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Carlos A. González Cárdenas*
El General Don José de San Martín es nominado el Padre de la Patria dado el coraje desplegado en las grandes batallas que liberaran a América del Sur del yugo español.
No obstante, a nuestro criterio, se deja fuera un hecho más político/social que militar del que fue numen y protagonista. Nuestra Historia lo menciona de manera tangencial.
El acontecimiento referenciado es su participación en la Declaración de la Independencia en el año 1816.
Para entonces la revolución americana estaba estancada y desesperaba a sus impulsores. Napoleón había sido derrotado y Fernando VII volvía a ocupar el trono español con ansias de recuperar el poder perdido en sus colonias.
El Reino de Brasil invadía la Banda Oriental y soñaba con extender sus fronteras más allá del Río de la Plata. Chile había caído otra vez en manos realistas y Perú parecía más fortalecido que nunca gracias al envío de pertrechos de guerra.
En este contexto donde todo parecía perdido y muchos sostenían que se debía anexar a las Provincias Unidas al Brasil o reconocer la autoridad de Fernando VII, los Generales San Martín y Belgrano, comenzaron a pergeñar un plan contra reloj que permitiera restaurar los valores de la Revolución de 1810. Para organizar la defensa y terminar con las aspiraciones tanto de Fernando VII como de Brasil, urgía declarar la Independencia.
Esto proponía un serio problema ya que las posturas e ideas dentro de los cuadros políticos de poder eran diferentes y hasta parecían irreconciliables.
En 1814, organizada con Güemes la defensa del Norte, San Martín marcha a Córdoba y allí reunido con algunos patriotas del lugar decide fundar la Logia Lautarina.
Nada tiene de casual su decisión. Es en este punto que pretendemos destacar su valía más allá del militar que realizó las hazañas por todos conocidas.
Comprende que organizarse en base a ideas que impulsen el desarrollo de un mundo de hombres libres, identificados en su ser universal, es el instrumento, más aún, el don que le ha sido dado para erigir la justa razón de su lucha. No la intromisión a sangre y fuego.
Desde allí, se instalará la convicción de comenzar, con la transmisión boca a boca de los ideales de quienes la integran, unida a una contundente correspondencia epistolar, la cruzada para mantener la revolución en marcha y persuadir a una Buenos Aires aún ambigua, respecto al curso a seguir.
Finalmente se impone la idea de convocar al Congreso: templo de discusión e impulsor de ríos de tinta para conocimiento de la posteridad. Ya en el Congreso, dadas las posiciones divididas, comienzan a revelarse conflictos que parecen insolubles.
Es en esta crucial oportunidad que San Martín envía varias cartas al Congreso para que se decida rápidamente a formular una resolución definitiva de independencia plena.
En esas cartas exhorta a formalizarla y generar una conciencia de Patria que él más que nadie ya experimenta en la práctica: se enfrenta a los realistas con Bandera e Himno propios, los ejércitos están integrados por hombres de diferentes provincias y las ideas de educación, trabajo y bienestar ya son independientes de las emanadas de Europa.
Su carta del 24/05/1816, termina diciendo –“Y si sigue la contienda no nos queda otro arbitrio que recurrir a la guerra de montonera y en este caso sería hacérnosla a nosotros mismos. …Ahora bien, cuál es el medio de salvarnos, yo lo sé; pero el Congreso los aplicará tan interesado en el bien. Basta saber que, si los tales medios no se toman en todo este año, no encuentro (según mi tosca política), remedio alguno. Se acabó (...)”.
Este mensaje, casi desesperado, pone en apuros a más de uno: aquél que está dando su vida por salvar la libertad de las Provincias plantea la eterna disyuntiva: dejar de lado las rencillas oscuras y lograr el bienestar general o esperar como ovejas la ruina total.
Los miembros del congreso de Tucumán dejan de vacilar y la Independencia es finalmente declarada el 9 de julio de 1816.
San Martín recibe la orden de marchar a Chile y emprender la campaña libertadora que no es más que la continuidad de la gesta comenzada en sus escritos.
El sueño de este hombre que dejó las armas de fuego para volcarse a las armas de la pluma, motivó el inicio de la independencia, no sólo de una Nación sino de la América del Sur. Más allá de sus batallas en el campo de guerra, la más audaz, sin lugar a dudas y que lo convierte, a nuestro juicio, en el Padre de la Patria, es la batalla que libró en el campo de las ideas. Ideas que fueron transfundidas en la sangre de los poderosos, sus propios hermanos, con la letra. Nunca con la espada.
*Carlos A. González Cárdenas (Maestro- Profesor de Historia, nació, estudió y vive en San Martín)
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