Antología
   Cuentos, poesías y otros de por aquí
 


Por Horacio Aranda

La Venus de Colegiales

Hace tres días, recibí un mensaje de mi amigo Enrique: "necesito comunicarme con vos". El texto breve no dejaba lugar a dudas. Esa noche fui a su casa.
-¿Como estás Horacio? Me preguntó.
- Cansado de trabajar - contesté sin dar más explicaciones.
- ¿Y a vos qué te pasa que estás así?
-Hay una minita que me tiene loco, dijo Enrique.
-¿La conozco?
-Ahora la vas a conocer y tomándome del brazo me obligó a seguirlo hasta su habitación.
¡Qué loco pensé, un tipo tan serio, y le mete una mina en la casa a la vieja!¡Pobre doña Beba no la veo preparada para compartir al hijo solterón!
Enrique había llegado célibe a los treinta y cinco años y no tenía vocación para dejar de serlo, por lo menos era lo que yo creía. Entré a su dormitorio, saludando a la presunta novia. Nadie contestó…
-No b… me dice Enrique, no está conmigo; la tengo aquí, señalándome un libro abierto sobre su escritorio.
Cuando miré la figura, quedé impresionado; decir que era perfecta hubiera sido una injusticia. No conozco palabras que puedan describir tanta belleza. Parada en el vano de una puerta deduje que su altura era de un metro setenta.
El autor de esa lámina no era un aprendiz; cabello largo y rizado, ojos profundamente azules, enmarcados por largas y negras pestañas, nariz diminuta y labios carmesí. Sus bucles caían sobre el pecho ocultando lo más destacado del mismo. Las manos cruzadas cubrían el vello del pubis. Cintura estrecha, caderas amplias y muslos impresionantes.
-¡Enrique es la Venus de Colegiales!
No creo haber sido original, pero si, fui sincero. Jamás había visto tanta belleza junta.
-La joda es que no existe, es sólo un dibujo, aclaré con piedad.
-Estás equivocado, dijo Enrique pensativo y agregó:
-¿Cuántas veces ves una foto y decís: será real?..Y siguió diciendo:
-En realidad lo son, lo que pasa es que no nos dan bola, pero a esta, a esta… la voy a enganchar.
-¿Cómo? Pregunté.
-No es imposible, dijo Enrique y agregó: ¿ pensás que los dibujantes tienen esas imágenes en su cabeza? No Horacio, ellos las tienen celosamente guardadas para evitar tentaciones y miradas, permitiéndoles de tanto en tanto trabajar de modelos. Esta es una de ellas y la voy a encontrar.
No hubo argumentos válidos para que cambiara de idea.
Por la mañana llamé a la casa y doña Beba me contó que alrededor de las seis sintió ruidos en la cocina y al bajar se cruzó con Enrique quien dándole un beso en la mejilla salía apresuradamente. Las tazas usadas quedaron en la pileta.
A la noche volví a llamar, eran las veintiuna horas y no había regresado.
Al día siguiente, a las siete, antes de ir a mi oficina insistí. Él atendió el teléfono. Tenía una voz extraña, pero me contestó que todo andaba viento en popa y que por la noche me llamaría para darme buenas noticias.
Me alegró mucho. Conocí todas sus novias pero nunca se había enamorado en serio de ninguna.
Esa noche no llamó.
Por la mañana, exactamente a las siete suena mi teléfono, era la voz angustiada de doña Beba.
-Horacio, podés venir a casa?
-Como no doña Beba, en diez minutos estoy.
Llegué corriendo, la preocupación de la madre era indisimulable.
-Hoy a las dos o tres de la madrugada sentí ruidos en la habitación, no me animé a entrar, por eso te molesté.
Entramos en la habitación, la cama no había sido usada. Sobre las cobijas el libro abierto, la figura femenina no estaba sola. A su lado, Enrique, sonriente me guiñaba un ojo, junto a ellos las tazas que dos días antes había visto en la cocina.

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Por Graciela Busto

El caballero olvidado

La vegetación tupida rodeaba el castillo del antiguo condado inglés. La noche la llevó a refugiarse sin pedir permiso. Sigilosa, Jenny se deslizó por el hueco de una ventana que chirriaba por el viento. Éste era cada vez más fuerte y la ayudó a caer dando tumbos contra cajas y ropa vieja. La respiración se le detuvo. El entorno fue negro, ni una luz, ni un movimiento, solo el silencio y ella. Esperó como estatua a que alguien reparara en su presencia, tocó lo que pudo a su alrededor. Por suerte encontró un candelabro que encendió con una cerilla casi olvidada en el bolsillo. Algo le llamó la atención, una luz se agitaba fugazmente a lo lejos del salón principal. Avanzó mirando todo con asombro y pudo ver el lujo envuelto por el polvo.
Sobre la mesa brillaba la lámpara de cristal, y los cortinados rojos lucían moños dorados. ¿Pero ese zigzag que se encendía y apagaba como luciérnaga?- pensó intrigada.
- ¿Quién anda ahí?- preguntó Jenny y esperó a que contestaran. Sólo el silencio. El viento sopló fuerte y cerró la ventana por donde entró. Se congeló su alma, pero siguió avanzando, llegó hasta el espejo del hall principal.
-Este es el castillo de Sir William, al que todos temen por sus historias macabras. ¡Allí está esa luz…!- dijo mirando al espejo. Una voz burlona la sorprendió:
- ¡Es fácil entrar al castillo mi lady, pero difícil salir!...
-¿Quién eres tú acaso te conozco?- reguntó Jenny
-¡Puede ser que algún familiar tuyo me conozca!...
-No creo. Ellos están muertos - desafió Jenny
-Igual que yo- dijo la voz que se burló y la envolvió haciéndola girar y gritar cruelmente.
-¡No te tengo miedo, eres solo una luz y no puedes hacer nada!. ¡Vete adonde vives, vete ya!...
-¡Vivo aquí, y no me iré! - La luz se fue riendo nuevamente. Jenny siguió caminando tratando de encontrar otra ventana o alguna puerta. Todo estaba cerrado sin llave, pero fuertemente. Desesperada gritó a la luz que se detuvo cerca:
-¡Eres un valiente maldito! ¿Qué ganas asustando por tanto tiempo? Riéndose de Jenny la luz se materializó y tomó forma de caballero armado.
-Ya ves, estoy aquí princesa, ¿qué quieres?
- ¿Princesa? ¡No lo soy, existieron en tu época!, ¿a quién defiendes con tu armadura?
- Defiendo a lady Sara, que se fue al bosque de paseo en su carruaje y no volvió...
- ¿Desde qué siglo la buscas?
- ¡Desde el siglo trece la espero y ya estoy un poco aburrido!
- ¿Aburrido? ¡Es el siglo veintiuno y no creo que tu princesa Sara vuelva!
- No es posible, no descansaré hasta que Lady Sara vuelva, es encargo de Sir William que la cuide y también a su castillo.
- No sabes nada de nuestro tiempo; aquí escondido, eres un mueble más en este castillo perdido.
¡Descansa en paz! ¡Sabes que estás muerto! Los nuevos dueños no pueden vivir aquí.
¿Cómo has dicho? ¡No es posible, nadie ha hablado de nuevos dueños!
- ¿Seguro? entonces vete con Lady Sara que descansa en el sepulcro, junto al barranco en el bosque.
- ¿Dónde? (preguntó el fantasma girando y lanzando luces nuevamente)
- Allí, junto al barranco está su tumba y el carruaje a su costado. ¡Vete pronto que te espera, noble caballero! Como torbellino, con gritos de dolor por la revelación, se fue girando y abrió todas las puertas del castillo al mismo tiempo. Jenny sonriendo las cerró fuertemente y susurró por lo bajo:
-¡A partir de este momento soy Lady Jenny, dueña de éste viejo castillo olvidado!

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Por Carmen Concepción

Recuerdos

Se respiraba un aire distinto en casa. El movimiento de idas y vueltas me tenía muy preocupado. Nosotros éramos seis hermanos, mi madre trataba de mantener el equilibrio sobre todos pero era muy difícil. Mi padre no estaba, había dejado Bisignano, un pueblito de la provincia de Cosenza rodeado por montañas en la Península Itálica buscando un mejor porvenir. Luego de treinta y cinco días de navegación entre la abigarrada y multiforme carga de artículos dispares, llenos de ilusiones, con mis tres hermanos mayores llegaban en un barco al puerto de Buenos Aires. Recordé la ausencia de mi padre y en un minuto lo que pasó en mi corta vida.
Tenía sólo dieciséis años y quería retener lo poco aprendido que para mi era mucho. No quería irme del lugar. No entendía a mi madre con sus temores sobre la guerra.
Mis hermanos eran muy pequeños, todos menores que yo y les daba lo mismo irse que quedarse.
Mi madre no respondía a mis preguntas y yo me encontraba entre papeles y almohadillas con tinta en mis dedos. Mirábamos por la ventana sin decir una palabra. Sabíamos que dejaríamos mucho allí, lo malo era recordar el hambre. Mi padre por suerte traía comestibles entonces no la pasábamos tan mal. Pero todo era medido, recuerdo que un día había traído para la cena fideos y un huevo para cada uno, aclarando:
"Es un huevo para cada uno". "Que cada uno se lo prepare", dijo mi madre. Así fue como a mí, por distraerme se me cayó el huevo al piso entre la cocina y la pared. Tengo hasta el día de hoy el gusto del huevo ausente en mi boca. Sentía que estaba dejando a la Italia del bell canto y de los romances inmortales. Mi padre era un conquistador de esperanzas, estaba un poco herido por la soledad y quería el reencuentro con nosotros con sus "bellos guallones" como decía él.
En nuestro hogar estaba presente la cultura del trabajo, entonces recuerdo a mi tío José, carpintero de ley. Mamá me mandó a su casa para aprender el oficio, otro mal recuerdo pero viene al caso. Mi tía Jovana había preparado ñoquis, por tal motivo nos dispusimos a comer.
-Come, come, Totone -decía mi tío.
-Sí tío gracias, -y comencé a comer lentamente.
-¿No quieres más? -dijo mi tía.
- No tía gracias. -Cuando me levanté de la silla todos los ñoquis cayeron al piso porque estaban tan duros que los fui tirando adentro de la camisa. Salsa y ñoquis por el piso y la cara de espanto del tío José, que sólo hizo una señal con el dedo. Yo ya sabía lo que debía hacer, meterme en uno de sus hermosos ataúdes, que era lo que fabricaba y permanecer allí durante dos horas a modo de penitencia. Siempre me hacía lo mismo. Algo cruel que me hacía llorar y llorar, en esa caja mortífera no podía ver el sol, que era lo que me alimentaba, yo amaba el sol, y estar lejos de él era lo más triste que me podía pasar. No quiero volver a pensar en el ruido de los aviones ni en la desesperación de mi madre por tomar nuestras manitos para cruzar la calle y escondernos en los refugios abrazándonos fuertemente. Tampoco quiero recordar al alemán que me pateó la cabeza. Aquel día, había terminado la guerra, y habían quedado motos tiradas en las calles. Yo me acerqué a una de ellas y aquel alemán alto y de muy dura mirada me pateó la cara y el cuerpo. Nadie de los que miraban desde las ventanas dijo nada. Aquel día me despedí, mi pueblo ya no importaba, sólo quería ver a mi padre.

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Por Carina Castelluccio

El remero

En un turbulento mar entre pasiones desencontradas se asoma un remero. Sólo, en la inmensidad, enfrenta esa ola amenazadora y agobiante. Decide seguir, opciones de salir de ella no vislumbra. En medio del remolino voltea su frágil bote sobre sus costas, traba su remo en los toletes. Piensa - no será de mucha protección - y continúa su viaje a ciegas, por entre la ola furiosa. De vez en cuando el golpeteo de un pez ó una piedra en el casco de su pequeña embarcación le hacen temblar hasta los pelos mojados.
Continúa por ese incierto camino que recorre sin saber. Las precauciones para llegar a buen fin han sido tomadas. La certeza la tendrá cuando la ola se canse de tanta vorágine y decida llegar a las costas de alguna playa cálida y arenosa.

Autoría

Una frase rebelde se resistió a ser plasmada sobre un papel que recorrería el mundo entero, prefirió emprender su propio viaje, en su estilo arrebatado, sería en una alfombra voladora persa, la muy descontrolada de repente la tomó de los flecos y salió de imprevisto volando.
No tuve más noticias de ella, hasta que la encontré plasmada en varios diarios de diferentes partes del mundo, por lo menos, la muy descabellada al final reconoció mi autoría.

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Por Víctor Del Duca

Departamento de salud mental

El departamento de salud mental del Hospital de Clínicas José de San Martín se encuentra en el quinto piso. Allí médicos y pacientes trocan sabiduría, misticismo y realidades divergentes. Pacientes ambulatorios contaminan la calidez del sol con álgidos fantasmas de bisutería. Es allí justamente en el quinto piso donde un tal "X" mora frente a las escaleras.
Una mujer que arriba del cuarto piso le pregunta:
- Disculpe ¿En qué piso se encuentra el departamento de salud mental donde dicen está internando el emperador Napoleón Bonaparte?
- En el sexto piso señora- responde el tal "X", un tanto turbado.
- Muchas gracias.
Mientras la mujer sube un hombre baja, se acerca a "X" y le pregunta:
- Señor mío ¿dónde se encuentra el departamento de salud mental donde está internado Alejandro de Macedonia?
- En el cuarto piso señor, en el cuarto piso- vuelve a mentir, lejos de su eficiencia, el tal "X".
Pasan algunos minutos, horas quizá, cuando a "X" se le acerca otra persona y le pregunta:
- Perdón ¿podría decirme dónde se encuentra el departamento de salud mental donde aseguran está internado William Shakespeare?
- No sabría decirle.
El tal "X" se aleja de la escalera y camina rumbo a los ventanales, que iluminan el estrecho pasillo que comunica a la doble puerta, donde un inmenso cartel advierte "Departamento de salud mental (sala seis)". El tal "X" se acerca a la mesa de recepción y pregunta:
- Dígame ¿Vendrá hoy el señor Sigmund Freud?
- No doctor, hoy no vendrá.
- ¿El señor Lacán?
- No doctor, él tampoco vendrá.
- ¿Y quien atenderá a Napoleón Bonaparte, a Alejandro de Macedonia y a William Shakespeare?
- Pues usted doctor, usted.

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Por Luis Elorriaga
  • Existe la ignorancia y seguirá existiendo, sin dudas, mientras continuemos como eternos incomunicados.
  • Las virtudes son muchas, pero también lo son los defectos.
  • Cuanto más pensemos en el prójimo, más pensaremos en nosotros.
  • La miseria mata, el dinero también.
  • La felicidad no se define, se consigue.
  • Nace la vida, nace el amor. Por qué negar que se identifican como madre e hijo.
  • La historia vislumbra a los hombres; éstos forjan la historia.
  • El hombre nace hombre, por ello debe morir como hombre.
  • ¿Existe religión superior a la verdad?
  • El sabio actúa sin importarle los demás, el necio presta oídos al mundo.

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Por Dolores Fernández

Foto de familia

-¿Qué anotás?
- Buen día mamá, anoto un sueño.
-¿Qué te vas a comprar?
-No mamá, no se compra. Dicen que si lo cuentas por la mañana se hace realidad. Como no estamos juntos para el desayuno lo anoto.
-¿Se te hizo tarde? ¿No trabajas hoy?
-Fumigan las oficinas. Quería descansar, pero está todo revuelto, pondré un poco de orden.
-¿Mamá cuánto hace que no almorzamos en familia?
-Almorzamos juntos en Navidad.
-Estamos en abril, en quince días es el cumpleaños de los mellizos, organicemos una cena.
-Laura, vas llegar tarde a tu trabajo; después sales con tu coche a 100 por hora. Los automovilistas están locos y esos coches, muy bonitos pero parecen de papel.
-Ya, ya me voy. ¿Qué dices de la cena? Mantel blanco, los cubiertos de la abuela. Comida casera.
-Tengo que hablar con tu padre. Los chicos quieren festejar con sus amigos. Además ¿desde cuando te preocupa la familia? No digas nada, me lo imagino, quieres estrenar la cámara que te compraste, te debe haber costado una fortuna.
-Mamá no entiendes, no podemos seguir así. Papá es una autómata. Ustedes no se hablan. Éramos una linda familia. Los domingos íbamos al parque y papá me compraba globos con estrellas y corría con los mellizos detrás de una pelota. Recuerdas, luego se sentaba a tu lado y te ponía bronceador en los hombros.
Ahora nada les interesa. No preguntan por mí carrera, mis planes para el futuro…
- Pediste que no interviniésemos lo único que haces en esta casa es dormir. Lo demás afuera. No sé qué bicho te picó hoy.
-Quise anotar un sueño. Qué tarde se hizo, piensa lo de la cena.
-Que piense, como si con eso solucionase algo, los mellizos desaparecen y a Enrique, sacarle dos palabras es más difícil que pedirle dinero, ¡no sé en qué lo gasta! El mantel probablemente está amarillo. Hace años que está guardado. Y los cubiertos, llevarán horas hacerlos brillar. ¿Y quién lo va hacer? La esclava de la casa. ¿De qué cena me habla? Pedimos unas pizzas y listo. Algo de razón tiene. Además si no fuese por su ayuda con mi sueldo no llegamos a fin de mes. Lástima que esta encaprichada con esa relación.

Qué tarde. Por la autopista llego a tiempo. Estuve algo histérica anoche Esteban tiene razón cuando dice que yo conocía las reglas. Trataré de hablarle.
No se ven los árboles, todas las mañanas un problema distinto. Diez minutos sin movernos, debe ser por la niebla. Cuando llegue al peaje giro a la colectora. Voy a mandar un mensaje para avisarle y nos tomamos un café. ¡Dejé el celular. Qué fastidio! ¿Y esta nota? El sueño, que tonta. Si se hiciese realidad. Por fin nos movemos. Un volantazo a la derecha y salgo de este nudo.

Qué hermosa mañana. ¿Qué festejamos? Vinieron mis padres y los mellizos.
¡Se pusieron las camisas que les regalé y están peinados!
El viejo está estrechando a mamá. ¿Cuánto tiempo sin abrazos? Ella tiene la mirada húmeda, la emoción.
¿Esteban? Festejamos algo importante, para que él se decida a venir. Trae mis flores preferidas. Está avergonzado. ¡Es tan tímido mi amor! Esta cámara es una maravilla la programo y a ubicarme junto a la familia.

Seguimos ocupando los primeros lugares en las estadísticas sobre accidentes de tránsito en el mundo. Ocurrió en la Autopista del Sol a la altura del peaje, a metros de la colectora, una sola víctima.

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Por Laura Ferrarez

Un día agitado

Suena el despertador. Perezosamente deja la cama, se calza las pantuflas y las arrastra hacia el baño. Observa el espejo mientras se restriega la cara con las manos mojadas. Comienza a vestirse. Zapatos de taco, camisa ajustada, pantalón negro y por último maquillaje. Al extender la mano sobre la parte superior del espejo para tomar el cepillo descubre que se halla escondido dentro de un alhajero repleto de hebillas. Pensó que tal vez su marido estuvo usando sus cosas. Quiso tomarlo pero se le escapó de la mano. Sorprendida por su torpeza vuelve a intentarlo. Cuando cree tenerlo en su poder éste trepa por la pared hasta alcanzar el techo. Desde el alhajero se oye un conjunto de risas desordenadas. Lo sigue atentamente con la mirada y ve como de un salto se aferra al borde de la claraboya. Furiosa toma una toalla y la lanza sobre el cepillo haciéndolo caer de inmediato al piso. Lo toma bruscamente por el mango e intenta peinarse. Pero el rebelde se le pega a la cabeza como una garrapata y la tironea de los pelos. La situación se vuelve incontrolable. Desesperada grita ayuda con la esperanza de que algún vecino la escuche. El cepillo la zamarrea a un lado y al otro del baño. Toallas, algodones, jabones, ropa, cremas, todo vuela por el aire. Tendida boca arriba con la cabeza fuera de la puerta alcanza a ver el reloj del dormitorio. "Por Dios, es tardísimo", exclama mientras piensa la forma de quitárselo de encima. Se arrastra hasta la cocina. Toma el bolso y las llaves que están sobre la mesa y corre hacia la calle con el cepillo pendiendo de una maraña de rizos. Al llegar a la oficina siente que las miradas anclan en su pelo pero nadie hace comentario alguno. A partir de ese día todos los empleados de la empresa llegan a trabajar despeinados.

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Por Claudia Guala

Hoy

Anoche desde mi ventana lo vi cruzar la calle, su andar parecía diferente. ¿Repentina pérdida del equilibrio? ¡Sólo pidió algo insólito! Que me quede a su lado. ¿Amnesia temporal?
Allí estuve cuando cayó vestido y riendo en mi cama. Tirando anclas por hoy.
Le hablé poco, solo lo escuché, mientras degradaba el idioma. Con unos masajes en la espalda, hallé un punto de fusión. Lo dejé ser, en esa realidad que sucede en un universo paralelo al que llamas real. Descontroladas caricias contagiaron la piel sin conciencia. Soltamos amarras.
Mi cama, mi espacio ya no eran. ¡Imposible el desalojo en ese momento!
¡Qué bueno! Hoy tampoco ronca, nunca ronca (mal de casi todos los hombres) y estoy aquí con él.
Despertamos. Todo está en su lugar nada rompió. Nada recuerda, le preparo la ducha, un café, le ayudo a recoger sus cosas y con un beso en la mejilla, cierro la puerta.
Desde mi ventana lo miro cruzar la calle y subir a su auto. Me pregunto si hoy, despertó sin recuerdos.

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Sandra Laino

Perderse de vista

Eran casi las diez, ya pasaría puerta a puerta, ventana a ventana verificando en un protocolo solemne que todas estuvieran cerradas. Sin embargo sorpresivamente colocó su ojo izquierdo justo en la mirilla, el globo ocular se movió hacia ambos lados, las pestañas subieron y bajaron. Nada parecía estar fuera de lugar.
Ana había vivido en aquella casa desde siempre, apegada a sus rincones saboreaba la seguridad de los frutales del fondo que todavía insistían en sobornar sus años.
Apenas se oía Júpiter de Mozart entrecortado por el rechinar de sus dientes, el eco de sus pensamientos era cada vez más voraz y los cuarenta y dos grados de sensación térmica nisiquiera le permitieron pensar en lo que masticaba. La rutina le sabía amarga y odiosa pero aún así la reconocía con alivio. Disponía de su tiempo de descanso para elaborar una compañera lista de ruidos, que eligió nombrar "ruidos exóticos". Plasmaba cada sonido de frecuencia desconocida entreverando los ya acreditados camaradas de la oscuridad.
A un lado de la casa la escandalosa idiosincrasia italiana de los vecinos europeos, de la medianera opuesta, los sonidos disipados de habitaciones huecas. Sus antiguos propietarios habían dejado atrás sus pertenencias terrenales para ir en busca de una vida mejor.
El viento se colaba a través de las celosías escurriéndose por los marcos de las ventanas que engordaban y adelgazaban a merced de la caprichosa temperatura. Toda clase de silbidos correteaban por los pasillos haciendo oda de la casa solitaria, arremolinando basura y revolcándose en el polvo. El gemido crujiente de los pisos parecía querer sobresalir en tanto espacio atormentado de olvido. Ana quería escuchar a veces sus tranquilizadoras voces pero sólo obtenía murmullos que no podía descifrar de donde provenían realmente.
Esa noche prometía engrosar su lista. Cuando se disponía a cerrar los ojos, previo rito de dobleces de sábanas y cobijas, un fuerte ruido provino del frente. Sin duda se trataba de un gato que había errado en sus acrobacias, convencida pero no menos curiosa irrumpió de un salto en el corredor.
A un centímetro de la mirilla su ojo izquierdo se preparaba para desnudar la realidad. Una vez posicionado, recordó los movimientos no aleatorios que debía cumplir; hacia un lado, hacia el otro, después pestañear.
Esta vez el ojo necesitó de su par relegado para documentar la escena. Una niña desalineada y sucia que desesperadamente intentaba abrir la puerta. Ana giró sobre sí misma apoyándose contra la entrada, titubeó durante unos segundos y finalmente la abrió. No pudo más que salir de su asombro cuando comprobó que la pequeña ya estaba adentro. Notó su confusión pero era demasiado tarde y estaba oscuro. Ambas se miraron inescrupulosamente, reconocieron su distancia e intentaron darse un respiro.
Ana insistió en protegerla, probó insistente con abrazos que sólo envolvieron aire. La niña también quería quedarse pero no sabía cómo. Estaban asustadas una de la otra, pero sentían la necesidad de estar juntas.

Ana observó su casa en el espejo que la ilusionaba sin límites, en un rincón vio su imagen atrapada, sola e irremediablemente en su lugar.

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Por María Leone

Testamento

En pocos meses más, cumpliré años, pero, esta vez será especial. Los astros indican que inicio el noveno septenio, termina el segundo retorno de Saturno, lo que entre otras cosas, es un encuentro con las sombras y el inicio de mi tercer renacimiento. Gente, no es una manera sutil y diferente de decir que ¿ingreso a la "tercera edad"? ¡Sí! Hacia allí voy, y no lo puedo evitar más, no entraré en pánico, trataré de que sea con dignidad, esperanza. Un buen paseo hacia la por ahora lejana "cuarta edad" y por qué no con alegría, hasta aquí llegué y voy por más.
Pero… por las dudas, voy a dejar algunas instrucciones, a manera de testamento. La primera disposición, es prohibirle a mi marido irse al otro mundo antes que yo. Ya sepulté demasiados seres queridos, no pienso agregarlo al listado, además, hace tiempo decidí no asistir a ningún velorio, ni siquiera el mío, y no será cuestión de quedar como una viuda desamorada. Lo segundo, cuando me toque a mí pasar al más allá, nada de llantos, flores, ni funerales. Es mi deseo, que me dejen reposar unas horas, sola, en una habitación fresca y con poca luz, de paso se aseguran que esté bien muerta, no sea cosa que de puro molesta, sufra de catatonia transitoria.
Dispongo además, que mi cuerpo sea cremado. Elijan, por favor, una bella urna para contener el polvo en que me convertí. Y, alrededor de ella que se reúnan mis seres queridos, los no queridos también, no podré evitarlo, y después de rezar una oración por mi alma, todos unidos escuchen una canción en mi honor. Elegí para esta ocasión "A mi manera", primero cantada por Frank Sinatra, porque me gusta, y después en la versión de "Il Divo", que es en español, así todos la entienden, ya que no se les puede exigir a los asistentes, que tengan aprobado inglés básico.
Por último, en virtud de mi pasión por el agua y por la luna llena, que mis cenizas sean esparcidas sobre el mar, en una noche de plenilunio. Si la situación financiera es ajustada, exijo mínimo que sea en Mar del Plata. Amor, tendrás que pedir un aventón ó ir caminando, aunque, mi mayor felicidad sería que volaras a Italia y lo hicieras en el Mediterráneo, allí frente a la casa en que nacieron mis padres y mis hermanos (ni se te ocurra hacerlo en donde nací yo, a cien metros del Riachuelo, sabes que no disfruto de esos aromas), además podrás visitar a mis primos, que tanto te quieren y, quien dice…conocer a alguien para acompañar tus días y tus noches, así no extrañarías a esta "tana" loca que te tocó en suerte.
Esposo, familia, amigos, estos son mis deseos, tomen nota, den fe.

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Por Julia Mansi

Un ángel muy particular

En el cuarto, apoyada sobre el ventanal, la mirada de María Luz busca lo incontable, lo poderoso, lo fortuito del amanecer. Cabe en ella la sensación de sentirse acompañada pero no lo está. Ellos no están. Él no está. Sólo percibe su perfume, a agua de manantial que la embriaga. La soledad no existe, las ausencias viven.
María Luz vive acompañada de amigos. Todos juegan con mucha alegría. El día les parece corto, por lo rápido que María Luz los despide. Después por el ventanal entra él, su ángel negro. Es su secreto, desde el primer día que se vieron, establecieron un acuerdo. Nadie debía saber de esta relación especial que los unía.
A su madre le llamaba la atención ver que la felicidad desbordaba, cuando su hija quedaba sola. Esa tarde, cuando subió al cuarto, la encontró sonriente frente a la ventana, sentada sobre sus piernas cruzadas, muy entretenida pero las muñecas en el lugar de siempre. El orden parecía demasiado, como perfecto para un cuarto infantil.
- ¿Por qué no vamos a dar un paseo?, es una tarde preciosa, aún falta un buen rato para que el sol se vaya -propuso inquieta la madre.
No quiero mami - dijo la niña.
-Deberías compartir más tiempo con tus amiguitos, hija.
Ya estuve demasiado mami…
- Entonces baja, no quiero que permanezcas tanto tiempo sola.
Habían pasado una tarde feliz, él y la pequeña María Luz. Esa felicidad cada vez duraba menos, los momentos juntos eran instantáneas alegres de sueños. María Luz crecía y las tareas cada vez le ocupaban más el tiempo. Aquel día cuando el sol se recogió, él se despidió.
-No debes llorar, desde el primer momento ya sabíamos.
-Sabes, es cierto, no voy a llorar, voy a mirar los momentos que pasaste a mi lado regalándome dulces tardes de chocolate, sólo en eso...

La joven acompaña a su papá a la clínica. Siente que sus piernas no quieren dar un solo paso más. Ahora desesperada María Luz se dice: "No quiero escuchar esas palabras, las que ya, mi corazón me las dio a saber". "Si tan sólo estuvieras a mi lado, como, cuando éramos niños. Cuando en tus alas quedaba dormida en la siesta, que mi cuarto cobijaba". "¿Dónde estás ahora?”
María Luz está frente al médico, al lado su papá. No escucha las técnicas frases que delatan, lo que ya está dicho. Sólo sus rezos acompañan las atragantadas lágrimas.
Lentamente la puerta del consultorio se abre. Su médico, le permite ver los estudios, a este especialista que con acento caribeño, le da los buenos días; ella lo mira. Hay reconocimiento en las miradas, reflejos de momentos vividos. Su mirada deja en la suya todo el dolor y se deja sostener. Se siente caer sobre sus brazos como alas. La abraza y no permite el golpe.
María Luz aturdida. Levanta la vista. Sus ojos asombrados, realizan preguntas sin respuestas. Trata de esquivar su perturbación y se aparta.
- Tu papá deberá someterse a otros estudios. Dice el médico y su piel morena se ha ennegrecido.
- Yo sólo quiero ir a ver a mi padre y saber como está - dice María Luz, que no deja de mirarlo, su cara le trae algo muy profundo, pensamientos confusos pero verdaderos.
¿Por qué me miras de ese modo? -pregunta el médico, mientras ella esquiva su mirada y le contesta: "Estoy tratando de recordar…" piensa, "ese inconfundible aroma a agua de manantial". Alguien lo llama, antes de irse la tranquiliza, le asegura que su padre se pondrá bien muy pronto.
Y un cielo azul le devuelve lo perdido, por la ventana del pasillo mientras se encamina hacia la habitación donde descansa su papá.

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Por María Mantovan

Aroma

Sin límites geográficos, buscamos algo en común, nos encontramos en la frontera o penetramos en lo surreal. ¿Compañero de viaje influyente?...Sí, como ninguno, buscando un elemento común y el hilo conductor que te atraviesa, hace que parezcas más atractivo. Entras por mis sentidos y te pierdes en mi mente. Una pizca de misterio ayuda a dilucidar que me poseíste y que cada descubrimiento engruesa la lista de un silencio que grita a grandes zancadas esta pasión creativa de bucear en los recuerdos.

Convergencia

Giro y no te veo...huele a desencuentro y cuando más te necesito duermes en el silencio. Hoy lo eres todo y sin ti me pierdo en la nada. Otra mancha para el infinito en la solitaria búsqueda de ser peregrinos de un mismo camino. Hoy sólo contemplo, me lleno de ti buceando en los rincones, en un papel o en un cajón queriendo encontrar tu aprobación, y no ser parte de la gente que obedece, pues es éste un tiempo de ineptos donde la inspiración se agota. Oigo tu voz en el eco: "el amor es amor en todas partes, sin etiquetas de orientación". Si puede, la esperanza alienta nuestro ánimo y solamente habremos envejecido si al corazón lo cubren las nieves del escepticismo.

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Por Hannah Martin

Razones

Que tu obsesión no te lleve a un callejón sin salida, y tu corazón se quede
sin razón para vivir. No hay quien soporte tanta ansiedad.
Pon tu vida entre tus manos, si el laberinto de tus ideas encuentra la salida, allí,
donde sea que la encuentres.
Estará el sol en la mañana para sacarte de un tirón del abandono que te deja perdido en tus palabras.
Todo puede fallar, todo puede cambiar pero no lo que hay en tu corazón.
Donde quieras que te encuentres; viajes repentinos, viajes sin piedad,
con los pies descalzos en un espejo de papel, confía en la luz interior, ella te guiará
te llenará de estrellas las manos, y el destino quedará grabado en ese nuevo amanecer.

Todo puede fallar, todo puede cambiar pero no lo que hay en tu corazón.

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Por Edith Migliaro

Como cada uno de ustedes

Estoy pegada a él. Salimos de casa y lo espero. Caminamos por el pasillo, lo sigo, me apuro, lo alcanzo, lo paso, me sigue, me alcanza, me pasa, qué divertido, pero él no se ríe. No entiendo.
Salimos a la calle, esto me encanta, doy dos o tres vueltas a su alrededor hasta que me acomodo. Hoy a la derecha porque vamos al sur. Es una noche sin luna pero con estrellas. Las estrellas no cuentan porque su luz casi no alumbra... Estoy tan unida, aunque digan que perdió su alma, yo sigo pegada a él.
Caminamos. Yo inclinada voy tocando los árboles, el cordón, la calle, los autos, de repente cruzamos la calle y ahora lo acompaño por la izquierda, es más lindo. Entro en los jardines, huelo las flores de cerca, curioseo por algunas ventanas abiertas. Tengo que estar atenta en las puertas y cambiar de lado rápidamente. A veces asusto a alguien, sobre todo a los gatos, se sobresaltan con facilidad. Soy feliz. Juego. Me agrando. Me achico. Me doblo.
Llegamos a la plaza, ¡cuidado! Pasamos por la fuente, eso no me gusta, me hundo en el agua.
Nos paramos debajo del farol, ¿dónde estoy? Por Dios ¿dónde estoy? Veo los pies de él.
Se mueve, que alivio, se mueve, aparezco, chiquita apretada bajo sus pies, ¡qué mala pasada me jugó este farol! Se paró justo debajo y me hizo desaparecer, desaparecer como su alma.
Que miedo. No quiero desaparecer, jamás me había pasado de noche. De día me aclaro pero de noche nunca me pasó.
Pero eso es imposible, somos reales, somos muchas, algunas más humanas que otras. Porque para algunos somos necesarias como respirar, para otros; fantasmas, lo cierto es que estamos en todas partes. Después de todo somos tan buenas o tan malas como cada uno de ustedes.

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Por Patricia Moltedo

Homicidios inconfesados

I. Agua caliente

Hierve el agua.
Los leños crepitando, por ahí, perdido, algún peón de campo y en la casa está el cuñado y Melita.
Canta el agua en la gran pava.
Melita desde sus seis veranos, echa jabón y agua al piso.
Escobea con fruición el piso de linóleo. Sus hermanas han salido: Caterina, la mayor, casada y dueña de casa, ha llevado a Marilú al pueblo.
Traerán harina, yerba y alguna que otra tela.
La corpulenta Marilú es cinco años mayor que Melita.
Rasca que te rasca el suelo, Meli, no ve la sombra que se agazapa. Siente el abrazo incómodo del gigante, la sorpresa desagradable. Melita se acuerda de la fuerza de Marilú.
Con la escoba lo golpea y tomando por el asa la pava le echa el líquido.
Quemado, huye. Melita llena la pava de agua y la pone en el fuego, piensa en lo sucedido y siente que no ha sido un extraño, sino un desconocido.

II. Siete años en colectivo

Martín, sus siete años y una ventana de dientes al cielo, va en el colectivo y con su abuela.
-Se me va a caer un diente.
-Va a venir el ratón Pérez, déjaselo debajo de la almohada.
-¿Y si me lo trago?
-Entonces, escribile una carta.
-¿Cómo va a entrar en casa?
-Se las arregla.
Martín corre por el pasillo del colectivo, poniendo nerviosos a pasajeros y chofer.
-¡Te vas a hacer daño!
-Mejor me siento y este boleto lo pongo en el bolsillo sin fondo.
-Va a subir el inspector y nos va a hacer la multa.
-Mejor lo guardo.

III. Martita

Su pintón hermano, Eliseo, de sonrisa fácil y ojos alertas, nunca había simpatizado con Juana… "uno nunca sabía dónde o con quien estaba". Suspiró Martita y se asomó debajo de la cama, a mirar donde estaban sus zapatillas.
Juana…de ropa ceñida y suaves medias adheridas como su dermis, envolvía a Eliseo con su cuerpo.
La oscuridad cegó a Martita, que apretaba y abría los ojos tratando de aclarar la mirada. El olor como a sebo la alejó y se refugió en el tibio calor de la cama.
-Voy a hacer como que no- dijo
Las velas derretidas mostraban el negro hollín y desmayadas, se repartían entre las estampas. "¿Por Eliseo?" - se preguntó Martita
-Martita ¿Estás bien? ¿Mejor?-Se acercó Juana-¿Necesitás algo? ¿Tenés sed? ¿Querés comer? Después te traigo la merienda- y se alejó entre el sebo en zigzag como aplastando ruidos.
-No, gracias, Juana, después, me quedo otro rato en la cama - contestó Martita y desparramó (por si acaso) unas cuantas gotas de almendras amargas a su alrededor. "Con razón mi hermano no la podía ver, y yo que pensé que deliraba con lo de la Anaconda", dijo y volvió al nido de sábanas.

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Por Florencia Luz Muñoz

Belleza artística

El mejor cineasta de una ciudad desarrollada fue enviado a un viaje alrededor de varios países del mundo. Su audiencia quería que realizara un proyecto innovador. Tres años de espera para ver la ópera prima de ese gran artista. Un atardecer fríamente cálido fue el indicado para el estreno en el más grande y lujoso teatro de la ciudad. Pasados unos minutos de terminada la película, las personas seguían en las butacas y vacilaban acerca de lo que habían presenciado, ninguna llegó a comprenderlo. Al día siguiente, en una entrevista, el artista miraba fijamente los labios del periodista y solo llegó a decir en respuesta hacia las críticas y al desconcierto general que él había descubierto su sexto sentido luego de ficcionalizar y olvidarse del resto de ellos. Algunas personas pudieron profundizar y descubrir la esencia de la belleza.

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Por María Cristina Muns

Código de Ética - Los hechos

Hoy cumple años Clara. La contemplo en el vestido rojo de seda que le hizo su abuela, y está bella. Veo a mi mujer contenta aunque agotada, preparó todo ella sola. Estuve apesadumbrado toda la mañana y luego fui a buscar a Lito y a su familia que se habían quedado sin auto. Recién llego, la fiesta lleva más de media hora de vigorosos gritos enredados entre panchos y gaseosas. Todos me miran y saludan. No comprendo el desmedido interés en mi salud ¿tanto alboroto por diez kilos que bajé? El lugar para los adultos está retirado, las conversaciones son animosas pero no logro soltar mis pensamientos. Creo y recreo distintas situaciones como piezas de ajedrez. La partida se ha puesto difícil desde hace casi un mes. La gerente Cramacho dijo que vienen tiempos difíciles y que el barco se salva pero que habrá que hamacarse. No llegué a comprenderla, sólo tomé sus palabras con reverencia y acepté salir de inspección y abandonar los planos que tanto me gustan hacer.

Me sobresaltan unos gritos que me llevan a la otra sala donde Clara será la estrella. Asisto sin mucho interés.

Si la empresa me necesitaba allí, ¿Por qué Perrone sonreía cuando me vio salir rumbo al garaje a buscar las llaves? -dijo Amalita que es porque ahora tendrá la computadora que tanto me disputaba. Y Azucena, ¿porqué se enfureció conmigo cuando le expliqué lo de las necesidades de la empresa?, ¿intuición femenina? ¿O la situación era tan obvia que Perrone, Amalita, Azucena y no sé cuantos más, se dieron cuenta de todo mientras yo salía como Quijote, rumbo al molino de turno?
Me zarandean los calurosos abrazos de Lito y me comprometo a una futura visita que no registro para cuando, me encuentro despidiendo a Ulises que se esfuerza en mostrarme las bondades de su auto nuevo y por fin, ya cargo sólo las bandejas y gaseosas sobrantes, mientras Azu finaliza con todo. La movida no terminó allí, Cramacho nos informó que la situación había empeorado y que debía efectuar un pase (así nos salvábamos todos).
Y fui nuevamente yo el que se movió, terminé el día en un cuartito recibiendo zapatos de seguridad, casco, tapones para oídos y guantes. Después descendí a una cámara de regulación de alta presión, la capacitación, prometieron, llegaría en breve. En cada uno de esos diez metros, el temor se iba apoderando de mí. Insectos, mugre, algo de agua filtrada, una luz extraña y el silbido del gas pasando entre las tuberías cortaban mi respiración. Intenté serenarme frotando mis manos sudorosas contra mi pecho en vano, sentía terror.
El mismo que siento ahora, una bocanada de aire ajena a mí como yo a esta situación.
Voy a hablar con Azucena.

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Por Maribel Podestá

Universo

El pensamiento un sortilegio en el medio del océano.
El escritor es un mago, abre el juego.
La palabra en la pluma lucha en la batalla, en la dualidad de las energías.
Lo claro y lo oscuro, sombras y luces habitan en los personajes que tendrán un final. El arma, la pluma, el poder oculto del pensador en un final imprevisto.
Del océano de historias, relatos, cuentos, poemas, recursos literarios, emerge el poeta, ofreciendo un cuento de emociones en la profundidad del alma. Lo siente en la lejanía, se relaja, el personaje se acerca, al galope un corcel dorado, ya no es un hombre, es un ave. Lo mira largamente. El corazón del ave palpita al unísono en la caverna de poeta: el universo magnífico.

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Por Graciela Ruffini

Llamada

La última llamada saludándola por su cumpleaños olía a algo inesperado ¿qué ocultaba? Cuando hábilmente evadió la charla tan fugaz, antes del adiós le dejó un breve mensaje: "Pedile a Dios, rezá". Su voz opaca produjo un sabor amargo y una nostalgia desesesperada. Por intrigas perdió la calma mientras el voraz silencio se consumía sobre un encaje blanco con aroma a madera. Esperó el regreso de su amante como en un espejo enhebrando su cuerpo tibio junto al de ella.
Confundida recordó el último cruce de miradas como puertas que se abren hacia fantasmas mensajeros, una renegrida silueta, y aquella silla rodando de espaldas negando la verdad.
Un año, un mes, y un día reposaba en su tibia almohada el rezo nocturno. El llamado de su amiga entre risas y tontos comentarios la aquietó, pero una áspera respiración las interrumpió mientras ella se aferraba a un falso regreso, un agudo silencio atravesó el cable telefónico " Por favor decime " " Decime si "... La respuesta la dieron sus temblorosas manos, el grito del silencio y la ausencia.

Rayo de sol

Un rayo de sol se desliza por el ventanal del dormitorio, se prende del cortinado, baja a la mesa de luz. Descubro que roza la alfombra dibujando espirales dorados, sube por la cómoda, vuelve a bajar, rodea la pata de la cama. Decidido se recuesta sobre el acolchado, fastidioso me despierta al fin, le tiro una almohada como para deshacerlo y se aleja del cuarto. Recorre el living traspasa la mirilla de la puerta, sube la escalera llega a la terraza, salta a la vereda, se desliza sobre el pavimento, sigue por el césped humedecido, por los árboles, como vuelo de mariposa se entremezcla entre la nubes, ya no lo veo…¿se alejó en busca de un descanso?

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Por Silvia Santilli

Los mandados
Monólogo

(Escena en la calle)
Uf, esto de hacer mandados cómo cansa (pausa), pero tiene su recompensa, (pausa) uno se entera de cada cosa. (modificando el tono de voz). Recién en la carnicería del Cacho lugar de encuentro de algunas chusmas comentaban que la hija de la Porota, (señalando con el brazo) la de la otra cuadra de casa, tuvo un bebé sietemesino (pausa) bien formadito, con las uñas bastante largas, usted me entiende ¿no?
De ahí voy a la panadería, cerrada sin ningún cartel, qué raro-pensé, ¿qué habrá pasado? ¡ya sé!, en la verdulería me voy a enterar. Oh sorpresa, (pausa) estaba doña Clementina, (haciendo gestos con las manos) tiene una lengua para alquilar balcones. A boca de jarro comenta que Don José el panadero está internado, la señora le tiró con un canasto y le abrió la cabeza. (pausa) Parece que el gallego quiso cocinar los vigilantes en el horno de la Vilma; la pulposa que había ido a comprar bolas de fraile. Estas chusmas no paraban y el verdulero junto con ellas meta cháchara igual que mi vieja.
(pausa) Hablando de mi vieja, yo (señalándose) la tengo cortita cuando quiere estirar la sin hueso (se señala la lengua) en contra de las mocosas del barrio le digo:-ferme le bouche- que usted tiene cuatro (los marca con la mano) mujeres y no son todas santitas. Y la vieja me contesta:
- Nena ahora se te dio por el fernet -. (moviendo la cabeza) ¡Qué ocurrencia la mía hablarle en francés! (Mira la hora en su reloj) Qué barbaridad ya son la doce (pausa), mi madre estará furiosa que no llego. (mirando la casa) Me quedo tranquila está con Doña Antonia y la Tota paradas en la puerta de casa. A quién le estarán bajando la caña. En una próxima les cuento. Apagón.

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Por Mabel Spinelli

Oscuridad

Tu mano pequeña, viva, suave como alas, se desliza muy despacio, apenas rozando las mías
Me busca en la noche. Tú presencia casi humana recorre mis sentidos, Lentamente te filtras por rendijas descuidadas. Un reflejo de luz titubea en mis mejillas, recorre mi cuerpo, cristaliza en mis sueños. Recorre los ojos, los párpados y se queda en mis labios platinados de luz y de luna. Alas que creciendo en mi cuerpo, cruzan mi corazón, laten agonizantes.
No me atrapaste en él caliente palpitar de otro vuelo. Son signos sin sonidos en la noche, manos con vida que se encuentran y palpitan.

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Por Analía Spataro

Un antiguo amor

-¿Hola quien habla?

-Alma; habla Juan ¿te acordás de mi?

-Mmm, más o menos hay algo que es familiar, como cercano, dame más pistas, así te ubico.

-Nos conocimos en la costa en el verano del 2006, en el boliche Flowers, ¿te dice algo?

-Si me acuerdo, Juan el riojano, fue cuando te sacaste el antifaz… ¡cómo estás tanto tiempo!, qué alegría, pensé que nunca…pensé que preferiste, no sé, usar anteojos negros para siempre, algo, lo que fuera, para no vernos…

-Yo estoy con ganas de verte. Este fin de semana viajo a la costa, por trabajo a Buenos Aires y si nos encontramos, te cuento que nunca dejé de pensar en vos, en los momentos que vivimos juntos.

- Si Juan, me encanta la idea, yo también pienso mucho en vos, pero cómo viajar… para verte, digo reunirnos.
-Mirá yo viajo el viernes a la noche, cuando llegue al hotel te mando un mensaje y nos encontramos, estoy muy ansioso, este tiempo me sirvió para entender.

-Juan…acordate que yo… los mensajes…no me hacen falta, ya sabés…

-Sabés Alma, estoy tan perdido sin vos que hago y digo incoherencias, por eso…

-Sí Juan, por eso, si seguimos así estamos perdidos, sin registros, sin, fin, Juan tanto tiempo,

-¡Alma! Necesitaba perderte para saber que existías. Al fin, vamos a cerrar nuestra historia, Alma mía, ahora te puedo sentir sin temor a dejar de ser, sí, tú eres el alma, mí alma.

Si, y al fin vamos a cerrar esta historia, lo nuestro es un antiguo amor.

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Por Adolfo Velázquez

Los tres

A veces los veo como hijos, como propios, pues las cosas más importantes que les pasaron en la vida las rieron o las lloraron conmigo, aquí dentro.
Son mis tres preferidos, no sé por qué los elegí, son tan grises y necesitados como cualquiera de los otros que vienen a mí.
Hoy están los tres en la barra, ella en el medio sentada a lo hombre, de piernas abiertas, y ellos a los lados, como custodios de una reina. Miran adelante, el espejo sucio y las botellas a medio vaciar. Para que nos entendamos: uno es el mozo de toda la vida aquí, ella la chica linda de la que todos se enamoran, y el otro el poeta sensible e idiota que todavía cree.
Todo bar que se precie debe tener por lo menos estos personajes, borrachos y vagos, ya sabemos, sobran en todos lados (yo también los tengo), pero estos tres son otra cosa, son míos y son los que elegí.
Hoy están los tres tomando algo fuerte -no es lo habitual-, y las pocas mesas con gente las atiende un viejo que me visita hace siglos y es como un mueble más, de confianza aquí.
Los tres están mudos, se sirven la segunda ronda -tienen la botella ahí por supuesto-, y como era de esperar, es ella la que habla primero; hace una breve introducción, acaba el vaso, tira un par de frases más sin dejarse interrumpir, los mira a ambos a los ojos, y se va.
Agarra el saco, la cartera, saluda al viejo y se va.
Los dos tontos se quedan mirando adelante.
Así, guachos de amor, apuran sus tragos. El mozo se levanta y dice: te dejo la botella, terminala vos. Apoya la mano en el hombro del otro y cierra: no llores amigo, no creo que corresponda.
El poeta se sirve de nuevo al tope y manda un trago grande, de los que queman, pide una cerveza para mezclar y saca papel y lápiz. Escribe: "ahora que sé, lo que es penar…"

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Por Norma Vinciguerra

La casa en venta

El día muestra el deterioro de los muebles de la sala. Las paredes descascaradas, las manchas de humedad en el techo y las cortinas descoloridas.
-A mí me molesta el sol, marchita las flores -dijo el jarrón.
-Lo decís porque siempre tenés compañía. -contestó el reloj- La noche es peor. Las sombras hacen que los sillones parezcan gigantes.
-No siempre. La semana pasada me tuvieron reclutado en la cocina.
-En el silencio escucho mi propio compás. Cada hora doy un campanazo para no sentirme solo.
-Bien que retumba.
-De todas formas no se despierta. Estoy lejos de los dormitorios. Las cosas cambiaron. Al abrir las ventanas en verano veía a los niños jugar en el jardín. Luego merendaban, mientras tomaban el té la señora y sus amigas.
-Aquí reinaría la armonía, pero en otros lados de la casa no. Te lo digo yo, que recorrí todas las habitaciones.
-Olvidé que vos te enterás de muchas cosas. Yo solamente sé lo que pasa dentro de estas cuatro paredes, que no es poco. Lo que acabo de contarte sucedió años atrás. Cuando reinaba la risa y la juventud gobernaba, los colores llenaban los espacios, la luz era permanente, todo era nuevo, hasta yo. Como ráfaga el tiempo pasa, sin darnos la oportunidad de pedir perdón. Eso fue lo peor para el señor. La vida fluye normalmente y un día, el castillo de arena se derrumba. Desenterrar el pasado puede ser peligroso. La verdad descubierta a destiempo destruye. Aquí mismo lo encontraron, con una carta apretada en la mano, la tinta borrosa por las lágrimas. Capricho del destino o como quieras llamarlo, revisar el cajón equivocado en el momento equivocado. Aquel niño, hombre, no perdonó la mentira. Partió. Desde entonces soledad y tristeza son las visitas.
-No te desanimes, los nuevos dueños nos devolverán la alegría.
-Tal vez. - Suspiró y dio la última campanada.

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Por Toribio Wamsiedler

Memoria

Observé a las hormigas, que como un pequeño ejército cruzaban mi jardín, devastando toda la hierba que molestaba en su camino.
Para después hacerlo con mi rosal valenciano.
Observé a las abejas como en otoño zumbaban sobre la copa de mi árbol "limpia tubo". Me extrañó que no lo hicieran en primavera. Mi nieto, con vocación veterinaria me sacó de la extrañeza. "Abuelo, vienen de muy lejos, en el Gran Buenos Aires está prohibida la apicultura. En primavera en cualquier lado consiguen flores, tu árbol en su memoria colectiva es una reserva".
Admiré las dos sociedades, duras, pero eficientes, hasta que llegué al horror pensando que quizás las hormigas y las abejas hayan sido alguna vez humanidad, una humanidad que manoseó el seso y en aras del progreso por el progreso mismo manipularon la genética.
Brrrrrrr, tirita mi alma al observar el hoy.

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