Artículo de opinión
    por Luis Elorriaga
 

La muerte es una difícil circunstancia, oscura y absurda, tal vez, tiendo a eludir la reflexión sobre ella. Pero está claro que ante su presencia no cabe otra cosa que atenderla.
El sábado 12 de junio, al volver de la casa de mi hija, con mi señora observé que la calle por la que habitualmente regresamos a nuestro barrio estaba cortada por la presencia de vehículos, bastante gente y un patrullero con sus luces en movimiento.
Desviamos el recorrido y al llegar a nuestro domicilio la custodia nos esperaba. Luego de entrar el vehículo, llamamos al conductor del móvil de la custodia policial y preguntamos si sabía que había ocurrido en la otra cuadra.
-Mataron al vecino del chalet de la esquina, hace apenas 15 ó 20 minutos -nos dijo, agregando que había regresado del supermercado y en la puerta de su casa fue asaltado por dos jóvenes en bicicleta y a continuación asesinado. Así nomás, lo mataron como si nada.
Con mi mujer no comprendíamos lo que nos decía. Por supuesto, que lo primero en estos casos es ignorar o no querer reconocer qué nos sucede. Casi holgadamente nos permitimos ignorar la violencia con la que convivimos a diario.
Ayer, lunes 14 de junio, al volver del trabajo mi mujer me dice que se va a realizar una marcha desde la casa del vecino asesinado hasta la Comisaría 2da. de Villa Ballester. Nos miramos en silencio y nos preparamos para participar de la misma.
Estaban la televisión y otros medios regodeándose con el dolor ajeno, con la excusa de informar. La marcha se realizó en silencio, apenas se escuchaba un murmullo entre los asistentes. Al llegar a la puerta de la dependencia policial esperaban el Comisario y Sub- Comisario a quienes se entregó un petitorio firmado, previo a lo cual fue leído a viva voz. Cuando las autoridades policiales quisieron decir unas palabras fueron interrumpidas por los vecinos de muy mala manera con gritos soeces e insultantes hacia su investidura. Finalmente ingresaron al edificio con los representantes vecinales y salieron al rato largo, informando lo poco que se había conseguido: promesas, sólo promesas de un mejor patrullaje, de la próxima entrega de nuevos patrulleros y la incorporación de personal para cumplir tareas en las calles. La irritación de los concurrentes fue en aumento y se escucharon voces y gritos que clamaban justicia unos, venganza otros, pena de muerte aquellos. Fueron momentos que desconcertaron a muchos, invitando a perder el equilibrio hasta ese momento observado a modo de respeto y consideración por los deudos, algunos de los cuales intentaron acallar la vocinglería que en nada contribuía a la reunión, agregando cháchara sin sentido.
Hasta aquí el relato de lo sucedido en este penoso episodio. En lo que a mi atañe, experimenté una inmensa tristeza, una congoja que me dejó sin poder razonar ni articular pensamiento alguno que pudiera ubicarme en el sendero de la esperanza. Más tarde, intenté armar el rompecabezas que se presentaba ante mis ojos.
Claro estaba que con mis conciudadanos equivocamos, a mi entender, el camino para protestar en serio. Es cierto que no existe una gimnasia ciudadana para reclamar los derechos que emanan de la Constitución y la legislación como también de las obligaciones inherentes que descienden de aquéllos.
La verdadera falta está en nuestras autoridades, las que nos hemos dado, que en lugar de servir a la comunidad se sirven así mismas sin el menor pudor. Y no me refiero a todo lo mal habido por parte de esta partidocracia esquizofrénica, que también merece la mayor reprobación, si no a la destrucción de las Instituciones que pergreñan día a día sobre la Nación que habitamos. Aquí está el quid de la cuestión. La representación indirecta que ejercen, por así disponerlo nuestra carta magna, es ficticia y atenta contra las voluntades de la ciudadanía. Así en plural, porque aparece siempre en escena la concepción del pensamiento mágico para inculcarnos el pensamiento único, que nos brindará la felicidad que anhelamos. Estos son nuestros padecimientos que nos impiden ver que la alternancia en el gobierno, de distintos partidos y distintas opciones políticas, es una posibilidad cierta de progresar y conseguir un futuro acorde a los merecimientos de una República.
Pero la educación ha sido deteriorada de tal modo que somos incapaces de ver que pasa con nuestras Instituciones. En la medida que nos gobiernen aquellos que dejen de lado aspectos inherentes al desarrollo del individuo como salud, educación y fuentes de trabajo reales, la pobreza y la marginalidad no permitirán una sociedad de pensamientos claros y valores justos. Es tan lamentable y horrible esta situación que a cualquier persona la deja sin aliento. Pero no sólo esto es lo lamentable, si no que existe una mediocridad rayana en la indigencia intelectual y cultural e ignorancia de lo que sucede alrededor de los que rigen nuestra sociedad y menos por supuesto de lo que ocurre en el mundo, desnaturalizando cualquier intento de realización cierto y que signifique un atisbo de progreso... ¡Pobre país, pobres todos nosotros! No tengo ninguna duda de que cada remedio que se prueba es peor que la enfermedad. Habría que preguntarles a los científicos que develaron los códigos del genoma humano, si existe alguna posibilidad, remota por supuesto y no de pronta resolución como se acostumbra, para nosotros, porque desde La Quebrada de Humahuaca al Canal de Beagle unos cuantos argentinos aguardan.
El tiempo dirá como sigue esta película que se estrena cada diez años para envejecer y ser cambiada por otra de signo contrario.
Es el péndulo de la inmadurez y el oprobio del poder por el poder mismo.