Antología
   Cuentos, poesías y otros de por aquí
 

Kandinsky


Por Graciela Busto

Epigramas

I
Desespera la vorágine
tambalea orillas
las manos como cenizas
y el caldero su muerte.

II
Calles vacías, y hojas amarillas
camino frío el espejo.
Desolación y vida con ausencias
Indiferencia y crueldad como silencio.

III
Río impensado
dibujas el lecho.
Han de caminarte
a veces perdidos
miedos que perturban
y sienten ausencias.
Cauce,
te elijo.

IV
Huecos del alma
rostros indescriptibles
jazmines marchitos.
Preguntas sin respuestas
ecos mudos del viento
…crepúsculo del deseo.

La Espera

Camino de prisa. Mis brazos aferran contra el pecho los libros. En mi mente el reproche: Me falta un capítulo para la lección del día…
El viento, el frío y las hojas acompañan la marcha - siempre me inquietaron las escaleras - Debo bajar rápido, el subte no espera. Un paso, dos y el túnel oscuro. Cada tanto un mendigo cubierto por diarios. A lo lejos los gritos mañaneros de su venta. Otro escalón me conduce al andén. Estoy sola y nadie a mi alrededor. Una mano se asoma, me cubre el rostro. Su brazo serpentea mi cuerpo y desgarra mi ropa. Estoy sola, semidormida en el suelo del andén. Las páginas de mi libro me cubren. En mi mente el reproche: ¿Me falta un capítulo para la lección del día?...  

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Por Lola Caloeiro

La gente se hace nadie

Abro la puerta y camino hacia mi lugar. Sentado junto a la ventana pido un cortado, enciendo el sexto cigarrillo de la tarde y observo. Junto a la barra esta la señora de gorro rojo. La mesa central la ocupa el ejecutivo. Frente al televisor esta el taxista. La cajera sueña más allá de las ventanas y el mozo limpia las mesas libres. La señora de gorro rojo entre sorbos y bocados conversa con la cajera, que sin dejar de soñar, suelta monosílabos. El ejecutivo aporrea el periódico mientras traga su café. Entre cabeceos el taxista mira las noticias deportivas. Yo fumo mi séptimo cigarrillo y me pregunto por qué vuelvo a este café de siete mesas, con cuatro clientes, una cajera soñadora y un mozo que limpia las mesas libres a la espera de los clientes ocasionales, que nos invaden con sus voces estridentes, con esa frialdad del que no regresa.
Alguien entra. Su tapado trae el frío de la calle. Se sienta frente a mi mesa. El ejecutivo se acomoda varias veces la corbata. La señora de gorro rojo detiene los sorbidos. El taxista aparta la mirada del televisor. La cajera abandona su sueño y el mozo deja la carta sobre la mesa.
El perfume me invade. El escote perfecto me seduce. Los ojos rasgados me sonríen. Hace una semana que el juego se juega entre nuestras mesas. No conocemos nuestros nombres. No existen las palabras. Nada nos impide salir de aquí y perdernos en el deseo.
El mozo no sabe a quien atender primero. Por alguna extraña razón el ejecutivo, el taxista y la señora de gorro rojo desean repetir sus bebidas. Nosotros, al unísono, dibujamos el gesto en el aire. La cajera, más despierta que nunca, presiona las teclas de la registradora. Nos miran expectantes. Hace una semana que esperan este momento.
Aplasto la colilla en el cenicero. Por vez primera me despido de ellos. El frío de la calle se cuelga de mi campera. Ella se demora, tal vez esta en el baño retocándose el maquillaje. Sé que hace frío, pero no lo siento. Ella sale. Esta cerca, muy cerca. Siento el calor de su boca y todos desaparecen. Y una vez más vuelvo, vuelvo a enmendar lo que no fue.

Desespérame

Vorágine indescriptible de manos insaciables
lentos son los ecos en las orillas de mi cuerpo
noche de deseo abierto que muere en
impensado monte de escarcha cálida
y grita mi mente entre ecos, desespérame.

Río quieto

Un río quieto estalla
remueve simientos
explora sensaciones
de censuras no conoce
y faltan las palabras
es vida lenta
que muere intensa.

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Por Miguel Cavalie

Cuéntame

¿Dónde está el Dragón?- preguntó una vieja añosa, con más años que el tiempo vivido.
-¿Qué Dragón?- pregunté azorado.
- El de las 11 y 45, en punto de la noche, al que todos escapan para salirse de su camino, ruge, larga humo y vapor por su nariz gigante y de un solo orificio. Recuerdo lo que me dijo mi papá, fue ayer...no el sábado...no importa. Me contó que tiene un solo ojo, justo en el medio, pero tan potente como un hacha de plata que rasga las largas y oscuras noches de agosto, en los caminos de Atahualpa. Tiene muchas barrigas se traga enteras las vacas, el trigo, los carros y también a las gente. Después se arrastra lentamente con su única y rígida ala en forma de capa sobre sus pies desapareciendo velozmente. Con un poder absoluto destroza todo lo que tiene enfrente. Sé de gente que fue decapitada, triturada de un solo golpe. Por donde él pasa no crece el pasto. Delimita su territorio dejando como huella dos cintas aceradas ligadas a la tierra que, nada ni nadie puede borrar.
- Papá cuéntame de nuevo sobre el Dragón.
¿Es verdad que bebe 1145 litros de agua para calmar su sed tan ardiente como el fuego de los volcanes?
- ¿Es verdad que un día se juntaron los eruditos del pueblo para decidir como matarlo? Un intelectual regordete con ojos achinados y cráneo calvo como una calavera propuso desguasarlo. Otro con cara de mono sabio asintió pensativo. Voraces larvas aduladoras y ventajistas tejieron la telaraña de norte a sur y de este a oeste condenando rápidamente al Dragón. Vendieron sus partes a coleccionistas de moneda y aprovechadores ocasionales.
-¡Papá! ¡Papá! Llévame a ver el Dragón. No, no voy a tener miedo. …Si es bueno el Dragón. Él avisa cuando viene. Vibra la tierra y el vaho de sus vapores impregna el pueblo de un cálido aroma de añejos leños ardiendo en el hogar.
¡-Papá! ¡Papá! ¿Escuchas?... aúlla. ¿Quién está afuera? ¿Por qué no puedo ir a la escuela?... a la plaza… por qué… por qué….
Retiré de aquel lugar, a la vieja desdichada y condenada desde muy niña a vivir en una silla de ruedas después de la poliomielitis. La recosté sobre su cama que supo ser de sus padres, quienes la habían protegido recluyéndola en una vieja casona donde no llegaba mucha información del afuera...
Esa noche la vieja a pesar de su incapacidad se retorcía en la cama conformando un triste espectáculo debajo de su cobija de eterna soledad.
No durmió ni pude dormir un carajo.
A la noche siguiente antes de hacerme cargo de su cuidado pasé por “La Atracción”, el bazar y juguetería del pueblo. Compré un silbato muy parecido al del tren.
A las 11 y 45 en punto lo hice sonar con todas mis fuerzas. Esa noche la vieja durmió, durmió…

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Por Carmen Concepción

Juan y la noche

Es de noche, pasadas las veintidós. El no sabe si ella vendrá. Mira el río y se siente tan sucio como sus aguas. Los celos lo desbordan. Desde lo alto observa callado rodeado por el desorden. Lienzos viejos esbozan varias figuras. Libros tirados, platos sucios. El gato lo mira con sus ojos entrecerrado esperando el tardío plato de comida. Las horas pasan, está inquieto, decidido.
Ella no viene, Juan apaga la luz, guarda la bronca entre sus dientes.... y el arma en el cajón alto de la alacena.

Diadema

Entonces vi la escuela
las calles zigzagueantes
el parque, el tobogán despintado.
A lo lejos las montañas
los árboles altos a mi lado
los niños desconocidos
jugando a la pelota.
La gente nueva que me saludaba
como si me conociera.
La gente vieja que no estaba
tenía sus puertas cerradas.
Sentí la soledad sobre mi ser
abrazando los recuerdos.
Entonces comprendí que era
el momento de dejar aquel
lugar que había significado
tanto para mí.
Ahora puedo ver donde estoy,
me reconozco en un espacio
y soy feliz.

Alegre y animado

Mañana quiero verte,
alegre y animado.
Mañana quiero verte
como aquel primer día.
Yo sé que perdiste
el brillo de tus ojos,
pero la vida te promete.
Es única, es poesía
y si esto que te digo
te parece algo extraño
o acaso no te alcanza...
piensa en mí, ven hacia
la vida, que aunque
a veces sea negra o a veces
sea blanca
yo te estoy esperando.

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Por Ada Curto

Me caso de blanco

Me caso de blanco.
El aire entra por la puerta.
La gente pasa apresurada
y yo sentada al costado del
espejo que refleja el día.
Me caso de blanco
no veo mi corazón.
Desde el vacío ingenuo
veo a la gente pasar apresurada.
Me caso de blanco.
Como en los cuentos mágicos
los duendes pasan
y dan pinceladas.
Me caso de blanco.
El aire agoniza gritos
mientras alguien aspira el cigarrillo
despidiendo nubarrones de hastío
y del más allá.

Gritos

Gritos deshojados en la casa del altillo.
Solloza el corazón oprimido.
Gritos
Quebrada de desmayos, sin lágrimas
llora cansada cuando escucha el silbido.
Gritos.
Cree disfrutar la vida.
Furia y desprecio
su espíritu rueda sigiloso.
Gritos.
De lluvia color a nada
aferrada a una mano
sólo el suspiro en busca de la luz
dice que no está sola.

La llave

En la noche tu libido
la llave.
Una flor, mi cuerpo mudo de destellos.
En la memoria, un loco deseo
del vacío.

El pizarrón

La pequeña de ojos grandes escucha casi sin ver mientras la maestra de zapatos acordonados, no sabe más que escribir en el pizarrón.
Cada tanto se acerca a su lado con un sable apuntando a sus manos.
-Escribe, escribe, sin error – dice la voz áspera y desagradable. La pequeña parece que ha perdido algo. Nadie ha visto los lentes debajo del pupitre.
En el rincón del fondo una compañera la ayuda. Termina en el frente, la niña, sin poder explicar nada de nada. Sólo su mirada brillante de lágrimas que no entiende el castigo.
Ya grande recuerda, aquella maestra y aquel castigo por no ver las letras y palabras del papel. Ella veía las de su alma y para eso no necesitaba los anteojos. Ahora escribe aquellas palabras: poemas, poesías y nadie la ayuda, sus pensamientos leen sin lentes, pero también, ahora sabe que para leer lo de los demás, los necesita y sabe que su maestra tampoco veía.

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Por Victor del Duca

Estulticia

“Como si no llevase bastante claramente escrito en el rostro y en la frente, como se suele decir, quien soy yo...”
De “El elogio de la locura” Erasmo de Rotterdam

Cuando, bajo la sólida influencia del tuerto Memnón, Federico Berlig renegó de la belleza femenina el harto batallón de la pulida comuna (sin el menor empacho intelectual), creyó conveniente encontrar en sus facciones un dejo de perversión genética. No tardaron en sentenciar su malhadada tentación lujuriosa al séptimo círculo de la laxitud, hijo de la vejación y de los bocetos carnales.
Lejos de la fraternal desidia, el joven sector poblado resucitaba al vil encono que, aún dormido en las rojas filas de la oscura inquisición, bostezaba no sin apetito de sangre. Federico Berlig, como quien inicia una firme empresa reivindicadora, intentó poner paños fríos al asunto advirtiendo:
-Lo mío es sólo misantropía queridos- A lo que todos respondieron:
-¡Descarado!-
De hecho era verdad. Jamás había sentido inclinación alguna a la sodomía. Pero su misantropía era real, sin engaños. Tenía que ser estricta. Una vez aligerado el espíritu popular, Federico Berlig, decidió dar el primer salto. Fue a vísperas del año nuevo. Una joven damisela pasaría junto a él:
-Adiós bella estulticia- pronunció.
La joven dama no pudo menos que enarcar las cejas, fruncir los labios y mover el culo a modo de un árbol de levas.
Del siguiente modo respondió:
-Gracias galante caballero- A lo que Federico agregó:
-Por favor, usted se lo merece, bella estulta –
-¿Qué me ha dicho? ¡Ho, descarado! Pero cómo se atreve...no permitiré que usted...- A lo que Federico interrumpió:
-Perdón quise decir bella estulticia-
-A bueno...así está mejor...si, si galante caballero, mucho muy mejor- A lo que Federico Berlig agregó:
-Usted merece el mayor de los elogios, joven dama. Sí ¡afortunadas las islas que la vieron nacer!-
-Oh, gracias...no es para tanto. Yo que lo juzgué tan mal y aquí me ve encapuchada...adiós, adiós...adiós, galante caballero- Acto seguido la joven damisela emprendió su fuga, con un duradero ego por lazarillo y con una escénica prudencia ascendentemente notoria. Federico Berlig comprendió, entonces, que no siempre las guerras se inician por malos entendidos sino que a veces por culpa de la gentil estulticia que jamás logra reconocerse en un espejo.

Locura

El dulce manantial de la locura
ocultó entre sus fauces la rareza
que le causó su histriónica cabeza
diezmada por el sol de la pavura.
El eco tenaz de la cruel cordura
lucró del silencio de su pereza,
no comentó a nadie su gris certeza
pero partió negando aquella altura
¡Oh, vestimenta falaz, bebe el vino!
No times a nadie su fiel mentira,
oculta en la arena tu azul marino
Que así como Ofelia tu adiós delira,
escápate del lienzo al cheviot fino
y amarra a tu pezón la bella lira.

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Por Osvaldo Delpiero

Mundo sin papel

Me desperté placidamente, sin apuro, obedeciendo al cuerpo, fui al baño, retornando al dormitorio. Rutinariamente, salí al porch buscando el periódico. No lo encontré, de reojo mire la hora, qué extraño, el diariero ya tendría que haber pasado.
Volví, miré entre los maceteros, buscando con mayor inquietud, y con idéntico resultado. Arranqué el auto y comencé la marcha hacia la oficina.
Observé que los puestos de diarios y revistas estaban cerrados. Ya con prisa arribé. La puerta de entrada estaba cerrada, frente a ella el fiel paraguayo Ledesma, a boca de jarro me espeta: che patrón algo raro pasa, esta todo vació, ¿yo te espero para que me digas que hago? Bajar y entrar fue todo uno, no vi desorden, pero nada en los armarios, solo estantes vacíos. Las computadoras, mudas en ese momento indicaban en sus registros, la falta de algo para continuar sus tareas automáticas ya programadas de registración. Fue entonces que nuevamente el cuerpo, mi cuerpo, me reclamó atención indicándome con urgencia que debía evacuar.
Concurrí presuroso al baño, y así lo hice, pero allí ya con los pantalones bajos y una incómoda posición, observé tardíamente que no había papel higiénico.
Ledesma había quedado aguardándome en la puerta del viejo edificio, a un piso de distancia y no me oiría, aunque desgañitara gritando, pues los ruidos de la calle opacarían los del interior. Me tranquilicé y recordé en mi memoria situaciones vividas en la colimba, entonces al igual que ahora solucione el tema, debiendo sacrificar para ello un pañuelo y el coqueto calzoncillo con los colores de Racing, que me habían regalado el pasado día del padre. Muy incómodo por la situación vivida, fui a mi despacho, me senté ante el escritorio, abrí el cartapacio con la intención de comenzar la tarea realizando los cheques, pero observo que allí no estaban los talonarios de cheques ni las órdenes de pago. Tratando de no perder la escasa calma de que dispongo, abrí un cajón del escritorio con el fin de tomar un ansiolítico, que guardaba allí, para estar pila en las reuniones de Directorio.
¡Carajo!, sólo están las pastillas desparramadas, agarré una, busqué frenéticamente el vaso en el dispenser para tomarla, y tampoco habían vasos, no obstante la tome echando el agua sobre el pocillo del ultimo café de anoche, que Ledesma aún no había recogido y limpiado. Sonó el celular. Era Luis. A él le estaba sucediendo algo parecido, decidimos encontrarnos ya en el café Fragata, de San Martín y Corrientes. Hacia allí partí.
No pude llegar raudamente como era mi intención, pues la City ardía a esa hora de gente confusa, donde se mezclaban idiomas varios de turistas furiosos, que pugnaban hacerse entender gritando desaforadamente, al encontrar en sus bolsillos sólo efectivo metálico. Me ubiqué en una mesa cerca de la puerta, prendí la radio portátil que había manoteado en mi casi huída, sintonicé a Nelson Castro, el que con voz quebrantada decía manteniendo su profesionalidad: ”Algo extraño esta pasando”, y ahí se entremezclaron las voces de los movileros que recorriendo todo Buenos Aires coincidían en la visión de desaparición de todo vestigio de papel, en todas sus expresiones. Entonces ya conociendo lo ocurrido, me agarró un gran ataque de risa, pues me puse a pensar, en una nueva sociedad sin papel, donde los contratos se sellarían con un simple apretón de manos, los valores representativos de los bienes deberían tomar otras referencias, donde el convencional pasaporte se reemplazaría con referencias históricas orales siendo éstas las que asignarían la pertenencia a un barrio, municipio, provincia, nación.
Estaba en dicho ataque cuando llegó Luis, comentamos lo que estábamos viviendo, tomamos libremente de un estante del bar un par de botellas de viejo whisky y nos perdimos caminando ante la histeria general.

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Por Luis Elorriaga

Racconto

...”y si incendias mi cerebro
te llevaré en mi sangre”
(Rilke, de “El libro de las horas”)

Recuerdo tus ojos tristes
y se me nubla la vista.
Acariciabas mis sueños
y yo te ignoraba.

El tiempo genera la impaciencia
y asoma delicada la tristeza
que se mofa de aquélla.

Vuelvo hacia atrás
y encuentro tu sonrisa
esperando mis palabras.

Desencuentro

La luz aparece en el color de las flores
cada mañana al pasar por el parque.
El sol penetraba con vigor
las ramas de los árboles viejos, siniestros.

El día permanece quieto.
La ciudad hierve de rabia,
insatisfacción y envidia.

Llegar al trabajo sin tren
en un colectivo sucio y maloliente.
Afuera automóviles contribuyen
al vómito vehicular de las autopistas.

La convocatoria a no trabajar.
El vía crucis de los no convocados.
La suerte parece echada,
el hombre se opone al hombre.
¿Atenta contra si mismo?

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Por Patricia Fernández

Colgada de tus pantalones

Sin darme cuenta sucedió el día en que dijiste: - estoy enamorado a pesar de vos.
Pasó mucha agua y granizo y nieve - en el medio - escritos que incluyen angustia.
Sitiado desde tus confines ¡Tan difícil era que expresaras con palabras!
Fuimos juntos hasta el borde de tu ciudad sitiada y, vos con una mirada intentaste que comprendiera.
Después terremotos, inundaciones, zona desvastada.
Ni Greenpeace se atreve a resembrar en nuestro amor.
- Para mi los hechos fueron mutuos - dije en el encuentro.
Refutaste: - ¡todavía no te perdoné! -. En principio me dio risa tu capacidad de esquivar la culpa, ahora entristezco, el ego me enoja. Te maldigo, te odio, te extraño, te espero.
Sigo colgada de tus pantalones...
Criticarás el título desde la técnica periodística. Elegiste bien la carrera, los tuyos nunca se involucran.
-Feliz día.

Altibajos

Irene últimamente se levanta contenta por las mañanas, la llegada de su amiga le cambia el humor. Toda su vida dedicada a la familia, algunos altibajos emocionales pero Dios siempre compensa. Su amiga es astuta, audaz y la aconseja sobre su futuro.
Mientras prepara el desayuno Irene la espía por el rabillo del ojo. De pronto se inquieta, su amiga tiene una mirada peligrosa, desafiante, que llega a intimidar. Serena, dueña de sus actos le dice:
- Vine para quedarme.
Irene se paralizó y mirando por la ventana hacia el jardín dijo:
-Que te haya abierto las puertas de mi casa, no te hace dueña.
Hacía veinte minutos que enjuagaba el mismo vaso que quedó de la noche anterior. Sólo salió de ese estado catártico cuando el vaso explotó en su mano y vio que la sangre se escurría por la pileta.
Su madre tuvo razón, se juró nunca más escucharla.

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Por Aldo Ferrante

Relato poesía adentro entre olas y aguas
mansas

(A Afonsina Storni y VirginiaWoolf)

Quietud entre miradas luminosas para siempre, cruzadas en el horizonte anacrónico, Cruel ventura de páginas símiles. Olas. Aguas mansas entre dos faros agotados de mostrar célebres tempestades tragando poesía. Hoy no son más como fueron, son fuego supremo de la inspiración. Descansan las aguas entre esos faros veladores. Espuma sagrada, blancura salina, como ninguna besaba.
Paz infinita en el sosiego de un cotagge acogedor para el viaje final. En lo alto, rompiendo la roca se regodea el viento. Presunción acabada para otro desenlace. Sólo fue aquél día, del triste corazón. Quietud. Olas. Aguas mansas entre dos faros. Destellos que mojan los versos quejosos y penosos, sublimes y nerviosos, ligeros de amor hacia la misma naturaleza. No más héroes, no. Ni heroínas. Sólo instantes análogos de pérdidas. Renacimiento en las profundidades de un río, de un mar, desde las honduras del desprecio, al margen de lo comprensible. Aullidos opacos, sordos en las aguas dulces. Y en lo alto, saliendo de la fría piedra, en la soledad indolora de los epitafios deseados, el aire respira. No hay pena mientras el manto soleado trae rimas en la lejana luna que asoma. Aquello vuelve siempre junto al peñón, en lo alto. El nuevo día quiere ser la alfombra de letras que asimile al astro. Al amanecer, corretean transitando del dulce al salitre, las hojas escritas en la inmortalidad. Quietud. Placer. En lo alto, una loba descarga su peso y apoya su lengua en la brisa fresca. Es voz. Cuenta sus deseos, sus frustraciones, sus desamores. Poetisa sus delirios a los pies de la nueva amante, otra inconclusa. Y se va. No hay más playa desierta, ni bosque arrasado. Olas o aguas mansas, sin soledad ya. En lo alto, junto a la roca, o en la cercanía perpetua de una cabaña victoriana, la poesía vuelve a descansar.

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Por Gerardo Goldberg

Abajo el chocolate

- ¿Vos de qué querías, Anita?
- ¡Uff, papá! ¿Otra vez? De chocolate y vainilla. El chocolate abajo y la vainilla arriba -dijo la pequeña.
- ¿Pero chocolate solo? ¿O con almendras, o nueces, o turco...? Porque mirá que no es lo mismo...
- No, papá. Solo.
- Bueno. Chocolate y vainilla. El chocolate abajo.
- Sí -dijo Anita a su padre esperando que le hubiese quedado claro.
- ¿ Y vos Joaquín? ¿Era menta granizada y qué?
- Y chocolate.
El padre lo miró extrañado.
- ¿Pero si la menta ya tiene chocolate? Mejor te pido otra cosa.
- No, papá. Quiero con chocolate.
- ¿Seguro?
- Sí, papá.
- Y la menta ¿arriba o abajo?
- Me da lo mismo.
- No, Joaquín. Decime cómo lo querés.
- Ya te dije. Me da igual.
- ¿Está bien el chocolate arriba?
- ¡¡Uff, papá!! ¡¡Sí!! Te dije que es lo mismo.
- Querido, si te dice que le da lo mismo ¿para qué preguntás? –intervino la madre, que hacía rato tamborileaba con sus dedos en el asiento de la heladería.
- Bueno, mi amor. No puede ser que no piense qué prefiere.
- Pero sí piensa. Dice que le da lo mismo.
- Sí, ya sé. Pero no todo “es lo mismo”. No todo “da igual”.
- No empecemos otra vez –dijo la madre.
Pero el padre, no solo había empezado de nuevo, sino que recién arrancaba.
- Para el chico, a la edad que tiene, todo es lo mismo. Ahora es lo mismo un gusto arriba de otro. Después va a ser lo mismo ir a la escuela o faltar, ir a trabajar o quedarse en casa, fumar cigarrillos o marihuana y cuando te quieras acordar, lo vas a tener que ir a buscar a la cárcel.
- ¡Ay! ¡Por favor, Roberto! No seas exagerado.
- No todo es lo mismo. No todo da igual –sentenció el padre como resumen.
- Está bien, papá. Prefiero el chocolate arriba –dijo Joaquín.
El padre no contuvo la sonrisa y se la mostró a su esposa.
- ¿Ves, querida? Es sólo cuestión de enseñarle lo que corresponde.
- Sí, querido. Como vos digas –dijo ella mirando al lado opuesto al que estaba su familia.
- ¿Y vos? Crema rusa abajo y chocolate turco, ¿no, querida?.
- No –dijo la madre volviendo la mirada a su marido.
- ¿Cómo no?
- No, hoy voy a tomar uno de tramontana abajo y dulce de leche con pasas de uva.
- ¿Por qué, si siempre pedís de crema rusa y chocolate turco?
- Querido, hoy quiero cambiar de gustos, es todo.
- Ultimamente estás rara ¿eh?....
- ¡Pero por favor, Roberto! ¡Es un helado nada más! Es lo mismo...pedime el que más te parezca que tengo que tomar, entonces.
- Querida, te repito: No todo es lo mismo. No me contradigas delante de ellos. Mirá el ejemplo que le das a los chicos.
- Pero, ¿de qué ejemplo me hablás? ¿Qué diferencia hay entre tramontana y crema rusa? ¿Qué tiene que ver el dulce de leche con los ejemplos para nuestros hijos?
- Todo tiene que ver con todo –volvió a sentenciar el padre duramente.
- Andá a pedir los helados, me hacés el favor....
- ¿Y vos de qué vas a tomar? -preguntó Anita a su padre.
- Me pido uno igual al tuyo, ¿querés? Vainilla abajo y chocolate arriba, ¿sí?
Y mientras el padre iba hacia el mostrador de la heladería, Anita se abrazó a su madre con un atisbo de terror y congoja en sus ojos.

Microficción

Se calzó los anteojos para ver de lejos. Los ojos desde la cara interna de los cristales lo observaron tan de cerca como nadie antes.

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Por Celia Lipsky

Reflejo dorado

El sol inunda la plaza central. Ruidosa y colorida. Gritos, risas, movimientos. Se estremece una y otra vez. Un sudor frío invade su cuerpo. La mano tiembla de ansiedad mientras se hunde en el bolsillo gastado. Unruido sordo y potente entre el bullicio que nadie registra. Yace inmóvil. En medio del jolgorio dominguero un hilo rojo avanza por la arena y tiñe un castillo que alguien construyó en un rincón del arenero. En la retina vacía el sol insiste en dar su reflejo dorado.

Huída

Te mueves ondulando el viento que ensortija tus cabellos en ese desaforado correr hacia la playa. Agitada. Ansiosa. Tus ojos se clavan en la inmensidad del mar, las olas ruidosas, estremecedoras te invitan a un abrazo eterno. Desde la ventana con la mirada fija, absorta veo tu silueta que desaparece entre espumas y vapores.
Lo imprevisto, incomprensible. Corro mas no llego. Pesados como una estatua de mármol, mis pies clavados no logran moverse. Tu partida duele. La arena invita, empiezo a perder la conciencia, una suavidad amada me roza y la respiración honda del mar baña mi espalda y me acuna y ahora te alcanzo.

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Por Julia Mansi

Daniela

Te noto triste.
No hay diálogo ni una mirada
y ni pensar en un abrazo.
¿Te he fallado en algo?
Nuestra fluida comunicación
está anestesiada.
Son solo indirectas las palabras
que te arranco.
Que tu cuarto no te alcanza.
Que en el escritorio penetran ruidos de la calle.
“Necesito mi espacio,”me dices.
Piensas que lejos de todos te sentirás mejor.
No te das cuenta, no es esta tu libertad,
si la cárcel solo encierra cuerpos.
Quiero que encuentres tu lugar.
Pero mientras las cuerdas del pasado te sigan,
vivirás en una mansión
y te seguirá faltando espacio.
Sólo el tiempo me dará la razón
y lo comprenderás.
Ahora de nada sirven mis palabras,
solo nos distancian más.
Tus alas abres
a un mundo despojado de amor.
No quiero que sufras
mis brazos te acunan
mis manos te acarician
pero no te alcanza
tu destino tiene rumbo propio.
Siento el vacío de aires de risa
de llanto y canciones de cuna.
Son tiempos presentes y tan lejanos.
Quieres la libertad del viento
alegría heroica que todo lo arrasa.
Tus pisadas son fuertes y los caminos inseguros.
Desprendo tus manitas
ya no son abrojos en las mías.
Te amo, hija.

Reencuentro inmensurable

Está en una clase de matemáticas. Absorta no puede pensar y ni hablar de resolver un teorema. Primero el impacto. Luego el claroscuro del asombro. Después, ella volverá a ponerle color esperanza a la ilusión.
En uno de esos bailes en que el papel picado y el agua perfumada hacen lo suyo, él, se distingue por su gallardía y por su altura. Con mirada humeante recorre una y otra vez la situación. Sus ojos ávidos la encuentran.
Ella se siente atrapada y desnuda en las redes del hombre que la seduce.
La noche de colores, música y rock and roll le da la bienvenida al encuentro feliz.
Un cabeceo y la pista les pertenece. Entre cumbias y boleros, su mano hábil dibuja la perfecta cintura. Para ella todo es ensueño. Es su primer baile. Es carnaval y se quedan atrapados por la noche plena, cubierta de estrellas.
Fijan una cita. El primer día de clase en su inicio al secundario. Imposible antes, no hay excusas para salir. Sus salidas limitadas no dejan marcar un tiempo más cercano. Sus padres no le permiten adueñarse de la calle.
Las horas interminables cuentan. El deseado momento del encuentro se hace inalcanzable como la realidad misma de ese beso robado y de las comprometidas palabras. Libros en mano salta las escaleras, corre al colectivo, una parada, una esquina. Todas caras nuevas con la misma incertidumbre; algo por comenzar.
Ella con el mayor de los triunfos escucha de lejos, casi se hace efímero en sus oídos, el timbre del colegio marcando el comienzo. Él entra en el aula, la música, el encuentro, los acelerados latidos, se esfuman.
El profesor ni siquiera la mira. Ha olvidado de la cita.

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Por María Mantovan

¿Todos amigos?

Era un bosque muy tranquilo y ordenado, dividido por sectores. En una parte vivían los hongos con techos coloridos, los había grandes, medianos y chicos. Cada mañana los hongos chicos salían a caminar un poquito disfrutando del sol, sin ir muy lejos, ya que tenían que volver a la tierra donde estaban. Al verlos partir, los grandes les decían: ”Disfruten, pero no jueguen con las mariposas, ellas son diferentes”.
Ellas vivían en otra parte del bosque. Las había también en variedad de colores y tamaños. Todas las tardes a la hora de más sol salían las pequeñas a volar juntas y luego se separaban danzando alrededor de las plantas, pero sin apoyarse ni jugar con las flores ni las ramas, pues las grandes les habían advertido que ellas eran diferentes…
Una tarde un picaflor azul jugando a ver quien volaba más lejos con su hermanito, el pequeño colibrí anaranjado, se posó sobre una rosa china. Allí su hermanito le recordó que no debían alejarse más, ni mezclarse con otros ya que los grandes no les daban permiso. Aunque los picaflores recordaban lo que no debían hacer, estaban muy aburridos de volar siempre cerca de sus nidos. Así fue como se encontraron alejados cuando un ventarrón sacudió la rosa china y se asustaron muchísimo. Enseguida descubrieron la presencia de los hongos y ya que eran pequeños se refugiaron debajo de sus techos. Pasado el mal tiempo, volaron hacia su lugar reencontrándose con sus iguales. Y les contaron a los otros cómo los hongos les habían servido de refugio. A la mañana siguiente muchos de ellos volaron juntos a ver el lugar, se asombraron al descubrir que los hongos se movían y compartieron alegrías de juegos y colores que eran nuevas para todos. Día tras día siguieron viéndose y las mariposas se unieron a ellos. Tanto tiempo se quedaron jugando, que los grandes al ver que no regresaban del paseo salieron todos a buscarlos ¡Oh! ¡Qué sorpresa! Descubrieron que eran ¡Todos amigos!

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Por Hannah Martín

La sombra de la araña

Estaba en el rincón. Dormía plácidamente por un segundo. El ¡plaf! tumultuoso le hizo abrir los ojos casi simultáneamente. Oyó voces desconocidas, acompasó la respiración y comenzó a caminar en dirección opuesta. Tras ella, su sombra y la fina tela transparente se hizo gigante. Eran tal las risas y charlas de las visitas que no pudo tejer más. Con paso lento, los años habían pasado, encorvada buscó compañía. Pasó por un espejo y se vio fea, peluda, negra y esconocida hasta para la casa. Se reunió con su amiga, la chicharra y le dijo: “con tu canto y con tu traje, haces que te admiren, quiero ser como tú”. Su amiga del alma no tuvo tiempo de enseñarle sólo dijo: “Acércate…” Y de pronto se vio envuelta en un exótico mar pegajoso y brillante de sangre. Los ecos de sus cantos ya no recibirían la mañana.

La cita

La noche cubre la humedad de mis ojos. La sombra se adormece y se quiebra el corazón. Amanece la ilusión casi una alondra. Rosa de enero que permites el amor del espanto mientras en la arena el llanto enjuaga mis pies cansados.
El miedo vuelve. Te miro estrella brillante y vuelvo a pedir como en mi niñez. Con ganas de creer me pregunto en qué en quién. Silencio y entremezcla de sentimientos acuden a la cita para ganar otra vez.
Recorrí el mundo sin encontrar mi lugar. Sorpresivamente me invade un murmullo. En el oído…muy bajito acaricia mi alma. Ha venido. “Aunque sea por última vez, vuelve a creer” después despacito, la esperanza deja de murmurar…

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Por Cristina Muns

Palpitando el Hogar

De vestido blanco va ella
de traje negro él, coro y flores
elegancia y perfume por doquier
Rituales de antaño que se repiten
costumbres heredadas,
no todas aceptadas, no todas iguales
Fotos y abrazos
manjares y bebidas
el tiempo se acorta
y la calma
pide espacio para aparecer
Después de un largo día,
el reposo esperado
y la mirada a lo que fue
Finalmente
en el seno de un hogar recién estrenado.....
dos corazones despiertos
sueñan juntos un mundo desconocido.

Guiso el temerario

Nuestro amigo Guiso Papa es un monopatín como todos los demás. Tiene una figura delgada y fuerte. Base firme y segura de manguitos negros con rueditas pequeñas pero veloces vive en una casa con Pamela que lo cuida y quiere casi como si fuera un perro. Así es como Guiso pasa los días yendo y viniendo, llevando y trayendo cosas. Siendo un verdadero ayudante. Como la casa es muy grande se da el lujo de andar por adentro (delicia que a otros monopatines generalmente no se les permite). Visita poco y nada los indeseables del tiempo que se acumulan afuera como las hojas, la tierra, el agua, el viento y todo lo demás que ve siempre a través de las ventanas mientras espera descansado que lo usen una vez más rumbo a algún otro destino, con algún peluche o juguete que necesita traslado.
Un día la tranquila vida de Guiso cambió cuando la mamá de la nena aceptó ir a la casa de los abuelos caminando y ¡llevar a Guiso! Casi se muere del susto cuando lo escuchó y trató, sin mucho éxito, de esconderse pero se imaginarán que es poco lo que puede hacer un asistente de su altura a la hora de desaparecer. Luego de unos movimientos rápidos, ruidos de llaves, perfume y talco se encontró afuera entre pájaros cantores y voces desconocidas que pasaban por allí y así fue como un poco arriba, un poco abajo Pamela disfrutaba del viaje que Guiso sufría: veredas rotas, calles mojadas, tierra por todas partes, ruidos molestos, esquinas inseguras, subidas bajadas y más subidas y bajadas. Ya estaba casi por descomponerse cuando por fin llegaron. Besos, abrazos, risas y admiración por él, después de todo allí había llegado por primera vez cuando los Reyes Magos decidieron responder la carta que los abuelos habían escrito ese año, hasta recordaba el techo en el que lo habían dejado cubierto con una bolsa porque llovía. ¡La cara que había puesto el padre de Pam cuando subido a una escalera, lo encontró flaquito y desarmado atrás de una pared! Pero eso era todo recuerdo, ahora había que volver. Sólo pensarlo le trababa las ruedas, finalmente salieron, como ya la mamá no tenía tanta paciencia ni Pamela tanto entusiasmo luego de unas cuadras, nuestro buen amigo terminó a upa mientras Pam dirigía la caravana desde adelante agitando los brazos y las piernas, cantando a quien quisiera escucharla, lo feliz que estaba.
Hasta ahora no volvió a salir pero por si sucede, ya no se preocupa porque sabe que si se complica, la mamá de Pam alguna solución encontrará!

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Por Guadalupe Molina

Esperando salir

-¿Y qué hacemos acá en esta cueva escondidos como dos ratas, esperando qué?
-Esperando salir, tranquilo flaco.
-Esto me recuerda al lugar donde me parieron. Fue en el baño de un bar, un tugurio oscuro, sucio, maloliente. Creo, por la zona del Once. Fue a hacer sus necesidades y me escupió. Antes de nacer, me tenía prometido. Quiso mi suerte que fuera sano, si no, no creo que me hubieran aceptado. Ella era de afuera, menor de edad. No sabía, no la dejaron. Dicen que se arrepintió, pero ya era tarde. No la conozco, ni su nombre. No me interesa saberlo. Acaso yo le importé.
-¿Quién te contó todo?
-¡Cómo que quién me contó! ¡Yo lo sé! Lo sé desde siempre, lo sé desde antes de nacer. Después de caer al piso vino la ambulancia y nos llevó al hospital. No paré de llorar hasta que me puso en la teta. Allí estuvimos una semana internados. Nadie nos fue a ver. No quisieron saber tampoco. Cuando salimos del hospital nos estaba esperando una mujer en un auto. Era una mañana invernal más que helada. Justo para el abandono. La sentí llorar y temblar conmigo entre sus brazos. Después bajó sin decir palabra. No la volví a ver y allí quedé, al cuidado de una extraña. Lo demás es historia conocida; me escapé, me agarraron y volví a rajar. Pero ahora no me pescan más. Si no fijate lo que hago.
-¿Y qué vas a hacer?
-Voy a salir.
-No seas loco, estamos rodeados. Si te movés, te escupen.
-Gracias flaco, esta mañana está helada ¿y sabés qué? Esta escupida la elijo yo.
-¡Pará…pará! ¡Te van a bajar!

Epigrama

I

Efímero eres.
Finalmente llegas
al crepúsculo otoñal
rendido ante el destino.

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Por María Elena Ortíz

Rompiendo Silencios

Me cuesta romper el silencio prolongado de mis horas vividas y volver a las olvidadas.
Romper olas en la mar embravecida junto a un lejano puerto de tablones roído por las aguas que erosionan y lastiman. Dolor de mirar hacia atrás y ver pasar la vida en tantos y lejanos años oyendo la campana de largada y aquí estoy, en el camino galopante. Inercia y sentimientos que todavía están unidos y me atan al cordón umbilical. Días y noches, idas y vueltas. Ni aquí ni allá. Pero todo eso forma parte de un lugar sin tiempos ni distancias. Apátrida, a veces alegre, a veces triste. Un vaivén que no permite arribar en ningún lado.
Es difícil remar con dignidad. No quiero hipotecar la esperanza de seguir soñando de pie por un cambio, aún en medio de la tormenta, que me haga pensar en tiempos de bonanza. Espera mi sueño ver salir el sol, todo esplendor. Espera mi sueño que no haya clases olvidadas. Espera mi sueño ver crecer el trigo madurando las frentes. Espera mi sueño no ser discriminado.
Espero no seguir guardando silencios.

El circo

El hombre se fue sin pronunciar palabra, su esposa sabia que se había alejado momentáneamente. Era dueño de una pequeña empresa textil, toda la familia trabajaba allí. La guerra en Europa había influido en su carácter taciturno. Manuela, su hija de trenzas negras y ojos vivaces era el alma de la casa. Aquel día, fue a buscarlos. Corrió por la calle serpenteada con el sol a plomo quemando sus pies. Al llegar le extrañó ver solo a su madre. Siempre guardó el recuerdo de la espera con la sopa que bullía en el fuego y las tostadas que se habían quemado. No apareció. Lo buscaron por pueblos vecinos, países aledaños, no dejó rastros. Cerraron la fábrica y alquilaron el lugar. Todos los años allí se instalaba un circo. Pasó mucho tiempo hasta que decidieron ir a una función. Entre los artistas sobresalía un anciano enjuto y barbudo, impresionaba mezclándose con los trapecistas en el globo de la muerte. Terminó la función y el hombre se acercó a Manuela y su madre. De rodillas comenzó a hablarles, pero no se le entendía y se llenaron de dudas, hasta les pareció encontrar un parecido con el padre ausente. -Tonterías-, dijeron y se marcharon. Él quedó solo en el medio de la pista, imitando a los payasos con sus muecas.

Transmisión

Patria quebrada, metamorfosis, transformaciones, despojo, ingratitud, mazo de cartas repartidas al azar, necesidad primordial del hombre. Combatir el hambre, la miseria, las guerras.
El futuro partido en dos duele, duele mucho, vivir en un mundo pensiona do con grandes catástrofes, sin poder descifrar tanto castigo para el hombre que no ha podido cambiar los errores que a través de los años y la descendencia ha desencadenado.
La naturaleza siempre tira una tabla de salvación, pero el mundo no se aferra a ella tomando tabla por tabla hasta transformarla en el centro del universo donde surja un lugar para que reine la paz.
Hay enigmas, hay fugas, pero también hay futuro, en el alma de cada niño que nace, dándole contención, sabemos que va a caminar derecho cultivándolo día a día, regándolo con gotas de amor y haciéndolo comprender que el amor es el único camino que nos conduce a un lugar seguro.
Duelen los ojos al ver el mundo desarmado.
Parece que todo naciera en el río, él nos trajo y nos vuelve a devorar.

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Por Ana María Perez Arce

I. El abrazo

Encubridora mueve los contornos del cuarto, oculta el color. Me acerco y trato de abrazarla. Escucho en la piel la sombra de la respiración entrecortada. Deslizo los dedos bajo la sábana detrás de la promesa. La ventana filtra luces erráticas, como cuando se regresa de una selva. Cierro los ojos. Antes, en la pared negra, la pantera fijaba en mí la mirada amarilla. Ahora los dos agonizamos en mi abrazo.

II. Juego

Saben que en la noche llamo y espero. Todos los días lo esconden. Cada vez una excusa diferente. ¡Tontos! Olvidaron que mi mano descubrió el frío en la huella de la almohada. Igual me place engañarlos.

III. Principio

Nunca tuvimos ni un sí, ni un no. Ella deambula por la casa con una muñeca, un libro o la olla caliente. Siempre en camisón. Ella no me dice nada y yo tampoco. Es una cuestión de respeto.

IV. Ceguera

Los brazos mecen, los labios imaginan canciones de cuna.
Ya se ha dormido. Está tan quieto. Los ojos han dejado de ver. No se mueve hace rato.
Afuera ha comenzado a llover. Los brazos no dejan de mecer.

 

Presencia

Te adivino en furtivos regresos
te invento un rostro
eres mi voz
yo soy tú con tu otredad
recojo tu aire, tus espacios.
En el dibujo a contraluz del tiempo
son tus orillas
las que navego
cuando el viento lleva mi balsa.
Mi boca dibuja tu sonrisa
que esparce sus raíces, sus ríos
para ser lluvia, alba, atardeceres
o tu aliento.

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Por Diego Propato

La justicia absolvió a una mujer homicida

Cuando el jurado dictaminó su veredicto, la acusada se estremeció en un llanto continuo. Era el final de largas noches de insomnio. Su libertad estaba garantizada, a pesar de que hacia unas pocas madrugadas, había puesto fin a una vida.
Joyce Mattos, de 38 años, incineró a un sujeto llamado Raimondo Eduino de 42, en la hasta entonces tranquila ciudad de Caxoeria Paulista, en el interior de San Pablo.
Una versión afirma que Raimondo corría frecuentemente provisto solamente de un taparrabos, gritando que era el mismo diablo. La joven, por cierto devota creyente, empuñando un lanzallamas y al grito de “púdrete en el infierno hijo del mal”, cometió el homicidio.
La segunda versión indica que Eduino era sólo un ebrio que se escapó de una escuela de zamba local, portando un tridente de madera, una capa color granate y una máscara de Dante.
Joyce es señalada como una fogosa creyente. Nihilistas de la pequeña ciudad, exhibieron “carteles globalizados”, con insignias como: inquisición “go home”.
Ha comenzado a circular una tercera versión que afirma que a partir del trágico hecho en la pacata ciudad semi -rural, el clima y los valores han cambiado un poco: ovejas y cabras sólo duermen con pijamas de seda. En tanto Joyce siempre se viste con trajes de buzo intentando menguar el terrible frío.

Un beodo equilibrista "trajeando" luto me recordó a Chaplin

Carioca de los ojos de geisha
nunca olvido tu promesa
Tu pérdida, la ausencia
explosión súbita.
Trocando máscaras,
confundido en el novedoso génesis kabuki
tallo en vano esculturas de paciencia.
¿Confortar al pequeño que con dulzura despertaste?
A tu lado dragón de fuego,
mas ahora me consumo.

Porque nunca olvido tu presencia
Imagino harás un cuerpo
en contadas mariposas
paridas en destellos cómplices
Piel y auras blancas,
hoy transparentes
por tiernos sueños volaban
cuando la fuente de miel que hubo en tu bendito vientre
con pasos de zamba al mismo abismo hechizaba
Conjurar puedes, mil espejos rotos
del corazón flotando en siete mares del insomnio!

Porque nunca olvido tu promesa,
ni tampoco tu hermosura
Se fundió mi mirada un otoño
se ahogan horizontal voz y alma.
La mente encriptada roza oblicua
el laberinto de tu esencia gitana.

Porque silencié tu nombre,
la necia luna baja cada mañana
a narrarme que eres reina en el firmamento.
Para tu frente corto estas flores,
una corona entera de jazmines
del jardín de mi purgatorio,
que algunos compañeros llaman hospicio.

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Por Silvia Santilli

Soy tu gusano

Cansado de los trompazos de Quiti el elefante, de las coladas del mono Enrique, y de los ruidos infernales del trencito a batería, decidí buscar un lugar más visible en la vidriera.
-Déjenme pasar-dije - hay una Señora mirándonos - Todos se adelantaban. Traté de acomodarme y sonreír con la mejor cara. La Señora señaló la vidriera. Don Camilo, el dueño de la juguetería los mostró uno por uno, menos a mí. Desesperado para que me vieran, meneé la cola, cerré y abrí los ojos. Mientras mis compañeros gritaban: “gusanito sos chiquito, no te ve”. De pronto nos callamos. Don Camilo se encaminó hacia nosotros. Sus manos grandotas y arrugadas me alzaron. Me había elegido. Le guiñé un ojo a esos grandotes que me llamaban “gusano insignificante”, empezaba una nueva vida. ¿Adonde me llevaría? Metido adentro de una gran bolsa no veía nada, solo escuchaba bocinas y frenadas. Me dolía el cuerpo por el peso del moño que adornaba el regalo. La Señora estaba nerviosa. Nadie hablaba. Más tarde un gran alboroto. Saltaban y aplaudían. Entre tantos saltos me tiraron al suelo. Era preferible esto y no estar en la vidriera. Al fin abrió la bolsa. Me colocó dentro de una cuna y me presentó: ¡tu primer juguete! ¡Qué orgullo! Si me vieran Quiti y Enrique morirían de envidia. Me emocioné y lloré. Nadie me vio.
Desde aquel día nunca me separo de ti. Velo tus sueños, escucho tus berrinches, pongo música a tus días. Soy tu apoya-mamadera. Tu descarga cuando te enojas y me revoleas por el suelo. Puedo perdonarte todo hasta que me hayas dejado sin un ojo y sin música en mi cuerpo. Te quiero y soy feliz cuando tus manos chiquitas y regordetas me acarician y tus bracitos intentan apoderarse de mí.
Soy tu gusano tu primer juguete.

La señorita Irma

En la guía de actividades de la Feria del Libro te descubrí: "Espectáculo de narración oral; Profesora Susana Grecco, Sala José Hernández". Lo leí varias veces, mientras lo hacia pensaba: - ”Será la misma persona-” Miré la hora, podía llegar.
La sala estaba completa, preferí ocupar el último asiento. Cuando anunciaron tu nombre y te vi. Sentí un remolino en mi cuerpo. Habían pasado tantos años, más de treinta. Nos conocimos en la Escuela Primaria, en primer grado (como se llamaba antes). Compartíamos el mismo banco, esos duros de madera. Apenas nos vimos, nos buscamos una a otra como si quisiéramos protegernos. Fuimos muy compinches. La Señorita Irma nos llamaba “las cotorras”, no dejábamos de hablar. Recuerdo que todos los días teníamos que escribir nuestro nombre completo. Te enojabas porque no te gustaba Enriqueta, lo heredaste de una Tía Abuela. Pero lo peor que te podía pasar era leer en el frente la lectura del libro “UPA”. No sabias leer, inventabas, lo hacías con tanta seguridad que terminábamos creyéndote. No aprendías a leer. Tu Madre decía: –”No sé como pasa de grado”, ¿será por linda? En el aula el gordo Simone decía que eras burra, y el antipático del Negro Delucca lo afirmaba. Nadie entendía que te pasaba. Con el tiempo aprendí, estabas bloqueada emocionalmente, (lo entendí mientras cursaba la carrera de Psicología).
El espectáculo había terminado, los presentes se acercaban a saludarte. Yo estaba indecisa, seguramente no me ibas a reconocer. Ya no soy aquella muchacha de trenzas, con pecas en la cara y flaquita como un fideo fino. Ahora tengo canas, muchas más manchas, y unos cuantos kilos en mi haber. Aproveché el tumulto y busqué la puerta de salida. Cuando estaba por abrirla oí: “Marta Palmentieri, compañerita de banco ¿por qué te vas?” Me di vuelta y te abracé como queriendo recuperar esos treinta años. Y con la gracia que siempre te caracterizó me dijiste: “Aprendí a leer Martita, si me viera la señorita Irma”.

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Por Juana Shuster

I. El regreso

Reconocí esa manera de apoyar el cerrojo y mi corazón dio un brinco. Habían pasado veinte años desde que me dejaste, encandilado por otros brazos y otras voces. No te até a ningún mástil ni puse cera en tus oídos. A partir de ese momento, dejé de saber dónde se esconden los duendes.
Avancé por el sendero de piedras lentamente.
En la casa de tus padres, aún resuenan en los muros los llantos de los bebés.
Nos casamos allí y yo parecía una mujer salida de un cuadro de Monet: delgada, de manos finas, etérea. Querías contagiarme la mansedumbre de tus fuerzas; nunca lo lograste.
Entré al comedor… allí estabas. Filigranas cenicientas resaltaban en tus sienes, noté arrugas en tu rostro y una fatiga indescifrable en tu mirada de súplica. Te observé desde la transparencia de mis lágrimas. Los dos solos con el tic-tac del reloj de tu padre, balanceando su péndulo; acompasado, repitente. Tantas cosas pensé en decirte enveinte años. Y allí estaba yo, muda.
Te apoyaste contra la pared, y me hiciste recordar a aquel sauce seco, junto al arroyo en la casa de campo. Daba pena el tronco carcomido. Daban lástima las ramas ocres que ya no dialogaban con las aguas.
Me inspiraste piedad.
- “Estoy muy cansado”- me dijiste – “¿Me puedo quedar?”

II. La soprano

Nadie en las butacas y ella no lo sabe. La están maquillando. Nadie se lo quiere decir. Le prueban los vestidos en los camarines, apremia a las costureras. El teatro está vacío como un árbol donde no anida ningún pájaro o un camino que no lleva a ningún sitio.
Saldrá igual a escena y cantará como en otros tempos. La sala está repleta.
Sale e interpreta a Rigoletto. Su voz es una cascada de perfecta armonía. Túnicas de agua que caen en los precipicios del alma. No sabe que no hay orquesta. Su interpretación es sublime. Rosas llegan desde los palcos. Aplausos sonoros. Exclamaciones de damas muy elegantes. Pronto vendrán las proposiciones de contratos en el extranjero y jóvenes que ansiarán ser sus amantes. Ella dirá que sí a todo.
Igual no hay teatro.
Igual no hay soprano.
Ni hay alguien que escriba esta historia.

III. No se sabe

El barrilete se remontó al cielo y siguió viaje. No regresó. No lo detuvieron los nimbos, ni los relámpagos, ni la espesura de la bruma, ni la furia de Thor. Se elevó y subió cada vez más alto, sin importarle que el muchachito lloraba su pérdida. Dicen en el pueblo que los pájaros escondidos en sus nidos, lo espiaron, hasta que sus ojillos no lo vieron más. Otros aseguran que se enroscó en la turbina de un avión. Pienso que Pegaso admiró su policromía y se lo llevó a su morada.

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Por Adolfo Velazquez

I. Salieron del brazo

La muerte se presentó como es su costumbre: impertérrita, cara de póquer. La elegida, dama ella, coqueta por ende, le dijo: "dame un minuto, me pinto y vamos".

II. Cuestión de gustos

Pasa una mujer bonita contoneándose ajustada, sabedora que las miradas soeces son para ella; un bohemio que está ahí se da cuenta de ello y le viene a la mente una idea sobre la oquedad... tal vez más tarde pueda escribir algo con eso...
Pasa una mujer elegante y femenina, preocupada por llegar al banco; un poeta la ve, se enamora de ella, saca un lápiz y en una servilleta escribe completo un poema que habla del amor imposible...

***

Pura melodía

Es una hermosa trompeta. Una trompeta con sordina, acostumbrada a pocas notas, a poco vibrato. Aferrada a ella, sostenido por el instrumento, un hombre, un negro. Puro corazón, él, pura melodía, el gran Miles Davis. Estamos en el ensayo número mil, o dos mil, no importa, él sigue con su frase “hagámoslo ya mismo”, es tan natural su liderazgo. Yo, que conozco su sangre, intuyo cuál es su búsqueda, por qué se maneja así. Tal vez por eso se acercó a mi, quizá por eso empezaron los problemas... No tuvo una mala infancia, pudo estudiar... ¿qué más? Y, la noche, el ambiente, los músicos, Charlie Parker, el alcohol y las drogas. ¿Cómo llenamos el vacío, qué hacemos con esta angustia que crece acá en el pecho?
Seguir, hay que seguir, por ahora vamos, se sumó Coltrane, el quinteto está, la música fluye, del cool jazz al hard bop, el piano de Evans... música al fin...
Y yo aquí, esperándolo, al gran Miles, sabiendo que pronto vendrá por mi, sorprendida de mi leve importancia, sin culpas, yo, una jeringa.

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Por María Cecilia Vexina

La terraza

Son las tres de la tarde y me llevan a la terraza. Siempre la puerta que se abre. Los pasos de la mucama buscándome. Buscándome sus pasos precisos.
“El sol y el aire te harán bien”
Mi vida es un cuadrado a las tres de la tarde. La terraza.
-¿Dónde está escrito? Hace bien estar encerrado hasta las tres y después no.
Trepo despacio, por primera vez los hierros de la escalera negra que jalonan la pared.
¡Oh!, todo es distinto. Desde el alquitrán resbaladizo el jardín es tan pequeño, tan medido. Los pájaros tampoco son libres allí. Corro en diagonal por el techo. Celebro la libertad de las alturas. Veo del otro lado la cinta del asfalto. Salto, vuelo. No volveré mañana a la terraza.

Soles tibios

Tinieblas luminosas
me envuelven y me siguen.
Son solamente sombras,
son sombras de mis sueños,
distancias y recuerdos.
Contornos de las cosas
en el suelo que piso.
Son luces evidentes,
instantes o suspiros
Sus luces me conducen
y marcan mi camino.
Son estrellas opacas,
oscuros soles tibios
ocultos en la noche
por no cegar destinos
No sé, no los conozco
y siempre van conmigo.

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Por Toribio Wamsiedler

La nueva sala de exposición

¿Has visto la cantidad de gente que ha venido? Uno ya no soporta tanto pasar y pasar. Estábamos tan bien en el monasterio. Silencio, quietud. Lo único que me costaba aguantar era a alguno que venía a llorar sus pecadillos de sexo. ¡Si hombre! Es natural. ¿Qué si de todo? Y para eso estamos ¡hombre! Te juro que a veces me he sonrojado. Pero igual, estábamos de maravillas. Pero esto es nuevo, sí da curiosidad, después espero, irá decreciendo, habrá que soportar. Pero te digo que lo único que me picó, picó, fue ese hortelano de Castilla la vieja, que concurrió por un premio agrario. El guía anunció que entraban a la recién inaugurada “Sala de los Bustos”. Primero te nombró a ti. “Aquí tenemos el busto de San Agustín de Hipona”, no por más santo sino porque tienes más años, después a mí. “A su lado el busto de San Ignacio de Loyola”. Y se explayó sobre los méritos de nuestra santidad. A lo que el “bestia” del hortelano acotó:
-¡Coño! ¿Y cuál es el mérito? ¡De la cintura pá arriba, cualquier e santo!

Como la brisa
A la señora Noemí Andrei

Como la brisa que acaricia
roza el cuerpo y lo hace suyo
así me miran tus ojos zarcos
y al ver mi imagen me hacen tuyo.
O la llovizna, que el rostro moja
dibuja ríos y los hace suyos
así tus manos aprietan las mías
como si fueran besos tuyos.
Como la brisa que acaricia
así me miran tus ojos zarcos
o la llovizna, que moja el rostro
así mis manos prenden las tuyas
como si fueran a no tocarte ¡nunca!

Ausencia

Barrilete azul
que has remontado el cielo
tan alto, tan alto, que no te veo.
¿Detrás de qué nube te escondiste?
que no puedo dar contigo
mi golondrina viajera.
¿A qué juego, juegas mi niña?
¡Piedra!¡Libre! y no estás.
¿En qué plaza habrás enredado tus piolines?
¿En qué rincón de Buenos Aires anidaste?
Que vuelvo a soñar tus sueños
y no te puedo soñar.

Copla de pie quebrado

I.
¿Qué pasará con el mundo
de la cultura sin tino?
Va hacia el fin.
Y en la carrera alocada
de progreso por sí mismo
...el final.

II.
La lluvia sobre la playa
suma su agua la mar quieta
aclarándose.
Es tu amor sobre mi vida
que se funde en mi alma muerta
reviviéndola.

Pequeñeces

I…A veces contemplo la luna como si fuese la cima luminosa de una montaña. Sólo me falta descubrir su ladera.
II…Llegué a una cita en el Tigre y para hacer tiempo me puse a conversar con un vendedor ambulante. Nombraba ríos, arroyos, sus cruces y diagonalidades como si fueran calles.
III…En cualquier punto del universo te estaré esperando para compartir un puñado de sueños.
IV…Como compañeros nos besamos en las mejillas. Como amantes secretos nos apretamos las manos.
V…Tu espalda se ha cargado de hechos y tiempos. Te has arqueado como una espiga dorada pletórica de frutos.
VI…En la luz vivo, para perderme en el instante de la noche.

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