
Por Graciela Busto
Afuera
Afuera era otro afuera y no lo
sabía.
Protegida por manos buenas, para
cuidarla en el hueco oscuro que la
envolvía.
Así transcurrían los días, iguales
desde su infancia.
Leía libros a su única manera.
Sólo el canto de algún pájaro llegaba
hasta su ventana.
Prisionera tras los barrotes de cristal.
Un día abrió temerosa la puerta de
calle.
Fue un vuelo del alma, un impulso.
Nadie lo advirtió.
Respiración pura de su mañana,
caminó reconociendo las veredas.
Afanes que se logran. Se dijo que no
se lo habían enseñado.
Quedó atónita por los ruidos de la
ciudad. Tocó los muros de las casa
vecinas. Recorrió con sus manos los
picaportes y piedras que adornaban
sus frentes. Algunas flores exhalaban
su perfume y otras le hacían daño
con sus tallos espinosos. Pero siguió.
Era su oportunidad de fuga.
Llegó sin pensarlo hasta la esquina y
la sorprendió el bocinazo de un
colectivo.
Su bastón voló por el aire. Ya era
tarde para volver.
El relojero
A mi hijo Sebastián...
Tictac, cucú, suenan los relojes de
la relojería de don Sebastián.
Ese día a todos ellos los habían
confabulado. En el pueblo, a un viejo
brujo le molestaba tanta precisión
horaria y decidió utilizar los hechizos
de los hechiceros. Así sucedió que
oscureció y al dar las doce... suenan
que te suenan, sonaron juntos. Sus
agujas se volvieron locas, y giraban
solas, solitas y solas.
Y, Tictac, cucú, era el único sonido
que salía de esa relojería embrujada por
los embrujos del gran brujo.
Yo no sé si aturdido, no sé si
embrujado, pero el relojero sueña que
te sueña su sueño medido estaba
dormido. Por más que intentó el gallo
del alba, con su quiquiriquí,
quiquiriquí no pudo, aunque se esforzó
con su canto. Así los relojes quedaron
sin cuerda. Se hizo el silencio y gran
tranquilidad.
Luego un gran bostezo y el relojero
vio en su bolsillo un reloj chiquito fiel
que le dio con certeza la hora.
Miró con asombro la pared y a sus
pobres relojes a horas distintas. Que uno decía dos, que otro las seis. Solo
su reloj pequeño y a pila pudo aclarar
un poco lo que estaba oscuro.Y con
gran paciencia de buen relojero, uno
por uno los puso a la hora que
correspondía. Suave y armónico
escuchó el sonido de tictac, cucú. Fue
el gran coro de relojes tan fuerte, que
hizo que el brujo se quedara sordo y
nunca más pudiera usar los hechizos
de los hechiceros.
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Por Miguel Cavalie
El vidrio frío
Cuando Alicia miró su reloj pasaban
las 16 h, su jefe seguía en reunión, las
bocinas, las sirenas y los cohetes,
alcanzaban la oficina del séptimo piso
sobre Diagonal Norte casi Carlos
Pellegrini. Por ambas calles el tránsito
era un caos: La muchedumbre colmaba
las veredas, los comercios cerrados y el
calor intenso, ese 30 de diciembre del
2001, presagiaban una tormenta de
nubes rojas y amenazantes de agua
triste. Alicia, inquieta, espiaba a través
del vidrio frío. Se preguntaba y no
comprendía qué era lo que movía, a esa
masa visceral, desordenada. Segundo
Soto había llegado al medio día y seguía
esperando en recepción, no había
podido convencerlo, le había dicho:
-Horacio no puede hacer nada. La
liquidación final fue hecha y
depositada, tiene que ver la forma de
extraer el dinero del banco, lo del
corralito es algo de ello.
-Voy a esperarlo, sabe que contaba
con ese dinero para volverme a mi tierra
la ciudad no es para mi. Quiero que mis
hijas se encuentren con sus abuelos en
el Chaco. Prefiero romperme el lomo
en la cosecha del algodón pero estar
tranquilo, necesito irme. Alicia no veía
la hora de llegar a su departamento ya
había dejado tres mensajes en el
contestador, para el Negro. También
había discutido fuertemente con su
madre. No podía entender que Alicia
eligiera pasar el 31 sola, con el Negro
en su departamento. No comprendía las
excusas de Alicia. El Negro se ponía
mal, nervioso, no soportaba el gentío,
ni los estampidos de los cohetes. Alicia
lo había conocido dos veranos atrás.
Ella estaba tomando sol en la plaza Las
Heras. Él estaba recostado sobre el pasto
unos metros mas allá, la observaba de
reojo. Quedó impactada por sus ojos
renegridos como su pelo. Fue lo que se
llama amor a primera vista ya que desde
ese momento nunca más se separaron.
Tuvo problemas con el portero y
también con los vecinos, sostenían que
el Negro era un revoltoso y que no
cuidaba la higiene de los espacios
comunes. Alicia sostuvo la relación.
Nunca había tenido pareja y antes de
que él llegara repartía su tiempo entre
su trabajo y sus sobrinos, quizás eran por
eso las largas discusiones que mantenía
con sus hermanos y su madre. Claro,
ella era la tía que consentía a sus
sobrinos, la que siempre corría ante la
enfermedad de los padres. Ahora era el
Negro había cambiado su vida. Si bien
salían muy poco compartían largas
caminatas hasta quedar extenuados,
luego se sentaban al sol. Horas en
silencio, simplemente observando a la
gente o saboreando un helado.
A las 16 y 30 se retiraron los
clientes de la Empresa. Su jefe hizo
pasar a Segundo Soto. Alicia pudo
escuchar por la puerta entreabierta la
conversación.
-En los últimos diez años siempre
cumplí con la Empresa, ustedes me
despidieron, necesito el dinero, tengo
todo listo para volverme al Chaco.
-Tiene que entender, es una decisión
de arriba, es una reestructuración
por cuestiones económicas, el mantenimiento
a partir de enero lo va
prestar una empresa externa.
- No, no entiendo nunca entendí
como viven aquí. Quiero reencontrarme
con mi gente, una vida más
simple.
-Venga el dos o el tres de enero,
veremos… que se puede hacer, pero ya
le digo el dinero está depositado, que
no lo pueda sacar del banco, es lo que
le pasa a todos, las medidas económicas
del Ministerio, nosotros hicimos la
transferencia de los fondos.
Alicia apenas pudo verlo pasar. El
rostro desencajado, los ojos vidriosos,
pero los pasos firmes. Segundo Soto se
fue sin saludar, extraño en él. Horacio
la llamó a su oficina y le dio una serie
de indicaciones, a ella le costaba
mantener la atención. Horacio le
preguntó si le ocurría algo, ella se
excusó dijo que estaba agotada. El jefe
la observó con detenimiento y sintió
una sensación extraña, se le ocurrió que
hacia seis años la conocía como
secretaria. La eligió por su personalidad
sobria, había demostrado una increíble
eficiencia, pero no entendía por qué
desde hacía un tiempo comenzó a sentir
curiosidad, interés, ¿por qué? Esa
mañana la vio distinta. Con otro brillo
en los ojos, otro estilo en la postura
corporal, era un buen momento para
conocerse un poco más. Llevó la
conversación a un terreno más
personal. Le confesó que en varias
ocasiones la había escuchado, cuando
hablaba por teléfono. Sintió entonces
las palabras más bellas y dulces que una
mujer pueda expresar a su amado y se
animó a más. Le habló de su soledad.
Ella lo escuchaba con atención y
pensaba en el Negro que la estaba
esperando y que había provocado esta
situación. No podía encontrar en su
conducta evidencia voluntaria de
seducción para con Horacio. Eran más
de la 20 cuando Horacio terminó su
soliloquio invitándola a cenar. Ella se
ruborizó y se excusó. Él nuevamente
quedó sorprendido y admiró su
fidelidad. Alicia pasó su largo fin de
semana con algunos llamados a
sobrinos, hermanos y padres. Realizó
algunas lecturas y pequeñas salidas con
el Negro. Cuando regresó el 2 de enero,
la recibió un tranquilizante aroma a café
y en la oficina, apareció algo más sobre
su escritorio, un discreto retrato con la
foto del Negro que lucía un collar rojo
con una pequeña placa con el nombre
y el número de teléfono.
Ese dos de enero en el cementerio
municipal de Florencia de Varela
también apareció una Placa con el
nombre de Segundo Soto que al
mezclarse con la masa ese 30 de
diciembre fue por primera vez primero,
primero en caer ante los cohetazos de
fin de año.
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Por Lola Caloeiro
Como cuando fui libre
Decime, qué otra cosa podía hacer,
era mi trabajo ¿no? Yo sólo obedecí las órdenes. “Salta, ruge” y rugí… pero no
sé que pasó, la gente, fue un escándalo.
Sí, ya sé que la sangre impresiona…
pero qué otra cosa podía hacer, era mi
trabajo ¿no? Pero… sabés, volví a rugir,
como nunca, como cuando fui libre.
Alquimia
La historia cíclica degrada la
materia. No existen sustancias. Los
elementos se confunden. Aire por
fuego, fuego por agua, agua por tierra
y la tierra es nada. Siglos de materia.
Artificio lumínico que se extingue. Es
pequeño, el más pequeño nacido de su
creación. Asteroide lo llamaron. Su
alquimia se desgasta. Resiste. Dónde
están sus manos. Cae, sólo cae. Es
polvo que muere y el polvo es ajeno a
su alquimia. No existe causa. El
tiempo, detuvo los latidos de Dios.
El Viajero
El viajero va a partir. “¿Estás
preparado?”, pregunta el anciano. “Sí,
creo que sí”. El anciano observa y
espera. “En realidad, no sé, es que de
acuerdo con sus enseñanzas, el oriente
y el poniente se complementan, uno
no existe sin el otro, pero… también
hay un norte y un sur”. El anciano
sonríe complacido. “Veo que has
aprendido bien”. El viajero espera. “No”, responde el anciano, “Yo no
puedo” “Pero, anciano estoy perdido”
“¿Cómo puede suceder, si aún estás
aquí?” “Es que… no sé, tal vez debería
ir hacia el norte que es más seguro”.
El anciano ríe. El viajero se ha
descubierto, está preparado, va hacia
allí. El sur lo lleva.
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Por Carina Castelluccio
Que tal si hoy dijera...
Que tal si hoy dijera adiós….
agradeciendo las horas que compartimos
cuando aún el amanecer no se dejaba ver…
Que tal si te dijera adiós, agradeciendo el paso marcado que supiste acompañar,
cuando aún la noche no dejaba de ser otra, que la más oscura de las lunas nuevas…
Que tal si te dijera que el lecho ha desviado su curso para fundirse en el espejo luminoso, rápido y
avasallante de la vida misma.
Que tal si te dijera aunque sea una vez la irracional decisión que me marcaría un camino distinto como
echarme andar cuando aún no he dejado el andador que sostenía mis pasos firmes junto a ti.
Pero aun así, nuevamente te diría un adiós…sin ser adiós…
La mariposa
Se confundió la mariposa
se confundió.
Le pareció ser oruga pero era mariposa
miró las flores y confundió su color
se confundió.
Confundida batió fuertemente sus alas
hasta que su corazón percibió otro corazón,
confundida fue, hasta que dejó de ser.
Cárcel
Desde la cárcel te llamo,
¿De qué cárcel me llamas?
De la cárcel del miedo sin palabras
que susurra a tu oído
una y otra vez el número de barrotes
que encierran tus palabras…
¿De qué cárcel me llamas miedo?
Si yo no tengo oídos para escuchar
ni vista para contar…
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Por Carmen Concepción
Un día de campo
Era viernes, Cholub y Francisco
organizaban un fin de semana de caza
para ellos y sus amigos.
Estaba todo listo. Carne, verduras,
condimentos, damajuana, maderas,
leña, parrilla y equipo de mate.
Los rifles y las escopetas perfectamente
empavonados. No faltaban
cartuchos y balas.
La camioneta estaba en condiciones,
tenía reserva de combustible
porque los kilómetros eran muchos.
Zulema, corría tras Cholub, su
marido, con un repasador y unos
cubiertos en la mano, intercambiaba
palabras con Francisco y trataba de que
no le falte nada. Cuando estaba todo
dispuesto el matrimonio y el amigo se
despidieron con un beso. Emprendieron
el camino con unos cuantos
amigos más y partieron rumbo al campo,
lejano y agreste. Entre risas y cuentos
llegaron a destino. Juegos, mateada,
naipes y todo dispuesto para la cacería.
Al anochecer, comenzó el silencio total.
Las perdices iban y venían y también
caían tristemente ante cada bala y cada
cartucho. Los frágiles esqueletos, luego
un gemido, el aleteo y la tibieza de sus
plumas se tornaba fría. Cholub,
Francisco y sus amigos seguían tirando,
corrían y corrían. ¡Una más gritaban! y
las iban tirando sobre la camioneta.
Ellas con sus ojos abiertos ya no sabían
ni de pichones ni de nidos. Pasaban las
horas. Amanecía, ya se podía dejar
todo…pero en un momento algo
terrible sucedió. Sonaron los últimos
cartuchos. Cholub en el piso ¿Qué
había pasado?
Una mala maniobra lo desplomó, la
distancia y la herida hicieron lo propio.
El duelo y la tristeza abrazaron al
campamento. Las perdices eran tantas
que las repartieron entre otros amigos.
Muerte, pena y la desgracia hecha
realidad. La sangre de Cholub mezclada
con la de las perdices hacía aún más
cruel el momento. Los perdigones se
resbalaban en las manos mientras las
limpiaban, las plumas mojadas caían al
piso y sus cuerpos quedaban
insignificantes. Y allí quedaban más
tarde las perdices en los frascos y la pena
de Francisco y Zulema.Y el gusto de
matar por matar que quedó sumido en
la tragedia.
Canción de cuna
"A rorró mi niña, a rorró mi sol..."
Allí está ella, balanceándose, acunando a su hijita entre
sus brazos. No quiere soltarla, cada dos horas se despierta
para darle de mamar con una cucharita. Es prematura, no
tiene fuerzas, casi huye de sus manos.tPaso a paso, envuelta
en algodones sale adelante. Su madre día y noche vela su
sueño. En algún momento su rostro se cubre de lágrimas, llora, llora hasta el cansancio, recuerda…. sólo recuerda…
¿Qué pasó aquel día?, no puede explicarlo, no puede
entenderlo. Ahora siente como late el corazoncito.
Se aferra a ella, la sobreprotege, la ama, se aman. Son
inseparables.
"A rorró mi niña, a rorró….a rorró pedazo de mi
corazón."
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Por Tatiana Cos
La noche
Una más
Una menos en su vida
Locura, tus deseos
a la verdad que no te enfrentas.
Aquí muero
otra madrugada violenta.
No te veré
yo necesito de tu compañía
Sos parte de mí
Solo vos podés,
ayudarme a seguir.
Y ya no te veré.
Solo aquel oscuro espacio nos unía
Y ahora, que ha llegado la luz
tengo miedo.
Ya no podría
Te lo suplico doncella de manitas blancas.
No me dejes. No quiero volver a perder un pedazo de mí.
No quiero extraviarte.
No te vayas buscando el sol, dejándome sola, en esta vida tan
mezquina.
Yo te necesito. Ya te estoy sintiendo lejos.
De a poco siento el extravío de tu perfume entre la gente.
Si no te veo, yo sufriré.
Solo vos sabes que es lo que escondo. Solo vos sabes a lo que
me enfrento.
Necesito de tu brillo para poder ver.
No me dejes, no podría perdonártelo
No sabría ya como mirarte a los ojos. No sabría como no morir.
No me cambies, que esa es la pena que me persigue a donde
mire.
Por favor, no lo hagas, no me cambies.
Sola ya no podría.
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Por Luis Elorriaga
Tankas
I
Con una silla
y ya está todo dicho
subiré al cielo
en una bicicleta
disfrutando de placer.
II
Mueca burlona
que acecha tu espíritu,
esconde rencor,
voltea la luz interior,
gime ante un gesto de amor.
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Por Ada Curto
A su abuela
Pinta a su abuela.
A su abuela con la ventana entreabierta tras las rejas.
Pinta más tarde
Algo arqueológico. Algo urbano. Algo simple.
Algo hermoso. Algo bello. Algo mágico.
Para su nona.
Apoya el pincel en la pared
de una habitación o de un bosque.
Esconderse tras el hierro.
Sin decir palabras. Sin pestañar...
Su abuela impaciente llega
No hay que esperar. Observa en profundo silencio
la mágica pintura, suavemente con el pincel
borra cada barrote sin tocar el rostro.
Proyectando la pared de la habitación
Mirando que quede dentro su abuela.
Pinta de verde la frescura del aire
que refresca y entra con el sol.
Y el ruido de los coches.
Y esperar que la abuela se decida a pasar.
Si la abuela no habla, mala señal.
Señal de que el cuadro no le agradó.
Pero si habla es buena señal.
Pasa su mano al final
de la derecha pondrá ese sello
que no olvidará.
Como cuando era niña y la acunó en sus brazos
hoy acuna ella el recuerdo de la
que pintó hace años, su abuela.
Tu corazón
Tu corazón me reclama como
acertijo evanescente de tu respirar
que derrama el alma.
Querer saber y no perder la esperanza,
de ver correr, el reloj, el día y el mañana
que ya es de alegría porque mi corazón te ama.
Juntos sentir la vida en poemas
que nos atrapan el corazón que ahora no reclama.
Tú y yo en el lago disfrutando el aire, el cielo
en el verde junto al fuego del amor.
Fundidos como el oro y la plata.
Llega la noche y nos embriaga
como la luna cuando se refleja en el agua
recorriendo en calma a tu corazón
que me ama.
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Por Victor del Duca
Ambrosía
Dijo que sí. Almorzaría conmigo.
Nada ni nadie sería capaz de apocar
esa felicidad que me consumía casi por
completo. Tarde o temprano tenía que
acceder. Dijo que sí, dijo que sí ¡Que
emoción! “¿Qué cocinaría?” Pensé
¿Cuál sería su platillo favorito tal vez
un pavo, tal vez un faisán, tal una
carne al horno? ¿Cómo saberlo? pero
eso no importaba, pese a la crítica de
mis escasos lectores que no sin correcta
argumentación advierten o asimilan la
verdadera importancia de aquesta
ambrosía, no importaba o tal vez sí. En
definitiva cocinaría un pavo, si señores
cocinaría el pavo más grande que
encontrara en el mercado. Y así lo hice.
Lo amaba tanto que lo mucho era
poco y lo poco la gloria emancipada
de mi voraz devoción. Era casi como
un culto, una adoración extrema. Él
lo debía saber, pues en tal caso sería el
pavo el detonante de esa singular,
individual, unitaria declaración de
amor. Y así fue.
Una ajada y precaria enciclopedia
de gastronomía era el medio por el cual
declararía mi amor a este gentil
hombre que abusaba, sin actos
carnales, ni formales de mi admiración.
En fin basta de palabreríos y a los
hechos:
“Dos limones bien exprimidos son
suficiente para aromatizar un pavo de
dimensiones moderadas” rezaba la
enciclopedia ¡Por Dios, qué ridiculez!
Yo amaba verdaderamente a ese
hombre, en que cabeza (harta en
lóbulos y circunvoluciones) cabe pensar
que use solamente dos limones,
como mínimo quince. “Dos cucharadas
de comino” ¡Diantre! sólo
dos: mínimo veinte. Quince almendras,
mínimo medio kilo. Un cebollón
bien picado, por lo menos cinco
cebollas, y lo más ridículo “una
pequeña proporción de ralladura de
nuez moscada” ¡Señor mío! mínimo
tres nueces. Sal y pimienta a gusto: un
cuarto kilo de pimienta y un tercio de
sal, mas una rama de laureles con algo
mas de cuarenta hojas. ¿Y por qué?
Pues porque lo amaba. Todo, pero
todo, todo era poco para él. Encendí
el horno y caprichosa a la
recomendación de la enciclopedia que
aconsejaba “a fuego lento” coloqué la
perilla en el máximo, porque lo amaba
y el amor, en todo caso, no es otra cosa
que una locura intensa llevada al
extremo y el extremo era para mí un
derroche de ambiciones derramándose
en lo más profundo de mis vanidades.
Y así llegó el gran día ¡Que
emoción! Tomó los cubiertos, pinchó
el muslo del pavo, cortó un trozo y
lejano a toda superstición introdujo la
ilustre porción en su boca dejando
escapar tres segundos más tarde un
chillido ensordecedor capaz de someter
a la China entera a la eterna vigilia.
Mi comensal arrojó el plato a la pared,
me miró con ojos desorbitados y partió
para nunca, pero nunca, nunca jamás
volver. Yo tomé el plato y, mientras
quitaba las manchas de comida de la
pared, lloré.
Mi amor no había sido suficiente.
Escombros
Este montón de escombros, que
finaliza con mi derrota, no es más que
un símbolo artificial de aquella
individualidad proteica, esa que supo
consumir, de mis invocaciones, migajas
de la nada. Es la fatídica institución
del ego lo que anula al cuerpo de la
zozobra, lo que lo colma de haberes
intempestivos y salvajes. Nadie retorna
al cuerpo de la madura esperanza, no
hay avatar que Visnú no juzgue en este
cementerio gnóstico donde la analítica
erudición coincide con el ojo
pragmático de la materia.
Ya no quedan fuegos, centellas,
redes ni escombros en esta elipsis de
luz artificial.
Una gota de lluvia más y el vaso se
derrama, un lánguido chapoteo es la
premisa que augura la fatalidad de lo
bendecido. Son los escombros de
aquella divina comedia los que
matizan, a modo de salvación, los
recodos estilísticos de la prudencia. El
vaso tiembla. Truenos y relámpagos
atizan su demorada cognición. “El
sueño derrota a la materia” grita el
apunado celo de Dios ante un centenar
de gnósticos mortales.
La gota tarda en caer, es imprecisa,
dudosa, apenas perceptible, nadie duda
de su elocuencia por el contrario, todos
exigen que caiga de una buena vez.
Dios escapa de toda perfección. La
perfección es la nada. Dios existe.
La nada: el vacío de Galileo, el
disco de Newton, la traslación de
Copérnico.
Dios existe y su existencia es el
júbilo de lo tangible, de lo que expresa
corporeidad, de los escombros que se
amontonan en el rigor físico del esotérico
desorden.
Dios existe y su existencia nos
condena a perseverar en la materia, a
soportar en el líquido amniótico la
inútil reproducción del ser.
Dios existe y su existencia perdona
al mágico enredo que lo sustenta y a la
vorágine del reloj que articula su
tiempo.
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Por Dolores Fernández
Sueños de pobre
Todos duermen. Me acosté vestido.
Envuelto en las frazadas para que no
sospechen.
Cuando todo es silencio saco el
bolso de abajo de la cama. Despacio
para que nadie despierte. No tengo
coraje para enfrentarlos y decirles
adiós.
Mi viejo lo presintió. Cuando decidí
estudiar, me dijo:
-Te recibís de enfermero y te rajás
¿no?
-No. Solo quiero progresar.
-Va a ser enfermero profesional -
dijo mi vieja.
Al comienzo sólo quería recibirme
para ganar más plata para no oír al
Supervisor:
-Negro. Andá a limpiar los baños
del subsuelo.
Yo no soy negro, salí a mi viejo. Es
polaco. Pero te ven con un balde en la
mano. Y sos negro. Trabajé dos años
limpiando. Corría de las clases en la
Facultad a las prácticas en el Hospital.
En casa, el ruido era uno más de la
familia. Y el barrio no conocía el
silencio. Muchas veces estudiaba en la
Iglesia frente a la Plaza Mitre. Por la
tarde no van más que unas beatas y
algún turista curioso. Cuando llegaba
a mi casa mi casa mi vieja me cebaba
mate y preguntaba:
-¿Qué, cuándo, cómo?
Estaba orgullosa de mí. Por fin tenía
un ejemplo para mis hermanos. Ella
pensaba que trabajar en el Frigorífico
como el viejo no era suficiente. Al final
los dos vestiríamos de blanco. Me
recibí ayer. No se lo dije a nadie.
Mañana comienzo a trabajar como lo
que soy: Un profesional.
Miro alrededor. Las cuatro paredes
sin revocar que guardan a mi familia.
En el rincón una cocina vieja. Separadas por una cortina descolorida
la cama de mis viejos y las de mis
hermanos. Bajo la ventana como un
privilegio mi cama disfrazada de sillón.
Mesas, sillas. La TV. Lo único
recién comprado. Al lado, una reliquia
descascarada con un Santo protector.
Cierro la puerta despacito. Está tan
vieja que creo que se va a caer si pongo
la llave. Tropiezo con una pelota
desinflada y espanto unos gatos
callejeros que persiguen una rata.
Uno de ellos me sigue por unas
cuadras. El olor de las zanjas compite
con la basura amontonada. Todo apura
mi paso. Remordimientos, de no
bancarme ser el mayor. Vergüenza de
no cumplir el sueño de mi vieja, tan
sencillo. Levantar cuatro paredes.
1500 ladrillos. Comprar una cocina.
Me voy. Escapo. Los quito de mi vida
como al asqueroso barro que se pega a mis zapatillas. Corro. Siento el motor
del colectivo que se acerca. Alguien
corre detrás de mí
-¿Adónde vas pibe? ¿Qué llevás en
el bolso?
- ¿Que le pasa? Es mi bolso.
-Ahora es mío.
-Espere.
-Tenés razón, faltan la guita y las
zapatillas.
- ¡No! Son mis cosas.
El sonido frecuente en las noches
del barrio sobresaltó a pocos. Un
disparo más.
La madre despertó. Miró las camas
de sus hijos todos dormían. Con alivio
cerró los ojos. Siguió soñando con el
mañana. En la zanja el agua sucia se
tiñó de rojo.
Él conocía los síntomas. Pero aún
necesitaba tiempo para calcular,
cuanto cuestan 1500 ladrillos.
Arrebato
Sólo fue un arrebato
un delirio, fugaz ilusión de los sentidos.
Loco impulso de volar a la cima más alta
de ser ave ser nube.
Arrebato increíble desaforado, loco
que me empujó a la cresta de la ola
a sentir la blanca espuma
mojándome la cara, salándome la boca.
Sólo fue un arrebato
que me llevó al encuentro
de otro mundo, un mundo
de emociones excitantes
que agitaron mi pulso y nublaron mi mente.
No quise despertar y en lo alto
de la cumbre lejana grité mis ansias de
triunfo
de glorias y de aplausos.
Y en un loco girar en el trapecio
caí veloz sin anestesia
recogiendo migajas de mi loca quimera
subir
Por Laura Ferrarez
Pasaje
Sabía que al despertar ya no sería la misma, rogaba que
fuese un sueño.
Esa noche, como cualquier otra, me dispuse a dormir
aferrada a la cama como si quisiera quedarme allí por
siempre. Salió el sol y con ello el miedo a querer abrir los
ojos. Un ligero sudor empapaba mi espalda de angustia e
incertidumbre y abracé mi cuerpo como si algo se quebrara.
Un río de color rojizo envolvía mis sábanas y cubría mis
ropas. Volví a cerrar los ojos pues me hallaba presa de un
huracán de sentimientos y sensaciones extrañas. Doce años
pasaron a mi alrededor como las escenas de una película ya
vista.
Di un salto. Aquella mañana algo quedó atrás.
Visión
Te veo y veo la luz.
Te siento fuerte
aferrado a mi corazón.
Vuelven las mariposas dormidas
en los campos del sol
vuelven las sonrisas inocentes
del primer día, del primer amor
Te sueño despierta
Si la vida no me alcanza para amarte
tómame y haz de mi lo que desees.
Si las palabras se borraran con el tiempo
escúchame, te estoy diciendo que te amo.
¡Ay amor! No tengas miedo de perderte
yo estoy aquí para quererte.
Sentir que esto no es una ilusión.
Creer que nada nos puede pasar.
Sólo estamos en un mundo de locos
que saben soñar y sentir
que todo es posible cuando despiertas.
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Por Matías Ferrer
Silencio
Poema inspirado sobre premisas del
cuento Sonny de Julio Cortazar
Había silencio detrás de su voz
un vacío inexplicable
conocía aquel abismo
desde donde me veía.
Una calma cómplice del derrumbe
amamantaba un torbellino
solo al más gigante
al mejor de ellos.
Silencio
en todos los tiempos
abundante ruidos.
Solamente ruinas.
¿Puedo preguntarte algo?
Acaso
la máscara de tu silencio
me amó.
Involución
Comprendí que mi cielo
erosiona
con la caricia de tus garras.
sordo es tu tejido.
Un desliz voraz y sin fin.
Deambula ese paisaje
desde envoltorios vagabundos
hasta galpones envenenantes.
Somos cofres de cristal
y trabajo de nuestras manos.
Refugiamos a las más oscuras gamas
esas que pasean en la soledad
de nuestra soledad.
Derretimos la lucha
eterna y unívoca.
Los senderos van hacia la noche
a una, sin estrellas.
Y
nuestra raíz
es sólo un hueco.
subir
Por Carmen Florentín
Frida y yo
Frida y yo por la espalda clavadas.
Puñales de hojas filosas
cortan la carne cansada.
Nos piensan duras
y en el amor olla caliente facilitada.
Nadie habla del desamor
de horas vacías a solas habladas.
Todos quieren saber quienes nos
inspiran.
Qué nos mantiene.
Y yo les digo: “La fe”, Señores
que a la existencia
convirtió en sabia positiva
y que nosotras le dimos
forma de cántaro con agua fresca
rosas rojas, limones, miel
con aroma de almizcle
y limas recién arrancadas.
Si supieras
Si supiera dónde estás
te buscaría disfrazada
me haría primavera
para ver dónde floreces.
Otoño
para ver dónde despojas
tus hojas.
Invierno
para saber el frío
de tu alma.
Verano
para atrapar
cálidas frases que a ella
regalas.
Si supieras
Cuánto te amo…
Cuando pasas atrapo tu perfume
para ver si puedo tener tu esencia.
Rescato pedazos de tu imagen
Y las pego en mi pensamiento.
Quizá si algún día falto
esa magia que abriga tu alma
y por qué no tu propia vida
quizá…te falte.
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Por Claudia Guala
Rocé tu espalda
Mis prendas se vuelven rígidas
ante la carencia de tus manos.
Debajo, mi cuerpo
no reveló ningún olvido,
cuando te sentí, aquella noche tan cerca.
¡Ya no! Me dije.
Si me confundo en tus aromas
dejaré de ser y me volveré recuerdos.
…Rocé tu espalda.
Me hablabas como siempre
Me miraste como nunca.
No fue un sueño.
Algo de vos se sumerge debajo de mis ropas
livianas a tu caricias.
Algo de mi se revela en tus rincones.
Tu espalda, mi cuerpo, una canción.
Quise abrazarte. No pude.
Estábamos casi todos allí.
Tu espalda
me recuerda el infinito placer.
Me miras…
Siempre nos miramos
con profunda intención.
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Por Adriana Lorenzo
Haikus
I
Si no cambiamos
como la serpiente
para qué vivir.
II
Cuando me miras
abandonas tu mente
ahí el encuentro.
III
Alma agitada
Y por tu culpa y duda
a veces muero.
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Por Gerardo Goldberg
Plastilina
- ¿Por qué no me mojo? – le había
preguntado aquella pequeña, alumna
de la vida, con sus tres años.
- Porque es una foto. No es un lago
de verdad. Es una foto del lago– le
contestó el tío desde su mundo
aprendido hacía años, desde las
anteojeras que había ido construyendo
día tras día sin darse cuenta.
Los pequeños gusanitos que
formaban la mano de la chiquita se
movían por encima de aquella
fotografía buscando entender desde el
tacto lo que su razón de plastilina no
alcanzaba a incorporar.
El tío vio en los ojazos, que apenas
cabían en la cara de su sobrina junto a
una boquita diminuta, que debía
continuar con la explicación.
- Si fuésemos al lago donde saqué
la foto, que queda muy lejos de acá,
podrías tocarlo y te mojarías. Pero
como es una foto, lo que tocás es la
imagen del lago y no el lago.
Pero ella no estaba convencida de
lo que su tío le decía. Su boquita se le
abría y su pequeña lengua se movía
dentro intentando entender lo mismo
que sus gusanitos.
De pronto le dijo, con un tono lento
y una línea lógica poco lineal y poco
lógica:
- ¿Y qué pasaría si vamos a ese lago,
y llevamos la foto, y pongo la foto en el
lago, y la toco?
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Por Julia Mansi
Mariano
Tesoro de recuerdos ingenuos
en la etérea ventana del tiempo
siempre afloran tus huellas de niño
dibujadas con amor y a fuego lento.
Subamos al tren juntos
de los mágicos momentos
entre lápices y juegos,
entre risas y sueños.
Tus manitas suaves aprietan
un mundo de candor entregan
ojitos de luz almendra
buscan, miran, balbucean.
Rayitos de sol tu cabecita enmarañan
rozagantes mejillas en besos dibujo.
Extrañan mis brazos el calor,
la cuna vacía y quieta.
Tardecitas de lluvia sin freno un triciclo,
pistas de carrera dentro de un hogar,
el desorden exalta la belleza
cómplice de tu alegría y felicidad.
Arca con puñados de emociones
aún no quiero cerrar.
Delantal a cuadrillé triste estás
manchas de chocolates,
crayones y acuarelas, ya no están.
Tus manitos que hacen ahora,
¡Escriben mamá!
En cuenco rebasan caricias.
¡Una estrella quiero regalarte!- me dices.
¡Ya la tengo! – te digo.
El tiempo pasa, un hombre crece.
Eres mi orgullo.
Te amo, hijo.
Rescatado en la noche
Arrellanado en la proa, solitario y
taciturno, como siempre, desde que el
destino lo zambulló en la sombra de su
vida, con camisa de colores desteñidos
y pantalones arremangados, deambula
en busca de alguna acción que haga
mover su fibra más íntima.
Una silla, al lado una mesa mece el
efímero potencial de una botella casi
vacía.
Las manos en la nuca, transmiten
la sensación de degustar el momento.
Lo que hacen es escribir los días en la
azabache cúpula, moviendo las
inalcanzables luciérnagas en busca de
alguna satisfacción.
La luz rasga la noche. Un rugido
sordo surge de las profundidades.
Es invitado a navegar por mares
inhóspitos, en un caballo blanco muy
particular. Su galope placentero pasa
casi sin advertirlo pero no por mucho
tiempo. Envuelto en nieblas huracanadas,
no alcanza a distinguir la
travesía en los campos del cielo. La cola
leonina lo sujeta y dándose vuelta le
contagia su fuerza y su valor.
Vuelan ágiles a gran velocidad y
siente que deja todo, sus pensamientos,
sus pesares, su conciencia.
Siguen sin parar, no quiere regresar.
Brazos protectores lo empujan, queda
solo y con una nueva sensación.
El caballo se alza en sus patas traseras,
inclina la cabeza y sigue su
camino, en su cuerno espiralado cuelga
una botella.
Remembranza inesperada
Los nubarrones espesos se
apoderaron del azul intenso del cielo.
Volaron restos de plateados papeles
de chocolates y caramelos desde los
niños y madres que regresaban a sus
hogares.
El canto del atardecer enmudeció
sobre el banco al aire que esperaba
para abrazarlo. Entre acacias y
eucaliptos, él malgastaba sus días en
monótonos paseos. Salía a recorrer
los arbolados caminos moteados con
flores que animaban el triste paisaje
de sus ojos. Dejaba la casa atrás.
La concordancia entre cuerpo y
mente últimamente no iban de la
mano. Los pasos se dirigían hacia la
fuente y el recuerdo lo trasladaba
hacia el invernadero, donde sólo el
aroma de los jazmines lo embriagaba
y tristes quedaban los fresnos y las
madreselvas. Iba a su encuentro.
Cuidar del lugar de trabajo le
proporcionaba placer. El galope de su
corazón se fundía, entre los susurros
de amor de los árboles en cada uno
de aquellos abrazos evanescentes, en
medio de melodías de calandrias y
zorzales. La sombra que lo
acompañaba no lucía erguida y ágil,
en su lento caminar, difusamente
miraba a los ancianos, que
intercambiaban comida por cariño
con esos pobladores: la plaga gatuna.
Llegaba la tarde y la soledad lo
envolvía. Un agudo silencio aisló el
lugar, olía a algo inesperado mientras
sentado en el confidente banco, la
vio.
La mirada quedó fija en la fuente
llena de hojas. El sensual cuerpo
empezaba a mover los ojos y su
tétrica mirada lo instigó a levantarse.
La larga cabellera cubría sus senos
desnudos. Una de sus manos recogió
los mechones para mostrar
ostentación, mientras la otra aflojaba
el paño que cubría sus redondeces,
con disimulo y provocación. La brisa
tendió sus redes y jugó un rato hasta
que lo deslizó de su cuerpo y quedó
flotando entre los rotos reflejos.
Fue un momento, no hubo palabras, él se acercó. Le tomó el brazo.
Sorprendida ella le dijo, “mi
compañía son los grillos, las noches”.
Él, inmerso en un silencio que lo
devoraba la miró, de pronto la sintió
nuevamente suya. La abrazó. Brotó
un ruido, quizás un secreto, un íntimo sentimiento.
Un escalofrío que no viene ella,
ahora se transforma en algo tibio.
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Por María Mantovan
Una suave nostalgia
Como un sembrador de sueños
del que ya me siento alejada
intento convertir mis pensamientos
y sentimientos en palabras.
Alucinada por otra oportunidad
me fundo en un maravilloso caos
al igual que Neptuno, sin barba y sin tridente
para llenar de inquietantes recuerdos
mis noches de insomnio.
Y mirando a los ojos
hacia una realidad que consume
hago este viaje
buscando alivio instantáneo
en épocas oscuras.
Vuelvo una y mil veces
para cerciorarme de la
austeridad de recursos
sin saber si queda tiempo
para encontrar serenidad
en el medio de la tormenta.
Lugar de paso
Allí, recorre su historia personal, como rindiendo culto a la tristeza.
Un fuego interno abraza la noche helada. Momento de establecer
contacto con su ayer donde conexión y complicidad se escurren
entre la inconciencia y el miedo, solo posibles en el silencio.
Para aliviar su aislamiento y alucinado con la sinfonía de los
recuerdos, se queda inmóvil en ese instante que dura una eternidad.
Impotencia contenida de diversas procedencias.
Reconociendo su sensatez trata de librarse del terrible fantasma que
ha sembrado el germen de la intriga, tan lleno de rincones,
personajes y sensaciones. Sólo queda tiempo para un diálogo
forzado. Un recorrido planificado hacia el tramo final de horas
intempestivas para que no quede vibrando ni una nota, en el
solitario asilo de los muertos.
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Por Hannah Martin
El pensamiento
Nadie puede escaparse ya, de la
sombra.
Y ser más oscuro.
Si alguna vez no lo intentas
sucumbirás sin ver la luz.
Puedes encontrar sabiduría
en lo íntimo de tu ser.
Puedes caminar sin miedo
aunque el corazón estalle
en rojo pasión.
Y cuando llega ese amor
desenfadado que te evade
sólo por un instante otra vez
vuelve el remolino neuronal
huracanado obligándote a empezar.
No te detengas en el camino.
Estás vivo, no mires atrás
aunque te amordacen y acobarden.
Sigue, camina, hasta ver más.
El mañana está cerca.
Allí donde está el resplandor.
No te detengas, aunque sólo
sea para volver a intentar
solo resta esperar.
La vida - el fin
Cadenas montañosas. Así es de largo
el camino por recorrer
Así es, el que no se detiene un
segundo y no avisa ¿Por qué? ¿Cómo? ¿Cuándo?
Él aparece y te sorprende justo a
tiempo aunque no lo necesites ni lo
llames.
Si quieres llegar a conocerlo, tal vez
no entiendas, tal vez no aprendas,
que llame a tu puerta dos veces, más
aún, él nunca se detiene, nunca dice
basta, entra y nada…todo…puede
pasar.
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Por Patricia Moltedo
Doméstico entrevero
Al principio, todo fue como siempre: ella en el mismo lugar.
No, no todo era igual, ella estaba cada vez más vieja, más desgastada, más
rajada, más dura, más sonora. Tal vez, más resentida. En muchas
oportunidades, infinitas, fui abrirla y la cerré. Fui y vine. Vine y fui. Por lo
que fue sorpresivo su ataque.
Exactamente, fue así: Traté de tomar el picaporte y ella respondió
clavándome... la uña, dirá usted. Pues, no. Me clavó, justo entre mi uña y el
dedo, aquella chapita, que desde siempre lleva. Otro día, traté de entrar, y no
pude. Empujé, empujé... Nada. Hasta que aflojó. Y como en una chanza,
pasé volando. Lo peor fue cuando olvidé su postigo abierto y casi guillotina
con su vidrio, a mi perro. Por supuesto que desde tiempo atrás, venía yo
comentando mi deseo de cambiarla. Pero, no hacía falta más. La cambiaría.
Esa puerta, floja, rajada, fuera de escuadra y oxidada, debía ser cambiada. Ya.
Horizonte Urbano
J.D. saludó, como acostumbraba, a
su gato, al gato del vecino y al perro
cimarrón del barrio. El frío,
impregnaba todo. Una nube blanca
había descendido. Y el barrio de
clase media, silenciosa y luchadora,
emergía en medio. Siguió, J.D., su
camino, hacia la estación de tren.
Iba a un curso para perfeccionarse.
Consideraba que era poco y muy
peleado lo que había logrado. Sacó
boleto, subió al tren donde la recibió
una población decadente, de gente
desconfiada, con gorros, capuchas y
caras semitapadas. ¿Dónde iban a las diez de la mañana? ¿Qué trabajos podrían esperarlos?
J.D. entendía que las obras de
construcción empiezan mucho más
temprano.
Se corrió más hacia delante. La
helada temperatura también había
entrado, por la puerta entre vagones.
Por lo que J.D. trató de cerrarla. Y
tiró, tiró, mas no pudo, las fuerzas no
le daban. Los demás la miraban
como si hubiera sido una desubicada.
Consiguió, entonces, un asiento, se
acomodó el costoso abrigo heredado.
Y se dedicó a observar el aspecto de
la gente que la circundaba. Sólo unos
pocos se salvaban.
Se dedicó a escribir. Ni se dio cuenta.
El papel quemado, con las letras de
la birome, voló por el campo. La
radio dijo que lo hicieron por el
pueblo.
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Por María Cristina Muns
Ya no me acuerdo
Y ahora todo está bien,
porque él siempre está bien,
me cuida y me arropa,
me cambia y alimenta,
ya nada lo desvela, excepto mi ser.
Pero sé que no siempre fue así
aunque ya no me acuerdo
pero no importa, lo prefiero así
me cuida y me arropa,
hoy se preocupa por mí.
Intuyo que mi ser en él dejé
que mi entrega fue total
así que su dedicación,
recibo con tierna devoción,
lo prefiero así.
Por lo que recuerdo,
por las viejas imágenes que vienen a mí
en desorden y deshilachadas,
creo que no fue bueno para mí
ni para ti.
Por lo tanto, hija mía atiende tu ser
para el resto siempre tiempo habrá,
no me imites a mí y aunque hoy lo prefiero así,
veo que aún no aprendiste,
lo que yo ya olvidé.
El mural
Apenas mueve sus ojos, mira hacia un lado y hacia el otro y espera. Ahora
mueve la cabeza y observa, ya casi no queda nadie. Por las luces apagadas
sabe que el crepúsculo está por acabar y la hora está por llegar. Deberá
cumplir lo que él le hizo prometer aquella noche y que cumple cada día
mientras no llueva pues teme confundirse nuevamente y no poder volver.
Se alisa el vestido, acomoda su peinado y ajusta sus sandalias gastadas. Toma
el bolso que la acompaña desde aquella última salida, ordena sus monedas y
encuentra cospeles que ya no recuerda para qué servían. De pronto, revive
una luz que no supo a tiempo reconocer.
Qué pena haber escuchado entre gritos y llantos tantas preguntas, entre el
frío de hierros y el sabor a tierra, cuando ya no tenía sentido decir nada. Si al
menos lo hubiera escuchado antes cuando todo era silencio, problemas,
angustia. Cuando la vida era eso.
La noche se ha cerrado, luces de mercurio se han encendido a lo lejos. El olor
a naturaleza se ha adueñado del lugar. La noche despliega su encanto y su
nostalgia. Entre hojas de eucaliptos que se desprenden perezosamente flotan
aromas de azahares y algún jazmín recién regado.
¿Por qué no pude aferrarme a esta naturaleza, a estos aromas que van y
vienen, que siempre están?- se pregunta. Y cerrando los ojos, como absorta en
un sueño o aún perdida en su recuerdo parte. Llega al cruce y espera. El no
llega pero igual lo espera, sabe que algún día volverá aunque sea a
preguntarle y entonces sí, él deberá hablarle.
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Por Florencia Muñoz
Memoria
Traicionera como el pasado,
ambiciosa como el presente.
Existe en nuestras vidas
sin poder apresarla…
Historia
Hechos que marcan la vida.
Huellas del pasado y del presente.
Futuro indeciso
que se develará con el tiempo….
Metamorfosis
Ya no soy la misma de ayer.
Ya no soy.
Sufrió todo mi ser
y sin ninguna explicación
he vuelto a nacer.
Sueños
Ilusiones existentes por la noche
que perduran durante las horas próximas.
Reflejan nuestros pensamientos,
nos ahogan en nuestra esencia
hasta llevarnos a un impreciso infinito.
Amor de mi vida
Dulce espera de un amor verdadero,
que pronto llegará a mi vida.
Para poder olvidar a viejos y falsos amores,
para ilusionar mis sombríos días.
Romance que me hará, por primera vez,
amar de verdad.
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Por Ana María Perez Arce
Lejos
Y un tesoro de perfumados árboles
en la orilla de un mar austral
entre escondites de rocas y bosque.
Donde el cielo se hace iceberg para engañar al
sol…
Y es soberano del espejo…
Que gusta del poder,
como el cóndor
allá, donde nadie sabe…
Un lugar en donde acecha el asombro
en donde no hay sitio para la causalidad
ni encadenamiento de hechos
ni premisas verdaderas
ni enunciados coherentes…
Ventura
Barco y muelle y pleamar
océano y sal en los labios
ojo de buey por donde asomas
red y trampa y vela
Y una mañana
que se enreda en la zozobra
Insomnio
Huye del día.
Sucede en las profundidades.
En la umbría habitación de los misterios
que muerden sin boca.
La luz escapa de los sótanos
de los túneles
de las grutas húmedas
de los cañadones
visitados por fantasmas.
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Por Maribel Podestá
Susurro
Oír en lo desconocido
un susurro asiático
y primitivo
en la piel.
Azotan los silfos
la ventana.
Y en lo oculto del bosque
emerges azul.
El beso
Diluida en otoño
pulsa la naturaleza
el beso del pétalo
en alta mar.
Reguero de eternidad.
Ángel del silencio
brega al alma...
Huerto de pájaros
en cenizas.
Río Cuarto
Testimonial cantan
los teros.
El tiempo es la sorpresa
Vaho de pasión
en la quietud de la noche.
La alcoba desnuda
al tibio estertor
Incólume
la casa.
Septiembre
A veces
las flores en su mano
anclan la felicidad
tenue de hojas frescas.
Y una canción de amor
brota contemplativa
del sonido marino.
Arrojada la calma
al último médano.
La última luz tan solo
arcas de trinos
al velar la mañana.
Septiembre
puerto de algas
viento bautismal.
subir
Por Graciela Ruffini
Gaviotas de verano
En bandadas encaminan su rumbo
huyen del caluroso verano.
No es el viento, ni la arena
es su marcha, no se puede detener.
Aletean sin cesar las gaviotas
en la orilla amarilla del mar
humedecen su plumaje
tratan de calmar su ardiente sed.
En sereno vuelo retornaron
abriéndose en florido abanico
rozan el rojizo horizonte
buscan de su ansiado descanso
las gaviotas del verano.
Tomás
Tomás
Manitas de ángel
dibujan alegría
pintando nubes serenas
en cada mañana.
Pícaros ojitos miran
a su alrededor
travesuras por hacer
juego de tu niñez.
Pequeñito corazón
latir de amor
abrigas con tus brazos
la vida con pasión.
Correteos que no paran
girando al compás
de gritos alborotados
golpes de tambor.
‘
Manitas de ángel
dibujan una caricia
en el rostro de la abuela
cada mañana.
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Por Silvia Santilli
Reencuentro
Mañana inestable, el sol abrazado por tupidas nubes. El
silbido anuncia la partida del tren a Mar del Plata. Sentado
al lado de la ventanilla dejo volar mis pensamientos
recorriendo el motivo de este viaje. Comienza a llover. Las
gotitas golpean el vidrio, se deslizan como pequeños
espermatozoides en distintas direcciones, se chocan entre
sí y se unen en un profundo abrazo. Detengo mi pensamiento
y pregunto: ¿Me abrazará? ¿Me reconocerá? ¿Me
aceptará?
Siento frío, miro la hora, había llegado. Comienza el
gran desafío.
Necesito descansar. Bajo la lluvia busco un lugar para
alojarme y ordenar mis pensamientos. A la mañana
siguiente, pregunto a varias personas por la calle Banat,
me indican como llegar.
Tomo un taxi, ubico la casa, mi corazón palpita. Es una
voz que llama. No me atrevo a tocar el timbre, rodeo la
manzana y desde la huella de mi ausencia contemplo: la
puerta se abre, decido acercarme, salen dos niños y se
escucha del interior de la vivienda: “Cuida a tu hermana,
Nicolás”. La niña de trenzas y cabello de oro tropieza junto
a su muñeca, corro, levanto a las dos, al incorporarme la
veo parada en la puerta.
Asustada y hermosa como siempre la soñé. Dice gracias
y entra sin darme importancia. Me atrevo y pregunto: "¿Es
este el pasaje Banat?", la niña de trenzas interrumpe.
"¿Cómo te llamas?"
"Nicolás""
Nico, como mi hermano". La señora busca mis ojos,
miro los de ella descubriendo el mensaje mudo de la mirada
que habla. Comienzo a caminar sintiendo sobre mi espalda
sus heridas hacia fuera y el dolor de la ausencia. Escucho
una voz milagrosa:
"Señor dice mi mamá si va a venir mañana".
Iba a suceder
Los vecinos gritaban: ¡Iba a suceder!
Llegaron los hombres de blanco. La pesada puerta cancel
fue derribada por los bomberos.
El panorama deprimente: los utensilios de cocina tirados
por el piso, los gatos saboreando la sangre que se extendía
por la casa, las flores y las fotos del álbum familiar dormían
en un viejo brasero. Y Joaquín: ¿Dónde estaba?
No les fue fácil a los hombres de blanco, los perros
enloquecían, los pájaros revoloteaban perdiéndose en los
caminos infinitos del aire, y Joaquín con los ojos ausentes y
apagados gritaba:“Fue necesario”, “fue necesario.”
Hoy deambula por los descascarados pasillos del Borda
como si estuviera recorriendo los senderos de la muerte. A
veces perro, otro gato y grita: “Fue necesario.”
Me hubiera gustado decirle que el miedo y el desprecio
de los demás lo cambié por cariño, el día que se acercó
hasta mi y en una pequeña caja me regaló un tero que colmó
los días de mi infancia.
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Por Mabel Spinelli
Percepción
A orillas del río, desde el alto puente, cae un pesado
paquete. La mujer se mira las manos rojas, temblorosas.
Acaba de arrojar el revolver de su marido. Mira como las
aguas van haciendo círculos cada vez más difusos. Su mente
está vacía. El corazón late acompasado.
Inclina su cuerpo hacia abajo. Recuperarlo… es
imposible. Sonidos la perturban, se va a tirar.
Siente una luz poderosísima. Levanta la cabeza, el calor
la detiene. Lentamente su cuerpo gira, se siente bañada
por un intenso perfume. Se mezclan imágenes, ideas, un
rostro aparece convirtiendo espacios, tiempos pasados.
Desciende, sus huellas se llenan de luz. El tiempo pasa. Ella
regresa al puente, pensativa. Se para frente al río. Tiene un
pesado paquete, lo tira y sus manos vuelven a ponerse rojas.
Pax
Lloró su propia muerte,
pasó por el túnel misterioso
y el alma en éxtasis profundo
gritó... Soy libre!
Luz, mucha luz plena de
paz, cantos, risas, perfumes.
Bebió la luz de las estrellas
y empezó su danza
magistral...
Cada rincón, cada pecíolo,
cada pluma del entorno
giraba, se enfrentaba
ocupando todos los puntos
de la materia cristalina,
indisoluble, incolora, mágica...
Hasta unirse en un profundo abrazo
donde el odio, la mentira
y vanidad no tenían color,
ni fragancias, ni formas,
ni nombres propios.
Lloró su propia muerte
pasó por el túnel telúrico, misterioso
hasta encontrar una
gota de rocío sobre una violeta.
- Pudo bañarse- ... Y volver a empezar.
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Por Adolfo Velázquez
Espero
Últimamente, solo vuelo
con el polvo de las alas
de aquella mariposa...
la de aquella noche.
De allí que...
Curando ausencias
espero el trance...
Estática
Ella también
–parte de la mayoría-
Paso inseguro, supone que avanza
parece que va, que viene…
pero no, estática
me figura
la instantánea del desamparo.
Con su gran cartel, al frente y alto.
Y en él, escrito, fondo blanco
letras negras, la gran palabra:
NECESITO.
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Por Toribio Wamsiedler
Provence
…Pusiste la rosa blanca, sola, sobre el féretro como un
homenaje a la singularidad y a la pureza.
Te encontraste con viejos amigos con los que te
separaban décadas de ausencia. Contaban historias,
historias de ellos, historias que también eran tuyas.
Seres grises, comunes, a los que a nadie le conocía sus
vivencias, muy diferentes a ti, ése que las revistas
especializadas muestran hasta el último pliegue de su
tiempo.
Estabas como perdido, no te encontrabas en ninguna
posición, te costaba ser común, volver a ser uno cualquiera.
Envidiabas su naturalidad para la vida y para la muerte.
Mientras tomaban café engullían porciones de tarta de
coliflor, te admiraban con el orgullo de sentirte de ellos.
Brillaron tus ojos cuando alguien con la boca llena se
animó a decirte, el lema del internado: “Somos el resto de
Oc.” Como haciendo un intervalo, recordaste la orquesta,
la flauta traversa, el fagot que llenaron tu corazón con
alegrías sinceras.
Habías sufrido con ellas más allá de lo que se puede
contar y cuando los viste, todos pretujados en torno al
féretro para rezar junto al Prete el responso y la despedida,
agradeciste a la vida de haberlos tenido de compañeros, de
hermanos.
Todos forcejeaban para adueñarse de las manijas, todos
querían portarla, te quedaste atrás acompañando desde
tus últimos recuerdos, como si debieras levantar, la pisoteada
rosa blanca...
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Por Diego Propato
Vástago
Cierto océano contemplaba a un niño que oculto en su
razón, intimaba el sueño del cosmos. Cruel abstracción de
los Dioses: Su imaginación tenía fecha de vencimiento.
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Por Aldo F. M. Ferrante
Números son más
Hay paredes con secretos
durmiendo hasta ser encontrados.
Consta la literatura encriptada
y sobreviviente, sapiente, engañosa.
Sin laberintos hoy.
Hay más, son más.
Desapilo ladrillo a ladrillo
en casas de nadie, casas de muchos.
Cavo en las plazas secas
de la arquitectura depredadora.
Hay más.
Mirando en las insignias
revolviendo sus letras.
Allí los nombres
los lugares, las pistas.
Entrar a las iglesias
para preguntarle a Dios.
El todo lo sabe.
¿Anduvieron por aquí, por allí, cerca de ti?
En un mar de dudas, en oración,
¿Soltaste sus manos o fue esa su liberación?
Hablar de alas con algas y preguntarles
cuán verde son sus hojas
si por sus tallos, sus venas,
corre savia, corre agua salada
o corre sangre.
No enmudezco al grito de sus presencias
puedo moverme, en la búsqueda
acompañando.
Huelo perfectamente que todo sigue igual.
Hoy tampoco están, ni estarán mañana,
pero son más.
Los mismos amigos
calzan trajes perseguidores,
son los libros de páginas en llamas
son guitarras de cuerdas apagadas
con el poder de saber que irían por ellas.
Son más, mas no dónde están.
Son todos, son todas.
Hablo de todo
de lunas, de selvas, de coplas
de la estepa y la pampa
de montañas y ríos, de islas.
Son más, son menganos, son zutanos.
Soy de tal.
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