos tristes y polvorientos semejaban a museos de piedra. Todo parecía resuelto en la idea colonial. Los nativos eran de otra casta que no era la de los conquistadores. Todo era chato y previsible. Sin embargo, a doña Paula Albarracín se le ocurrió parir a Domingo Faustino, quien creció en San Juan y la refundó. Se formó en la matriz de un país hecho a jirones, desangrado en vicisitudes e ideas antagónicas. Soñaba con letras y libros, con escuelas para forjar ciudadanos, aunque bien vale mencionar su crueldad intelectual, políticamente activa, con sus coterráneos. De todas maneras fue un escritor notable (quizás el mejor), con innumerables libros en su haber. La ley 1420 fue su mayor legado, hoy muerta, desaparecida, extraviada de la vida nacional. Imagino una nueva versión de Civilización y Barbarie y porqué no de Argirópolis.

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Por Victor del Duca

Seremos infinitos

Caminando en un jardín espléndido de rosas Joaquín dibuja en el aire un rojo corazón de zumo y de belleza. Bebe hidromiel de las manos de su madre que, aturdidas por la lluvia, sólo atinan a resguardarlo. Es así como el experto segundo dilapida la conciencia de quien no ayuna. El solo recuerdo de lo bendito espanta a Joaquín, pues bien sabe que la obturada sentencia del dolor se aloja geográficamente en el pasado.
Son Joaquín y su madre los que revocan, sin apetito de cruz, la pobreza de su limitada euforia. Porque el lúdico incesto de la inocencia confunde a aquellos que nunca tuvieron nada, porque el amor es la salud del universo, porque arriba, allá a lo lejos, Joaquín difunde esa premisa que aspira a conclusión. Porque tarareando nocturnos de Chopin, Raquel consume de la sed de sus entrañas, porque la luz es innata y la dulzura también. Lejos del ecuánime sol que ante el calor declina Joaquín cunde amortizando restos de mares sin arena, añorando quizá el temor del "para siempre": ese gusano elemental que sabe a despedida.
Son ecos de tímido brillo los que se agolpan en el armazón de la fe muerta en divinidades, es que lo exacto reside en el rumor de Joaquín y de Raquel. No hay amor más tirano que el de estos dos. Resta decir que en el énfasis de estos básicos renglones se oculta la mayor tragedia sepultada por el hombre.
Heredando mitos de algodón el esplendor de Joaquín conquista la cima. Es apenas un renglón, una centésima de líquida prosa que acuñada al sofisma de la verdad simula indiferencia. Pero Joaquín no quiere saber, porque saber implica aniquilar el rol de las sirenas. Porque es Raquel quien resume la posibilidad del arte y la ocasión de una esfera mejor.

Cuando Joaquín arriba al nirvana, la gloria, y a la plenitud, cuando dicha inherencia trastabilla en el parnaso, cuando todo es hermoso y cuando ya no alcanzan los adjetivos es cuando Raquel deja de ser para engordar una lista de posibles canalladas.

Enfrentado a un paredón, pálido, de muerte sólida Joaquín dibuja lirios, cirios y amapolas en el regazo de su madre. Sin falsificar rezos capitula el rigor del "para siempre": ese gusano elemental que sabe a despedida. Llora, solloza y arranca de sus vísceras restos de nada sincretizados por un aluvión de dientes asomados al paroxismo. Joaquín no comprende ni comprenderá jamás cómo estorban al silencio estas partículas tamizadas de hipocresía y fatuidad. Pero es así, siempre fue así. Es posible que Joaquín lo recuerde cuando, lívido como un tilo, asista a su propio y tangible cordón de plata.
Joaquín escapa lejos del árbol que dosifica su abolengo y perfuma a la muerte con la resina de su propia negligencia. Sabe que de morir su amor será de nadie, así como su adiós o su estancia en el perdón de una abrupta condición de estatua, por eso huye mitificando el rastro.
Joaquín difunde su intención de acabar con todos, levanta la vista y de un solo golpe aparta al misticismo que, herido por la magia de un oxidado error, diluye la eficacia de su corona. Ecos inflamados contribuyen al desdén de dicho emprendimiento, es Raquel quien fuera de si implora por el "no ser" de su niño.
Suena un réquiem amilanado por un ingrato reloj de arena. Es el risco o la penumbra, el exilio o la sementera. Joaquín dibuja en el aire un virgen corazón de humo y se arroja o se deja arrojar al precipicio donde lo aguarda Raquel embellecida por los ágiles laureles de la otredad. Elevado a Dios cual silueta desnuda Joaquín abandona al hombre rodeado de ángeles, querubines y soles plateados. Junto a su madre y desde su madre recuerda que aún existe la lealtad del "para siempre": ese gusano elemental que se resiste a la despedida.

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Por María Leone

Un zapato y un reloj

Desarmando una de las cajas de la mudanza, reencuentro el reloj de mi abuelo materno, mas no sólo, ya no da la hora, tampoco me da emoción.
No tuve la felicidad de conocer personalmente al nonno, él se quedó en Italia, yo nací en Argentina, no pasaba día en que mamá nos hablara de él.
Nos enseñó a conocerlo a través de ella. Aprendimos a quererlo, esperar ansiosamente sus cartas, sentarnos juntos a contestarle, mantenerlo siempre al tanto del crecimiento de sus nietos, de cómo era nuestra vida al otro lado del océano. Hasta que llegó el día en que el cartero dejó en la puerta las malas nuevas.
El abuelo, ese dulce carpintero, se había ido, sin volver a ver a su hija, a sus nietos, sin conocerme. Había perdido al único nonno que nos escribía, los otros habían fallecido hacía mucho tiempo. Mi madre igual siguió manteniéndonos vivo el recuerdo de toda la familia separada por la distancia, siempre había anécdotas que contar, vivencias para recordar, hasta el día en que también ella se fue.
Al poco tiempo pude cumplirle y cumplirme, la promesa de conocer su tierra, conocer la gran familia que allí había quedado. En las dos primeras oportunidades que viajé, con el mayor de mis primos, fuimos a visitar la casa del nonno. Allí nació mamá. Allí vivió sus primeros tiempos de casada, allí nació el primero de mis hermanos.
Mirábamos la casa por fuera, estaba deshabitada. Está en el centro histórico, no la pueden demoler y quién pueda comprarla, deberá restaurar la fachada, sin alterarla. La plasmé en fotografías. La máquina no paraba en su clic clic. Con eso me conformaba, pero…la tercera vez que volví (tres, que sutil) ya con mi esposo, de luna de miel, mi primo dijo:
"Vamos, vamos, esta vez tendremos suerte, sé que hay alguien viviendo dentro, si le explico nos dejará pasar".
Y sí, el nonno me dio su regalo de bodas. Una anciana nos franqueó la puerta. No sé si entendió que hacíamos, no me importó. Pude reconocer por las viejas fotos, cuál era la entrada al apartamento que ocupaba, ver la escalera a la terraza en la que pasaban el tiempo en los días de verano. No pudimos subir, toda la propiedad estaba muy deteriorada, pertenecía a una condesa (para quien trabajaba mi abuelo) y sus descendientes aún litigaban. Caminé en medio de los escombros, buscando quien sabe qué. Nos fotografiamos sentados en el umbral de la puerta. Me puse grandes anteojos oscuros, pensando tontamente disimular las lágrimas. Antes de salir di otra recorrida por el interior, y allí, sobre un trozo de pared caída, había un zapato, envejecido, lleno de polvo, no podía dejar de mirarlo. Podría ser de cualquiera, pero no, tenía algo especial, me hablaba:
"Soy lo que tu piensas". Quise tomarlo y llevármelo. No me animé, en definitiva era sólo un objeto, y la anciana podría interpretar que quería robarlo. Primo y marido al unísono comenzaron con el: "vamos, vamos", no sé si les dio el apuro ó temían contagiarse de mi emoción.
Años después, uno de mis hermanos volvió a su tierra, y una amiga de la familia, le dio un reloj, dijo: "era del abuelo", no sé porqué lo esperó a él para entregarlo, a mí nunca me había comentado que lo conservaba. Hoy lo tengo en mis manos, no me habla, no me trasmite nada, pero aquel zapato…se me quedó en la mente y en el corazón.

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Por Julia Mansi

Los latidos cruzan el horizonte

Cuando asomo a la vida, ella me atrapa, me sostiene, soy el centro del universo, sólo creado para mí. Los brazos de mi madre protegen mi niñez, corro sin tregua hacia una adolescencia feliz dentro de lo que se me permite. Con pocos sí, atribuidos y algunos robados. Vivo los momentos como ella quiere. Me dejo llevar por los placeres, adornados.
Mi carácter sumiso me lo permite, de vez en cuando pero sólo de vez en cuando, los interrumpo, al escoger las palabras exactas, con tono.
Me empecé a sorprender a mí mismo, quizás en los cambios, en los que un hombre tiene que pasar para sentirse como tal.

-¿Qué quería el Seba? -dice mamá.
-Salir conmigo: -digo.
-¿Adónde te va llevar ese sinvergüenza?
-Adonde nadie nos moleste -un poco nervioso.
-¿Van a preparar una materia juntos otra vez? - intranquila.
-Sabes que no, él estudia medicina y yo sólo me inclino por las artes.
-¿Y en alguna van a coincidir? Digo, quizás... ¿O no?
-Imposible.
-Bueno, a mí me parece que es una compañía que no te conviene.
-No te parece que ya estoy preparado para decidir lo que me conviene. ¿No te parece ma...má?
La semana que viene cumplo la mayoría. ¿Qué te parece lo estoy o no? - contesto disgustado.
Estoy cansada me voy a dormir - dice clavando la mirada.

Con una adolescencia pesada, la mochila en mi espalda, todos los días iba al secundario en un colegio religioso. Recuerdo mi hermosa melena de bucles en tonos rojizos, en una caja la guardo, eran la atracción de mis amigas y amigos. Lloré sin consuelo. Me apagaron como a una estrella, cuando pierde su brillo al caer.
Tengo muchos vacíos, llenos de incomprensión. El hueco que hay en mí no lo logro superar, a no ser que empiece a patear cosas que me hacen daño. Que me fastidian, que me lastiman, que no pertenecen a mi forma de pensar.

Salimos de vacaciones con Seba, las expectativas eran muchas y atractivas. Las mías superaban a las de mi amigo, momentos de ocio nos abrazaron sobre un colchón turquesa de agua y algas vivas.
La suave brisa levanta la volátil arena y hace cosquillas en nuestros cuerpos que descansan sobre inquietas conchillas.
Muy cerca nuestro un arco con flores y tules blancos reflejan la unión de un amor. Un pastor una Biblia, las sagradas palabras y un par de anillos rodean sus dedos, cuando el sí, eternamente vuela hacia el firmamento.
Esta playa es testigo y el horizonte es sólo una línea que nos separa, una barrera trazada en nuestra mente para ponernos un límite, hasta donde llegar.
La ardiente calma oye los latidos de mi corazón y los de él. Esos mismos latidos cruzan el horizonte, llegan a los oídos fríos de mi madre.
Aún no pude volver, aunque ya no escuche más sus retos.

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Por Edith Migliaro

La mansión

Los anteojos, cubiertos de polvo, estaban sobre la mesa ratona y sobre el raído sillón las agujas y la lana. La habitación en penumbras, fría y vacía.
Se escuchó el timbre, alguien afuera quería invadir esa perfecta soledad de los espíritus; ya se irían, los hombres son impacientes, insisten ruidosamente varias veces pero después se cansan y se van, su tiempo es limitado, en el espacio intermedio es una pausa entre momentos. Pero esta vez, fue el timbre, silencio y luego unas llaves que intentaban abrir la puerta del amplio hall de la antigua casa estilo "Tudor", la que después de resistirse varias veces, cedió y tres personas irrumpieron. Hubo corridas, energías que se movilizaron a gran velocidad idas y vueltas arriba y abajo, los objetos quedaron difusos.
Cesó el todo.
- Disculpen la demora, pasen a conocer la casa - dijo Susi - esta es la sala, los muebles son originales. - Es una de las más hermosas mansiones de principios de siglo de la zona, se cuenta que fue de un conde inglés con un pasado tumultuoso de amores y traiciones...
- Se nota que hace años que esta desabitada - dijo Emma- acariciando el piano.
- Si, si claro.
- Nada que no se mejore con pintura, y… cambiando algunas cosas, tirar otras- agregó Marcos.
Una corriente cruzó la sala, todos lo notaron.
Pasaron al comedor, sobre la gran mesa una pipa; pasaron a la cocina, recorrieron el pasillo hasta jardín.
- Les muestro el piso superior -, subieron la escalera. Entraron en los cuartos, también amueblados, había un intenso olor, una mezcla de óleo y perfume para bebé.
A Emma le maravillaron las ventanas de escudos heráldicos, los arcos quebrados, y los amplios ambientes.
Marcos notó que la mujer del cuadro y la escultura del pasillo eran muy parecidas.
- Qué raro, son de distintas épocas.
- El escultor se debe haber inspirado en la pintora - acotó Susi, visiblemente incómoda.
Susi indicándoles que tomaran asiento preguntó: - ¿les gusta? -
- Es hermosa pero vamos a tener mucho trabajo, ¿que opinas Marcos?
- Si, la alquilamos, podríamos quedarnos hoy - dijo Marcos, pensando en quiénes habían vivido en ella.
Se dieron la mano sonrientes y Susi se fue casi arrepentida.
Susi entró en la oficina.
- Alquilé la casa Tudor.
- Otra vez, y por cuanto tiempo- inquirió Carlos
- Por favor, no empecemos con esa historia
- Les contaré de los anteriores inquilinos, de todos los anteriores, el pintor y la modelo, la viuda y su hijito, el pianista... -
- ¿Qué pretendías?, que antes de alquilarla comprara una mesa de tres patas e hiciera una cesión espiritista y convocara almas atrapadas en otro plano - dijo Susi indignada.
- Vamos a dormir Emma, mañana tendremos mucho trabajo, y deja ese piano en paz- dijo Marcos mientras dejó rápidamente la pipa que examinaba porque se sintió observado.
- Si subamos - dijo Emma con un escalofrío que le recorrió el cuerpo. Y subieron al dormitorio.
- Escuchaste, un grito - dijo Emma asustada.
- Si, y también creo haber oído el piano - Marcos se levantó y comenzó a bajar la escalera, casi se cae al pisar un juguete. Emma lo siguió.
- No pensaras que alguien entró - dijo ella.
- No, pienso que alguien no salió - dijo él.

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Por Graciela Ruffini

El vuelo del vampiro

Desperté a la vida en un jardín donde florecía la inocencia. Miradas vacías reflejaban pureza y por las noches rondaban disfrazados de santas y santos escudados bajo un manto negro. Hábiles seductores habitaban un mundo de mentira y engaño esperando la presa fácil. El jardín dejó de florecer era tiempo de revelar la verdad oculta bajo aquella mortaja blanca con puntillas pinceladas de rojo. Un sueño descubrió el misterio, abrió tumbas de piedra y huesos añosos. Gritos de espanto rompieron la serena noche, treparon las tenebrosas telarañas, ellos retorcidos en su propio infierno, en brusco vuelo se desplegaron en busca de sangre fresca para saciar sus espíritus. Me entregué al sueño, envuelta en un frío estupor. La fragancia nauseabunda rondaba en la habitación, almas oscuras enfrentadas al poder entre el bien y el mal confundidos se alejaban de la luz y yo permanecí en la tiniebla vistiendo junto a ellos; mortajas húmedas bajo tierra blanda.

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Por Analía Spataro

Ventana al Mar

Sentada frente a la ventana recuerda los días en que fueron felices.
Cuando le regaló la primera rosa, el primer beso…
También recuerda una frase que le golpeaba una y otra vez en la mente,
como un latido:

"Uno es artífice de su propio infierno, del que tenemos y del que queremos"

Unas lágrimas se deslizaron por sus mejillas. La ansiedad la consumía.
Los ángeles del dolor la acompañaban. Miró el mar con dulzura, abrió la ventana,
esbozó una gran sonrisa, y fue a encontrarse con él.

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Por Silvia Santilli

Crónica de amor y celos

El otoño amontonaba oro en las veredas. La tarde perdía su bruma melancólica y desde ese cuarto donde el sol se desvanecía, el alma de Federico se empapaba de recuerdos. La imagen de aquella muchacha humilde que conoció en la playa había bajado hasta el fondo de sus ojos. Sintió el roce de su mano acariciando su cuerpo y la locura de ese amor que se apoderaba día a día.
¿Quién era Federico Ordoñez?, un estudiante brillante, egresado de la Universidad de Buenos Aires con medalla de Oro, tercer hijo de una familia de clase media, dos hermanas mayores que administraban el negocio de sus padres, quienes se sentían orgullosos de este muchacho carilindo y bueno, con una sonrisa en sus ojos que despertaba el enloquecimiento de cualquier mujer. Federico Ordoñez, el que dejó el reparto de pan para dedicarse a la medicina
Se enamoró y se casó con aquella delicada y frágil muchacha que conoció en las playas Marplatenses. Nacieron sus dos hijos en un hogar envuelto de amor, pasión y celos.
Cuántas veces estos celos lo llevaron a cometer pequeñas locuras, nunca pasaron de una borrachera o alguna discusión callejera.
Últimamente descuidaba su profesión y se había convertido en un enfermo afiebrado de celos donde veía fantasmas, llegando a dudar de la fidelidad de su esposa.
En una noche quieta y tenue de abril, mientras su familia dormía aturdido y cegado por sus fantasías en el silencio de la noche se oyó el eco de una ráfaga y un último adiós.

Conducta

No pudo detenerla, la dejo partir. Sintió el silencio. Evocó aquel tiempo. Se secó los ojos. Se dejó morir.

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Por Juana Schuster

Involución

Mirando los recuerdos del desván está ella siempre.Manos resecas de tanto lavar pañales.
Un baúl con las bisagras oxidadas, contiene muñecas. Les faltan miembros.
Las atesora. Fueron de sus hijos y nietos.Otro canasto tiene ropita que tejió. Se entretiene vistiéndolas. Necesita hacerla para sentirse viva. Dio a luz tres varones y cuatro niñas que ya han volado del nido.
Prácticamente no la visitan. Tienen excusas que creen que los justifican.
Cuando llueve viene a casa a tomar un café con leche. Tiene miedo a los truenos.
A veces trae una caja vacía. Con sus pasos cansinos, se acomoda en el sillón. Cree que va sacando cosas. Es como la caja que el aviador le dibujó al Principito.
Anoche, tomé sus manos entre las mías. Como una frenética catarata reprimida durante mucho tiempo, mis lágrimas se juntaron. Sus palabras tenían cadencia de imploración. Me preguntó si podía quedarse a dormir. Le contesté afirmativamente.
Acomodé el otro cuarto. La ayudé a cubrirse con mantas. Me pidió el oso de peluche. Noté que se abrazó a él.
¿Por qué las cigüeñas no anidaron este año en los tejados? - Quiso saber.
Le dije que debido a la nieve se refugiaron en lugares cubiertos.
-Ah!-Respondió contenta.
Me quedé observándola hasta que sus ojos agotados por el sueño y los pesares, se cerraron.
A la mañana, me acerqué al lecho. Le vi una sonrisa por primera vez. Parecía mucho más joven: una adolescente.
Los ojos permanecían cerrados.

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Por Adolfo Velázquez

Él y ella

Cuando llegan al final, se desabrazan y...

Él cae al costado de ella, exhausto.
En su catarsis, en su desahogo, queda sin fuerzas; queda como cae, generalmente boca arriba brazos abiertos, cristo quebrado y sin cruz, respiración agitada y sonora, taquicardia secreta; ese pecho no está bien.
No habla, no dice nada de lo que se supone se dice en esas intimidades, un comentario soez, al menos; podría.
Mira el techo y su mente se va sin pedir permiso, extraviado vuela su pensamiento al pasado o al futuro, cualquier lugar y tiempo, menos ahí, menos ese momento, sin que él pueda hacer nada al respecto.

Ella está mucho mejor, al menos, siempre se cuidó y no incurrió en los excesos que se comentan de él...
Algo más acá, hace algún comentario sobre el buen momento que han pasado, pero aprendió a no exagerar, a no hablar demasiado, por lo menos en lo inmediato...
Gira hacia él, queda en posición fetal; cuidadosa le arregla el pelo, también las cejas, y con el dorso de la mano hace unas pasadas de la oreja al mentón, un poco el pómulo; otra vez no se afeitó.
Lo mira con ganas, quisiera tener esperanzas, sabe que es difícil, él no se las dio, y por estos tiempos, nadie se compromete; qué lindo hubiera sido.

El quedó sin fuerza física ni espiritual, sin voluntad quedó. Sólo atina a estirar el brazo y apoyar su mano casi sin pulso en el hombro de ella. Es el único gesto que puede hacer, eso es todo lo que tiene para dar, dice a su modo, "gracias, yo también te aprecio, qué bueno este silencio, la pasé bien, estoy tranquilo, estuviste genial, me tratas de maravillas, te tengo en cuenta, quiero que estés bien, sé que estás ahí, debo irme, un día de estos, no debes estar triste… es así", claro dice a su modo, sin decir.

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Por Norma Vinciguerra

El grito en el vuelo

Retumbó en mis entrañas, golpeándome con más fuerza a medida que se alejaba. La verdad quebró el cristal de mi inocencia. Sumergido en el dolor quise gritar. Las luces de los coches cruzan debajo del puente como rayos. Para mí son meros reflejos. Ciego intenté dibujar su figura. Apareció esa única imagen que recordé de ella. La que con su risa casi grotesca, decía -No te dejaré, pase lo que pase, estaré con vos. Le creí, claro que le creí. Todos estos años de amarla con vehemencia, de concebirla mía, de leer en sus ojos y no sospechar. Ignoré que, cuando con esa sencilla puerilidad él se acercaba a pedirle agua, tejían la telaraña donde decidían el destino de los tres. Y ahora todos mis sueños destruidos y el futuro enterrado. Sin el mínimo sentimiento de venganza ni de rencor, sólo este desconsuelo y estas ganas de volar.

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Por Ana Zamulko

Desalojo

El calor es una presencia densa en esta madrugada.
Me satura el olor acre que penetra por la ventana. Este olor se corporiza. Las casas, el asfalto, esta luz que apenas me ilumina.
Todas las preguntas recorren el pasado, ida, vuelta. Martillan y martillan.
Ensayo respuestas. Hurgo en las posibilidades ya perdidas, de torcer los caminos que llevaron a esta hora. Son inútiles, vanas.
Miro las paredes despojadas. Quedan sólo las marcas del tiempo y la suciedad donde antes hubo ¿qué?
¿fotos, cuadros, recuerdos?
Es extraño, el olvido es formidable. Arrasa como un agua brava. Muta el pasado en este presente árido. Espero el día sentada junto a la ventana como tantas veces, sólo que ya no importa.
Me echaré algún trapo encima cuando golpeen la puerta. Firmaré donde el oficial indique.
El abismo que espera afuera es demasiado vasto, no creo que llegue a inquietarme. Siempre hay una plaza cerca.

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Por Adrián Merel

Informe sobre el pecado

El pecado peca de obsoleto. Y es que al igual que todo en este mundo no ha podido evadir el paso del tiempo. Los ojos y las voces inquisidoras que otrora guardaban sus pecados bajo siete llaves, hoy quitan peso a los mohosos pecados de nuestros ancestros para modernizarlos y modernizarse. El inexpugnable "No matarás" que arrastramos durante siglos se diluye en un abanico de autores materiales, autores intelectuales, protagonistas indirectos y papeles interminables en los cajones de algún juzgado. Los muertos se vuelven recuerdos y los asesinos caen en el pecado de nuestro olvido.
El robo se ha desarrollado de manera tan avasallante que hoy se discute la dimensión y no el hecho. Por lo tanto, los ladrones pecan más por ambiciosos que por ladrones al juicio de la masa.
El desear a la mujer o al hombre del prójimo sufre de pecado si no se materializa. Por lo tanto, el peor pecado del pecador es no pecar.
El pobre pecado, consciente de su liviandad, busca otros rumbos insólitos.
Los pecados modernos son la vejez, la inocencia, la verdad, la pobreza, la confianza en el otro. En el siglo light, el pecado nos llega incoloro, digital y de bajas calorías.

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Por Gustavo Zaya

Las puertas

Él, asegura poder invoca a los dioses, con cantos y bailes, gira y gira en su centro. Oooohh ¡¡Baco!! ¡¡Baaacooo!! Me elevas. Su rostro irradia lo inexplicable: baila, canta y grita a sus dioses, desde lo más profundo de su ser. Quién sabe, tal vez hasta es oído.
Está en el centro de un living enorme, rodeado de habitaciones; en un rincón, una tina siempre esperándole con agua salada.
Entre puertas y puertas hay bibliotecas. Libros silenciosos que ocultan secretos.
Cuadros, ventanas a medio abrir, cortinas que ocultan el escenario y la penumbra como decorado teatral.
Se agita con grandes espasmos, suda, y la transpiración lo ahoga. Su fuego interior está encendido, se desnuda, sus ojos ya no le pertenecen, son del chamán, y él, le habla.
Bailemos, bailemos hechicero, cantemos a Orfeo; escucha como nos aplaude, solo él entiende lo que yo no puedo.
Hechicero ven, acércate a esta habitación. Allí... mira, mira es Blake, el poeta, ¡pintando la eternidad!
Corramos, rápido. Si abre, abre de una vez... ¿lo ves? Él escribe sobre su oreja y el papel ocupa su lugar, tratando de oír el rojo de su ser.
Hay mucho más, vamos, vamos; ésta jamás la abrí, tal vez... pero la de su derecha si, entremos, silencio, contempla. Es un hombre, tal vez todos, escucha su pluma, como se oye en ella todo el pasado, presente y futuro.
Este es mi templo hechicero; ¡tiene muchas puertas! Y tal vez yo he tomado la equivocada. ¿Pero quién puede juzgarme si aquella puerta no se abre? Y mis pies se alejan de ella. Mira como brincan. Escucha su elocuencia como danza por el aire. Ven a esta esquina, mira como bailo sobre el mar, es él, sí, él me contiene mientras coqueteo con la dama fría.
Pero ya estoy helado del cansancio.
Descansemos dijo entonces, en un suspiro eterno, y la noche se hizo blanca y se lo llevó hacia lo infinito con los jinetes de la oscuridad.

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marta mutti
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