Por Graciela Busto
Epigramas
I
Desespera la vorágine
tambalea orillas
las manos como cenizas
y el caldero su muerte.
II
Calles vacías, y hojas amarillas
camino frío el espejo.
Desolación y vida con ausencias
Indiferencia y crueldad como silencio.
III
Río impensado
dibujas el lecho.
Han de caminarte
a veces perdidos
miedos que perturban
y sienten ausencias.
Cauce,
te elijo.
IV
Huecos del alma
rostros indescriptibles
jazmines marchitos.
Preguntas sin respuestas
ecos mudos del viento
…crepúsculo del deseo.
La Espera
Camino de prisa. Mis brazos aferran contra el pecho los libros. En mi mente el reproche: Me falta un capítulo para la lección del día…
El viento, el frío y las hojas acompañan la marcha - siempre me inquietaron las escaleras - Debo bajar rápido, el subte no espera. Un paso, dos y el túnel oscuro. Cada tanto un mendigo cubierto por diarios. A lo lejos los gritos mañaneros de su venta. Otro escalón me conduce al andén. Estoy sola y nadie a mi alrededor. Una mano se asoma, me cubre el rostro. Su brazo serpentea mi cuerpo y desgarra mi ropa. Estoy sola, semidormida en el suelo del andén. Las páginas de mi libro me cubren. En mi mente el reproche: ¿Me falta un capítulo para la lección del día?...
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Por Lola Caloeiro
La gente se hace nadie
Abro la puerta y camino hacia mi lugar. Sentado junto
a la ventana pido un cortado, enciendo el sexto cigarrillo
de la tarde y observo. Junto a la barra esta la señora de
gorro rojo. La mesa central la ocupa el ejecutivo. Frente al
televisor esta el taxista. La cajera sueña más allá de las
ventanas y el mozo limpia las mesas libres. La señora de
gorro rojo entre sorbos y bocados conversa con la cajera,
que sin dejar de soñar, suelta monosílabos. El ejecutivo
aporrea el periódico mientras traga su café. Entre cabeceos
el taxista mira las noticias deportivas. Yo fumo mi séptimo
cigarrillo y me pregunto por qué vuelvo a este café de siete
mesas, con cuatro clientes, una cajera soñadora y un mozo
que limpia las mesas libres a la espera de los clientes
ocasionales, que nos invaden con sus voces estridentes,
con esa frialdad del que no regresa.
Alguien entra. Su tapado trae el frío de la calle. Se sienta
frente a mi mesa. El ejecutivo se acomoda varias veces la
corbata. La señora de gorro rojo detiene los sorbidos. El
taxista aparta la mirada del televisor. La cajera abandona
su sueño y el mozo deja la carta sobre la mesa.
El perfume me invade. El escote perfecto me seduce.
Los ojos rasgados me sonríen. Hace una semana que el
juego se juega entre nuestras mesas. No conocemos
nuestros nombres. No existen las palabras. Nada nos impide
salir de aquí y perdernos en el deseo.
El mozo no sabe a quien atender primero. Por alguna
extraña razón el ejecutivo, el taxista y la señora de gorro
rojo desean repetir sus bebidas. Nosotros, al unísono,
dibujamos el gesto en el aire. La cajera, más despierta que
nunca, presiona las teclas de la registradora. Nos miran
expectantes. Hace una semana que esperan este momento.
Aplasto la colilla en el cenicero. Por vez primera me
despido de ellos. El frío de la calle se cuelga de mi campera.
Ella se demora, tal vez esta en el baño retocándose el
maquillaje. Sé que hace frío, pero no lo siento. Ella sale.
Esta cerca, muy cerca. Siento el calor de su boca y todos
desaparecen. Y una vez más vuelvo, vuelvo a enmendar lo
que no fue.
Desespérame
Vorágine indescriptible de manos insaciables
lentos son los ecos en las orillas de mi cuerpo
noche de deseo abierto que muere en
impensado monte de escarcha cálida
y grita mi mente entre ecos, desespérame.
Río quieto
Un río quieto estalla
remueve simientos
explora sensaciones
de censuras no conoce
y faltan las palabras
es vida lenta
que muere intensa.
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Por Miguel Cavalie
Cuéntame
¿Dónde está el Dragón?- preguntó una vieja añosa, con
más años que el tiempo vivido.
-¿Qué Dragón?- pregunté azorado.
- El de las 11 y 45, en punto de la noche, al que todos
escapan para salirse de su camino, ruge, larga humo y vapor
por su nariz gigante y de un solo orificio. Recuerdo lo que
me dijo mi papá, fue ayer...no el sábado...no importa. Me
contó que tiene un solo ojo, justo en el medio, pero tan
potente como un hacha de plata que rasga las largas y
oscuras noches de agosto, en los caminos de Atahualpa. Tiene muchas barrigas se traga enteras las vacas, el trigo, los
carros y también a las gente. Después se arrastra
lentamente con su única y rígida ala en forma de capa
sobre sus pies desapareciendo velozmente. Con un poder
absoluto destroza todo lo que tiene enfrente. Sé de gente
que fue decapitada, triturada de un solo golpe. Por donde él pasa no crece el pasto. Delimita su territorio dejando
como huella dos cintas aceradas ligadas a la tierra que,
nada ni nadie puede borrar.
- Papá cuéntame de nuevo sobre el Dragón.
¿Es verdad que bebe 1145 litros de agua para calmar
su sed tan ardiente como el fuego de los volcanes?
- ¿Es verdad que un día se juntaron los eruditos del
pueblo para decidir como matarlo? Un intelectual
regordete con ojos achinados y cráneo calvo como una
calavera propuso desguasarlo. Otro con cara de mono sabio
asintió pensativo. Voraces larvas aduladoras y ventajistas
tejieron la telaraña de norte a sur y de este a oeste
condenando rápidamente al Dragón. Vendieron sus partes
a coleccionistas de moneda y aprovechadores ocasionales.
-¡Papá! ¡Papá! Llévame a ver el Dragón. No, no voy a
tener miedo. …Si es bueno el Dragón. Él avisa cuando viene.
Vibra la tierra y el vaho de sus vapores impregna el pueblo
de un cálido aroma de añejos leños ardiendo en el hogar.
¡-Papá! ¡Papá! ¿Escuchas?... aúlla. ¿Quién está afuera? ¿Por qué no puedo ir a la escuela?... a la plaza… por qué…
por qué….
Retiré de aquel lugar, a la vieja desdichada y condenada
desde muy niña a vivir en una silla de ruedas después de
la poliomielitis. La recosté sobre su cama que supo ser de
sus padres, quienes la habían protegido recluyéndola en
una vieja casona donde no llegaba mucha información
del afuera...
Esa noche la vieja a pesar de su incapacidad se retorcía
en la cama conformando un triste espectáculo debajo de
su cobija de eterna soledad.
No durmió ni pude dormir un carajo.
A la noche siguiente antes de hacerme cargo de su
cuidado pasé por “La Atracción”, el bazar y juguetería del
pueblo. Compré un silbato muy parecido al del tren.
A las 11 y 45 en punto lo hice sonar con todas mis
fuerzas. Esa noche la vieja durmió, durmió…
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Por Carmen Concepción
Juan y la noche
Es de noche, pasadas las veintidós. El no sabe si ella
vendrá. Mira el río y se siente tan sucio como sus aguas.
Los celos lo desbordan. Desde lo alto observa callado rodeado
por el desorden. Lienzos viejos esbozan varias figuras. Libros
tirados, platos sucios. El gato lo mira con sus ojos
entrecerrado esperando el tardío plato de comida. Las horas
pasan, está inquieto, decidido.
Ella no viene, Juan apaga la luz, guarda la bronca entre
sus dientes.... y el arma en el cajón alto de la alacena.
Diadema
Entonces vi la escuela
las calles zigzagueantes
el parque, el tobogán despintado.
A lo lejos las montañas
los árboles altos a mi lado
los niños desconocidos
jugando a la pelota.
La gente nueva que me saludaba
como si me conociera.
La gente vieja que no estaba
tenía sus puertas cerradas.
Sentí la soledad sobre mi ser
abrazando los recuerdos.
Entonces comprendí que era
el momento de dejar aquel
lugar que había significado
tanto para mí.
Ahora puedo ver donde estoy,
me reconozco en un espacio
y soy feliz.
Alegre y animado
Mañana quiero verte,
alegre y animado.
Mañana quiero verte
como aquel primer día.
Yo sé que perdiste
el brillo de tus ojos,
pero la vida te promete.
Es única, es poesía
y si esto que te digo
te parece algo extraño
o acaso no te alcanza...
piensa en mí, ven hacia
la vida, que aunque
a veces sea negra o a veces
sea blanca
yo te estoy esperando.
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Por Ada Curto
Me caso de blanco
Me caso de blanco.
El aire entra por la puerta.
La gente pasa apresurada
y yo sentada al costado del
espejo que refleja el día.
Me caso de blanco
no veo mi corazón.
Desde el vacío ingenuo
veo a la gente pasar apresurada.
Me caso de blanco.
Como en los cuentos mágicos
los duendes pasan
y dan pinceladas.
Me caso de blanco.
El aire agoniza gritos
mientras alguien aspira el cigarrillo
despidiendo nubarrones de hastío
y del más allá.
Gritos
Gritos deshojados en la casa del altillo.
Solloza el corazón oprimido.
Gritos
Quebrada de desmayos, sin lágrimas
llora cansada cuando escucha el silbido.
Gritos.
Cree disfrutar la vida.
Furia y desprecio
su espíritu rueda sigiloso.
Gritos.
De lluvia color a nada
aferrada a una mano
sólo el suspiro en busca de la luz
dice que no está sola.
La llave
En la noche tu libido
la llave.
Una flor, mi cuerpo mudo de destellos.
En la memoria, un loco deseo
del vacío.
El pizarrón
La pequeña de ojos grandes escucha casi sin ver mientras
la maestra de zapatos acordonados, no sabe más que escribir
en el pizarrón.
Cada tanto se acerca a su lado con un sable apuntando a
sus manos.
-Escribe, escribe, sin error – dice la voz áspera y
desagradable. La pequeña parece que ha perdido algo. Nadie
ha visto los lentes debajo del pupitre.
En el rincón del fondo una compañera la ayuda. Termina
en el frente, la niña, sin poder explicar nada de nada. Sólo
su mirada brillante de lágrimas que no entiende el castigo.
Ya grande recuerda, aquella maestra y aquel castigo por
no ver las letras y palabras del papel. Ella veía las de su alma
y para eso no necesitaba los anteojos. Ahora escribe aquellas
palabras: poemas, poesías y nadie la ayuda, sus pensamientos
leen sin lentes, pero también, ahora sabe que para leer lo de
los demás, los necesita y sabe que su maestra tampoco veía.
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Por Victor del Duca
Estulticia
“Como si no llevase bastante claramente escrito en
el rostro y en la frente, como se suele decir, quien soy
yo...”
De “El elogio de la locura” Erasmo de Rotterdam
Cuando, bajo la sólida influencia del tuerto Memnón,
Federico Berlig renegó de la belleza femenina el harto
batallón de la pulida comuna (sin el menor empacho
intelectual), creyó conveniente encontrar en sus facciones
un dejo de perversión genética. No tardaron en sentenciar
su malhadada tentación lujuriosa al séptimo círculo de la
laxitud, hijo de la vejación y de los bocetos carnales.
Lejos de la fraternal desidia, el joven sector poblado
resucitaba al vil encono que, aún dormido en las rojas
filas de la oscura inquisición, bostezaba no sin apetito de
sangre. Federico Berlig, como quien inicia una firme
empresa reivindicadora, intentó poner paños fríos al
asunto advirtiendo:
-Lo mío es sólo misantropía queridos- A lo que todos
respondieron:
-¡Descarado!-
De hecho era verdad. Jamás había sentido inclinación
alguna a la sodomía. Pero su misantropía era real, sin
engaños. Tenía que ser estricta. Una vez aligerado el
espíritu popular, Federico Berlig, decidió dar el primer
salto. Fue a vísperas del año nuevo. Una joven damisela
pasaría junto a él:
-Adiós bella estulticia- pronunció.
La joven dama no pudo menos que enarcar las cejas,
fruncir los labios y mover el culo a modo de un árbol de
levas.
Del siguiente modo respondió:
-Gracias galante caballero- A lo que Federico agregó:
-Por favor, usted se lo merece, bella estulta –
-¿Qué me ha dicho? ¡Ho, descarado! Pero cómo se
atreve...no permitiré que usted...- A lo que Federico
interrumpió:
-Perdón quise decir bella estulticia-
-A bueno...así está mejor...si, si galante caballero,
mucho muy mejor- A lo que Federico Berlig agregó:
-Usted merece el mayor de los elogios, joven dama. Sí
¡afortunadas las islas que la vieron nacer!-
-Oh, gracias...no es para tanto. Yo que lo juzgué tan
mal y aquí me ve encapuchada...adiós, adiós...adiós,
galante caballero- Acto seguido la joven damisela
emprendió su fuga, con un duradero ego por lazarillo y
con una escénica prudencia ascendentemente notoria.
Federico Berlig comprendió, entonces, que no siempre
las guerras se inician por malos entendidos sino que a
veces por culpa de la gentil estulticia que jamás logra
reconocerse en un espejo.
Locura
El dulce manantial de la locura
ocultó entre sus fauces la rareza
que le causó su histriónica cabeza
diezmada por el sol de la pavura.
El eco tenaz de la cruel cordura
lucró del silencio de su pereza,
no comentó a nadie su gris certeza
pero partió negando aquella altura
¡Oh, vestimenta falaz, bebe el vino!
No times a nadie su fiel mentira,
oculta en la arena tu azul marino
Que así como Ofelia tu adiós delira,
escápate del lienzo al cheviot fino
y amarra a tu pezón la bella lira.
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Por Osvaldo Delpiero
Mundo sin papel
Me desperté placidamente, sin apuro,
obedeciendo al cuerpo, fui al baño, retornando
al dormitorio. Rutinariamente, salí al porch
buscando el periódico. No lo encontré, de reojo
mire la hora, qué extraño, el diariero ya tendría
que haber pasado.
Volví, miré entre los maceteros, buscando con
mayor inquietud, y con idéntico resultado.
Arranqué el auto y comencé la marcha hacia la
oficina.
Observé que los puestos de diarios y revistas
estaban cerrados. Ya con prisa arribé. La puerta
de entrada estaba cerrada, frente a ella el fiel
paraguayo Ledesma, a boca de jarro me espeta:
che patrón algo raro pasa, esta todo vació, ¿yo
te espero para que me digas que hago? Bajar y
entrar fue todo uno, no vi desorden, pero nada
en los armarios, solo estantes vacíos. Las
computadoras, mudas en ese momento
indicaban en sus registros, la falta de algo para
continuar sus tareas automáticas ya
programadas de registración. Fue entonces que
nuevamente el cuerpo, mi cuerpo, me reclamó
atención indicándome con urgencia que debía
evacuar.
Concurrí presuroso al baño, y así lo hice, pero
allí ya con los pantalones bajos y una incómoda
posición, observé tardíamente que no había
papel higiénico.
Ledesma había quedado aguardándome en
la puerta del viejo edificio, a un piso de distancia
y no me oiría, aunque desgañitara gritando, pues
los ruidos de la calle opacarían los del interior.
Me tranquilicé y recordé en mi memoria
situaciones vividas en la colimba, entonces al
igual que ahora solucione el tema, debiendo
sacrificar para ello un pañuelo y el coqueto
calzoncillo con los colores de Racing, que me
habían regalado el pasado día del padre. Muy
incómodo por la situación vivida, fui a mi
despacho, me senté ante el escritorio, abrí el
cartapacio con la intención de comenzar la tarea
realizando los cheques, pero observo que allí no
estaban los talonarios de cheques ni las órdenes
de pago. Tratando de no perder la escasa calma
de que dispongo, abrí un cajón del escritorio
con el fin de tomar un ansiolítico, que guardaba
allí, para estar pila en las reuniones de Directorio.
¡Carajo!, sólo están las pastillas desparramadas,
agarré una, busqué frenéticamente el
vaso en el dispenser para tomarla, y tampoco
habían vasos, no obstante la tome echando el
agua sobre el pocillo del ultimo café de anoche,
que Ledesma aún no había recogido y limpiado.
Sonó el celular. Era Luis. A él le estaba
sucediendo algo parecido, decidimos
encontrarnos ya en el café Fragata, de San
Martín y Corrientes. Hacia allí partí.
No pude llegar raudamente como era mi
intención, pues la City ardía a esa hora de gente
confusa, donde se mezclaban idiomas varios de
turistas furiosos, que pugnaban hacerse
entender gritando desaforadamente, al
encontrar en sus bolsillos sólo efectivo metálico.
Me ubiqué en una mesa cerca de la puerta,
prendí la radio portátil que había manoteado
en mi casi huída, sintonicé a Nelson Castro, el
que con voz quebrantada decía manteniendo su
profesionalidad: ”Algo extraño esta pasando”, y
ahí se entremezclaron las voces de los movileros
que recorriendo todo Buenos Aires coincidían
en la visión de desaparición de todo vestigio de
papel, en todas sus expresiones. Entonces ya
conociendo lo ocurrido, me agarró un gran
ataque de risa, pues me puse a pensar, en una
nueva sociedad sin papel, donde los contratos
se sellarían con un simple apretón de manos,
los valores representativos de los bienes deberían
tomar otras referencias, donde el convencional
pasaporte se reemplazaría con referencias
históricas orales siendo éstas las que asignarían
la pertenencia a un barrio, municipio, provincia,
nación.
Estaba en dicho ataque cuando llegó Luis,
comentamos lo que estábamos viviendo,
tomamos libremente de un estante del bar un
par de botellas de viejo whisky y nos perdimos
caminando ante la histeria general.
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Por Luis Elorriaga
Racconto
...”y si incendias mi cerebro
te llevaré en mi sangre”
(Rilke, de “El libro de las horas”)
Recuerdo tus ojos tristes
y se me nubla la vista.
Acariciabas mis sueños
y yo te ignoraba.
El tiempo genera la impaciencia
y asoma delicada la tristeza
que se mofa de aquélla.
Vuelvo hacia atrás
y encuentro tu sonrisa
esperando mis palabras.
Desencuentro
La luz aparece en el color de las flores
cada mañana al pasar por el parque.
El sol penetraba con vigor
las ramas de los árboles viejos, siniestros.
El día permanece quieto.
La ciudad hierve de rabia,
insatisfacción y envidia.
Llegar al trabajo sin tren
en un colectivo sucio y maloliente.
Afuera automóviles contribuyen
al vómito vehicular de las autopistas.
La convocatoria a no trabajar.
El vía crucis de los no convocados.
La suerte parece echada,
el hombre se opone al hombre.
¿Atenta contra si mismo?
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Por Patricia Fernández
Colgada de tus pantalones
Sin darme cuenta sucedió el día en que dijiste: - estoy
enamorado a pesar de vos.
Pasó mucha agua y granizo y nieve - en el medio -
escritos que incluyen angustia.
Sitiado desde tus confines ¡Tan difícil era que
expresaras con palabras!
Fuimos juntos hasta el borde de tu ciudad sitiada y,
vos con una mirada intentaste que comprendiera.
Después terremotos, inundaciones, zona desvastada.
Ni Greenpeace se atreve a resembrar en nuestro amor.
- Para mi los hechos fueron mutuos - dije en el
encuentro.
Refutaste: - ¡todavía no te perdoné! -. En principio
me dio risa tu capacidad de esquivar la culpa, ahora
entristezco, el ego me enoja. Te maldigo, te odio, te
extraño, te espero.
Sigo colgada de tus pantalones...
Criticarás el título desde la técnica periodística.
Elegiste bien la carrera, los tuyos nunca se involucran.
-Feliz día.
Altibajos
Irene últimamente se levanta contenta por las
mañanas, la llegada de su amiga le cambia el humor.
Toda su vida dedicada a la familia, algunos altibajos
emocionales pero Dios siempre compensa. Su amiga es
astuta, audaz y la aconseja sobre su futuro.
Mientras prepara el desayuno Irene la espía por el
rabillo del ojo. De pronto se inquieta, su amiga tiene una
mirada peligrosa, desafiante, que llega a intimidar.
Serena, dueña de sus actos le dice:
- Vine para quedarme.
Irene se paralizó y mirando por la ventana hacia el
jardín dijo:
-Que te haya abierto las puertas de mi casa, no te
hace dueña.
Hacía veinte minutos que enjuagaba el mismo vaso
que quedó de la noche anterior. Sólo salió de ese estado
catártico cuando el vaso explotó en su mano y vio que la
sangre se escurría por la pileta.
Su madre tuvo razón, se juró nunca más escucharla.
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Por Aldo Ferrante
Relato poesía adentro entre olas y aguas
mansas
(A Afonsina Storni y VirginiaWoolf)
Quietud entre miradas luminosas para
siempre, cruzadas en el horizonte anacrónico,
Cruel ventura de páginas símiles. Olas. Aguas
mansas entre dos faros agotados de mostrar
célebres tempestades tragando poesía. Hoy no
son más como fueron, son fuego supremo de la
inspiración. Descansan las aguas entre esos faros
veladores. Espuma sagrada, blancura salina, como
ninguna besaba.
Paz infinita en el sosiego de un cotagge
acogedor para el viaje final. En lo alto, rompiendo
la roca se regodea el viento. Presunción acabada
para otro desenlace. Sólo fue aquél día, del triste
corazón. Quietud. Olas. Aguas mansas entre dos
faros. Destellos que mojan los versos quejosos y
penosos, sublimes y nerviosos, ligeros de amor
hacia la misma naturaleza. No más héroes, no.
Ni heroínas. Sólo instantes análogos de pérdidas.
Renacimiento en las profundidades de un río, de
un mar, desde las honduras del desprecio, al
margen de lo comprensible. Aullidos opacos,
sordos en las aguas dulces. Y en lo alto, saliendo
de la fría piedra, en la soledad indolora de los
epitafios deseados, el aire respira. No hay pena
mientras el manto soleado trae rimas en la lejana
luna que asoma. Aquello vuelve siempre junto
al peñón, en lo alto. El nuevo día quiere ser la
alfombra de letras que asimile al astro. Al
amanecer, corretean transitando del dulce al
salitre, las hojas escritas en la inmortalidad.
Quietud. Placer. En lo alto, una loba descarga su
peso y apoya su lengua en la brisa fresca. Es voz.
Cuenta sus deseos, sus frustraciones, sus
desamores. Poetisa sus delirios a los pies de la
nueva amante, otra inconclusa. Y se va. No hay
más playa desierta, ni bosque arrasado. Olas o
aguas mansas, sin soledad ya. En lo alto, junto a
la roca, o en la cercanía perpetua de una cabaña
victoriana, la poesía vuelve a descansar.
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Por Gerardo Goldberg
Abajo el chocolate
- ¿Vos de qué querías, Anita?
- ¡Uff, papá! ¿Otra vez? De chocolate y
vainilla. El chocolate abajo y la vainilla arriba
-dijo la pequeña.
- ¿Pero chocolate solo? ¿O con
almendras, o nueces, o turco...? Porque
mirá que no es lo mismo...
- No, papá. Solo.
- Bueno. Chocolate y vainilla. El
chocolate abajo.
- Sí -dijo Anita a su padre esperando
que le hubiese quedado claro.
- ¿ Y vos Joaquín? ¿Era menta
granizada y qué?
- Y chocolate.
El padre lo miró extrañado.
- ¿Pero si la menta ya tiene chocolate?
Mejor te pido otra cosa.
- No, papá. Quiero con chocolate.
- ¿Seguro?
- Sí, papá.
- Y la menta ¿arriba o abajo?
- Me da lo mismo.
- No, Joaquín. Decime cómo lo querés.
- Ya te dije. Me da igual.
- ¿Está bien el chocolate arriba?
- ¡¡Uff, papá!! ¡¡Sí!! Te dije que es lo
mismo.
- Querido, si te dice que le da lo mismo ¿para qué preguntás? –intervino la madre,
que hacía rato tamborileaba con sus dedos
en el asiento de la heladería.
- Bueno, mi amor. No puede ser que no
piense qué prefiere.
- Pero sí piensa. Dice que le da lo
mismo.
- Sí, ya sé. Pero no todo “es lo mismo”.
No todo “da igual”.
- No empecemos otra vez –dijo la
madre.
Pero el padre, no solo había empezado
de nuevo, sino que recién arrancaba.
- Para el chico, a la edad que tiene,
todo es lo mismo. Ahora es lo mismo un
gusto arriba de otro. Después va a ser lo mismo ir a la escuela o faltar, ir a trabajar o
quedarse en casa, fumar cigarrillos o
marihuana y cuando te quieras acordar, lo
vas a tener que ir a buscar a la cárcel.
- ¡Ay! ¡Por favor, Roberto! No seas
exagerado.
- No todo es lo mismo. No todo da igual –sentenció el padre como resumen.
- Está bien, papá. Prefiero el chocolate
arriba –dijo Joaquín.
El padre no contuvo la sonrisa y se la
mostró a su esposa.
- ¿Ves, querida? Es sólo cuestión de
enseñarle lo que corresponde.
- Sí, querido. Como vos digas –dijo ella
mirando al lado opuesto al que estaba su
familia.
- ¿Y vos? Crema rusa abajo y chocolate
turco, ¿no, querida?.
- No –dijo la madre volviendo la mirada
a su marido.
- ¿Cómo no?
- No, hoy voy a tomar uno de
tramontana abajo y dulce de leche con
pasas de uva.
- ¿Por qué, si siempre pedís de crema
rusa y chocolate turco?
- Querido, hoy quiero cambiar de
gustos, es todo.
- Ultimamente estás rara ¿eh?....
- ¡Pero por favor, Roberto! ¡Es un
helado nada más! Es lo mismo...pedime el
que más te parezca que tengo que tomar,
entonces.
- Querida, te repito: No todo es lo
mismo. No me contradigas delante de ellos.
Mirá el ejemplo que le das a los chicos.
- Pero, ¿de qué ejemplo me hablás? ¿Qué diferencia hay entre tramontana y
crema rusa? ¿Qué tiene que ver el dulce de
leche con los ejemplos para nuestros hijos?
- Todo tiene que ver con todo –volvió a
sentenciar el padre duramente.
- Andá a pedir los helados, me hacés el
favor....
- ¿Y vos de qué vas a tomar? -preguntó
Anita a su padre.
- Me pido uno igual al tuyo, ¿querés?
Vainilla abajo y chocolate arriba, ¿sí?
Y mientras el padre iba hacia el
mostrador de la heladería, Anita se abrazó a
su madre con un atisbo de terror y congoja
en sus ojos.
Microficción
Se calzó los anteojos para ver de lejos. Los ojos desde la
cara interna de los cristales lo observaron tan de cerca como
nadie antes.
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Por Celia Lipsky
Reflejo dorado
El sol inunda la plaza central. Ruidosa y colorida.
Gritos, risas, movimientos. Se estremece una y otra vez.
Un sudor frío invade su cuerpo. La mano tiembla de
ansiedad mientras se hunde en el bolsillo gastado. Unruido sordo y potente entre el bullicio que nadie registra.
Yace inmóvil. En medio del jolgorio dominguero un
hilo rojo avanza por la arena y tiñe un castillo que
alguien construyó en un rincón del arenero. En la retina
vacía el sol insiste en dar su reflejo dorado.
Huída
Te mueves ondulando el viento que ensortija tus
cabellos en ese desaforado correr hacia la playa. Agitada.
Ansiosa. Tus ojos se clavan en la inmensidad del mar,
las olas ruidosas, estremecedoras te invitan a un abrazo
eterno. Desde la ventana con la mirada fija, absorta veo
tu silueta que desaparece entre espumas y vapores.
Lo imprevisto, incomprensible. Corro mas no llego.
Pesados como una estatua de mármol, mis pies clavados
no logran moverse. Tu partida duele. La arena invita,
empiezo a perder la conciencia, una suavidad amada
me roza y la respiración honda del mar baña mi espalda
y me acuna y ahora te alcanzo.
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Por Julia Mansi
Daniela
Te noto triste.
No hay diálogo ni una mirada
y ni pensar en un abrazo.
¿Te he fallado en algo?
Nuestra fluida comunicación
está anestesiada.
Son solo indirectas las palabras
que te arranco.
Que tu cuarto no te alcanza.
Que en el escritorio penetran ruidos de la calle.
“Necesito mi espacio,”me dices.
Piensas que lejos de todos te sentirás mejor.
No te das cuenta, no es esta tu libertad,
si la cárcel solo encierra cuerpos.
Quiero que encuentres tu lugar.
Pero mientras las cuerdas del pasado te sigan,
vivirás en una mansión
y te seguirá faltando espacio.
Sólo el tiempo me dará la razón
y lo comprenderás.
Ahora de nada sirven mis palabras,
solo nos distancian más.
Tus alas abres
a un mundo despojado de amor.
No quiero que sufras
mis brazos te acunan
mis manos te acarician
pero no te alcanza
tu destino tiene rumbo propio.
Siento el vacío de aires de risa
de llanto y canciones de cuna.
Son tiempos presentes y tan lejanos.
Quieres la libertad del viento
alegría heroica que todo lo arrasa.
Tus pisadas son fuertes y los caminos inseguros.
Desprendo tus manitas
ya no son abrojos en las mías.
Te amo, hija.
Reencuentro inmensurable
Está en una clase de matemáticas.
Absorta no puede pensar y ni hablar de
resolver un teorema. Primero el impacto.
Luego el claroscuro del asombro. Después,
ella volverá a ponerle color esperanza a la
ilusión.
En uno de esos bailes en que el papel
picado y el agua perfumada hacen lo suyo, él, se distingue por su gallardía y por su
altura. Con mirada humeante recorre una y
otra vez la situación. Sus ojos ávidos la
encuentran.
Ella se siente atrapada y desnuda en las
redes del hombre que la seduce.
La noche de colores, música y rock and
roll le da la bienvenida al encuentro feliz.
Un cabeceo y la pista les pertenece.
Entre cumbias y boleros, su mano hábil
dibuja la perfecta cintura. Para ella todo es
ensueño. Es su primer baile. Es carnaval y
se quedan atrapados por la noche plena,
cubierta de estrellas.
Fijan una cita. El primer día de clase en
su inicio al secundario. Imposible antes, no
hay excusas para salir. Sus salidas limitadas
no dejan marcar un tiempo más cercano.
Sus padres no le permiten adueñarse de la
calle.
Las horas interminables cuentan. El
deseado momento del encuentro se hace
inalcanzable como la realidad misma de ese
beso robado y de las comprometidas
palabras. Libros en mano salta las escaleras,
corre al colectivo, una parada, una esquina.
Todas caras nuevas con la misma
incertidumbre; algo por comenzar.
Ella con el mayor de los triunfos escucha
de lejos, casi se hace efímero en sus oídos,
el timbre del colegio marcando el comienzo. Él entra en el aula, la música, el encuentro,
los acelerados latidos, se esfuman.
El profesor ni siquiera la mira. Ha
olvidado de la cita.
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Por María Mantovan
¿Todos amigos?
Era un bosque muy tranquilo y ordenado, dividido
por sectores. En una parte vivían los hongos con
techos coloridos, los había grandes, medianos y chicos.
Cada mañana los hongos chicos salían a caminar un
poquito disfrutando del sol, sin ir muy lejos, ya que
tenían que volver a la tierra donde estaban. Al verlos
partir, los grandes les decían: ”Disfruten, pero no
jueguen con las mariposas, ellas son diferentes”.
Ellas vivían en otra parte del bosque. Las
había también en variedad de colores y tamaños.
Todas las tardes a la hora de más sol salían las
pequeñas a volar juntas y luego se separaban
danzando alrededor de las plantas, pero sin apoyarse
ni jugar con las flores ni las ramas, pues las grandes
les habían advertido que ellas eran diferentes…
Una tarde un picaflor azul jugando a ver quien
volaba más lejos con su hermanito, el pequeño colibrí
anaranjado, se posó sobre una rosa china. Allí su
hermanito le recordó que no debían alejarse más, ni
mezclarse con otros ya que los grandes no les daban
permiso. Aunque los picaflores recordaban lo que no
debían hacer, estaban muy aburridos de volar siempre
cerca de sus nidos. Así fue como se encontraron
alejados cuando un ventarrón sacudió la rosa china y
se asustaron muchísimo. Enseguida descubrieron la
presencia de los hongos y ya que eran pequeños se
refugiaron debajo de sus techos. Pasado el mal tiempo,
volaron hacia su lugar reencontrándose con sus
iguales. Y les contaron a los otros cómo los hongos
les habían servido de refugio. A la mañana siguiente
muchos de ellos volaron juntos a ver el lugar, se
asombraron al descubrir que los hongos se movían y
compartieron alegrías de juegos y colores que eran
nuevas para todos. Día tras día siguieron viéndose y
las mariposas se unieron a ellos. Tanto tiempo se
quedaron jugando, que los grandes al ver que no
regresaban del paseo salieron todos a buscarlos ¡Oh! ¡Qué sorpresa! Descubrieron que eran ¡Todos amigos!
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Por Hannah Martín
La sombra de la araña
Estaba en el rincón. Dormía plácidamente por un
segundo. El ¡plaf! tumultuoso le hizo abrir los ojos casi
simultáneamente. Oyó voces desconocidas, acompasó
la respiración y comenzó a caminar en dirección
opuesta. Tras ella, su sombra y la fina tela transparente
se hizo gigante. Eran tal las risas y charlas de las visitas
que no pudo tejer más. Con paso lento, los años habían
pasado, encorvada buscó compañía. Pasó por un espejo
y se vio fea, peluda, negra y esconocida hasta para la
casa. Se reunió con su amiga, la chicharra y le dijo: “con tu canto y con tu traje, haces que te admiren,
quiero ser como tú”. Su amiga del alma no tuvo tiempo
de enseñarle sólo dijo: “Acércate…” Y de pronto se vio
envuelta en un exótico mar pegajoso y brillante de
sangre. Los ecos de sus cantos ya no recibirían la
mañana.
La cita
La noche cubre la humedad de mis ojos. La sombra
se adormece y se quiebra el corazón. Amanece la ilusión
casi una alondra. Rosa de enero que permites el amor
del espanto mientras en la arena el llanto enjuaga mis
pies cansados.
El miedo vuelve. Te miro estrella brillante y vuelvo a
pedir como en mi niñez. Con ganas de creer me pregunto
en qué en quién. Silencio y entremezcla de sentimientos
acuden a la cita para ganar otra vez.
Recorrí el mundo sin encontrar mi lugar.
Sorpresivamente me invade un murmullo. En el
oído…muy bajito acaricia mi alma. Ha venido. “Aunque
sea por última vez, vuelve a creer” después despacito, la
esperanza deja de murmurar…
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Por Cristina Muns
Palpitando el Hogar
De vestido blanco va ella
de traje negro él, coro y flores
elegancia y perfume por doquier
Rituales de antaño que se repiten
costumbres heredadas,
no todas aceptadas, no todas iguales
Fotos y abrazos
manjares y bebidas
el tiempo se acorta
y la calma
pide espacio para aparecer
Después de un largo día,
el reposo esperado
y la mirada a lo que fue
Finalmente
en el seno de un hogar recién estrenado.....
dos corazones despiertos
sueñan juntos un mundo desconocido.
Guiso el temerario
Nuestro amigo Guiso Papa es un monopatín
como todos los demás. Tiene una figura delgada y
fuerte. Base firme y segura de manguitos negros
con rueditas pequeñas pero veloces vive en una casa
con Pamela que lo cuida y quiere casi como si fuera
un perro. Así es como Guiso pasa los días yendo y
viniendo, llevando y trayendo cosas. Siendo un
verdadero ayudante. Como la casa es muy grande
se da el lujo de andar por adentro (delicia que a
otros monopatines generalmente no se les permite). Visita poco y nada los indeseables del tiempo que
se acumulan afuera como las hojas, la tierra, el agua,
el viento y todo lo demás que ve siempre a través
de las ventanas mientras espera descansado que lo
usen una vez más rumbo a algún otro destino, con
algún peluche o juguete que necesita traslado.
Un día la tranquila vida de Guiso cambió cuando
la mamá de la nena aceptó ir a la casa de los abuelos
caminando y ¡llevar a Guiso! Casi se muere del susto
cuando lo escuchó y trató, sin mucho éxito, de
esconderse pero se imaginarán que es poco lo que
puede hacer un asistente de su altura a la hora de
desaparecer. Luego de unos movimientos rápidos,
ruidos de llaves, perfume y talco se encontró afuera
entre pájaros cantores y voces desconocidas que
pasaban por allí y así fue como un poco arriba, un
poco abajo Pamela disfrutaba del viaje que Guiso
sufría: veredas rotas, calles mojadas, tierra por todas
partes, ruidos molestos, esquinas inseguras, subidas
bajadas y más subidas y bajadas. Ya estaba casi por
descomponerse cuando por fin llegaron. Besos,
abrazos, risas y admiración por él, después de todo
allí había llegado por primera vez cuando los Reyes
Magos decidieron responder la carta que los abuelos
habían escrito ese año, hasta recordaba el techo en
el que lo habían dejado cubierto con una bolsa
porque llovía. ¡La cara que había puesto el padre de
Pam cuando subido a una escalera, lo encontró
flaquito y desarmado atrás de una pared! Pero eso
era todo recuerdo, ahora había que volver. Sólo
pensarlo le trababa las ruedas, finalmente salieron,
como ya la mamá no tenía tanta paciencia ni Pamela
tanto entusiasmo luego de unas cuadras, nuestro
buen amigo terminó a upa mientras Pam dirigía la
caravana desde adelante agitando los brazos y las
piernas, cantando a quien quisiera escucharla, lo
feliz que estaba.
Hasta ahora no volvió a salir pero por si sucede,
ya no se preocupa porque sabe que si se complica,
la mamá de Pam alguna solución encontrará!
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Por Guadalupe Molina
Esperando salir
-¿Y qué hacemos acá en esta cueva escondidos
como dos ratas, esperando qué?
-Esperando salir, tranquilo flaco.
-Esto me recuerda al lugar donde me parieron.
Fue en el baño de un bar, un tugurio oscuro, sucio,
maloliente. Creo, por la zona del Once. Fue a hacer
sus necesidades y me escupió. Antes de nacer, me
tenía prometido. Quiso mi suerte que fuera sano, si
no, no creo que me hubieran aceptado. Ella era de
afuera, menor de edad. No sabía, no la dejaron. Dicen
que se arrepintió, pero ya era tarde. No la conozco,
ni su nombre. No me interesa saberlo. Acaso yo le
importé.
-¿Quién te contó todo?
-¡Cómo que quién me contó! ¡Yo lo sé! Lo sé
desde siempre, lo sé desde antes de nacer. Después
de caer al piso vino la ambulancia y nos llevó al
hospital. No paré de llorar hasta que me puso en la
teta. Allí estuvimos una semana internados. Nadie
nos fue a ver. No quisieron saber tampoco. Cuando
salimos del hospital nos estaba esperando una mujer
en un auto. Era una mañana invernal más que
helada. Justo para el abandono. La sentí llorar y
temblar conmigo entre sus brazos. Después bajó sin
decir palabra. No la volví a ver y allí quedé, al cuidado
de una extraña. Lo demás es historia conocida; me
escapé, me agarraron y volví a rajar. Pero ahora no
me pescan más. Si no fijate lo que hago.
-¿Y qué vas a hacer?
-Voy a salir.
-No seas loco, estamos rodeados. Si te movés,
te escupen.
-Gracias flaco, esta mañana está helada ¿y sabés
qué? Esta escupida la elijo yo.
-¡Pará…pará! ¡Te van a bajar!
Epigrama
I
Efímero eres.
Finalmente llegas
al crepúsculo otoñal
rendido ante el destino.
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Por María Elena Ortíz
Rompiendo Silencios
Me cuesta romper el silencio prolongado de
mis horas vividas y volver a las olvidadas.
Romper olas en la mar embravecida junto a
un lejano puerto de tablones roído por las aguas
que erosionan y lastiman. Dolor de mirar hacia
atrás y ver pasar la vida en tantos y lejanos años
oyendo la campana de largada y aquí estoy, en
el camino galopante. Inercia y sentimientos que
todavía están unidos y me atan al cordón
umbilical. Días y noches, idas y vueltas. Ni aquí
ni allá. Pero todo eso forma parte de un lugar
sin tiempos ni distancias. Apátrida, a veces
alegre, a veces triste. Un vaivén que no permite
arribar en ningún lado.
Es difícil remar con dignidad. No quiero
hipotecar la esperanza de seguir soñando de pie
por un cambio, aún en medio de la tormenta,
que me haga pensar en tiempos de bonanza.
Espera mi sueño ver salir el sol, todo esplendor.
Espera mi sueño que no haya clases olvidadas.
Espera mi sueño ver crecer el trigo madurando
las frentes. Espera mi sueño no ser discriminado.
Espero no seguir guardando silencios.
El circo
El hombre se fue sin pronunciar palabra, su
esposa sabia que se había alejado
momentáneamente. Era dueño de una pequeña
empresa textil, toda la familia trabajaba allí. La
guerra en Europa había influido en su carácter
taciturno. Manuela, su hija de trenzas negras y
ojos vivaces era el alma de la casa. Aquel día,
fue a buscarlos. Corrió por la calle serpenteada
con el sol a plomo quemando sus pies. Al llegar
le extrañó ver solo a su madre. Siempre guardó
el recuerdo de la espera con la sopa que bullía
en el fuego y las tostadas que se habían
quemado. No apareció. Lo buscaron por pueblos
vecinos, países aledaños, no dejó rastros. Cerraron la fábrica y alquilaron el lugar. Todos
los años allí se instalaba un circo. Pasó mucho
tiempo hasta que decidieron ir a una función.
Entre los artistas sobresalía un anciano enjuto
y barbudo, impresionaba mezclándose con los
trapecistas en el globo de la muerte. Terminó la
función y el hombre se acercó a Manuela y su
madre. De rodillas comenzó a hablarles, pero no
se le entendía y se llenaron de dudas, hasta les
pareció encontrar un parecido con el padre
ausente. -Tonterías-, dijeron y se marcharon. Él
quedó solo en el medio de la pista, imitando a
los payasos con sus muecas.
Transmisión
Patria quebrada, metamorfosis, transformaciones,
despojo, ingratitud, mazo de cartas
repartidas al azar, necesidad primordial del hombre.
Combatir el hambre, la miseria, las guerras.
El futuro partido en dos duele, duele mucho,
vivir en un mundo pensiona do con grandes
catástrofes, sin poder descifrar tanto castigo para
el hombre que no ha podido cambiar los errores
que a través de los años y la descendencia ha
desencadenado.
La naturaleza siempre tira una tabla de
salvación, pero el mundo no se aferra a ella
tomando tabla por tabla hasta transformarla en el
centro del universo donde surja un lugar para que
reine la paz.
Hay enigmas, hay fugas, pero también hay
futuro, en el alma de cada niño que nace, dándole
contención, sabemos que va a caminar derecho
cultivándolo día a día, regándolo con gotas de amor
y haciéndolo comprender que el amor es el único
camino que nos conduce a un lugar seguro.
Duelen los ojos al ver el mundo desarmado.
Parece que todo naciera en el río, él nos trajo y
nos vuelve a devorar.
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Por Ana María Perez Arce
I. El abrazo
Encubridora mueve los contornos del cuarto, oculta el
color. Me acerco y trato de abrazarla. Escucho en la piel la
sombra de la respiración entrecortada. Deslizo los dedos bajo
la sábana detrás de la promesa. La ventana filtra luces
erráticas, como cuando se regresa de una selva. Cierro los
ojos. Antes, en la pared negra, la pantera fijaba en mí la
mirada amarilla. Ahora los dos agonizamos en mi abrazo.
II. Juego
Saben que en la noche llamo y espero. Todos los días lo
esconden. Cada vez una excusa diferente. ¡Tontos! Olvidaron
que mi mano descubrió el frío en la huella de la almohada.
Igual me place engañarlos.
III. Principio
Nunca tuvimos ni un sí, ni un no. Ella deambula por la
casa con una muñeca, un libro o la olla caliente. Siempre en
camisón. Ella no me dice nada y yo tampoco. Es una cuestión
de respeto.
IV. Ceguera
Los brazos mecen, los labios imaginan canciones
de cuna.
Ya se ha dormido. Está tan quieto. Los ojos han
dejado de ver. No se mueve hace rato.
Afuera ha comenzado a llover. Los brazos no dejan
de mecer.
Presencia
Te adivino en furtivos regresos
te invento un rostro
eres mi voz
yo soy tú con tu otredad
recojo tu aire, tus espacios.
En el dibujo a contraluz del tiempo
son tus orillas
las que navego
cuando el viento lleva mi balsa.
Mi boca dibuja tu sonrisa
que esparce sus raíces, sus ríos
para ser lluvia, alba, atardeceres
o tu aliento.
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Por Diego Propato
La justicia absolvió a una mujer homicida
Cuando el jurado dictaminó su
veredicto, la acusada se estremeció en
un llanto continuo. Era el final de largas
noches de insomnio. Su libertad estaba
garantizada, a pesar de que hacia unas
pocas madrugadas, había puesto fin a
una vida.
Joyce Mattos, de 38 años, incineró
a un sujeto llamado Raimondo Eduino
de 42, en la hasta entonces tranquila
ciudad de Caxoeria Paulista, en el
interior de San Pablo.
Una versión afirma que Raimondo
corría frecuentemente provisto
solamente de un taparrabos, gritando
que era el mismo diablo. La joven, por
cierto devota creyente, empuñando un
lanzallamas y al grito de “púdrete en el
infierno hijo del mal”, cometió el
homicidio.
La segunda versión indica que
Eduino era sólo un ebrio que se escapó
de una escuela de zamba local, portando
un tridente de madera, una capa color
granate y una máscara de Dante.
Joyce es señalada como una fogosa
creyente. Nihilistas de la pequeña
ciudad, exhibieron “carteles globalizados”,
con insignias como: inquisición “go
home”.
Ha comenzado a circular una tercera
versión que afirma que a partir del
trágico hecho en la pacata ciudad semi
-rural, el clima y los valores han
cambiado un poco: ovejas y cabras sólo
duermen con pijamas de seda. En tanto
Joyce siempre se viste con trajes de
buzo intentando menguar el terrible
frío.
Un beodo equilibrista "trajeando" luto me recordó a Chaplin
Carioca de los ojos de geisha
nunca olvido tu promesa
Tu pérdida, la ausencia
explosión súbita.
Trocando máscaras,
confundido en el novedoso génesis kabuki
tallo en vano esculturas de paciencia.
¿Confortar al pequeño que con dulzura despertaste?
A tu lado dragón de fuego,
mas ahora me consumo.
Porque nunca olvido tu presencia
Imagino harás un cuerpo
en contadas mariposas
paridas en destellos cómplices
Piel y auras blancas,
hoy transparentes
por tiernos sueños volaban
cuando la fuente de miel que hubo en tu bendito vientre
con pasos de zamba al mismo abismo hechizaba
Conjurar puedes, mil espejos rotos
del corazón flotando en siete mares del insomnio!
Porque nunca olvido tu promesa,
ni tampoco tu hermosura
Se fundió mi mirada un otoño
se ahogan horizontal voz y alma.
La mente encriptada roza oblicua
el laberinto de tu esencia gitana.
Porque silencié tu nombre,
la necia luna baja cada mañana
a narrarme que eres reina en el firmamento.
Para tu frente corto estas flores,
una corona entera de jazmines
del jardín de mi purgatorio,
que algunos compañeros llaman hospicio.
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Por Silvia Santilli
Soy tu gusano
Cansado de los trompazos de Quiti el
elefante, de las coladas del mono Enrique, y de
los ruidos infernales del trencito a batería, decidí
buscar un lugar más visible en la vidriera.
-Déjenme pasar-dije - hay una Señora
mirándonos - Todos se adelantaban. Traté de
acomodarme y sonreír con la mejor cara. La
Señora señaló la vidriera. Don Camilo, el dueño
de la juguetería los mostró uno por uno, menos
a mí. Desesperado para que me vieran, meneé
la cola, cerré y abrí los ojos. Mientras mis
compañeros gritaban: “gusanito sos chiquito, no
te ve”. De pronto nos callamos. Don Camilo se
encaminó hacia nosotros. Sus manos grandotas
y arrugadas me alzaron. Me había elegido. Le
guiñé un ojo a esos grandotes que me llamaban “gusano insignificante”, empezaba una nueva
vida. ¿Adonde me llevaría? Metido adentro de
una gran bolsa no veía nada, solo escuchaba
bocinas y frenadas. Me dolía el cuerpo por el
peso del moño que adornaba el regalo. La Señora
estaba nerviosa. Nadie hablaba. Más tarde un
gran alboroto. Saltaban y aplaudían. Entre tantos
saltos me tiraron al suelo. Era preferible esto y
no estar en la vidriera. Al fin abrió la bolsa. Me
colocó dentro de una cuna y me presentó: ¡tu
primer juguete! ¡Qué orgullo! Si me vieran Quiti
y Enrique morirían de envidia. Me emocioné y
lloré. Nadie me vio.
Desde aquel día nunca me separo de ti. Velo
tus sueños, escucho tus berrinches, pongo
música a tus días. Soy tu apoya-mamadera. Tu
descarga cuando te enojas y me revoleas por el
suelo. Puedo perdonarte todo hasta que me
hayas dejado sin un ojo y sin música en mi
cuerpo. Te quiero y soy feliz cuando tus manos
chiquitas y regordetas me acarician y tus
bracitos intentan apoderarse de mí.
Soy tu gusano tu primer juguete.
La señorita Irma
En la guía de actividades de la Feria del Libro
te descubrí: "Espectáculo de narración oral;
Profesora Susana Grecco, Sala José Hernández".
Lo leí varias veces, mientras lo hacia pensaba: - ”Será la misma persona-” Miré la hora, podía
llegar.
La sala estaba completa, preferí ocupar el último asiento. Cuando anunciaron tu nombre
y te vi. Sentí un remolino en mi cuerpo. Habían
pasado tantos años, más de treinta. Nos
conocimos en la Escuela Primaria, en primer
grado (como se llamaba antes). Compartíamos
el mismo banco, esos duros de madera. Apenas
nos vimos, nos buscamos una a otra como si
quisiéramos protegernos. Fuimos muy
compinches. La Señorita Irma nos llamaba “las
cotorras”, no dejábamos de hablar. Recuerdo que
todos los días teníamos que escribir nuestro
nombre completo. Te enojabas porque no te
gustaba Enriqueta, lo heredaste de una Tía
Abuela. Pero lo peor que te podía pasar era leer
en el frente la lectura del libro “UPA”. No sabias
leer, inventabas, lo hacías con tanta seguridad
que terminábamos creyéndote. No aprendías a
leer. Tu Madre decía: –”No sé como pasa de
grado”, ¿será por linda? En el aula el gordo
Simone decía que eras burra, y el antipático del
Negro Delucca lo afirmaba. Nadie entendía que
te pasaba. Con el tiempo aprendí, estabas
bloqueada emocionalmente, (lo entendí
mientras cursaba la carrera de Psicología).
El espectáculo había terminado, los presentes
se acercaban a saludarte. Yo estaba indecisa,
seguramente no me ibas a reconocer. Ya no soy
aquella muchacha de trenzas, con pecas en la
cara y flaquita como un fideo fino. Ahora tengo
canas, muchas más manchas, y unos cuantos
kilos en mi haber. Aproveché el tumulto y busqué
la puerta de salida. Cuando estaba por abrirla
oí: “Marta Palmentieri, compañerita de banco ¿por qué te vas?” Me di vuelta y te abracé como
queriendo recuperar esos treinta años. Y con la
gracia que siempre te caracterizó me dijiste: “Aprendí a leer Martita, si me viera la
señorita Irma”.
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Por Juana Shuster
I. El regreso
Reconocí esa manera de apoyar
el cerrojo y mi corazón dio un
brinco. Habían pasado veinte años
desde que me dejaste, encandilado
por otros brazos y otras voces. No
te até a ningún mástil ni puse cera
en tus oídos. A partir de ese
momento, dejé de saber dónde se
esconden los duendes.
Avancé por el sendero de piedras
lentamente.
En la casa de tus padres, aún
resuenan en los muros los llantos
de los bebés.
Nos casamos allí y yo parecía
una mujer salida de un cuadro de
Monet: delgada, de manos finas,
etérea. Querías contagiarme la
mansedumbre de tus fuerzas; nunca
lo lograste.
Entré al comedor… allí estabas.
Filigranas cenicientas resaltaban en
tus sienes, noté arrugas en tu rostro
y una fatiga indescifrable en tu
mirada de súplica. Te observé desde
la transparencia de mis lágrimas.
Los dos solos con el tic-tac del reloj
de tu padre, balanceando su
péndulo; acompasado, repitente.
Tantas cosas pensé en decirte enveinte años. Y allí estaba yo, muda.
Te apoyaste contra la pared, y
me hiciste recordar a aquel sauce
seco, junto al arroyo en la casa de
campo. Daba pena el tronco
carcomido. Daban lástima las ramas
ocres que ya no dialogaban con las
aguas.
Me inspiraste piedad.
- “Estoy muy cansado”- me
dijiste – “¿Me puedo quedar?”
II. La soprano
Nadie en las butacas y ella no lo sabe. La
están maquillando. Nadie se lo quiere decir. Le
prueban los vestidos en los camarines, apremia
a las costureras. El teatro está vacío como un árbol donde no anida ningún pájaro o un camino
que no lleva a ningún sitio.
Saldrá igual a escena y cantará como en otros
tempos. La sala está repleta.
Sale e interpreta a Rigoletto. Su voz es una
cascada de perfecta armonía. Túnicas de agua
que caen en los precipicios del alma. No sabe
que no hay orquesta. Su interpretación es
sublime. Rosas llegan desde los palcos. Aplausos
sonoros. Exclamaciones de damas muy
elegantes. Pronto vendrán las proposiciones de
contratos en el extranjero y jóvenes que ansiarán
ser sus amantes. Ella dirá que sí a todo.
Igual no hay teatro.
Igual no hay soprano.
Ni hay alguien que escriba esta historia.
III. No se sabe
El barrilete se remontó al cielo y siguió viaje.
No regresó. No lo detuvieron los nimbos, ni los
relámpagos, ni la espesura de la bruma, ni la
furia de Thor. Se elevó y subió cada vez más
alto, sin importarle que el muchachito lloraba
su pérdida. Dicen en el pueblo que los pájaros
escondidos en sus nidos, lo espiaron, hasta que
sus ojillos no lo vieron más. Otros aseguran que
se enroscó en la turbina de un avión. Pienso que
Pegaso admiró su policromía y se lo llevó a su
morada.
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Por Adolfo Velazquez
I. Salieron del brazo
La muerte se presentó como es su costumbre:
impertérrita, cara de póquer. La elegida, dama ella,
coqueta por ende, le dijo: "dame un minuto, me pinto
y vamos".
II. Cuestión de gustos
Pasa una mujer bonita contoneándose ajustada,
sabedora que las miradas soeces son para ella; un
bohemio que está ahí se da cuenta de ello y le viene a
la mente una idea sobre la oquedad... tal vez más tarde
pueda escribir algo con eso...
Pasa una mujer elegante y femenina, preocupada
por llegar al banco; un poeta la ve, se enamora de ella,
saca un lápiz y en una servilleta escribe completo un
poema que habla del amor imposible...
***
Pura melodía
Es una hermosa trompeta. Una trompeta con
sordina, acostumbrada a pocas notas, a poco
vibrato. Aferrada a ella, sostenido por el
instrumento, un hombre, un negro. Puro corazón, él, pura melodía, el gran Miles Davis. Estamos en
el ensayo número mil, o dos mil, no importa, él
sigue con su frase “hagámoslo ya mismo”, es tan
natural su liderazgo. Yo, que conozco su sangre,
intuyo cuál es su búsqueda, por qué se maneja
así. Tal vez por eso se acercó a mi, quizá por eso
empezaron los problemas... No tuvo una mala
infancia, pudo estudiar... ¿qué más? Y, la noche,
el ambiente, los músicos, Charlie Parker, el alcohol
y las drogas. ¿Cómo llenamos el vacío, qué
hacemos con esta angustia que crece acá en el
pecho?
Seguir, hay que seguir, por ahora vamos, se
sumó Coltrane, el quinteto está, la música fluye,
del cool jazz al hard bop, el piano de Evans...
música al fin...
Y yo aquí, esperándolo, al gran Miles,
sabiendo que pronto vendrá por mi, sorprendida
de mi leve importancia, sin culpas, yo, una jeringa.
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Por María Cecilia Vexina
La terraza
Son las tres de la tarde y me llevan a la terraza.
Siempre la puerta que se abre. Los pasos de la
mucama buscándome. Buscándome sus pasos
precisos.
“El sol y el aire te harán bien”
Mi vida es un cuadrado a las tres de la tarde. La
terraza.
-¿Dónde está escrito? Hace bien estar encerrado
hasta las tres y después no.
Trepo despacio, por primera vez los hierros de la
escalera negra que jalonan la pared.
¡Oh!, todo es distinto. Desde el alquitrán
resbaladizo el jardín es tan pequeño, tan medido.
Los pájaros tampoco son libres allí. Corro en diagonal
por el techo. Celebro la libertad de las alturas. Veo
del otro lado la cinta del asfalto. Salto, vuelo. No
volveré mañana a la terraza.
Soles tibios
Tinieblas luminosas
me envuelven y me siguen.
Son solamente sombras,
son sombras de mis sueños,
distancias y recuerdos.
Contornos de las cosas
en el suelo que piso.
Son luces evidentes,
instantes o suspiros
Sus luces me conducen
y marcan mi camino.
Son estrellas opacas,
oscuros soles tibios
ocultos en la noche
por no cegar destinos
No sé, no los conozco
y siempre van conmigo.
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Por Toribio Wamsiedler
La nueva sala de exposición
¿Has visto la cantidad de gente que ha venido? Uno
ya no soporta tanto pasar y pasar. Estábamos tan bien
en el monasterio. Silencio, quietud. Lo único que me
costaba aguantar era a alguno que venía a llorar sus
pecadillos de sexo. ¡Si hombre! Es natural. ¿Qué si de
todo? Y para eso estamos ¡hombre! Te juro que a veces
me he sonrojado. Pero igual, estábamos de maravillas.
Pero esto es nuevo, sí da curiosidad, después espero,
irá decreciendo, habrá que soportar. Pero te digo que
lo único que me picó, picó, fue ese hortelano de
Castilla la vieja, que concurrió por un premio agrario.
El guía anunció que entraban a la recién inaugurada “Sala de los Bustos”. Primero te nombró a ti. “Aquí
tenemos el busto de San Agustín de Hipona”, no por
más santo sino porque tienes más años, después a
mí. “A su lado el busto de San Ignacio de Loyola”. Y se
explayó sobre los méritos de nuestra santidad. A lo
que el “bestia” del hortelano acotó:
-¡Coño! ¿Y cuál es el mérito? ¡De la cintura pá
arriba, cualquier e santo!
Como la brisa
A la señora Noemí Andrei
Como la brisa que acaricia
roza el cuerpo y lo hace suyo
así me miran tus ojos zarcos
y al ver mi imagen me hacen tuyo.
O la llovizna, que el rostro moja
dibuja ríos y los hace suyos
así tus manos aprietan las mías
como si fueran besos tuyos.
Como la brisa que acaricia
así me miran tus ojos zarcos
o la llovizna, que moja el rostro
así mis manos prenden las tuyas
como si fueran a no tocarte ¡nunca!
Ausencia
Barrilete azul
que has remontado el cielo
tan alto, tan alto, que no te veo.
¿Detrás de qué nube te escondiste?
que no puedo dar contigo
mi golondrina viajera.
¿A qué juego, juegas mi niña?
¡Piedra!¡Libre! y no estás.
¿En qué plaza habrás enredado tus piolines?
¿En qué rincón de Buenos Aires anidaste?
Que vuelvo a soñar tus sueños
y no te puedo soñar.
Copla de pie quebrado
I.
¿Qué pasará con el mundo
de la cultura sin tino?
Va hacia el fin.
Y en la carrera alocada
de progreso por sí mismo
...el final.
II.
La lluvia sobre la playa
suma su agua la mar quieta
aclarándose.
Es tu amor sobre mi vida
que se funde en mi alma muerta
reviviéndola.
Pequeñeces
I…A veces contemplo la luna como si fuese la
cima luminosa de una montaña. Sólo me falta
descubrir su ladera.
II…Llegué a una cita en el Tigre y para hacer
tiempo me puse a conversar con un vendedor
ambulante. Nombraba ríos, arroyos, sus cruces y
diagonalidades como si fueran calles.
III…En cualquier punto del universo te estaré
esperando para compartir un puñado de sueños.
IV…Como compañeros nos besamos en las
mejillas. Como amantes secretos nos apretamos
las manos.
V…Tu espalda se ha cargado de hechos y
tiempos. Te has arqueado como una espiga dorada
pletórica de frutos.
VI…En la luz vivo, para perderme en el
instante de la noche.
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