Antología
 



Por Ana Bauchiero

Ese desconocido

Cuando lo vi por primera vez era redondo y rubicundo, un poco parecido a Churchill. El ya me conocía, o mejor dicho, desde hacía algunos meses, me había percibido, pero yo, aunque también estaba advertida de su presencia, no había podido imaginarlo, hasta que lo tuve frente a mí.
Con los años y con mi ayuda, fue estilizándose, mientras forjábamos un diálogo más o menos fluido pero, cosa curiosa, a medida que pasaba el tiempo y la relación envejecía, nos conocíamos cada vez menos.
Hoy, como todos los días salió temprano y yo estoy aquí, también como todos los días, esperando su regreso.
Dentro de algunos minutos oiré girar su llave en el tambor de la cerradura y lo veré entrar por esa puerta. Ensayará una sonrisa distraída, me dará un beso rápido, como quien deja una limosna en la mano de un mendigo, y pasará revista a todos nuestros lugares comunes: el tiempo, la política, el fútbol, la familia…
Por fin, lo tragará su habitación. Caerá el telón inviolable de su puerta y no volveré a verlo hasta mañana.
A modo de despedida, me dejará su habitual saludo, tan mezquino, que ni siquiera tiene dos palabras; apenas, una palabra y media: -Chau, Má.

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Por María Elena Buschiazzo

Nos vamos a misa

¡Son las seis, arriba Malena!
Aquel verano después de ruegos y promesas, mis padres me habían dejado pasar mis vacaciones en el campo y para ser más precisa en la casa de la tía Pepa.
-¡Vamos remolona, arriba!- La tía Pepa despertándome temprano. Porque aunque nunca se lo había dicho, ella sabía cuánto me agradaba ver el amanecer. Por aquellos días nada me alegraba tanto como oír el canto del gallo cuando aún no se asomaban los primeros rayos del sol.
Y la tía... con su mate de calabacita entre las manos pequeñas y cansadas. El delantal impecable, el olorcito a jabón perfumado y el cabello recogido con una gran peineta.
Casi una figura salida de la paleta de Castagnino. Aún hoy, así la veo.
El fresco del verano y la tibieza del fogón preparado y encendido. Tibieza y hogar sobraban entre las paredes de material y el techo de paja del rancho de la tía Pepa. Limpio y fragante como ella.
Tía Pepa había enviudado; sin hijos le sobraban sobrinos, entre ellos: yo. También le sobraban los recuerdos al parecer, según escuché decir, los guardaba en un cuarto que siempre permanecía bajo llave Detrás del rancho estaba la quinta de hortalizas y el huerto de frutas. Ella sabía de mis debilidades y yo estaba aprendiendo a conocer las suyas. Me había prohibido treparme a los árboles frutales y menos acercarme aunque no más fuera a oler las frutas. Con firmeza solía advertirme: “pueden quebrarse” “son para las visitas” y lejos de inquietarme me divertía, y no podía dejar de pensar en el huerto como un desafío, prohibido y excitante.
Los días como el verano transcurrían plácidos y aletargados, hasta aquella tarde cuando al abrigo del descuido espacioso de la siesta tomé el banco más alto que pude encontrar y con él a cuestas me dirigí al huerto.
Después de andar un largo rato dando vueltas entre los frutales eligiendo sin llegar a decidirme, mis sentidos quedaron perdidos entre el calor y la mezcla de los aromas dulzones de las frutas así que no la escuché cuando llegó.
Me sorprendió con el racimo de uvas más grande y maduro entre las manos y la vuelta a casa fue como se esperaba. La tía adelante a paso de tropa y yo siguiéndola con la cabeza
en el piso y el banco a la rastra.
Como castigo no se me permitió asistir a la misa de los domingos. Tampoco estrené el vestido rosa y el sombrero que ella misma había hecho. Recuerdo todavía, que mi pena mayor, fue perderme el paseo alrededor de la plaza junto a Rosita, y las promesas en las miradas de los chicos. Lo cierto es que quedé confinada en el misterioso cuarto de los recuerdos, donde desde tiempos incontables tía Pepa atesoraba pertenencias de quienes, según sus propios dichos: “se habían ido para el otro lado”
Así fue como sin nada para hacer, ya que el orden allí no faltaba, me dediqué a observar un enorme cuadro que evidentemente no tenía lógica en aquel lugar. En él podía verse pintado con minuciosidad un barco inmenso, colorido y lujoso. En la parte inferior se leía el nombre de mi tío: Capitán José Antonio Chares. Sorprendida quise observarlo mejor y me arrimé para descolgarlo.
-¡Cuidado!- a mis espaldas me pareció escuchar la voz de tía Pepa advirtiendo: “Se les debe respeto y amor”. -¡Al diablo!, yo quiero curiosear- exclamé en voz alta.
Por fin lo tomé con el mayor de los cuidados pero: ¡crash!, algo frío se deslizó por mis hombros, rodó por mis brazos y fue a parar entre mis pies. Atónita, sin soltar el cuadro miré hacia abajo: una lata de té muy vieja de esas que venían de Inglaterra con la figura de un abuelito impresa en colores vivos, había sido el motivo de mi inquietud. En ese momento entró mi tía y presa del miedo dejé caer el cuadro. Allí mismo, bajo la mirada inquisidora de la tía sobre la losa impecable del piso, una montaña de polvo era lo que había quedado de él.
Paralizada no me atreví a otra cosa que no fuera señalar la caja, que por el golpe se había destapado dejando asomar un grueso fajo de billetes. Sin un respiro la tía Pepa la recogió, extrajo los billetes y entre lágrimas y risas abrazándome dijo:
-¡Pues buena la has hecho, hija!
-…Pero tía
-Ningún pero
-Es que el tío…
-El tío no, el padre del tío, hija, ¡tenían el mismo nombre!
-¿Y ahora tía Pepa?
-¿Sabes qué?, ahora se acaba de ir al otro lado para siempre. Además déjalo, que ahora tú y yo: nos vamos a misa.

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Por Luis Elorriaga

Desilusión

El cielo azul tiñe los pensamientos,
se revuelve el pecho de candor malicioso,
surge la materia que lucha ante el indómito espíritu.
No quiero acordarme de sus rasgos
(hermosos, tenues, presentes en cada sonrisa)
que surcan la memoria erótica de mi piel.
Entonces llega el invierno y el frío surca el alma.
Nada queda,: como caen las hojas, cae el amor.
Quizás hiberne hasta una próxima primavera.

No es mi barrio

Las veredas casi no existen
—ahora son menos anchas.
El empedrado tampoco
—con las viejas vías del tranvía a la vista.
Y aquellos árboles gigantes,
—¿que edad tendrían?
arrancados de cuajo
para crear una nueva calle
—¿una avenida tal vez?
Es cierto que sucedió cuando
ya no vivía más en esa casa.
Pero al volver y ver lo hecho nuevo
aflora la nostalgia por esa calle
que me vio nacer
y vivir mi ingenua adolescencia.

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Por Lilian Gómez

Sueños gélidos

No sé cuánto hace queno tengo una buena noche. Una de ésas que al poner la cabeza en la almohada no tengo tiempo de pensar que será lo primero que haré a la mañana siguiente.
Quizás deba cambiar mi concepto de una buena noche. Quizás una buena noche sea la de hoy, que no hago otra cosa que recorrer el camino del bosque hacia la playa para encontrarme con el mar y caminar hacia él, meterme en él, nadar en él, y sentir el frío gélido del mar del invierno y bracear, y entre braceada y braceada mirar las gaviotas que regresan a la playa y se meten en el bosque y llegan hasta mi casa, picotean mi ventana y me despiertan.

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Por Maira Jiménez

Suave sinfonía en dos tiempos

Vibran los violines como a su lado vibra el silencio. Abre las manos que respiran y reclaman flores. Hay oscuridad y una tremenda soledad: éste es el espacio de una viviente herida, trazada como una línea insignificante sobre su propio desamparo.
El silencio es un canto demasiado claro.
Ella sueña tranquila y no quiere despertar. Pero pasa que el amanecer le abre los ojos, y la pronuncia, y no sólo eso, también la levanta hacia el Sol iluminándole sus ojos. Entonces, llora y se muerde los labios, porque dice estar muy cansada y necesita soñar, hasta el fin.

 

Ideogramas

I
Humilde canto en pena
Rodeado de soledad
Manos en alto
Queriendo recibir
Quizás un sueño
Una vida
(la urgencia)

II
Presencias;
escenarios de colores:
luces,
todo lo dicen
más que las palabras
(los ojos)

III
Pequeños soplos
de viento
para el amor ausente
(los recuerdos)
Muñecos de trapo
en un rincón
del olvido
sobre el espacio gris
de las ruinas
(miseria)

IV
Pájaro libertino,
perdido.
Pájaro enjaulado,
soñador
Pájaro viejo,
triste
(el ser)

V
Incandescencia;
pureza del río,
recién regado
por su caudal
(la poesía)

VI
Caída
Interminable;
golpe
de muerte;
ojos abiertos
impactados
(pesadilla)

 

Escenarios de colores

Me despierta la noche
cantándome en silencio
frases,
reviven a mi alma
volcadas sobre papeles color alba.
Me duermo despacio,
saborizo el roce del sueño nocturno,
y ya no hay nada que hacer,
sólo disfruto de ese viaje del encanto.
Me abre los ojos un amanecer rozado;
suspiro,
me dejo seducir por el canto
de los pájaros vespertinos.
Recorro las calles,
piso las hojas muertas;
continúo,
tarareando melodías;
creando personajes
en cada paso en cada camino.
Sonrío.
La tarde se posa, cautivante,
frente a mí
señalándome la plaza
de las tantas historias que la atravesaron.
La miro y sigo de largo.
Me siento sobre el musgo,
enciendo un cigarrillo;
me olvido del dolor
dejándome conquistar
por esa compañía del misterioso sabor.

 

Recuerdo de una muerte al Renacimiento

Jugando con muñecas
disfrazo ese instante
en la jaula más fiel de infancia.
En mi memoria quedó enjaulado
un niño enloquecido
y un pájaro enfermo...
Yo curaré al pájaro
cuando ese niño de circo
sepa equilibrarse bien sobre la soga
que un día ha de enredarlo.
En realidad, yo empujaré al niño
cuando el pájaro rompa su jaula;
así, el niño se hundirá en el lomo del
ave
y podrán huir, lejos.
Entonces, me quedaré muy sola,
sin la melodía de la inocencia,
y mis ganas de volar se agotarán
en una lenta caída...

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Por Celia Lipsky

Jazmines frescos

Es otoño. Hace frío y llueve. Cae la tarde y José por fin se ha librado del trabajo.
Ha estado esperando todo el día estos momentos. Se acomoda en su sillón preferido, acolchado y mullido. Allí se refugia para escapar hacia adentro, para ser pura imagen para desdibujarse en el otro.
Está triste. Hoy especialmente el recuerdo de Laura vuelve una y otra vez.
Muchas veces intentó pintar su cara, sus rasgos, su cuerpo. Pero los trazos y las formas se escapaban. Nunca pudo terminar la pintura. ¡Cuántos bocetos quedaban convertidos en bollos apretujados con rabia en el fondo del cesto! Ya nada vale, la necesita y de cuerpo presente. Necesita que Laura deje de ser una realidad inalcanzable. El dolor lo desgarra.
Pensativo y nostálgico en la media luz de la habitación, cierra los ojos y empieza a imaginarla otra vez…
El pelo largo y oscuro que enmarca la cara delgada. Los ojos grandes verde-gris de espesas pestañas. La nariz regordeta y aniñada que no desentona con la boca fina.
Y su lánguido cuerpo…estilizado y perfecto. La siente tan cerca, tan real que sin darse cuenta casi, se levanta y va hacia el atril. ¿Podrá hoy llevarla al papel? ¿Calmará eso su alma acongojada? En ese instante lo envuelve un hálito cálido y el ambiente se llena de perfume a jazmines frescos que perdura por unos segundos.
Abre los ojos, sus manos toman el pincel, la blanca hoja tiembla para regocijo de su corazón. Y el otro él, la ve, la huele y por fin la toma entre sus brazos.

 

Vivir aprendiendo

-Despertar cada mañana y sentir el paso del aire
puro y fresco.
-Entrecerrar los ojos y dejar volar los pensamientos.
Crear nuestros sueños no soñados.
-Sentir el calor del abrazo de los afectos que
abandonan las preocupaciones y comparten la mesa
familiar.
-Jugar sentada en el piso, con la dificultad de los
años puestos, con mis nietos, con los muñecos,
armando rompecabezas, escribiendo palabritas, ver mi
infancia.
-Ver la magnitud de la naturaleza, la tierra pródiga,
las semillas germinando ciclo a ciclo.
-Amar la vida con sus matices, del blanco al negro.
De la risa al llanto.
-Renovar los proyectos, esperar la esperanza del
logro.
-Atesorar sin prisa, sin pausa, los pequeños hechos
cotidianos que le dan forma y sabor a la vida.
-Recibir el pródigo calor del sol, beber la luz de la
luna y perseguir los guiños de las estrellas.
-Seguir el canto de los pájaros y su vuelo de libertad.
-Ver, oler, escuchar, tocar, saborear. Colores,
perfumes, melodías, cuerpos, amargos y dulces.

 

Jazmines frescos

De no perder nunca
la hermosa alegría
de estar juntos.
Ansias
De tener siempre
este sueño tenue
de la realidad
Ansias
De querer demasiado
tanto como
cada día más.
Esto ansío;
y más aún
Por ventura: ¿La vida,
podrá ofrecer tanto?

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Por Adrián Merel

Las palabras

Dagas mortales de una erupción de odios,
pétalos perfumados por cuerpos hambrientos,
aullidos sordos para oídos ciegos,
sonidos enlazados en bailes imperfectos.
Marea vacua, océano infinito
fugitivas del tiempo inoxidable,
intrusas insolentes, invasoras
del latido esencial de las emociones.
Aquí me atrapan, me escurren por la boca,
me vibran en los dedos, los oídos,
me desangran los nudos de la vida
quemando los silencios congelantes.
Las busco en los poemas que no he escrito,
las pierdo si la noche es triste olvido,
las admiro por su infranqueable empeño
con que a lo inexplicable sueñan darle un sentido.

 

Ideogramas

I
Sol
aunque llueva,
sol siempre
sol redondo
como un balón,
sol cálido
como tu abrazo,
sol libre
cuentagotas nos da licencia
para imitarlo.
(domingo)

II
Ceniza
tóxica
de la nostalgia
Excusas del pasado
para inventar
futuros
(recuerdos)

Diosa sin dueños,
estallido de voces,
resplandor que desnuda los harapos,
fuego que abruma lenguas miserables,
cielo valiente donde temblar firmemente
la convicción de todas nuestras dudas.
(Verdad)

Llama, otra llama,
luego fuego,
alimentando un incendio de labios,
una erupción sanguínea,
perfumada de brazos que se agitan
en la urgencia brutal
de hallarse hallados.
(Pasión)

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Por Marcelo Adrían Putzolo

Ideogramas

I
Saboreo
sin saber
siento, palpo, escucho
si estás a mi lado
(sentidos)

II
Mis deseos
Tus deseos
un solo anhelo
tuyos, mío los dos
y mi mano en tu cintura
(conjugados)

 

Ave nocturna

Diáfana, calma, perpetua
desnuda se posa en la noche
mira por las ventanas de la ciudad
la neblina de mármol que anega
un naufragio impensado en
sus ojos de muchacha.
Lámina tras lámina
su corazón se abre entre los edificios
y se diluye en la calle inerte
y sin poder evitarlo se dibuja
en la quietud eterna de las nubes
que la abrazan.

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Por Jorge Sombra

Llamada

Ven Euterpe, ven amiga mía
poseso yo, he de cantar mis odas
uno y todos los amaneceres,
si acaso Baco no atenta mi eufonía.
Ven Pillán, ven desde los Lares
donde el Auca, eternamente mora
Y la Quilla y el Inti allá, atesoran
la sumatoria de todos los placeres.
Si vienes yo diré que ha fenecido
aquel tiempo de los llantos necios,
Y que en él, también sucumben.
Vanos los presagios, se confunden
En auroras germinales yo te anuncio
Un poema soneto me ha nacido.

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Por Mabel Spinelli

Semillas

-Manuela…- cuántas veces le susurraron detrás de una oreja entonces, ella se estremecía con una sonrisa más que melancólica. Ahora Manuela abre su bolso y mira sin ver mientras la mano en el interior busca el llavero.
Las llaves ya están en la mano y se balancean con ella acompañando sus pasos por la calle de su infancia.
Los árboles son los mismos. Los grandes mosaicos antiguos de las veredas no fueron cambiados. Las casas en cambio son ahora, edificios torres, altos y sofisticados.
Camina por la silenciosa calle hasta la casa de su infancia. Se detiene frente a una puerta alta de dos hojas, pintada de verde. Las molduras dibujan junto a las abrazaderas de bronce flores y frutos. Arriba y a la derecha una manecilla de bronce hace de llamador.
Manuela baja la cabeza y observa el amplio escalón gastado de mármol. Elige la llave más grande de su llavero, la introduce lentamente. Una, dos y tres vueltas.
Una niña ríe en puntas de pie, gira y su cabeza es un revuelo de rulos y tirabuzones. Manuela es una burbuja de color que pasa al zaguán, se desliza entre las paredes de mayólicas decoradas y el piso de guardas concéntricas. De inmediato atraviesa un patio rodeado de habitaciones y llega al fondo de la casa. De golpe, unas pequeñas alas le rozan la cabeza y el cuerpo. A sus pies semillas como minúsculas tortuguitas aguardan. Se inclina, las recoge, las encierra en su mano y la apoya sobre el pecho. Todo se nubla. Cierra sus ojos a la transparencia de luces y brillos.
-Abuelo, abuelo- la voz viene de la rama alta del árbol de las tortuguitas buscando desde el ángulo vacío.
-Vení que no puedo bajar- y Pascual Di Lullo aparece al instante con pasos lentos y atentos.
-¡Ya te vi! ¡Ya te vi!- levanta los brazos y las manos huesudas y muy arrugadas, aferran a la niña.
Manuela camina por la amplia galería. Se sienta en el ancho cantero de achiras amarillas con pecas rojas y rojas con pecas grises, como le gusta decir a ella.
Manuela recuerda ensimismada en esa larga galería.
Observa el patio con los baldosones rojos opacos, deslucidos y las macetas vacías.
Pascual y ella tejen sueños. Son magos con nada. Es la hora de la siesta. La niña se sienta en un banco de tres patas y espera callada con ansia. Pascual se acerca silencioso. Los ojos azules, surcos profundos los enmarcan. Los cabellos blancos y rubios. Ella salta aplaude y dice:
-¡Hola abuelo!, viniste. – Pascual la besa dulcemente y se queda mirando los ojos verdes de Manuela que ahora sabe que en esos ojos Pascual mira el mar que lo lleva a su Italia, a los campos soleados, el arado y la siembra, a su campiña...
Y otra vez Manuela saltando a su alrededor:
- Sentate en tu sillón y contame un cuento – silencio y emoción.
“-Había una vez…”- el patio y la galería se llenan de personajes. “Las mil y una noches”… princesas… caballos encantados…
Manuela escucha con los ojos fijos en el rostro cansado.
No ve cuando la pequeña pulsera se escapa.
Sin proponérselo Pascual pela lentamente una naranja con una vieja cortaplumas italiana. Los ojos de Manuela miran con asombro la cáscara que se hace fina. El cuerpo de la naranja queda desnudo, blanco. Los personajes van apareciendo en el aire, detalle a detalle, como el perfume de la fruta y como los destellos fosforescentes de la cáscara.
Manuela extiende las manos, tiene miedo que Pascual se corte. El anciano sostiene entre sus dedos la esfera cortada.
La suelta y se forma un tirabuzón.
- ¿Te gusta?
-¡Abuelo!..¡Parece una corona!- dice Manuela levantándose como un relámpago.
Pascual no se ríe. Extiende las manos y coloca la corona perfumada sobre la cabeza de la pequeña reina. Parece orgulloso.
-Sos una reinita- dice despacio.
-¿Cómo la lechuza que se convirtió en princesa, abuelo?
– exclama la niña y camina con pasos exagerados y elegantes.
-Como en tierras de Bagdad, mi reina- responde.
La corona cae sobre los hombros y brilla como las lágrimas de Pascual que se esconden. Los días se saludan en ese patio grande con rejillas y macetas, con helechos serruchos y flores.
Pascual juega con la cabeza llena de rulos.- ¿En qué piensas, picolina?- dice ¿Dónde van los pájaros cuando mueren, abuelo?- exige la niña y mira al cielo como enfrentando un enigma.
La respuesta se escapa junto a unos pichones que saltan al pie del árbol.
-¡Ahí, una pareja de cardenales! ¡Son hermosos y cantan los dos!
El aroma de las glicinas y el canto los envuelve pero el canto se va lejos como reuniendo cristales de vida.
Pascual pasa una mano por sobre los hombros de Manuela, van por un camino de Italia. Santa Lucía. IL Paese, Calanco, Montea. Su Calabria amada llena de mar y verde.
Colinas y árboles. El canto de los cardenales también está allí, en los trigales y en los surcos abiertos por manos fuertes.
Se ha hecho la noche y el tiempo se ha cerrado.
En el patio ya no hay sol, ni sonidos, ni colores, apenas algo verde que asoma desde las grietas. Sin embargo algo brilla a los pies sarmentosos del viejo árbol. Manuela se inclina, remueve la tierra y el musgo que cubren al objeto.
Recoge una pequeña pulsera y no puede impedir el llanto que es su única compañía en la casa. Busca en el bolsillo las llaves y se va.
En el patio aún aguarda un banquito de tres patas.

 

Filosofía

Cuando me busqué
no me encontré
y cuando me encontré
no te encontré a tí.
En el silencio de mi
filosofía quedó el hueco
del pájaro cuando deja
su vuelo.
Solo un espacio vacío,
increíble, pero existente.
En el aire todos los huecos
perdidos se llenan de luz
como la luz
del alma errante.
Y... ya... aunque me
busques no,
me encontrarás.

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Por Olga Tomasi

El cuadro de todos

Una mujer amasa el pan y vive en él.
Una voz ronca canta tonadas, y la algarabía reina.
El cura siempre gentil, saluda con el ala de su sombrero.
Una tía cose para una hermosa mujer.
El viejo, sabio viejo, mira de día la noche y de noche el
día, lo acompañan fantasmas.
El perro de todos, enorme, conmueve buscando caricias.
La lluvia cae lenta, los pasos chapotean en los charcos y
yo también.
Desde una ventana se escapa Beethoven, después de que
cerraron la tapa del piano.
Todos formamos parte de un cuadro, que está en un lugar,
ese cuadro es mi lugar, donde me siento viva, soy feliz y
donde todos, pero todos: “viven”

 

Por la vida

Quererte ¡Qué confusión!
Sentir urgencia porque sí.
El cielo nos contempla.
El tiempo como humo intangible
se nos escurre,
y se hace nuestro amigo.
Nos dice, que vayamos paso a paso.
Nos impulsa a sentir y amar.
¿Cuánto de prohibido tiene este querer?
Nos internamos en el mar
y navegamos sin rumbo.
Cielo y mar a nuestro lado.
Cielo y mar diciendo
Despacio, amor, despacio.

 

Noche

Noche oscura
Noche tibia
Noche
Abrazados en la oscuridad
Noche de secretos
Noche de revelaciones
Noche
Tibia arrulladora
Me abrazas, me besas
en mis sueños
en los silencios
Me aturdes.
Y me entrego.
Noche…

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Por Adolfo Velázquez

Cortaron

Cortaron. Cuando del otro lado del teléfono escucharon su voz, cortaron.
Ella sabía que era lo más probable, cien a uno a que no me atiende –se dijo-, así que siguió adelante con lo planificado, después dejaría mensaje.
Comenzó por el living comedor, encendiendo los sahumerios –decenas de ellos- pero sólo de dos clases: cidronela para los insectos, salvia para los fantasmas, pues cuando se los convoca, moscas y espectros no faltan a la cita.
Mientras lo hacía, recordó su departamento de soltera, chiquito y con kitchenet; ahora tenía un tres ambientes con dependencias (de su propiedad), bien amueblado y con una decoración moderna que no desentonaba. Su puesto de ejecutiva y su título de profesional la avalaban para ello.
Unos diez minutos le llevó esa área, luego siguió con la “pegatina”.
En la oficina se había encargado de sacar unas treinta fotocopias de su última creación literaria, un haiku donde se leía: Todos ustedes/sépanlo estúpidos/nada les debo. Con eso “empapeló” toda la casa, pegando el último en la puerta de ingreso.
Se sirvió otra copa de Bacardi con cola mientras se reía de lo malo de su poema, dio unos tragos y continuó. Arrastró la mesa ratona al interior del baño principal y allí puso la botella de ron, el radio grabador con el compact de Amparo Ochoa, la cuchilla que mandó a afilar y una rosa amarilla encargada especialmente para la ocasión.
Abrió al máximo el agua caliente, y la fría un poco, fue a buscar el celular mientras daba la última vuelta repasando todo. Estaba bien, abrió un poquito las ventanas y se desvistió, quedando en ropa interior; quienes vinieran, no la iban a encontrar desnuda del todo.
Le costó un tanto meterse en la bañera, pero lo logró; no debía bajar la intensidad, el calor del agua la ayudaría.
Marcó memoria uno en el telefonito, y una fría grabación le dijo: no puedo atender, deje su mensaje.
Dijo: -Hola, soy yo de nuevo, no quiero molestarte, pero me quería despedir, al menos de vos. Bah, sólo de vos. Espero estés bien, y... nada, me voy de viaje, y te voy a extrañar.
Sabés que te quiero mucho y te voy a extrañar.
Bueno Clara, nos vemos, tal vez en otra vida, pero nos vemos...
Arrojó el celular en la bañera, se tomó un buen trago de ron, puro, sin gaseosa, puso play en el equipo, tomó la cuchilla con la derecha y abajo del agua hirviendo apretó y la deslizó por la muñeca izquierda, así de simple.
Un pequeño gemido, porque no hay dolor, arde solamente; arde la herida, el pecho y la cabeza, todo eso arde. Un par de lágrimas, mientras se alegra de los cojones que tuvo para hacerlo. Se cruzan imágenes, Clara, la cuchilla, el ferretero y la cuchilla maldita, la rosa y Amparo cantando para ella, cantando y llorando. Llorando, cantando, llorando.
Llorando.

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Por Juan Viaggio

La última entrada

Como una agonía en flor, un crepúsculo de jazz que muerde melodías.
La herida sensual, seduce al regreso de amaneceres de copas muertas.
En la punta de la habitación, la cama cubierta de escombros, guarda el vestido apolillado aún, con breves ripios de su olor y jirones de risa.
El cuarto huele a consuelo de luces tenues, pero sólo él se halla ahí, sólo él, de pie frente a la cama.
El cigarrillo consumido que esa noche no fumó, le cubre la frente de alquitrán y lo alivia en una muestra mentirosa, de que todo está igual, incluso, la mancha en la pared del vino que violentamente, ella arrojó por la boca.
Todo está igual, la humedad, el tiempo, la densidad, la hora clavada en el mismo lugar donde en punto, enmudecieron la agujas, y aquella entrada, como un último verso escrito en la lengua de los amantes, enmarcados con las sábanas que mancharían con sangre, hasta la irónica connivencia de un retrato que duerme de espaladas, salpicado con gemidos de traición.
Sólo él se halla ahí, en una mano el pañuelo seco, incapaz de beberse alguna lágrima, en la derecha, firme pero inquieta, la piedad del revólver que los volvió sombra.

 

Condena

Salió de los caminos curvos
que maltratan el verde
digo, ahora.
el verde cemento.
Aquel niño,
lloraba en la ventana
con los brazos abiertos,
como queriendo volar.
Pobrecito el recién llegado,
a nadie le gusta
que no le den elección,
elección de pájaros negros
Y luna muerta
o vientres perpetuos
que nos dejen
cautivos en el polvo misterioso.
Una lágrima ,
cuelga del cordón
que desata ,
la condena festiva
de nacer
un cruel traspaso de celda.

 

Mirando el vidrio

Pero si yo
La tuve entre mis manos,
hasta en cada sorbo
la he besado.
No son, de todas formas,
los primeros labios fríos
que beso, y luego
se echan a rodar.
¿Así será?
Siempre nos echamos
a rodar,
dejando atrás la vida.
Ahí va,
una botella
rodando en el andén.

 

Nuestro rato de piedad

He de imaginarte,
desnuda, descorchando la noche,
tendida sobre mis papeles
poética y febril.
He de imaginarte frenética y morbosa,
en las horas detenidas,
y en la punta más aguda de mi pensamiento.
He de imaginarte,
trenzada en mis sienes
cubierta de luna,
doliente y lacrimosa,
en mi algo que decir
y en el verso fatal
que te da vida.
He de imaginarte
En mi desvelo de grietas,
lenta pero sin pausas
alfilerando un corazón.
Sombra y espectro,
luminosa y opaca,
poesía te hago en el aire,
y te hago invierno en mi alma
He de imaginarte,
peligrosamente frágil,
melódica y disonante
espiando mi canción.
He de imaginarte
en la insoluble soledad,
mutilando el silencio a besos,
en nuestro rato de piedad.

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