Apuntes Literarios
 

 

“La riqueza acústica, la melodía y la armonía del idioma ruso aparecen por primera vez en todo su brillo en los versos de Pushkin”. Con estas palabras, el crítico literario más famoso de Rusia, Vissarión Belinsky, precisa las virtudes de su coetáneo Alejandro Sergueievich Pushkin, pero su definición también alcanza para vislumbrar las condiciones generales de la poesía. Por supuesto, estamos hablando del año 1840, cuando todavía los formas modernas no habían plasmado una poética carente de rima, de métrica y, a veces, también de ritmo.
Pushkin fue un lírico excepcional, que en el año 1815, a sólo 16 años de edad, maravilló a Derzhavin, uno de los más populares poetas de su tiempo, al leer, en uno de sus exámenes finales del liceo de Zárskoie Seló, la escuela media de élite en la cual finalizaba sus estudios, unas memorias en verso, llamadas “Recuerdos de Zárskoie Seló”.
Entre sus condiscípulos era proverbial la capacidad de Pushkin para expresarse libremente en verso, puesta de manifiesto desde sus primeros años en el liceo. Durante toda su vida, Pushkin habría de conservar esta cualidad, explotada luego en innumerables obras teatrales, cuentos, baladas, fábulas, cantos y hasta en una novela, “Eugenio Oneguin”, íntegramente escrita en verso.
Hurgando en la genealogía del escritor, podemos observar un hecho curioso. Pushkin, además de descender por parte paterna de una de las familias de la más antigua aristocracia rusa, descendía por parte de su madre de un negro, Abraham Hannibal, hijo de un pequeño príncipe feudal abisinio, incorporado a la corte por Pedro el Grande.
El bisnieto de Hannibal, Alejandro Pushkin, no sólo conservó algunos rasgos físicos de su bisabuelo, el cabello ensortijado y los labios gruesos, sino que también incorporó a su inspiración el sentido interno del ritmo de su antepasado africano.
Esta circunstancia, unida a la inmensa erudición de Pushkin, que en el Liceo de Zárskoie Seló había estudiado alemán, francés, inglés, latín y griego, hasta el punto de poder leer los clásicos en idioma original, hicieron del poeta no sólo un privilegiado “músico de la palabra”, sino también un renovador de su propia lengua, similar a Dante en Italia, a Shakespeare en Inglaterra, a Cervantes en España y a Goethe en Alemania. Su importancia en ese campo es tal que, aún hoy, a casi dos siglos de distancia, se recurre a la opinión de Pushkin para dilucidar posibles dudas idiomáticas en el idioma ruso.
Otro aspecto interesante del trabajo de Pushkin fue su asimilación del riquísimo acervo popular del folklore ruso, que recibiera a través de los relatos de su “ñaña” (aya), Arina Rodiónovna, lo que, unido a su cultura clásica bizantina, dio como resultado una verdadera renovación de las letras que llevara a decir a algunos críticos que “antes de él, en Rusia, había escritores y poetas, pero no una literatura”.
Lamentablemente, el poeta murió muy joven, en el año 1837, a sólo 37 años de edad, y en circunstancias por demás dolorosas. Casado con Natalia Goncharova, joven muy bella, catorce años menor que él, ante rumores maliciosos que circularon sobre un supuesto romance de su esposa con el barón Georges D’Anthés, oficial monárquico francés, al servicio de Rusia, Pushkin decidió defender el honor de su hogar y desafió a D’Anthés a un duelo que habría de terminar con la vida del escritor.
Sin embargo, pese a su temprana muerte, Pushkin dejó una cantidad innumerable de obras poéticas, (Eugenio Oneguin, Borís Godunov, La dama de pique, Ruslán y Liudmila, La fuente de Bakchisarai, El Zar Saltán, El gallo de oro) musicalizadas luego por los mejores compositores del siglo de oro de Rusia, así como algunas obras en prosa (La hija del capitán, Dubrovski, Historia de la revuelta de Pugachov).
Pushkin no sólo era un inspirado poeta, sino que amaba su condición de vate, llegando a atribuirse el don de profecía, como lo manifiesta en su poema “El profeta”.

El Profeta

Consumiéndome por la sed del espíritu,
me arrastraba en el desierto tenebroso,
y un serafín de seis alas
se me apareció en la encrucijada.
Con dedos ligeros, como el sueño,
tocó mis pupilas.
Se abrieron las pupilas videntes,
como de águila asustada.
Tocó mis oídos,
y se llenaron de zumbidos y tañidos:
y percibí el estremecimiento del cielo,
y el alto vuelo de los ángeles,
y el andar bajo el agua de los reptiles marinos,
y el vegetar de la doblada parra.
Y se apoyó en mi boca
y arrancó mi lengua pecadora,
vanilocuente y maliciosa,
y la lengua de víbora sabia
en mi boca congelada,
colocó con diestra sangrienta.
Y cortó mi corazón palpitante,
y la brasa, ardiente de fuego,
me colocó en el pecho abierto.
Como un cadáver yacía yo en el desierto,
y la voz de Dios me clamó:
“Levántate, Profeta, mira, y escucha,
llénate de mi voluntad
y, recorriendo los mares y las tierras,
abrasa los corazones de los hombres con el Verbo.

Lamentablemente, la traducción al español no nos permite valorar toda la riqueza y musicalidad del texto original, pero, pese a todo, podemos apreciar la ardiente imaginación y la fuerza expresiva de su autor.
Para terminar, recordaremos las palabras de su compatriota, Fiodor Dostoiewsky, al descubrirse en Moscú una estatua de Pushkin, con motivo del cincuentenario de su muerte: “Jamás hubo un poeta con una agudeza de sentidos semejante a la de Pushkin; pero no se trata sólo de esa agudeza, sino también de su asombrosa profundidad, de la transformación de su propio espíritu en el de otros pueblos, de su capacidad de reencarnarse casi perfecta, y por ello milagrosa, puesto que dicho fenómeno no se repitió en ningún poeta del mundo entero...”


Dante Alighieri y los caminos del alma

La Divina comedia es la narración del viaje imaginario del poeta Dante, desde la selva en la que se halla perdido (el pecado) hacia el paraíso (la salvación). Pero antes de llegar al edén y trasponer sus puertas, guiado por el alma del poeta Virgilio (que simboliza la razón), debe recorrer un largo camino de purificación que se inicia en las profundidades de los círculos del infierno, atravesar el purgatorio y arribar por fin al paraíso que representa la visión mística de Dios y la salvación eterna.
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Monólogo

“Ser o no ser: ésta es la cuestión…
morir, dormir, nada más y, con un sueño, decir que acabamos el sufrimiento del corazón y los mil golpes naturales que son herencia de la carne. Esa es una consumación piadosamente deseable: morir, dormir, quizá soñar”.
Fragmento del monólogo de Hamlet,
Escena I del Acto III.
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Las Causas

Unos quinientos años antes de la Era Cristiana alguien escribió: ”Chuang Tzu soñó que era una mariposa y no sabía al despertar si era un hombre que había soñado ser una mariposa o una mariposa que ahora soñaba ser un hombre”.
De Notas de Historia de la noche,
Obras Completa III, J.L. Borges


Alejandro Pushkin y la música de las palabras - por Ana Bauchiero